9 de enero de 2013, 20 días después del primer brote, 6 días antes del
Colapso Total.
Néstor García: Parte 1
Valandil69 ha
iniciado sesión
—Nestor.G dice:
¡Hey! ¿Cómo va
eso?
—Valandil69 dice:
¡Hola!
Pues eso casi
podría preguntártelo yo a ti, ¿no crees?
—Nestor.G dice:
Como el culo sería
decir poco.
—Valandil69 dice:
Ya lo vi en las
noticias. ¿Tan mal?
—Nestor.G dice:
Aquí ya ni hay
noticias… no sé cómo aún funciona el wi-fi de la residencia.
—Valandil69 dice:
¿Estás metido en
la residencia?
—Nestor.G dice:
Desde Año Nuevo.
El ejército nos encerró aquí, nos metió como a cincuenta personas más dentro y
no nos dejan salir… no es como si quisiera salir tampoco; fuera todo se ha ido a
la mierda, hay de esos infectados por todos lados, un amigo me dijo que la
avenida de la Independencia está llena, y que han sacado a toda la gente que
vivía por allí. No quiero ni imaginar cómo estará Colón, o la zona de la facultad
de ingeniería.
—Valandil69 dice:
Qué mal, tío… aquí
en España la cosa está chunga también, pero no tanto.
—Nestor.G dice:
¿Sigues en la
ciudad? Te hacía ya en el campo.
—Valandil69 dice:
Mi padre no quería
irse y dejar la casa, hay muchos saqueadores sueltos. Los hijos de puta se
meten en las casas de la gente evacuada y las dejan vacías.
—Nestor.G dice:
¿Os vais a quedar
allí entonces? Si yo pudiera escapar ahora de la ciudad, me largaría volando, a
donde fuera, pero lejos de esta locura.
—Valandil69 dice:
Supongo que nos
acabaremos yendo a un punto de evacuación, pero no sé, a mi madre le da miedo
bajar a la calle incluso en las horas autorizadas. Llenó el frigorífico de
comida el otro día y desde entonces no ha vuelto a salir nadie de casa.
—Nestor.G dice:
No sé cómo andará
la cosa por allí, pero aquí en Buenos Aires ya te digo, estamos encerrados en
la residencia y los miliares no nos dejan ni asomarnos al balcón, y con la
gente que refugiaron en la residencia ahora tengo que compartir habitación.
—Valandil69 dice:
¿Ah sí? ¿Y qué
tal?
—Nestor.G dice:
No muy bien, esa
gente está mal, mal de verdad… han estado ahí fuera y han vuelto bien jodidos. El
que no ha perdido a un familiar es porque los ha perdido a todos. Ya casi no
bajo a la sala común porque me deprimo.
—Valandil69 dice:
Joder tío, que
mal… ¿y cómo es que os los han metido ahí, en una residencia universitaria?
—Nestor.G dice:
Esto ya tiene poco
de residencia. Cuando llegaron los militares lo cambiaron todo; quitaron la
biblioteca y montaron en su lugar una especie de enfermería, por ejemplo, y se
trajeron también a otro personal además de militares. Hay psicólogos y un par
de médicos.
—Valandil69 dice:
Parece que os
hayan montado ahí… no sé, un bunker anti-infectados o algo así.
—Nestor.G dice:
Si, ¿verdad? Aun
así, la gente está muy asustada, sobre todo los otros estudiantes que ya vivían
aquí. La mayoría no sabe nada de sus familias, y las calles están llenas de
esos cabrones.
—Valandil69 dice:
No sé, tío, aquí
ya ha intervenido el ejército, y dicen que si la cosa va a peor terminarán
tomando el control de todo el país. Yo creo que la cosa no se va a poner tan
mal, que lo controlarán antes de llegar a eso; ha habido muchos muertos, pero
creo que podemos aguantar.
—Nestor.G dice:
Aquí también estuvimos
así, y mira cómo estamos ahora, yo no me fiaría… yo me largaría de la ciudad y
esperaría a que los militares se encargaran de todo. Si tienen que mandar la
ciudad a la puta que la parió bombardeándola que lo hagan y listo, es mejor eso
que esto.
—Valandil69 dice:
Qué bestia, tío, ¡que
son personas!
—Nestor.G dice:
¡Por los cojones
son personas! ¿No recuerdas lo que dijo la farmacéutica esa hace unos días?
