10 de enero
de 2013, 21 días después del primer brote, 5 días antes del Colapso Total.
Néstor García: Parte 2
Mientras me vendaba el brazo todavía no podía creer lo
que había ocurrido tan sólo unos minutos antes. La herida todavía me dolía a
horrores, y no se decidía a dejar de sangrar; estaba dejando la venda empapada en
sangre, seguramente necesitaba atención médica, pero en las condiciones en las
que me encontraba eso no era una posibilidad.
Encendí la pequeña radio que tenía guardada en el
armario y la puse en marcha para distraerme escuchando algo mientras terminaba
de curarme la herida. Todas las emisoras habían renunciado ya a su programación
habitual, sin embargo, Diego me dijo que todavía había emisiones de emergencia
de vez en cuando, y con eso me bastaba. Me llevó unos minutos buscarlas, pero al
final logré encontrar una señal en la que, con algunas interferencias, se
escuchaba una voz al otro lado del aparato… la voz pertenecía a una mujer, y
parecía muy angustiada.
—Llegaron en manada y arrasaron con todo —decía haciendo
esfuerzos por contener el llanto—. Con todo… creo que atraparon a varios
compañeros, no lo sé, no sé qué pasó con ellos después, sólo que yo y seis más
nos escondimos en la segunda planta. No pueden subir, pero son muchos ahí fuera…
¡Dios santo! ¡Son muchísimos! Tenéis que hacer que alguien nos envíe ayuda, por
favor. Que venga la policía, o el ejército, pero tienen que sacarnos de aquí…
—Elisa, ahora no pueden ayudaros, están completamente
sobrepasados —le respondió con amabilidad una voz masculina, que debía ser de quien
dirigía el programa, o lo que fuera aquello—. Tenéis que aguantar allí dentro
un tiempo hasta que llegue la ayuda. Todo irá bien, ¿vale? Sólo tenéis que
esperar.
Podía empatizar con aquella mujer porque en la
residencia donde me alojaba la situación era parecida. Estábamos rodeados de
muertos, no teníamos protección del ejército, que había sido aniquilado,
habíamos perdido a gente y, por si eso fuera poco, nos habíamos quedado sin
luz, por lo que estábamos pasando la madrugada a oscuras… y sin embargo, estábamos
mejor que hacía sólo una hora, cuando la residencia también se llenó de esos
seres y todavía no sabíamos que en realidad estaban muertos.
Se podría decir que, de algún modo, aquello había
sucedido gracias a mí… o por mi culpa, según el punto de vista. Tras la
invasión de la residencia por parte de los muertos, yo me había quedado
encerrado en mi dormitorio sin saber el peligro que allí corría.
—¿Qué vamos a hacer? —me preguntó Diego a través de la
ventana, el único lugar a través del cual podíamos hablar sin llamar la
atención de los infectados del pasillo… llamar la atención de los de la calle
era un problema menor en comparación.
Algunos de ellos habían logrado abrirse paso hasta las
habitaciones del segundo piso, y un par de personas que se encontraban en ellas
habían preferido lanzarse por la ventana a ser atacados por esos seres… ni que
decir tiene que aquello no acabó muy bien porque, además de la caída, estaba el
problema de los infectados que les esperaban abajo. Volver la vista hacia el
suelo del jardín era algo que mi estómago no se podía permitir, cuando esos
monstruos además eran caníbales.
—¡Baja la voz! —le advertí en un susurro que apenas
logró hacerse escuchar por encima del follón que había montado en el piso de
abajo—. Como descubran que estamos en las habitaciones, acabaremos como los del
segundo
Diego asintió varias veces al caer en la cuenta de
aquello, y como precaución, no volvió a abrir la boca.
—Asegúrate de que la puerta está cerrada y espera.
—fue lo único que se me ocurrió… ¿qué se podía hacer cuando tenías un montón de
enfermos enajenados caníbales acechando en la puerta?
Metí la cabeza de nuevo y miré con resignación el
cuerpo de Alberto sobre su cama, cubierto por una sábana manchada de sangre. Había
intentado llamar a través de su teléfono móvil un par de veces, pero sin suerte;
las líneas de emergencias estaban saturadas, o directamente no contestaban, y
no sabía a quién más podía llamar.
Me senté en la cama porque me di cuenta de que me
estaban temblando las manos. No recordaba haber tenido nunca tanto miedo como
en ese momento; ya había muerto mucha gente, sí, pero siempre había sido gente
lejana a mí, no mis propios compañeros de residencia, no gente que en su
mayoría eran estudiantes… por no hablar de los militares que fueron masacrados
en la entrada, o de Alberto, que se había suicidado.
Un golpe en la puerta de la habitación que se
encontraba frente a la mía me sacó de mis lamentaciones, sobre todo porque fue
seguido de un segundo golpe, y luego de un tercero… hasta que aquello se
convirtió en un festival de porrazos acompañados de gruñidos y gemidos, que parecía
ser el único sonido que emitían los infectados.
“Alguno ha hecho demasiado ruido y ha llamado su
atención” deduje de inmediato; resultaba difícil mantener la calma sabiendo que
estaban allí fuera y no era complicado terminar tropezando con algo o perdiendo
los nervios y llamar la atención lo suficiente como para que se escuchara a
través de la puerta… y eso para ellos era la llamada a la comida.
