martes, 2 de septiembre de 2014

Primer capítulo completo de "Tierra de muertos"

SANDRA


La moto de Josema era mucho más potente y bonita que la de mi novio, ¡donde iba a parar! Cuando apareció en el portal de casa con ella flipé. Aquella era la moto de un hombre de verdad, no la scooter de un niñato, con la que Rubén me llevaba al instituto cada día para que no tuviera que coger el maldito autobús.
Sabía que no estaba bien, ni siquiera para mí, engañar a mi novio por una buena moto… y menos con uno de sus amigos. Pero últimamente Rubén se estaba volviendo demasiado moñas, y la verdad es que pasaba de ese rollo de “novia formal” en el que quería meterme. Yo lo único que quería era que saliéramos por ahí, divertirnos y acostarnos de vez en cuando mientras pudiera hacerlo, es decir, hasta que terminara el trimestre, mis padres vieran las notas y me cayera otra bronca y otro castigo que me las vería y me las desearía para burlar. Estaba deseando cumplir los dieciocho para no tener que darles tantas explicaciones de mi vida.
Además, tampoco era como si Rubén me hubiera sido fiel del todo. Maya me aseguró que le tiró los trastos una tarde que se encontraron en la biblioteca del instituto, y todavía se intercambiaba mensajitos por móvil con su ex novia de vez en cuando, aunque él se justificaba diciendo que sólo eran amigos… ¡por favor! ¿Qué clase de persona seguía siendo amiga de sus ex? Yo no había vuelto a saber nada de Javi, ni de Juan, y mucho menos de Jairo. Las tres “jotas”, como me gustaba llamarles.
—¿No quieres ponerte el casco? —me ofreció Josema cuando paramos en un semáforo. El imbécil que conducía el coche que paró a nuestro lado, un viejo verde salido, se quedó mirándome las piernas como un pervertido. Tuve que enseñarle el dedo corazón para que volviera la vista al frente—. Que si quieres ponerte el casco, digo.
—No, que me despeino —le respondí asegurándome de que el viento no había conseguido aquello ya—. ¡Métele caña a esto, que vamos tarde!
No íbamos tarde, habíamos quedado en la puerta de la discoteca hacía sólo diez minutos, pero conociendo al resto del grupo eso era pronto. Lo que de verdad quería era ver lo rápida que podía ser su moto, cosa que no tardé en comprobar cuando el semáforo se puso en verde.
—¿Qué? ¿Tira o no tira la burra? —preguntó con un deje orgulloso cuando por fin llegamos al aparcamiento.
—Tira, tira— admití bajándome de ella—. ¡Ah mira! Ahí están los demás.
Mis amigas Maya, Adriana y Virginia nos esperaban ya en la puerta. Adriana venía sin Xavi, así que deduje que debían haber tenido otra de sus broncas.
—No conocéis a Josema, ¿verdad? —les presenté cuando llegamos a la puerta.
—Pues no. —respondió Adriana, adelantándose para ser la primera en darle dos besos.
No pude evitar regodearme en la envidia que percibí en las miradas de las tres. No sólo tenía una moto más grande, sino que Josema estaba mucho más bueno que Rubén… y por supuesto que Xavi o que Guille, el ex novio de Virginia.
—¿Estáis seguras de que nos dejarán pasar aunque seamos menores? —preguntó Maya nerviosa una vez hechas las presentaciones.
—Que sí, no te preocupes —le aseguró Adriana—. Ya te he dicho que conozco al de la entrada, no nos van a pedir el DNI ni nada y encima nos cuela gratis.
—¡De puta madre, tía! —exclamó Virginia ilusionada.
Tenía motivos para estarlo. Esa noche se celebraba una fiesta universitaria y el local estaría hasta los topes de tíos buenos borrachos que acababan de terminar sus exámenes y tenían ganas de celebrarlo, su coto de caza favorito.
Tal y como nos prometió Adriana, pudimos entrar sin que nos pidieran la documentación, y en cuanto estuvimos dentro, ensordecidas por la música a todo volumen y cegadas por las luces parpadeantes, nos acercamos a la barra a por la primera bebida de la noche. No llevaba mucho dinero encima porque mis padres me habían dejado sin paga, pero confiaba en que Josema se estirara y me invitara a algo.
No me vi decepcionada en cuanto a su generosidad, y con el primer cubata en la mano, brindamos todos por la noche tan prometedora que nos esperaba.
—Voy a saludar a un amigo, ahora vengo. —dijo Josema después del brindis. En su ausencia, las petardas de mis amigas aprovecharon para abordarme.
¡Pero tía! —exclamó escandalizada, pero divertida, Virginia—. ¿Y Rubén?
—En su casa, supongo —le aclaré muy satisfecha de mí misma—. Le dije que hoy no salía, que me iba a quedar estudiando porque mis padres estaban un poco moscas conmigo, y el muy memo se lo ha creído.
—Tía, que fuerte. —sentenció Adriana antes de dar otro trago al cubata.
—Superfuerte —remató Maya—. ¿Y qué vas a hacer si se entera? Que Josema es su amigo.
—¿Y por qué iba a enterarse? —le espeté—. No os vayáis a ir de la lengua que os conozco. ¡Que somos amigas, joder!
—No, si yo no digo nada... —rarfulló Maya apartando la mirada.
