miércoles, 25 de diciembre de 2013

Crónicas zombi, Orígenes: Capitulo 11, Maite

CAPÍTULO 11: MAITE


Las manos me sudaban lo fuerte que apretaba el rifle que aferraba entre ellas, pero no hice ademán de ir a secármelas porque no podía permitirme el lujo de exteriorizar mis nervios… no delante de Sergei, quien ya había puesto en entredicho la idoneidad de mi persona para llevar a cabo aquella misión delante de los demás miembros del grupo antes de partir. Tenía que demostrar que estaba a la altura o perdería el respeto del grupo, y eso podía permitírmelo muchísimo menos.
—¿Vamos a entrar de una puta vez o nos vamos a quedar mirando todo el santo día? —gruño impaciente el ruso mientras esperábamos a que Aitor regresara de su evaluación preliminar del terreno.
Llevábamos instalados en la ermita tan sólo desde el día anterior, pero no quise esperar más tiempo antes de echar un vistazo en la base militar de San Pedro, vecina al pueblo junto al que nos encontrábamos, Colmenar Viejo. Había confiado en encontrar allí un mínimo de presencia militar  porque el lugar estaba a unos treinta kilómetros de Madrid, lo que creía bastante lejos como para que los millones de resucitados que ahora la poblaban no les alcanzasen, pero por lo que estaba viendo, no parecía que fuéramos a tener suerte. Desde luego, que la entrada de la verja exterior estuviera abierta y sin vigilancia de ningún tipo no era una buena señal.
—Esperaremos a que vuelva Aitor, como estaba acordado. —le respondí con resignación.
Sólo Sergei, Aitor y yo nos habíamos aventurado a aquella pequeña expedición. Aitor, como parte del ejército que era, tenía casi la obligación de acompañarme, pero de haber podido elegir no habría llevado a Sergei conmigo. Mi primera elección habría sido Sebas, y sólo porque Toni estaba herido; no obstante, teniendo en cuenta que el pobre hombre había estado involucrado en prácticamente toda acción peligrosa que habíamos llevado a cabo hasta entonces, pensé que se merecía un descanso. Lo malo era que sin él sólo Sergei estaba lo bastante preparado para hacer frente a los problemas que pudiéramos encontrar… aunque francamente, prefería tenerlo vigilado. Con él y con Irene en la ermita me habría sentido demasiado intranquila como para estar concentrada en aquello.
Por supuesto, no me hizo ninguna gracia dejar a Clara sola. Aunque la noche anterior durmió con tranquilidad, todavía no tenía la confianza suficiente como para separarse de mi mucho rato, así que a ella tampoco le gustó que me fuera… no obstante, era necesario. La dejé a cargo de Raquel, con quien había hecho buenas migas, y de Luis, que al menos había tenido un hijo y algo sobre críos sabría. Confiaba en que aquello no nos llevara demasiado y pudiera volver con ella lo antes posible.
—No sé qué puede retrasarle tanto. —exclamó Sergei con un bufido apoyando la espalda contra el coche.
El ruso y yo nos habíamos escondido tras el vehículo en el que llegamos a pocos metros de la entrada a la base militar, para permanecer apartados de la vista si había muertos vivientes dentro, mientras que Aitor se adelantó para echar un vistazo superficial a la zona y avisarnos si encontraba problemas. Oficialmente sólo tenía que asegurarse de que no hubiera demasiados resucitados porque aquel lugar tenía pinta de estar abandonado, pero tampoco quería arriesgarme tontamente; y si después de todo seguía habiendo militares, y éstos eran hostiles, él tendría más posibilidades de hacerles entrar en razón al ser uno de ellos.
Si la cosa se ponía fea, con nosotros escondidos cerca quizá tuviéramos una oportunidad de sacarle de ahí gracias al efecto sorpresa. No obstante, como no contaba con poder ganar una guerra contra soldados bien armados, esperaba que simplemente me hubiera pasado de precavida y no tuviéramos ningún problema con gente, viva o muerta.
Aitor apareció por fin junto a la valla un minuto más tarde, y nos hizo un gesto con el brazo para que entráramos.
—Ya está, vamos dentro. —le indiqué a Sergei saliendo de detrás del coche.
—No ha disparado, ¿es que además de no haber militares tampoco hay muertos? —se preguntó él comenzando a seguirme.
—Mejor que no haya tenido que disparar —respondí con cierto alivio—. El pueblo está demasiado cerca, se nos podría acabar echando encima una multitud.
Nos reunimos con Aitor junto a la entrada al recinto. Armado con su fusil de asalto y vestido completamente de soldado parecía aún más crío de lo normal, como si esa indumentaria le viniera grande. Sin embargo, por muy ridículo que pudiera aparentar a primera vista, ya había demostrado ser un soldado competente, merecedor tanto del arma como del uniforme, en el pasado.
—No hay muertos. —observé echando un rápido vistazo a mí alrededor. Por allí sólo se podían ver unos pocos edificios militares, caminos que llevaban de unos a otros y mucho campo abierto, pero ni rastro de aquellas indeseables criaturas muertas vivientes.
—Por aquí no, pero por la zona de las residencias he visto unos cuantos —respondió él—. De todas formas, no parece que haya demasiados en general, aunque yo no haría mucho ruido...
—¿Esos que viste eran civiles o militares? —le pregunté.
—Civiles —aseveró—. Creo que se colaron desde el exterior. Quizá vinieran desde el pueblo, han tenido un mes para andar de un lado a otro, no es raro que hayan llegado hasta aquí teniendo en cuenta que tampoco está tan lejos.
—En este lugar también había personal civil —intervino Sergei—. Y esos que has visto podrían ser civiles que vinieron a buscar refugio, casi como estamos haciendo nosotros.
—Sea como sea, el caso es que no hay militares. —resumí yo ciñéndome a lo importante—. No sé qué ocurriría aquí, porque si los muertos les hubieran echado esto estaría lleno de cadáveres y de más de los suyos, pero la cuestión es que no están.
Aunque sabía que era poco probable, por un instante me había hecho la ilusión de encontrar allí una instalación militar perfectamente operativa, donde estar protegidos de esos seres y donde gente más competente se encargara hacerlo funcionar… pero al parecer no iba a tener ni siquiera a unos cuantos soldados escondidos con los que intentar colaborar. Seguíamos estando completamente solos contra el mundo.