Me daba miedo siquiera acercarme, pero sentía que
tampoco podía quedarme allí sentado mientras mis vecinos de enfrente tenían un
serio problema encima, de modo que me puse en pie y me aproximé para pegar el
oído a la puerta e intentar escuchar algo. Sin embargo, tan sólo oí más golpes,
golpes desesperados y manos arrastrándose por la madera… era espeluznante.
Armándome de valor, miré a través de la mirilla y,
pese a la oscuridad que reinaba desde que se fue la luz, descubrí que había
tres de aquellos infectados intentando abrirse paso a través de la puerta. Su
aspecto era repugnante; dos de ellos eran hombres, y el tercero, una mujer, y ella
era la que tenía peor aspecto. Parecía como si la hubieran rebozado en sangre
de arriba abajo.
“¿Cómo puede seguir viva?” me pregunté tragando saliva.
Defendí delante de Valandil69 que aquellos seres estaban muertos, y no sólo
enfermos, como nos habían dicho tanto por la televisión como por internet las
autoridades; sin embargo, de creerlo a verlo con tus propios ojos había un
largo trecho, pero era imposible que un ser humano con semejante aspecto
pudiera seguir vivo, y mucho menos con la fuerza necesaria para andar
embistiendo puertas.
Los gruñidos de aquellos seres eran más propios de un
animal malherido que de una persona, y podían llegar a ser realmente
desquiciantes cuando llevabas demasiado tiempo escuchándolos, de modo que, espantado
por la escena, di unos pasos hacia atrás para alejarme de ellos. Del segundo
piso seguían llegando los ruidos y gritos de terror de la gente que no logró
mantener las puertas de sus habitaciones cerradas como yo… sin embargo, estaba
a punto de descubrir que una puerta cerrada no era una garantía de permanecer a
salvo.
Cuando me giré y le di la espalda a la puerta, con la
intención de regresar a la cama a sentarme y esperar, casi me dio un infarto al
ver que el cuerpo de Alberto se incorporó. Con las piernas aún estiradas en la
cama, enderezado la espalda hasta quedar erguido, y la sábana todavía le cubría
la cabeza cuando logré articular palabra tras contemplar aquello.
—¿Alberto? —pregunté sobrecogido; era imposible que eso
pudiera estar pasando, Alberto estaba muerto, se había desangrado tras cortarse
las venas… ¿cómo podía estar levantándose?
Su única respuesta fue girar la cabeza en mi
dirección, lo que hizo que se le cayera la sábana y pudiera ver su rostro,
pálido como el de un muerto. Sin embargo, no fue la palidez o las enormes
ojeras que se le marcaban lo que más me inquietó, sino los ojos… esos ojos
tenían algo que me asustaba más que ver a un muerto incorporándose, y es que
eran unos ojos vacíos, sin vida; unos ojos que ya había visto antes, muy a mi
pesar.
—¿Qué demonios…? —exclamé al darme cuenta de lo que
había ocurrido.
Alberto se había transformado en uno de ellos, no
tenía ninguna duda sobre eso… pero sí sobre cómo había podido ocurrir. La única
explicación posible a aquella situación era que estuviera infectado cuando
llegó a la residencia, que hubiera sobrevivido al intento de suicidio y que,
cuando le creímos muerto, en realidad sólo había entrado en coma, como decían
que les ocurría a los infectados antes de volver a levantarse y atacar a la
gente. Por supuesto, había otra explicación, y era que en realidad estuviera
muerto, al igual que la mujer que golpeaba la puerta de mis vecinos de enfrente.
Pero fuera cual fuera la verdad, lo único importante en ese momento era que
tenía a Alberto delante de mí recién reanimado y mirándome con unos ojos
vidriosos y faltos de expresión.
Cuando movió las piernas para apoyarlas en el suelo y
levantarse del todo de la cama fue cuando me cagué encima y comencé a
retroceder.
—Alberto, no jodas… —dije tontamente—. Regresa a la
cama, por favor.
Por supuesto no me hizo ni caso; en su lugar, comenzó
a caminar hacia mí como si estuviera borracho y estiró las manos, cubiertas por
vendas que yo mismo le había puesto, para intentar agarrarme. Al mismo tiempo
abrió la boca y comenzó a soltar un lastimoso gemido al aire.
Con aquel monstruo allí dentro y varios como él fuera,
estaba atrapado, y cada vez que él daba un paso adelante me arrinconaba más
contra la pared, de modo que la única posibilidad que tuve para escapar fue
meterme en el baño y cerrar la puerta tras de mí.
Sentía el corazón latiéndome a cien por hora en el
pecho, y el ligero temblor de manos que sufría un momento antes era ya tan
grande que me costó dos intentos echar el cerrojo. Cuando Alberto golpeó la
puerta di un salto hacia atrás y casi caigo dentro de la bañera, que seguía
llena de la sangre que el propio Alberto había perdido durante su suicidio… o
intento de suicidio.
—¡Me cago en la puta! —murmuré tras el segundo golpe
en la puerta.
No me iba a resultar fácil librarme de él, que seguía
aporreando la puerta hasta que lograra abrirla… y aún peor, el ruido habría
atraído ya la atención de los infectados de fuera, con lo que la cosa se me
podía complicar mucho más de lo que ya estaba.