No me gustó nada que no fuera capaz de mantenérmela. Conocía a Maya desde que éramos dos crías, era mi mejor amiga y sabía que sólo apartaba la mirada cuando se ponía nerviosa… cosa que le pasaba muy a menudo. ¿Y si después de todo había sido ella la que le había tirado los trastos a Rubén y no al revés? Si Rubén la rechazó, luego podría haber dicho que fue cosa suya para que me cabrease con él y acabáramos cortando. Maya podía parecer tímida, pero la conocía lo suficiente como para saber que de mosquita muerta no tenía ni un pelo.
No obstante, me olvidé de mis sospechas cuando Josema regresó con nosotras.
—Mira lo que me ha dado mi amigo. —anunció poniendo en mi mano una diminuta pastilla de color beige con una carita sonriente grabada a ambos lados.
—¿Esto es…? —pregunté asombrada.
—Una pirula —asintió mostrándome discretamente otra antes de metérsela en la boca—. Aquí las toman todos para aguantar el tiempo que haga falta. Ya verás que flipe el subidón que pegan las muy cabronas.
Titubeante, miré a mi alrededor tratando de ver a alguien más tomándolas, pero entre la iluminación y la discreción que esas cosas conllevan no lo logré. Sin embargo al final cedí, quería causarle una buena impresión a Josema y no lo iba a conseguir con remilgos, así que yo también me puse la pastilla en la boca y la bajé con un trago del cubata.
El mundo no tardó en cambiar por completo. Las luces eran tan intensas que me cegaban, la música calaba tan dentro de mí que no podía hacer otra cosa que no fuera bailarla, los cubatas estaban mucho más ricos y la sensación de euforia que todo eso me supuso fue diez veces mayor que la de una borrachera común. Mientras duró el efecto de aquella mágica pastilla, me sentí más viva que nunca, y para celebrarlo, acabé pegándome el lote con Josema en una esquina de la discoteca casi sin darme cuenta.
Ya estábamos comenzando a meternos mano de forma incluso escandalosa cuando alguien comenzó a darme golpecitos en el hombro con insistencia.
—¿Qué pasa? —gruñí girándome enfadada por la interrupción.
Maya, con los ojos como platos y muy seria, me señaló la entrada a la discoteca. Allí estaba Rubén, mirándome muy indignado. En cuanto se percató de que le había visto se dio la vuelta y salió corriendo a la calle.
—¿Le has llamado tú? —le pregunté acusadoramente a mi amiga. No me habría extrañado nada que la muy zorra hubiera aprovechado la ocasión para jugármela.
—¿Yo? —respondió como si mis palabras la ofendieran en lo más profundo—. ¿Pero cómo voy a haberle llamado yo?
“Zorra” pensé antes de dejar a Josema y salir corriendo a buscar a Rubén.
Todavía iba un poco colocada, así que me costó abrirme paso entre la gente y llegar al exterior. Cuando por fin lo logré, me lo encontré subido en su scooter e intentando arrancarla… en contraste con la moto de Josema parecía una de juguete.
—¡Rubén espera! —le llamé antes de que se fuera. Al parecer a la moto le estaba costando arrancar, así que logré alcanzarle a tiempo—. ¡Espera! ¡Por favor!
—¿Por qué? —me preguntó dolido—. Ya he visto todo lo que tenía que ver aquí, te he visto con Josema, así que me piro, tía.
—¡Espera! —insistí—. ¡Vamos a hablarlo, joder!
En realidad no me sentía en condiciones de hablar nada con seriedad, bastante tenía ya manteniéndome en pie con los tacones y la borrachera, pero al verle tan afectado por haberme pillado de marrón morreándome con su amigo me dio un poco de penilla.
—¿Qué hay que hablar? —estalló—. Creo que está todo muy claro, te lo estabas montando con ese hijo de puta de Josema, ¿o acaso vas a negarlo? ¡Si os he visto!
—Escucha, todo tiene una explicación —fue lo único que se me ocurrió decirle, aunque no sabía qué explicación iba a ser esa—. ¿Podemos hablar un momento? Por favor…
—Déjame en paz, Sandra —me pidió poniéndose el casco cuando la moto arrancó—. Déjame en paz.
—Por favor… —le dije casi suplicando. Cortar con él no me importaba, no cuando podía tener a Josema, pero me daba cosa dejar las cosas tan mal entre nosotros después de tanto tiempo juntos.
Se detuvo a pensárselo durante unos instantes, mirando al vacío con la moto en marcha, pero sin decidirse a marcharse.
—Vamos a mi portal y allí hablamos, ¿vale? —le propuse.
Hizo un brusco gesto hacia abajo con la cabeza en señal de asentimiento, de modo que me subí de paquete en la moto y esperé a que se pusiera en marcha. No esperaba volver a casa tan pronto y en un vehículo tan poco digno, pero en el fondo era una buenaza…
—Ponte el casco. —me ofreció, quitándoselo él y tendiéndomelo.
—No hace falta. —le aseguré.
—¡Que te lo pongas, coño! —se empecinó, y yo, por no cabrearle más de lo que ya estaba, lo cogí y me lo puse, aunque no me gustaba nada que me diera órdenes.
