martes, 29 de enero de 2013

Crónicas zombi: Preludio 11/01/2013

11 de enero de 2013, 22 días después del primer brote, 4 días antes del Colapso Total.


Agente Mark Ford, CIA. Parte 1


Había obtenido muchas respuestas, pero éstas, lejos de solucionar mis dudas, sólo habían conseguido que me hiciera más y más preguntas. Wang murió cuando le disparé, sin embargo, despertó como un muerto viviente poco después; por aquel entonces todavía pensábamos que los infectados eran gente viva, y su transformación me pilló por sorpresa… y en mi trabajo las sorpresas no eran buenas, una sorpresa podía acabar con tu vida como casi ocurre en China. Pese a que ya tenía la respuesta a ese enigma, las nuevas preguntas eran sin duda más difíciles de responder: ¿cómo se contagió Wang? ¿Por qué no manifestó ningún síntoma hasta que estuvo muerto?
En todo aquello, ocurrido a medio mundo de distancia hacía ya diez días, iba pensando en la cubierta del barco que me llevaba a la bahía de Guantánamo junto con toda una unidad de marines. La misión que íbamos a realizar allí todavía no me había sido especificada, y aunque aquello fuera habitual cuando el secreto era máximo, no me gustaba nada lo que estaba viendo.
Unos pesados pasos se me acercaron por la espalda. Fingí que no los oía porque sabía que a Ryan Wilson no le gustaba pensar que había perdido facultades como agente de campo, pese a que hiciera diez años que ascendió lo suficiente para no tener que volver a realizar ese trabajo.
—Me alegro de volver a verte, Mark —me saludó con amabilidad—. Me alivió mucho saber que lograste salir de China con vida.
Me di la vuelta sólo para comprobar cuánto había envejecido Ryan desde la última vez que le vi. Cierto que habían pasado casi ocho años, y que el hombre de origen afroamericano ya tenía una edad, pero parecía como si el estrés le estuviera consumiendo.
—Hola Ryan —le devolví el saludo estrechándole la mano—. Sí, me llevó tres días, pero pude salir del país. Bueno, ¿cómo te van las cosas?
—Me hago viejo para esto —confesó negando con la cabeza—. Ya no soy el que era, los eventos empiezan a sobrepasarme.
—Creo que cualquiera se vería sobrepasado con todo lo que ha ocurrido —le dije para animarle—. Muertos vivientes… no me jodas, Ryan, ¿quién podía esperarse algo así?
—Cierto —admitió—. Es increíble que se tardara tanto en descubrirlo, los hemos tenido delante de nuestras narices desde diciembre.
—Hablando de tener delante de nuestras narices —interrumpí para cambiar de tema a uno que, si bien no podía decir que me inquietara menos, era más inmediato—. Veo la costa cubana ahí delante, y no podemos estar tan cerca de Guantánamo todavía. No estamos en aguas internacionales… al gobierno cubano no va a gustarle.
—Por lo que sabemos, ya no hay gobierno cubano —dijo Ryan con cierto pesar; probablemente no por el propio gobierno, sino más bien por todas las muertes de cubanos inocentes que implicaba que la isla estuviera lo bastante afectada como para que éste desapareciera—. Hemos rastreado la isla con el satélite y no hay ni rastro de las fuerzas armadas revolucionarias de Cuba, y las ciudades están tan perdidas como las de la mayor parte de África.
—¿De verdad? Oí que las Avispas Negras habían sido movilizadas. —Las Avispas Negras eran las fuerzas de élite del ejército cubano, tenían el entrenamiento adecuado para saber manejarse en situaciones de supervivencia extrema, y no se me ocurría mejor ocasión que la que el mundo estaba viviendo para demostrarlo.
—Eso había oído yo también, pero podrían no haber sido suficientes. Ejércitos enteros han caído ya bajo los mordiscos de esos malditos seres —respondió Ryan—. De todas formas, no te he traído aquí para hablar de los cubanos.
—Ya me imagino que no, a menos que quieras que entre en la Habana y rescate a los hermanos Castro de este desastre… y sospecho que nuestro gobierno no será tan amable con ellos como lo ha sido con los líderes de otros países invadidos.
—No, no se trata de los Castro. —aclaró sacando de su bolsillo una pequeña PDA.
Tras un par de segundos tecleando, la giró para mostrarme el rostro de un hombre en la pantalla. Era la foto de un prisionero, de un prisionero con una ascendencia árabe más que evidente, corpulento, pero completamente calvo. Cogí la PDA de las manos de Ryan para poder examinarle mejor y familiarizarme con su rostro.
—Ese es Mamud Azizi —me explicó—. Terrorista pakistaní, lleva encerrado en Guantánamo, en el campo “Eco”, desde enero del año pasado. Se le relaciona directamente con la muerte de veinticinco soldados americanos en Afganistán, y sospechamos que es alguien importante dentro de Al Qaeda, aunque Inteligencia no ha podido confirmarlo.
—Al Qaeda —repetí mientras estudiaba la foto intentando grabar sus rasgos en mi memoria—. ¿Por qué nos preocupa Al Qaeda con la que está cayendo?
—Tenemos sospechas de que los terroristas podrían estar detrás de todo lo que está pasando —contestó con solemnidad—. Hay una grabación de audio del día diecisiete de diciembre donde se escucha a Mamud Azizi hablar con Hasim Numair, otro preso de Al Qaeda, compartiendo información sobre lo que ha estado ocurriendo.
—¿En serio? —le pregunté un poco incrédulo; aunque nunca se había descartado del todo, jamás conseguimos prueba alguna de que la crisis de los muertos vivientes, como habían empezado a llamarla algunos, tuviera un origen terrorista—. ¿Qué dice exactamente?
Ryan recuperó su PDA sólo para volver a entregármela después de cargar el archivo de audio, que resultó ser una parrafada en idioma árabe.
—Comenzará el día veintiuno, y nadie podrá detenerlo cuando llegue la hora —recité lo que, si mi oxidado árabe no se equivocaba, había dicho ese tal Azizi.
—Los primeros brotes de esta enfermedad surgieron en Angola precisamente ese día —me explicó Ryan—. Sé que no es mucho, pero el Secretario de defensa ha insistido en que cualquier indicio se investigue a fondo.
—No tiene mucho sentido, ¿por qué hacer algo así? Los países árabes y de oriente medio casi han desaparecido a estas alturas. Por muy dispuestos a morir que estén por la causa, si ellos mueren, también muere su causa. —repuse con cierta suspicacia. Había muchas cosas que no me encajaban.