Sin perder un segundo, busqué con la mirada algo que
pudiera ayudarme. Mi intención era reforzar la entrada con lo que fuera para
evitar que lograra abrirla, pero enseguida me di cuenta de que aquello sólo sería
una solución a corto plazo; la verdad era que no íbamos a recibir ayuda. El
ejército había fallado, por eso estábamos así, además, fuera había muchos de
aquellos muertos, porque me negaba a seguir llamándoles “infectados” después de
aquello, que evitaban que alguien de otra habitación pudiera venir a echarme
una mano… estaba solo.
—¡La madre que te parió, Alberto! —maldije sin poder
contenerme cuando volvió a golpear la puerta; estaba tan asustado que no podía
ni pensar con claridad, porque de haber podido, no habría sido capaz de hacer
lo que hice a continuación.
Sin pensarlo un instante, di un fuerte puñetazo contra
el espejo del baño, y éste se hizo pedazos. Esos pedazos que cayeron dentro del
lavabo… o al menos la mayoría lo hicieron, porque uno lo hizo sobre mi brazo y
me provocó un corte tan profundo que no pude evitar gritar de dolor.
Con una mano temblorosa saqué el trozo de espejo con
un tirón, y la sangre comenzó a manar de la herida como si fuera una fuente.
—¡Mierda! —gemí apurado y dolorido, aunque habiendo
conseguido lo que pretendía al romper el espejo: un pedazo del mismo lo
bastante grande como para poder usarlo como arma.
Sin darme tiempo para recuperar el juicio y poder
arrepentirme, me dirigí a la puerta con el brazo chorreando sangre y quité el
cerrojo dispuesto a acabar con el extraño estado en el que se encontraba
Alberto… pero antes de que pudiera llevar la mano al pomo, ésta se abrió de par
en par después de que él la reventara con uno de sus golpes, y lo hizo con
tanta violencia que acabó empujándome contra la bañera.
Dando un rugido, el cadáver reanimado de Alberto entró
con la intención de atacarme, pero yo tenía mi espejo, y estaba dispuesto a
defenderme. Sin importarle un carajo que yo fuera armado, aunque fuera con esa
arma improvisada que me estaba cortando las manos sólo de sujetarla, se
abalanzó contra mí a pecho descubierto, de modo que yo aproveché para poner el
trozo de espejo entre ambos y dejar que se lo clavara él mismo.
La táctica funcionó, de hecho, funcionó muy bien; con
la fuerza con la que se lanzó sobre mí, y lo afilado que estaba aquello, debí
llegar hasta su corazón por lo menos… pero no sirvió de nada, no parecía
siquiera que hubiera sentido el corte, que tenía ser mortal de necesidad.
Con el impulso de su embestida, caí al suelo con él
encima. En esa posición intentó morderme de nuevo, pero yo alejé su boca de mí
con la mano que tenía libre y con la otra extraje el trozo de espejo de su
pecho. Alberto gruñía igual que una bestia salvaje y lanzaba dentelladas al
aire como si morderme fuera la cosa más importante del mundo. Dando un rugido
yo también, le clavé el espejo en el cuello una, dos, tres y hasta cuatro
veces… ¡Y tampoco sirvió para nada!
Tan furioso como antes, seguía intentando alcanzarme
con sus dientes, y yo estaba a punto de vomitar por todo lo que había hecho,
además de por el miedo. Aunque no estuviera muy lúcido cuando se me ocurrió, la
idea era matarlo del todo con el espejo no parecía mala, sin embargo, no se me
ocurrió pensar que, estando ya muerto, a lo mejor no era posible matarle.
Pero eso era absurdo, yo mismo había visto morir a
esos seres a manos del ejército, y en la situación en la que me encontraba no
tenía muchas opciones más que seguir intentándolo. Aquel monstruo satánico
tenía más fuerza que yo, y si no lograba detenerle, me mordería y me
transformaría en uno de los suyos, si es que no me devoraba vivo.
Con un último esfuerzo conseguí clavarle el espejo en
un ojo, y ahí fue cuando por fin murió de forma definitiva. Su cabeza cayó
sobre mí del todo muerta, y yo me hice a un lado para apartar el cadáver,
arrastrarme hasta el wáter, abrir la tapa y comenzar a vomitar. Todo aquello había
sido demasiado… estaba cubierto de sangre de arriba abajo, de sangre que no era
mía, pero de sangre que sí que lo era también, porque la hemorragia del corte
del brazo no se había detenido y la herida me escocía como si me hubiera
cortado con papel entre los dedos.
Cuando me recompuse, lo primero que hice fue ponerme
en pie y salir tambaleándome del cuarto de baño. Tal y como había imaginado,
algunos de ellos muertos vivientes de fuera habían sido atraídos por el jaleo
que habíamos montado Alberto y yo en el baño, y ya se encontraban golpeando mi
puerta también… no les hice caso por el momento, corrí a buscar las vendas del
botiquín que había utilizado para las muñecas de Alberto, me eché agua
oxigenada en la herida y la envolví con las pocas vendas que quedaban,
sujetándolas luego con un trozo de esparadrapo.