—Es posible que enviaran a toda esta gente a la zona segura de Madrid —dedujo Sergei rascándose la barbilla—. O incluso antes, para las evacuaciones.
—Puede ser. —asentí admitiendo que lo que decía tenía sentido.
—¿Entonces qué vamos a hacer? —quiso saber Aitor—. ¿Nos vamos?
Me imaginé que, si a los militares de la base se los habían llevado a las zonas seguras o a combatir a los muertos de la ciudad, poco habrían dejado allí, pero lo poco que fuera podía hacernos mucho bien a nosotros, así que habría sido del género tonto no comprobar qué podíamos sacar… después de todo, aquello lo habíamos pagado con nuestros impuestos.
—No —le respondí—. No hay militares, pero tal vez queden cosas que nos sean útiles: armas, comida, vehículos más resistentes, gasolina… prácticamente cualquier cosa que tuvieran aquí puede sernos de utilidad, creo que la visita merece la pena, más cuando parece que los resucitados no van a ser un problema.
—Estoy de acuerdo —se me unió Sergei—. Ya que tenemos la oportunidad, echemos un vistazo a fondo a esto.
—Vale, pero mejor tener cuidado, no sé si dentro de los edificios habrá algo más, yo sólo he mirado por fuera. —nos advirtió Aitor tomando la delantera.
Nunca había estado en una base militar hasta ese momento, y por tanto no sabía lo grande que podía llegar a ser aquel recinto, pero por lo que estaba viendo el espacio no era precisamente un problema allí. Cada edificio estaba bien separado del siguiente, los caminos eran amplios y en realidad la mayor parte del terreno era tan sólo campo abierto.
—Eso es la cafetería. —anunció Aitor señalando una casa de una sola planta junto a un aparcamiento. En él, un todoterreno militar permanecía estacionado junto a un par de coches civiles.
—Quizá aún haya algo comestible dentro —dijo Sergei contemplando la fachada de aquel lugar—. Deberíamos comprobarlo.
—Si abandonaron la base militar antes de que todo se colapsara, es posible —coincidí con él, aunque no muy esperanzada de que aquello fuera cierto en realidad—. Aitor y yo entraremos a comprobarlo. Sergei, ¿puedes echar un vistazo al todoterreno? Si podemos arrancarlo creo que nos será muy útil.
—De acuerdo. —aceptó volviéndose hacia el vehículo. El joven soldado y yo, sin embargo, nos dirigimos al interior de la cafetería.
—Cuidado ahora —le advertí deteniéndome junto a la puerta—. Si sale algo cuando abra, le disparas.
Aitor asintió, agarró su fusil y se posicionó de forma que pudiera abrir fuego si fuera necesario, pero por suerte nada salió a recibirnos al abrir la puerta y pudimos pasar dentro sin ningún incidente. Pese a todo, no bajamos la guardia en ningún momento. Hacerlo era la mejor forma de que un cadáver andante escondido se te echara el cuello.
La cafetería tenía pinta de estar completamente abandonada. Las sillas estaban dobladas y colocadas sobre las mesas, como si el dueño hubiera cerrado el local tras un día cualquiera de trabajo… salvo porque la puerta no estaba cerrada con llave.
—Bueno… ¿hablaste con Raquel? —le pregunté aprovechando que nos habíamos quedado solos los dos.
—¿Qué hay que hablar? —contestó él con una fingida indiferencia que no me creí ni por un segundo—. Lo nuestro es historia. ¿Miramos en la cocina a ver si hay comida?
—Lo que pueda haber ahí seguramente estará pasado, pero mira a ver —le dije asintiendo con la cabeza—. Yo voy a ver si encuentro algo tras la barra.
Además de trapos, servilletas, la cristalería y un sacacorchos no encontré nada de interés, pero aun así me guardé el sacacorchos en un bolsillo porque, si llegábamos a necesitar uno para lo que fuera, iba a ser difícil de conseguir en otra parte.
Los estantes tras la barra estaban completamente vacíos, lo que me resultó muy extraño. No creía que hubieran estado vacíos siempre, pero tampoco creía que los militares fueran a llevarse a la zona segura las patatas fritas y el alcohol.
—No hay nada. —exclamó Aitor volviendo de la cocina.
—¿Todo podrido? —le pregunté apartando la vista de los estantes.
—No, es que no hay nada de nada —aclaró—. Se lo han llevado absolutamente todo, la cocina está completamente vacía.
—Sí, todo apunta a que alguien saqueó esto a conciencia —dije volviendo la vista de nuevo hacia los estantes—. Vamos a ver si Sergei ha tenido más suerte que nosotros.
El estado de aquel lugar era un mal augurio para lo que nos esperaba más adelante. Si los militares habían sido tan escrupulosos, era poco probable que encontráramos algo de utilidad en cualquier otro lugar de la base. Todo lo que pudiera haber se lo habrían llevado ya.
“Menudo fracaso” pensé abatida al volver fuera, bajo la luz del sol.
—¿Cómo va eso? —le preguntó Aitor al ruso, que seguía trasteando dentro del todoterreno—. ¿Tenemos al menos un vehículo mejor en el que movernos?
—Pues me temo que no —contestó él asomando la cabeza—. Abrirlo ha sido fácil, pero estas mierdas de última tecnología son imposibles de puentear. A menos que encontremos las llaves esto va a quedarse aquí… y es una lástima, esta bestia podría llevarse por delante una manada de esos muertos vivientes sin ni siquiera notarlo.
—Es extraño que los militares lo dejaran aquí… —medité en voz alta.
—No íbamos escasos de vehículos precisamente —dijo Aitor, sin embargo—. De hecho, cuando la cosa se puso mal faltaba más gente que coches, no sé si me explico.
—Perfectamente. —repliqué con tristeza. Los militares fueron los primeros en plantar cara en serio a los resucitados cuando estos fueron legión y habían perdido la guerra, de modo que sus bajas debieron ser incluso más catastróficas que entre los civiles—. Continuemos.