—Desde que esto se convirtió en una pandemia no hemos podido prestar mucha atención a oriente medio, Mark. Esa gente está acostumbrada a vivir aislada y escondida, podrían tener algún tipo de antídoto o vacuna, o simplemente haberse escondido con sus seguidores para esperar a que los muertos acaben con el resto mundo… no lo sé, pero el Secretario piensa, y yo estoy de acuerdo, que algo tan extraño como la resurrección de los muertos convertidos en bestias caníbales tiene que ser producto de algún patógeno diseñado de manera específica para producir ese efecto. Si Mamud Azizi sabe algo es imperativo para la seguridad nacional y mundial sacárselo.
—Muy bien —asentí todavía poco convencido, pero consciente de que, de tener razón, todo lo que pudiera decir ese hombre era de vital importancia—. ¿Cuál es el problema para interrogarle?
—El problema es que está recluido en Guantánamo —respondió—. Todavía no ha trascendido públicamente, pero la base naval está perdida, y del centro de detención no hay noticias desde hace unos días. Los muertos han llegado hasta allí también y lo han arrasado todo.
—¿Y cómo sabemos que Azizi sigue vivo? —inquirí.
—No lo sabemos, pero el satélite ha mostrado que quedan por lo menos cincuenta personas vivas en este mismo instante en el campo “Eco”. No hemos recibido ninguna comunicación de los marines que había en la base, de modo que no podemos confirmarlo.
—Habrá que rezar porque que siga vivo entonces —repuse torciendo el gesto— ¿No se llevó a cabo una operación de rescate para sacar a los marines de allí?
—Lamentablemente hay objetivos más prioritarios, y no vamos sobrados tropas… esta guerra contra los muertos ya ha causado muchas bajas. —arguyó, y por su expresión, supe que lo lamentaba de verdad, pero eso no me supuso ningún consuelo.
—Objetivos más prioritarios como rescatar a un terrorista…
Ryan suspiró antes de contestar.
—Necesitamos a Azizi vivo, Mark. Si todo esto lo han causado fuerzas humanas, él es el único vínculo que tenemos, necesito que lo comprendas.
—Tranquilo, aunque no me guste, lo comprendo. Entonces, ¿cuál es el plan? —pregunté con intención de ir al grano de una vez; aunque no se me daba mal improvisar, me gustaba repasar los planes de cabo a rabo antes de llevarlos a cabo si tenía tiempo para ello, y todavía quedaban unos minutos antes de que llegáramos a Guantánamo.
—Tu dirigirás la operación, la capitana Olivia Walsh, de los marines, y seis de sus hombres irán contigo. Tienes los detalles en mi camarote, pero la idea es que un helicóptero militar os deje lo más cerca que pueda de donde se supone que se encontraban según la última lectura del satélite, a ser posible en una zona protegida de los muertos vivientes, y desde allí os abráis paso hasta encontrar a Azizi.
—Bien, no perdamos tiempo y revisemos los detalles —le propuse acompañándole de vuelta al interior del barco—. ¿Sabes por qué quieren que realice yo esta misión?
—El Secretario Panetta te propuso —respondió Ryan—. Dice que sólo tú podrías sacar esa operación adelante… deduzco que ya os conocíais.
—Llevé a cabo un par de operaciones cuando era el director de la CIA —confirmé—. En fin, siempre quise venir a Cuba con mi mujer.
—Da gracias de que no esté aquí ahora mismo —dijo él con tono sombrío mientras un par de soldados nos abrían paso hacia el interior de la embarcación—. Este lugar ahora es el infierno.

El sonido del helicóptero sobrevolando la ciudad de Guantánamo ensordecía mis oídos, pero no me resultaba molesto; ese sonido era como una marcha marcial para mí, el preludio de la acción… una situación en la que me sentía cómodo.
—Agente Ford, tenemos contacto visual con el objetivo —me avisó la capitana Walsh asomándose al exterior. La capitana Olivia Walsh era una mujer unos seis años más joven que yo, pero parecía ser bastante competente; había leído su hoja de servicios, y no estaba nada mal: participó en la ocupación de Irak durante cinco años, y estuvo en Libia durante la intervención, donde fue condecorada con la medalla de servicios distinguidos—. Estaremos allí en dos minutos… Dios…
—¿Qué ocurre capitana? —le pregunté al verla flaquear. No era una imagen que debiera dar delante de sus hombres, que también nos acompañaban en el helicóptero.
—No es nada. —respondió, aunque eso no consiguió que dejara de acercarme a echar un vistazo.
Ya habíamos alcanzado la base naval, y Walsh tenía motivos de sobra para sentirse afectada; cientos, o más probablemente unos pocos miles de muertos vivientes se tambaleaban por ella como almas errantes, o como borrachos que no encuentran el camino a casa.
—Está bien, capitana —le dije tras asegurarme de que ninguno de los hombres escuchaba—. Es normal sentirse así.
—Estoy perfectamente, agente Ford —insistió con tozudez—. Un minuto y treinta segundos.
—Por favor, llámame Mark. —le pedí. Lo de “agente Ford” sonaba demasiado formal para una operación como la que estábamos realizando, donde necesitaría su confianza mucho más que sus modales.
—¡Déjenos en esa área! —indiqué a uno de los pilotos del helicóptero al contemplar un claro libre de muertos y rodeado por vallas cerca del campo “Eco”, nuestro objetivo—. Capitana, prepare a sus hombres, nuestro aterrizaje no pasará desapercibido.
El escándalo del helicóptero tomando tierra se podría haber escuchado en todo en centro de detención, por tanto, no íbamos a estar libres de problemas. En el suelo del claro podían verse los cadáveres de varios presos muertos, pero muertos del todo, de los que no se movían.
—¡Teniente, que los hombres estén preparados para tomar tierra! —ordenó la capitana a los suyos.
Los siete militares iban armados con rifles de asalto y protegidos con todo el equipo táctico que pudieran necesitar, pero yo sólo accedí a llevar un arma automática además de mi fiel pistola… teníamos estilos diferentes, y no estaba dispuesto a frenar mi movilidad con un chaleco antibalas y un montón de complementos pesados. A mi juicio, contra esas torpes criaturas, ser móvil, veloz y sigiloso era más importante que ir bien armado y protegido.
El helicóptero se posó sobre el suelo de hormigón, y en cuanto lo hizo, todos saltamos a tierra sin perder un segundo. Realizar la misión antes de que todos los muertos vivientes del mundo se nos echaran encima era primordial, y ya teníamos a varios de ellos lanzándose contra la valla metálica que nos separaba del exterior.
