11 de enero de 2013, 22 días después del primer brote, 4 días antes del
Colapso Total.
Agente Mark Ford, CIA. Parte 1
Había obtenido muchas respuestas, pero éstas, lejos de
solucionar mis dudas, sólo habían conseguido que me hiciera más y más preguntas.
Wang murió cuando le disparé, sin embargo, despertó como un muerto viviente
poco después; por aquel entonces todavía pensábamos que los infectados eran
gente viva, y su transformación me pilló por sorpresa… y en mi trabajo las
sorpresas no eran buenas, una sorpresa podía acabar con tu vida como casi
ocurre en China. Pese a que ya tenía la respuesta a ese enigma, las nuevas
preguntas eran sin duda más difíciles de responder: ¿cómo se contagió Wang?
¿Por qué no manifestó ningún síntoma hasta que estuvo muerto?
En todo aquello, ocurrido a medio mundo de distancia
hacía ya diez días, iba pensando en la cubierta del barco que me llevaba a la
bahía de Guantánamo junto con toda una unidad de marines. La misión que íbamos
a realizar allí todavía no me había sido especificada, y aunque aquello fuera
habitual cuando el secreto era máximo, no me gustaba nada lo que estaba viendo.
Unos pesados pasos se me acercaron por la espalda. Fingí
que no los oía porque sabía que a Ryan Wilson no le gustaba pensar que había
perdido facultades como agente de campo, pese a que hiciera diez años que
ascendió lo suficiente para no tener que volver a realizar ese trabajo.
—Me alegro de volver a verte, Mark —me saludó con
amabilidad—. Me alivió mucho saber que lograste salir de China con vida.
Me di la vuelta sólo para comprobar cuánto había
envejecido Ryan desde la última vez que le vi. Cierto que habían pasado casi
ocho años, y que el hombre de origen afroamericano ya tenía una edad, pero parecía
como si el estrés le estuviera consumiendo.
—Hola Ryan —le devolví el saludo estrechándole la
mano—. Sí, me llevó tres días, pero pude salir del país. Bueno, ¿cómo te van
las cosas?
—Me hago viejo para esto —confesó negando con la
cabeza—. Ya no soy el que era, los eventos empiezan a sobrepasarme.
—Creo que cualquiera se vería sobrepasado con todo lo
que ha ocurrido —le dije para animarle—. Muertos vivientes… no me jodas, Ryan,
¿quién podía esperarse algo así?
—Cierto —admitió—. Es increíble que se tardara tanto
en descubrirlo, los hemos tenido delante de nuestras narices desde diciembre.
—Hablando de tener delante de nuestras narices
—interrumpí para cambiar de tema a uno que, si bien no podía decir que me
inquietara menos, era más inmediato—. Veo la costa cubana ahí delante, y no
podemos estar tan cerca de Guantánamo todavía. No estamos en aguas
internacionales… al gobierno cubano no va a gustarle.
—Por lo que sabemos, ya no hay gobierno cubano —dijo
Ryan con cierto pesar; probablemente no por el propio gobierno, sino más bien
por todas las muertes de cubanos inocentes que implicaba que la isla estuviera
lo bastante afectada como para que éste desapareciera—. Hemos rastreado la isla
con el satélite y no hay ni rastro de las fuerzas armadas revolucionarias de
Cuba, y las ciudades están tan perdidas como las de la mayor parte de África.
—¿De verdad? Oí que las Avispas Negras habían sido
movilizadas. —Las Avispas Negras eran las fuerzas de élite del ejército cubano,
tenían el entrenamiento adecuado para saber manejarse en situaciones de
supervivencia extrema, y no se me ocurría mejor ocasión que la que el mundo
estaba viviendo para demostrarlo.
—Eso había oído yo también, pero podrían no haber sido
suficientes. Ejércitos enteros han caído ya bajo los mordiscos de esos malditos
seres —respondió Ryan—. De todas formas, no te he traído aquí para hablar de
los cubanos.
—Ya me imagino que no, a menos que quieras que entre
en la Habana y rescate a los hermanos Castro de este desastre… y sospecho que
nuestro gobierno no será tan amable con ellos como lo ha sido con los líderes
de otros países invadidos.
—No, no se trata de los Castro. —aclaró sacando de su
bolsillo una pequeña PDA.
Tras un par de segundos tecleando, la giró para
mostrarme el rostro de un hombre en la pantalla. Era la foto de un prisionero,
de un prisionero con una ascendencia árabe más que evidente, corpulento, pero
completamente calvo. Cogí la PDA de las manos de Ryan para poder examinarle
mejor y familiarizarme con su rostro.
—Ese es Mamud Azizi —me explicó—. Terrorista
pakistaní, lleva encerrado en Guantánamo, en el campo “Eco”, desde enero del
año pasado. Se le relaciona directamente con la muerte de veinticinco soldados
americanos en Afganistán, y sospechamos que es alguien importante dentro de Al
Qaeda, aunque Inteligencia no ha podido confirmarlo.
—Al Qaeda —repetí mientras estudiaba la foto
intentando grabar sus rasgos en mi memoria—. ¿Por qué nos preocupa Al Qaeda con
la que está cayendo?
—Tenemos sospechas de que los terroristas podrían
estar detrás de todo lo que está pasando —contestó con solemnidad—. Hay una
grabación de audio del día diecisiete de diciembre donde se escucha a Mamud
Azizi hablar con Hasim Numair, otro preso de Al Qaeda, compartiendo información
sobre lo que ha estado ocurriendo.
—¿En serio? —le pregunté un poco incrédulo; aunque
nunca se había descartado del todo, jamás conseguimos prueba alguna de que la
crisis de los muertos vivientes, como habían empezado a llamarla algunos, tuviera
un origen terrorista—. ¿Qué dice exactamente?
Ryan recuperó su PDA sólo para volver a entregármela
después de cargar el archivo de audio, que resultó ser una parrafada en idioma
árabe.
—Comenzará el día veintiuno, y nadie podrá detenerlo
cuando llegue la hora —recité lo que, si mi oxidado árabe no se equivocaba,
había dicho ese tal Azizi.
—Los primeros brotes de esta enfermedad surgieron en
Angola precisamente ese día —me explicó Ryan—. Sé que no es mucho, pero el
Secretario de defensa ha insistido en que cualquier indicio se investigue a
fondo.
—No tiene mucho sentido, ¿por qué hacer algo así? Los
países árabes y de oriente medio casi han desaparecido a estas alturas. Por muy
dispuestos a morir que estén por la causa, si ellos mueren, también muere su
causa. —repuse con cierta suspicacia. Había muchas cosas que no me encajaban.