Inmediatamente nos pusimos de camino a mi casa. A esas horas de la noche no había apenas coches circulando por la carretera, y por suerte tampoco controles de la policía porque, aunque él no había bebido nada, estaba conduciendo sin casco. Durante la mayor parte del camino intenté pensar en las palabras que le diría cuando llegáramos al portal. Sin duda tendría que disculparme con él, por más que me jodiera hacerlo, e intentaría que quedáramos como amigos, como con su otra ex… pero entonces él apartó una mano del manillar de la scooter para pasárselo por la cara, y fue en ese momento cuando me di cuenta de que estaba llorando.
—¿Estás llorando? —le pregunté algo preocupada. No me había esperado esa reacción tan poco varonil para nada.
—¿Cómo has podido hacerme esto? —replicó con un sollozo.
—Rubén… —le dije al ver que la moto comenzaba a salirse del carril.
—¿Y por qué con Josema? —continuó, muy alterado.
—¡Rubén! —exclamé alarmada. La moto comenzó a hacer eses por el estado de nerviosismo de su conductor, y las luces de un camión se acercaban por el carril contrario.
—¡Joder, era mi mejor amigo…! ¡Ostias! —bramó perdiendo por completo el control de la moto.
Grité mientras él intentaba virar, el claxon del camión tronó y sus luces cegaron mis pupilas, dilatadas por las drogas. Ignoraba que esas luces antes del impacto serían lo último que vería en vida.

Me quité un mechón de pelo sucio de la cara antes de llevarme la primera cucharada de comida a la boca. Por el tacto, podía notar que el bote que la contenía era de cristal, pero Dani se había olvidado de decirme qué tenía dentro, así que se podía decir que aquel día me tocaba cena sorpresa. Prefería averiguarlo por mí misma a tener que preguntárselo a alguien… no quería parecer una inútil hasta ese punto.
—Pues chica, no lo entiendo. ¿Por qué no? —inquirió Abril al tiempo que yo daba el primer bocado a mi cena. Resultaron ser habichuelas.
No sabía por qué se lo había confesado. Quizá porque últimamente teníamos muy poco de qué hablar, o quizá porque estaba agotada de la dinámica que llevábamos siguiendo, pero, fuera como fuera, les acababa de contar a Cris y a Abril lo que ocurrió entre Carlos y yo dos meses atrás, cuando todavía estábamos en la Azohía.
Después de no morir aquel día, sabía que el hecho de que nos acostáramos traería cola, y el instinto no me falló cuando, tan sólo una semana más tarde, Carlos se empeñó en hablar conmigo en privado. Sabía lo que me quería decir, y también sabía cuál iba a ser mi respuesta. Lo sentía por él, porque conociéndole sabía que habría estado toda la semana dándole vueltas a cómo decirme aquello, pero tuve que rechazarle.
Era lo mejor. Él era una buena persona, de la clase de gente que recibe una paliza de muerte para proteger a otra gente por la que no tendría por qué sentir ningún tipo de lealtad, y yo había demostrado que como novia no valía una mierda.
—Pues porque no. —le respondí a Abril pensando en el pobre Rubén. Tras el accidente quedó en coma, y cuando los zombis aparecieron todavía continuaba así.
Después de aquella fatídica noche, si no estaba ocupada compadeciéndome de mí misma y mi nueva situación, me sentía terriblemente culpable por su suerte… aunque en aquellos momentos quizá lo mejor para él había sido no tener que ver lo que había ocurrido con el mundo.
—Está un poco desquiciado —admitió Abril continuando con el tema—. Pero no sé, es mono. Si no le querías como pareja al menos te habría servido de follamigo.
—¿Qué es “follamigo”? —preguntó Susi con mucho interés.
—Haced el favor de cuidar vuestro vocabulario delante de la niña, por favor. —nos riñó Cris.
Los chicos no estaban allí. Dani había salido a mear con Sergio, el soldado decía que era más seguro hacerlo en parejas, y sólo Dios sabía lo que estaría haciendo Carlos, pero probablemente vigilando el perímetro, como solía hacer obsesivamente cuando llevábamos más de dos días refugiados en un mismo lugar.
—Perdona— se disculpó Abril, aunque sin abandonar la cuestión—. El caso es que una alegría al cuerpo no le hace daño a nadie, si dices que no estuvo mal la primera vez…
—Es más complicado que eso. —dije sin querer entrar en detalles.
—Déjala, si no le apetece, pues no le apetece —exclamó Cris poniéndose de mi lado—. Aunque eso sí, pobre Carlos.
—¿Pobre por qué? —repliqué indignada. Tuvimos una noche juntos, era más de lo que estaba previsto que fuéramos a tener alguna vez, así que tendría que haberse sentido afortunado.
—Porque has despertado a la bestia —afirmó Abril con seguridad—. Los hombres son muy modositos, hasta que fo… —Se interrumpió al ver que Susi no se perdía detalle—. …lo hacen por primera vez. Luego su único objetivo es repetir cuantas veces puedan.
—Y tú has abierto esa puerta. —añadió Cris con tal seriedad que por un segundo casi comienzo a tomarlas en serio.
—Bueno, pues para eso tiene manos, ¿no? —contesté siguiendo la coña.
—Hablando en serio, Carlos es un chico sensible —opinó Cris—. Si se te declaró de esa manera, es posible que le gustes por algo más que… por lo que tú ya sabes.
