1 de enero de 2013, 12 días después del primer
brote, 14 días antes del Colapso Total.
Agente Mark Ford, CIA
Sin lugar a dudas, lo peor de estar destinado en China
era la comida. Pese a que llevaba cinco años prácticamente viviendo allí,
apenas era capaz de soportar el olor de la cena de Wang, que se encontraba
sentado a mi lado, en el asiento del conductor del coche. Wang era un disidente
que empezó a trabajar para nosotros dos años atrás, y desde el primer día
resultó ser un valioso activo para la CIA, sobre todo a la hora de destapar
información que el gobierno chino hubiera preferido que nadie supiera… aunque esperaba
que aquella noche fuera más útil de lo que había sido los días anteriores.
—¿Tienes que comerte eso aquí? —me quejé cuando el
olor a chop suey dentro del coche se hizo realmente molesto... siempre que
comía fuera comía chop suey, era desesperante, no me extrañaba que los
compañeros le hubieran puesto ese nombre en clave.
—Llevamos casi seis horas aquí encerrados, tengo que
comer —se defendió él con la boca todavía llena de arroz—. No sé qué más
pruebas necesitas de que allí dentro no está pasando nada. Ninguno de mis
contactos ha advertido actividades sospechosas.
—Puede ser, pero no me convence. —le respondí echando
un vistazo a través de los prismáticos.
Dos días atrás, lo que se suponía que era un enorme e
inocente silo de grano había recibido la visita de un gran grupo de militares,
que se instalaron allí, y durante esos dos días no habían hecho más que llegar
camiones cargados de material de construcción que se introducían en el recinto
y volvían a salir completamente vacíos.
—Estoy seguro que es por lo de Angola —continuó
diciendo Wang sin que yo le prestara mucha atención; aunque desde fuera sólo
podía ver a dos soldados vigilando la entrada, sabía que dentro tenía que haber
muchos más—. Ha llegado a la India y ya ha habido algunos casos aquí; deben
estar protegiendo la comida por si la cosa llega a más y hay que racionarla.
—Podría ser —repliqué nada convencido en realidad—. O
podrían estar transformando ese sitio en un almacén de armas, y esas cosas le
interesan a mi gobierno. Sea lo que sea, cualquier movimiento militar de tu
gente es como poco sospechoso.
—No los llames “mi gente” —respondió en tono sombrío—.
Esos no son mi gente… ya no.
—Está bien, perdona. —me disculpé siguiéndole el
juego.
Tenía que reconocer que para ser un agente doble, y
estar en realidad de parte de los chinos, Wang mentía bastante bien. Durante
dos años nos había estado dando información que su gobierno podía permitirse
que conociéramos, utilizando la misma como cortina de humo para ocultar lo que
no quería que saliera a la luz. Esa noche iba a descubrir si lo que ocurría
dentro de ese silo de grano pertenecía a una categoría o a la otra… y a juzgar
por su actitud negativa hacia que lo investigase, tenía toda la pinta de
tratarse de la segunda.
Albergaba la esperanza de que fuera algo lo bastante
jugoso como para ganarme una palmadita en la espalda en Washington. Uno no
puede pasarse toda la vida en territorio enemigo, y habiendo nacido Julie en
verano, un trabajo de despacho no me vendría mal; sólo había visto a mi hija
recién nacida dos veces, y comenzaba a echar de menos a mi familia.
—¿Hasta cuándo pretendes que nos quedemos? —insistió
Wang volviendo a su chop suey—. Ya está oscuro, y empieza a hacer mucho frío.
No querrás pasar aquí toda la noche, ¿verdad?
Algo tenía que estar a punto de pasar si tanto interés
tenía en que nos fuéramos, y necesitaba saber qué era, pero no quería que
sospechara de mí porque no podía romper la baraja y acabar con el juego sin
saber lo que estaba ocurriendo en realidad… Wang podía sernos muy útil todavía,
y desperdiciarle por algo irrisorio habría sido un despilfarro.
—Supongo que tienes razón —dije con un suspiro echando
otro vistazo a través de los prismáticos—. No parece que estemos consiguiendo
nada.
—¡Claro que no! —exclamó aliviado—. Mira, volvemos al
piso franco, descansamos un poco, comemos algo decente y mañana interrogaré a
todos mis contactos de nuevo para averiguar qué están haciendo ahí exactamente.