—Desde que esto se convirtió en una pandemia no hemos
podido prestar mucha atención a oriente medio, Mark. Esa gente está
acostumbrada a vivir aislada y escondida, podrían tener algún tipo de antídoto
o vacuna, o simplemente haberse escondido con sus seguidores para esperar a que
los muertos acaben con el resto mundo… no lo sé, pero el Secretario piensa, y
yo estoy de acuerdo, que algo tan extraño como la resurrección de los muertos
convertidos en bestias caníbales tiene que ser producto de algún patógeno
diseñado de manera específica para producir ese efecto. Si Mamud Azizi sabe
algo es imperativo para la seguridad nacional y mundial sacárselo.
—Muy bien —asentí todavía poco convencido, pero
consciente de que, de tener razón, todo lo que pudiera decir ese hombre era de
vital importancia—. ¿Cuál es el problema para interrogarle?
—El problema es que está recluido en Guantánamo
—respondió—. Todavía no ha trascendido públicamente, pero la base naval está
perdida, y del centro de detención no hay noticias desde hace unos días. Los
muertos han llegado hasta allí también y lo han arrasado todo.
—¿Y cómo sabemos que Azizi sigue vivo? —inquirí.
—No lo sabemos, pero el satélite ha mostrado que quedan
por lo menos cincuenta personas vivas en este mismo instante en el campo “Eco”.
No hemos recibido ninguna comunicación de los marines que había en la base, de
modo que no podemos confirmarlo.
—Habrá que rezar porque que siga vivo entonces —repuse
torciendo el gesto— ¿No se llevó a cabo una operación de rescate para sacar a
los marines de allí?
—Lamentablemente hay objetivos más prioritarios, y no
vamos sobrados tropas… esta guerra contra los muertos ya ha causado muchas
bajas. —arguyó, y por su expresión, supe que lo lamentaba de verdad, pero eso
no me supuso ningún consuelo.
—Objetivos más prioritarios como rescatar a un
terrorista…
Ryan suspiró antes de contestar.
—Necesitamos a Azizi vivo, Mark. Si todo esto lo han
causado fuerzas humanas, él es el único vínculo que tenemos, necesito que lo
comprendas.
—Tranquilo, aunque no me guste, lo comprendo.
Entonces, ¿cuál es el plan? —pregunté con intención de ir al grano de una vez;
aunque no se me daba mal improvisar, me gustaba repasar los planes de cabo a
rabo antes de llevarlos a cabo si tenía tiempo para ello, y todavía quedaban
unos minutos antes de que llegáramos a Guantánamo.
—Tu dirigirás la operación, la capitana Olivia Walsh,
de los marines, y seis de sus hombres irán contigo. Tienes los detalles en mi
camarote, pero la idea es que un helicóptero militar os deje lo más cerca que
pueda de donde se supone que se encontraban según la última lectura del
satélite, a ser posible en una zona protegida de los muertos vivientes, y desde
allí os abráis paso hasta encontrar a Azizi.
—Bien, no perdamos tiempo y revisemos los detalles —le
propuse acompañándole de vuelta al interior del barco—. ¿Sabes por qué quieren
que realice yo esta misión?
—El Secretario Panetta te propuso —respondió Ryan—.
Dice que sólo tú podrías sacar esa operación adelante… deduzco que ya os
conocíais.
—Llevé a cabo un par de operaciones cuando era el
director de la CIA —confirmé—. En fin, siempre quise venir a Cuba con mi mujer.
—Da gracias de que no esté aquí ahora mismo —dijo él con
tono sombrío mientras un par de soldados nos abrían paso hacia el interior de
la embarcación—. Este lugar ahora es el infierno.
El sonido del helicóptero sobrevolando la ciudad de
Guantánamo ensordecía mis oídos, pero no me resultaba molesto; ese sonido era
como una marcha marcial para mí, el preludio de la acción… una situación en la
que me sentía cómodo.
—Agente Ford, tenemos contacto visual con el objetivo
—me avisó la capitana Walsh asomándose al exterior. La capitana Olivia Walsh
era una mujer unos seis años más joven que yo, pero parecía ser bastante
competente; había leído su hoja de servicios, y no estaba nada mal: participó
en la ocupación de Irak durante cinco años, y estuvo en Libia durante la
intervención, donde fue condecorada con la medalla de servicios distinguidos—.
Estaremos allí en dos minutos… Dios…
—¿Qué ocurre capitana? —le pregunté al verla flaquear.
No era una imagen que debiera dar delante de sus hombres, que también nos acompañaban
en el helicóptero.
—No es nada. —respondió, aunque eso no consiguió que
dejara de acercarme a echar un vistazo.
Ya habíamos alcanzado la base naval, y Walsh tenía
motivos de sobra para sentirse afectada; cientos, o más probablemente unos
pocos miles de muertos vivientes se tambaleaban por ella como almas errantes, o
como borrachos que no encuentran el camino a casa.
—Está bien, capitana —le dije tras asegurarme de que
ninguno de los hombres escuchaba—. Es normal sentirse así.
—Estoy perfectamente, agente Ford —insistió con
tozudez—. Un minuto y treinta segundos.
—Por favor, llámame Mark. —le pedí. Lo de “agente
Ford” sonaba demasiado formal para una operación como la que estábamos
realizando, donde necesitaría su confianza mucho más que sus modales.
—¡Déjenos en esa área! —indiqué a uno de los pilotos
del helicóptero al contemplar un claro libre de muertos y rodeado por vallas
cerca del campo “Eco”, nuestro objetivo—. Capitana, prepare a sus hombres,
nuestro aterrizaje no pasará desapercibido.
El escándalo del helicóptero tomando tierra se podría
haber escuchado en todo en centro de detención, por tanto, no íbamos a estar
libres de problemas. En el suelo del claro podían verse los cadáveres de varios
presos muertos, pero muertos del todo, de los que no se movían.
—¡Teniente, que los hombres estén preparados para
tomar tierra! —ordenó la capitana a los suyos.
Los siete militares iban armados con rifles de asalto
y protegidos con todo el equipo táctico que pudieran necesitar, pero yo sólo
accedí a llevar un arma automática además de mi fiel pistola… teníamos estilos
diferentes, y no estaba dispuesto a frenar mi movilidad con un chaleco
antibalas y un montón de complementos pesados. A mi juicio, contra esas torpes
criaturas, ser móvil, veloz y sigiloso era más importante que ir bien armado y
protegido.
El helicóptero se posó sobre el suelo de hormigón, y
en cuanto lo hizo, todos saltamos a tierra sin perder un segundo. Realizar la
misión antes de que todos los muertos vivientes del mundo se nos echaran encima
era primordial, y ya teníamos a varios de ellos lanzándose contra la valla
metálica que nos separaba del exterior.
