CAPITULO 10: MAITE
No me importaba lo
que hubiera ocurrido en esa cama antes de que Clara y yo la utilizáramos, sólo
con sentir un colchón en mi espalda en lugar de un suelo de tierra, tener un
techo que nos protegiera del frío, y saber que ningún resucitado iba a aparecer
en mitad de la noche y lanzarse contra la tienda de campaña, era un alivio… y
precisamente por eso no podía pegar ojo.
Mientras mi hija dormía
como un tronco a mi lado, no podía quitarme de la cabeza la locura que habían
sido los últimos días; habían pasado tantas cosas y había tenido tan poco
tiempo para asimilarlas que me extrañaba no haberme colapsado todavía. Pensaba
que al recoger el liderazgo del grupo cuando nadie más podía hacerlo sólo
tendría que preocuparme por guiarlos a un lugar seguro y mantenerlos a todos
alimentados y a salvo; eso era algo que podía hacer, a fin de cuentas, era lo
que también quería para mí y para Clara… pero todo se había complicado de
manera insospechada. No sólo tenía que alejarlos del peligro, también tenía que
protegerlos de ellos mismos, de sus propias debilidades, de sus propios miedos
y de sus propios traumas. Y por si eso fuera poco, acababa de descubrir que
también tenía que protegernos a todos de otra gente.
Aunque despreciaba
a Irene y lo que había hecho con toda mi alma, si no había luchado más en
contra de que formara parte de nuestro grupo era porque en realidad no la
consideraba peligrosa; no era más que una chiquilla estúpida… o al menos eso pensé
hasta que murió Érica.
—No creo que haya
tenido nada que ver —opinó Luís mientras Aitor se llevaba a la asesina dentro y
los demás todavía contemplaban horrorizados el cadáver—. Érica estaba débil,
tres disparos en el pecho no son cualquier cosa, tendría que haber guardado
reposo durante días. Y con los antibióticos y los calmantes…
—Sobrevivió sin
eso una noche entera —le recordé todavía sobrepasada por la ira—. ¡Una noche
entera! Con los puntos frescos, con la pérdida de sangre….
—Tiene las vendas empapadas
—señaló Luís sin perder la calma—. Se le saltaron los puntos, seguramente en un
movimiento brusco tras salir de la cama. También pudo darle un ataque al
corazón, su cuerpo ha estado sometido a demasiado estrés.
—¿Hay forma de
saberlo? —pregunté no tan dispuesta a excusar a Irene de aquello como Luís… la
chica que yacía muerta delante de mí me había salvado de ser violada—. ¿Tenemos
forma de saber exactamente cómo murió?
Luís mostro una
sonrisa triste.
—No tengo medios
para hacer una autopsia. En realidad, no tengo medios ni para serrar un hueso.
—respondió chafando mis esperanzas; sin embargo, no quise mostrar ninguna
emoción, no delante de él, que ya me había acusado antes de dejarme llevar por
ellas, tan sólo asentí con la cabeza y me di la vuelta para volver junto al
cuerpo.
—Aquí ya no hay
nada que ver, volved dentro —dije a los demás—. Sebas, ¿puedes traer una manta,
una sábana o algo que nos sirva de mortaja?
—Eh… sí, claro,
voy —respondió el guardia de seguridad.
Todos excepto
Sergei se apartaron y regresaron de vuelta al interior del motel, y cuando lo
hicieron, me descolgué el rifle de la espalda y apunté con él como Aitor me
había enseñado a la cabeza del cadáver de Érica.
—¿Qué vas a hacer?
—preguntó Sergei extrañado.
“Algo que me va a
doler a mí más que a ella” me dije cuando la tuve en el punto de mira… Érica
nos salvó cuando aquellos militares parecían dispuestos a acabar con nosotros,
y yo no pude evitar que muriera.
—Dispararle. —respondí;
el ruso no sabía que todos los muertos se levantaban de nuevo, sin importar la
forma en que murieran, pero ya habría tiempo de explicaciones más tarde.
Cuando el eco del
disparo resonó en la distancia me arrepentí de haberlo hecho. Ese ruido tan
fuerte podía atraer resucitados de los alrededores, sin embargo, horas más
tarde, tumbada en aquella cama de sábanas de hilo más viejas que yo, no se había
presentado ninguno todavía. Tampoco había fuera ninguna luz o ruido que pudiera
revelarles que dentro de esa casa quedaba alguien vivo; si un muerto se
acercaba, simplemente pasaría de largo… de hecho, era la primera noche en la
que nadie hacía guardia, aunque puede que mis desvelos contaran como algo
parecido.