Fue entonces cuando lo vi. Para el ojo inexperto
podría haber parecido tan sólo un camión con una gran cámara frigorífica, pero
yo sabía qué detalles lo delataban como un camión que transportaba material
radioactivo… suma “ejército chino” a “material radioactivo” y tendrás algo que
vale la pena investigar, e incluso por lo que sacrificar a un espía.
—De acuerdo, veremos qué nos cuentan tus contactos.
Deja que envíe un mensaje a los chicos de que vamos para allá y nos marchamos —dije
sacando el teléfono móvil del bolsillo del pantalón y comenzando a escribir el
mensaje; al mismo tiempo, con la otra mano agarré con disimulo la pistola y la
escondí entre los dobleces del abrigo… Wang parecía tan satisfecho de haberme hecho
entrar en razón que no sospechó nada.
—Dile que nos tengan preparado algo caliente, que aquí
hace un frío de cojones. —exclamó con una sonrisa.
—Les diré que nos traigan a un par de chicas del club
de abajo. —le contesté mientras seguía escribiendo.
“Pollo a la
pekinesa bien caliente como entrante, el chop suey va a sobrar.”
Mi enlace entendió a la perfección el lenguaje en
clave que estaba utilizando, porque no tardó más que un par de segundos en
responder.
“No pidas
chop suey entonces”
—¿Qué dicen? ¿Nos vamos? —preguntó Wang al escuchar el
tono que indicaba que había recibido un nuevo mensaje… y esas fueron sus
últimas palabras.
Agujereando el abrigo en el proceso, disparé contra él
dos balas que acabaron con su vida instantáneamente. El silenciador se encargó
de que nadie más pudiera darse cuenta de lo que ocurría en el interior del coche.
—Lo siento, amigo, mala suerte. —le dije al cadáver de
Wang antes de registrarlo en busca de su arma y guardarla con la mía.
Me quité el agujereado abrigo y salí al exterior.
Hacía un frío que pelaba, pero eso era lo que menos me preocupaba en ese
momento, porque colarme dentro de lo que ya tenía clarísimo era una instalación
militar china iba a ser complicado. Confiaba en poder contar con el factor
sorpresa y con que ellos pensaran que Wang me mantendría alejado de allí.
Con mi pistola silenciada, el móvil y un juego de
ganzúas eléctricas que guardaba en el maletero caminé con sigilo los escasos
doscientos metros que separaban la carretera principal de aquel falso silo de
grano. Aunque era de noche, y por tanto no era sencillo verme a simple vista,
utilicé todas las sombras de árboles y arbustos que pude para mantenerme discretamente
fuera de cualquier campo de visión; podían tener francotiradores escondidos, y
no me apetecía acabar la noche con una bala entre las cejas.
Estando ya cerca del lugar, me sorprendió un poco
comprobar que no había perros guardianes vigilando el perímetro. Desde luego
era un alivio, un perro vigilando podría haberme causado muchos problemas, pero
también era sumamente extraño. Supuse que, con las prisas, no habían tenido
tiempo de instalar una medida de seguridad tan básica… después de todo, ese
lugar había pasado de silo de grano a lo que sea que estuvieran haciendo ahí
dentro con material radioactivo en tan sólo un par de días.
Como no tenía ningún impedimento, llegué hasta la
valla metálica que separaba el exterior del interior del recinto sin que nadie
me descubriera. Comprobé con gran asombro que ésta no estaba electrificada, y
ni siquiera había soldados patrullando a su alrededor. Los motivos de lo
primero estaban bien claro, probablemente la valla hubiera pertenecido al silo,
no la habían puesto los militares, y por tanto no tenía ninguna protección
especial; los motivos de lo segundo estaban menos claros para mí, pero me
imaginé que la entrada que vigilaban los dos militares era la única que había,
y como habían reforzado las paredes de la construcción con planchas de acero,
aquel lugar era impenetrable para una incursión furtiva desde cualquier otro
lugar.
Aunque podría haber neutralizado con facilidad a los
dos soldados, acabar con los únicos vigilantes habría puesto sobre aviso a
quien pudiera estar en el interior, y no tenía claro que penetrar en esa
instalación fuera a ser tan sencillo como me había resultado acercarme a ella. Sólo
el lejano sonido del motor de un vehículo acercándose me dio una idea de cómo
colarme sin ser descubierto.