Si algo me sorprendió de la base fue darme cuenta de que en realidad estaba concebido como una ciudad en miniatura. Tenía de todo lo que se pudiera necesitar: casas, un campo de tiro, la cafetería, gimnasio, duchas, lavandería, iglesia, enfermería y hasta un colegio… no se me ocurría un mejor lugar donde comenzar a reconstruir la civilización que aquél. Si no hubiéramos sido tan pocos para protegerlo, nos habría trasladado allí sin ninguna duda.
—No sé si merece la pena entrar a la enfermería —titubeó Aitor cuando pasamos frente a la fachada del edificio—. Si se llevaron hasta los refrescos de la cafetería, aquí no quedarán ni las agujas usadas.
—Aun así, deberíamos comprobarlo. —le contradije tomando la delantera. Probablemente tendría razón, pero sería del género tonto no asegurarse.
El interior de aquel sitio también se encontraba limpio de resucitados. Estábamos teniendo suerte por el momento en ese aspecto, pero desgraciadamente no era de lo único que estaba limpio. Prácticamente cualquier cosa utilizable en la disciplina médica había desaparecido, y eso que el lugar era grande y se notaba que había estado bien dotado de material. De haber estado completamente surtido, habría hecho las delicias de Luis.
—Revisémoslo a fondo, cualquier cosa que hayan dejado nos podría ser útil. —les propuse.
Como no había peligro, nos dividimos para hacer aquello más rápido, y así, mientras Aitor revisaba el almacén, Sergei inspeccionó los boxes donde trataban a los pacientes y yo me encargué de los despachos de los médicos.
No me fue sencillo colarme en ellos porque todos estaban cerrados con llave, pero como todas las puertas tenían una cristalera translúcida, donde estaba escrito el nombre del doctor al que pertenecía, pude colarme rompiéndolas con la culata del rifle y abriendo desde dentro.
“Si me hubieran dicho hace sólo un par de meses que estaría saqueando una base militar…” pensé dando un paso dentro del primer despacho.
Aquellas oficinas eran más funcionales que otra cosa, de modo que carecían de adornos o cualquier tipo de parafernalia llamativa, y tras revisar tres de ellos tan sólo sobre los escritorios encontré algún adorno que hubiera pertenecido al propietario del mimo. Sin embargo, todos estaban tan vacíos de cualquier cosa útil como el resto de la enfermería. Únicamente logré sacar un paquete de chicles, una caja de aspirinas y la chaqueta militar de un médico especialmente menudo que, con un poco de suerte, le serviría a Clara, aunque le viniera un poco grande.
—Aspirinas, algo es algo. —me dije para consolarme mientras regresaba a la entrada, donde ya me estaban esperando los demás.
—¿Ha habido suerte? —preguntó Sergei al verme llegar.
—Aspirinas —le mostré la caja antes de guardarla en mi mochila—. ¿Y vosotros?
—Unas tiritas, una botella de agua oxigenada que no se llevaron porque debió caerse y rodar hasta debajo de una de las camas, y un bote de pastillas misteriosas —respondió Aitor—. ¿Deberíamos llevárnoslas? No sabemos lo que son…
—A lo mejor Luis puede identificarlas —se me ocurrió—. Tú guárdalas, siempre habrá tiempo de tirarlas luego si no valen para nada. ¿Echamos un vistazo a la capilla?
—¿La capilla? —se extrañó el soldado—. ¿Qué podríamos encontrar allí? Además, ya estamos viviendo en una.
—No sé, más velas quizá —le respondí encogiéndome de hombros—. Hasta que no vayamos no lo sabremos. Ya que estamos aquí es mejor que lo revisemos todo a fondo.
—El Señor proveerá. —recitó el ruso con sorna.
De camino a la capilla nos topamos con el primer muerto viviente del día. Como había dicho Aitor, no era un militar, sino un civil, aunque por el estado en el que se encontraba su ropa era difícil averiguar qué o quién había sido antes de convertirse.
—No disparemos —les advertí antes de que pudieran reacciona al encuentro—. No sabemos cuántos más hay aquí y no quiero que se nos acaben echando encima.
El hacha que perteneciera a la difunta Érica se había quedado en la ermita con los demás, por si algún resucitado les daba problemas por allí, así que mi única arma cuerpo a cuerpo era un cuchillo, instrumento que no me gustaba nada para matar a esos seres porque exigía acercarse demasiado a ellos. Sin embargo, Sergei se me adelantó, y con sus propias manos agarró al muerto, que apenas logró hacer un amago de abalanzarse contra él, y lo estampó contra el suelo. Allí le pisoteó la nuca hasta que se escuchó un crujido y la criatura dejó de moverse.
—¡Sólo es uno, joder! —bufó lanzándonos una mirada desdeñosa—. Sigamos.
Miré asqueada el cuerpo de aquel muerto al pasar junto a él. Aunque ya me había, no diría acostumbrado, pero al menos hecho a la idea de vivir rodeada de cadáveres putrefactos, no dejó de resultarme desagradable la forma en que ese en concreto había muerto… aunque pronto descubrí que ese desagrado iba a palidecer al compararlo con lo que sentí cuando entramos en la capilla.
—Desde luego esto no me lo esperaba. —afirmó Aitor mirando a su alrededor con aprensión.
No me extrañaba que no fuera a esperárselo, porque yo tampoco habría sido capaz de adivinar que allí dentro nos íbamos a topar con algo tan grotesco como lo que estaban viendo mis ojos.
—Es como si alguien se hubiera entretenido llenando al patrón de este lugar de vísceras putrefactas. —evaluó Sergei acertadamente aproximándose al altar con cautela.
Yo preferí quedarme junto a la puerta, el suelo del interior estaba lleno de sangre seca que no me apetecía pisar, sangre que también se encontraba desperdigada por las paredes e incluso por el techo. Al estar ya coagulada, era imposible saber si pertenecía a humanos o a resucitados, pero ese misterio era un asunto menor, lo más llamativo sin duda era el regalito que habían dejado sobe el altar. Tripas, miembros amputados y otros pedazos de carne cuyo origen era más incierto se pudrían sobre él, con moscas revoloteando por todas partes… era como si alguien hubiera hecho una macabra ofrenda de vísceras humanas al santo.