Además de Irene,
otra persona que me quitaba el sueño era el propio Sergei, a quien no había más
que verle las pintas para darse cuenta de qué clase de persona era. Si la despampanante
mujer que tenía estaba legalmente en el país, yo era la presidenta del
Gobierno, y si había llegado a España a trabajar por voluntad propia quizá
también fuera la presidenta de la Unión Europea. Aquel hombre era peligroso, un
mafioso, un traficante de personas y, de no haber estado tan necesitados de
refugio, jamás habría acordado con él que nos acompañara. No había tenido otra
opción, pero estaba dispuesta a jugarme la mano derecha a que nos daría
problemas en el futuro.
Mientras escuchaba
a Clara respirar alterada, profundamente dormida, pero de nuevo con pesadillas,
me dio por pensar en mi marido… pudiendo por fin descansar con tranquilidad lo
echaba tanto de menos que casi no lograba soportarlo. Si él hubiera estado ahí
todo habría sido mucho más fácil; con su apoyo, habría logrado convencer a los
demás de darle a Irene un par de latas y dejarla allí, fuera de Madrid, pero
lejos de nosotros; si estuviera conmigo, habría tenido a alguien más con el
carácter suficiente como para tener a Sergei controlado en adelante, el
instinto me decía que ese misógino no iba a respetar nunca que fuera yo quien
llevara las riendas del grupo.
“Demasiadas
preocupaciones para una noche como ésta” suspiré recordando que todavía
teníamos que enterrar a Érica por la mañana.
Enterrar a Érica,
decidir nuestro siguiente destino, vigilar a Irene, tener controlado a Sergei,
evitar que Raquel se derrumbara, evitar que a Judit se le fuera la cabeza,
consolar a mi hija… demasiadas cosas para una sola persona, irremediablemente
algo iba a salir mal.
Irene tuvo la
decencia de no asomar la cabeza cuando dimos sepultura a Érica a la mañana
siguiente. Estando al corriente de lo que había hecho, Sergei me sugirió la
noche anterior echarla del grupo… era comprensible, él también tenía un hijo
del que preocuparse.
—Haya tenido algo
que ver o no, es como poco sospechosa. —me dijo después del entierro, cuando
volvimos al bar.
Katya entretenía a
su hijo y a Clara en la barra haciéndole a ella una estrafalaria trenza,
mientras que Toni y Sebas se tomaban un vermut matutino en otra mesa, Judit
leía en un rincón un libro que encontró en una de las habitaciones y Raquel y
Luís hablaban de algo que no alcancé escuchar junto a la puerta. Sólo faltaban
Irene, que no bajó en toda la mañana de su habitación, y Aitor, que montaba
guardia fuera.
—Lo sé —admití a
desgana—. Pero la mayoría del grupo votó que la lleváramos con nosotros.
—Creo que, como
parte de esto, y estando viviendo en mi casa, también tengo algo que decir al
respecto. —reclamó frunciendo el ceño.
—Puedes proponer
echarla, yo te apoyaría —le dije—. Pero es posible que a estas alturas no
consigas muchos más apoyos. Aun habiendo muerto Érica, sigue siendo un
asesinato abandonar a alguien estando las cosas como están.
—Es mi casa y no
quiero asesinas —exclamó—. A mí no me engañas, sé que no te fías de ella.
“Tampoco me fío de
ti” me dije para mí misma; cuanto más le veía, más miserable me parecía, la
forma en la que trataba a Katya, como si fuera una criada, decía mucho de la
clase de persona que era: una demasiado acostumbrada a que su palabra fuera ley…
y eso le podía servir con prostitutas extranjeras, pero no le iba a servir
conmigo.
—Haz lo que tengas
que hacer, pero si no consigues apoyo y te empeñas en hacerlo igualmente, es
posible que tengamos que irnos todos y dejaros aquí. —le advertí, cosa que no le
gustó nada.
—¿Estarías
dispuesta a abandonar un lugar seguro como éste por defender a una asesina? —replicó
incrédulo.
—Abandonaría un
lugar seguro por el grupo —asentí—. Tomar esas decisiones difíciles es parte
del liderazgo, ya voté por dejarla fuera cuando llegó, y tuve que tragar con
ella.
—Pues menudas
tragaderas —gruñó—. Tú también tienes una hija, con esa psicópata suelta, ella
está en peligro también.
—No creo que vaya
a reincidir. — argüí; tener que defender algo en lo que no creía sólo porque había
sido la voluntad del grupo era una parte difícil del liderazgo, y la que menos
me estaba gustando… de hecho, en realidad no había ninguna parte de él que me
estuviera gustando, no entendía por qué históricamente la gente se había matado
entre sí por ejercerlo.
