CAPÍTULO 11:
MAITE
Las manos me sudaban lo fuerte que apretaba el rifle que aferraba entre
ellas, pero no hice ademán de ir a secármelas porque no podía permitirme el
lujo de exteriorizar mis nervios… no delante de Sergei, quien ya había puesto
en entredicho la idoneidad de mi persona para llevar a cabo aquella misión
delante de los demás miembros del grupo antes de partir. Tenía que demostrar
que estaba a la altura o perdería el respeto del grupo, y eso podía
permitírmelo muchísimo menos.
—¿Vamos a entrar de una puta vez o nos vamos a quedar mirando todo el santo
día? —gruño impaciente el ruso mientras esperábamos a que Aitor regresara de su
evaluación preliminar del terreno.
Llevábamos instalados en la ermita tan sólo desde el día anterior, pero no
quise esperar más tiempo antes de echar un vistazo en la base militar de San
Pedro, vecina al pueblo junto al que nos encontrábamos, Colmenar Viejo. Había
confiado en encontrar allí un mínimo de presencia militar porque el lugar estaba a unos treinta
kilómetros de Madrid, lo que creía bastante lejos como para que los millones de
resucitados que ahora la poblaban no les alcanzasen, pero por lo que estaba
viendo, no parecía que fuéramos a tener suerte. Desde luego, que la entrada de
la verja exterior estuviera abierta y sin vigilancia de ningún tipo no era una
buena señal.
—Esperaremos a que vuelva Aitor, como estaba acordado. —le respondí con
resignación.
Sólo Sergei, Aitor y yo nos habíamos aventurado a aquella pequeña
expedición. Aitor, como parte del ejército que era, tenía casi la obligación de
acompañarme, pero de haber podido elegir no habría llevado a Sergei conmigo. Mi
primera elección habría sido Sebas, y sólo porque Toni estaba herido; no
obstante, teniendo en cuenta que el pobre hombre había estado involucrado en
prácticamente toda acción peligrosa que habíamos llevado a cabo hasta entonces,
pensé que se merecía un descanso. Lo malo era que sin él sólo Sergei estaba lo
bastante preparado para hacer frente a los problemas que pudiéramos encontrar… aunque
francamente, prefería tenerlo vigilado. Con él y con Irene en la ermita me
habría sentido demasiado intranquila como para estar concentrada en aquello.
Por supuesto, no me hizo ninguna gracia dejar a Clara sola. Aunque la noche
anterior durmió con tranquilidad, todavía no tenía la confianza suficiente como
para separarse de mi mucho rato, así que a ella tampoco le gustó que me fuera… no
obstante, era necesario. La dejé a cargo de Raquel, con quien había hecho
buenas migas, y de Luis, que al menos había tenido un hijo y algo sobre críos
sabría. Confiaba en que aquello no nos llevara demasiado y pudiera volver con
ella lo antes posible.
—No sé qué puede retrasarle tanto. —exclamó Sergei con un bufido apoyando
la espalda contra el coche.
El ruso y yo nos habíamos escondido tras el vehículo en el que llegamos a
pocos metros de la entrada a la base militar, para permanecer apartados de la
vista si había muertos vivientes dentro, mientras que Aitor se adelantó para
echar un vistazo superficial a la zona y avisarnos si encontraba problemas.
Oficialmente sólo tenía que asegurarse de que no hubiera demasiados resucitados
porque aquel lugar tenía pinta de estar abandonado, pero tampoco quería
arriesgarme tontamente; y si después de todo seguía habiendo militares, y éstos
eran hostiles, él tendría más posibilidades de hacerles entrar en razón al ser
uno de ellos.
Si la cosa se ponía fea, con nosotros escondidos cerca quizá tuviéramos una
oportunidad de sacarle de ahí gracias al efecto sorpresa. No obstante, como no
contaba con poder ganar una guerra contra soldados bien armados, esperaba que
simplemente me hubiera pasado de precavida y no tuviéramos ningún problema con
gente, viva o muerta.
Aitor apareció por fin junto a la valla un minuto más tarde, y nos hizo un
gesto con el brazo para que entráramos.
—Ya está, vamos dentro. —le indiqué a Sergei saliendo de detrás del coche.
—No ha disparado, ¿es que además de no haber militares tampoco hay muertos?
—se preguntó él comenzando a seguirme.
—Mejor que no haya tenido que disparar —respondí con cierto alivio—. El
pueblo está demasiado cerca, se nos podría acabar echando encima una multitud.
Nos reunimos con Aitor junto a la entrada al recinto. Armado con su fusil
de asalto y vestido completamente de soldado parecía aún más crío de lo normal,
como si esa indumentaria le viniera grande. Sin embargo, por muy ridículo que
pudiera aparentar a primera vista, ya había demostrado ser un soldado
competente, merecedor tanto del arma como del uniforme, en el pasado.
—No hay muertos. —observé echando un rápido vistazo a mí alrededor. Por
allí sólo se podían ver unos pocos edificios militares, caminos que llevaban de
unos a otros y mucho campo abierto, pero ni rastro de aquellas indeseables
criaturas muertas vivientes.
—Por aquí no, pero por la zona de las residencias he visto unos cuantos —respondió
él—. De todas formas, no parece que haya demasiados en general, aunque yo no
haría mucho ruido...
—¿Esos que viste eran civiles o militares? —le pregunté.
—Civiles —aseveró—. Creo que se colaron desde el exterior. Quizá vinieran
desde el pueblo, han tenido un mes para andar de un lado a otro, no es raro que
hayan llegado hasta aquí teniendo en cuenta que tampoco está tan lejos.
—En este lugar también había personal civil —intervino Sergei—. Y esos que
has visto podrían ser civiles que vinieron a buscar refugio, casi como estamos
haciendo nosotros.
—Sea como sea, el caso es que no hay militares. —resumí yo ciñéndome a lo
importante—. No sé qué ocurriría aquí, porque si los muertos les hubieran
echado esto estaría lleno de cadáveres y de más de los suyos, pero la cuestión
es que no están.
Aunque sabía que era poco probable, por un instante me había hecho la
ilusión de encontrar allí una instalación militar perfectamente operativa,
donde estar protegidos de esos seres y donde gente más competente se encargara
hacerlo funcionar… pero al parecer no iba a tener ni siquiera a unos cuantos
soldados escondidos con los que intentar colaborar. Seguíamos estando
completamente solos contra el mundo.