—Algún gracioso que ha aprovechado todo esto para profanar la iglesia. —teoricé sintiendo muy mal cuerpo, no sólo por el hedor que emitían aquellos restos putrefactos, o los insectos que revoloteaban a su alrededor, sino también por el hecho de que alguien pudiera estar tan perturbado como para ponerse a descuartizar cadáveres y esparcir sus restos por allí.
—Sólo falta un 666 por alguna parte. —dijo Aitor cubriéndose la boca y la nariz con un brazo. El único que no parecía traumatizado por aquello era Sergei, que se atrevió incluso a acercar una mano al montón de restos humanos del altar.
—Esto es piel —evaluó dando un tirón a un pellejo—. Piel humana, ¿qué coño significa esto?
—Prefiero no saberlo, vámonos. Está claro que aquí no hay nada para nosotros. —exclamé dándome la vuelta y regresando al exterior. El aire nunca me había parecido tan limpio como después de salir de ese maldito sitio.
—No sé quién vendría aquí después de que se fueran los militares, pero espero que se haya ido también. —murmuró Aitor una vez todos fuera.
—No tenía pinta de ser reciente, toda esa mierda debe llevar ahí como dos o tres semanas, puede que incluso cuatro —calculó Sergei. Preferí no preguntarle cómo podía saber eso, ya había salido suficientemente asqueada de la iglesia.
Conforme fuimos profundizando en la base militar, la situación comenzó a complicarse más y más. La separación entre edificios era mucho menor, y entre ellos había muertos vivientes buscando algo que llevarse a la boca, así que nos las apañamos para pasar desapercibidos moviéndonos por la periferia. Aquellos edificios no tenían ninguna marca que los identificara, por lo que me imaginé que debían ser las residencias de los soldados que Aitor había mencionado antes.
Como de allí tampoco creía que fuéramos a sacar nada no intentamos entrar en ellas… al menos hasta que nos topamos con un grupo de cinco resucitados cortándonos el paso. Los cinco se movían por nuestro mismo camino, pero en dirección contraria, de modo que era inevitable que nos cruzáramos.
Sergei gruñó y sacó su escopeta preparado para disparar en cuanto alguno se le pusiera a tiro, pero le puse una mano en el hombro para detenerle antes de que hiciera una tontería. Ya me parecía mala idea disparar cuando creía que apenas habría muertos vivientes allí, y después de ver que hasta formaban pequeños grupos la idea de llamar la atención abriendo fuego pasó a parecerme pésima.
—Espera —le susurré señalándole la puerta trasera de una de las residencias—. Metámonos ahí y esperemos a que pasen de largo.
Fue Aitor quien se adelantó a abrir la puerta, que tampoco estaba atrancada… de hecho, era como si hubieran reventado la cerradura de una patada para colarse dentro antes que nosotros.
—Es evidente que alguien ha estado aquí después de que los militares se marcharan —murmuré después de traspasar el umbral y encontrarnos los tres en un largo pasillo, que llevaba hasta la entrada principal de la residencia y a unas escaleras laterales que subían al segundo piso—. Quizá para lo mismo que nosotros, salvo por lo de profanar iglesias, claro… ¿no oléis eso?
Una peste similar a la de la capilla, pero no tan intensa y de origen desconocido, impregnaba el aire de aquel lugar.
—Huele como si hubiera algo podrido —determinó Aitor olfateando a su alrededor—. A lo mejor aquí también se han entretenido decorándolo todo con tripas.
—Parece que viene de ahí —señaló Sergei haciendo un gesto hacia una puerta doble a un lado del pasillo. Sobre ella había un letrero en el que se leía “gimnasio”—. Deberíamos echar un vistazo.
No podía estar del todo de acuerdo con esa afirmación, lo último que necesitaba era acabar vomitando el desayuno si terminábamos encontrando más vísceras de muerto viviente, pero viéndolo objetivamente quizá fuera mejor asegurarse de que aquel lugar no guardaba ninguna sorpresa desagradable también.
—Adelante. —accedí no de buen grado.
Y enseguida me arrepentí de hacerlo. Aquello fue mucho peor que lo de la iglesia, infinitamente peor, de hecho. Docenas de cuerpos se descomponían en el suelo del gimnasio, envueltos en una nube de insectos y un hedor de tal magnitud que Aitor salió espantado y acabó vomitando en una esquina, mientras que yo tuve que hacerme a un lado porque hasta los ojos me lloraban. Incluso Sergei retrocedió cubriéndose la nariz.
—¡Me cago en la puta! —exclamó mirando aquel horror desde fuera. Sólo un loco se aventuraría dentro de aquel depósito de cadáveres putrefacto.
—Debe haber como cuarenta cuerpos ahí. —balbuceó Aitor limpiándose la boca de vómito.
No me preocupaba su número, a fin de cuentas, por triste que fuera, había visto a tanta gente morir que un montón de cuerpos más no significaba nada… lo que me preocupaba era que todos estuvieran vestidos con el uniforme militar. Si no me equivocaba demasiado, allí se encontraba lo que quedaba del ejército después de que cayera la zona segura.
Haciendo de tripas corazón, me armé de valor yo también y asomé la cabeza dentro. Por muy repugnante que pudiera ser aquello, seguía siendo importante saber qué había pasado allí, más cuando era evidente que sus muertes no habían sido obra de los muertos vivientes.
—Creo que esto es lo que queda del grupo de operaciones especiales —afirmó Sergei—. Esos y los de apoyo logístico eran los que tenían su base aquí, pero supongo que a la mayoría se los llevaron para la zona segura.
—¿Y a estos qué les ha pasado? —se preguntó Aitor horrorizado tapándose la nariz y la boca con la manga de la camisa.
—Los han matado —sentencié tras encontrar precisamente lo que andaba buscando, y que daba respuesta a esa pregunta—. Están muy podridos, pero aún se ven las heridas de bala. A estos pobres desgraciados los tirotearon y luego los dejaron aquí para que se pudrieran.
—¡Dios! ¿Quién haría algo así? —se indignó Aitor—. Con esta gente protegiendo el fuerte, hasta podría haber sido habitable.