—No puedes
saberlo… pero que sea como tú quieras, es tu grupo y son tus normas —cedió por
fin—. No obstante, te advierto que la voy a tener vigilada, y si veo algo
sospechoso, no me va a temblar el pulso a la hora de pegarle un tiro.
Asentí. Qué fácil
habría sido que él se la cargara y tuviera que cargar con la ira del grupo por
haberlo hecho. Sería matar dos pájaros de un tiro: Irene pagaría por sus
crímenes y nos libraríamos del mafioso, sin embargo, la vida nunca suele poner
las cosas tan sencillas.
Sergei se levantó
y fue hacia la barra, vi con desprecio cómo Katya tuvo que dejarlo todo para servirle
un vaso de whiskey, por lo que Clara, con su nueva trenza, saltó del taburete
al suelo y, tras mirarme con resentimiento, se marchó escaleras arriba. Sólo
pude suspirar y desear que le pasara el enfado… me enteré de que estaba cabreada
conmigo poco después de despertarnos, cuando no sólo no me dirigió la palabra,
sino que también se negó a mirarme.
—Dijiste que Érica
iba a ponerse buena —me reprochó cuando logré sonsacarle qué le pasaba—.
Dijiste que le ibas a hacer un entierro a papá.
Le expliqué que no
íbamos a quedarnos en ese lugar para siempre, que sólo estábamos de paso, y que
su padre se merecía un entierro en un lugar donde pudiéramos visitar su tumba.
En cuando a lo de Érica… sencillamente no supe qué decirle, Luís me advirtió
sobre hacer promesas que no podía cumplir demasiado tarde, le prometí que ella
se pondría bien, y me equivoqué.
Creía entender lo
que le pasaba, se había sentido segura en ese burdel, y le dolía descubrir que
seguíamos sin estar a salvo. Pero, ¿cómo le podía explicar que nunca
volveríamos a estar a salvo del todo? ¿Cómo le podía decir que, fuéramos donde
fuéramos, por muy seguro que pareciera, no volvería a ser jamás como antes?
Me sentí tentada
de ir a la barra y beber yo también algo, sin embargo, tenía que mantenerme
despejada y sobria por si surgía alguna otra eventualidad de la que tuviera que
hacerme cargo. No pude evitar preguntarme cómo valorarían del uno al diez mi
liderazgo los demás miembros del grupo, porque estaba convencida de que en esos
momento la nota sería muy baja. No sabía si estaba respondiendo a las crisis
como debería, en especial con el tema de la muerte de Érica, que fue un duro
golpe para todos.
No es que la
mayoría simpatizara mucho con ella, pero llevábamos unos días en los que
parecía que no hacíamos otra cosa que perder gente, y muchos debían estar
empezando a temer ser los siguientes. También estaba el hecho de que Agus murió
por conseguir medicinas para ella… que hubiera logrado salido adelante habría
supuesto un impulso anímico para todos, una buena noticia por fin después de
tanto tiempo hundidos en la mierda, pero en lugar de eso había muerto, todo lo
que hicimos por ella no sirvió para nada, y los ánimos seguían por los suelos.
—Ya se le pasará.
—dijo de repente la voz de Raquel a mi lado; me quedé tan absorta en mis
pensamientos que no la vi acercarse a la mesa y sentarse… si llega a ser un
resucitado me habría comido.
—¿Eh? —le pregunté
sin saber de qué estaba hablando.
—No creo que esté
enfadada contigo, sólo está enfadada… con el mundo —siguió diciendo dirigiendo
su mirada hacia las escaleras por las que Clara se había marchado—. Sé
exactamente lo que está sintiendo en estos momentos.
—No estaba
preocupada —repliqué—. Creo que es la primera vez que se separa de mí más de
diez metros por voluntad propia, es un progreso. Aunque parece que ha
encontrado la forma de liberar sus temores tomándola conmigo.
—Ojalá fuera tan
sencillo como tomarla con alguien. —suspiró la muchacha.
—Al menos hemos
podido dormir en caliente por una noche. —le dije intentando animarla.
—Habrás podido
dormir tú, yo no he pegado ojo. —lamentó.
“No, yo tampoco he
dormido nada” quise confesarle, pero no lo hice porque contarle que yo tampoco pude
dormir era dar explicaciones que nadie había pedido.