—Capitana, asegure el perímetro —le ordené a Walsh haciéndome escuchar por encima del ruido del helicóptero que se marchaba—. Que alguien se asegure de que esa valla aguantará a los muertos, y de que esos cadáveres del suelo lo están del todo.
—De acuerdo —dijo Walsh confirmando la orden—. Sanders, Smith, eliminad a los reanimados de la valla. Anderson, Cloyd, meted una bala en la cabeza de cada cadáver del suelo.
Mientras impartía las instrucciones, revisé con la mirada algún rastro no sólo de muertos vivientes, sino también de los marines. Según la información de la que disponíamos debían quedar varios vivos, y podrían haber dejado alguna señal con la esperanza de ser encontrados y rescatados.
—Capitana, agente, deberían ver esto. —nos llamó uno de los soldados que estaban rematando a los cadáveres.
Eran en total siete, y todos seguían vestidos con el uniforme naranja de los presos… sin embargo ninguno de ellos era de origen árabe.
—¿Qué ocurre, soldado? —le preguntó Walsh echando un vistazo al cuerpo.
No me costó averiguar qué era lo que le había llamado la atención, y en cuanto lo supe, me di cuenta de que aquella misión iba a ser mucho más complicada de lo esperado.
—Los tatuajes, capitana —señaló—. Son de los nuestros, de los marines… estos hombres eran marines.
—¿Marines? —Walsh parecía confusa—. Pero… ¿por qué visten como si fueran presos?
—Porque fueron presos —afirmé mientras volvía a revisar los alrededores con la mirada—. O al menos como tales fueron tratados antes de morir.
—¿Tratados? ¿Por los muertos vivientes? —Walsh seguía sin comprender en el peligro que nos encontrábamos, pero yo ya me estaba haciendo una idea… y no me gustaba.
—No, por los presos originales. Ahora son ellos quienes tienen las armas y quienes controlan lo que quede controlable este lugar —le contesté sin ningún atisbo de duda. Era la única explicación lógica—. Y no creo que vayan a darnos un gran recibimiento cuando nos vean llegar.
—Oh Dios… —murmuró al hacerse cargo de la situación—. Supongo que ya no necesitan una operación de rescate.
—Más bien no —corroboré dejando a un lado el arma de asalto, cogiendo mi pistola y colocándole el silenciador—. Vámonos de aquí, nuestra presencia está poniendo furiosos a los muertos al otro lado de la valla.
Desde el lugar donde nos encontrábamos no teníamos más remedio que entrar dentro del bloque de celdas que teníamos delante, salir al campo de deporte, atravesar la valla al campo del bloque contiguo y entrar en él. El plan original no debía llevarnos más de unos minutos, pero con la nueva información que teníamos, la cosa no estaba ni mucho menos clara.
Cubierto por la capitana y dos de los soldados, abrí de una patada la puerta del bloque. Dos prisioneros todavía encadenados de pies y manos nos recibieron tambaleándose hacia nosotros con las ansias homicidas tan características de su condición de muertos vivientes. Ambos tenían varias heridas profundas en diversas partes del cuerpo, y todas se asemejaban a mordiscos. La capitana y los dos soldados lanzaron una ráfaga de balas contra ellos, llenándoles pecho y abdomen de agujeros y derribándolos en el suelo. Sin embargo, cuando avanzamos hacia el interior del pasillo comenzaron a gruñir e intentaron levantarse de nuevo.
—En serio, ¿cómo pueden seguir vivos? —se preguntó en voz alta uno de los soldados; el preso más cercano a él había recibido por lo menos seis impactos que debían haberle destrozado estómago, hígado y pulmones, y sin embargo, la criatura seguía tan activa como si continuara ilesa… esos seres eran realmente fascinantes.
—No siguen vivos, soldado, están muertos, ¿recuerda? —exclamé disparándoles en la cabeza a ambos… disparos que no hicieron ruido gracias al silenciador, y gracias a los cuáles ambos cayeron muertos del todo—. Apuntad siempre a la cabeza… y tened cuidado, hay cosas peores que los muertos sueltas en este lugar.
—¿Los terroristas son peores que los muertos? —preguntó el otro soldado con evidente escepticismo.
—Pregúntele a los marines de fuera —fue mi respuesta—. Sigamos adelante.
—¡Vamos! ¡Vamos! —llamó Walsh a sus hombres—. Cerrad la puerta y atrancadla. Si los de fuera tiran la valla, no quiero que nos sigan.
Todas las celdas habían sido abiertas, quizá por los guardias cuando los muertos vivientes llegaron, quizá por los presos para liberar a otros presos, y por ello todas estaban vacías. Aquellas celdas no eran las de una cárcel normal, sino más bien zulos individuales recubiertos de acero y sin ventanas al exterior… si los prisioneros vivían en condiciones tan cuestionables, no era de extrañar que nada más verse libres la tomaran con los marines que les retenían en ese lugar.
Alcanzamos el final del pasillo, que tras atravesar una puerta salía al campo de deportes, donde llevaban a los presos cada día a que estiraran un poco las piernas antes de devolverlos a sus celdas.
—Cuidado a partir de ahora —advertí a la capitana—. Si las vallas siguen en pie, podría no haber muertos, pero sí prisioneros; estamos cerca del lugar donde se esconden, y el helicóptero y los disparos les habrán alertado.
—¿Cómo debemos proceder con los terroristas? —me preguntó Walsh.
—Intentaremos evitarles, y si llega el caso, habrá que disparar a matar —respondí con seguridad—. Esa gente no tendrá piedad. La única excepción es Mamud Azizi, a él lo necesitamos vivo por encima de todo.
Fui a abrir la puerta de un empujón, pero no pude… estaba cerrada con llave y no iba a ceder, y no disponíamos de tiempo para buscar unas llaves que ni sabíamos dónde podrían encontrarse.
—Necesitamos volar la puerta. —les indiqué, y de inmediato uno de los soldados se acercó con una carga explosiva y la colocó junto a la cerradura.
Un instante más tarde, ésta voló por los aires cuando la carga estalló. Sin perder un segundo, dos soldados y la capitana golpearon la puerta abriéndola de par en par… pero al otro lado nos esperaba una sorpresa muy desagradable.
Puede que fueran una docena, tal vez más, y en otras condiciones podríamos haberlos controlado fácilmente, sin embargo, antes de que nadie pudiera reaccionar, un grupo de muertos vivientes que se había agolpado junto a la puerta cayó sobre los que habían tomado la delantera.