—Pues lo haría alguien que no quería que este lugar fuera habitable —repuso Sergei lacónicamente—. Mira, hasta les metieron una bala en la cabeza a cada uno para que no se levantaran de nuevo… supongo que alguien quería armarse a conciencia y pensó que una base militar tendría armas de sobra para llevarse.
—Para asaltar un lugar como este, con tantos soldados protegiéndolo, se necesitaría ya de por sí un arsenal. —repliqué yo cerrando la puerta del gimnasio, si seguía oliendo aquello no podría volver a comer en una semana, y los bichos necrófagos comenzaban a deslizarse fuera de la habitación.
—Pues quien lo haya hecho ya tendrá dos arsenales —añadió Sergei sin darse por vencido—. Esto es la prueba de que hemos perdido el tiempo miserablemente, cualquier cosa que pudiera haber aquí, o se la llevaron los militares, o se la llevaron los que mataron a los militares que quedaban.
Lamentablemente tenía razón. No había ningún motivo para adentrarse más en la base y arriesgarnos a vérnoslas con más resucitados cuando el botín, si es que lo había, sería más bien escaso. No conseguiríamos armas, comida, medicinas ni nada de lo que esperaba que pudiéramos encontrar… en efecto, aquello había sido una pérdida de tiempo.
—Sí, será mejor que nos vayamos mientras aún podamos —asentí abatida cargándome el rifle a la espalda—. No hay de qué preocuparse, todavía nos queda comida de la incursión a Madrid. Volveremos, formaremos otro grupo y buscaremos en las casas más exteriores de…
Me interrumpí porque comenzó a escucharse un sonido a lo lejos que me costó identificar, no porque no lo hubiera escuchado antes, sino porque no podía creer que estuviera oyéndolo en un momento como ese.
—¿Qué coño es eso? —gruñó el ruso mirando a su alrededor, como si el origen del ruido estuviera a la vista… pero no, venía de fuera, y sabía exactamente de dónde.
—Una campana —murmuré atónita—. Creo que es la de la capilla.
—¡Pues claro que es la de la capilla! ¿Cuántas putas campanas crees que puede haber por aquí? —me espetó Sergei de malos modos—. ¿Pero por qué coño está sonando?
—Es mediodía, a lo mejor está programada para sonar a ciertas horas. —sugirió Aitor.
—¿Y eso qué importa? ¡Con el ruido que está haciendo va a revolucionar a todos los muertos vivientes de este lugar! —exclamé descolgándome de nuevo el rifle de la espalda—. ¡Tenemos que largarnos de aquí antes de que sea demasiado tarde!
Sin pensarlo un segundo, los tres salimos corriendo de vuelta a la entrada trasera de la residencia, dispuestos a escapar de aquel lugar antes de que los resucitados comenzaran a acudir al sonido de las campanas y nos pillaran en mitad de su camino. Aitor fue el primero en llegar hasta ella, pero en cuanto abrió la puerta volvió a cerrarla inmediatamente.
—Eh… mejor salir por otra parte. —musitó tragando saliva.
—¿Ya han llegado? —le pregunté comenzando a ponerme nerviosa. La campana no dejaba de sonar, y hasta el resucitado más sordo podría haberla escuchado a esas alturas.
—Están los cinco de antes y un par más, pero están aquí encima. —Un golpe contra la puerta hizo que el final de su frase se volviera irrelevante—. Y creo que me han visto.
—Vamos por la principal —propuso Sergei inmediatamente. —Si nos damos prisa, quizá podamos salir antes de que se llene también.
Como corrimos hacia un lado corrimos hacia el otro, buscando una salida a aquella situación que, si los muertos vivientes lograban atravesar la puerta, se pondría realmente fea.
¡Oh mierda! —masculló Aitor frenándose en seco cuando casi estábamos al otro lado. Allí la puerta a la residencia era de cristal, y gracias a eso, sin necesidad de abrirla pudimos ver que tras ella la situación no nos era más favorable.
—Estamos jodidos, verdaderamente jodidos. —gruño Sergei valorando de forma bastante acertada la gravedad de la situación.
Quizá sin el sonido de la campana excitando a todos los muertos del lugar podríamos habernos movido discretamente entre aquellos pabellones residenciales sin que ninguno de ellos se diera cuenta, pero alertados por el ruido y caminando en dirección a él, aquello era imposible. Fuera teníamos una docena tambaleándose que no dudarían en echársenos encima en cuanto nos vieran aparecer.
—No del todo, mira —objetó Aitor señalando fuera con el dedo—. Ahí hay otro todoterreno. Si podemos abrirlo y ponerlo en marcha puede que logremos salir disparados de aquí.
—¿No me estabas escuchando cuando dije que estas cosas no se pueden puentear? —replicó Sergei frunciendo el ceño.
—Este no es como el otro, míralo, ni siquiera está blindado. —repuso el soldado.
Viéndolo pintado con los colores de camuflaje engañaba, pero en realidad no era muy distinto a cualquier todoterreno civil. Quizá por eso se había quedado allí en lugar de ir a la zona segura o ser robado por quien matara a los militares.
Las campanas seguían sonando, y los resucitados comenzaban a abollar la puerta trasera de la residencia. Si lograban entrar, tendríamos que abrir fuego contra ellos, y después de eso todos los muertos vivientes de los alrededores se nos echarían encima. Quedarnos atrapados en alguna habitación de ese piso o del superior tampoco era una opción, no teníamos forma de saber si podríamos volver a salir de ella…
—Lo intentaremos —decidí finalmente—. Aitor y yo te cubriremos, Sergei. Nos cargaremos a los que se acerquen mientras intentas ponerlo en marcha.
—Sabéis que si no puedo estamos todos condenados, ¿verdad? —nos advirtió antes de que entráramos en acción.
—Habrá que arriesgarse —sentencié—. Si nos quedamos atrapados aquí, estaremos condenados de todas formas. Vamos, yo iré delante.
Pese a lo decidida que intentaba parecer, no olvidaba que aquél iba a ser mi primer enfrentamiento real contra un grupo de muertos vivientes. Saliendo de Madrid no hice más que huir y esconderme, y una vez fuera tan sólo me las vi con uno de ellos mientras intentaba aprender a utilizar el hacha… y el resultado no fue muy bueno. No había sido mordida sólo porque llevaba un abrigo de cuero que los dientes de mi atacante no lograron atravesar. Además de eso, mis lecciones con el rifle habían sido únicamente teóricas, y nunca había disparado a un blanco que se moviera.