—Yo tampoco pude hacerlo
los primeros días después de que muriera mi marido —dije en su lugar—. Y
también creía que nunca iba a levantar cabeza, pero todo acaba pasando. El
dolor no desaparece, pero se hace más llevadero…
—No era mi marido
—me interrumpió—. Eran mis padres, eran mis hermanos, y todos acabaron
convertidos en esas cosas… deberías haberlos visto, Maite, fue algo horrible. Mi
hermana se comió a mi hermano, mi madre se transformó delante de mi padre, que
acabó suicidándose al no poder soportarlo, ¿cómo se supone que tengo que lidiar
con eso? Y encima también está Irene.
“Irene… siempre
Irene, en todos los problemas siempre aparece Irene” mascullé para mí misma.
Que Raquel hubiera
dejado a Aitor no le sentó nada bien al soldado, tanto por lo inesperado como
por las razones, que si bien no compartía, podía entender. Habiendo sido ella
quien le dejó, no debería mostrarse tan dolida como lo hacía, pero tenía que
reconocer que, después de dos años de relación entre ellos, el acercamiento que
estaban teniendo Aitor e Irene al día siguiente de haber roto era algo
prematuro. Después de lo de Érica ella se mostró inconsolable, y nadie salvo
Aitor tuvo el ánimo suficiente como para intentar confortarla.
—No han hecho
nada, pero aunque lo hicieran, es algo natural —dijo Luís cuando se lo
comenté—. Son jóvenes, se ha mostrado amable con ella y ella, ahora se siente
más sola que nunca.
Todo acto
realizado por Irene lo interpretaba siempre de forma negativa, pero tenía
motivos de sobra para ello, y por tanto, aquel repentino acercamiento hacia el
soldado me pareció sospechoso. Era muy sencillo para una mujer hecha y derecha
de veintimuchos años seducir a un crío de dieciocho al que acaban de romper el
corazón, y con ello, si volvía a haber problemas se ganaría su apoyo con
facilidad… y yo no estaba dispuesta a igualar lo que ella podía ofrecerle.
Naturalmente, eso inutilizaba a mi mano derecha si surgía algún problema con
ella, e Irene lo sabía de sobra.
“Siempre me
quedará Sergei” lamenté; él aseguraba que no iba a dudar si tenía que matarla,
pero eso era justo lo que más miedo me daba de él… si tenía que elegir,
prefería tener a alguien como Aitor a mi lado antes que un tipo tan
visiblemente amoral como Sergei.
—¿Eres creyente?
—le pregunté tratando de encontrar una forma de abordar su problema.
—Si… o no, no sé…
—titubeó—. Pero lo del “lugar mejor” no me consuela, la verdad.
—Creas en un más
allá o en la nada, da igual, ellos ya descansan en paz y están lejos de toda
esta mierda —le dije—. Les diste un entierro digno, y te despediste de ellos,
el dolor va a estar ahí pero tienes que sobreponerte. No puedes permitirte
hundirte, no en este mundo.
No era psicóloga,
y no sabía qué otra cosa podía decirle que no le hubiera dicho ya, si lo que
estaba buscando era un hombro sobre el que llorar, no debería haber expulsado
de su vida al único que tenía, yo sólo podía decirle la verdad… sin embargo,
eso sólo pareció abatirla más.
—¿Crees que Aitor
y ella…? —preguntó con timidez mirando hacia el suelo; esa chica cambiaba tan
rápido de drama que a veces me desconcertaba—. Anoche parecían tan unidos que
no sé qué pensar.
—No lo sé, pero a
lo mejor deberíais hablar vosotros dos —le recomendé—. Creo que si se acerca a
ella es por despecho más que otra cosa.
—Lo nuestro está
acabado, no voy a cambiar de idea —exclamó—. Pero… llevaba saliendo con él
desde los dieciséis, hemos hecho… cosas… pero nunca… bueno, nunca nos hemos
acostado juntos. Si se ha acostado con esa asesina el día después de dejarlo te
juro que…
No supo terminar
la frase, aunque ya podía entender un poco mejor su frustración con todo
aquello. Al parecer, después de todo, las ideas que tenía sobre lo que ocurría
dentro de esa tienda de campaña eran erradas. Si no se habían acostado juntos
en dos años, era casi seguro que al menos ella era virgen todavía… y
posiblemente él también. No debía sentar bien que el novio que ha aguantado dos
años contigo sin hacer nada de repente lo haga con la primera desconocida que
se le cruza.
—No te enfades por
eso —quise tranquilizarla—. No lo puedo saber, pero no creo que hayan hecho
nada, Aitor es demasiado caballeroso para eso.
—Sí, es verdad
—admitió un poco aliviada—. Aitor nunca haría algo así tan pronto, y menos con
ella, con una asesina de niños.