—Capitana, asegure el perímetro —le ordené a Walsh
haciéndome escuchar por encima del ruido del helicóptero que se marchaba—. Que
alguien se asegure de que esa valla aguantará a los muertos, y de que esos
cadáveres del suelo lo están del todo.
—De acuerdo —dijo Walsh confirmando la orden—.
Sanders, Smith, eliminad a los reanimados de la valla. Anderson, Cloyd, meted
una bala en la cabeza de cada cadáver del suelo.
Mientras impartía las instrucciones, revisé con la
mirada algún rastro no sólo de muertos vivientes, sino también de los marines.
Según la información de la que disponíamos debían quedar varios vivos, y
podrían haber dejado alguna señal con la esperanza de ser encontrados y
rescatados.
—Capitana, agente, deberían ver esto. —nos llamó uno
de los soldados que estaban rematando a los cadáveres.
Eran en total siete, y todos seguían vestidos con el
uniforme naranja de los presos… sin embargo ninguno de ellos era de origen
árabe.
—¿Qué ocurre, soldado? —le preguntó Walsh echando un
vistazo al cuerpo.
No me costó averiguar qué era lo que le había llamado
la atención, y en cuanto lo supe, me di cuenta de que aquella misión iba a ser
mucho más complicada de lo esperado.
—Los tatuajes, capitana —señaló—. Son de los nuestros,
de los marines… estos hombres eran marines.
—¿Marines? —Walsh parecía confusa—. Pero… ¿por qué
visten como si fueran presos?
—Porque fueron presos —afirmé mientras volvía a
revisar los alrededores con la mirada—. O al menos como tales fueron tratados
antes de morir.
—¿Tratados? ¿Por los muertos vivientes? —Walsh seguía
sin comprender en el peligro que nos encontrábamos, pero yo ya me estaba
haciendo una idea… y no me gustaba.
—No, por los presos originales. Ahora son ellos
quienes tienen las armas y quienes controlan lo que quede controlable este
lugar —le contesté sin ningún atisbo de duda. Era la única explicación lógica—.
Y no creo que vayan a darnos un gran recibimiento cuando nos vean llegar.
—Oh Dios… —murmuró al hacerse cargo de la situación—.
Supongo que ya no necesitan una operación de rescate.
—Más bien no —corroboré dejando a un lado el arma de
asalto, cogiendo mi pistola y colocándole el silenciador—. Vámonos de aquí,
nuestra presencia está poniendo furiosos a los muertos al otro lado de la
valla.
Desde el lugar donde nos encontrábamos no teníamos más
remedio que entrar dentro del bloque de celdas que teníamos delante, salir al
campo de deporte, atravesar la valla al campo del bloque contiguo y entrar en
él. El plan original no debía llevarnos más de unos minutos, pero con la nueva
información que teníamos, la cosa no estaba ni mucho menos clara.
Cubierto por la capitana y dos de los soldados, abrí
de una patada la puerta del bloque. Dos prisioneros todavía encadenados de pies
y manos nos recibieron tambaleándose hacia nosotros con las ansias homicidas
tan características de su condición de muertos vivientes. Ambos tenían varias
heridas profundas en diversas partes del cuerpo, y todas se asemejaban a
mordiscos. La capitana y los dos soldados lanzaron una ráfaga de balas contra
ellos, llenándoles pecho y abdomen de agujeros y derribándolos en el suelo. Sin
embargo, cuando avanzamos hacia el interior del pasillo comenzaron a gruñir e
intentaron levantarse de nuevo.
—En serio, ¿cómo pueden seguir vivos? —se preguntó en
voz alta uno de los soldados; el preso más cercano a él había recibido por lo
menos seis impactos que debían haberle destrozado estómago, hígado y pulmones,
y sin embargo, la criatura seguía tan activa como si continuara ilesa… esos
seres eran realmente fascinantes.
—No siguen vivos, soldado, están muertos, ¿recuerda? —exclamé
disparándoles en la cabeza a ambos… disparos que no hicieron ruido gracias al
silenciador, y gracias a los cuáles ambos cayeron muertos del todo—. Apuntad
siempre a la cabeza… y tened cuidado, hay cosas peores que los muertos sueltas
en este lugar.
—¿Los terroristas son peores que los muertos?
—preguntó el otro soldado con evidente escepticismo.
—Pregúntele a los marines de fuera —fue mi respuesta—.
Sigamos adelante.
—¡Vamos! ¡Vamos! —llamó Walsh a sus hombres—. Cerrad
la puerta y atrancadla. Si los de fuera tiran la valla, no quiero que nos
sigan.
Todas las celdas habían sido abiertas, quizá por los
guardias cuando los muertos vivientes llegaron, quizá por los presos para
liberar a otros presos, y por ello todas estaban vacías. Aquellas celdas no eran
las de una cárcel normal, sino más bien zulos individuales recubiertos de acero
y sin ventanas al exterior… si los prisioneros vivían en condiciones tan
cuestionables, no era de extrañar que nada más verse libres la tomaran con los
marines que les retenían en ese lugar.
Alcanzamos el final del pasillo, que tras atravesar una
puerta salía al campo de deportes, donde llevaban a los presos cada día a que
estiraran un poco las piernas antes de devolverlos a sus celdas.
—Cuidado a partir de ahora —advertí a la capitana—. Si
las vallas siguen en pie, podría no haber muertos, pero sí prisioneros; estamos
cerca del lugar donde se esconden, y el helicóptero y los disparos les habrán
alertado.
—¿Cómo debemos proceder con los terroristas? —me
preguntó Walsh.
—Intentaremos evitarles, y si llega el caso, habrá que
disparar a matar —respondí con seguridad—. Esa gente no tendrá piedad. La única
excepción es Mamud Azizi, a él lo necesitamos vivo por encima de todo.
Fui a abrir la puerta de un empujón, pero no pude…
estaba cerrada con llave y no iba a ceder, y no disponíamos de tiempo para
buscar unas llaves que ni sabíamos dónde podrían encontrarse.
—Necesitamos volar la puerta. —les indiqué, y de
inmediato uno de los soldados se acercó con una carga explosiva y la colocó
junto a la cerradura.
Un instante más tarde, ésta voló por los aires cuando
la carga estalló. Sin perder un segundo, dos soldados y la capitana golpearon
la puerta abriéndola de par en par… pero al otro lado nos esperaba una sorpresa
muy desagradable.
Puede que fueran una docena, tal vez más, y en otras
condiciones podríamos haberlos controlado fácilmente, sin embargo, antes de que
nadie pudiera reaccionar, un grupo de muertos vivientes que se había agolpado
junto a la puerta cayó sobre los que habían tomado la delantera.
—¡Fuego! —ordenó la capitana antes de caer al suelo
bajo un cadáver andante especialmente repugnante al que parecían haberle sacado
la piel a tiras.