Al terminar, tuve que agarrar la papelera del
escritorio para vomitar dentro una vez más. Tenía un cadáver que había
intentado matarme, pero que al que al final había matado yo, en el baño; además,
al otro lado de la puerta esos seres luchaban por entrar a matarme… y todo eso
sin hablar de lo que estaba pasando en el resto de la residencia. Ya no podía
escuchar lo que ocurría porque los muertos de la puerta hacían demasiado ruido,
pero sabiendo de primera mano lo difícil que era matar a esos seres, no podía
haber acabado bien.
De repente, un grito se escuchó en el pasillo. No fue
un grito de terror como los que había estado escuchando desde que los muertos
llegaron, sino más bien de ira. Un segundo más tarde se escuchó un segundo
bramido, seguido por varios golpes, y los muertos vivientes dejaron el asedio
al que tenían sometida mi puerta por algún motivo.
Extrañado por aquel cambio de los acontecimientos, me
puse en pie y me dirigí a la entrada, agarrándome con la mano el lugar del
brazo donde tenía el corte, y pegué la oreja a la puerta. Lo primero que
escuché fue que quien gritaba no estaba solo, por debajo de sus gritos se
podían oír los pasos de varias personas correteando, y de vez en cuando el ruido
de golpes, acompañado de gemidos de muerto viviente. Alguien estaba
combatiéndolos, no cabía duda.
Abrí la puerta de la habitación lo suficiente como
para poder mirar afuera, y descubrí que todo el lado del pasillo que daba hasta
el fondo estaba libre de muertos. Con cuidado, la abrí del todo y ya pude ver
como dos hombres y una mujer armados con bates de béisbol y cuchillos, con
linternas en las manos para iluminarse, habían acabado con todos los muertos
que acechaban allí fuera… sus cadáveres en el suelo supuraban una sangre negra
y densa como el jarabe que también había salpicado a sus asesinos, los cuales
respiraban con dificultad después del esfuerzo.
—La madre que… —murmuró Diego al salir de su
dormitorio junto con su compañero Roberto y contemplar el grotesco espectáculo.
—¡El segundo piso está perdido! —exclamó la mujer, una
chica de poco más de veinte años de pelo moreno recogido en una coleta, que
tenía la cara y las manos, en las que sujetaba un cuchillo, llenas de sangre—.
Había demasiados, pero aquí no pudieron llegar tantos… no son buenos subiendo
escaleras.
—¿Los demás pisos aún están infestados? —pregunté
saliendo del todo de mi habitación. Todavía no me sentía muy seguro haciéndolo,
y desde luego no era agradable estar en un lugar a oscuras lleno de cadáveres,
pero bien pensado, dentro de mi propia habitación también estaba a oscuras y
con un cadáver, así que no había tanta diferencia.
—Sí, y son muchos, necesitamos ayuda. —contestó uno de
los hombres con bates; él también era joven, de modo que tenía que ser un
estudiante, igual que yo, y no de la gente que los militares alojaron cuando
pensaban que el lugar era seguro.
—Voy a la escalera, voy a asegurarme de que no sube
ninguno más. —dijo el tercero antes de marcharse corriendo.
—Podéis contar con Roberto y conmigo, ¿verdad Roberto?
—afirmó Diego solícito volviendo la vista hacia su compañero de habitación, que
asintió, aunque no tan convencido como él—. Vamos a joder a esos podridos. ¿Te
apuntas, Néstor?
Estaba herido, aterrorizado y ya había tenido
suficientes muertos vivientes por una noche, pero aun así asentí con la cabeza…
no podía quedarme allí mientras los demás se la jugaban para limpiar la
residencia de intrusos no muertos; no podía dejarles solos porque, si fallaban,
¿qué iba a hacer yo? ¿Encerrarme en la habitación hasta morirme de hambre, o
hasta que lograran entrar?
—Aquí tengo algunas cosas que creo que podrían servir
como armas —anunció haciéndome un gesto para que entrara a su habitación—. Esto
podría valer.
Diego estudiaba ingeniería, y era muy aficionado a
desmontar y volver a montar cualquier tipo de aparato eléctrico, por tanto, no
me extrañó que tuviera una caja de herramientas en el armario. De ella sacó un
destornillador de gran tamaño, una cuchilla bastante afilada y un martillo.
—Este para mí —dijo quedándose con el martillo;
Roberto cogió rápidamente la cuchilla, de modo que yo me quedé con el
destornillador, que no era tan peligroso como mi trozo de espejo, pero al menos
tenía un mango por el que agarrarlo que no me cortara a mí también.
—Creo que me voy a arrepentir de esto. —susurré al
contemplar a la luz de la linterna el arma que tenía en las manos y recordar lo
difícil que me había resultado matar a Alberto.
—No jodas, Néstor. —me reprochó Diego por mi
negativismo mientras salíamos de la habitación.
—Ya sabéis que hay que darles en la cabeza, ¿verdad?
—recordé al ver a la mujer con el cuchillo y a los tipos con los bates.
—Entre todos será más fácil —afirmó uno de los del
bate—. Tan sólo no os dejéis morder, ¿de acuerdo?
Poco convencido, pero intentando estar a la altura,
les seguí mientras corrían hacia las escaleras.
—Alberto resucitó. —le conté a Diego, que trotaba a mi
lado.
—¿Cómo? —preguntó él sin comprender.
—Que volvió, se levantó como uno de esos seres y me
atacó. —confesé—. No sé cómo ocurrió.