Asentí para darle
confianza, por dentro, sin embargo, estaba lejos de sentir la seguridad que
manifestaba. Quizá Aitor fuera un caballero en ese aspecto, pero también era un
chico de dieciocho años despechado viviendo el fin del mundo, un blanco muy
fácil para Irene. Sólo tenía que ser un poco amable y el soldado la seguiría
como un perro faldero.
Poco después del
mediodía fui a la habitación de Luís para cambiarme el vendaje de la herida. Él
no quitó los posters de mujeres despatarradas de las paredes, pero claro, tampoco
tenía una hija pequeña que no tenía por qué ver esas cosas, ni era un moralista
insufrible como Raquel.
—La herida está
cicatrizando bien —afirmó tras echar un vistazo después de quitar las vendas
viejas; como habíamos conseguido un buen surtido de ellas después de saquear la
farmacia, y Érica ya no iba a necesitarlas, determinó que Toni y yo nos
cambiáramos el vendaje cada día para prevenir infecciones—. En un par de días
no hará falta que lleves ninguna venda.
—Me extraña que
todavía no me hayas dicho nada. —dejé caer mientras él buscaba entre la bolsa
de las medicinas.
—¿Sobre qué? —inquirió
despreocupado con un rollo de vendas limpias en la mano.
—Sergei, Katya y
el niño —me expliqué—. Les ofrecí venir con nosotros sin consultar con nadie,
justo lo contrario de lo que me recomendaste. ¿Cómo era? “Tomar decisiones
unilaterales.”
—Tomar decisiones
polémicas unilaterales —matizó el doctor comenzando a vendarme de nuevo—. Soy
lo bastante inteligente para darme cuenta de que necesitamos este lugar, un
respiro en medio de tanto caos y tanta muerte, y también para darme cuenta de
que Sergei no iba a aceptar un “no” y nos iba a dejar quedarnos aquí.
—¿Y no te preocupa
que se unan a nosotros? No son precisamente la compañía que habría elegido para
unirse al grupo.
—No creo que ni la
chica ni el niño nos den problemas —aseguró el doctor—. Él… él es harina de
otro costal. Tiene carácter, y creo que está demasiado acostumbrado a hacer su
voluntad.
—He pensado lo
mismo. —confesé.
—No sé si llevará
bien lo de trabajar en equipo, o que no sea él quien dé las órdenes —continuó
Luís—. Pero creo que se preocupa de verdad por la mujer y el chiquillo.
—Siempre piensas
lo mejor de la gente, ¿verdad? —le reproché una vez terminó de vendarme, cuando
volví a abrocharme la camisa.
—Al contrario
—replicó él sorprendido por esa afirmación—. Pensaba que Sebas era un inútil
cobardón, y me equivocaba, ha entrado en Madrid dos veces y, aunque no tiene
madera de líder, ha demostrado estar a la altura; pensaba que Aitor era un crio,
y me equivocaba, ha tenido más sentido común y temple que cualquiera de
nosotros en situaciones difíciles; pensaba que tú no tenías madera de líder, y
me equivocaba también… cuando pienso lo peor de alguien suelo equivocarme, por
eso tengo confianza en que ni Irene ni Sergei darán más problemas.
—Irene podría
haberlos dado ya. —murmuré con resentimiento. La muerte de Érica me dolió más
que la de cualquier otro de los muchos que habíamos perdido hasta entonces.
—Repito, no creo
que tuviera nada que ver —se obstinó Luís—. Sé que quieres pensar que sí, no
está mal echar mierda sobre alguien que no te gusta, y con razón, porque así de
paso puedes culpar a alguien por su muerte… pero fui yo quien no se despegó de
ella los últimos dos días, quien tuvo que emplearse a fondo para mantenerla
viva y quien al final vio que todo eso no había servido para nada. Tengo tantos
motivos como tú para estar enfadado por su muerte, sin embargo, no culpo a
nadie más que a ella; ya sabes cómo era: impulsiva, agresiva, inconsciente…
atacó a Irene por lo que había hecho sin tener en cuenta su estado, y al final
se colapsó.
—Me alegra que
confíes en ella —dije tras reflexionar unos segundos, mientras acababa de
vestirme—. Pero yo no puedo permitirme confiar en nadie. Además de un grupo
hecho polvo, ahora tengo que vérmelas con una asesina y con un mafioso de
cuarta que también es proxeneta. Esto podría estallar por cualquier parte y
terminar como el rosario de la aurora.