Escoltado por cuatro jeeps del ejército, dos delante y
dos detrás, otro camión se acercaba por la carretera en dirección al silo, y gracias
a que nos encontrábamos en una zona lejos de la ciudad, donde no había la menor
iluminación ni el más mínimo ruido que interfiriera, pude ver llegar al convoy
desde cierta distancia. En un minuto pasarían junto a un pequeño grupo de
árboles, que también eran mi mejor oportunidad para saltar sobre él, o para
intentar meterme debajo y entrar agarrado al eje sin que los ocupantes de los
jeeps me vieran. Hacerlo en cualquier otro momento y en campo descubierto sería
sencillamente imposible.
Resoplando por saber lo que me esperaba, me acerqué
agazapado hacia el grupo de árboles. No tenía tiempo de trepar a uno de ellos y
utilizarlo para saltar sobre el camión, como habría sido mi primera elección,
de modo que tendría que ser rápido como un rayo y colarme bajo él sin que me
aplastara ninguna de sus ruedas y confiar luego en poder sujetarme con algo,
porque de lo contrario me atropellaría el jeep que les seguía… si eso sucedía,
lo mejor que podría pasarme es que me matara; lo que me harían los chinos si me
cogían vivo sería mucho peor.
El jeep que abría la marcha pasó de largo sin que sus
ocupantes se dieran cuenta de que yo me encontraba agazapado entre los arbustos
junto a la carretera. Cuatro hombres iban en su interior armados con fusiles de
asalto, y por si eso fuera poco, el jeep tenía instalada una pequeña
metralleta. Me humedecí los labios al pensar que, si era descubierto, tendría a
doce hombres con armas automáticas y cuatro metralletas intentando matarme… la
cosa prometía ser divertida.
Cuando el segundo jeep pasó también frente a mí me
puse en guardia. Si no era lo bastante rápido, los de atrás me verían, así que,
en cuanto la cabina del enorme vehículo estuvo a mi altura, me lancé y rodé
hasta quedar bajo él. Por un pelo el segundo par de ruedas no me pasa por
encima, y una vez allí tuve la suerte de poder agarrarme al eje del tercero.
Tendría que hacer el resto del viaje siendo arrastrado, pero sólo eran unos
metros y no íbamos muy rápido, podría soportarlo.
Como el convoy no se detuvo, supuse que nadie se había
dado cuenta de mi pequeña estratagema, y únicamente redujo la marcha cuando tuvieron
que bajar a abrir la alambrada. Menos de un minuto más tarde ya estábamos
frente a las puertas del silo.
Vi los pies de los dos soldados cuando el camión entró
al interior de aquel lugar conmigo enganchado a uno de sus ejes en precario
equilibrio. Los brazos empezaban a dolerme por el esfuerzo de estar allí
colgado, pero merecía la pena el sufrimiento cuando había llegado dentro. Si
hubiera sido un súper agente secreto de los del cine habría tenido
convenientemente algún gadget rocambolesco con el cuál mantenerme sujeto, pero
me pareció que habiendo rodado debajo de un camión sin que me atropellara había
cumplido con la dosis de acción que toda misión que se precie necesita.
El camión se detuvo por fin después de atravesar la
puerta del silo, y en cuanto el conductor pisó el pedal del freno me dejé caer
al suelo agotado. Al mismo tiempo, a mi alrededor todo se llenó de soldados
corriendo de un lado a otro, cosa que no me gustó nada porque el siguiente paso
era salir de debajo del camión y buscar otro lugar donde esconderme, al menos
hasta que supiera qué había allí dentro, y con tanto soldado dando vueltas
podía ser complicado.
—¿Cuántos esta vez? —Los soldados que bajaban de los
jeeps y los que salían a recibirles fueron a encontrarse justo a mi lado, dificultando
todavía más la salida pero quizá haciéndome partícipe de alguna conversación
interesante.
—Cien más, todos de Laishui. —contestó uno de los del
convoy a la pregunta de su compañero.
—Laishui… eso está sólo a cien kilómetros de aquí. —reflexionó
en voz alta el primero.
Desde mi posición sólo podía ver botas y pantalones
militares moverse de un lado a otro; para verles las caras tendría que haberme
asomado fuera, y si lo hacía, corría el riesgo de que me atraparan… de hecho, y
contaba con ello, estaba seguro de que el único motivo por el que no me habían
logrado coger todavía era por la juventud de la instalación. Por mucho personal
que destinaran, levantar un complejo lo bastante seguro no se podía hacer el
dos días.
