SANDRA
La moto de Josema
era mucho más potente y bonita que la de mi novio, ¡donde iba a parar! Cuando apareció
en el portal de casa con ella flipé. Aquella era la moto de un hombre de
verdad, no la scooter de un niñato, con la que Rubén me llevaba al instituto
cada día para que no tuviera que coger el maldito autobús.
Sabía que no
estaba bien, ni siquiera para mí, engañar a mi novio por una buena moto… y
menos con uno de sus amigos. Pero últimamente Rubén se estaba volviendo
demasiado moñas, y la verdad es que pasaba de ese rollo de “novia formal” en el
que quería meterme. Yo lo único que quería era que saliéramos por ahí,
divertirnos y acostarnos de vez en cuando mientras pudiera hacerlo, es decir,
hasta que terminara el trimestre, mis padres vieran las notas y me cayera otra
bronca y otro castigo que me las vería y me las desearía para burlar. Estaba
deseando cumplir los dieciocho para no tener que darles tantas explicaciones de
mi vida.
Además, tampoco
era como si Rubén me hubiera sido fiel del todo. Maya me aseguró que le tiró
los trastos una tarde que se encontraron en la biblioteca del instituto, y todavía
se intercambiaba mensajitos por móvil con su ex novia de vez en cuando, aunque
él se justificaba diciendo que sólo eran amigos… ¡por favor! ¿Qué clase de
persona seguía siendo amiga de sus ex? Yo no había vuelto a saber nada de Javi,
ni de Juan, y mucho menos de Jairo. Las tres “jotas”, como me gustaba
llamarles.
—¿No quieres
ponerte el casco? —me ofreció Josema cuando paramos en un semáforo. El imbécil
que conducía el coche que paró a nuestro lado, un viejo verde salido, se quedó
mirándome las piernas como un pervertido. Tuve que enseñarle el dedo corazón
para que volviera la vista al frente—. Que si quieres ponerte el casco, digo.
—No, que me
despeino —le respondí asegurándome de que el viento no había conseguido aquello
ya—. ¡Métele caña a esto, que vamos tarde!
No íbamos tarde,
habíamos quedado en la puerta de la discoteca hacía sólo diez minutos, pero
conociendo al resto del grupo eso era pronto. Lo que de verdad quería era ver
lo rápida que podía ser su moto, cosa que no tardé en comprobar cuando el
semáforo se puso en verde.
—¿Qué? ¿Tira o no
tira la burra? —preguntó con un deje orgulloso cuando por fin llegamos al
aparcamiento.
—Tira, tira— admití
bajándome de ella—. ¡Ah mira! Ahí están los demás.
Mis amigas Maya,
Adriana y Virginia nos esperaban ya en la puerta. Adriana venía sin Xavi, así
que deduje que debían haber tenido otra de sus broncas.
—No conocéis a
Josema, ¿verdad? —les presenté cuando llegamos a la puerta.
—Pues no. —respondió
Adriana, adelantándose para ser la primera en darle dos besos.
No pude evitar
regodearme en la envidia que percibí en las miradas de las tres. No sólo tenía
una moto más grande, sino que Josema estaba mucho más bueno que Rubén… y por
supuesto que Xavi o que Guille, el ex novio de Virginia.
—¿Estáis seguras
de que nos dejarán pasar aunque seamos menores? —preguntó Maya nerviosa una vez
hechas las presentaciones.
—Que sí, no te
preocupes —le aseguró Adriana—. Ya te he dicho que conozco al de la entrada, no
nos van a pedir el DNI ni nada y encima nos cuela gratis.
—¡De puta madre,
tía! —exclamó Virginia ilusionada.
Tenía motivos para
estarlo. Esa noche se celebraba una fiesta universitaria y el local estaría
hasta los topes de tíos buenos borrachos que acababan de terminar sus exámenes
y tenían ganas de celebrarlo, su coto de caza favorito.
Tal y como nos
prometió Adriana, pudimos entrar sin que nos pidieran la documentación, y en
cuanto estuvimos dentro, ensordecidas por la música a todo volumen y cegadas
por las luces parpadeantes, nos acercamos a la barra a por la primera bebida de
la noche. No llevaba mucho dinero encima porque mis padres me habían dejado sin
paga, pero confiaba en que Josema se estirara y me invitara a algo.
No me vi
decepcionada en cuanto a su generosidad, y con el primer cubata en la mano, brindamos
todos por la noche tan prometedora que nos esperaba.
—Voy a saludar a
un amigo, ahora vengo. —dijo Josema después del brindis. En su ausencia, las
petardas de mis amigas aprovecharon para abordarme.
¡Pero tía! —exclamó
escandalizada, pero divertida, Virginia—. ¿Y Rubén?
—En su casa,
supongo —le aclaré muy satisfecha de mí misma—. Le dije que hoy no salía, que
me iba a quedar estudiando porque mis padres estaban un poco moscas conmigo, y
el muy memo se lo ha creído.
—Tía, que fuerte. —sentenció
Adriana antes de dar otro trago al cubata.
—Superfuerte —remató
Maya—. ¿Y qué vas a hacer si se entera? Que Josema es su amigo.
—¿Y por qué iba a
enterarse? —le espeté—. No os vayáis a ir de la lengua que os conozco. ¡Que
somos amigas, joder!
—No, si yo no digo
nada... —rarfulló Maya apartando la mirada.