—Eso es cierto
—admitió con un asentimiento—. Pero es parte del trabajo de un líder,
preocuparse por todo y por todos.
Sin duda lo era…
Judit leía muy con
mucho interés su libro en un rincón del bar, sentada en una de las mesas junto
a un rayo de luz que se colaba entre las tablas que bloqueaban las ventanas. Me
senté con ella consciente de que no iba a ser una conversación satisfactoria,
pero necesitaba saber por qué la que posiblemente fuera en esos momentos la
mujer más lista del mundo había votado a favor de que nos acompañara una
asesina.
Aunque había encontrado
el libro el día anterior, ya llevaba más de la mitad leído, lo que debían ser
por lo menos trescientas páginas al tratarse de un tomo bastante gordo.
—¿Ya lo habías
leído? —le pregunté por iniciar la conversación de alguna forma.
—En realidad, sí,
pero nunca está de más releer las escrituras dudosamente sagradas. —dijo
mostrándome el título del libro; era una biblia… no pude evitar sonreír al
pensar que el único libro que había en aquel burdel era precisamente ese.
—Lo llevas
bastante avanzado. —observé.
—Lectura rápida
—respondió cerrando el libro y mirándome dubitativa—. Sospecho que no has
venido a preguntarme por mis hábitos de lectura.
“Muy lista…” me
dije, y decidí que, tratándose de ella, dando rodeos sólo llegaría más tarde a
mi objetivo, de modo que le pregunté directamente.
—¿Por qué votaste
a favor de que se quedara Irene?
Me miró perpleja,
como si no entendiera a qué venía esa pregunta.
—¿Qué iba a hacer
si no? —contestó. Y he de reconocer que no me esperaba esa respuesta.
—Pudiste votar que
se quedara allí, muchos lo hicimos —le expliqué tomándomelo con paciencia—.
Mató a unos niños.
—Tú mataste a unos
soldados. —repuso ella.
—No es lo mismo
—repliqué incómoda por volver a vérmelas con aquel tema… no me gustaba recordar
ese momento—. Esos soldados nos atacaron, los niños eran sólo unos críos
indefensos.
Se quedó pensativa
unos segundos.
—¿Matar está bien
o está mal…? —me preguntó—. No me quiero quedar contigo, sólo quiero saber lo
que piensas sobre eso.
—Está mal
—respondí con convicción—. Pero supongo que es justificable hacerlo en caso de
defensa propia.
—Es decir, que
está bien en determinados casos —resumió—. Si aceptamos que matar está mal
categóricamente, tenemos que condenarte a ti igual que la condenaríamos a ella.
Pero, por otro lado, el utilitarismo de Mill dice que la moralidad de cualquier
acción viene definida por su utilidad para los individuos. Si aceptamos que
matar está bien en determinados casos, estamos adoptando un ética utilitarista…
no puedo condenar a alguien que haya matado a unos niños igual que no podría
condenarte a ti si eso fuera útil.
—¿Qué utilidad
tenía matar a cinco niños? —exclamé frustrada mientras trataba de digerir su
explicación.
—El índice de
supervivencia y la calidad de vida han descendido dramáticamente desde que todo
esto empezó —dijo encogiéndose de hombros—. Ella sabe más de niños que yo, pero
creo que tiene razón al pensar que al matarlos les ha ahorrado miseria,
sufrimiento y con toda probabilidad una muerte a mano de los muertos vivientes.
Si aceptamos que ahorrarles sufrimiento a unos niños es una acción “útil”, no
tenemos más remedio que aceptar que también es moral…
—Eso es un poco…
retorcido. —No sabía qué otra cosa decir ante aquello.
—Mira este libro —añadió
enseñándome la Biblia—. Dios mata, arrasa, maldice, destruye, asesina… y se
considera una guía moral.
—Fue escrita en
otros tiempos —defendí mi argumento, que en esos momentos ya no tenía tan claro—.
Era una moral distinta.
—Son otros tiempos
ahora —argumentó ella volviendo a abrir el libro y enfrascándose de nuevo en su
lectura—. Quizá necesitamos una moral nueva, no sé… las cuestiones morales no
se me dan bien. Siento no poder ayudarte con eso.
No supe qué
responder… yo no era un personaje de novela que pudiera soltar una frase
inspiradora y demoledora que dejara claro los principios por los que me guiaba,
sólo era una persona normal y corriente que se iba dando cuenta de que cada vez
estaba más perdida.
Necesitada de aire
fresco y un poco de luz, salí del bar y me dirigí a la furgoneta, donde
teníamos todas las armas. Lo primero que hice nada más despertarme fue
asegurarme de que seguían allí; no tenía miedo de que un muerto viviente
pudiera robárnoslas, pero sí de que lo hiciera Sergei… aunque, por suerte, no fue
así.