—Es posible que enviaran a toda esta gente a la zona segura de Madrid —dedujo
Sergei rascándose la barbilla—. O incluso antes, para las evacuaciones.
—Puede ser. —asentí admitiendo que lo que decía tenía sentido.
—¿Entonces qué vamos a hacer? —quiso saber Aitor—. ¿Nos vamos?
Me imaginé que, si a los militares de la base se los habían llevado a las
zonas seguras o a combatir a los muertos de la ciudad, poco habrían dejado allí,
pero lo poco que fuera podía hacernos mucho bien a nosotros, así que habría
sido del género tonto no comprobar qué podíamos sacar… después de todo, aquello
lo habíamos pagado con nuestros impuestos.
—No —le respondí—. No hay militares, pero tal vez queden cosas que nos sean
útiles: armas, comida, vehículos más resistentes, gasolina… prácticamente
cualquier cosa que tuvieran aquí puede sernos de utilidad, creo que la visita
merece la pena, más cuando parece que los resucitados no van a ser un problema.
—Estoy de acuerdo —se me unió Sergei—. Ya que tenemos la oportunidad,
echemos un vistazo a fondo a esto.
—Vale, pero mejor tener cuidado, no sé si dentro de los edificios habrá
algo más, yo sólo he mirado por fuera. —nos advirtió Aitor tomando la delantera.
Nunca había estado en una base militar hasta ese momento, y por tanto no
sabía lo grande que podía llegar a ser aquel recinto, pero por lo que estaba
viendo el espacio no era precisamente un problema allí. Cada edificio estaba
bien separado del siguiente, los caminos eran amplios y en realidad la mayor
parte del terreno era tan sólo campo abierto.
—Eso es la cafetería. —anunció Aitor señalando una casa de una sola planta
junto a un aparcamiento. En él, un todoterreno militar permanecía estacionado
junto a un par de coches civiles.
—Quizá aún haya algo comestible dentro —dijo Sergei contemplando la fachada
de aquel lugar—. Deberíamos comprobarlo.
—Si abandonaron la base militar antes de que todo se colapsara, es posible —coincidí
con él, aunque no muy esperanzada de que aquello fuera cierto en realidad—.
Aitor y yo entraremos a comprobarlo. Sergei, ¿puedes echar un vistazo al
todoterreno? Si podemos arrancarlo creo que nos será muy útil.
—De acuerdo. —aceptó volviéndose hacia el vehículo. El joven soldado y yo,
sin embargo, nos dirigimos al interior de la cafetería.
—Cuidado ahora —le advertí deteniéndome junto a la puerta—. Si sale algo
cuando abra, le disparas.
Aitor asintió, agarró su fusil y se posicionó de forma que pudiera abrir
fuego si fuera necesario, pero por suerte nada salió a recibirnos al abrir la
puerta y pudimos pasar dentro sin ningún incidente. Pese a todo, no bajamos la
guardia en ningún momento. Hacerlo era la mejor forma de que un cadáver andante
escondido se te echara el cuello.
La cafetería tenía pinta de estar completamente abandonada. Las sillas
estaban dobladas y colocadas sobre las mesas, como si el dueño hubiera cerrado
el local tras un día cualquiera de trabajo… salvo porque la puerta no estaba
cerrada con llave.
—Bueno… ¿hablaste con Raquel? —le pregunté aprovechando que nos habíamos
quedado solos los dos.
—¿Qué hay que hablar? —contestó él con una fingida indiferencia que no me
creí ni por un segundo—. Lo nuestro es historia. ¿Miramos en la cocina a ver si
hay comida?
—Lo que pueda haber ahí seguramente estará pasado, pero mira a ver —le dije
asintiendo con la cabeza—. Yo voy a ver si encuentro algo tras la barra.
Además de trapos, servilletas, la cristalería y un sacacorchos no encontré
nada de interés, pero aun así me guardé el sacacorchos en un bolsillo porque,
si llegábamos a necesitar uno para lo que fuera, iba a ser difícil de conseguir
en otra parte.
Los estantes tras la barra estaban completamente vacíos, lo que me resultó muy
extraño. No creía que hubieran estado vacíos siempre, pero tampoco creía que
los militares fueran a llevarse a la zona segura las patatas fritas y el
alcohol.
—No hay nada. —exclamó Aitor volviendo de la cocina.
—¿Todo podrido? —le pregunté apartando la vista de los estantes.
—No, es que no hay nada de nada —aclaró—. Se lo han llevado absolutamente
todo, la cocina está completamente vacía.
—Sí, todo apunta a que alguien saqueó esto a conciencia —dije volviendo la
vista de nuevo hacia los estantes—. Vamos a ver si Sergei ha tenido más suerte
que nosotros.
El estado de aquel lugar era un mal augurio para lo que nos esperaba más
adelante. Si los militares habían sido tan escrupulosos, era poco probable que
encontráramos algo de utilidad en cualquier otro lugar de la base. Todo lo que
pudiera haber se lo habrían llevado ya.
“Menudo fracaso” pensé abatida al volver fuera, bajo la luz del sol.
—¿Cómo va eso? —le preguntó Aitor al ruso, que seguía trasteando dentro del
todoterreno—. ¿Tenemos al menos un vehículo mejor en el que movernos?
—Pues me temo que no —contestó él asomando la cabeza—. Abrirlo ha sido
fácil, pero estas mierdas de última tecnología son imposibles de puentear. A
menos que encontremos las llaves esto va a quedarse aquí… y es una lástima,
esta bestia podría llevarse por delante una manada de esos muertos vivientes
sin ni siquiera notarlo.
—Es extraño que los militares lo dejaran aquí… —medité en voz alta.
—No íbamos escasos de vehículos precisamente —dijo Aitor, sin embargo—. De
hecho, cuando la cosa se puso mal faltaba más gente que coches, no sé si me
explico.
—Perfectamente. —repliqué con tristeza. Los militares fueron los primeros
en plantar cara en serio a los resucitados cuando estos fueron legión y habían
perdido la guerra, de modo que sus bajas debieron ser incluso más catastróficas
que entre los civiles—. Continuemos.