No me gustó nada
que no fuera capaz de mantenérmela. Conocía a Maya desde que éramos dos crías,
era mi mejor amiga y sabía que sólo apartaba la mirada cuando se ponía nerviosa…
cosa que le pasaba muy a menudo. ¿Y si después de todo había sido ella la que
le había tirado los trastos a Rubén y no al revés? Si Rubén la rechazó, luego
podría haber dicho que fue cosa suya para que me cabrease con él y acabáramos
cortando. Maya podía parecer tímida, pero la conocía lo suficiente como para
saber que de mosquita muerta no tenía ni un pelo.
No obstante, me
olvidé de mis sospechas cuando Josema regresó con nosotras.
—Mira lo que me ha
dado mi amigo. —anunció poniendo en mi mano una diminuta pastilla de color
beige con una carita sonriente grabada a ambos lados.
—¿Esto es…? —pregunté
asombrada.
—Una pirula —asintió
mostrándome discretamente otra antes de metérsela en la boca—. Aquí las toman
todos para aguantar el tiempo que haga falta. Ya verás que flipe el subidón que
pegan las muy cabronas.
Titubeante, miré a
mi alrededor tratando de ver a alguien más tomándolas, pero entre la
iluminación y la discreción que esas cosas conllevan no lo logré. Sin embargo al
final cedí, quería causarle una buena impresión a Josema y no lo iba a
conseguir con remilgos, así que yo también me puse la pastilla en la boca y la
bajé con un trago del cubata.
El mundo no tardó
en cambiar por completo. Las luces eran tan intensas que me cegaban, la música
calaba tan dentro de mí que no podía hacer otra cosa que no fuera bailarla, los
cubatas estaban mucho más ricos y la sensación de euforia que todo eso me
supuso fue diez veces mayor que la de una borrachera común. Mientras duró el
efecto de aquella mágica pastilla, me sentí más viva que nunca, y para
celebrarlo, acabé pegándome el lote con Josema en una esquina de la discoteca
casi sin darme cuenta.
Ya estábamos
comenzando a meternos mano de forma incluso escandalosa cuando alguien comenzó
a darme golpecitos en el hombro con insistencia.
—¿Qué pasa? —gruñí
girándome enfadada por la interrupción.
Maya, con los ojos
como platos y muy seria, me señaló la entrada a la discoteca. Allí estaba
Rubén, mirándome muy indignado. En cuanto se percató de que le había visto se
dio la vuelta y salió corriendo a la calle.
—¿Le has llamado
tú? —le pregunté acusadoramente a mi amiga. No me habría extrañado nada que la
muy zorra hubiera aprovechado la ocasión para jugármela.
—¿Yo? —respondió
como si mis palabras la ofendieran en lo más profundo—. ¿Pero cómo voy a
haberle llamado yo?
“Zorra” pensé
antes de dejar a Josema y salir corriendo a buscar a Rubén.
Todavía iba un
poco colocada, así que me costó abrirme paso entre la gente y llegar al
exterior. Cuando por fin lo logré, me lo encontré subido en su scooter e
intentando arrancarla… en contraste con la moto de Josema parecía una de
juguete.
—¡Rubén espera! —le
llamé antes de que se fuera. Al parecer a la moto le estaba costando arrancar,
así que logré alcanzarle a tiempo—. ¡Espera! ¡Por favor!
—¿Por qué? —me
preguntó dolido—. Ya he visto todo lo que tenía que ver aquí, te he visto con
Josema, así que me piro, tía.
—¡Espera! —insistí—.
¡Vamos a hablarlo, joder!
En realidad no me
sentía en condiciones de hablar nada con seriedad, bastante tenía ya
manteniéndome en pie con los tacones y la borrachera, pero al verle tan
afectado por haberme pillado de marrón morreándome con su amigo me dio un poco
de penilla.
—¿Qué hay que
hablar? —estalló—. Creo que está todo muy claro, te lo estabas montando con ese
hijo de puta de Josema, ¿o acaso vas a negarlo? ¡Si os he visto!
—Escucha, todo
tiene una explicación —fue lo único que se me ocurrió decirle, aunque no sabía
qué explicación iba a ser esa—. ¿Podemos hablar un momento? Por favor…
—Déjame en paz,
Sandra —me pidió poniéndose el casco cuando la moto arrancó—. Déjame en paz.
—Por favor… —le
dije casi suplicando. Cortar con él no me importaba, no cuando podía tener a
Josema, pero me daba cosa dejar las cosas tan mal entre nosotros después de
tanto tiempo juntos.
Se detuvo a
pensárselo durante unos instantes, mirando al vacío con la moto en marcha, pero
sin decidirse a marcharse.
—Vamos a mi portal
y allí hablamos, ¿vale? —le propuse.
Hizo un brusco gesto
hacia abajo con la cabeza en señal de asentimiento, de modo que me subí de
paquete en la moto y esperé a que se pusiera en marcha. No esperaba volver a
casa tan pronto y en un vehículo tan poco digno, pero en el fondo era una
buenaza…
—Ponte el casco. —me
ofreció, quitándoselo él y tendiéndomelo.
—No hace falta. —le
aseguré.
—¡Que te lo
pongas, coño! —se empecinó, y yo, por no cabrearle más de lo que ya estaba, lo
cogí y me lo puse, aunque no me gustaba nada que me diera órdenes.