Con el rifle a la
espalda como precaución, me acerqué a la tumba de Érica. Me seguía invadiendo
la rabia sólo de pensar que estaba allí, pudriéndose bajo un montón de tierra,
y me dio por pensar en lo que habría ocurrido de no haber estado con nosotros.
Ese soldado me habría violado, y después de eso no habría levantado cabeza; si
se hubiera producido el tiroteo habríamos muerto todos, y aunque no fuera así,
seguramente no habría tenido fuerzas suficientes como para coger las riendas
del grupo. A esas alturas seguiríamos en Madrid, muriéndonos de frío y con más
miedo que antes…
—¿Va todo bien?
—me preguntó la voz de Aitor a mi espalda.
—Tan bien como
puede ir —le respondí apesadumbrada, las conversaciones que había tenido hasta
entonces resultaron ser como poco frustrantes—. ¿Algún problema aquí fuera?
—Todo despejado —me
aseguró—. Esto está en medio de ninguna parte, no hay peligro de que se
acerquen muertos vivientes… al menos no muchos de golpe, algún despistado
siempre hay.
—¿Podemos hablar
con sinceridad un momento? —le pedí apartando la vista de la tumba y mirándole
directamente a los ojos.
—Eh… sí, supongo
que sí —dudó—. ¿Qué pasa?
—Ese sobre Irene.
—le dije con la intención de observar su reacción.
—¿Qué pasa con
ella? —inquirió a la defensiva, lo cual me pareció una mala señal.
—Mató a cinco
niños, sólo quiero saber qué es lo que te convenció a ti para defenderla.
—La verdad es que
no lo sé —admitió con un suspiro—. Yo estaba allí cuando lo hizo, vi a los
niños muertos, el suelo de la clase lleno de sangre… —Se me puso la piel de
gallina sólo de imaginarme la escena—. Y también vi su cara —continuó—. No es
una psicópata, no disfrutaba de lo que hacía. Lo único que recuerdo haber visto
en ella era dolor… no los mató por gusto, los mató porque pensó que aquello era
lo mejor.
—¿Matarlos era lo
mejor? —exclamé indignada.
—Estuvo con ellos,
¿cuánto tiempo? ¿Un mes? Cuidó de ellos sola, les dio de comer, los mantuvo a
salvo, entretenidos, les ayudó a superar la ausencia de sus padres… joder, ¡el
mundo se olvidó de esos críos y ella se quedó con ellos! ¿Acaso eso no cuenta?
—Cuenta —asentí—.
Pero los mató.
—Los mató
—repitió—. Los mató… cuando descubrió que todo estaba perdido, haciendo lo que
creía mejor para ellos: una muerte rápida e indolora. Dime que no has pensado
suicidarte ni una sola vez desde que todo esto empezó.
Lo había hecho, y
más de una vez. Y lo más curioso era que esos pensamientos habían ido a más
conforme el tiempo pasaba, conforme me iba haciendo a la idea de que todo se
había acabado, de que no había solución y de que nuestras vidas ya no tenían
mucho sentido… pero eso no justificaba matar a unos niños, no justificaba matar
a nadie. Desde mi punto de vista, Irene, hasta el moño de niños después de un
mes cuidándolos, y sabiendo que no había rescate ni zona segura, y que nadie se
iba a hacer cargo de ellos, optó por quitárselos de encima para siempre de
aquella forma.
—No quiero que
esto provoque un cisma —le dije—. Pero tienes que entender una cosa: matar a
unos niños no es un comportamiento normal. Si se le fue la cabeza… quiero que
la vigiles. —Aquello pareció indignarle, cosa que me esperaba, pero no le dejé
interrumpirme—. Escucha, ya sé que confías en ella, y no te pido que la espíes
para mí, pero el trauma, todo por lo que ha pasado… creo que puedes comprender
que eso me preocupe. Sólo te pido que estés atento, no te estoy diciendo que no
seas su amigo, o que no te líes con ella, si es lo que te apetece hacer.
—No me lío con
ella —replicó—. Sólo… no sé, quería ser amable.
—No me tienes que
dar explicaciones, no quiero meterme en tu vida privada —le corté sin darle
importancia a aquello, aunque Raquel se quedaría más tranquila—. Si de verdad
te preocupa ella, preocúpate también por su estado mental.
—Está bien, vale.
—accedió.
—Sigo
necesitándote a mi lado —le dije para transmitirle confianza—. Otra cosa, nos
vamos de aquí mañana.