Si algo me sorprendió de la base fue darme cuenta de que en realidad estaba
concebido como una ciudad en miniatura. Tenía de todo lo que se pudiera
necesitar: casas, un campo de tiro, la cafetería, gimnasio, duchas, lavandería,
iglesia, enfermería y hasta un colegio… no se me ocurría un mejor lugar donde
comenzar a reconstruir la civilización que aquél. Si no hubiéramos sido tan pocos
para protegerlo, nos habría trasladado allí sin ninguna duda.
—No sé si merece la pena entrar a la enfermería —titubeó Aitor cuando
pasamos frente a la fachada del edificio—. Si se llevaron hasta los refrescos
de la cafetería, aquí no quedarán ni las agujas usadas.
—Aun así, deberíamos comprobarlo. —le contradije tomando la delantera. Probablemente
tendría razón, pero sería del género tonto no asegurarse.
El interior de aquel sitio también se encontraba limpio de resucitados. Estábamos
teniendo suerte por el momento en ese aspecto, pero desgraciadamente no era de
lo único que estaba limpio. Prácticamente cualquier cosa utilizable en la disciplina
médica había desaparecido, y eso que el lugar era grande y se notaba que había
estado bien dotado de material. De haber estado completamente surtido, habría
hecho las delicias de Luis.
—Revisémoslo a fondo, cualquier cosa que hayan dejado nos podría ser útil. —les
propuse.
Como no había peligro, nos dividimos para hacer aquello más rápido, y así,
mientras Aitor revisaba el almacén, Sergei inspeccionó los boxes donde trataban
a los pacientes y yo me encargué de los despachos de los médicos.
No me fue sencillo colarme en ellos porque todos estaban cerrados con
llave, pero como todas las puertas tenían una cristalera translúcida, donde
estaba escrito el nombre del doctor al que pertenecía, pude colarme rompiéndolas
con la culata del rifle y abriendo desde dentro.
“Si me hubieran dicho hace sólo un par de meses que estaría saqueando una
base militar…” pensé dando un paso dentro del primer despacho.
Aquellas oficinas eran más funcionales que otra cosa, de modo que carecían
de adornos o cualquier tipo de parafernalia llamativa, y tras revisar tres de
ellos tan sólo sobre los escritorios encontré algún adorno que hubiera
pertenecido al propietario del mimo. Sin embargo, todos estaban tan vacíos de
cualquier cosa útil como el resto de la enfermería. Únicamente logré sacar un
paquete de chicles, una caja de aspirinas y la chaqueta militar de un médico
especialmente menudo que, con un poco de suerte, le serviría a Clara, aunque le
viniera un poco grande.
—Aspirinas, algo es algo. —me dije para consolarme mientras regresaba a la
entrada, donde ya me estaban esperando los demás.
—¿Ha habido suerte? —preguntó Sergei al verme llegar.
—Aspirinas —le mostré la caja antes de guardarla en mi mochila—. ¿Y
vosotros?
—Unas tiritas, una botella de agua oxigenada que no se llevaron porque debió
caerse y rodar hasta debajo de una de las camas, y un bote de pastillas
misteriosas —respondió Aitor—. ¿Deberíamos llevárnoslas? No sabemos lo que son…
—A lo mejor Luis puede identificarlas —se me ocurrió—. Tú guárdalas,
siempre habrá tiempo de tirarlas luego si no valen para nada. ¿Echamos un
vistazo a la capilla?
—¿La capilla? —se extrañó el soldado—. ¿Qué podríamos encontrar allí?
Además, ya estamos viviendo en una.
—No sé, más velas quizá —le respondí encogiéndome de hombros—. Hasta que no
vayamos no lo sabremos. Ya que estamos aquí es mejor que lo revisemos todo a
fondo.
—El Señor proveerá. —recitó el ruso con sorna.
De camino a la capilla nos topamos con el primer muerto viviente del día.
Como había dicho Aitor, no era un militar, sino un civil, aunque por el estado
en el que se encontraba su ropa era difícil averiguar qué o quién había sido
antes de convertirse.
—No disparemos —les advertí antes de que pudieran reacciona al encuentro—.
No sabemos cuántos más hay aquí y no quiero que se nos acaben echando encima.
El hacha que perteneciera a la difunta Érica se había quedado en la ermita
con los demás, por si algún resucitado les daba problemas por allí, así que mi
única arma cuerpo a cuerpo era un cuchillo, instrumento que no me gustaba nada
para matar a esos seres porque exigía acercarse demasiado a ellos. Sin embargo,
Sergei se me adelantó, y con sus propias manos agarró al muerto, que apenas
logró hacer un amago de abalanzarse contra él, y lo estampó contra el suelo.
Allí le pisoteó la nuca hasta que se escuchó un crujido y la criatura dejó de
moverse.
—¡Sólo es uno, joder! —bufó lanzándonos una mirada desdeñosa—. Sigamos.
Miré asqueada el cuerpo de aquel muerto al pasar junto a él. Aunque ya me
había, no diría acostumbrado, pero al menos hecho a la idea de vivir rodeada de
cadáveres putrefactos, no dejó de resultarme desagradable la forma en que ese
en concreto había muerto… aunque pronto descubrí que ese desagrado iba a
palidecer al compararlo con lo que sentí cuando entramos en la capilla.
—Desde luego esto no me lo esperaba. —afirmó Aitor mirando a su alrededor
con aprensión.
No me extrañaba que no fuera a esperárselo, porque yo tampoco habría sido
capaz de adivinar que allí dentro nos íbamos a topar con algo tan grotesco como
lo que estaban viendo mis ojos.
—Es como si alguien se hubiera entretenido llenando al patrón de este lugar
de vísceras putrefactas. —evaluó Sergei acertadamente aproximándose al altar
con cautela.
Yo preferí quedarme junto a la puerta, el suelo del interior estaba lleno
de sangre seca que no me apetecía pisar, sangre que también se encontraba
desperdigada por las paredes e incluso por el techo. Al estar ya coagulada, era
imposible saber si pertenecía a humanos o a resucitados, pero ese misterio era
un asunto menor, lo más llamativo sin duda era el regalito que habían dejado
sobe el altar. Tripas, miembros amputados y otros pedazos de carne cuyo origen
era más incierto se pudrían sobre él, con moscas revoloteando por todas partes…
era como si alguien hubiera hecho una macabra ofrenda de vísceras humanas al
santo.