—Pero eso es imposible, Alberto estaba muerto… —replicó
confundido—. ¿Cómo cojones va a volver de entre los muertos convertido en un
infectado?
—Porque los infectados también están muertos. ¿No te
das cuenta? —quise hacerle comprender—. Vi a una de ellos a la que le habían
arrancado medio cuello, ¿cómo diablos va a seguir alguien vivo después de que
le corten el cuello?
—Leí algo así por Internet, pero dijeron que era
falso, que era un bulo. —susurró todavía algo incrédulo.
—Pues no es un bulo, te lo aseguro. —respondí con
firmeza; que me creyera o no me daba igual en realidad, me había sentido un
poco mal rematando a Alberto por temor a estar equivocado y que todo resultara
tener una explicación más lógica que muertos resucitando… pero aquella gente
estaba matándolos sin saber siquiera que ya estaban muertos, de modo que lo que
había hecho no tenía nada de malo, sólo me estaba defendiendo.
Bajar a la segunda planta fue difícil para mí porque
no me gustaba ni un pelo la idea de vérmelas con un grupo de esos muertos
vivientes, no obstante, siendo seis los que íbamos, en realidad contaba con no
tener que acercarme a ninguno de ellos demasiado… sé que esa era una actitud
cobarde, pero matar muertos vivientes era algo que sólo había hecho en videojuegos,
y la única experiencia real en ello no había sido precisamente agradable. Confiaba
en al menos no ser un estorbo.
Todo ocurrió muy deprisa. En cuanto tocamos el último
escalón y nos juntamos con el grupo que ya había bajado, los muertos del
pasillo vinieron a por nosotros atraídos por nuestra presencia y por las luces
de las linternas.
—¡Nosotros los echamos al suelo y vosotros les
machacáis la cabeza! —nos indicó uno de los que llevaba un bate.
No me pareció mala idea porque me permitía estar en
segundo plano en la pelea, lo cual evitaría que me mordieran. Sin embargo, como
ya nos habían advertido, el panorama en la segunda planta era mucho peor que en
la nuestra… la mayoría de las habitaciones estaban abiertas, de modo que sus
habitantes debían estar muertos. Cuando de un golpe con el bate una de las
criaturas cayó al suelo y Diego se agachó para rematarla con su martillo,
iluminó con la linterna el resto del pasillo, donde pude ver varios cadáveres
ensangrentados tirados y siendo devorados por esos monstruos muertos vivientes.
Sólo nuestra presencia hizo que interrumpieran el banquete que se estaban dando
y se levantaran para atacarnos. Sentí un escalofrío al pensar que la primera
planta debía estar igual que esa, o tal vez aún peor.
Quien sintió algo más que un escalofrío fue Roberto,
que tiró la cuchilla al suelo y salió corriendo escaleras arriba en cuanto el
segundo cadáver andante se acercó.
—¡Roberto! —le llamó Diego sin ningún resultado—. ¡La madre
que lo parió!
El segundo muerto cayó al suelo tras un golpe de bate,
pero acabó siendo la chica quien se agachó a rematarlo con su cuchillo. Fue estando
en el suelo, con el filo de aquella arma dentro del ojo de su víctima, cuando fijó
en el corte que yo tenía en el brazo.
—¿Estás bien? —me preguntó alumbrándome con la
linterna—. ¿Te mordieron?
—No —respondí de inmediato—. Fue un corte, rompí un
espejo para conseguir un arma.
—Estás sangrando. —observó volviéndose a incorporar.
Era cierto, la sangre había empapado la venda y una
fina gota comenzaba a caer por mi brazo. La hemorragia no se había detenido, y
eso me asustó un poco, si es que era posible estar más asustado que teniendo
que defenderme de muertos vivientes con un destornillador en un pasillo a
oscuras y lleno de cadáveres.
—¡Verga! ¡Todos atentos! —vociferó el tipo del bate
llamándonos de nuevo al combate—. ¡Como alguien más se raje, le doy con el bate
a él!
Tras acabar con un par de aquellas criaturas más, por
fin me estrené con mi primer muerto del pasillo, al cual atravesé el cerebro
con el destornillador como había hecho ella: a través del ojo. Si no volví a
vomitar en aquel momento fue porque ya tenía el estómago completamente vacío.
Tenía que reconocer que había que tener los cojones
bien puestos para hacer lo que estaban haciendo quienes nos precedían con los
bates; plantarles cara a esas criaturas no era algo de lo que un cobarde como
yo hubiera sido capaz… verles tirados en el suelo, teniendo sólo que acercarme
y rematarlos con el destornillador, ya me producía bastante impresión, así que
no quería ni pensar en cómo me habría cagado encima si hubiera tenido que
repetir lo que hice con Alberto.
—¡Id cerrando las puertas! —nos gritó la chica cuando
empezamos a avanzar contra los muertos del pasillo, en lugar de ser ellos los
que venían hacia nosotros.
Como muchos habían logrado entrar en las habitaciones,
dentro podía haber decenas de ellos dándose un banquete con los habitantes de
las mismas, y por la oscuridad, podríamos no verlos al avanzar y encontrarnos
rodeados si decidían salir a por nosotros. Como la retaguardia del grupo éramos
Diego y yo, no dudé ni un segundo a la hora de empezar a cerrarlas; si nos
atacaban a nosotros, nos cogerían sin luz y sin armas de verdad.