Inmediatamente nos
pusimos de camino a mi casa. A esas horas de la noche no había apenas coches
circulando por la carretera, y por suerte tampoco controles de la policía
porque, aunque él no había bebido nada, estaba conduciendo sin casco. Durante
la mayor parte del camino intenté pensar en las palabras que le diría cuando
llegáramos al portal. Sin duda tendría que disculparme con él, por más que me
jodiera hacerlo, e intentaría que quedáramos como amigos, como con su otra ex…
pero entonces él apartó una mano del manillar de la scooter para pasárselo por
la cara, y fue en ese momento cuando me di cuenta de que estaba llorando.
—¿Estás llorando? —le
pregunté algo preocupada. No me había esperado esa reacción tan poco varonil
para nada.
—¿Cómo has podido
hacerme esto? —replicó con un sollozo.
—Rubén… —le dije
al ver que la moto comenzaba a salirse del carril.
—¿Y por qué con
Josema? —continuó, muy alterado.
—¡Rubén! —exclamé
alarmada. La moto comenzó a hacer eses por el estado de nerviosismo de su
conductor, y las luces de un camión se acercaban por el carril contrario.
—¡Joder, era mi
mejor amigo…! ¡Ostias! —bramó perdiendo por completo el control de la moto.
Grité mientras él
intentaba virar, el claxon del camión tronó y sus luces cegaron mis pupilas,
dilatadas por las drogas. Ignoraba que esas luces antes del impacto serían lo
último que vería en vida.
Me quité un mechón
de pelo sucio de la cara antes de llevarme la primera cucharada de comida a la
boca. Por el tacto, podía notar que el bote que la contenía era de cristal,
pero Dani se había olvidado de decirme qué tenía dentro, así que se podía decir
que aquel día me tocaba cena sorpresa. Prefería averiguarlo por mí misma a
tener que preguntárselo a alguien… no quería parecer una inútil hasta ese
punto.
—Pues chica, no lo
entiendo. ¿Por qué no? —inquirió Abril al tiempo que yo daba el primer bocado a
mi cena. Resultaron ser habichuelas.
No sabía por qué
se lo había confesado. Quizá porque últimamente teníamos muy poco de qué
hablar, o quizá porque estaba agotada de la dinámica que llevábamos siguiendo,
pero, fuera como fuera, les acababa de contar a Cris y a Abril lo que ocurrió
entre Carlos y yo dos meses atrás, cuando todavía estábamos en la Azohía.
Después de no
morir aquel día, sabía que el hecho de que nos acostáramos traería cola, y el
instinto no me falló cuando, tan sólo una semana más tarde, Carlos se empeñó en
hablar conmigo en privado. Sabía lo que me quería decir, y también sabía cuál
iba a ser mi respuesta. Lo sentía por él, porque conociéndole sabía que habría
estado toda la semana dándole vueltas a cómo decirme aquello, pero tuve que
rechazarle.
Era lo mejor. Él
era una buena persona, de la clase de gente que recibe una paliza de muerte
para proteger a otra gente por la que no tendría por qué sentir ningún tipo de
lealtad, y yo había demostrado que como novia no valía una mierda.
—Pues porque no. —le
respondí a Abril pensando en el pobre Rubén. Tras el accidente quedó en coma, y
cuando los zombis aparecieron todavía continuaba así.
Después de aquella
fatídica noche, si no estaba ocupada compadeciéndome de mí misma y mi nueva
situación, me sentía terriblemente culpable por su suerte… aunque en aquellos
momentos quizá lo mejor para él había sido no tener que ver lo que había
ocurrido con el mundo.
—Está un poco
desquiciado —admitió Abril continuando con el tema—. Pero no sé, es mono. Si no
le querías como pareja al menos te habría servido de follamigo.
—¿Qué es
“follamigo”? —preguntó Susi con mucho interés.
—Haced el favor de
cuidar vuestro vocabulario delante de la niña, por favor. —nos riñó Cris.
Los chicos no
estaban allí. Dani había salido a mear con Sergio, el soldado decía que era más
seguro hacerlo en parejas, y sólo Dios sabía lo que estaría haciendo Carlos,
pero probablemente vigilando el perímetro, como solía hacer obsesivamente
cuando llevábamos más de dos días refugiados en un mismo lugar.
—Perdona— se
disculpó Abril, aunque sin abandonar la cuestión—. El caso es que una alegría
al cuerpo no le hace daño a nadie, si dices que no estuvo mal la primera vez…
—Es más complicado
que eso. —dije sin querer entrar en detalles.
—Déjala, si no le
apetece, pues no le apetece —exclamó Cris poniéndose de mi lado—. Aunque eso
sí, pobre Carlos.
—¿Pobre por qué? —repliqué
indignada. Tuvimos una noche juntos, era más de lo que estaba previsto que
fuéramos a tener alguna vez, así que tendría que haberse sentido afortunado.
—Porque has
despertado a la bestia —afirmó Abril con seguridad—. Los hombres son muy
modositos, hasta que fo… —Se interrumpió al ver que Susi no se perdía detalle—.
…lo hacen por primera vez. Luego su único objetivo es repetir cuantas veces
puedan.
—Y tú has abierto
esa puerta. —añadió Cris con tal seriedad que por un segundo casi comienzo a
tomarlas en serio.
—Bueno, pues para
eso tiene manos, ¿no? —contesté siguiendo la coña.
—Hablando en
serio, Carlos es un chico sensible —opinó Cris—. Si se te declaró de esa manera,
es posible que le gustes por algo más que… por lo que tú ya sabes.
—Pues peor aún… —murmuré
volviendo a las habichuelas.