—Algún gracioso que ha aprovechado todo esto para profanar la iglesia. —teoricé
sintiendo muy mal cuerpo, no sólo por el hedor que emitían aquellos restos
putrefactos, o los insectos que revoloteaban a su alrededor, sino también por
el hecho de que alguien pudiera estar tan perturbado como para ponerse a descuartizar
cadáveres y esparcir sus restos por allí.
—Sólo falta un 666 por alguna parte. —dijo Aitor cubriéndose la boca y la
nariz con un brazo. El único que no parecía traumatizado por aquello era
Sergei, que se atrevió incluso a acercar una mano al montón de restos humanos
del altar.
—Esto es piel —evaluó dando un tirón a un pellejo—. Piel humana, ¿qué coño
significa esto?
—Prefiero no saberlo, vámonos. Está claro que aquí no hay nada para
nosotros. —exclamé dándome la vuelta y regresando al exterior. El aire nunca me
había parecido tan limpio como después de salir de ese maldito sitio.
—No sé quién vendría aquí después de que se fueran los militares, pero
espero que se haya ido también. —murmuró Aitor una vez todos fuera.
—No tenía pinta de ser reciente, toda esa mierda debe llevar ahí como dos o
tres semanas, puede que incluso cuatro —calculó Sergei. Preferí no preguntarle
cómo podía saber eso, ya había salido suficientemente asqueada de la iglesia.
Conforme fuimos profundizando en la base militar, la situación comenzó a
complicarse más y más. La separación entre edificios era mucho menor, y entre
ellos había muertos vivientes buscando algo que llevarse a la boca, así que nos
las apañamos para pasar desapercibidos moviéndonos por la periferia. Aquellos
edificios no tenían ninguna marca que los identificara, por lo que me imaginé
que debían ser las residencias de los soldados que Aitor había mencionado antes.
Como de allí tampoco creía que fuéramos a sacar nada no intentamos entrar
en ellas… al menos hasta que nos topamos con un grupo de cinco resucitados
cortándonos el paso. Los cinco se movían por nuestro mismo camino, pero en
dirección contraria, de modo que era inevitable que nos cruzáramos.
Sergei gruñó y sacó su escopeta preparado para disparar en cuanto alguno se
le pusiera a tiro, pero le puse una mano en el hombro para detenerle antes de
que hiciera una tontería. Ya me parecía mala idea disparar cuando creía que
apenas habría muertos vivientes allí, y después de ver que hasta formaban
pequeños grupos la idea de llamar la atención abriendo fuego pasó a parecerme
pésima.
—Espera —le susurré señalándole la puerta trasera de una de las residencias—.
Metámonos ahí y esperemos a que pasen de largo.
Fue Aitor quien se adelantó a abrir la puerta, que tampoco estaba
atrancada… de hecho, era como si hubieran reventado la cerradura de una patada
para colarse dentro antes que nosotros.
—Es evidente que alguien ha estado aquí después de que los militares se
marcharan —murmuré después de traspasar el umbral y encontrarnos los tres en un
largo pasillo, que llevaba hasta la entrada principal de la residencia y a unas
escaleras laterales que subían al segundo piso—. Quizá para lo mismo que
nosotros, salvo por lo de profanar iglesias, claro… ¿no oléis eso?
Una peste similar a la de la capilla, pero no tan intensa y de origen
desconocido, impregnaba el aire de aquel lugar.
—Huele como si hubiera algo podrido —determinó Aitor olfateando a su
alrededor—. A lo mejor aquí también se han entretenido decorándolo todo con
tripas.
—Parece que viene de ahí —señaló Sergei haciendo un gesto hacia una puerta
doble a un lado del pasillo. Sobre ella había un letrero en el que se leía
“gimnasio”—. Deberíamos echar un vistazo.
No podía estar del todo de acuerdo con esa afirmación, lo último que
necesitaba era acabar vomitando el desayuno si terminábamos encontrando más
vísceras de muerto viviente, pero viéndolo objetivamente quizá fuera mejor asegurarse
de que aquel lugar no guardaba ninguna sorpresa desagradable también.
—Adelante. —accedí no de buen grado.
Y enseguida me arrepentí de hacerlo. Aquello fue mucho peor que lo de la
iglesia, infinitamente peor, de hecho. Docenas de cuerpos se descomponían en el
suelo del gimnasio, envueltos en una nube de insectos y un hedor de tal
magnitud que Aitor salió espantado y acabó vomitando en una esquina, mientras
que yo tuve que hacerme a un lado porque hasta los ojos me lloraban. Incluso
Sergei retrocedió cubriéndose la nariz.
—¡Me cago en la puta! —exclamó mirando aquel horror desde fuera. Sólo un
loco se aventuraría dentro de aquel depósito de cadáveres putrefacto.
—Debe haber como cuarenta cuerpos ahí. —balbuceó Aitor limpiándose la boca
de vómito.
No me preocupaba su número, a fin de cuentas, por triste que fuera, había
visto a tanta gente morir que un montón de cuerpos más no significaba nada… lo
que me preocupaba era que todos estuvieran vestidos con el uniforme militar. Si
no me equivocaba demasiado, allí se encontraba lo que quedaba del ejército
después de que cayera la zona segura.
Haciendo de tripas corazón, me armé de valor yo también y asomé la cabeza
dentro. Por muy repugnante que pudiera ser aquello, seguía siendo importante
saber qué había pasado allí, más cuando era evidente que sus muertes no habían
sido obra de los muertos vivientes.
—Creo que esto es lo que queda del grupo de operaciones especiales —afirmó
Sergei—. Esos y los de apoyo logístico eran los que tenían su base aquí, pero
supongo que a la mayoría se los llevaron para la zona segura.
—¿Y a estos qué les ha pasado? —se preguntó Aitor horrorizado tapándose la
nariz y la boca con la manga de la camisa.
—Los han matado —sentencié tras encontrar precisamente lo que andaba
buscando, y que daba respuesta a esa pregunta—. Están muy podridos, pero aún se
ven las heridas de bala. A estos pobres desgraciados los tirotearon y luego los
dejaron aquí para que se pudrieran.
—¡Dios! ¿Quién haría algo así? —se indignó Aitor—. Con esta gente protegiendo
el fuerte, hasta podría haber sido habitable.