Los cuatro hombres más atrasados comenzaron a disparar
contra las cabezas de los asaltantes, ignorando el fuego automático y
centrándose en disparos precisos y efectivos; no obstante, uno de los soldados
más adelantado había quedado rodeado de muertos al abrir la puerta, y le terminaron
cogiendo…. apenas pude dirigir mi pistola hacia ellos antes de que comenzaran a
morderle.
Ignorando los gritos del soldado, me centré en los que
todavía podían ser salvados, y de un disparo rematé al muerto que cayó sobre la
capitana. Los demás no tardaron en dar cuenta del resto… pero fue demasiado
tarde para el soldado mordido; cuando me aproximé a él, vi que le habían desgarrado
con furia en varias partes del cuerpo que no cubrían las protecciones, aunque
la herida que le mató fue la del cuello. Con la carótida arrancada de cuajo no había
nada que hacer, era imposible detener una hemorragia así.
—¡Anderson! —gimió Walsh arrodillándose junto a su
hombre.
—¡Esto no ha acabado! —grité yo para llamar su
atención; tras la oleada inicial, otro grupo de aquellas criaturas que en un
principio se encontraban más alejadas de la puerta se nos echaba encima, y si
no estaban atentos, Anderson no sería el único en caer.
Disparé a la cabeza a un par de ellos eliminándolos
antes de que la capitana y sus hombres se posicionaran y abrieran fuego para
abatir al resto. Para cuando el combate hubo terminado, el soldado Anderson ya
estaba muerto.
—Ha muerto, capitana —le dije a Walsh cuando se volvió
hacia el caído—. Que sus hombres aseguren el patio, no podemos permitirnos
perder tiempo.
—Sí, sigamos adelante. ¡Ya habéis oído! ¡Vamos al
patio! —les ordenó—. Tenemos que asegurarnos de que las vallas aguantarán.
En cuanto se dieron la vuelta y se alejaron unos pasos,
apunté con mi arma a la cabeza del soldado caído y le atravesé el cerebro de un
balazo. Nadie merecía terminar convertido en una de esas cosas, y en mi mano
estaba evitarlo… ya había demasiado de ellos en el mundo como para permitir que
apareciera uno más.
Un inesperado disparo por parte de uno de los hombres
de Walsh me sacó abruptamente de mis pensamientos, y el gemido de dolor de otro
de los soldados me puso en alerta.
—¡Nos disparan! ¡Cubríos! —gritó la capitana
retrocediendo hasta el interior del bloque de celdas de nuevo, donde yo me
encontraba todavía.
Cuatro de sus hombres la siguieron, pero al quinto le
habían alcanzado con un tiro en la pierna y quedó tirado en el suelo en el
exterior.
—¿Quién nos ataca? —le pregunté pegándome a la puerta
e intentando echar un vistazo fuera para localizar a los agresores.
—Los presos —respondió Walsh—. He visto tres al otro
lado de la valla, tienen las armas automáticas de los marines que han matado.
¡Mierda! Morris está expuesto.
Morris estaba más que expuesto. Como no tenían a nadie
más a quien atacar, los prisioneros acabaron con su vida haciéndolo contra él.
—¡Serán cabrones! —bramó un soldado—. Capitana,
deberíamos salir ahí y machacarles. Podemos con ellos, no son profesionales.
—¡No! —exclamé yo—. Alguno podría ser Azizi, y le
necesitamos vivo.
—Entonces, ¿qué hacemos? —me preguntó Walsh con
urgencia.
—Subiré al tejado por la parte de atrás, los
localizaré y los abatiré si no son quien buscamos. —improvisé; el tejado no era
muy alto, podría subir allí sin problemas saliendo por la misma puerta que
habíamos usado para entrar y reptando sobre él hasta tener a los prisioneros en
mi campo visual.
—De acuerdo —asintió la capitana—. ¿Qué hacemos
nosotros?
—Fingid que les devolvéis el fuego —le indiqué—.
Distraedles para que no me vean llegar. Cuando esté despejado, os haré una
señal por el comunicador para que salgáis fuera.
—¡Ya habéis oído! ¡Proporcionaremos fuego de cobertura
al agente Ford! —gritó Walsh mientras yo salía corriendo deshaciendo el camino
andado.
Cuando llegué de nuevo a la zona donde nos había
dejado el helicóptero comencé a escuchar los primeros disparos de los soldados,
pero no me encontraba solo allí, un par de presos armados con armas automáticas
se habían asomado al campo contiguo, probablemente a vigilar si había alguien
más además de nosotros en lo que ya era su refugio. No me costó abatirlos antes
de que pudieran reaccionar con sendos disparos a través de la valla, y una vez
hecho, trepé por ella hasta el tejado del bloque.
Los soldados y los presos se encontraban enzarzados en
un tiroteo, de modo que pude caminar agachado hasta el otro patio sin llamar la
atención, y ni siquiera me vieron llegar concentrados como estaban en contener
a los militares. Los presos descargaban sus armas utilizando el fuego
automático contra la puerta que mantenía protegidos a los soldados, y éstos tan
sólo se asomaban de vez en cuando para lanzarles una ráfaga como respuesta.
Atraídos por el ruido, y furiosos por la presencia humana, los muertos
vivientes comenzaron a agolparse contra la valla exterior que separaba los dos
patios del resto de la instalación, y aunque las balas perdidas lograban abatir
por pura casualidad a alguno de ellos, pronto serían muchos.
Los atacantes eran tres en total, y dos de ellos no
eran Azizi, pero el tercero se cubría la cara con un pasamontañas, de modo que
resultaba imposible identificarle… y por tanto no podía arriesgarme a matarle.
—Capitana… capitana, responda. —llamé por el
comunicador.
—¿Mark? ¿Los has localizado ya? —respondió ella.
—Sí, pero hay un problema: uno de ellos tiene la cara
cubierta, y no puedo arriesgarme a matarlo por si resulta ser Azizi —le
expliqué mientras me posicionaba para disparar sin dificultades—. Voy a tener
que dispararle en una pierna. En cuanto dé la señal, salid y comprobad si es
él.
—Oído —dijo la capitana confirmando la orden—. Estamos
listos, cuando nos digas.
Los tres presos seguían malgastando balas contra la
pared y la puerta del bloque de celdas sin tener ni idea sobre lo que se les
venía encima. De un certero disparo atravesé la cabeza de uno de ellos, y con
otro herí al segundo en el pecho: el del pasamontañas buscó con la mirada el
origen de los disparos que habían acabado con sus compañeros, pero antes de
poder verme sobre el tejado ya estaba en el suelo con uno en la pierna y
gritando de dolor.