Tuve que respirar profundamente antes de abrir la puerta, porque aquello tenía todas las papeletas del mundo para acabar muy mal, y no era sólo mi vida la que estaba en juego… no podía dejar sola a Clara, no después de haber perdido también a su padre.
Durante los primeros tres segundos la cosa fue bien, salimos tan rápidamente de la residencia que los resucitados tuvieron que detenerse por un momento para darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, pero a partir de ahí todo se complicó. Tal y como habíamos acordado, Sergei se lanzó sobre la puerta del vehículo para forzarla, mientras que Aitor y yo nos colocamos dándole la espalda, preparados para acabar con cualquier muerto viviente que osara acercarse. Lamentablemente no parecía que fueran a ser pocos.
El primer disparo lo realizó Aitor, y cuando lo hizo temí haber cometido un terrible error, porque hasta los muertos más lejanos volvieron sus miradas carentes de vida hacia nosotros después de escuchar aquel sonido, ignorando por completo la maldita campana de la iglesia.
—¡Cuidado con ese! —me advirtió el soldado cuando uno de ellos comenzó a acercarse demasiado.
—Lo tengo controlado. —le aseguré, aunque no era del todo cierto. Había dejado que se acercara porque no quería errar el tiro, pero no tenía nada claro que pudiera mantener el nivel de muertes necesarias para que no acabaran comiéndonos el terreno… antes de comernos a nosotros.
Disparé, y media melena de una chica delgada y morena saltó por los aires, al tiempo que su cadáver tambaleante cayó al suelo definitivamente muerto. Era mi primer resucitado eliminado con un arma de fuego, pero no iba a ser el último, inmediatamente tuve que volverme hacia otro, un hombre más bien tirando a viejo que cojeaba de manera notable, para darle su ración de plomo.
—¡Lo tengo! —exclamó Sergei abriendo la puerta del todoterreno y arrojándose dentro—. Dadme un momento más…
—¡No vamos a tener ese momento! —le advertí retrocediendo un paso y disparándole al viejo, que cayó tan muerto como la chica anterior. Aitor, por su parte, había abatido ya a cinco o seis, pero pese a aquello el número de ellos no se reducía, más bien todo lo contrario—. ¿Me escuchas? ¡Esto se pone feo!
—¡Entremos dentro del coche! —propuso Aitor disparando una vez más y volándole la cabeza a otro—. Cuando arranque, nos vamos y listo, no podrán cogernos ahí dentro.
—¡No! —le detuve al verle hacer un amago de realizar su plan—. Si no logramos arrancarlo nos quedaremos atrapados con una jauría encima.
La cosa estaba poniéndose peliaguda, los que teníamos cerca ya estaban sobre nosotros, los que se habían alejado por el ruido de la campana comenzaban a volver y los más rezagados empezaban a alcanzarnos. No teníamos potencia de fuego suficiente para rechazar aquello.
—¡Salta al otro lado del coche! —gritó Aitor de repente.
—¿Qué? —repliqué mientras abatía a mi tercera víctima, ésta sólo un niño con la cabeza llena de desgarros y marcas de dientes.
—¡Ponte detrás! ¡Que no te vean por un segundo! —me indicó dándole un empujón a Sergei y metiéndolo del todo en el coche. Tras eso, cerró la puerta.
—¿Pero qué coño…? —protestó el ruso.
—¡No! —intenté detener a Aitor cuando vi lo que pretendía hacer.
—¡Es la única manera! ¡Vamos, ponte detrás! —repitió descolgándose el fusil para manejarlo mejor y dando un paso al frente.
Solté una blasfemia mientras me subía al capó del vehículo y me deslizaba hasta el otro lado, poniendo el todoterreno entre la horda que se nos echaba encima y yo misma. Aitor lanzó una ráfaga contra la multitud más cercana antes de abrirse paso entre dos de ellos y echar a correr hacia las profundidades de la base militar. Con los más próximos muertos, el resto de seres sólo tuvo ojos para aquel estúpido soldado suicida, que corría y disparaba como un loco llamando su atención, de modo que fueron tras él.
—¡Maldito idiota! —murmuré con aprensión al perderle de vista tras un muro, con toda la horda tras él.
—Ya casi está… —decía Sergei hurgando entre los cables del vehículo bajo el volante—. ¡Ya!
El motor rugió y el todoterreno puso en marcha. Sin perder un segundo, abrí la puerta del asiento trasero y me subí en él, mientras que Sergei lo hizo en el del conductor. Algunos resucitados se volvieron al escuchar cómo nos poníamos en marcha, pero ya era tarde para ellos, con un acelerón nos apartamos de su alcance en cuestión de segundos.
—¡Tenemos que volver a por Aitor! —le dije al ruso abriéndome paso hasta el asiento del copiloto y tomando asiento en él—. Con esta cosa podemos pasar por encima de la multitud.
—¿Estás loca? —bufó él—. Si volvemos ahí nos harán pedazos, éste es un todoterreno normal y corriente, no puede aguantar a decenas de esos bichos si se lanzar a por nosotros… el soldadito sabe lo que se hace, también sabe dónde vivimos y tiene el coche con el que llegamos, estará bien.
Lo dijo con tal frialdad que inmediatamente me acordé de con quién estaba hablando. Si creía una sola palabra de lo que estaba diciendo, yo era la reina de Inglaterra, pero estaba dispuesto a abandonar a Aitor a su suerte con tal de no arriesgar el pellejo. Ya no se escuchaban disparos, aunque quizá con toda la horda tras él no necesitara hacerlos para llamar su atención.
De cualquier modo, no había tiempo para pelearme con Sergei, y probablemente tuviera razón al decir que nuestro vehículo no aguantaría contra una multitud de muertos. Por muy poco que me gustara, tenía que tener la mente fría que el liderazgo requería, y eso significaba dejar atrás a Aitor y aprovechar la oportunidad que nos había dado.