—Pues lo haría alguien que no quería que este lugar fuera habitable —repuso
Sergei lacónicamente—. Mira, hasta les metieron una bala en la cabeza a cada
uno para que no se levantaran de nuevo… supongo que alguien quería armarse a
conciencia y pensó que una base militar tendría armas de sobra para llevarse.
—Para asaltar un lugar como este, con tantos soldados protegiéndolo, se
necesitaría ya de por sí un arsenal. —repliqué yo cerrando la puerta del gimnasio,
si seguía oliendo aquello no podría volver a comer en una semana, y los bichos
necrófagos comenzaban a deslizarse fuera de la habitación.
—Pues quien lo haya hecho ya tendrá dos arsenales —añadió Sergei sin darse
por vencido—. Esto es la prueba de que hemos perdido el tiempo miserablemente,
cualquier cosa que pudiera haber aquí, o se la llevaron los militares, o se la
llevaron los que mataron a los militares que quedaban.
Lamentablemente tenía razón. No había ningún motivo para adentrarse más en
la base y arriesgarnos a vérnoslas con más resucitados cuando el botín, si es
que lo había, sería más bien escaso. No conseguiríamos armas, comida, medicinas
ni nada de lo que esperaba que pudiéramos encontrar… en efecto, aquello había
sido una pérdida de tiempo.
—Sí, será mejor que nos vayamos mientras aún podamos —asentí abatida cargándome
el rifle a la espalda—. No hay de qué preocuparse, todavía nos queda comida de
la incursión a Madrid. Volveremos, formaremos otro grupo y buscaremos en las
casas más exteriores de…
Me interrumpí porque comenzó a escucharse un sonido a lo lejos que me costó
identificar, no porque no lo hubiera escuchado antes, sino porque no podía
creer que estuviera oyéndolo en un momento como ese.
—¿Qué coño es eso? —gruñó el ruso mirando a su alrededor, como si el origen
del ruido estuviera a la vista… pero no, venía de fuera, y sabía exactamente de
dónde.
—Una campana —murmuré atónita—. Creo que es la de la capilla.
—¡Pues claro que es la de la capilla! ¿Cuántas putas campanas crees que
puede haber por aquí? —me espetó Sergei de malos modos—. ¿Pero por qué coño
está sonando?
—Es mediodía, a lo mejor está programada para sonar a ciertas horas. —sugirió
Aitor.
—¿Y eso qué importa? ¡Con el ruido que está haciendo va a revolucionar a
todos los muertos vivientes de este lugar! —exclamé descolgándome de nuevo el
rifle de la espalda—. ¡Tenemos que largarnos de aquí antes de que sea demasiado
tarde!
Sin pensarlo un segundo, los tres salimos corriendo de vuelta a la entrada
trasera de la residencia, dispuestos a escapar de aquel lugar antes de que los
resucitados comenzaran a acudir al sonido de las campanas y nos pillaran en
mitad de su camino. Aitor fue el primero en llegar hasta ella, pero en cuanto
abrió la puerta volvió a cerrarla inmediatamente.
—Eh… mejor salir por otra parte. —musitó tragando saliva.
—¿Ya han llegado? —le pregunté comenzando a ponerme nerviosa. La campana no
dejaba de sonar, y hasta el resucitado más sordo podría haberla escuchado a
esas alturas.
—Están los cinco de antes y un par más, pero están aquí encima. —Un golpe
contra la puerta hizo que el final de su frase se volviera irrelevante—. Y creo
que me han visto.
—Vamos por la principal —propuso Sergei inmediatamente. —Si nos damos prisa,
quizá podamos salir antes de que se llene también.
Como corrimos hacia un lado corrimos hacia el otro, buscando una salida a
aquella situación que, si los muertos vivientes lograban atravesar la puerta,
se pondría realmente fea.
¡Oh mierda! —masculló Aitor frenándose en seco cuando casi estábamos al
otro lado. Allí la puerta a la residencia era de cristal, y gracias a eso, sin
necesidad de abrirla pudimos ver que tras ella la situación no nos era más
favorable.
—Estamos jodidos, verdaderamente jodidos. —gruño Sergei valorando de forma bastante
acertada la gravedad de la situación.
Quizá sin el sonido de la campana excitando a todos los muertos del lugar
podríamos habernos movido discretamente entre aquellos pabellones residenciales
sin que ninguno de ellos se diera cuenta, pero alertados por el ruido y caminando
en dirección a él, aquello era imposible. Fuera teníamos una docena
tambaleándose que no dudarían en echársenos encima en cuanto nos vieran
aparecer.
—No del todo, mira —objetó Aitor señalando fuera con el dedo—. Ahí hay otro
todoterreno. Si podemos abrirlo y ponerlo en marcha puede que logremos salir
disparados de aquí.
—¿No me estabas escuchando cuando dije que estas cosas no se pueden
puentear? —replicó Sergei frunciendo el ceño.
—Este no es como el otro, míralo, ni siquiera está blindado. —repuso el
soldado.
Viéndolo pintado con los colores de camuflaje engañaba, pero en realidad no
era muy distinto a cualquier todoterreno civil. Quizá por eso se había quedado
allí en lugar de ir a la zona segura o ser robado por quien matara a los
militares.
Las campanas seguían sonando, y los resucitados comenzaban a abollar la puerta
trasera de la residencia. Si lograban entrar, tendríamos que abrir fuego contra
ellos, y después de eso todos los muertos vivientes de los alrededores se nos
echarían encima. Quedarnos atrapados en alguna habitación de ese piso o del
superior tampoco era una opción, no teníamos forma de saber si podríamos volver
a salir de ella…
—Lo intentaremos —decidí finalmente—. Aitor y yo te cubriremos, Sergei. Nos
cargaremos a los que se acerquen mientras intentas ponerlo en marcha.
—Sabéis que si no puedo estamos todos condenados, ¿verdad? —nos advirtió
antes de que entráramos en acción.
—Habrá que arriesgarse —sentencié—. Si nos quedamos atrapados aquí,
estaremos condenados de todas formas. Vamos, yo iré delante.