—¡Ahora! ¡Rápido! —exclamé por el comunicador, y Walsh,
junto a los cuatro hombres que le quedaban, salieron del edificio y se lanzaron
hacia la valla para saltarla y poder llegar al prisionero.
—¡Ni se te ocurra hacer eso! —le amenazó Walsh cuando éste
intentó recuperar el arma que se le había caído al suelo tras mi disparo; otro
soldado se acercó y le quitó el pasamontañas de un tirón mientras yo bajaba del
tejado.
—No es él. —me informó cuando llegué a su lado; el
hombre al que había herido no era Azizi, no había duda, pero también era de
etnia árabe, y tal vez supiera si Azizi seguía vivo.
—Mi nombre es Mark Ford, y soy agente de la CIA —le
dije al llegar a su lado—. Respóndeme a una pregunta y te prometo que
atenderemos la herida de tu pierna.
El hombre dudó, era evidente que sentía mucha ira
hacia nosotros; pero también debía dolerle mucho, y estaba perdiendo demasiada
sangre.
—¿Qué quieres saber? —accedió; su voz era muy débil,
no iba a aguantar mucho tiempo consciente, le había jodido demasiado con el
disparo.
—Busco a un hombre pakistaní llamado Mamud Azizi.
¿Sabes si sigue vivo? —le interrogué.
—Le has dado en la arteria… ha perdido mucha sangre y
no se detiene la hemorragia —me informó Walsh, que vigilaba su herida—. Va a
perder la consciencia.
El prisionero sonrió, y su sonrisa no me gustó nada.
—Oh, sí… sí que sigue vivo, agente Mark Ford de la
CIA, y cuando os atrape deseareis… desearéis estar mu… muert… muertos. —balbuceó
antes de caer inconsciente.
—¿Dónde está? —inquirí agitándole la cabeza para que
despertara—. ¿Me escuchas? ¿Dónde está Azizi?
—Ha muerto —concluyó la capitana tras tomarle el
pulso—. Déjalo, se ha desangrado.
—¡Bah! Que se joda, no era Azizi. Al menos sabemos que
sigue vivo. —intervino uno de los soldados.
—Esto me huele mal —exclamé observando cómo la vida de
aquel hombre se apagaba mientras los muertos rugían por su carne al otro lado
de la valla exterior—. He matado a otros dos al salir por la parte trasera,
creo que venían a emboscarnos por detrás. Y lo que ha dicho este, o más bien cómo
lo ha dicho…
—¿Crees que los terroristas están organizados?
—preguntó la capitana con astucia.
—Sí, creo que sí —asentí—. Todos los prisioneros de
este lugar puede que no tengan entrenamiento militar avanzado, pero son gente
que sabe manejar un arma y obedecer órdenes. Creo que se han organizado como un
pequeño ejército, por eso han podido aguantar el envite de los muertos
vivientes… y es más, creo que se organizan alrededor de la figura de Azizi.
—No puedes estar seguro de eso. —objetó Walsh
incrédula.
—No, no puedo, pero lo sospecho. —Y mis sospechas
solían ser ciertas muy a menudo, llevaba muchos años trabajando en esos asuntos
y tenía algo así como un instinto profesional.
—Eso tampoco sería malo, podría indicar que Azizi sabe
algo de lo que está ocurriendo, por eso todos le siguen. —dedujo la capitana.
—Es cierto, pero también nos dificulta encontrarle —repuse—.
Ahora mismo podría tener a cuarenta hombres armados a sus órdenes en este
lugar.
—Esto se pone feo —suspiró—. ¿Cómo debemos proceder?
—Habla con Wilson, dile que necesitamos imágenes
térmicas del satélite en tiempo real, que nos las envíe a las PDAs —le
indiqué—. Necesitamos saber dónde están los presos en cada momento.
—De acuerdo, me pongo a ello… —asintió, pero uno de
los soldados que había estado asegurando la zona se acercó a nosotros a toda
prisa.
—Agente, capitana, hemos encontrado algo. — dijo
haciéndonos un gesto para que le siguiéramos.
Mientras dos de los soldados vigilaban a los muertos
vivientes de la valla, los otros dos se acercaron a la puerta del bloque de
celdas, donde alguien había pintado un símbolo rojo en la puerta.
—Parece una especie de uve doble y una l, con unos
símbolos encima. —nos describió el otro soldado sin necesidad; estábamos allí
delante, viendo lo mismo que él.
—Es árabe, ahí dice “Alá”. —les expliqué.
—¿Alá? Si querían poner un símbolo, ¿no deberían haber
dibujado una luna creciente y una estrella? —se extrañó el soldado que nos
había llevado hasta allí, y para mi sorpresa, fue la propia capitana Walsh la
que le corrigió.
—El Islam cree que la adoración de símbolos va en
contra del monoteísmo. La luna creciente y la estrella son el símbolo del
imperio otomano… el color rojo simboliza la sangre de los mártires.
—Me parece que en este caso simboliza que sangre era
lo único que tenían para pintar —apuntillé yo—. Capitana, contacte con Wilson y
que sus soldados vigilen esta puerta. Que Ryan envíe los datos directamente a
mi PDA.
Sin mediar palabra, me dirigí hacia la valla y comencé
a trepar por ella.
—¡Mark, espera! —me llamó Walsh—. ¿A dónde vas?
—Al tejado del bloque —le contesté sin detener la
escalada—. Es el último lugar donde el satélite los vio, quiero ver si todavía
están aquí.
—¿Tú solo? Ahí dentro podría haber por lo menos
cuarenta hombres armados. —se sorprendió.
—Lo sé, no voy a enfrentarme a ellos; no voy a
arriesgarme a que se produzca un tiroteo donde Azizi pueda resultar muerto —repliqué
en cuanto alcancé el tejado—. Contacte con el agente Wilson, y vigilen la
puerta.
Desde allí arriba tenía una vista privilegiada de casi
todo el campo de detención, en su mayor parte dominado por muertos vivientes
que caminaban de un lado a otro sin un objetivo claro, salvo los que nos habían
visto y se nos querían echar encima, que se abalanzaban rabiosos contra las
vallas. Era una lástima que no siguieran electrificadas, nos habrían ayudado
mucho electrocutando a los que se acercaran, además de contener a los presos en
un solo bloque de celdas. Sin vallas que se lo impidiesen, y con armas
automáticas en su poder, dudaba mucho que siguieran encerrados en el que Ryan
nos señaló, y que sólo cinco hombres salieran a buscarnos lo confirmaba. Lo más
lógico era pensar que hubieran buscado un refugio un poco más cómodo, como los
barracones de los soldados, o las oficinas del centro.