Cuando le rechacé
no me pareció que lo tomara a mal, pero lo cierto fue que comenzó a tener una
conducta cada vez más extraña y obsesiva a partir de entonces. Más de una noche
le escuché despertarse en mitad de una pesadilla, cosa bastante común entre nosotros,
que habíamos pasado por mucho… pero en su caso tenía la intuición de que se
debía al trauma que sufrió cuando aquel grupo le secuestró y le dio una paliza.
De algún modo, el recuerdo de aquello había comenzado a atormentarle, y eso
empezaba a notarse en la dinámica del grupo.
Sergio seguía
siendo de facto quien nos dirigía, pero la relación que mantenía con Abril
estaba en su mejor momento, y eso le distraía de la toma de decisiones, así que,
también de facto, el liderazgo lo había asumido Carlos. Él era quien proponía
destinos, el camino a seguir y el tiempo que permaneceríamos allí, y Sergio se
limitaba a asentir y tirar de nosotros… y todo eso estaba suponiendo una auténtica
tortura para mí.
Habíamos pasado de
buscar un lugar seguro a no buscarlo en absoluto. Carlos estaba convencido de
que quedarse en un lugar fijo e intentar hacerlo habitable y duradero sólo era
una llamada para los zombis y para la gente hostil que había dispersa por todas
partes… argumento que, después de lo vivido, nadie podía discutirle. Por culpa
de esa convicción, llevábamos dos meses dando vueltas de un sitio a otro,
evitando las carreteras grandes, moviéndonos por caminos secundarios, la mayor
parte de las veces a pie, y deteniéndonos sólo en lugares aislados, como la
estación de ferrocarriles de Calasparra donde nos encontrábamos en ese momento.
Pero nunca
permanecíamos en un lugar así, por seguro que pareciera, más de dos noches. Al
segundo día siempre comenzaba a dar vueltas por todas partes, buscando fallos
de seguridad y discutiendo sobre la conveniencia de seguir moviéndonos, y al
final terminábamos marchándonos y comenzando de nuevo el ciclo.
Esa dinámica era
mortal para mí. Dada mi condición de invidente, andar caminando de un lado a
otro, con mi hermano pequeño haciendo de lazarillo, era todo un engorro. Pero
más aún lo era el tiempo que pasábamos encerrados en la casa, almacén o, como
esa vez, estación de tren de turno. No podía participar en prácticamente
ninguna actividad, sólo podía sentarme en el suelo o en una silla y dejar pasar
las horas… nunca pensé que sentiría envidia al escucharles hablar sobre los
problemas que tuvieron la última vez que salieron a por comida, o limpiando de
zombis la zona donde íbamos a quedarnos. Sabía que todo aquello no era cosa de
broma, pero no podía evitar pensar que ellos al menos estaban colaborando.
—En fin, tú sabrás
—se rindió Abril por fin—. ¿No están tardando demasiado?
—Ya vienen. —anuncié
al escuchar unos pasos acercándose hacia la puerta de la estación. El caminar
lento y pesado de Sergio contrastaban con la rapidez y ligereza de Dani.
Confirmando que
tenía razón, se escuchó el sonido de la puerta abriéndose. Los pasos más
ligeros se dirigieron rápidamente hacia mí.
—¿Todo bien ahí
fuera? —le pregunté a mi hermano cuando le sentí sentándose a mi lado. Busqué
sus hombros con la mano para pasar un brazo alrededor de su cuello.
—Sí, aunque hace
un poco de frío fuera. —rezongó apoyando la cabeza en mi costado.
—Ojalá hiciera más
—protestó Sergio sentándose junto a Abril—. Así podríamos encender un fuego y
no estar aquí a oscuras. Pero creo que hasta el invierno que viene nos podemos
ir olvidando de eso… ¿dónde está Carlos?
—Pensábamos que
estaba ahí fuera —contestó Cris—. ¿No le habéis visto al salir?
—Pues no —admitió
él—. Estará montando guardia, supongo.
—Como si hiciera
otra cosa… —dejó caer Abril.
—Bueno, alguien
tiene que hacerlo, ¿no? —repuso Sergio, que no entendía cuál era la objeción de
su novia.
—Yo sólo digo que ésta
es la segunda noche que pasamos aquí, cariño —le hizo ver ella—. Mañana
empezará con el “deberíamos movernos”, “no deberíamos permanecer tanto tiempo
en este sitio” y todo ese rollo… y ya sabes lo que pasa luego.
—Ya… —murmuró el
soldado al darse cuenta del problema—. Sé que dar vueltas por ahí es un coñazo,
no hace falta que me lo recuerdes, pero tampoco podemos quedarnos aquí, varados
en mitad de ninguna parte.
—Mañana nos iremos,
y después de cuatro días acampando en mitad del campo volveremos a quedarnos
varados en mitad de ninguna parte —se unió Cris a la protesta al ver la
oportunidad—. Es lo que hacemos siempre, ir de un lado a otro sin ningún
objetivo.
—Sé de sobra que
es duro, pero… —fue a objetar Sergio, pero Cris no le dejó terminar la frase.
—¡Hay dos niños
entre nosotros! Cada vez que acampamos fuera, Susi acaba resfriada —insistió—.
No podemos seguir de esta manera.
—¡Agua! —les avisé
al escuchar otros pasos acercándose a la entrada de la estación—. Ya viene.