—¡Fuego! —ordenó la capitana antes de caer al suelo bajo un cadáver andante especialmente repugnante al que parecían haberle sacado la piel a tiras.
Los cuatro hombres más atrasados comenzaron a disparar contra las cabezas de los asaltantes, ignorando el fuego automático y centrándose en disparos precisos y efectivos; no obstante, uno de los soldados más adelantado había quedado rodeado de muertos al abrir la puerta, y le terminaron cogiendo…. apenas pude dirigir mi pistola hacia ellos antes de que comenzaran a morderle.
Ignorando los gritos del soldado, me centré en los que todavía podían ser salvados, y de un disparo rematé al muerto que cayó sobre la capitana. Los demás no tardaron en dar cuenta del resto… pero fue demasiado tarde para el soldado mordido; cuando me aproximé a él, vi que le habían desgarrado con furia en varias partes del cuerpo que no cubrían las protecciones, aunque la herida que le mató fue la del cuello. Con la carótida arrancada de cuajo no había nada que hacer, era imposible detener una hemorragia así.
—¡Anderson! —gimió Walsh arrodillándose junto a su hombre.
—¡Esto no ha acabado! —grité yo para llamar su atención; tras la oleada inicial, otro grupo de aquellas criaturas que en un principio se encontraban más alejadas de la puerta se nos echaba encima, y si no estaban atentos, Anderson no sería el único en caer.
Disparé a la cabeza a un par de ellos eliminándolos antes de que la capitana y sus hombres se posicionaran y abrieran fuego para abatir al resto. Para cuando el combate hubo terminado, el soldado Anderson ya estaba muerto.
—Ha muerto, capitana —le dije a Walsh cuando se volvió hacia el caído—. Que sus hombres aseguren el patio, no podemos permitirnos perder tiempo.
—Sí, sigamos adelante. ¡Ya habéis oído! ¡Vamos al patio! —les ordenó—. Tenemos que asegurarnos de que las vallas aguantarán.
En cuanto se dieron la vuelta y se alejaron unos pasos, apunté con mi arma a la cabeza del soldado caído y le atravesé el cerebro de un balazo. Nadie merecía terminar convertido en una de esas cosas, y en mi mano estaba evitarlo… ya había demasiado de ellos en el mundo como para permitir que apareciera uno más.
Un inesperado disparo por parte de uno de los hombres de Walsh me sacó abruptamente de mis pensamientos, y el gemido de dolor de otro de los soldados me puso en alerta.
—¡Nos disparan! ¡Cubríos! —gritó la capitana retrocediendo hasta el interior del bloque de celdas de nuevo, donde yo me encontraba todavía.
Cuatro de sus hombres la siguieron, pero al quinto le habían alcanzado con un tiro en la pierna y quedó tirado en el suelo en el exterior.
—¿Quién nos ataca? —le pregunté pegándome a la puerta e intentando echar un vistazo fuera para localizar a los agresores.
—Los presos —respondió Walsh—. He visto tres al otro lado de la valla, tienen las armas automáticas de los marines que han matado. ¡Mierda! Morris está expuesto.
Morris estaba más que expuesto. Como no tenían a nadie más a quien atacar, los prisioneros acabaron con su vida haciéndolo contra él.
—¡Serán cabrones! —bramó un soldado—. Capitana, deberíamos salir ahí y machacarles. Podemos con ellos, no son profesionales.
—¡No! —exclamé yo—. Alguno podría ser Azizi, y le necesitamos vivo.
—Entonces, ¿qué hacemos? —me preguntó Walsh con urgencia.
—Subiré al tejado por la parte de atrás, los localizaré y los abatiré si no son quien buscamos. —improvisé; el tejado no era muy alto, podría subir allí sin problemas saliendo por la misma puerta que habíamos usado para entrar y reptando sobre él hasta tener a los prisioneros en mi campo visual.
—De acuerdo —asintió la capitana—. ¿Qué hacemos nosotros?
—Fingid que les devolvéis el fuego —le indiqué—. Distraedles para que no me vean llegar. Cuando esté despejado, os haré una señal por el comunicador para que salgáis fuera.
—¡Ya habéis oído! ¡Proporcionaremos fuego de cobertura al agente Ford! —gritó Walsh mientras yo salía corriendo deshaciendo el camino andado.
Cuando llegué de nuevo a la zona donde nos había dejado el helicóptero comencé a escuchar los primeros disparos de los soldados, pero no me encontraba solo allí, un par de presos armados con armas automáticas se habían asomado al campo contiguo, probablemente a vigilar si había alguien más además de nosotros en lo que ya era su refugio. No me costó abatirlos antes de que pudieran reaccionar con sendos disparos a través de la valla, y una vez hecho, trepé por ella hasta el tejado del bloque.
Los soldados y los presos se encontraban enzarzados en un tiroteo, de modo que pude caminar agachado hasta el otro patio sin llamar la atención, y ni siquiera me vieron llegar concentrados como estaban en contener a los militares. Los presos descargaban sus armas utilizando el fuego automático contra la puerta que mantenía protegidos a los soldados, y éstos tan sólo se asomaban de vez en cuando para lanzarles una ráfaga como respuesta. Atraídos por el ruido, y furiosos por la presencia humana, los muertos vivientes comenzaron a agolparse contra la valla exterior que separaba los dos patios del resto de la instalación, y aunque las balas perdidas lograban abatir por pura casualidad a alguno de ellos, pronto serían muchos.
Los atacantes eran tres en total, y dos de ellos no eran Azizi, pero el tercero se cubría la cara con un pasamontañas, de modo que resultaba imposible identificarle… y por tanto no podía arriesgarme a matarle.
—Capitana… capitana, responda. —llamé por el comunicador.
—¿Mark? ¿Los has localizado ya? —respondió ella.
—Sí, pero hay un problema: uno de ellos tiene la cara cubierta, y no puedo arriesgarme a matarlo por si resulta ser Azizi —le expliqué mientras me posicionaba para disparar sin dificultades—. Voy a tener que dispararle en una pierna. En cuanto dé la señal, salid y comprobad si es él.
—Oído —dijo la capitana confirmando la orden—. Estamos listos, cuando nos digas.
Los tres presos seguían malgastando balas contra la pared y la puerta del bloque de celdas sin tener ni idea sobre lo que se les venía encima. De un certero disparo atravesé la cabeza de uno de ellos, y con otro herí al segundo en el pecho: el del pasamontañas buscó con la mirada el origen de los disparos que habían acabado con sus compañeros, pero antes de poder verme sobre el tejado ya estaba en el suelo con uno en la pierna y gritando de dolor.