—Pues peor aún… —murmuré volviendo a las habichuelas.
Cuando le rechacé no me pareció que lo tomara a mal, pero lo cierto fue que comenzó a tener una conducta cada vez más extraña y obsesiva a partir de entonces. Más de una noche le escuché despertarse en mitad de una pesadilla, cosa bastante común entre nosotros, que habíamos pasado por mucho… pero en su caso tenía la intuición de que se debía al trauma que sufrió cuando aquel grupo le secuestró y le dio una paliza. De algún modo, el recuerdo de aquello había comenzado a atormentarle, y eso empezaba a notarse en la dinámica del grupo.
Sergio seguía siendo de facto quien nos dirigía, pero la relación que mantenía con Abril estaba en su mejor momento, y eso le distraía de la toma de decisiones, así que, también de facto, el liderazgo lo había asumido Carlos. Él era quien proponía destinos, el camino a seguir y el tiempo que permaneceríamos allí, y Sergio se limitaba a asentir y tirar de nosotros… y todo eso estaba suponiendo una auténtica tortura para mí.
Habíamos pasado de buscar un lugar seguro a no buscarlo en absoluto. Carlos estaba convencido de que quedarse en un lugar fijo e intentar hacerlo habitable y duradero sólo era una llamada para los zombis y para la gente hostil que había dispersa por todas partes… argumento que, después de lo vivido, nadie podía discutirle. Por culpa de esa convicción, llevábamos dos meses dando vueltas de un sitio a otro, evitando las carreteras grandes, moviéndonos por caminos secundarios, la mayor parte de las veces a pie, y deteniéndonos sólo en lugares aislados, como la estación de ferrocarriles de Calasparra donde nos encontrábamos en ese momento.
Pero nunca permanecíamos en un lugar así, por seguro que pareciera, más de dos noches. Al segundo día siempre comenzaba a dar vueltas por todas partes, buscando fallos de seguridad y discutiendo sobre la conveniencia de seguir moviéndonos, y al final terminábamos marchándonos y comenzando de nuevo el ciclo.
Esa dinámica era mortal para mí. Dada mi condición de invidente, andar caminando de un lado a otro, con mi hermano pequeño haciendo de lazarillo, era todo un engorro. Pero más aún lo era el tiempo que pasábamos encerrados en la casa, almacén o, como esa vez, estación de tren de turno. No podía participar en prácticamente ninguna actividad, sólo podía sentarme en el suelo o en una silla y dejar pasar las horas… nunca pensé que sentiría envidia al escucharles hablar sobre los problemas que tuvieron la última vez que salieron a por comida, o limpiando de zombis la zona donde íbamos a quedarnos. Sabía que todo aquello no era cosa de broma, pero no podía evitar pensar que ellos al menos estaban colaborando.
—En fin, tú sabrás —se rindió Abril por fin—. ¿No están tardando demasiado?
—Ya vienen. —anuncié al escuchar unos pasos acercándose hacia la puerta de la estación. El caminar lento y pesado de Sergio contrastaban con la rapidez y ligereza de Dani.
Confirmando que tenía razón, se escuchó el sonido de la puerta abriéndose. Los pasos más ligeros se dirigieron rápidamente hacia mí.
—¿Todo bien ahí fuera? —le pregunté a mi hermano cuando le sentí sentándose a mi lado. Busqué sus hombros con la mano para pasar un brazo alrededor de su cuello.
—Sí, aunque hace un poco de frío fuera. —rezongó apoyando la cabeza en mi costado.
—Ojalá hiciera más —protestó Sergio sentándose junto a Abril—. Así podríamos encender un fuego y no estar aquí a oscuras. Pero creo que hasta el invierno que viene nos podemos ir olvidando de eso… ¿dónde está Carlos?
—Pensábamos que estaba ahí fuera —contestó Cris—. ¿No le habéis visto al salir?
—Pues no —admitió él—. Estará montando guardia, supongo.
—Como si hiciera otra cosa… —dejó caer Abril.
—Bueno, alguien tiene que hacerlo, ¿no? —repuso Sergio, que no entendía cuál era la objeción de su novia.
—Yo sólo digo que ésta es la segunda noche que pasamos aquí, cariño —le hizo ver ella—. Mañana empezará con el “deberíamos movernos”, “no deberíamos permanecer tanto tiempo en este sitio” y todo ese rollo… y ya sabes lo que pasa luego.
—Ya… —murmuró el soldado al darse cuenta del problema—. Sé que dar vueltas por ahí es un coñazo, no hace falta que me lo recuerdes, pero tampoco podemos quedarnos aquí, varados en mitad de ninguna parte.
—Mañana nos iremos, y después de cuatro días acampando en mitad del campo volveremos a quedarnos varados en mitad de ninguna parte —se unió Cris a la protesta al ver la oportunidad—. Es lo que hacemos siempre, ir de un lado a otro sin ningún objetivo.
—Sé de sobra que es duro, pero… —fue a objetar Sergio, pero Cris no le dejó terminar la frase.
—¡Hay dos niños entre nosotros! Cada vez que acampamos fuera, Susi acaba resfriada —insistió—. No podemos seguir de esta manera.
—¡Agua! —les avisé al escuchar otros pasos acercándose a la entrada de la estación—. Ya viene.