Todos se quedaron
en completo silencio cuando Carlos abrió la puerta, entró y se acercó al grupo
lentamente. Por un momento creí que nos había escuchado hablar, y que sus
lentos pasos se debían a que al tiempo que caminaba nos lanzaba miradas
acusadoras, pero enseguida me di cuenta de que era más probable que estuviera
buscándole nuevas pegas a nuestro refugio.
—¿Has cenado? —le
preguntó Sergio solícito.
—Eh… sí —contestó
después de tener que hacer memoria para acordarse… Abril tenía razón, ya le
había entrado la paranoia—. ¿Quién va a hacer guardia esta noche? Yo puedo
hacer la primera, no tengo mucho sueño.
—Pues yo haré la
segunda entonces. —se ofreció Sergio, que comenzó a rebuscar algo en la bolsa
de provisiones, a juzgar por el sonido de latas chocando entre ellas que
escuché. Probablemente su propia cena.
—Y creo que mañana
por la mañana deberíamos irnos. —añadió Carlos, para sorpresa de nadie.
La idea fue
acogida por un silencio similar al que se produjo cuando entró a la estación.
Dani se revolvió incómodo a mi lado, él tampoco disfrutaba demasiado de su
papel de lazarillo en nuestros viajes, y Abril carraspeó con la garganta, como
dando a entender que ella ya sabía que eso iba a pasar.
—No sé si es
demasiado pronto —se aventuró Cris—. Vale que no hay mucha comida por aquí,
pero aún nos queda para aguantar por lo menos tres días más. Además, los zombis
no han dado problemas desde ayer.
—Aun así, no
deberíamos permanecer tanto tiempo en un sitio —se empecinó él—. Según el mapa,
Calasparra está muy cerca de aquí, y ese lugar tiene que estar invadido.
—No está tan cerca
—objetó Abril—. Y no les hemos dado ningún motivo para que se acerquen…
—¡No necesitan
ningún motivo! —exclamó él comenzando a perder los nervios—. ¿Es que ya no os
acordáis? Esos bichos son como tiburones, nos huelen a kilómetros y siempre
acaban viniendo. ¡Siempre! Mira lo que pasó en la zona segura, en la casa de
Llano de Brujas, en la Azohía…
—Bueno, tampoco
saquemos las cosas de quicio —medió Sergio—. Yo estoy con Carlos, tenemos
comida, sí, pero las casas que hemos encontrado por aquí están saqueadas y este
lugar no es especialmente cómodo tampoco.
—Vete a saber
quién habrá saqueado las casas, podrían estar todavía por los alrededores… —se
temió Carlos con su alarmismo habitual.
—Que sí, que lo
hemos entendido. —le cortó el soldado.
Me gustaría haber
objetado algo pero, ¿qué podía decir que les convenciera para permanecer allí?
Además, probablemente tenían razón… Carlos podía estar pecando de exceso de
celo, pero pecar de falta de celo podía salirnos incluso más caro.
—Pues nada, nos
vamos mañana —anunció Abril con fastidio—. Será mejor que durmamos bien esta
noche.
Siguiendo su
consejo, en cuanto terminé de cenar no tardé en dirigirme a mi saco para
intentar descansar un poco, aunque la perspectiva de regresar el día siguiente
a las caminatas sin fin en dirección a ninguna parte no me hacía ninguna
gracia. Añoraba el motel de carretera donde paramos tres semanas antes, allí
teníamos hasta camas de verdad… pero sólo nos quedamos una noche porque
argumentaron que un lugar así era demasiado atractivo para cualquiera que
pasara por allí. También echaba de menos el chalet donde pasamos casi una
semana a mitad de Marzo, cuando Dani pilló un gripazo de aúpa, aunque pasáramos
un poco de hambre. Habría echado mucho más de menos la casa que compartí con mi
hermano y Cris en la Azohía si no fuera porque desde aquello parecía como si
hubieran pasado años.
Unos minutos más
tarde, todavía temiendo la llegada del día siguiente, comencé a escuchar la
pausada respiración de Dani a mi lado, a la que pronto se unió la de todos los
demás… todos menos Carlos, que estaba fuera vigilando, y Sergio y Abril, que
cuchicheaban metidos en su saco, pensando que nadie podía escucharles.
Probablemente fuera cierto, pero yo tenía el oído muy entrenado, por la cuenta
que me traía, y con aquellos casi imperceptibles susurros era perfectamente
capaz hasta de saber dónde habían colocado el saco de dormir.
No me importaba
escucharles, aquél era uno de los sonidos habituales de la noche a los que ya
me había acostumbrado, igual que el de los grillos, que en cuanto comenzó a
hace calor regresaron tras un invierno de silencio, sin saber que el mundo que
les esperaba era muy distinto al que dejaron. Como Sergio le había llevado la
contraria a Abril con lo de marcharnos, no esperaba que los cuchicheos se
transformaran en otros ruiditos más íntimos, como había ocurrido más de una
noche, de modo que los ignoré y me concentré en intentar dormir.
Apenas pasaba una
hora del amanecer cuando comenzamos a recogerlo todo. Los días se hacían más
largos con el paso de las semanas, y pronto el afán por aprovechar las horas de
luz se fue relajando. Afortunadamente, en aquellos momentos íbamos mejor
equipados de lo que habíamos estado nunca. El mes anterior decidimos
arriesgarnos a entrar en las afuera de Lorca y encontramos una tienda donde
vendían toda clase de material de acampada, el cual nos venía de anillo al dedo
para el estilo de vida que estábamos llevando. Gracias a esa tienda, y a un par
más de ropa y calzado, todos teníamos unas botas resistentes, sacos de dormir,
linternas, que en mi caso de poco servían, ropa de recambio, material de aseo,
una cantimplora y una mochila donde guardarlo todo.