Aquello era una buena señal después de todo, algo
importante debían traerse entre manos si tenían tanta prisa como para mover
material radioactivo sin las pertinentes medidas de seguridad.
—Lo sé, y creo que las cosas se van a poner aún peor… —decía
el segundo soldado, pero se interrumpió cuando un nuevo grupo de militares
llegó.
—¡General! —Los dos soldado se cuadraron mientras un
nuevo par de botas, seguido de por lo menos una docena más, se acercaba—. Cien
unidades de Laishui.
—Laishui, eso está a poco menos de cien kilómetros de este
lugar… —exclamó el general repitiendo sin saberlo las palabras del soldado.
Cerré los ojos y contuve un gesto de fastidio al
escuchar la voz de aquel hombre; no me había costado nada reconocerla… de entre
más de mil millones de chinos, tenía que encontrarme justamente en una
instalación dirigida por el general Xiang.
El cabrón de Wang se lo tenía muy callado, al final
resultó que se merecía las balas que le metí en el cuerpo.
—No perdáis tiempo, llevadlos al fondo y echadlos con
los demás. —ordenó el general.
Sin perder un segundo, los dos soldados volvieron a
los vehículos y, al mismo tiempo, Xiang y sus hombres se dieron la vuelta y regresaron
por donde mismo habían venido. Viendo que sería mi única oportunidad de salir
de allí, me arrastré fuera de los bajos del camión y me puse en pie. Sólo
entonces pude ver bien dónde me había metido.
Si ese lugar había sido un silo alguna vez era
imposible saberlo. Todo había sido reforzado con paredes de acero, creando una
enorme sala metálica y rectangular de por lo menos quinientos metros cuadrados
de superficie y diez metros de altura. Se podía salir de allí por tres puertas:
la primera de ellas era la que había utilizado para entrar; la segunda, una
pequeña puerta lateral por donde estaba yéndose el general; y la tercera, una que
se encontraba justo frente a la primera y era casi tan grande como ella.
En ese preciso
instante todos allí me estaban dando la espalda; los hombres del general se
dirigían hacia la puerta pequeña, y los soldados volvían a sus vehículos… era
ese momento o nunca, de modo que, empleando el sigilo que uno se ve obligado a
aprender cuando se dedica a mi profesión, corrí en silencio en dirección a unos
bidones almacenados junto a la primera puerta. Escondido tras ellos, esperé a
que todos se hubieran marchado antes de seguir adelante.
Aunque sin duda el punto caliente de aquel lugar sería
el destino del camión, me imaginé que podía enterarme mejor de las actividades
de la improvisada instalación si seguía al general, y por eso, tras asegurarme
de que no quedaba ningún militar a la vista salí de mi escondite y me deslicé
hacia la puerta por la que él se había marchado un momento antes. Esa entrada
al interior estaba hecha de acero también, y lamentablemente disponía de un
lector de seguridad que no me permitiría atravesarla si no tenía la tarjeta
adecuada. Maldije por lo bajo al no disponer de un equipo suficiente para
forzar un cierre así.
Ya me encontraba pensando en otra forma de colarme
cuando la puerta se abrió sin que yo tuviera que hacer nada. Me eché a un lado
justo cuando un par de soldados salieron por ella, probablemente para patrullar
el perímetro. Antes de que se dieran cuenta de qué había pasado, los dos
estaban muertos en el suelo debido a sendos disparos en el pecho originados en
mi pistola, y sin perder un instante, arrastré los cuerpos hasta colocarlos
detrás de los bidones y los registré. Tal y como había esperado, ambos llevaban
al cuello la tarjeta que estaba buscando, y sin ninguna ceremonia, le arranqué
a uno de ellos la suya y la utilicé para volver a abrir la puerta.
Al otro lado me topé con un pequeño pasillo de paredes
de metal que tan sólo disponía de cuatro puertas, todas en el lado izquierdo. Ninguna
de ellas parecía requerir la tarjeta que acababa de robarle al soldado muerto,
por lo que pensé que, o bien había algo que no entendía, o bien aquella era la
instalación militar más chapucera de todos los tiempos.