Sin embargo, mientras esperaba noticias de Ryan con
datos actualizados, tenía mucho interés en averiguar por qué habían marcado ese
bloque de celdas en particular con un símbolo. El primero que vimos no lo
tenía, lo que significaba que la marca tenía algún significado… tal vez allí
guardaban cosas, o lo utilizaban para algo especial, y podía ser único o podían
tener más marcados. Si se trataba de lo segundo, quería averiguar qué podíamos
esperar encontrarnos más adelante si dábamos con otro.
Con los soldados en un lado, era más probable que si
quedaba alguien dentro estuviera pendiente de ellos, y no de la otra puerta, de
modo que corrí sobre el tejado hasta el otro lado y bajé por allí, ayudándome
de nuevo con la valla. Los cadáveres de los dos hombres que había abatido un
momento antes seguían en el suelo.
—¿Mark? —me habló Ryan por el comunicador—. Mark, ¿me
escuchas?
—Alto y claro. —le respondí acercándome a la puerta,
la cual no tenía nada dibujado en sangre por ese lado.
—La capitana me ha pedido imágenes por satélite en
tiempo real, no va a ser posible. —dijo.
Aquello era un duro golpe, ¿no se daba cuenta de cómo
habían cambiado las cosas?
—Eso no es aceptable —le contesté—. ¿Te ha explicado
cual es la situación actual?
—Sí, pero no se trata de que no quiera ayudaros, es
que no puedo hacerlo —se excusó—. Se están llevando a cabo cientos de
operaciones de evacuación en la mitad de las ciudades del país, Mark, los
satélites están siendo utilizados para poner a gente a salvo.
—¡Joder Ryan! ¿No era esta operación tan importante?
—protesté intentando contener la ira que empezaba a sentir—. ¡Tenemos a más de
cuarenta hostiles armados con equipo de marine, sin contar a los muertos
vivientes, y ya hemos perdido dos hombres! Los prisioneros se han movido desde
la lectura que nos mostraste, sin ese satélite vamos a ciegas.
—Veré qué puedo hacer, pero no prometo nada. —fueron
sus últimas palabras antes de cortar la comunicación.
Sin la posibilidad de saber si había alguien allí
dentro antes de abrir, no me quedó más remedio que hacerlo con el arma por
delante… por fortuna, resultó que allí no había nadie, pero la escena con la
que me topé no fue precisamente agradable de contemplar: colgados con las
mismas cadenas que se ponía a los presos en pies y manos, los cuerpos desnudos
de lo que me imaginé eran algunos de los marines del centro pendían del techo.
Era evidente que habían sido torturados, a juzgar por las heridas y marcas que
lucían, sin embargo, lo más tétrico de todo era que todavía seguían vivos, al
menos en cierta forma. Cuando me vieron aparecer, estiraron con impotencia sus
manos hacia mí y comenzaron a gemir, desesperados por agarrarme y devorarme
como solían hacer con cualquiera que cayera en sus putrefactas garras. Me
imaginé que, como parte de su tortura, los prisioneros debieron dejar que los
muertos vivientes les mordieran, y luego los dejaron enfermar, morir y
resucitar. El olor a podrido era insoportable.
“La sangre de los mártires” recordé de las palabras de
Walsh un minuto antes.
Recorrí todo el bloque hasta el otro lado aguantando
la respiración e ignorando los gruñidos de los muertos. Cuando abrí la puerta
la capitana me apunto con su arma, pero al ver que era yo, la bajó.
—¿Qué hay dentro? —preguntó con curiosidad.
—Más marines muertos. —respondí escuetamente cerrando
la puerta de nuevo tras de mí.
—¿Has hablado con el agente Wilson? Dice que no
tendremos imágenes de satélite. ¿Qué vamos a hacer? No podemos dar vueltas por
aquí hasta encontrar al objetivo por casualidad —exclamó Walsh con
impaciencia—. Ya he perdido a dos hombres, y los reanimados son cada vez más a
nuestro alrededor, los disparos los atraen.
—No tenemos que encontrar a Azizi por casualidad
—repliqué—. Sólo tenemos que encontrar a cualquier prisionero por casualidad y
preguntarle dónde está. Si, como creo, él lidera todo esto, los hombres que le
siguen tendrán que saberlo.
—No me gusta improvisar. —lamentó la capitana
torciendo el gesto.
—No tenemos más remedio, si Azizi sabe algo, esa
información… —Me detuve una décima de segundo porque creía que nunca diría esa
frase en serio, pero se me acababa de presentar la oportunidad, una oportunidad
única—. Esa información podría salvar el mundo.
Durante un segundo todos permanecieron callados, tal
vez haciéndose una idea por primera vez de la envergadura de la operación que
estábamos realizando. Si Azizi hablaba, podríamos detener el caos que estaba
asolando el planeta.
—Buscaremos bloque por bloque —se reafirmó Walsh con
determinación—. Campo por campo si hace falta.
—Bien, tenemos que cruzar a los dos bloques de al lado
—les indiqué señalando la valla exterior, más alta que las interiores y con
alambre de espino sobre ella, para evitar que pudiera treparse—. El espino nos
prohíbe trepar, de modo que tendremos que cortarla para pasar.
Al otro lado había un camino de tierra de unos cinco
metros de anchura, y a continuación, otra valla con espino que rodeaba otro par
de bloque de celdas.
—¿Y los muertos? —preguntó un soldado.
La única parte negativa del plan era que los muertos
vivientes se apelotonaban contra las vallas exteriores en un intento de
cogernos, y cada vez venían más, de modo que cortar y salir podía ponernos en
un grave peligro.
—Capitana, su cuchillo. —le pedí a Walsh, y ella me lo
entregó.
Me acerqué a la valla y clavé el cuchillo en la frente
de uno de los muertos vivientes pegado a ella. El efecto fue instantáneo, el
cadáver cayó al suelo, y el filo del cuchillo salió de su cráneo tal y como
había entrado mientras lo hacía.
—Limpiaremos la valla de muertos para poder cortarla,
luego cruzaremos y los contendremos con las armas hasta que hayamos cortado el
otro lado —les expliqué—. Utilizad los cuchillos, debemos ahorrar munición.
Mientras uno de los soldados iba abriendo un agujero
en la valla lo bastante grande como para que pudiéramos pasar por él, los demás
nos dedicamos a matar a todos los muertos que se amontonaban contra ella
mediante el método de apuñalarles la cabeza. El flujo de aquellas criaturas que
se acercaba por el camino era constante, y cuando hubiéramos salido allí nos
darían problemas, pero cinco hombres disparando podíamos controlarlos.
—¡Ya está! —exclamó el soldado apartando el trozo de
valla cortado.
—¡Venga! ¡Rápido! ¡Al otro lado! —ordenó Walsh a su
tropa—. ¡Disparad a los que se acerquen!