Decía que estaban muertos, pero los de la OMS los callaron. He oído lo que
cuenta la gente, algunos de esos infectados van por ahí con las tripas
colgando. ¡No jodas!
—Valandil69 dice:
Mira, lo que
cuente una persona después de vivir una experiencia tan dura no me parece muy
creíble tampoco, y menos si cuenta que los muertos andan por ahí andando como
si estuvieran vivos. ¡No me jodas, hombre! ¿Muertos? ¿Cómo si fueran los zombis
de una peli de serie B? ¡Venga ya!
—Nestor.G dice:
Creé lo que
quieras, yo te digo lo que cuentan, y no sólo gente asustada, también algunos
militares.
—Valandil69 dice:
No sé, tío, no he
visto a ninguno de ellos cara a cara, ni tengo intención de verlos si puedo
evitarlo. De momento, me paso los días delante del ordenador.
—Nestor.G dice:
Pues como siempre,
cabrón, seguro que te pasas el día viciado… yo no me meto a ningún juego desde
antes de Navidad
—Valandil69 dice:
Mira, la última
vez que me metí fue hace tres días, y están todos los servidores caídos. ¿Sabes
algo de DarkSlayer27? Desde que esto está así no he hablado con él.
—Nestor.G dice:
¿El noob? No sé
nada de él, no sé nada de nadie en realidad, creo que ya sólo hablamos tú y yo
por aquí, y con el Facebook caído… ¿Sabes de AveFenix_16? Era de tu tierra,
¿no?
—Valandil69 dice:
Es de Madrid… has
fallado por unas cuantas letras la ciudad. Pero no, no sé nada de ella, jugamos
una quest el día… treinta creo que era. Sí, el día antes de Nochevieja, y desde
entonces no he vuelto a hablar con ella.
—Nestor.G dice:
Espero que estén
bien. Supongo que DarkSlayer27 salió de la ciudad antes de que se pusiera tan
mal la cosa, ya dijo que lo haría, así que imagino que donde ha ido no tiene
conexión. En realidad no me preocupa, aquí hay muchos lugares que se han
quedado sin internet, incluso sin electricidad.
—Valandil69 dice:
Dicen que en
Madrid la cosa está mucho peor, supongo que, cuanto más grande es la ciudad,
más grave es la cosa… hay más gente que se puede infectar y tal.
—Nestor.G dice:
Entonces no estará
tan jodida, porque estoy mirándolo y aquí somos más de doce millones de
habitantes, y en Madrid sólo algo más de tres.
—Valandil69 dice:
Bueno, aquí la
cosa no es tan grave tampoco, tenemos a Rajoy aún en el gobierno, así que
seguro que con la crisis está recortando en el número de infectados.
—Nestor.G dice:
¡Ja, ja! No, en
serio, parece que en Europa la cosa está mejor de momento, ¿no? Aquí ya no hay
prensa, televisión ni nada, tengo que mirar diarios vuestros por internet para
enterarme de algo, o buscarlo en inglés. No sé cómo va a acabar esto, desde
luego aparecerá en los libros de historia del futuro, seguro. Parece que África
es donde están peor, ¿verdad?
—Valandil69 dice:
Aquí de África ya
ni hablan, es como si el Ébola los hubiera borrado del mapa. Los militares
llenaron el estrecho de barcos y no dejan cruzarlo a nadie; algunos dicen que
están bombardeando a las pateras con inmigrantes… me gustaría pensar que no es
cierto.
—Nestor.G dice:
Sería muy de hijo
de puta hacer eso. Bombardear a los putos infectados es una cosa, pero a la
gente que intenta ponerse a salvo… no fastidies, hombre.
—Valandil69 dice:
Ya te digo que no
sé si es cierto, ¿eh? Se han dicho tantas tonterías y tantas exageraciones que
ya no sé qué creerme.
—Nestor.G dice:
Te creo porque yo
tampoco sé qué ha estado haciendo la Kirchner todo este tiempo, igual hemos
estado matando uruguayos sin que nadie se enterara… por lo que sé, Montevideo
anda casi peor que nosotros.
—Valandil69 dice:
O chilenos, ¿qué
otro país tenéis cerca? Paraguay y Bolivia.
—Nestor.G dice:
Y Brasil… bueno, y
las Malvinas. Che, deberíamos haber ido todos allí a joder a los ingleses, en
Inglaterra la cosa está mejor, ¿no?
—Valandil69 dice:
Como en el resto
de Europa, me parece. Sólo los países del este, creo, están más jodidos que el
resto en realidad.