Todos se quedaron en completo silencio cuando Carlos abrió la puerta, entró y se acercó al grupo lentamente. Por un momento creí que nos había escuchado hablar, y que sus lentos pasos se debían a que al tiempo que caminaba nos lanzaba miradas acusadoras, pero enseguida me di cuenta de que era más probable que estuviera buscándole nuevas pegas a nuestro refugio.
—¿Has cenado? —le preguntó Sergio solícito.
—Eh… sí —contestó después de tener que hacer memoria para acordarse… Abril tenía razón, ya le había entrado la paranoia—. ¿Quién va a hacer guardia esta noche? Yo puedo hacer la primera, no tengo mucho sueño.
—Pues yo haré la segunda entonces. —se ofreció Sergio, que comenzó a rebuscar algo en la bolsa de provisiones, a juzgar por el sonido de latas chocando entre ellas que escuché. Probablemente su propia cena.
—Y creo que mañana por la mañana deberíamos irnos. —añadió Carlos, para sorpresa de nadie.
La idea fue acogida por un silencio similar al que se produjo cuando entró a la estación. Dani se revolvió incómodo a mi lado, él tampoco disfrutaba demasiado de su papel de lazarillo en nuestros viajes, y Abril carraspeó con la garganta, como dando a entender que ella ya sabía que eso iba a pasar.
—No sé si es demasiado pronto —se aventuró Cris—. Vale que no hay mucha comida por aquí, pero aún nos queda para aguantar por lo menos tres días más. Además, los zombis no han dado problemas desde ayer.
—Aun así, no deberíamos permanecer tanto tiempo en un sitio —se empecinó él—. Según el mapa, Calasparra está muy cerca de aquí, y ese lugar tiene que estar invadido.
—No está tan cerca —objetó Abril—. Y no les hemos dado ningún motivo para que se acerquen…
—¡No necesitan ningún motivo! —exclamó él comenzando a perder los nervios—. ¿Es que ya no os acordáis? Esos bichos son como tiburones, nos huelen a kilómetros y siempre acaban viniendo. ¡Siempre! Mira lo que pasó en la zona segura, en la casa de Llano de Brujas, en la Azohía…
—Bueno, tampoco saquemos las cosas de quicio —medió Sergio—. Yo estoy con Carlos, tenemos comida, sí, pero las casas que hemos encontrado por aquí están saqueadas y este lugar no es especialmente cómodo tampoco.
—Vete a saber quién habrá saqueado las casas, podrían estar todavía por los alrededores… —se temió Carlos con su alarmismo habitual.
—Que sí, que lo hemos entendido. —le cortó el soldado.
Me gustaría haber objetado algo pero, ¿qué podía decir que les convenciera para permanecer allí? Además, probablemente tenían razón… Carlos podía estar pecando de exceso de celo, pero pecar de falta de celo podía salirnos incluso más caro.
—Pues nada, nos vamos mañana —anunció Abril con fastidio—. Será mejor que durmamos bien esta noche.
Siguiendo su consejo, en cuanto terminé de cenar no tardé en dirigirme a mi saco para intentar descansar un poco, aunque la perspectiva de regresar el día siguiente a las caminatas sin fin en dirección a ninguna parte no me hacía ninguna gracia. Añoraba el motel de carretera donde paramos tres semanas antes, allí teníamos hasta camas de verdad… pero sólo nos quedamos una noche porque argumentaron que un lugar así era demasiado atractivo para cualquiera que pasara por allí. También echaba de menos el chalet donde pasamos casi una semana a mitad de Marzo, cuando Dani pilló un gripazo de aúpa, aunque pasáramos un poco de hambre. Habría echado mucho más de menos la casa que compartí con mi hermano y Cris en la Azohía si no fuera porque desde aquello parecía como si hubieran pasado años.
Unos minutos más tarde, todavía temiendo la llegada del día siguiente, comencé a escuchar la pausada respiración de Dani a mi lado, a la que pronto se unió la de todos los demás… todos menos Carlos, que estaba fuera vigilando, y Sergio y Abril, que cuchicheaban metidos en su saco, pensando que nadie podía escucharles. Probablemente fuera cierto, pero yo tenía el oído muy entrenado, por la cuenta que me traía, y con aquellos casi imperceptibles susurros era perfectamente capaz hasta de saber dónde habían colocado el saco de dormir.
No me importaba escucharles, aquél era uno de los sonidos habituales de la noche a los que ya me había acostumbrado, igual que el de los grillos, que en cuanto comenzó a hace calor regresaron tras un invierno de silencio, sin saber que el mundo que les esperaba era muy distinto al que dejaron. Como Sergio le había llevado la contraria a Abril con lo de marcharnos, no esperaba que los cuchicheos se transformaran en otros ruiditos más íntimos, como había ocurrido más de una noche, de modo que los ignoré y me concentré en intentar dormir.

Apenas pasaba una hora del amanecer cuando comenzamos a recogerlo todo. Los días se hacían más largos con el paso de las semanas, y pronto el afán por aprovechar las horas de luz se fue relajando. Afortunadamente, en aquellos momentos íbamos mejor equipados de lo que habíamos estado nunca. El mes anterior decidimos arriesgarnos a entrar en las afuera de Lorca y encontramos una tienda donde vendían toda clase de material de acampada, el cual nos venía de anillo al dedo para el estilo de vida que estábamos llevando. Gracias a esa tienda, y a un par más de ropa y calzado, todos teníamos unas botas resistentes, sacos de dormir, linternas, que en mi caso de poco servían, ropa de recambio, material de aseo, una cantimplora y una mochila donde guardarlo todo.