Pese a lo decidida que intentaba parecer, no olvidaba que aquél iba a ser
mi primer enfrentamiento real contra un grupo de muertos vivientes. Saliendo de
Madrid no hice más que huir y esconderme, y una vez fuera tan sólo me las vi
con uno de ellos mientras intentaba aprender a utilizar el hacha… y el
resultado no fue muy bueno. No había sido mordida sólo porque llevaba un abrigo
de cuero que los dientes de mi atacante no lograron atravesar. Además de eso,
mis lecciones con el rifle habían sido únicamente teóricas, y nunca había
disparado a un blanco que se moviera.
Tuve que respirar profundamente antes de abrir la puerta, porque aquello
tenía todas las papeletas del mundo para acabar muy mal, y no era sólo mi vida
la que estaba en juego… no podía dejar sola a Clara, no después de haber
perdido también a su padre.
Durante los primeros tres segundos la cosa fue bien, salimos tan
rápidamente de la residencia que los resucitados tuvieron que detenerse por un
momento para darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, pero a partir de ahí todo
se complicó. Tal y como habíamos acordado, Sergei se lanzó sobre la puerta del
vehículo para forzarla, mientras que Aitor y yo nos colocamos dándole la
espalda, preparados para acabar con cualquier muerto viviente que osara
acercarse. Lamentablemente no parecía que fueran a ser pocos.
El primer disparo lo realizó Aitor, y cuando lo hizo temí haber cometido un
terrible error, porque hasta los muertos más lejanos volvieron sus miradas carentes
de vida hacia nosotros después de escuchar aquel sonido, ignorando por completo
la maldita campana de la iglesia.
—¡Cuidado con ese! —me advirtió el soldado cuando uno de ellos comenzó a
acercarse demasiado.
—Lo tengo controlado. —le aseguré, aunque no era del todo cierto. Había
dejado que se acercara porque no quería errar el tiro, pero no tenía nada claro
que pudiera mantener el nivel de muertes necesarias para que no acabaran
comiéndonos el terreno… antes de comernos a nosotros.
Disparé, y media melena de una chica delgada y morena saltó por los aires, al
tiempo que su cadáver tambaleante cayó al suelo definitivamente muerto. Era mi
primer resucitado eliminado con un arma de fuego, pero no iba a ser el último,
inmediatamente tuve que volverme hacia otro, un hombre más bien tirando a viejo
que cojeaba de manera notable, para darle su ración de plomo.
—¡Lo tengo! —exclamó Sergei abriendo la puerta del todoterreno y
arrojándose dentro—. Dadme un momento más…
—¡No vamos a tener ese momento! —le advertí retrocediendo un paso y
disparándole al viejo, que cayó tan muerto como la chica anterior. Aitor, por
su parte, había abatido ya a cinco o seis, pero pese a aquello el número de
ellos no se reducía, más bien todo lo contrario—. ¿Me escuchas? ¡Esto se pone
feo!
—¡Entremos dentro del coche! —propuso Aitor disparando una vez más y
volándole la cabeza a otro—. Cuando arranque, nos vamos y listo, no podrán
cogernos ahí dentro.
—¡No! —le detuve al verle hacer un amago de realizar su plan—. Si no
logramos arrancarlo nos quedaremos atrapados con una jauría encima.
La cosa estaba poniéndose peliaguda, los que teníamos cerca ya estaban
sobre nosotros, los que se habían alejado por el ruido de la campana comenzaban
a volver y los más rezagados empezaban a alcanzarnos. No teníamos potencia de
fuego suficiente para rechazar aquello.
—¡Salta al otro lado del coche! —gritó Aitor de repente.
—¿Qué? —repliqué mientras abatía a mi tercera víctima, ésta sólo un niño
con la cabeza llena de desgarros y marcas de dientes.
—¡Ponte detrás! ¡Que no te vean por un segundo! —me indicó dándole un
empujón a Sergei y metiéndolo del todo en el coche. Tras eso, cerró la puerta.
—¿Pero qué coño…? —protestó el ruso.
—¡No! —intenté detener a Aitor cuando vi lo que pretendía hacer.
—¡Es la única manera! ¡Vamos, ponte detrás! —repitió descolgándose el fusil
para manejarlo mejor y dando un paso al frente.
Solté una blasfemia mientras me subía al capó del vehículo y me deslizaba
hasta el otro lado, poniendo el todoterreno entre la horda que se nos echaba
encima y yo misma. Aitor lanzó una ráfaga contra la multitud más cercana antes
de abrirse paso entre dos de ellos y echar a correr hacia las profundidades de
la base militar. Con los más próximos muertos, el resto de seres sólo tuvo ojos
para aquel estúpido soldado suicida, que corría y disparaba como un loco
llamando su atención, de modo que fueron tras él.
—¡Maldito idiota! —murmuré con aprensión al perderle de vista tras un muro,
con toda la horda tras él.
—Ya casi está… —decía Sergei hurgando entre los cables del vehículo bajo el
volante—. ¡Ya!
El motor rugió y el todoterreno puso en marcha. Sin perder un segundo, abrí
la puerta del asiento trasero y me subí en él, mientras que Sergei lo hizo en
el del conductor. Algunos resucitados se volvieron al escuchar cómo nos
poníamos en marcha, pero ya era tarde para ellos, con un acelerón nos apartamos
de su alcance en cuestión de segundos.
—¡Tenemos que volver a por Aitor! —le dije al ruso abriéndome paso hasta el
asiento del copiloto y tomando asiento en él—. Con esta cosa podemos pasar por
encima de la multitud.
—¿Estás loca? —bufó él—. Si volvemos ahí nos harán pedazos, éste es un
todoterreno normal y corriente, no puede aguantar a decenas de esos bichos si
se lanzar a por nosotros… el soldadito sabe lo que se hace, también sabe dónde
vivimos y tiene el coche con el que llegamos, estará bien.
Lo dijo con tal frialdad que inmediatamente me acordé de con quién estaba
hablando. Si creía una sola palabra de lo que estaba diciendo, yo era la reina
de Inglaterra, pero estaba dispuesto a abandonar a Aitor a su suerte con tal de
no arriesgar el pellejo. Ya no se escuchaban disparos, aunque quizá con toda la
horda tras él no necesitara hacerlos para llamar su atención.