—Nestor.G dice:
Oye, voy a cerrar
esto, que tengo la batería casi agotada y se me va a apagar, hoy la luz va y
viene y no sé si voy a poder cargarlo.
—Valandil69 dice:
Vale, tío, cuídate.
—Nestor.G dice:
Gracias, lo
intentaré, tú también. A ver si mañana puedo conectarme.
—Valandil69 dice:
Adiós.
Nestor.G ha
cerrado sesión
Cerré el portátil, me quité las gafas y las deje sobre
la cama en la que estaba sentado para poder frotarme los ojos. Después de todo
el día delante de la pantallita me escocían un poco, pero ese era un precio
pequeño a cambio de la distracción que me proporcionaba el ordenador. Con toda
la residencia llena de refugiados traumatizados, poder abstraerse de toda la
mierda que estaba ocurriendo fuera era un lujo.
Y aun así, el entretenimiento que me podía
proporcionar el portátil era muy limitado. Toda mi vida había sido un gamer, y llevaba casi dos semanas sin
poder meterme a un maldito juego debido a los infectados. Esos hijos de puta se
habían extendido tanto que todos los servicios de la ciudad habían desaparecido:
ya no había policía, bomberos, autobuses… sólo algún camión del ejército que
despejaba las calles de coches abandonados y esos malditos infectados.
Volví a ponerme las gafas y busqué el cargador del
portátil, y cuando lo encontré, la luz de la lámpara comenzó a titilar una vez
más. No sabía si era cosa de la residencia o del suministro, pero estaba desde
la noche anterior con pequeños cortes de luz cada vez más frecuentes, y me
tenían hasta los cojones.
Al ir a enchufar el cargador, descubrí que todavía
estaba puesto a cargar el teléfono móvil de mi nuevo compañero de habitación.
—¡Alberto! ¿Has terminado con el móvil? —pregunté en
voz alta para que me escuchara; antes de que encendiera el portátil se había
metido al baño, y aún no había salido… no sabía qué estaba haciendo dentro, pero
se estaba tomando su tiempo.
Alberto fue uno de los refugiados que trajeron los
militares cuando llegaron a la residencia, y el hombre las había pasado
realmente putas ahí fuera, por lo que había oído, aunque como siempre tenía
cara de estar realmente jodido por ello, y no contaba nada por su propia
iniciativa, nunca me atreví a preguntarle por lo que le había ocurrido, pese a
que llevábamos viviendo juntos en la misma habitación ya varios días
—¡Alberto! —volví a llamarle—. ¿Me oyes?
Entonces la luz volvió a titilar… y acto seguido se
apagó del todo. Se escuchó un sonido como un chasquido y las tinieblas
envolvieron la habitación, sólo la luz de la luna en el cielo proporcionaba un
poco de iluminación.
—Menuda mierda… —murmuré fastidiado.
Dejé el portátil sobre la mesa y me acerqué a la
ventana para echar un vistazo al exterior. Abajo, en el jardín, como seis o
siete soldados daban vueltas vigilando el muro que separaba la residencia de la
calle. No fui el único que se asomó a ver qué pasaba, la gente de las
habitaciones de al lado también lo hicieron, toda la residencia se encontraba
sin luz.
—Néstor, ¿tú tienes luz? —me preguntó a través de la
ventana Diego, mi vecino de habitación, un buen tipo que estaba dos años por
delante de mí en la carrera, y que a veces me prestaba los apuntes a cambio de
algún trabajito en el ordenador que a él le daba pereza hacer.
—No, se ha ido en todas partes, creo —le
respondí… y no sabía hasta qué punto tenía razón.
Como si hubieran estado esperando a mis palabras, las
luces de la calle comenzaron a desaparecer poco a poco, empezando por el norte
y bajando hacia el sur. No es que hubiera muchas luces en las casas de los
edificios, casi todos habían sido evacuados o abandonados días atrás, pero la
luz de las farolas mantenía la ciudad más o menos iluminada, y cuando éstas
desaparecieron y la oscuridad reinó a nuestro alrededor, la sensación de inquietud
fue difícil de disimular. Algunas chicas de la mitad femenina de la residencia
incluso gritaron cuando nos quedamos a oscuras.
—La puta madre… —murmuró Diego; yo no pude decir nada
porque estaba demasiado impresionado, nunca había visto la ciudad tan a oscuras…
de no ser por la luz de la luna, habríamos estado como dentro de una cueva.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó un tipo que no conocía
desde una de las ventanas inferiores.