—¡Ahora! ¡Rápido! —exclamé por el comunicador, y Walsh, junto a los cuatro hombres que le quedaban, salieron del edificio y se lanzaron hacia la valla para saltarla y poder llegar al prisionero.
—¡Ni se te ocurra hacer eso! —le amenazó Walsh cuando éste intentó recuperar el arma que se le había caído al suelo tras mi disparo; otro soldado se acercó y le quitó el pasamontañas de un tirón mientras yo bajaba del tejado.
—No es él. —me informó cuando llegué a su lado; el hombre al que había herido no era Azizi, no había duda, pero también era de etnia árabe, y tal vez supiera si Azizi seguía vivo.
—Mi nombre es Mark Ford, y soy agente de la CIA —le dije al llegar a su lado—. Respóndeme a una pregunta y te prometo que atenderemos la herida de tu pierna.
El hombre dudó, era evidente que sentía mucha ira hacia nosotros; pero también debía dolerle mucho, y estaba perdiendo demasiada sangre.
—¿Qué quieres saber? —accedió; su voz era muy débil, no iba a aguantar mucho tiempo consciente, le había jodido demasiado con el disparo.
—Busco a un hombre pakistaní llamado Mamud Azizi. ¿Sabes si sigue vivo? —le interrogué.
—Le has dado en la arteria… ha perdido mucha sangre y no se detiene la hemorragia —me informó Walsh, que vigilaba su herida—. Va a perder la consciencia.
El prisionero sonrió, y su sonrisa no me gustó nada.
—Oh, sí… sí que sigue vivo, agente Mark Ford de la CIA, y cuando os atrape deseareis… desearéis estar mu… muert… muertos. —balbuceó antes de caer inconsciente.
—¿Dónde está? —inquirí agitándole la cabeza para que despertara—. ¿Me escuchas? ¿Dónde está Azizi?
—Ha muerto —concluyó la capitana tras tomarle el pulso—. Déjalo, se ha desangrado.
—¡Bah! Que se joda, no era Azizi. Al menos sabemos que sigue vivo. —intervino uno de los soldados.
—Esto me huele mal —exclamé observando cómo la vida de aquel hombre se apagaba mientras los muertos rugían por su carne al otro lado de la valla exterior—. He matado a otros dos al salir por la parte trasera, creo que venían a emboscarnos por detrás. Y lo que ha dicho este, o más bien cómo lo ha dicho…
—¿Crees que los terroristas están organizados? —preguntó la capitana con astucia.
—Sí, creo que sí —asentí—. Todos los prisioneros de este lugar puede que no tengan entrenamiento militar avanzado, pero son gente que sabe manejar un arma y obedecer órdenes. Creo que se han organizado como un pequeño ejército, por eso han podido aguantar el envite de los muertos vivientes… y es más, creo que se organizan alrededor de la figura de Azizi.
—No puedes estar seguro de eso. —objetó Walsh incrédula.
—No, no puedo, pero lo sospecho. —Y mis sospechas solían ser ciertas muy a menudo, llevaba muchos años trabajando en esos asuntos y tenía algo así como un instinto profesional.
—Eso tampoco sería malo, podría indicar que Azizi sabe algo de lo que está ocurriendo, por eso todos le siguen. —dedujo la capitana.
—Es cierto, pero también nos dificulta encontrarle —repuse—. Ahora mismo podría tener a cuarenta hombres armados a sus órdenes en este lugar.
—Esto se pone feo —suspiró—. ¿Cómo debemos proceder?
—Habla con Wilson, dile que necesitamos imágenes térmicas del satélite en tiempo real, que nos las envíe a las PDAs —le indiqué—. Necesitamos saber dónde están los presos en cada momento.
—De acuerdo, me pongo a ello… —asintió, pero uno de los soldados que había estado asegurando la zona se acercó a nosotros a toda prisa.
—Agente, capitana, hemos encontrado algo. — dijo haciéndonos un gesto para que le siguiéramos.
Mientras dos de los soldados vigilaban a los muertos vivientes de la valla, los otros dos se acercaron a la puerta del bloque de celdas, donde alguien había pintado un símbolo rojo en la puerta.
—Parece una especie de uve doble y una l, con unos símbolos encima. —nos describió el otro soldado sin necesidad; estábamos allí delante, viendo lo mismo que él.
—Es árabe, ahí dice “Alá”. —les expliqué.
—¿Alá? Si querían poner un símbolo, ¿no deberían haber dibujado una luna creciente y una estrella? —se extrañó el soldado que nos había llevado hasta allí, y para mi sorpresa, fue la propia capitana Walsh la que le corrigió.
—El Islam cree que la adoración de símbolos va en contra del monoteísmo. La luna creciente y la estrella son el símbolo del imperio otomano… el color rojo simboliza la sangre de los mártires.
—Me parece que en este caso simboliza que sangre era lo único que tenían para pintar —apuntillé yo—. Capitana, contacte con Wilson y que sus soldados vigilen esta puerta. Que Ryan envíe los datos directamente a mi PDA.
Sin mediar palabra, me dirigí hacia la valla y comencé a trepar por ella.
—¡Mark, espera! —me llamó Walsh—. ¿A dónde vas?
—Al tejado del bloque —le contesté sin detener la escalada—. Es el último lugar donde el satélite los vio, quiero ver si todavía están aquí.
—¿Tú solo? Ahí dentro podría haber por lo menos cuarenta hombres armados. —se sorprendió.
—Lo sé, no voy a enfrentarme a ellos; no voy a arriesgarme a que se produzca un tiroteo donde Azizi pueda resultar muerto —repliqué en cuanto alcancé el tejado—. Contacte con el agente Wilson, y vigilen la puerta.
Desde allí arriba tenía una vista privilegiada de casi todo el campo de detención, en su mayor parte dominado por muertos vivientes que caminaban de un lado a otro sin un objetivo claro, salvo los que nos habían visto y se nos querían echar encima, que se abalanzaban rabiosos contra las vallas. Era una lástima que no siguieran electrificadas, nos habrían ayudado mucho electrocutando a los que se acercaran, además de contener a los presos en un solo bloque de celdas. Sin vallas que se lo impidiesen, y con armas automáticas en su poder, dudaba mucho que siguieran encerrados en el que Ryan nos señaló, y que sólo cinco hombres salieran a buscarnos lo confirmaba. Lo más lógico era pensar que hubieran buscado un refugio un poco más cómodo, como los barracones de los soldados, o las oficinas del centro.