De cualquier modo, no había tiempo para pelearme con Sergei, y
probablemente tuviera razón al decir que nuestro vehículo no aguantaría contra
una multitud de muertos. Por muy poco que me gustara, tenía que tener la mente
fría que el liderazgo requería, y eso significaba dejar atrás a Aitor y
aprovechar la oportunidad que nos había dado.
Sólo cabía esperar que fuera listo y se dirigiera hacia las vallas que
rodeaban la base en cuanto pudiera. Él podía treparlas, pero los muertos no, y si
era inteligente podría dejarlos con un palmo de narices en un solo movimiento…
—Ahí está. —murmuró Sergei entre dientes con enfado.
Por un segundo pensé que se refería a Aitor, sin embargo, al mirar el mismo
lugar que él, lo único que vi fue la iglesia. La campana seguía sonando, pero en
cuanto nos acercamos el sonido cesó repentinamente, como si quien lo provocara
se hubiera dado cuenta de que estábamos allí. Más sorprendente para mí fue que
Sergei detuviera el coche y se bajara de él hecho una furia, y además escopeta
en mano.
—¡Eh! —bramó disparando contra la fachada del edificio—. ¡Eh capullo!
—¿Te has vuelto loco? ¿Qué estás haciendo? —le reprendí sin poder creer que
hubiera interrumpido la huida para ponerse a disparar contra un edificio—.
¡Tenemos que irnos de aquí!
No sólo teníamos algunos resucitados a nuestra espalda, sino que aquél era
el epicentro del sonido que los había revolucionado, así que también había por
allí unos cuantos rondando que se mostraron encantados de que Sergei se pusiera
a pegar tiros y dar gritos.
—¿Querías jodernos, cabrón? —seguía gritando mientras vaciaba toda la
munición de su arma contra la fachada de la iglesia.
—¡Vuelve dentro o te juro que me voy sin ti! —exigí poco dispuesta a
jugarme el pellejo por lo que fuera que intentaba después de haber tenido que
dejar atrás a Aitor—. ¿A quién cojones le hablas?
—¡Al cabrón que se ha puesto a tocar la campana! —respondió disparando su
último cartucho. había dejado la pared llena de marcas de escopetazos.
—¡Ahí no hay nadie, vámonos! —le increpé intentando que entrar en razón.
Sólo cuando se vio con el cargador vacío se decidió a volver dentro, pero
para entonces un resucitado flacucho y con un rostro extremadamente cadavérico
se había interpuesto en mitad de su camino. De un culatazo en la frente y un
pisotón acabó con él sin despeinarse antes de entrar de nuevo al coche y
arrancarlo, y no respiré tranquila hasta que nos pusimos en marcha de nuevo en
dirección a la salida de la base militar.
—¿A qué coño ha venido eso? —inquirí tras respirar profundamente para
calmarme un poco.
—A que nos han intentado joder, a eso —replicó él todavía furioso—. Si
llego a pillar a…
—¿A quién? —le interrumpí—. Ahí no había nadie.
—¡Las campanas no suenan solas! —estalló.
—Aitor dijo que podía estar programada para tocar a ciertas horas. —quise
hacerle ver.
—¿Programar? ¿Sin electricidad en ninguna parte? ¡No me jodas! —bufó él
dando un volantazo para esquivar a un muerto viviente despistado—. ¡Alguien nos
ha jodido, bonita, que te quede claro!
No podía creer que una persona hubiera hecho eso a propósito, más que nada
porque no entendía qué podía estar haciendo alguien en una base militar
abandonada y llena de muertos vivientes. Sin embargo, algo había pasado allí,
alguien había matado a los militares y había profanado la iglesia.
Miré por el espejo retrovisor en dirección a la capilla y, por tan sólo un
segundo, me pareció ver algo moverse. Giré la cabeza hacia allí tan rápido que
casi me fracturo el cuello, pero aun así no logré ver nada.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —me preguntó Sergei impaciente.
—Me ha parecido ver… nada, supongo que nada. —le respondí volviendo la
vista al frente.
Por un instante creía haber visto algo parecido a una persona con una
gabardina o una capa negra deslizarse junto a la iglesia, pero debía habérmelo
imaginado, porque de ser una persona real, los muertos vivientes que rondaban
por allí le habrían atacado, como hacían siempre.
Abandoné por el momento ese misterio para concentrarme en el problema más
acuciante, que era la posibilidad de haber perdido a Aitor. Si el soldado no
volvía, no quería ni pensar cómo afectaría eso al grupo. Él era una de las
personas más competentes del mismo, y casi el único con quien podía contar
incondicionalmente. A Raquel, aunque precisamente le dejó porque algo así podía
ocurrir, se le partiría el corazón si de hecho llegara a ocurrir, y sin duda
Sergei aprovecharía para culparme a mí de todo, ya que la idea de visitar la
base militar fue mía.
¿Le habría dejado atrás por eso? De un hombre de su calaña me lo podía
llegar a esperar, su respeto por la vida humana ya era muy bajo antes de que
los muertos comenzaran a revivir, y aunque no se había pronunciado al respecto,
sabía que sería mucho más feliz si el liderazgo del grupo recayera sobre él. Pero
para eso antes tendría que desacreditarme delante de los demás.
“No le costaría mucho” lamenté. Todavía no había una incursión promovida
por mí que no acabara con la muerte de alguien… y en el caso de la última podía
juntarse eso mismo con un fracaso absoluto a la hora de encontrar refugio o
suministros.
Por lo menos nos quedaba la ermita, un lugar lo suficientemente seguro como
para que nos pudiéramos permitir utilizarlo como escondite una temporada,
temporada que sería tan larga como los suministros nos lo permitieran.
Por el momento la base militar estaba descartada como fuente de alimento,
esperaba que tuviéramos más suerte con las casas del pueblo… si es que no
terminaban hartos de mis ideas y las muertes que causaban y decidían hacer otra
cosa. No tenía ni idea de qué planes mejores que los míos podía tener Sergei en
mente, pero fueran los que fueran, no me quedaba otra posibilidad que asumirlos
si es que él terminaba haciéndose con el liderazgo del grupo. Clara y yo no
podíamos sobrevivir solas.
Ni siquiera cuando dejamos atrás la base militar y el coche en el que
habíamos llegado Sergei hizo un amago de detenerse para esperar a Aitor. Los
remordimientos por haberle abandonado, aunque hubiera sido idea suya, me pedían
que cogiera el coche y regresara inmediatamente, pero eso habría sido poco práctico.