—Pregúntale a ellos. —le respondió otro señalando a
los militares del jardín, que me pareció que se habían quedado tan sorprendidos
como nosotros por el apagón.
—¡Todo está bien! —gritó un soldado, que debía
haberles escuchado hablar, dirigiéndose a los que estábamos allí asomados—. Sólo
se ha ido la luz, meteos en vuestras habitaciones y cerrad las ventanas.
—¡Y una mierda va a estar bien! —exclamó alguien, pero,
pese a todo, la mayoría decidió meter la cabeza en las habitaciones y cerrar
las ventanas, así que yo hice lo mismo sintiéndome muy fastidiado… tenía el
portátil casi sin batería sobre el escritorio, y se había ido la luz hasta Dios
sabía cuándo.
—¡Alberto! Se fue la luz, ¿no te has enterado? —le
grité a mi compañero de habitación, que seguía encerrado en el baño—. Coge el
móvil, que ya no se va a cargar más… ¿qué haces ahí dentro?
En ese momento caí en la cuenta de que, como la luz se
había ido, debía estar en el baño a oscuras, y me extrañó que no se hubiera
quejado, o por lo menos hubiera salido preguntando qué había ocurrido.
Un poco intrigado por ello me acerqué a la puerta y
llamé.
—Alberto, ¿me oyes? —pregunté a través de ella sin que
hubiera respuesta alguna por su parte. Intenté abrirla por si había salido sin
que me diera cuenta, pero no, seguía atrancada por dentro, luego tenía que
seguir allí.
—¡No jodas, Alberto! —grité—. ¡Abre la puerta ahora
mismo!
“La madre que lo parió” pensé con rabia al volver a no
obtener respuesta; al final iba a tener que echar la puerta abajo, y como al
final resultara que no pasaba nada me iban a hacer pagarla, si es que no me echaban
directamente… cuando el problema de los infectados se hubiera solucionado,
claro.
Por suerte, la puerta no era lo que se podía llamar
resistente, y al tercer empujón que le di con los hombros terminó cediendo. Con
dolor en el brazo, y a punto de caerme de boca contra el lavabo, acabé entrando
al baño… y lo que vi me dejó paralizado por completo: Alberto estaba inconsciente
dentro de la bañera, y ésta se encontraba cubierta de manchas de sangre. Dos
grandes cortes en las muñecas de mi compañero delataban que se había cortado
las venas.
—¡Joder! —exclamé asustado retrocediendo un par de
pasos, hasta que mis piernas chocaron contra el inodoro… tenía que pedir ayuda
cuanto antes, pero si no hacía algo enseguida, ese tipo se iba a desangrar por
completo allí mismo.
Tomé aire un par de veces para tranquilizarme y
aclarar mis ideas… no podía creer que Alberto se estuviera desangrando delante
de mí, dentro de mi bañera. ¿Qué hacía? ¿Qué tenía que hacer?
Respirando profundamente, me calmé lo suficiente como
para pensar con más claridad, y decidí que, puesto que yo no tenía experiencia
médica, lo más sensato era pedir ayuda cuanto antes, de modo que salí corriendo
de la habitación y me dirigí al pasillo de la residencia.
—¡Socorro! ¡Ayuda aquí! ¡Por favor! —grité desesperado
pidiendo auxilio.
Un segundo más tarde, Diego salió de su habitación
seguido por dos personas más que también se encontraban en ella, y de la
habitación de enfrente también lo hizo otro hombre.
—¿Qué pasa? —preguntó Diego alarmado.
—¡Mi compañero! —le expliqué atropelladamente…
mientras estaba ahí hablando él seguía perdiendo sangre, tenía que volver y
hacer algo—. Se ha cortado las venas, se está desangrando, necesita ayuda.
Sin esperar a sus respuestas corrí de vuelta al cuarto
de baño. Detrás del espejo tenía un botiquín, y se me ocurrió que, con las
vendas que había en él, podría envolverle la herida para que dejara de sangrar
hasta que un médico llegara.
—¡Roberto, baja a recepción y diles lo que ha pasado! —escuché
la voz de Diego a mi espalda, seguida por unos pasos que se alejaban corriendo
hacia la escalera.