La impunidad con
la que aquellas tiendas fueron saqueadas trajo consigo un curioso efecto, quizá
un tanto infantil, o al menos a mí me lo parecía… y es que, cuando la situación
era propicia, comenzamos también a saquear cosas que no eran indispensables
para la supervivencia. Privada del sentido de la vista, aquello no tenía mucho
interés para mí, pero después de aventurarse juntos en una joyería, Sergio
lucía orgulloso en su muñeca un reloj de oro de dos mil euros y Abril una
gargantilla de platino valorada en más del doble. Y no fueron los únicos, sabía
que la bandolera donde Cris guardaba los artículos de primera necesidad de Susi
era de marca, y hasta Dani no dejaba de dar el coñazo con los pasos que
habíamos andado cada día con un podómetro que sacó de no sabía dónde.
Pero lejos de las
excentricidades, la mayor parte de nuestras posesiones estaban orientadas a la
supervivencia. Llevábamos en común un pequeño set de cocina, un hornillo para
calentar, un botiquín de primeros auxilios e incluso una cuerda, por si las
moscas. En resumen, que íbamos perfectamente preparados para cualquier problema
mundano.
Las armas eran
otro cantar. Gracias a la tienda, todos, salvo Susi, teníamos al menos un
cuchillo. Dani, Abril y Carlos tenían además una pistola cada uno, y todavía
nos sobraba otra que le cogimos a un zombi después de matarlo. Sergio seguía
con su fusil del ejército, al que cada vez le quedaban menos balas, y Cris con
su rifle de caza. Por supuesto, Carlos se negó a deshacerse de su piolet, al
que había cogido mucho cariño, pero se había hecho con un machete para
desbrozar que, por lo visto, tenía muy buenos resultados al utilizarlo contra
los zombis.
Con todo el equipo
recogido, abandonamos la estación de trenes y nos hicimos una vez más, no con
muchas ganas, al camino. Llegamos a ella siguiendo las vías del tren, pero nos
marchamos caminando sobre el bendito asfalto de carretera, que me permitía
caminar sin miedo de tropezarme con nada y sin depender tanto de la orientación
de Dani.
—He hablado con
Carlos y esta vez no nos vamos muy lejos —me aseguró Sergio, acercándose a mi
lado tras unos minutos de camino—. Vamos a bajar al río, que no está ni a tres
kilómetros de aquí siguiendo la carretera. Aprovecharemos para lavarnos y
hervir agua para rellenar las cantimploras, y luego le convenceré para buscar
refugio por allí… pero vamos a estar cerca de Calasparra, así que precaución,
puede haber zombis.
—De acuerdo. —asentí
aliviada, reconfortaba saber que no nos esperaba una caminata insufrible una
vez más.
“Volvemos al
Segura” pensé acordándome del río que tan presente había estado en nuestras
vidas cuando seguíamos en los alrededores de Murcia. En dos meses no habíamos
vuelto a cruzárnoslo, y esperaba que aquello no fuera un mal presagio.
—Ahí viene un
turista perdido. —anunció el soldado.
Sabía
perfectamente que se refería a un zombi, y lo confirmé cuando noté que la mano
de Dani apretaba la mía más fuerte que de costumbre. Como no querían malgastar
balas, normalmente solían esperar a que el muerto viviente estuviera lo
bastante cerca como para poder deshacerse de él de una cuchillada, así que no
fue hasta que escuché el sonido de unos pies arrastrándose por la calzada,
seguido de balbuceos y gemidos, cuando sentí otros pasos acercándose a ellos.
—Lo tengo. —exclamó
la voz de Carlos. El roce del metal con el cuero me indicó que estaba
desenvainando su machete.
Varios gemidos, el
sonido de un filo cortando carne y rompiendo hueso, y un peso muerto cayendo al
suelo, fueron prueba suficiente para mí de que el camino estaba despejado de
nuevo. Los que no habíamos participado en su muerte ni siquiera nos detuvimos…
aquella era una escena tan habitual para todos que ya no nos causaba ninguna
impresión. Estábamos acostumbrados a los muertos vivientes.
—Fijaos qué limpio
baja el río. —comentó Cris cuando cruzamos el puente que pasaba sobre él. Aunque
desconocía cuál era el estado del Segura a esas alturas, me imaginé que, tras
casi medio año sin vertidos humanos, la calidad del agua habría mejorado considerablemente.
—Aun así, habrá
que hervirla y potabilizarla —nos advirtió Sergio—. Y no me gustan nada las
nubes que se acercan por allí.
—¿Son muy negras? —pregunté
preocupada. Ya habíamos sufrido una tormenta primaveral estando a la intemperie
y no me gustaba la idea de sufrir una segunda. Mucho menos si nos encontrábamos
cerca de un río… era la época en la que se desbordaban causando estragos.
Sin mantenimiento
humano, las casas anegadas, carreteras cortadas y puentes derruidos que solía
dejar la estación primaveral permanecerían así para siempre. Ya lo comprobamos
unos días atrás, al ver un desprendimiento de tierra que se había tragado dos
casas de un pueblecito cercano al que entramos para buscar provisiones.