—¡No malgastéis munición! —les advertí mientras cogía
el arma de uno de los soldados caídos, así como sus cargadores extra, antes de
salir tras ellos por el agujero de la valla—. Esperad a tener un tiro directo
en la cabeza, el resto no sirve de nada.
Habíamos dejado limpia esa zona, de modo que el suelo quedó
lleno de cadáveres; la mayoría de ellos eran de prisioneros que no tuvieron
tanta suerte como los que seguían vivos, pero también había algunos marines
reanimados entre ellos.
Mientras el mismo soldado cortaba la siguiente valla,
los demás vigilamos que ningún muerto viviente se acercara demasiado, abatiendo
con precisos disparos en la cabeza a quienes lo intentaban. Yo, además, mantenía
vigilados todos los bloques de celdas que nos rodeaban, en especial hacia el
que nos dirigíamos; en esa situación éramos más vulnerables a un ataque por
parte de los prisioneros que en cualquier otra.
—¡Oh, mierda! —gimió uno de los soldados mientras yo me
aseguraba de que la torre de vigilancia que teníamos más cerca estaba vacía.
Un compacto grupo de muertos vivientes se acercó por
el camino en nuestra dirección. Eran muchos, debían haber sido un grupo grande
que escuchó los disparos y se vio atraído, o varios pequeños que se juntaron
por casualidad mientras se acercaban, pero la cuestión era que había demasiados
como para poder contenerlos.
—¡Sanders! ¡Date prisa con esa valla! —gritó la
capitana recargando el arma—. Son muchos… Mark, son demasiados.
—Sólo tenemos que contenerlos un poco hasta que abra
un hueco. —le contesté intentando parecer optimista, obviando en ello el
problema que se nos podía presentar después.
—¿Y luego? Con un agujero podrán entrar ellos también.
—No había forma de engañar a Walsh… sí, aquello iba a ser un problema si las
puertas del bloque de celdas estaban cerradas por dentro, como todas con las
que nos habíamos encontrado.
—Ahora no tenemos elección —afirmé abatiendo a uno de
los muertos con un disparo—. Debemos seguir adelante.
La valla se abrió y fuimos pasando uno por uno a
través de ella hasta encontrarnos todos al otro lado, dentro de un nuevo campo
de deportes. Ése en concreto tenía en el suelo dos aparatos de gimnasia
bastante desgastados que debían utilizar los presos cuando les sacaban allí
fuera a tomar el aire. Con el fusil de asalto preparado, me lancé contra la
puerta para abrirla y poder refugiarnos en el interior, pero tal y como temía,
ésta había sido atrancada y no se abría.
—¡Mierda! —exclamé dándole un golpe en un vano intento
de que cediera.
Los demás seguían abatiendo muertos a través de la
valla. La marea muerta viviente ya estaba casi encima de nosotros, y no
tardarían en empezar a colarse… tenía que pensar rápido.
—¡Soldados! Moved los aparatos de gimnasia y ponedlos
delante del agujero —les ordené—. Eso los retendrá un poco. ¡Capitana, necesito
una carga explosiva en la cerradura de la puerta! ¡Ya!
Habíamos perdido demasiado tiempo abriendo camino y
cruzando, y la gimiente y tambaleante masa de muertos se nos había echado
encima al final. Mientras Walsh colocaba la carga explosiva, me coloqué delante
del hueco junto a los soldados con el arma preparada para acribillar al primero
que decidiera asomarse por allí.
No se hicieron de rogar, la mayor parte de ellos se
lanzó contra la valla y se conformó con aferrarse a ella y dar tirones, pero
los que llegaron hasta el agujero no dudaron en utilizarlo, y el desmejorado
rostro de un hombre de origen árabe fue el primero en asomarse a nuestro lado
con perversas intenciones.
Fue un disparo limpio, directo a la cabeza, realizado
por de uno de los soldados, pero el reanimado que le seguía no tardó en empujar
el cadáver hacia dentro en su intento por pasar también… su sentido de la
autoconservación era incluso peor que el mío; ya sabía que le íbamos a disparar,
pero aun así, no hizo nada por evitarlo.
Mientras nos dedicábamos a rematar a todo muerto que
intentara colarse, la capitana terminó de colocar el explosivo.
—¡Cuidado! —nos advirtió justo antes de hacerlo
detonar, y con tras fogonazo, la cerradura quedó destruida e inutilizada.
—¡Entrad, vamos! —dije retrasándome para poder volarle
la tapa de los sesos a otro de aquellos seres que intentaba entrar; pensé que
dentro estaríamos a salvo, pero tarde acabé por descubrir que el verdadero peligro
se encontraba ya en el interior.
Una ráfaga de disparos recibió a la capitana y a sus
hombres, que cayeron al suelo abatidos. Rápidamente me giré y disparé contra
los dos prisioneros que nos estaban esperando dentro del bloque. Ambos iban
armados con armas automáticas, pero sucumbieron ante mis disparos… por
desgracia, ninguno de ellos era Azizi, y al haberlos matado ya no me servían
para encontrarle.
Vi a Walsh moverse en el suelo y me acerqué a
ayudarla. Todavía estaba viva, de modo que me arrodillé a su lado y la examiné
para examinar la gravedad de sus heridas.
—Estoy bien —gimió intentando incorporarse—. Me ha
dado en el chaleco… estoy bien.
Comprobé que era cierto y la ayudé a hacerlo; el
impacto en el chaleco la dejó muy contusionada, pero aguantaría. Por fortuna,
otro de los soldados tampoco recibió ningún impacto en sus propias carnes y
pudo ponerse en pie por sus propios medios, sin embargo, de los otros tres
soldados, uno tenía un disparo en la cabeza, otro en el cuello, y el último había
sido herido en la pierna… aún peor, un muerto viviente ya había logrado
atravesar la valla, y muchos otros le seguirían el paso enseguida.
—Tenemos que entrar, ¡vamos! —les animé, y entre Walsh
y el soldado ileso cargaron con el herido, que tenía que caminar a la pata coja
para poder moverse.
—Está sangrando mucho. —me advirtió la capitana
mientras yo abría la marcha hacia el interior del bloque, teníamos que salir
rápido de allí porque, sin ningún tipo de cerradura, la puerta no evitaría que
los reanimados lograran entrar.
—Le atenderemos en cuanto estemos a salvo. —prometí al
tiempo que vigilaba las celdas frente a las que íbamos pasando, no nos esperara
en ellas ninguna otra sorpresa desagradable.
“¡Mierda, Ryan, necesitábamos ese satélite!” maldije
para mí mismo pensando en que, de haber tenido imágenes térmicas del lugar, no
nos habrían logrado coger por sorpresa; teníamos demasiados enemigos
rodeándonos, y ellos estaban mucho más familiarizados con el terreno… nos
llevaban mucha ventaja.