Me dirigí a la primera puerta del pasillo pistola en
mano y la abrí con tan sólo accionar una manivela. Únicamente abrí lo
suficiente para tener una rendija por la que pudiera ver lo que había al otro
lado; no quería llamar la atención de nadie que pudiera haber dentro si podía
evitarlo, pero ese lugar resultó estar vacío.
Siempre alerta, abrí del todo la puerta y entré en lo
que no podía ser otra cosa que un laboratorio. Las mesas llenas de tubos de
ensayo, matraces y probetas no llamaron mucho mi atención, lo que más me hizo
recelar fue que allí tampoco encontré ninguna de las medidas de seguridad
necesarias para trabajar con material radioactivo. Casi parecía más el
laboratorio de un instituto público que el de un complejo militar.
El repentino sonido de la puerta abriéndose me obligó
a ponerme en guardia. Tuve que esconderme junto a un fichero cuando tres
hombres vestidos con batas blancas entraron en la sala, y sin prestar atención
a más nada, se dirigieron a una de las mesas para comenzar a revolver entre los
papeles que se encontraban sobre ella. Mientras ellos buscaban lo que hubieran
ido a buscar, yo me mantuve quieto y en silencio esperando a que terminaran y
se marcharan lo antes posible; no quería tener que matarlos también si me
descubrían fisgando por allí, los dos cadáveres que había dejado más atrás ya
habían limitado el tiempo del que disponía antes de que saltaran las alarmas, y
más cadáveres sólo reducirían ese tiempo.
—¡Aquí está! —exclamó uno de ellos agarrando un papel
con las dos manos—. Paciente ciento cincuenta y cinco, electrocardiograma desde
el coma hasta el despertar.
—Vamos a llevárselo antes de que se enfade —propuso
otro dirigiéndose de vuelta hacia la puerta—. Supongo que tendremos que hacerle
más pruebas. Espero que acaben de equipar todo esto como es debido, en la
facultad trabajábamos con mejor instrumental que aquí.
—Ese tipo me da escalofríos —replicó el tercero
echando un vistazo al papel—. ¿Habéis visto cómo está ya? Es como si se
estuviera pudriendo. Repugnante…
Dando un portazo, los tres se marcharon y me dejaron solo
de nuevo en aquel laboratorio. Cada vez me resultaba más raro todo aquello,
hablaban de electrocardiogramas, de comas, y las medidas de seguridad eran
ridículas… en ese lugar no podían estar trabajando con material radioactivo,
casi parecía más un laboratorio médico.
“No” me dije cuando, por un momento, temí haber
cometido un terrible error, “la actitud de Wang, el general Xiang… aquí se está
cociendo algo gordo.”
Salí del laboratorio, y después de comprobar que el
pasillo estaba limpio me dirigí a la siguiente puerta, que se encontraba
herméticamente cerrada.
El interior de aquella habitación parecía el de una
cámara frigorífica, pero estaba vacía. Hacía frio, por lo menos cinco grados
menos que fuera, aunque no estuvieran guardando nada de nada allí dentro. Ya estaba
a punto de marcharme cuando intuí más que vi una pequeña rendija en la pared
metálica, y tras detenerme a investigarla, descubrí que se trataba de una
pequeña puerta que disponía de una minúscula cerradura, muy fácil de pasar por
alto si no sabías que se encontraba allí.
Saqué la ganzúa eléctrica y la puse a trabajar de
inmediato. Aquella entrada oculta era mi mayor esperanza de descubrir algo
realmente importante en ese falso silo de grano, porque hasta ese momento los
resultados habían sido decepcionantes.
Cuando un “click” me indicó que la cerradura había
cedido, abrí la puerta. Unas escaleras metálicas bajaban unos cuantos metros
por un estrecho pasillo, y un ruido como de maquinaria trabajando se escuchaba
retumbar de fondo. Bajé los escalones sin hacer sonido alguno después de que me
pareciera haber escuchado algunas voces más adelante, y cuando llegué al lugar
donde el pasillo dejaba de bajar y doblaba una esquina, me topé con lo que
menos me podía esperar.
El pasillo terminaba en una especie de balcón, o más
bien un palco, donde el general Xiang y varios de sus hombres contemplaban cómo
varios metros más abajo, en un enorme recinto que alguna vez debió almacenar
grano, cientos de cuerpos humanos se apelotonaban como si fueran terneras
sacrificadas en un matadero. Sin embargo, lo más perturbador fue comprobar que,
a diferencia de lo que me pareció en un primer y fugaz vistazo, aquellos
cuerpos estaban vivos… eran personas.