Cuando llegué hasta el baño me lancé a buscar el
botiquín, y en cuanto lo tuve entre mis manos me arrodillé junto a la bañera. Alberto
tenía la cara muy pálida por la pérdida de sangre, tanto que creía que ya era
demasiado tarde, pero aun así, comencé a desliar las vendas.
—¿Qué haces? —me preguntó Diego, que había venido
hasta el baño seguido de su otro compañero de habitación y del hombre de la de
enfrente—. ¡Oh mierda! ¡Mira a ese tío… está mal!
—Voy a ponerle las vendas en la muñeca —le dije—. Para
que no sangre.
No sabía si lo que estaba haciendo sólo servirá para
empeorarlo todo aún más, pero era lo único que se me ocurría, y no podía
quedarme sin hacer nada.
—¿No deberíamos bajarlo? —propuso él—. Los militares
instalaron una enfermería, allí sabrán qué hacer.
Me detuve un segundo con las vendas ya en las manos…
eso no se me había ocurrido, aunque tal vez moverlo no fuera buena idea, como
pasaba con los heridos de un accidente de coche.
—A lo mejor no deberíamos moverlo. —le dije titubeando.
—Al menos podemos llevarlo hasta una cama —insistió él—.
Ahí dentro no van a curarle.
Al final accedí a ponerlo sobre la cama que habían
instalado en mi dormitorio cuando él llegó, pero antes de eso, le envolví las
muñecas con las vendas por si acaso. No parecía que hubiera servido para una
mierda, un momento después de ponérselas éstas ya estaban empapadas en sangre,
pero al menos lo intenté.
Una vez tumbado sobre la cama me sequé el sudor con el
antebrazo; con veinticinco grados en la calle, las ventanas cerradas por
órdenes de los militares y el esfuerzo que había hecho sudaba como un cerdo, y
ni siquiera podía secarme en condiciones porque me había manchado las manos.
Viendo a Alberto allí tirado, pálido como un muerto y
lleno de sangre, me sentí culpable. Había intentado suicidarse cortándose las
venas, y eso era algo que podía haber previsto si me hubiera molestado en
prestarle más atención. El día en que los militares lo trajeron a la residencia
me pareció un hombre destrozado; no pronunció palabra durante dos días, y
cuando lo hizo por fin, fueron sólo las imprescindibles. Lo que le pasó allí
fuera le había dejado hecho una mierda, y al final no lo había soportado y se
había intentado suicidar.
“Debí verlo venir, tenía que haber visto que no estaba
bien” me reprendí a mí mismo.
—¿Va a subir alguien o qué? —preguntó Diego.
—Voy a bajar a ver qué pasa —exclamé apartando la vista
de Alberto… no podía seguir mirándole, tenía que salir de esa habitación—. Voy
a ver qué coño pasa.
—¡Oh, mierda! Mirad eso. —dijo el hombre de la
habitación de enfrente señalando hacia la ventana de mi dormitorio; por
instinto, giré la cabeza y eché un vistazo en la dirección en la que nos
señalaba… y casi me caigo de espaldas al suelo.
Iluminados por la luz de la luna, una auténtica jauría
de infectados se tambaleaba por la calle frente al patio de la residencia.
Aunque debido a la escasez de luz no podía asegurarlo, me pareció que debían
ser cientos de ellos… era una imagen terrorífica. Me acerqué más a la ventana
para verlos mejor al tiempo que se comenzó a escuchar a través de las paredes
el movimiento y las voces del resto de residentes, que también debían haber
visto lo que ocurría allí fuera. En el piso de arriba oí las pisadas de alguien
que correteaba de un lado a otro de la habitación, y en el pasillo empezó a
producirse un murmullo de voces asustadas.
En el patio, los militares corrían de un lado a otro
con sus armas en la mano, pero no sabía qué estaban haciendo; ignoraba si
pretendían enfrentarse a la multitud, o si sólo se preparaban por si nos
atacaban ellos, aunque imaginé que, si no les dábamos motivos para pensar que
la residencia estaba llena de gente, los infectados seguirían su camino… sin
embargo, el follón que se estaba formando por toda la residencia podía terminar
llamando su atención, y no creía que las puertas exteriores pudieran soportar a
tantos de aquellos enfermos embistiendo al mismo tiempo.
—Néstor, tenemos que hacer algo con él. —Diego me sacó
de mis pensamientos y me devolvió a la realidad, al hombre que se estaba
desangrando sin remedio encima de la cama plegable.
—Si… vamos abajo a ver si sube alguien. —dije
apartando la vista de la ventana casi a regañadientes y dirigiéndome hacia el
pasillo.