Sin embargo, mientras esperaba noticias de Ryan con datos actualizados, tenía mucho interés en averiguar por qué habían marcado ese bloque de celdas en particular con un símbolo. El primero que vimos no lo tenía, lo que significaba que la marca tenía algún significado… tal vez allí guardaban cosas, o lo utilizaban para algo especial, y podía ser único o podían tener más marcados. Si se trataba de lo segundo, quería averiguar qué podíamos esperar encontrarnos más adelante si dábamos con otro.
Con los soldados en un lado, era más probable que si quedaba alguien dentro estuviera pendiente de ellos, y no de la otra puerta, de modo que corrí sobre el tejado hasta el otro lado y bajé por allí, ayudándome de nuevo con la valla. Los cadáveres de los dos hombres que había abatido un momento antes seguían en el suelo.
—¿Mark? —me habló Ryan por el comunicador—. Mark, ¿me escuchas?
—Alto y claro. —le respondí acercándome a la puerta, la cual no tenía nada dibujado en sangre por ese lado.
—La capitana me ha pedido imágenes por satélite en tiempo real, no va a ser posible. —dijo.
Aquello era un duro golpe, ¿no se daba cuenta de cómo habían cambiado las cosas?
—Eso no es aceptable —le contesté—. ¿Te ha explicado cual es la situación actual?
—Sí, pero no se trata de que no quiera ayudaros, es que no puedo hacerlo —se excusó—. Se están llevando a cabo cientos de operaciones de evacuación en la mitad de las ciudades del país, Mark, los satélites están siendo utilizados para poner a gente a salvo.
—¡Joder Ryan! ¿No era esta operación tan importante? —protesté intentando contener la ira que empezaba a sentir—. ¡Tenemos a más de cuarenta hostiles armados con equipo de marine, sin contar a los muertos vivientes, y ya hemos perdido dos hombres! Los prisioneros se han movido desde la lectura que nos mostraste, sin ese satélite vamos a ciegas.
—Veré qué puedo hacer, pero no prometo nada. —fueron sus últimas palabras antes de cortar la comunicación.
Sin la posibilidad de saber si había alguien allí dentro antes de abrir, no me quedó más remedio que hacerlo con el arma por delante… por fortuna, resultó que allí no había nadie, pero la escena con la que me topé no fue precisamente agradable de contemplar: colgados con las mismas cadenas que se ponía a los presos en pies y manos, los cuerpos desnudos de lo que me imaginé eran algunos de los marines del centro pendían del techo. Era evidente que habían sido torturados, a juzgar por las heridas y marcas que lucían, sin embargo, lo más tétrico de todo era que todavía seguían vivos, al menos en cierta forma. Cuando me vieron aparecer, estiraron con impotencia sus manos hacia mí y comenzaron a gemir, desesperados por agarrarme y devorarme como solían hacer con cualquiera que cayera en sus putrefactas garras. Me imaginé que, como parte de su tortura, los prisioneros debieron dejar que los muertos vivientes les mordieran, y luego los dejaron enfermar, morir y resucitar. El olor a podrido era insoportable.
“La sangre de los mártires” recordé de las palabras de Walsh un minuto antes.
Recorrí todo el bloque hasta el otro lado aguantando la respiración e ignorando los gruñidos de los muertos. Cuando abrí la puerta la capitana me apunto con su arma, pero al ver que era yo, la bajó.
—¿Qué hay dentro? —preguntó con curiosidad.
—Más marines muertos. —respondí escuetamente cerrando la puerta de nuevo tras de mí.
—¿Has hablado con el agente Wilson? Dice que no tendremos imágenes de satélite. ¿Qué vamos a hacer? No podemos dar vueltas por aquí hasta encontrar al objetivo por casualidad —exclamó Walsh con impaciencia—. Ya he perdido a dos hombres, y los reanimados son cada vez más a nuestro alrededor, los disparos los atraen.
—No tenemos que encontrar a Azizi por casualidad —repliqué—. Sólo tenemos que encontrar a cualquier prisionero por casualidad y preguntarle dónde está. Si, como creo, él lidera todo esto, los hombres que le siguen tendrán que saberlo.
—No me gusta improvisar. —lamentó la capitana torciendo el gesto.
—No tenemos más remedio, si Azizi sabe algo, esa información… —Me detuve una décima de segundo porque creía que nunca diría esa frase en serio, pero se me acababa de presentar la oportunidad, una oportunidad única—. Esa información podría salvar el mundo.
Durante un segundo todos permanecieron callados, tal vez haciéndose una idea por primera vez de la envergadura de la operación que estábamos realizando. Si Azizi hablaba, podríamos detener el caos que estaba asolando el planeta.
—Buscaremos bloque por bloque —se reafirmó Walsh con determinación—. Campo por campo si hace falta.
—Bien, tenemos que cruzar a los dos bloques de al lado —les indiqué señalando la valla exterior, más alta que las interiores y con alambre de espino sobre ella, para evitar que pudiera treparse—. El espino nos prohíbe trepar, de modo que tendremos que cortarla para pasar.
Al otro lado había un camino de tierra de unos cinco metros de anchura, y a continuación, otra valla con espino que rodeaba otro par de bloque de celdas.
—¿Y los muertos? —preguntó un soldado.
La única parte negativa del plan era que los muertos vivientes se apelotonaban contra las vallas exteriores en un intento de cogernos, y cada vez venían más, de modo que cortar y salir podía ponernos en un grave peligro.
—Capitana, su cuchillo. —le pedí a Walsh, y ella me lo entregó.
Me acerqué a la valla y clavé el cuchillo en la frente de uno de los muertos vivientes pegado a ella. El efecto fue instantáneo, el cadáver cayó al suelo, y el filo del cuchillo salió de su cráneo tal y como había entrado mientras lo hacía.
—Limpiaremos la valla de muertos para poder cortarla, luego cruzaremos y los contendremos con las armas hasta que hayamos cortado el otro lado —les expliqué—. Utilizad los cuchillos, debemos ahorrar munición.
Mientras uno de los soldados iba abriendo un agujero en la valla lo bastante grande como para que pudiéramos pasar por él, los demás nos dedicamos a matar a todos los muertos que se amontonaban contra ella mediante el método de apuñalarles la cabeza. El flujo de aquellas criaturas que se acercaba por el camino era constante, y cuando hubiéramos salido allí nos darían problemas, pero cinco hombres disparando podíamos controlarlos.
—¡Ya está! —exclamó el soldado apartando el trozo de valla cortado.
—¡Venga! ¡Rápido! ¡Al otro lado! —ordenó Walsh a su tropa—. ¡Disparad a los que se acerquen!