—Pues bastante —observó
el soldado con gravedad—. A lo mejor pasan de largo, pero me da la impresión de
que esta noche habrá tormenta.
—Entonces mejor
que hagamos lo del agua cuanto antes y busquemos un refugio —sugirió Cris—. O
eso, o volvemos a la estación.
—Ese edificio
viejo se nos podría caer encima con una tormenta —objetó Carlos—. Además, no
deberíamos pasar allí más tiempo, buscaremos algo por aquí.
Con la decisión
tomada, terminamos de cruzar el puente y bajamos al río ya en el otro lado.
Según me explicó Dani, un pequeño camino de tierra discurría en paralelo a él y
terminaba uniéndose a la carretera de nuevo, mientras que la orilla del río
estaba cubierta por hierba alta.
Aunque los días
cada vez eran más cálidos, por aquella zona todavía refrescaba por la noche, y a
la mañana le costaba entrar en calor. Aun así, a mediodía la rebeca sobraba, y
lo que se imponía era la manga corta. A pesar de eso, cuando introduje la
cabeza dentro del agua la sentí helada, aunque no me molestó si gracias a eso
podía lavarme un poco el pelo.
Pese a que
tratábamos de mantener un mínimo de higiene personal, los días de la ducha
caliente diaria habían quedado atrás, y las oportunidades de lavarse en
condiciones eran escasas. Debido a aquello, nadie se libraba de ellas cuando
tocaba.
—¡Está muy fría! —protestó
Susi a medio metro de mí. Cris la estaba obligando a lavarse la cabeza también
y a la cría no le gustaba.
—Y tú muy sucia.
Venga renacuaja, no protestes más, verás que a gustito cuando estés limpia del
todo. —le prometió ella, luchando por que le hiciera caso.
Aunque a la
chiquilla le había costado hacerse a la idea de que su madre no iba a volver y
de que ahora era Cris quien cuidaba de ella, últimamente las dos parecían madre
e hija de verdad... lo cual les hacía mucho bien a ambas. Encerrados en la
misma casa durante una semana, habíamos sido Carlos y yo quienes tratamos de
explicarle a Susi que Laura había muerto, suceso que todavía me reconcomía por
dentro, pero fui sobre todo yo quien se pasó casi toda la semana consolándola,
tratando de que no pensara en ella y que se distrajera con otras cosas, asunto
nada sencillo cuando estás encerrada durante días en la misma casa por culpa de
los zombis. Me alegraba notarla mucho más contenta, y también ver a Cris tan recuperada
de sus traumas pasados. Estar pendiente de una niña de cuatro años le quitaba
toda la energía que, de otro modo, habría invertido en pensar lo que esos
desgraciados le hicieron…
—Dani, tú tampoco
te libras —advertí a mi hermano apartándome el pelo mojado de la cara—. No vas
a ser el más guarro del grupo… que te van a acabar saliendo pulgas.
—Que sí, vale. —respondió
él con resignación. En cierto modo, yo también estaba siendo la improvisada
madre de alguien, aunque si había que valorar quién cuidaba de quién
probablemente saliera perdiendo. Seguía dependiendo de mi hermano para
cualquier cosa que necesita del sentido de la vista.
—Hay mucha hierba
seca por aquí —observó Carlos, que daba vueltas de acá para allá montando
guardia mientras los demás nos acicalábamos—. Podemos hervir el agua sin gastar
el camping gas, pero deberíamos movernos a aquellos árboles de allí, para estar
más resguardados y que no se vea el humo.
—No creo que haga
falta eso —le contradijo Cris, que en esos momentos frotaba la cabeza de Susi
con una toalla, consiguiendo todavía más protestas de la niña—. La hierba seca
apenas humea, y desde aquí tenemos vigilado todo a nuestro alrededor, si
apareciera un zombi le veríamos desde un kilómetro de distancia.
—Al pie del camino
estamos muy expuestos —insistió él—. No sabemos lo que puede haber por aquí,
deberíamos escondernos un poco.
—Estamos a tres
kilómetros de la estación —replicó Cris, sin dar su brazo a torcer—. En tres
días sólo hemos visto tres zombis en esta carretera, sabemos de sobra que este
lugar está relativamente limpio. Si acude alguno será un solitario, y podemos
hacernos cargo de él sin mayores problemas… ahora, ¿por qué no te llevas a Dani
y os dais una vuelta?
—¿Una vuelta?
¿Para qué? —contestó Carlos confundido.
—Para… ya sabes. —murmuró
ella. Lavarse la cabeza era una cosa, pero había otras partes del cuerpo que
limpiar, partes que tampoco estaban para enseñarlas en público.
—¡Ah! —exclamó
cayendo en la cuenta—. Vale… venga Dani, vámonos a buscar leña. ¿Dónde están
Sergio y Abril?
—Fueron hacia los
árboles —respondió Cris—. Esos dos no tienen este problema.
—Vete con él —le
pedí a mi hermano—. Será sólo un momento.
En cuanto perdí
sus pasos en la distancia me atreví a quitarme la camiseta y comencé a frotar
una pastilla de jabón con la que lavarme el cuerpo. Cris no tardó en imitarme.
—Oye, estos dos
utilizarán protección, ¿no? —le pregunté intrigada.
—¿Abril y Sergio?
Pues supongo que sí —opinó ella—. En la última farmacia a la que entramos le vi
cogiendo varias cajas de gomitas, aunque al ritmo que van igual se las han
fundido ya.