Allí casi todos los habitantes de la residencia habían
salido a comentar entre ellos la presencia de la horda de infectados. Todos
parecían estar asustados, y con motivo, pero no pude quedarme con ellos a
compartir sus temores, tenía que bajar y hacer que algún médico subiera para evitar
que Alberto acabara muriendo.
Seguido por Diego, bajé las escaleras hasta la planta
baja, donde se encontraba la recepción, la biblioteca, ahora convertida en
enfermería, y la salida al jardín. Como en recepción no había nadie, pensamos
dirigirnos a la enfermería en busca de algún militar que se hiciera cargo de la
situación… sin embargo, nos encontramos con que frente a la puerta de la
biblioteca había un soldado bloqueando la entrada. Delante de él estaba el
compañero de Diego que había bajado en un primer momento a avisar de lo que pasaba
con Alberto.
—¿Qué demonios ocurre? —le preguntó él—. ¿Por qué no
sube nadie a ayudarnos?
—Eso le estoy diciendo, pero no me hace caso. —respondió
su compañero señalando al soldado, que impasible seguía plantado delante de la
puerta como si le importara una mierda que hubiera un tipo muriéndose.
—Por favor, les repito que tienen que volver a sus
habitaciones y permanecer en ellas hasta que se restaure la luz. —dijo él haciéndonos
gestos para que nos marcháramos con las manos.
—¡Hay un hombre desangrándose en mi habitación! —estallé
sin poder contenerme—. ¿Quieres que se muera ahí? ¿Es que eres idiota o qué?
Admito que tal vez no debí dejarme llevar por los
nervios y haber dicho algo así, pero que como respuesta el soldado cogiera su
fusil y nos apuntara con él me pareció excesivo.
—¡Eh, eh, eh! ¡Tranquilo! —exclamó Diego mientras los
tres retrocedíamos unos pasos—. Tranquilo, ¿vale?
—Volved a las habitaciones, es… —No supimos lo que era
porque de repente comenzaron a escucharse una serie de disparos desde el
jardín, seguidos de voces de alarma, que interrumpieron la violenta escena en
la que estábamos sumidos. La radio del soldado comenzó a sonar, y él, bajando
un poco el arma, la agarró rápidamente para escucharla.
—¡Nos atacan! —dijo una voz desde el aparato—. ¡Fuera!
¡Todos fuera! ¡Hay que contenerlos en el jardín!
—¡Volved a las habitaciones! —nos ordenó una vez más,
aunque en aquella ocasión estábamos más predispuestos a obedecer que las
anteriores.
El compañero de Diego salió disparado escaleras arriba,
mientras que el soldado lo hizo en dirección al jardín, con el resto de sus
compañeros.
—¿Nos atacan? —preguntó Diego aterrado—. ¿Quién?
—¿Tu quién crees? —le respondí con sarcasmo, aunque en
realidad estaba temblando de miedo; desde hacía semanas, los militares sólo
disparaban contra una cosa, y esa cosa eran los infectados… la jauría que vimos
pasar por la ventana tenía que estar echándosenos encima para que los militares
reaccionaran de esa manera.
—No van a poder entrar, ¿verdad? —insistió Diego—. Sólo
hay una puerta, hay como cuarenta hombres armados, no pueden entrar… no pueden
entrar.
—¡Cállate la boca! —grité sintiendo que me iba a hacer
perder los nervios. Yo también estaba asustado, y su reacción no me ayudaba en
absoluto; sin embargo, en vez de obedecer al soldado y encerrarme en mi
habitación, que era lo que el cuerpo me pedía que hiciera, me acerqué a la
puerta del jardín para enterarme de qué estaba pasando… quería ver en primera
persona si Diego podía tener razón o no.
—¿Dónde vas? —me preguntó cuando me vio acercarme
hacia allí—. ¿Estás loco? ¡Subamos de nuevo!
Ignorándole, llegué hasta la puerta de cristal que
separaba el interior de la zona ajardinada exterior, donde antaño uno podía
salir a tomar el sol, sentarse en un banco o hablar con alguien sin tener que
irse fuera de la residencia… precisamente allí fuera los militares habían
instalado la mayoría de sus cosas, privándonos de ese lujo también. No
obstante, en aquel momento había temas más preocupantes que el vernos privados
de las zonas ajardinadas, porque los cuarenta militares que debía haber en toda
la residencia estaban allí, disparando con sus fusiles contra el hueco la
puerta que daba a la calle, que había sido abierta de par en par, y por el que
se colaban los infectados como el agua por un colador.