—¡No malgastéis munición! —les advertí mientras cogía el arma de uno de los soldados caídos, así como sus cargadores extra, antes de salir tras ellos por el agujero de la valla—. Esperad a tener un tiro directo en la cabeza, el resto no sirve de nada.
Habíamos dejado limpia esa zona, de modo que el suelo quedó lleno de cadáveres; la mayoría de ellos eran de prisioneros que no tuvieron tanta suerte como los que seguían vivos, pero también había algunos marines reanimados entre ellos.
Mientras el mismo soldado cortaba la siguiente valla, los demás vigilamos que ningún muerto viviente se acercara demasiado, abatiendo con precisos disparos en la cabeza a quienes lo intentaban. Yo, además, mantenía vigilados todos los bloques de celdas que nos rodeaban, en especial hacia el que nos dirigíamos; en esa situación éramos más vulnerables a un ataque por parte de los prisioneros que en cualquier otra.
—¡Oh, mierda! —gimió uno de los soldados mientras yo me aseguraba de que la torre de vigilancia que teníamos más cerca estaba vacía.
Un compacto grupo de muertos vivientes se acercó por el camino en nuestra dirección. Eran muchos, debían haber sido un grupo grande que escuchó los disparos y se vio atraído, o varios pequeños que se juntaron por casualidad mientras se acercaban, pero la cuestión era que había demasiados como para poder contenerlos.
—¡Sanders! ¡Date prisa con esa valla! —gritó la capitana recargando el arma—. Son muchos… Mark, son demasiados.
—Sólo tenemos que contenerlos un poco hasta que abra un hueco. —le contesté intentando parecer optimista, obviando en ello el problema que se nos podía presentar después.
—¿Y luego? Con un agujero podrán entrar ellos también. —No había forma de engañar a Walsh… sí, aquello iba a ser un problema si las puertas del bloque de celdas estaban cerradas por dentro, como todas con las que nos habíamos encontrado.
—Ahora no tenemos elección —afirmé abatiendo a uno de los muertos con un disparo—. Debemos seguir adelante.
La valla se abrió y fuimos pasando uno por uno a través de ella hasta encontrarnos todos al otro lado, dentro de un nuevo campo de deportes. Ése en concreto tenía en el suelo dos aparatos de gimnasia bastante desgastados que debían utilizar los presos cuando les sacaban allí fuera a tomar el aire. Con el fusil de asalto preparado, me lancé contra la puerta para abrirla y poder refugiarnos en el interior, pero tal y como temía, ésta había sido atrancada y no se abría.
—¡Mierda! —exclamé dándole un golpe en un vano intento de que cediera.
Los demás seguían abatiendo muertos a través de la valla. La marea muerta viviente ya estaba casi encima de nosotros, y no tardarían en empezar a colarse… tenía que pensar rápido.
—¡Soldados! Moved los aparatos de gimnasia y ponedlos delante del agujero —les ordené—. Eso los retendrá un poco. ¡Capitana, necesito una carga explosiva en la cerradura de la puerta! ¡Ya!
Habíamos perdido demasiado tiempo abriendo camino y cruzando, y la gimiente y tambaleante masa de muertos se nos había echado encima al final. Mientras Walsh colocaba la carga explosiva, me coloqué delante del hueco junto a los soldados con el arma preparada para acribillar al primero que decidiera asomarse por allí.
No se hicieron de rogar, la mayor parte de ellos se lanzó contra la valla y se conformó con aferrarse a ella y dar tirones, pero los que llegaron hasta el agujero no dudaron en utilizarlo, y el desmejorado rostro de un hombre de origen árabe fue el primero en asomarse a nuestro lado con perversas intenciones.
Fue un disparo limpio, directo a la cabeza, realizado por de uno de los soldados, pero el reanimado que le seguía no tardó en empujar el cadáver hacia dentro en su intento por pasar también… su sentido de la autoconservación era incluso peor que el mío; ya sabía que le íbamos a disparar, pero aun así, no hizo nada por evitarlo.
Mientras nos dedicábamos a rematar a todo muerto que intentara colarse, la capitana terminó de colocar el explosivo.
—¡Cuidado! —nos advirtió justo antes de hacerlo detonar, y con tras fogonazo, la cerradura quedó destruida e inutilizada.
—¡Entrad, vamos! —dije retrasándome para poder volarle la tapa de los sesos a otro de aquellos seres que intentaba entrar; pensé que dentro estaríamos a salvo, pero tarde acabé por descubrir que el verdadero peligro se encontraba ya en el interior.
Una ráfaga de disparos recibió a la capitana y a sus hombres, que cayeron al suelo abatidos. Rápidamente me giré y disparé contra los dos prisioneros que nos estaban esperando dentro del bloque. Ambos iban armados con armas automáticas, pero sucumbieron ante mis disparos… por desgracia, ninguno de ellos era Azizi, y al haberlos matado ya no me servían para encontrarle.
Vi a Walsh moverse en el suelo y me acerqué a ayudarla. Todavía estaba viva, de modo que me arrodillé a su lado y la examiné para examinar la gravedad de sus heridas.
—Estoy bien —gimió intentando incorporarse—. Me ha dado en el chaleco… estoy bien.
Comprobé que era cierto y la ayudé a hacerlo; el impacto en el chaleco la dejó muy contusionada, pero aguantaría. Por fortuna, otro de los soldados tampoco recibió ningún impacto en sus propias carnes y pudo ponerse en pie por sus propios medios, sin embargo, de los otros tres soldados, uno tenía un disparo en la cabeza, otro en el cuello, y el último había sido herido en la pierna… aún peor, un muerto viviente ya había logrado atravesar la valla, y muchos otros le seguirían el paso enseguida.
—Tenemos que entrar, ¡vamos! —les animé, y entre Walsh y el soldado ileso cargaron con el herido, que tenía que caminar a la pata coja para poder moverse.
—Está sangrando mucho. —me advirtió la capitana mientras yo abría la marcha hacia el interior del bloque, teníamos que salir rápido de allí porque, sin ningún tipo de cerradura, la puerta no evitaría que los reanimados lograran entrar.
—Le atenderemos en cuanto estemos a salvo. —prometí al tiempo que vigilaba las celdas frente a las que íbamos pasando, no nos esperara en ellas ninguna otra sorpresa desagradable.
“¡Mierda, Ryan, necesitábamos ese satélite!” maldije para mí mismo pensando en que, de haber tenido imágenes térmicas del lugar, no nos habrían logrado coger por sorpresa; teníamos demasiados enemigos rodeándonos, y ellos estaban mucho más familiarizados con el terreno… nos llevaban mucha ventaja.