La impunidad con la que aquellas tiendas fueron saqueadas trajo consigo un curioso efecto, quizá un tanto infantil, o al menos a mí me lo parecía… y es que, cuando la situación era propicia, comenzamos también a saquear cosas que no eran indispensables para la supervivencia. Privada del sentido de la vista, aquello no tenía mucho interés para mí, pero después de aventurarse juntos en una joyería, Sergio lucía orgulloso en su muñeca un reloj de oro de dos mil euros y Abril una gargantilla de platino valorada en más del doble. Y no fueron los únicos, sabía que la bandolera donde Cris guardaba los artículos de primera necesidad de Susi era de marca, y hasta Dani no dejaba de dar el coñazo con los pasos que habíamos andado cada día con un podómetro que sacó de no sabía dónde.
Pero lejos de las excentricidades, la mayor parte de nuestras posesiones estaban orientadas a la supervivencia. Llevábamos en común un pequeño set de cocina, un hornillo para calentar, un botiquín de primeros auxilios e incluso una cuerda, por si las moscas. En resumen, que íbamos perfectamente preparados para cualquier problema mundano.
Las armas eran otro cantar. Gracias a la tienda, todos, salvo Susi, teníamos al menos un cuchillo. Dani, Abril y Carlos tenían además una pistola cada uno, y todavía nos sobraba otra que le cogimos a un zombi después de matarlo. Sergio seguía con su fusil del ejército, al que cada vez le quedaban menos balas, y Cris con su rifle de caza. Por supuesto, Carlos se negó a deshacerse de su piolet, al que había cogido mucho cariño, pero se había hecho con un machete para desbrozar que, por lo visto, tenía muy buenos resultados al utilizarlo contra los zombis.
Con todo el equipo recogido, abandonamos la estación de trenes y nos hicimos una vez más, no con muchas ganas, al camino. Llegamos a ella siguiendo las vías del tren, pero nos marchamos caminando sobre el bendito asfalto de carretera, que me permitía caminar sin miedo de tropezarme con nada y sin depender tanto de la orientación de Dani.
—He hablado con Carlos y esta vez no nos vamos muy lejos —me aseguró Sergio, acercándose a mi lado tras unos minutos de camino—. Vamos a bajar al río, que no está ni a tres kilómetros de aquí siguiendo la carretera. Aprovecharemos para lavarnos y hervir agua para rellenar las cantimploras, y luego le convenceré para buscar refugio por allí… pero vamos a estar cerca de Calasparra, así que precaución, puede haber zombis.
—De acuerdo. —asentí aliviada, reconfortaba saber que no nos esperaba una caminata insufrible una vez más.
“Volvemos al Segura” pensé acordándome del río que tan presente había estado en nuestras vidas cuando seguíamos en los alrededores de Murcia. En dos meses no habíamos vuelto a cruzárnoslo, y esperaba que aquello no fuera un mal presagio.
—Ahí viene un turista perdido. —anunció el soldado.
Sabía perfectamente que se refería a un zombi, y lo confirmé cuando noté que la mano de Dani apretaba la mía más fuerte que de costumbre. Como no querían malgastar balas, normalmente solían esperar a que el muerto viviente estuviera lo bastante cerca como para poder deshacerse de él de una cuchillada, así que no fue hasta que escuché el sonido de unos pies arrastrándose por la calzada, seguido de balbuceos y gemidos, cuando sentí otros pasos acercándose a ellos.
—Lo tengo. —exclamó la voz de Carlos. El roce del metal con el cuero me indicó que estaba desenvainando su machete.
Varios gemidos, el sonido de un filo cortando carne y rompiendo hueso, y un peso muerto cayendo al suelo, fueron prueba suficiente para mí de que el camino estaba despejado de nuevo. Los que no habíamos participado en su muerte ni siquiera nos detuvimos… aquella era una escena tan habitual para todos que ya no nos causaba ninguna impresión. Estábamos acostumbrados a los muertos vivientes.
—Fijaos qué limpio baja el río. —comentó Cris cuando cruzamos el puente que pasaba sobre él. Aunque desconocía cuál era el estado del Segura a esas alturas, me imaginé que, tras casi medio año sin vertidos humanos, la calidad del agua habría mejorado considerablemente.
—Aun así, habrá que hervirla y potabilizarla —nos advirtió Sergio—. Y no me gustan nada las nubes que se acercan por allí.
—¿Son muy negras? —pregunté preocupada. Ya habíamos sufrido una tormenta primaveral estando a la intemperie y no me gustaba la idea de sufrir una segunda. Mucho menos si nos encontrábamos cerca de un río… era la época en la que se desbordaban causando estragos.
Sin mantenimiento humano, las casas anegadas, carreteras cortadas y puentes derruidos que solía dejar la estación primaveral permanecerían así para siempre. Ya lo comprobamos unos días atrás, al ver un desprendimiento de tierra que se había tragado dos casas de un pueblecito cercano al que entramos para buscar provisiones.