—¡Oh Dios, mira eso! —gimió Diego, que por algún
motivo había decidido seguirme—. Debe haber cientos ahí fuera…
Por debajo del ruido de los disparos se podía
escuchar, si prestabas atención, el sonido de los gruñidos que emitían esos
seres, y tenía que llamarlos “seres” porque estaba convencido de que no eran
humanos… ya no, al menos. Por mucho que dijera mi amigo el gallego, esas
criaturas tenían que estar muertas; podía ver a la perfección cómo algunos de
ellos tenían miembros de menos, heridas horribles por todo el cuerpo y aspecto
de estar pudriéndose. Además, los estaban acribillando a tiros y parecía darles
igual, era como si no sintieran el dolor de los disparos de los militares;
algunos incluso habiendo recibido una ráfaga de balas en el pecho seguían en
pie.
—¿Qué hacéis aquí? —preguntó una voz a mi espalda
consiguiendo que el corazón se me saliese por la boca del susto—. ¡Quitaos de
la puerta! ¡Vamos!
Quien nos dio la orden fue otro soldado, probablemente
uno de los que se encontraba en la enfermería, a juzgar por la cruz roja que
llevaba cosida en el uniforme. Tras él iban tres militares más, y los cuatro
llevaban las armas en la mano y nos hicieron a un lado para salir y unirse al
resto de los suyos en la lucha que se estaba produciendo en el jardín.
—¡Esperad! ¡Necesitamos un médico! —les llamé
acordándome del motivo por el que habíamos bajado, pero no nos hicieron ni caso,
y el último en salir fue el único que se giró hacia nosotros.
—Atrancad la puerta por dentro —bramó—. ¡En cuanto
salga, atrancadla y largaos!
Lo hicimos, o más bien lo hice, porque Diego estaba a
punto de cagarse encima del miedo que tenía por todo lo que estaba ocurriendo.
En cuanto hubo salido el soldado, cerré la puerta y le puse el pestillo que
evitaba que nadie pudiera entrar.
“¿Y cómo piensan escapar si va mal?” me pregunté en
cuanto terminé de hacerlo, sin embargo, un segundo después caí en la cuenta de
que aquella batalla era un todo o nada: la puerta de cristal no iba a aguantar
a tanto infectado, si les vencían en el jardín, estaban perdidos.
—Vamos a las habitaciones. —propuso Diego agarrándome
del hombro.
Le seguí porque de repente me daba muy mal rollo estar
en ese lugar, tan cerca de los disparos y de los infectados, pero en realidad
no tenía ninguna gana de volver a mi dormitorio… Alberto estaba allí, sin duda
ya muerto si nadie le había ayudado, ¿qué demonios se suponía que iba a hacer
con un cadáver junto a mi cama?
Mientras subíamos, descubrimos que los pasillos de la
residencia se habían convertido en un auténtico caos. La gente corría asustada
de una habitación a otra, y los que tenían habitaciones con vistas a la calle
corrían hacia las que tenían vistas al jardín para ver qué estaba ocurriendo.
—¡Ah! —gritó alguien aterrado—. ¡Le han cogido! ¡Dios!
¡Han cogido a uno!
No quería ni imaginar lo que tenían que estar viendo,
de modo que seguí subiendo hasta llegar a nuestro piso.
—¿Qué hacemos con él? —me preguntó Diego cuando nos encontramos
en la puerta de mi habitación; Alberto tenía que estar muerto ya, los cortes de
las muñecas habían dejado las vendas empapadas y goteando… no habían servido
para cortar la hemorragia, siguió sangrando y, dado el estado en el que se
encontraba, ya no había ninguna posibilidad para él.
—¡Puta mierda! —bramé furioso porque nadie se hubiera
molestado en subir e intentar ayudarle. Ese hombre había muerto porque quienes
podían no habían querido atenderle.
—Cúbrelo con una sábana, o algo. —propuso Diego algo
asqueado por tener un cadáver delante.
Como no era una mala idea, cogí la sábana de mi cama,
se la eché por encima y le cubrí con ella. Tuve que usar mi propia sábana
porque él estaba sobre la suya y no quería moverlo, no fuera que si llamaban a
algún forense cuando todo pasara dijera algo.