Cuando alcanzamos el fondo del pasillo y llegamos a la otra puerta, por la que habíamos dejado abierta ya comenzaban a entrar figuras tambaleantes y gimientes. Sin perder un segundo, la empujé esperando poder cerrarla desde fuera de manera que no lograran abrirla con tan sólo imitarme, pero antes de poder plantearme el problema me topé con otro motivo por el cual deberíamos haber tenido apoyo de un satélite.
Con reflejos felinos, volví a cerrar la metálica puerta justo cuando las primeras balas impactaron dejando profundas marcas en la plancha de hierro.
—¿Qué ocurre? —preguntó la capitana pegándose a la pared junto al otro soldado y al herido.
—Prisioneros —contesté—. Son diez, y llevan equipo de marine. Nos estaban esperando.
—Los muertos se acercan. —advirtió ella al comprobar que ya habían recorrido la mitad del pasillo.
Uno de los prisioneros de fuera dio un tirón de la puerta para intentar abrirla, le dejé hacerlo, pero sólo la rendija necesaria para meter mi arma y acribillarle con una ráfaga en el estómago antes de volver a cerrar. Se escuchó un grito de dolor y el ruido de un cuerpo caer al suelo.
—Creo que tenemos más posibilidades contra los muertos vivientes —sugirió el soldado ileso, y no pude evitar sentir el temor en su voz.
—Tenemos una misión que cumplir… —murmuré dejando mi arma en el suelo y abriendo unos centímetros la puerta—. ¡Nos rendimos! ¡Vamos a entregar nuestras armas!
—¿Qué? —exclamó Walsh con indignación al escucharme.
—Es la única forma de salir de esta y conseguir el objetivo. —le susurré.
—¡Abre la puerta y que todos los de dentro tiren sus armas al suelo! —gritó una voz en inglés, pero con un acento árabe muy marcado, desde fuera—. ¡Y no hagáis tonterías u os dispararemos!
Obedecimos sin perder un instante porque los muertos vivientes se nos estaban acercando, y en cuanto abrimos, cuatro hombres nos rodearon y apuntaron con sus fusiles.
—¡Estamos desarmados! —exclamé—. ¡No tenemos armas, no disparéis, nos rendimos!
—¡Son cuatro! —gritó en árabe uno de los prisioneros al que parecía el líder.
Aquel hombre tampoco era Mamud Azizi, pero si dirigía a ese grupo, seguro que sabría decirnos algo sobre él. Como todos los demás, se había vestido con el equipo de los marines a los que habían matado.
—Sacadlos aquí y cerrad la puerta. —les ordenó a los demás cuando vio a los muertos vivientes acercándose.
Una vez hecho, nos obligaron a arrodillarnos en el suelo dándoles la espalda con las manos tras la cabeza, como si fueran a ejecutarnos. Al soldado herido hubo que ayudarle a conseguirlo porque tenía la herida del disparo muy cerca de la rodilla y le costaba doblar la pierna.
—Ellos son marines, ¿quién eres tú? —me preguntó el líder dándome un golpecito en la espalda con la punta del fusil.
—Me llamo Mark Ford, y soy agente de la CIA, estoy buscando a… —Antes de poder plantear mi pregunta, recibí un fuerte golpe en la nuca que logró dejarme mareado durante un par de segundos.
—Si algo odio más que al ejército de tu país es a la CIA, americano. —escupió con rabia.
—Esto no me gusta… —murmuró Walsh.
—¡Silencio! —bramó el prisionero reconvertido en líder miliciano.
—Por favor, está herido —suplicó la capitana señalando al soldado del disparo—. Necesita atención médica o se desangrará.
—Ahmed, atiende al herido. —respondió el líder.
Se escuchó un disparo, y el cuerpo del soldado cayó al suelo con un balazo en la cabeza. Tras el sobresalto inicial, casi pude sentir la rabia que emanaba de Walsh.
—Herido atendido. —se mofó el prisionero llamado Ahmed.
—No hagas ninguna tontería. —le susurré a Walsh, que parecía a punto de estallar.
—A estos nos los llevamos, echad el cadáver a los muertos y volvamos. —ordenó el líder a sus hombres.
A los tres que quedábamos vivos nos llevaron con los fusiles clavados en la espalda a través de un hueco en la valla. De algún modo habían logrado crear una serie de pasillos libres de muertos vivientes utilizando las mismas vallas de la instalación, y tenía la sensación de que nos trasladaban al único lugar de aquel centro de detención que no era una cárcel.
—¡Esto es culpa tuya! —me recriminó Walsh furiosa—. Rendirnos le ha costado la vida a Cloyd.
¿Cómo explicarle que aquél había sido un sacrificio necesario? Pese a que había dicho que el plan era capturar a un prisionero e interrogarle, sabía que era más probable que ellos nos cogieran a nosotros, y que eso podía significar la muerte… al menos para ellos; estaba seguro de que me reservaban algo mucho peor que un disparo en la nuca por trabajar para la CIA, pero eran gajes del oficio, y en este caso la única ventaja que tenía a mi favor.
Tal y como sospechaba, aquellos hombres nos llevaron hasta las oficinas de la instalación, una zona que parecía bastante alejada del flujo de muertos vivientes, o al menos la parte de ella que se comunicaba con los bloques de celdas.
Las puertas se abrieron y pasamos a la entrada principal de las oficinas, un espacio amplio que habían puesto patas arriba volcando todos los muebles y destrozando la decoración. Por lo menos veinte prisioneros, algunos todavía vestidos de prisioneros, otros de marines, y algunos con ropa de calle que debieron conseguir en alguna parte, nos abuchearon, escupieron e insultaron mientras nos llevaban al fondo de la sala.
El líder de los prisioneros que nos habían capturado se adelantó hasta otro hombre, uno completamente calvo y vestido con una camisa negra que nos daba la espalda. Mientras aguantábamos las vejaciones de los presos, le susurró algo al oído, y él alzó las manos al aire consiguiendo que todos se callaran. Nos empujaron a los tres hasta colocarnos uno al lado del otro, y luego nos obligaron a arrodillarnos de nuevo en el suelo, sólo entonces el hombre se giró y dio la cara.
—Parece que tenemos invitados —le dijo a su gente al fijar su mirada en nosotros; era una mirada burlona, propia de alguien que se sabe en una posición superior y disfruta con ello—. Caballeros, señorita, mi nombre es Mamud Azizi. Bienvenidos a Guantánamo.