Sólo cabía esperar que fuera listo y se dirigiera hacia las vallas que rodeaban la base en cuanto pudiera. Él podía treparlas, pero los muertos no, y si era inteligente podría dejarlos con un palmo de narices en un solo movimiento…
—Ahí está. —murmuró Sergei entre dientes con enfado.
Por un segundo pensé que se refería a Aitor, sin embargo, al mirar el mismo lugar que él, lo único que vi fue la iglesia. La campana seguía sonando, pero en cuanto nos acercamos el sonido cesó repentinamente, como si quien lo provocara se hubiera dado cuenta de que estábamos allí. Más sorprendente para mí fue que Sergei detuviera el coche y se bajara de él hecho una furia, y además escopeta en mano.
—¡Eh! —bramó disparando contra la fachada del edificio—. ¡Eh capullo!
—¿Te has vuelto loco? ¿Qué estás haciendo? —le reprendí sin poder creer que hubiera interrumpido la huida para ponerse a disparar contra un edificio—. ¡Tenemos que irnos de aquí!
No sólo teníamos algunos resucitados a nuestra espalda, sino que aquél era el epicentro del sonido que los había revolucionado, así que también había por allí unos cuantos rondando que se mostraron encantados de que Sergei se pusiera a pegar tiros y dar gritos.
—¿Querías jodernos, cabrón? —seguía gritando mientras vaciaba toda la munición de su arma contra la fachada de la iglesia.
—¡Vuelve dentro o te juro que me voy sin ti! —exigí poco dispuesta a jugarme el pellejo por lo que fuera que intentaba después de haber tenido que dejar atrás a Aitor—. ¿A quién cojones le hablas?
—¡Al cabrón que se ha puesto a tocar la campana! —respondió disparando su último cartucho. había dejado la pared llena de marcas de escopetazos.
—¡Ahí no hay nadie, vámonos! —le increpé intentando que entrar en razón.
Sólo cuando se vio con el cargador vacío se decidió a volver dentro, pero para entonces un resucitado flacucho y con un rostro extremadamente cadavérico se había interpuesto en mitad de su camino. De un culatazo en la frente y un pisotón acabó con él sin despeinarse antes de entrar de nuevo al coche y arrancarlo, y no respiré tranquila hasta que nos pusimos en marcha de nuevo en dirección a la salida de la base militar.
—¿A qué coño ha venido eso? —inquirí tras respirar profundamente para calmarme un poco.
—A que nos han intentado joder, a eso —replicó él todavía furioso—. Si llego a pillar a…
—¿A quién? —le interrumpí—. Ahí no había nadie.
—¡Las campanas no suenan solas! —estalló.
—Aitor dijo que podía estar programada para tocar a ciertas horas. —quise hacerle ver.
—¿Programar? ¿Sin electricidad en ninguna parte? ¡No me jodas! —bufó él dando un volantazo para esquivar a un muerto viviente despistado—. ¡Alguien nos ha jodido, bonita, que te quede claro!
No podía creer que una persona hubiera hecho eso a propósito, más que nada porque no entendía qué podía estar haciendo alguien en una base militar abandonada y llena de muertos vivientes. Sin embargo, algo había pasado allí, alguien había matado a los militares y había profanado la iglesia.
Miré por el espejo retrovisor en dirección a la capilla y, por tan sólo un segundo, me pareció ver algo moverse. Giré la cabeza hacia allí tan rápido que casi me fracturo el cuello, pero aun así no logré ver nada.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —me preguntó Sergei impaciente.
—Me ha parecido ver… nada, supongo que nada. —le respondí volviendo la vista al frente.
Por un instante creía haber visto algo parecido a una persona con una gabardina o una capa negra deslizarse junto a la iglesia, pero debía habérmelo imaginado, porque de ser una persona real, los muertos vivientes que rondaban por allí le habrían atacado, como hacían siempre.
Abandoné por el momento ese misterio para concentrarme en el problema más acuciante, que era la posibilidad de haber perdido a Aitor. Si el soldado no volvía, no quería ni pensar cómo afectaría eso al grupo. Él era una de las personas más competentes del mismo, y casi el único con quien podía contar incondicionalmente. A Raquel, aunque precisamente le dejó porque algo así podía ocurrir, se le partiría el corazón si de hecho llegara a ocurrir, y sin duda Sergei aprovecharía para culparme a mí de todo, ya que la idea de visitar la base militar fue mía.
¿Le habría dejado atrás por eso? De un hombre de su calaña me lo podía llegar a esperar, su respeto por la vida humana ya era muy bajo antes de que los muertos comenzaran a revivir, y aunque no se había pronunciado al respecto, sabía que sería mucho más feliz si el liderazgo del grupo recayera sobre él. Pero para eso antes tendría que desacreditarme delante de los demás.
“No le costaría mucho” lamenté. Todavía no había una incursión promovida por mí que no acabara con la muerte de alguien… y en el caso de la última podía juntarse eso mismo con un fracaso absoluto a la hora de encontrar refugio o suministros.
Por lo menos nos quedaba la ermita, un lugar lo suficientemente seguro como para que nos pudiéramos permitir utilizarlo como escondite una temporada, temporada que sería tan larga como los suministros nos lo permitieran.
Por el momento la base militar estaba descartada como fuente de alimento, esperaba que tuviéramos más suerte con las casas del pueblo… si es que no terminaban hartos de mis ideas y las muertes que causaban y decidían hacer otra cosa. No tenía ni idea de qué planes mejores que los míos podía tener Sergei en mente, pero fueran los que fueran, no me quedaba otra posibilidad que asumirlos si es que él terminaba haciéndose con el liderazgo del grupo. Clara y yo no podíamos sobrevivir solas.
Ni siquiera cuando dejamos atrás la base militar y el coche en el que habíamos llegado Sergei hizo un amago de detenerse para esperar a Aitor. Los remordimientos por haberle abandonado, aunque hubiera sido idea suya, me pedían que cogiera el coche y regresara inmediatamente, pero eso habría sido poco práctico. No era probable que le fuera de mucha ayuda al soldado si tenía que vérselas con una horda.