—Pues bastante —observó el soldado con gravedad—. A lo mejor pasan de largo, pero me da la impresión de que esta noche habrá tormenta.
—Entonces mejor que hagamos lo del agua cuanto antes y busquemos un refugio —sugirió Cris—. O eso, o volvemos a la estación.
—Ese edificio viejo se nos podría caer encima con una tormenta —objetó Carlos—. Además, no deberíamos pasar allí más tiempo, buscaremos algo por aquí.
Con la decisión tomada, terminamos de cruzar el puente y bajamos al río ya en el otro lado. Según me explicó Dani, un pequeño camino de tierra discurría en paralelo a él y terminaba uniéndose a la carretera de nuevo, mientras que la orilla del río estaba cubierta por hierba alta.
Aunque los días cada vez eran más cálidos, por aquella zona todavía refrescaba por la noche, y a la mañana le costaba entrar en calor. Aun así, a mediodía la rebeca sobraba, y lo que se imponía era la manga corta. A pesar de eso, cuando introduje la cabeza dentro del agua la sentí helada, aunque no me molestó si gracias a eso podía lavarme un poco el pelo.
Pese a que tratábamos de mantener un mínimo de higiene personal, los días de la ducha caliente diaria habían quedado atrás, y las oportunidades de lavarse en condiciones eran escasas. Debido a aquello, nadie se libraba de ellas cuando tocaba.
—¡Está muy fría! —protestó Susi a medio metro de mí. Cris la estaba obligando a lavarse la cabeza también y a la cría no le gustaba.
—Y tú muy sucia. Venga renacuaja, no protestes más, verás que a gustito cuando estés limpia del todo. —le prometió ella, luchando por que le hiciera caso.
Aunque a la chiquilla le había costado hacerse a la idea de que su madre no iba a volver y de que ahora era Cris quien cuidaba de ella, últimamente las dos parecían madre e hija de verdad... lo cual les hacía mucho bien a ambas. Encerrados en la misma casa durante una semana, habíamos sido Carlos y yo quienes tratamos de explicarle a Susi que Laura había muerto, suceso que todavía me reconcomía por dentro, pero fui sobre todo yo quien se pasó casi toda la semana consolándola, tratando de que no pensara en ella y que se distrajera con otras cosas, asunto nada sencillo cuando estás encerrada durante días en la misma casa por culpa de los zombis. Me alegraba notarla mucho más contenta, y también ver a Cris tan recuperada de sus traumas pasados. Estar pendiente de una niña de cuatro años le quitaba toda la energía que, de otro modo, habría invertido en pensar lo que esos desgraciados le hicieron…
—Dani, tú tampoco te libras —advertí a mi hermano apartándome el pelo mojado de la cara—. No vas a ser el más guarro del grupo… que te van a acabar saliendo pulgas.
—Que sí, vale. —respondió él con resignación. En cierto modo, yo también estaba siendo la improvisada madre de alguien, aunque si había que valorar quién cuidaba de quién probablemente saliera perdiendo. Seguía dependiendo de mi hermano para cualquier cosa que necesita del sentido de la vista.
—Hay mucha hierba seca por aquí —observó Carlos, que daba vueltas de acá para allá montando guardia mientras los demás nos acicalábamos—. Podemos hervir el agua sin gastar el camping gas, pero deberíamos movernos a aquellos árboles de allí, para estar más resguardados y que no se vea el humo.
—No creo que haga falta eso —le contradijo Cris, que en esos momentos frotaba la cabeza de Susi con una toalla, consiguiendo todavía más protestas de la niña—. La hierba seca apenas humea, y desde aquí tenemos vigilado todo a nuestro alrededor, si apareciera un zombi le veríamos desde un kilómetro de distancia.
—Al pie del camino estamos muy expuestos —insistió él—. No sabemos lo que puede haber por aquí, deberíamos escondernos un poco.
—Estamos a tres kilómetros de la estación —replicó Cris, sin dar su brazo a torcer—. En tres días sólo hemos visto tres zombis en esta carretera, sabemos de sobra que este lugar está relativamente limpio. Si acude alguno será un solitario, y podemos hacernos cargo de él sin mayores problemas… ahora, ¿por qué no te llevas a Dani y os dais una vuelta?
—¿Una vuelta? ¿Para qué? —contestó Carlos confundido.
—Para… ya sabes. —murmuró ella. Lavarse la cabeza era una cosa, pero había otras partes del cuerpo que limpiar, partes que tampoco estaban para enseñarlas en público.
—¡Ah! —exclamó cayendo en la cuenta—. Vale… venga Dani, vámonos a buscar leña. ¿Dónde están Sergio y Abril?
—Fueron hacia los árboles —respondió Cris—. Esos dos no tienen este problema.
—Vete con él —le pedí a mi hermano—. Será sólo un momento.
En cuanto perdí sus pasos en la distancia me atreví a quitarme la camiseta y comencé a frotar una pastilla de jabón con la que lavarme el cuerpo. Cris no tardó en imitarme.
—Oye, estos dos utilizarán protección, ¿no? —le pregunté intrigada.
—¿Abril y Sergio? Pues supongo que sí —opinó ella—. En la última farmacia a la que entramos le vi cogiendo varias cajas de gomitas, aunque al ritmo que van igual se las han fundido ya.