—¡Ah! ¿Sí? —exclamé
sorprendida. No tenía constancia de que la actividad sexual de la parejita
fuera tan desenfrenada, además de alguna noche que otra entre los sacos, no les
había escuchado hacer nada más… aunque me imaginaba que en los refugios donde
contábamos con habitaciones separadas algo habría pasado.
—Mira, si que nos
coman o no los zombis dependiera de las guardias y vigilancias que hacen esos
dos juntos, ya nos habrían comido —me aseguró—. Supongo que, a falta de otras
diversiones, esa está bien, pero se pueden acabar llevando un susto… yo no sé
cómo se arriesgan tanto, en su situación no podría estar tan tranquila, ni con
gomitas por medio. Son buenos tiempos para ser lesbiana, ¿no?
Preferí no decir
nada porque, dada su situación real, dudaba que con gomitas o sin gomitas
estuviera para esos menesteres. Había cosas que no eran fáciles de superar y
que sólo el tiempo terminaba curando, una violación era una de ellas.
—¿Qué es “lesbiana”?
—quiso saber Susi, que jugaba a arrancar hierbajos y mancharse de tierra otra
vez después de acabar de lavarse.
—Nada cariño, nada
—le respondió Cris—. Las nubes están cada vez más cerca y más negras, creo que
de la tormenta no nos salva nadie. Espero que nos dé tiempo a hervir el agua.
—Qué pérdida de
tiempo —opiné—. Si llueve mejor dejar las cantimploras fuera y que se llenen
solas, ¿no?
—Pues también es
verdad —admitió—. Por cierto, aún no hemos hablado de lo de Carlos y tú.
—¿Cómo que no? ¿Y
lo de anoche? —le recordé.
—Ayer nos lo
contaste a Abril y a mí, pero no hemos hablado de ello en serio. —matizó.
—¿Qué quieres?
¿Detalles morbosos? No me va mucho ese rollo, la verdad. —confesé. Aquel tema
había quedado zanjado entre él y yo y no me apetecía reabrirlo… todavía no
sabía del todo por qué se lo había terminado contando a ellas.
—Bueno, me
gustaría saber por qué he tardado dos meses en saberlo —replicó levemente
ofendida—. Creía que éramos amigas.
—No sé, fue algo
que pasó y que ya quedó zanjado —me excusé—. No quería hablar de ello.
—Ya veo —contesto
con un tono sospechoso—. Lo que no querías era hablarlo conmigo por lo que ya
sabemos, ¿verdad?
En parte
probablemente fuera así. Lo cierto era que se me hacía incómodo hablar de esos
temas con ella, después de lo que le había pasado. Además, los primeros días
después de huir de la Azohía todavía estábamos muy afectados por lo que ocurrió
allí como para hablar de banalidades, y después simplemente no me pareció
oportuno volver a sacar el asunto a la luz.
—No fue nada
distinto a lo que dije ayer. La casa llevaba rodeada de zombis una semana, no
teníamos comida ni agua y pensábamos que no íbamos a salir con vida de allí…
así que pasó lo que pasó. —volví a contarle.
—Y luego se te
declaró y le rechazaste —terminó ella por mí—. No me parece ni bien ni mal que
lo hicieras, entiéndeme, pero aún no me has dicho por qué, ayer sólo diste
excusas para no tener que contestar.
Tenía que
reconocer que la proposición de Carlos me pilló un poco desprevenida, y desde
luego nunca había pensado en él como en mi pareja. Pero, pese a todo, fue una
oferta que, en otras circunstancias, podría haber valorado… sin embargo, era
acordarme de Rubén y sentía la necesidad de apartar a otra buena persona de mi
nefasta influencia. Además, Carlos tenía otras complicaciones, y fueron esas
las que preferí contarle a Cris, porque no me apetecía tener que explicarle el
pasado del que tanta vergüenza sentía.
—Cuando me contó
lo que había pasado mientras estaba retenido por esa gente, me di cuenta de la
clase de persona que es —le expliqué—. Ahora está medio paranoico, pero no es
por su vida por lo que teme, sino por la de todos, ¿entiendes? Si le hubiera
dicho que sí, lo habría tenido sobre mí como un perro protector… ¿Sabes cómo me
hace sentir eso? Como una inútil, como una inútil que depende de su hermano de
diez años para funcionar en casi todos los sentidos. Te juro que lo último que
quiero es complicarle la vida a alguien sólo para acabar sintiéndome yo aún
peor.
—Eso puedo
entenderlo —afirmó ella mostrándose comprensiva—. Pero, si quieres mi opinión,
deberías dejarte querer un poco más. Tú no eres la carga de nadie, los que nos
preocupamos por ti lo hacemos porque te queremos, no por tu capacidad para
matar zombis.
Ya había
demostrado en el pasado ser una persona horrible para la gente que me quería,
Rubén era el ejemplo de que podía llegar a ser una auténtica zorra con mis
seres queridos, y por más que dijera Cris, no iba a convencerme de que no habría
sido un lastre para Carlos, igual que ya lo era para Dani, quien me daba un
cariño y una atención que no merecía por cómo me había portado con él antes de
quedarme ciega.
Y para cuando sale a la venta?
ResponderEliminarMe gustaría tenerlo terminado para mitad de mes, más o menos.
EliminarNecesito más!!
ResponderEliminarAinsss...
Me matas jajaja ahora me has dejado el mono al 100% :)
ResponderEliminarEsperando que salga a la venta.
Un saludo.