Miré al general, que contemplaba absorto aquel
espectáculo sin sentido. No sabía qué estaba ocurriendo allí, pero parecía algo
mucho peor que lo del material radioactivo.
—Que echen a los nuevos con los demás. —ordenó Xiang a
un subalterno, que de inmediato repitió la orden por radio.
Un segundo más tarde, una reja de gran tamaño se abrió
varios metros por encima de la marabunta humana que daba tumbos en el fondo de
aquel almacén. Aunque ya debí suponer donde estaban “los nuevos”, no pude
evitar sorprenderme al ver el camión con el que me había colado liberar su
espeluznante carga. Algunas de las personas que se encontraban allí encerrados
se habían acercado a la reja al verla abrirse, y fue a ellos a quienes les llovieron
encima sus nuevos compañeros prisioneros… los gemidos y lamentos de aquella
gente eran realmente perturbadores.
—Con estos ya superamos los quinientos infectados,
general. —informó uno de los hombres que acompañaba a Xiang.
“infectados” repetí para mis adentros. ¿Podía ser
cierto? Se decía que el brote de Ébola de Angola ya había llegado a China, pero
no me parecía posible que estuvieran haciendo algo así con los infectados… por
no hablar de que la multitud que había allí no encajaba con las cifras oficiales.
Según las últimas noticias, apenas habían reportado unos cincuenta casos en
todo el país, y sólo en Laishui ya decían haber cogido a cien.
La puerta de la cámara frigorífica se abrió cuando yo
todavía estaba ensimismado contemplando el horror que Xiang había creado, y cuatro
hombres armados bajaron por las escaleras.
—¡Mierda! —susurré al verme acorralado y sin
escapatoria; con el general y sus hombres al otro lado, lo único que podía
hacer para evitar que me pillaran era lanzarme sobre los infectados, sin
embargo, ya había escuchado en las noticias lo violentos que se ponían con los
sanos y no estaba dispuesto a morir tan pronto… aún tenía que averiguar qué
estaban haciendo allí con esa pobre gente.
No necesité que me apuntaran con los fusiles ni que me
golpearan en la cabeza para que tirara las armas y me arrojara al suelo, pero
aun así lo hicieron, y cuando me pusieron en pie de nuevo para que el general
pudiera verme, no pudo evitar mostrar una sonrisa.
—Vaya, vaya… veo que nuestros caminos vuelven a
cruzarse, señor Ford. —exclamó con satisfacción antes de hacerle un gesto a uno
de sus hombres y que éste me dejara inconsciente de un golpe con la culata de
su fusil
Cuando desperté, me sentía muy mareado. Tenía los
brazos y las piernas atadas a una silla que, después de dar un tirón, comprobé
que había sido anclada al suelo. Mientras intentaba pensar de qué forma podría
soltarme esas ataduras, un extraño gruñido llamó mi atención. Al otro lado de
la pequeña sala metálica, junto a la puerta, se encontraba el cadáver de Wang…
o lo que debía haber sido el cadáver de Wang. De algún, modo ese cabrón había
sobrevivido, y también lo habían atado a una silla como la mía. Parecía estar
completamente fuera de sí, con la mirada perdida y agitándose para liberarse de
sus cadenas; todavía tenía las manchas de sangre en el pecho a causa de los dos
disparos, pero más que eso fue su extrema palidez lo que hizo que sintiera un
escalofrío en la nuca.
Estaba infectado, no había ninguna duda. Le había
disparado, pero había sobrevivido y de algún modo había sido infectado por aquel
extraño brote de Ébola.
“Joder chop suei, ¿qué coño te ha pasado?” me
pregunté.
—¿Wang? —le llamé—. ¿Puedes oírme?
—No puede oírle, señor Ford —El general Xiang entró
por la única puerta que tenía aquella habitación, y lo hizo solo, sin ninguna
escolta y tan sólo una pistola en la cadera como arma—. Lo encontramos así en
su coche hace apenas unos minutos… lleva usted una hora inconsciente. ¿Así
trata a sus amigos?