—No es que tuviera mucha fe en ese lugar —comentó Sergei cuando nos metimos en la autovía, de vuelta a casa—, pero sin él, ¿qué pretendes que hagamos? ¿Vamos a quedarnos en la ermita?
—Por el momento sí —le confirmé—. Aún nos queda comida para unos días, no creo que no haya comida en ninguna parte por aquí, podemos aguantar una temporada, lo bastante como para encontrar un lugar mejor donde trasladarnos definitivamente, o por lo menos hasta que se vaya el frío y Toni se recupere.
—Supongo que tu gente estará de acuerdo con eso, pero a mí no me gusta ese lugar —gruñó sin apartar la vista de la carretera—. Y está claro que esta zona no es segura, ¿has visto la multitud que había ahí dentro? Y eso que parecía limpio al principio. Imagina cómo debe estar el pueblo.
—¿Y qué otra opción tenemos? —le pregunté cansada de las críticas. Bastantes iba a tener de ellas cuando volviéramos sin Aitor, y si él no lograba regresar, todavía más, además de mi propio sentimiento de culpa—. Buscar una zona segura del ejército requiere meterse en mitad de ciudades invadidas, y ya han demostrado que no son de fiar. Nuestra mejor opción es quedarnos aquí y explorar los alrededores buscando un sitio mejor, o algún asentamiento ya existente bien defendido al que poder unirnos.
—Si tú lo dices… —concedió con cierto desdén—. Pero yo creo que las cosas se encuentran buscándolas, no quedándose parados, y tendríamos que aprovechar ahora que aún tenemos comida. Si después de todo resulta que este lugar está seco, podemos encontrarnos en mitad de ninguna parte sin nada que llevarnos a la boca.
—Lo sé, pero no se trata sólo de lo más conveniente, sino de lo que está dentro de nuestras posibilidades —repliqué—. Acabamos de enterrar a un montón de los nuestros, Toni está herido, nuestros hijos son sólo críos y acabamos de abandonar a su suerte a la única persona con formación adecuada para esta situación.
—Él decidió quedarse atrás —me corrigió Sergei—. Lo hizo para darnos una oportunidad de huir, cosa que agradezco. Si ha muerto, su sacrifico habrá servido de algo, puesto que nosotros seguimos vivos.
—Suena como si te diera igual que pudiera haber muerto. —le recriminé sin poder contenerme. Entendía que él no le conociera hacía tanto tiempo como yo, y que por tanto no tuviera los mismos lazos, pero la indiferencia que mostraba hacia su persona me resultaba irritante.
—¿Tengo que echarme a llorar o qué? Mucha gente ha muerto, mala suerte. No soy una persona del tipo sentimental, ya le llorará bastante la rubia. —rezongó con desgana tomando la salida que nos llevaba hasta la ermita.
No pude evitar quedarme mirándole a la cara durante unos segundos. No había visto jamás tamaño desprecio por la vida ajena, y eso que en nuestro grupo había una asesina de niños, y unos días antes un grupito de militares habían matado a uno de los nuestros y malherido a otra.
La ermita que era nuestro refugio se encontraba rodeada por un muro de piedra de más o menos un metro de alto. De haber sido más alto, y haber tenido una puerta que no permitiera que los coches entraran al interior del recinto sin ningún obstáculo, habría resultado ser un refugio perfecto, pero tampoco teníamos donde elegir. Sebas y Luis fueron los primeros en vernos llegar porque todavía estaban deshaciéndose de los cuerpos de los últimos muertos vivientes que encontramos en el interior. No teníamos ni idea de quiénes eran ni de cómo habían acabado allí, pero los encontramos encerrados dentro, entre las banquetas de la iglesia.
Fue Clara, mi hija, la primera que salió a recibirnos cuando bajamos del todoterreno.
—¡Mamá! —chilló corriendo hacia mí, que me agaché para estar a su altura cuando me abrazara. Después de lo que había pasado sentí un inmenso alivio al volver a verla.
—Bonito vehículo —observó Luis dejando el cadáver en el suelo y acercándose a nosotros—. ¿Habéis encontrado algo útil?
—No —dije negando con la cabeza—. Nada importante, ese lugar está vacío, y demasiado invadido para ser un refugio útil.
—Bueno… al menos aún tenemos este sitio. —suspiró el doctor, optimista pese a todo.
Al escucharnos llegar los demás fueron asomándose fuera también, esperando las noticias que pudiéramos traerles. Toni salió apoyado en el hombro de Judit y cojeando por la herida de la pierna; Raquel, que seguía alicaída tras lo que había ocurrido con su familia, caminó lentamente hacia el coche; mientras que Irene y Katya, con Andrei a su lado, se limitaron a esperar junto al portón. Entendía que Irene guardara las distancias, pero me resultó llamativo que ni Katya ni el niño se acercaran a interesarse por el estado de su marido y de su padre respectivamente.
—Sí, genial. —bufó Sergei pasando de todos y dirigiéndose tan rápidamente hacia la ermita que Sebas tuvo que saltar un lado para que no le arrollase.
—No parece muy satisfecho. —dedujo Luis mirándole con curiosidad. Al pasar junto a su mujer y su hijo el ruso no hizo ni un amago por saludarles, y cuando atravesó la puerta, ellos le siguieron sumisos al interior.
—Pues no tiene motivos para no estarlo —murmuré con la mosca detrás de la oreja—. Todo esto ha sido un fracaso completo.
—¿Por qué? —se extrañó el doctor—. ¿Ha pasado algo más?
—¿Dónde está Aitor? —preguntó Raquel alarmada ante la ausencia del soldado.
“Eso ha pasado” me dije sintiendo rabia, pero contra mí misma. Me había acojonado tanto por culpa de los muertos que había dejado que Sergei me convenciera para dejar abandonado a Aitor. Un acto así era imperdonable para alguien que se haga llamar líder, y esa maldita cucaracha escurridiza me había dejado sola para que les diera explicaciones a los demás.

3 comentarios:

  1. me a encantado, ¿cada cuanto subirás un capitulo de orígenes?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Semanalmente, así que el próximo lo subiré el día 1 por la noche, para que todos nos distraigamos un poco de la resaca de Año nuevo.

      Eliminar
    2. Genial, espero con impaciencia

      Eliminar