No era probable que le fuera de mucha ayuda al soldado si tenía que vérselas
con una horda.
—No es que tuviera mucha fe en ese lugar —comentó Sergei cuando nos metimos
en la autovía, de vuelta a casa—, pero sin él, ¿qué pretendes que hagamos?
¿Vamos a quedarnos en la ermita?
—Por el momento sí —le confirmé—. Aún nos queda comida para unos días, no
creo que no haya comida en ninguna parte por aquí, podemos aguantar una
temporada, lo bastante como para encontrar un lugar mejor donde trasladarnos
definitivamente, o por lo menos hasta que se vaya el frío y Toni se recupere.
—Supongo que tu gente estará de acuerdo con eso, pero a mí no me gusta ese
lugar —gruñó sin apartar la vista de la carretera—. Y está claro que esta zona
no es segura, ¿has visto la multitud que había ahí dentro? Y eso que parecía
limpio al principio. Imagina cómo debe estar el pueblo.
—¿Y qué otra opción tenemos? —le pregunté cansada de las críticas. Bastantes
iba a tener de ellas cuando volviéramos sin Aitor, y si él no lograba regresar,
todavía más, además de mi propio sentimiento de culpa—. Buscar una zona segura
del ejército requiere meterse en mitad de ciudades invadidas, y ya han
demostrado que no son de fiar. Nuestra mejor opción es quedarnos aquí y explorar
los alrededores buscando un sitio mejor, o algún asentamiento ya existente bien
defendido al que poder unirnos.
—Si tú lo dices… —concedió con cierto desdén—. Pero yo creo que las cosas
se encuentran buscándolas, no quedándose parados, y tendríamos que aprovechar
ahora que aún tenemos comida. Si después de todo resulta que este lugar está
seco, podemos encontrarnos en mitad de ninguna parte sin nada que llevarnos a
la boca.
—Lo sé, pero no se trata sólo de lo más conveniente, sino de lo que está
dentro de nuestras posibilidades —repliqué—. Acabamos de enterrar a un montón
de los nuestros, Toni está herido, nuestros hijos son sólo críos y acabamos de
abandonar a su suerte a la única persona con formación adecuada para esta
situación.
—Él decidió quedarse atrás —me corrigió Sergei—. Lo hizo para darnos una
oportunidad de huir, cosa que agradezco. Si ha muerto, su sacrifico habrá
servido de algo, puesto que nosotros seguimos vivos.
—Suena como si te diera igual que pudiera haber muerto. —le recriminé sin
poder contenerme. Entendía que él no le conociera hacía tanto tiempo como yo, y
que por tanto no tuviera los mismos lazos, pero la indiferencia que mostraba
hacia su persona me resultaba irritante.
—¿Tengo que echarme a llorar o qué? Mucha gente ha muerto, mala suerte. No
soy una persona del tipo sentimental, ya le llorará bastante la rubia. —rezongó
con desgana tomando la salida que nos llevaba hasta la ermita.
No pude evitar quedarme mirándole a la cara durante unos segundos. No había
visto jamás tamaño desprecio por la vida ajena, y eso que en nuestro grupo
había una asesina de niños, y unos días antes un grupito de militares habían matado
a uno de los nuestros y malherido a otra.
La ermita que era nuestro refugio se encontraba rodeada por un muro de piedra
de más o menos un metro de alto. De haber sido más alto, y haber tenido una
puerta que no permitiera que los coches entraran al interior del recinto sin
ningún obstáculo, habría resultado ser un refugio perfecto, pero tampoco
teníamos donde elegir. Sebas y Luis fueron los primeros en vernos llegar porque
todavía estaban deshaciéndose de los cuerpos de los últimos muertos vivientes
que encontramos en el interior. No teníamos ni idea de quiénes eran ni de cómo
habían acabado allí, pero los encontramos encerrados dentro, entre las
banquetas de la iglesia.
Fue Clara, mi hija, la primera que salió a recibirnos cuando bajamos del todoterreno.
—¡Mamá! —chilló corriendo hacia mí, que me agaché para estar a su altura
cuando me abrazara. Después de lo que había pasado sentí un inmenso alivio al
volver a verla.
—Bonito vehículo —observó Luis dejando el cadáver en el suelo y acercándose
a nosotros—. ¿Habéis encontrado algo útil?
—No —dije negando con la cabeza—. Nada importante, ese lugar está vacío, y
demasiado invadido para ser un refugio útil.
—Bueno… al menos aún tenemos este sitio. —suspiró el doctor, optimista pese
a todo.
Al escucharnos llegar los demás fueron asomándose fuera también, esperando
las noticias que pudiéramos traerles. Toni salió apoyado en el hombro de Judit
y cojeando por la herida de la pierna; Raquel, que seguía alicaída tras lo que
había ocurrido con su familia, caminó lentamente hacia el coche; mientras que
Irene y Katya, con Andrei a su lado, se limitaron a esperar junto al portón.
Entendía que Irene guardara las distancias, pero me resultó llamativo que ni
Katya ni el niño se acercaran a interesarse por el estado de su marido y de su
padre respectivamente.
—Sí, genial. —bufó Sergei pasando de todos y dirigiéndose tan rápidamente
hacia la ermita que Sebas tuvo que saltar un lado para que no le arrollase.
—No parece muy satisfecho. —dedujo Luis mirándole con curiosidad. Al pasar
junto a su mujer y su hijo el ruso no hizo ni un amago por saludarles, y cuando
atravesó la puerta, ellos le siguieron sumisos al interior.
—Pues no tiene motivos para no estarlo —murmuré con la mosca detrás de la
oreja—. Todo esto ha sido un fracaso completo.
—¿Por qué? —se extrañó el doctor—. ¿Ha pasado algo más?
—¿Dónde está Aitor? —preguntó Raquel alarmada ante la ausencia del soldado.
“Eso ha pasado” me dije
sintiendo rabia, pero contra mí misma. Me había acojonado tanto por culpa de
los muertos que había dejado que Sergei me convenciera para dejar abandonado a
Aitor. Un acto así era imperdonable para alguien que se haga llamar líder, y
esa maldita cucaracha escurridiza me había dejado sola para que les diera
explicaciones a los demás.