—Ahora sí que me vendría bien hablar con uno de los
psicólogos de los militares —lamenté sentándome sobre mi cama sin poder apartar
la vista del cuerpo de Alberto… al menos hasta que dejé de escuchar disparos—.
¿Qué pasa ahí fuera?
Diego corrió a asomarse por la ventana, y lo que vio
no debió gustarle nada, porque se llevó una mano a la boca y retrocedió
espantado.
—Están… están todos muertos… —murmuró con un hilo de
voz—. Están… Dios, ¡están comiéndoselos!
Ya habíamos oído antes historias de infectados que
incluso se volvían caníbales, pero no podía creer que todo eso estuviera
ocurriendo bajo mi ventana.
—¡Han entrado! —gritó alguien desde el pasillo—. ¡Están
dentro!
La histeria consiguiente se extendió como la pólvora
por todo el edificio. Escuché los pasos acelerados de la gente que vivía sobre
mi dormitorio, y el ruido de las puertas cerrándose en el pasillo tras sus
asustados dueños.
—¡Me voy a mi habitación! —anunció Diego de repente echando
a correr hacia la puerta—. ¡Me voy!
—¡Espera! —le grité—. No irás a dejarme solo con este
marrón, ¿verdad?
Si los infectados habían entrado lo mejor era
encerrarse en los dormitorios hasta que llegara la ayuda, pero quedarme
encerrado con un muerto no era una idea que me gustara nada de nada… sin
embargo no tuve elección, Diego ni miró atrás cuando me acerqué a la puerta
para insistirle de nuevo, y cuando me quise dar cuenta, era el único que seguía
asomado al pasillo.
Rápidamente me encerré también y puse la silla del
escritorio delante de la puerta para dejarla atrancada. Sabía que los
infectados tenían las funciones mentales disminuidas, pero no sabía si eran
capaces de girar un pomo, y no quería arriesgarme.
—Me cago en la puta —murmuré al ver de nuevo el cadáver
de Alberto sobre la cama plegable, cubierto por la sábana que acababa de
ponerle sobre la cabeza—. ¡Me cago en la grandísima puta!
Espero que el ver la conversación por messenger no resulte muy complicado, he intentado subirla a la propia entrada, pero la imagen salía demasiado pequeña para que pudiera leerse
ResponderEliminarUn par de cosas como residente en Argentina: Buenos Aires es más grande que Madrid, mucho más grande, con 13 millones de habitantes. El conflicto de las Malvinas no es con Francia, es con Inglaterra, y los argentinos nunca, NUNCA van a reconocer a Inglaterra como soberano de las islas, que el comentario de '' en Francia la cosa está mejor, no?'' da la sensación de que dan por hecho que las Malvinas son extranjeras, cuando no tienen ese concepto. Por lo demás bastante bien, tienes el léxico argentino bastante bien asimilado, pero no dicen la palabra 'cabrón' pon en su lugar 'pajero' o 'pelotudo' Y en el texto cuando los infectados agarren a los militares no digas la palabra 'coger' que para ellos significa 'follar' xDDD
ResponderEliminarComo siempre, no puedo esperar a la continación, por no hablar de la publicación, no me dejes en ascuas leñe ^^
ResponderEliminarBueno es saberlo, ahora corrijo los fallos. Lo de las Malvinas era en tono irónico, pero que sean de Francia mira que lo miré en google map y me pareció ver un Fr por ahi... en fin, ahora se corrige.
ResponderEliminarDel léxico argentino doy gracias al Dr. Tangalanga xD
Listo, si ves cualquier otra cosa no dudes en avisar... y espero que seas mayor de edad porque la segunda parte va a ser un poco fuerte xD
ResponderEliminarVale, ahora sí que está corregido del todo... no se qué había pasado con el link, que seguía llevando al vínculo viejo.
ResponderEliminarPero ahora ya está bien.
Que onda chavo. El link a la imagen de la conversación no funciona. Manda un error 404.
ResponderEliminarSi googleas la imagen nestor1.png sí aparece la miniatura, pero al tratar de abrir la imagen manda el error.
Se ve que vale la pena la historia, pero se corta la inspiración así.
Corregido, gracias por el aviso :)
Eliminar¡genial!
EliminarHola, no me carga ninguna imagen en el enlace, sino que se queda en blanco.
ResponderEliminarGracias y enhorabuena.
Corregido... a la mierda la imágenes, texto puro y duro, que eso no se borra. Gracias por el aviso.
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