Aquello tampoco fue nada agradable, dentro de algunas
habitaciones se podía escuchar el ruido de dientes masticando carne y rompiendo
huesos. Pensar que eso que se estaban comiendo sólo una hora antes habían sido
personas vivas hacía que sintiera mareos, y si le añadías que quien estaba
comiendo también había sido una persona viva, el sentimiento era mucho peor,
así que cerrar las puertas para dejar de escucharlo era un alivio… pero también
resultó ser más peligroso de lo que yo me había imaginado en un primer momento.
Mientras yo estaba rematando en el piso un monstruo
especialmente descompuesto, que me hizo reprenderme a mí mismo por haber
pensado alguna vez que esos cadáveres andantes podían estar vivos, oí como a mi
lado Diego gritaba mientras otro de ellos se le echaba encima.
—¡Cuidado! —chilló la chica antes de que ambos cayeran
el suelo, el muerto sobre el vivo.
Resultó que al ir a agarrar el pomo de la puerta de
una habitación para cerrarla, se encontró con un muerto viviente lo bastante
cerca como para lanzarse contra él antes de que lograr hacerlo, y debido a la
sorpresa, Diego había sido derribado.
La chica y yo corrimos a socorrerle mientras su
agresor intentaba morderle. Ella acabó con el muerto clavándole el cuchillo en
la nuca, mientras que yo tiré del brazo de Diego para sacarlo de debajo del
cuerpo. Se me erizó todo el vello del cuerpo al ver que había tirado el
martillo, y con ambas manos se sujetaba el cuello, donde la linterna alumbró un
profundo mordisco y un torrente de sangre que brotaba a través de él.
—¡Diego! —exclamé asustado… aquello no podía estar
pasando, Diego era un amigo, le conocía desde hacía años, no podía estar
pasándole eso—. ¡Diego, por favor!
—¡Mierda! Le han mordido —dijo ella intentando
apartarle las manos para ver la herida de mi moribundo amigo—. ¡Uf! Le han
jodido bien…
Diego estaba en shock y no era capaz de articular
palabra, y mientras su sangre seguía derramándose por el suelo, tan sólo fue
capaz de balbucear y mirarnos con los ojos muy abiertos.
—¡Necesitamos ayuda aquí! —nos llamaron los demás, que
habían seguido.
—Venga, tenemos que continuar. —me dijo la chica
agarrándome de un brazo con una mano llena de sangre.
—¡No! —me negué. No quería dejar a Diego solo en ese
momento.
—¡No puedes hacer nada por él! —insistió—. Si no
ayudamos, habrá más muertos.
—¡No voy a dejarle morir solo! —grité sin poder
contener las lágrimas—. ¡No voy a dejarle morir!
Sabía que ella tenía razón, que no podía hacer nada
por él, que se estaba muriendo y no podía impedirlo, y que me necesitaban
rematando a los que los demás iban tirando al suelo para limpiar aquel lugar lo
antes posible, pero eso me importaba una mierda cuando mi amigo estaba
desangrándose por el mordisco de uno de esos engendros de la naturaleza, y no iba
a dejarle solo y a oscuras. Entonces ella hizo algo que me dejó helado, algo
que me impactó tanto que casi fue peor que abandonarme en mi fase de negación: agarró
su cuchillo y, sin ninguna contemplación, se lo clavó en el ojo a Diego,
matándole al instante.
—L…lo has matado —balbuceé después de quizá sólo un
par de segundos, pero que me parecieron una eternidad durante la cual no podía
creer lo que estaba viendo—. Lo has matado.
—Ya estaba muerto, sólo le ahorré sufrimiento
—contestó ella como si lo que hubiera hecho fuera darle un calmante—. ¡Venga,
levanta! ¡Tenemos que seguir!
Me levanté más por no seguir mirando a Diego en esas
condiciones que por tener ganas de ayudarles… por mí se podían ir los tres a la
mierda con sus bates, ya no me importaba nada.
Recorrieron el resto del pasillo matando a tantos
muertos vivientes como alcanzaron, y yo les iba siguiendo como en una nube, una
nube que no me dejaba concentrarme pero que, gracias a Dios, tampoco me dejaba
pensar en Diego. Cuando todo el piso estuvo limpio y pudimos parar a descansar,
la mujer me miró con una cara de preocupación que por un momento me hizo temer
que me hubieran mordido a mí también. La verdad era que, si lo hubieran hecho,
a lo mejor no lo habría notado, porque no creía ser capaz de sentir nada de
nada en ese momento.
—Quizá deberías volver al tercero —me ofreció en tono
amable—. Mira a ver si tu otro amigo está bien, ¿vale?
Asentí, y dejando que ellos se dirigieran al primer
piso para terminar de limpiar el edificio, tan solos como habían empezado la
empresa, comencé a subir las escaleras hacia mi planta, hacia mi habitación, el
lugar de donde no tenía que haber salido jamás. Me había dado cuenta a las
malas de que yo no estaba hecho para esas cosas.
Al llegar a mi dormitorio, sin molestarme siquiera en
buscar a Roberto como me habían pedido, me topé con el cadáver de Alberto en el
suelo, junto al baño, y fue demasiado… sin ninguna fuerza, cerré la puerta y me
senté en el suelo completamente abatido. Deseé estar en cualquier otro lugar
menos aquel en ese momento, ser cualquier otra persona menos quien acababa de
vivir la experiencia por la que yo había pasado.