—¡Ah! ¿Sí? —exclamé sorprendida. No tenía constancia de que la actividad sexual de la parejita fuera tan desenfrenada, además de alguna noche que otra entre los sacos, no les había escuchado hacer nada más… aunque me imaginaba que en los refugios donde contábamos con habitaciones separadas algo habría pasado.
—Mira, si que nos coman o no los zombis dependiera de las guardias y vigilancias que hacen esos dos juntos, ya nos habrían comido —me aseguró—. Supongo que, a falta de otras diversiones, esa está bien, pero se pueden acabar llevando un susto… yo no sé cómo se arriesgan tanto, en su situación no podría estar tan tranquila, ni con gomitas por medio. Son buenos tiempos para ser lesbiana, ¿no?
Preferí no decir nada porque, dada su situación real, dudaba que con gomitas o sin gomitas estuviera para esos menesteres. Había cosas que no eran fáciles de superar y que sólo el tiempo terminaba curando, una violación era una de ellas.
—¿Qué es “lesbiana”? —quiso saber Susi, que jugaba a arrancar hierbajos y mancharse de tierra otra vez después de acabar de lavarse.
—Nada cariño, nada —le respondió Cris—. Las nubes están cada vez más cerca y más negras, creo que de la tormenta no nos salva nadie. Espero que nos dé tiempo a hervir el agua.
—Qué pérdida de tiempo —opiné—. Si llueve mejor dejar las cantimploras fuera y que se llenen solas, ¿no?
—Pues también es verdad —admitió—. Por cierto, aún no hemos hablado de lo de Carlos y tú.
—¿Cómo que no? ¿Y lo de anoche? —le recordé.
—Ayer nos lo contaste a Abril y a mí, pero no hemos hablado de ello en serio. —matizó.
—¿Qué quieres? ¿Detalles morbosos? No me va mucho ese rollo, la verdad. —confesé. Aquel tema había quedado zanjado entre él y yo y no me apetecía reabrirlo… todavía no sabía del todo por qué se lo había terminado contando a ellas.
—Bueno, me gustaría saber por qué he tardado dos meses en saberlo —replicó levemente ofendida—. Creía que éramos amigas.
—No sé, fue algo que pasó y que ya quedó zanjado —me excusé—. No quería hablar de ello.
—Ya veo —contesto con un tono sospechoso—. Lo que no querías era hablarlo conmigo por lo que ya sabemos, ¿verdad?
En parte probablemente fuera así. Lo cierto era que se me hacía incómodo hablar de esos temas con ella, después de lo que le había pasado. Además, los primeros días después de huir de la Azohía todavía estábamos muy afectados por lo que ocurrió allí como para hablar de banalidades, y después simplemente no me pareció oportuno volver a sacar el asunto a la luz.
—No fue nada distinto a lo que dije ayer. La casa llevaba rodeada de zombis una semana, no teníamos comida ni agua y pensábamos que no íbamos a salir con vida de allí… así que pasó lo que pasó. —volví a contarle.
—Y luego se te declaró y le rechazaste —terminó ella por mí—. No me parece ni bien ni mal que lo hicieras, entiéndeme, pero aún no me has dicho por qué, ayer sólo diste excusas para no tener que contestar.
Tenía que reconocer que la proposición de Carlos me pilló un poco desprevenida, y desde luego nunca había pensado en él como en mi pareja. Pero, pese a todo, fue una oferta que, en otras circunstancias, podría haber valorado… sin embargo, era acordarme de Rubén y sentía la necesidad de apartar a otra buena persona de mi nefasta influencia. Además, Carlos tenía otras complicaciones, y fueron esas las que preferí contarle a Cris, porque no me apetecía tener que explicarle el pasado del que tanta vergüenza sentía.
—Cuando me contó lo que había pasado mientras estaba retenido por esa gente, me di cuenta de la clase de persona que es —le expliqué—. Ahora está medio paranoico, pero no es por su vida por lo que teme, sino por la de todos, ¿entiendes? Si le hubiera dicho que sí, lo habría tenido sobre mí como un perro protector… ¿Sabes cómo me hace sentir eso? Como una inútil, como una inútil que depende de su hermano de diez años para funcionar en casi todos los sentidos. Te juro que lo último que quiero es complicarle la vida a alguien sólo para acabar sintiéndome yo aún peor.
—Eso puedo entenderlo —afirmó ella mostrándose comprensiva—. Pero, si quieres mi opinión, deberías dejarte querer un poco más. Tú no eres la carga de nadie, los que nos preocupamos por ti lo hacemos porque te queremos, no por tu capacidad para matar zombis.
Ya había demostrado en el pasado ser una persona horrible para la gente que me quería, Rubén era el ejemplo de que podía llegar a ser una auténtica zorra con mis seres queridos, y por más que dijera Cris, no iba a convencerme de que no habría sido un lastre para Carlos, igual que ya lo era para Dani, quien me daba un cariño y una atención que no merecía por cómo me había portado con él antes de quedarme ciega.

4 comentarios:

  1. Y para cuando sale a la venta?

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    1. Me gustaría tenerlo terminado para mitad de mes, más o menos.

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  2. Me matas jajaja ahora me has dejado el mono al 100% :)

    Esperando que salga a la venta.
    Un saludo.

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