—Podría hacerle la misma pregunta, general —le
respondí—. ¿Qué le habéis hecho? ¿Inocularle el virus después de encontrarle
moribundo en el coche?
Xiang se permitió mostrar media sonrisa.
—Si prestara más atención a las noticias, sabría que
el virus que está causando todo esto todavía no ha sido aislado… no, ni
siquiera por nosotros —admitió—. Por lo visto, el señor Wang ya era uno de los
múltiples infectados que ya abundan en nuestro país. No me pregunte cómo se
infectó, ¡hay tantas cosas que todavía no sabemos! Por eso estamos construyendo
este lugar.
—Ya lo he visto. ¿Cuántos tenéis allí, hacinados como
cerdos? ¿Quinientos han dicho? Eso es como diez veces más de los casos que han
salido a la luz, ¿no es cierto? —le interrogué, pero sólo para ganar tiempo; si
quería salir de allí sólo necesitaba tiempo… ya no se trataba de mi gobierno,
era un asunto de salud mundial, la OMS tenía que saber lo que estaba pasando en
China.
—Vuestros organismos internacionales siempre quieren
meterse donde nadie les llama —replicó él torciendo el gesto—. Usted es el vivo
ejemplo de ello. No obstante, he de entonar el mea culpa en este asunto. Como
habrá podido comprobar al colarse dentro, este recinto todavía no está listo
del todo, las medidas de seguridad son escasas e ineficientes… pero el tiempo
corre en nuestra contra, teníamos que comenzar nuestras actividades cuando
antes.
—Bastante ineficiente —apuntillé yo—. ¿Ni siquiera
perros guardianes? ¡Venga, general! Seguro que Wang le había dicho que yo
rondaba por aquí, ¿no me merecía ni unos perros guardianes que me lo pusieran
un poco difícil?
Wang seguía revolviéndose en su asiento, ajeno a la
conversación que estábamos teniendo.
—Verá, resulta que a los perros les inquieta la
presencia de los infectados —respondió Xiang sin perder la calma ni por un
segundo—. Ni siquiera con tres paredes de acero separándoles son capaces de
permanecer tranquilos… pero, ¿qué hacemos hablando de perros? Es un desperdicio
del escaso tiempo del que ambos disponemos. Como comprenderá, no puedo dejar
que esto salga a la luz, así que esta vez me temo que no habrá ni cárcel ni
intercambio de prisioneros para usted, señor Ford.
No me sorprendió y tampoco esperaba otra cosa. No se
puede tener la misma suerte dos veces seguidas...
—Tampoco se puede decir que disfrutara de la última
visita a una de sus cárceles —contesté sin querer darle la menor importancia al
asunto… ya casi le tenía—. ¿Tengo derecho a una última voluntad, o algo así?
El general dio una vuelta alrededor de mi silla sin
dejar de observarme.
—¿Cree que voy a ejecutarle? No, eso sería demasiado
bueno para un espía yanqui como usted; le reservo un destino mucho más
especial. Su futuro está en una mesa de operaciones, siendo diseccionado por
nuestros investigadores tras haber sido infectado… quién sabe, señor Ford,
igual su sacrificio sirve para hallar una cura que salve miles de vidas.
—No está mal… cruel, creativo y con un fin
aparentemente altruista. Muy propio de usted, general.
Xiang se acercó al asiento de Wang, que en cuanto le
tuvo cerca intentó lanzarse contra él, pero las ataduras se lo impidieron. El
oficial militar no dio la menor muestra de temor ante la reacción del espía
infectado.
—He visto a algunos de éstos comerse a sus víctimas
hasta no dejar más que los huesos. Espero de todo corazón que no se dé el caso,
y que su cuerpo infectado sirva para la investigación científica como he dicho.
—afirmó antes de dar unos pasos atrás, en dirección a la puerta, y apretar un
botón en la pared.
Las ataduras que sujetaban a Wang se soltaron, y éste comenzó
a ponerse en pie con torpeza. En cuanto pudo sostenerse sobre sus dos piernas, empezó
a caminar hacia mí. El general Xiang sonrió sin saber que sería la última vez
que lo haría… no tenía forma de saber que había estado utilizando la agradable
charla de un momento antes para soltarme de mis ataduras, y que gracias a eso
había conseguido robarle la pistola del cinturón sin que se diera cuenta.
El resto era pan comido.
Nada que acotar...tu historia es acojonante ^^
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