Cuando alcanzamos el fondo del pasillo y llegamos a la
otra puerta, por la que habíamos dejado abierta ya comenzaban a entrar figuras
tambaleantes y gimientes. Sin perder un segundo, la empujé esperando poder
cerrarla desde fuera de manera que no lograran abrirla con tan sólo imitarme,
pero antes de poder plantearme el problema me topé con otro motivo por el cual
deberíamos haber tenido apoyo de un satélite.
Con reflejos felinos, volví a cerrar la metálica
puerta justo cuando las primeras balas impactaron dejando profundas marcas en
la plancha de hierro.
—¿Qué ocurre? —preguntó la capitana pegándose a la
pared junto al otro soldado y al herido.
—Prisioneros —contesté—. Son diez, y llevan equipo de
marine. Nos estaban esperando.
—Los muertos se acercan. —advirtió ella al comprobar
que ya habían recorrido la mitad del pasillo.
Uno de los prisioneros de fuera dio un tirón de la
puerta para intentar abrirla, le dejé hacerlo, pero sólo la rendija necesaria
para meter mi arma y acribillarle con una ráfaga en el estómago antes de volver
a cerrar. Se escuchó un grito de dolor y el ruido de un cuerpo caer al suelo.
—Creo que tenemos más posibilidades contra los muertos
vivientes —sugirió el soldado ileso, y no pude evitar sentir el temor en su
voz.
—Tenemos una misión que cumplir… —murmuré dejando mi
arma en el suelo y abriendo unos centímetros la puerta—. ¡Nos rendimos! ¡Vamos
a entregar nuestras armas!
—¿Qué? —exclamó Walsh con indignación al escucharme.
—Es la única forma de salir de esta y conseguir el
objetivo. —le susurré.
—¡Abre la puerta y que todos los de dentro tiren sus
armas al suelo! —gritó una voz en inglés, pero con un acento árabe muy marcado,
desde fuera—. ¡Y no hagáis tonterías u os dispararemos!
Obedecimos sin perder un instante porque los muertos
vivientes se nos estaban acercando, y en cuanto abrimos, cuatro hombres nos
rodearon y apuntaron con sus fusiles.
—¡Estamos desarmados! —exclamé—. ¡No tenemos armas, no
disparéis, nos rendimos!
—¡Son cuatro! —gritó en árabe uno de los prisioneros
al que parecía el líder.
Aquel hombre tampoco era Mamud Azizi, pero si dirigía
a ese grupo, seguro que sabría decirnos algo sobre él. Como todos los demás, se
había vestido con el equipo de los marines a los que habían matado.
—Sacadlos aquí y cerrad la puerta. —les ordenó a los
demás cuando vio a los muertos vivientes acercándose.
Una vez hecho, nos obligaron a arrodillarnos en el
suelo dándoles la espalda con las manos tras la cabeza, como si fueran a
ejecutarnos. Al soldado herido hubo que ayudarle a conseguirlo porque tenía la
herida del disparo muy cerca de la rodilla y le costaba doblar la pierna.
—Ellos son marines, ¿quién eres tú? —me preguntó el
líder dándome un golpecito en la espalda con la punta del fusil.
—Me llamo Mark Ford, y soy agente de la CIA, estoy
buscando a… —Antes de poder plantear mi pregunta, recibí un fuerte golpe en la
nuca que logró dejarme mareado durante un par de segundos.
—Si algo odio más que al ejército de tu país es a la
CIA, americano. —escupió con rabia.
—Esto no me gusta… —murmuró Walsh.
—¡Silencio! —bramó el prisionero reconvertido en líder
miliciano.
—Por favor, está herido —suplicó la capitana señalando
al soldado del disparo—. Necesita atención médica o se desangrará.
—Ahmed, atiende al herido. —respondió el líder.
Se escuchó un disparo, y el cuerpo del soldado cayó al
suelo con un balazo en la cabeza. Tras el sobresalto inicial, casi pude sentir
la rabia que emanaba de Walsh.
—Herido atendido. —se mofó el prisionero llamado
Ahmed.
—No hagas ninguna tontería. —le susurré a Walsh, que
parecía a punto de estallar.
—A estos nos los llevamos, echad el cadáver a los
muertos y volvamos. —ordenó el líder a sus hombres.
A los tres que quedábamos vivos nos llevaron con los
fusiles clavados en la espalda a través de un hueco en la valla. De algún modo habían
logrado crear una serie de pasillos libres de muertos vivientes utilizando las mismas
vallas de la instalación, y tenía la sensación de que nos trasladaban al único
lugar de aquel centro de detención que no era una cárcel.
—¡Esto es culpa tuya! —me recriminó Walsh furiosa—.
Rendirnos le ha costado la vida a Cloyd.
¿Cómo explicarle que aquél había sido un sacrificio
necesario? Pese a que había dicho que el plan era capturar a un prisionero e
interrogarle, sabía que era más probable que ellos nos cogieran a nosotros, y
que eso podía significar la muerte… al menos para ellos; estaba seguro de que
me reservaban algo mucho peor que un disparo en la nuca por trabajar para la
CIA, pero eran gajes del oficio, y en este caso la única ventaja que tenía a mi
favor.
Tal y como sospechaba, aquellos hombres nos llevaron
hasta las oficinas de la instalación, una zona que parecía bastante alejada del
flujo de muertos vivientes, o al menos la parte de ella que se comunicaba con
los bloques de celdas.
Las puertas se abrieron y pasamos a la entrada
principal de las oficinas, un espacio amplio que habían puesto patas arriba
volcando todos los muebles y destrozando la decoración. Por lo menos veinte
prisioneros, algunos todavía vestidos de prisioneros, otros de marines, y
algunos con ropa de calle que debieron conseguir en alguna parte, nos abuchearon,
escupieron e insultaron mientras nos llevaban al fondo de la sala.
El líder de los prisioneros que nos habían capturado
se adelantó hasta otro hombre, uno completamente calvo y vestido con una camisa
negra que nos daba la espalda. Mientras aguantábamos las vejaciones de los presos,
le susurró algo al oído, y él alzó las manos al aire consiguiendo que todos se
callaran. Nos empujaron a los tres hasta colocarnos uno al lado del otro, y
luego nos obligaron a arrodillarnos de nuevo en el suelo, sólo entonces el
hombre se giró y dio la cara.
—Parece que tenemos invitados —le dijo a su gente
al fijar su mirada en nosotros; era una mirada burlona, propia de alguien que
se sabe en una posición superior y disfruta con ello—. Caballeros, señorita, mi
nombre es Mamud Azizi. Bienvenidos a Guantánamo.