No supe cuánto tiempo estuve en ese estado,
lamentándome por lo que había ocurrido, pero debió de ser bastante, porque
cuando me quise dar cuenta alguien comenzó a llamar a la puerta. Me puse de pie
y la abrí no sin un poco de miedo, aunque sabía que los muertos vivientes no
llamaban de aquella manera, era imposible en la situación en la que me
encontraba no estar asustado.
No sabía con quién esperaba encontrarme, tal vez con
Roberto, a quien podía comprender cuando se fue corriendo de la pelea, pero a
quien de verdad no esperaba ver en el umbral de la puerta fue a la asesina de
Diego.
No dije nada, tan sólo asomé la cabeza y miré a ambos
lados del pasillo… aunque con aquella oscuridad no pude ver nada.
—Ya no quedan infectados —me dijo intuyendo mis
temores… odiaba que supiera con tanta facilidad que estaba muerto de miedo—.
Matamos a los de la primera planta y atrancamos la puerta del jardín con un
sofá de la sala de estar. Creo que aguantará, de momento no están intentando
entrar.
Con su linterna iluminó el interior de mi habitación,
y se detuvo un momento sobre el cadáver de Alberto. Al volver a mirarle estando
un poco más lúcido que unos minutos atrás, recordé cómo se había levantado
después de muerto sin ningún motivo aparente y me había atacado.
—No los llames infectados, están muertos —exclamé—.
Éste me atacó después de ver con mis propios ojos cómo moría.
Ella no dijo nada, se quedó observando el cuerpo unos
segundos más y luego volvió su mirada hacia mí.
—He subido algunas cosas de la enfermería, antes vi
que tenías un corte —dijo mostrándome unos algodones, una aguja e hilo
quirúrgico, así como un bote de agua oxigenada—. Puedo ayudarte si quieres.
Con tantas emociones, casi me había olvidado del corte
del brazo. Ya no sangraba, o al menos no chorreaba sangre tan profusamente como
antes, pero seguía doliendo, y estaba seguro de que necesitaría unos puntos
para que la herida se cerrarse… no obstante, no estaba muy convencido de que
aquella mujer fuera capaz de hacerlo.
—¿Seguro que sabes cómo coser una herida? —le pregunté
desconfiado.
—Hice un curso de primeros auxilios, puedo intentarlo.
—respondió no muy segura.
En realidad, cualquier cosa era mejor que dejar la
herida abierta y expuesta a todo tipo de infecciones, y más con todo el
edificio lleno de cadáveres descomponiéndose, de modo que la dejé entrar, y
tras cerrar la puerta a su paso nos sentamos en la cama.
—Esto va a dolerte —me advirtió después de limpiar la
herida con el algodón y el agua oxigenada, cosa que ya de por sí dolió
bastante—. Por cierto, creo que no nos han presentado… me llamo Sofía, Sofía
Walker.
—Néstor García —me presenté yo también—. ¿Cómo estaba
la primera planta?
—No muy bien —confesó torciendo el gesto y buscando
una posición con la linterna que le permitiera tener la herida de mi brazo
iluminada para comenzar a coserla—. Creo que quedamos unas veinte personas en
el edificio contando con tu amigo, el que se fue corriendo. —De repente pareció
un poco apesadumbrada—. Siento de verdad lo que le hice a tu otro amigo… Diego,
¿no? —se disculpó—. Yo… no lo pensé, creía que era lo mejor, creía que era lo
mejor tanto para él como para ti. Pero me equivoqué.
—No te equivocaste —reconocí no sin cierto pesar—. Se
estaba muriendo, y se habría despertado como una de esas cosas después… es sólo
que me impactó y no supe reaccionar.
La aguja se acercaba peligrosamente a mi brazo, y ya
estaba tragando saliva y preparándome para lo peor cuando ella apartó la mano
para enjuagarse las lágrimas.
—Está bien, yo no te culpo, y estoy seguro de que
Diego tampoco lo haría —le dije para intentar animarla; pensándolo más
racionalmente, no había duda de que lo que pasó en realidad fue lo mejor,
aunque resultara duro reconocerlo… la cogí del brazo y la obligué a mirarme a
los ojos—. Tú no le mataste, ¿vale? Fue el muerto viviente que le mordió.
No me imaginaba que terminaría siendo yo quien la
consolara a ella, pero después de mi actuación cobarde en la pelea contra los
muertos, me sentía bien siendo yo el fuerte y evitando que se derrumbara. Ella
asintió varias veces, dando a entender que al menos estaba procesando mi idea.
—Y no llores más, que bastante voy a llorar yo ahora.
—añadí cuando la aguja volvió a acercarse a mi brazo.
No pude verlo porque estaba mirando hacia otro lado,
pero de algún modo sabía que aquella chica de ojos castaños estaba sonriendo.
Más tarde, todavía no podía creer lo que había
ocurrido en tan sólo un momento… tantas muertes y tanto dolor embotaban mis
sentidos, aunque lo que más los embotaban eran los calmantes que Sofía me había
subido de la enfermería después de coserme el brazo.
Las vendas estaban llenas de sangre y no tenía a mano
otras, las había gastado todas entre las muñecas de Alberto y mi brazo, pero
aun así, terminé de envolver la herida como pude mientras seguía escuchando la
radio. Fuera, los escasos supervivientes se dedicaban a arrastrar los cadáveres
de los que no habían tenido tanta suerte y de los intrusos que les habían
matado, aunque no sabía a dónde. No había participado en ello porque si hacía
fuerza con el brazo la herida podía volver a abrirse, y bastante dolor tenía ya
gracias a los torpes puntos con los que me la habían cerrado.
—No parece que la cosa vaya a mejor, ¿verdad? —opinó
Sofía, que se había sentado delante de mí en la cama que fuera de Alberto y
escuchaba la radio con gran atención… no me atreví a decirle que se había
sentado donde había estado reposando un muerto.
—No. —respondí sin mucho ánimo mirando la hora en el
reloj de mi móvil; eran ya las tres de la madrugada, pero lo último que nadie
pensaba era en dormir.
—Mientras iba por los calmantes, hablé con Raúl y con
Héctor. Opinan que no deberíamos quedarnos aquí, que deberíamos intentar salir
de la ciudad y buscar algún campo de refugiados.
—¿Quiénes son Raúl y Héctor? —le pregunté con cierta
suspicacia; me era imposible conocer a todos los que vivían en la residencia,
había demasiada gente, más desde que los militares la llenaron de refugiados.
—Los dos tíos que llevaban los bates. —me explicó.
—Eran estudiantes, como yo, ¿por qué están tan seguros
de que deberíamos irnos? —No me gustaba nada la idea, ahí dentro teníamos agua,
camas, comida y hasta calmantes, ¿qué teníamos ahí fuera, además de una muerte
segura?— Deberíamos esperar, tarde o temprano llegará la ayuda; podemos incluso
intentar llamar a la emisora y avisar de lo que ha ocurrido… alguien acabará
viniendo.
Sofía parecía no estar muy segura de lo que le decía,
pero como seguramente tampoco le hacía mucha gracia la idea de salir fuera, no
dijo nada, se limitó a quedarse mirando el cadáver de Alberto.
—Habría que sacarlo fuera y llevarlo con los demás —afirmó—.
Aún no sé qué piensan hacer con ellos, son demasiados.
—Luego le diré a Roberto que me ayude, lo envolveré en
la sábana de nuevo y lo llevaremos con los demás. —le aseguré. Yo era el primer
interesado en quitarme el muerto de encima, literalmente.
—Voy a bajar a ver si necesitan ayuda —anunció
poniéndose en pie—. Si dicen algo interesante en la radio, avísame. Propondré a
los demás lo de llamar para pedir ayuda, a ver qué les parece… a mí tampoco me
hace mucha ilusión salir fuera, pero aquí dentro no podemos aguantar
eternamente.
—Vale, hasta luego. — me despedí de ella, y hasta que
no se fue y cerró la puerta no me levanté de la cama yo también.
Me había dejado una linterna para que pudiera
iluminarme, e iba a aprovechar su luz para intentar averiguar algo que llevaba
rondándome la cabeza desde que los muertos entraron a la residencia. Me
arrodillé junto al cadáver ensangrentado de Alberto y comencé a quitarle la
ropa hasta dejarle del todo desnudo. Ya sabía que el conocimiento de aquella
enfermedad no era completo, hasta el punto de que ni siquiera se habían dado
cuenta de que los infectados estaban muertos en realidad… pero en la
televisión, en internet, en la radio y en todas partes habían repetido una y
mil veces cuáles eran los síntomas antes de que se volvieran unos caníbales
descerebrados. Durante por lo menos uno o dos días se mostraban enfermizos, con
mucha fiebre y muy débiles, y Alberto no había mostrado ningún rastro de
enfermedad antes de convertirse, al menos que yo supiera, y eso me resultaba
extraño.
Le desnudé porque tenía que ver dónde había sido
mordido, cuál había sido la herida que acabaría infectándole por completo y
transformándole en uno de esos muertos. Tenía que haber sido una lo bastante
pequeña como para que los militares la pasaran por alto, y también lo bastante
leve como para tardar tanto en hacer efecto; el pobre hombre llevaba más de dos
días viviendo conmigo, y si de algo estaba seguro era de que hasta unas horas
antes no había muertos vivientes en la residencia.
Tras casi media hora examinando cada rincón de su
piel, hasta en los lugares más oscuros y desagradables, sólo pude concluir una
cosa… y fue una conclusión terrible.
—La puta madre, ¿qué cojones está pasando aquí?
—exclamé en voz alta, consternado por mi descubrimiento.
Buena historia espero el siguiente cap saludos desde uruguay. esperando que los argentinos vengan a matarnos ;)
ResponderEliminarMmm, pues seguro que hay algún ferry o algo que conecte Buenos Aires con Montevideo, no sería mala forma de salir de la ciudad, por agua...
ResponderEliminarNo entiendo una cosa... o me he saltado algún párrafo o no entiendo que herida se esta vendando al principio del capitulo. En la primera parte no llegan a tocarle sino me equivoco. El primer corte se lo hace en esta parte. De todos modos quería felicitarte por lo poco que llevo leído hasta ahora... me tienes enganchado!
ResponderEliminarAunque esté al principio del capítulo, lo de la herida se supone que ha ocurrido despues
Eliminar