—¿Mañana? —se
extrañó—. Pensaba que íbamos a estar aquí por lo menos un día más. Todavía nos
queda comida, ¿no?
—Ese era el plan
—asentí—. Pero sólo porque necesitábamos que los heridos se recuperaran. Con
Érica muerta, nos basta con descansar un par de noches para coger fuerzas y
seguir, no quiero tener problemas de comida si no encontramos algo más
permanente pronto.
—Si tuviéramos un
supermercado cerca, podríamos quedarnos aquí. —lamentó.
—Puedes llevarte
los posters de las paredes —bromeé—. No creo que a Sergei le importe.
Pero en vez de
reírse, molestarse o avergonzarse, se limitó a torcer el gesto.
—No me gusta ese
tipo —sentenció—. Tiene pinta de ser peligroso.
“Sin embargo Irene
no, claro” quise decirle, pero me mordí la lengua por no complicar más la
situación.
Habiendo aclarado
las cosas con Aitor, sólo me quedaba una última cosa por hacer. Regresé al
interior del burdel y me dirigí a la mesa donde Toni y Sebas todavía seguían
dándole al vermut.
—¿Puedo
acompañaros? —les pregunté antes de sentarme con ellos.
—Claro —dijo Toni
haciéndome un gesto hacia la silla—. ¿Hemos decidido ya nuestro destino?
—No del todo —tuve
que confesar—. Dudo mucho que desde aquí podamos decidir nada en firme, Sergei
ha mencionado otra vez la base militar que está por aquí cerca… supongo que por
acercarnos no perdemos nada, pero ese sitio podría estar lleno de muertos
vivientes también.
—Pues sería un
fastidio. —lamentó Sebas llevándose el vaso a la boca.
—Lo que sí sabemos
es cuándo nos vamos: mañana. —añadí.
—¿Tan pronto? —se
sorprendió Toni. El guardia de seguridad se atragantó por la sorpresa—. ¿Es por
la comida?
—En parte, sí —admití—.
No quiero que nos vayamos de aquí estando sin nada, no sabemos lo que vamos a
tardar en encontrar algo… y aunque Érica haya muerto, somos cuatro bocas que
alimentar más que anteayer. ¿Será un problema?
—¿Lo dices por el
pie? —preguntó Toni—. No. Bueno, no creo que vaya a poder correr en una
temporada, pero Luís dice que no hay ningún daño permanente. Si nos tuviéramos
que quedar por mi pierna, estaríamos aquí un mes.
—Mañana… —masculló
Sebas alarmado—. Esperaba, no sé, poder estar aquí más tiempo. Dios sabe que
estando por ahí fuera no hemos estado precisamente cómodos.
—No creo que las
comodidades sea algo que vayamos a volver a tener —afirmé sabiendo que eso era
algo más que seguro—. Sé que os dije que nos quedaríamos aquí al menos un día
más, pero las circunstancias han cambiado. Necesito que cojáis todo lo que haya
aprovechable en este lugar que podamos transportar: comida, agua, tiritas…
menos las bebidas alcohólicas y los tangas femeninos.
—¿No podemos
llevarnos alcohol? —preguntó Sebas decepcionado.
—Ocupa espacio y
no nos es necesario —le expliqué—. No podemos cargar con cosas inútiles.
—A Sergei no le
gustará que saqueemos su local. —observó Toni dubitativo.
—Este lugar será
saqueado en cuanto algún otro superviviente lo encuentre, mejor que nos lo
llevemos nosotros a que se lo quede un extraño —le respondí—. Sergei lo
entenderá… o si no, que se quede aquí vigilando su vodka si quiere.
—Suponiendo que
queden más supervivientes —apuntilló Sebas—. ¿Habéis pensado que cabe la
posibilidad de que no quede nadie más?
—Sí —confesé… era
verdad, lo había pensado mucho, pero no me parecía posible, y no sólo porque no
quisiera creer que algo así podría acabar sucediendo—. Nos hemos cruzado con
mucha gente, no tengo motivos para pensar que no hay nadie más, e incluso puede
que haya gente bien organizada intentando reconstruir algo parecido a lo que
teníamos antes.
—¿Es eso lo que
andamos buscando? —quiso saber Toni.
—No, andamos
buscando un lugar fijo donde quedarnos; un lugar alejado de los muertos y que
nos permita subsistir. Cuando estemos en una posición estable podemos empezar a
explorar, ver lo que nos rodea y cómo está la situación, o si hay algún grupo
mayor al que podamos unirnos. Pero de momento tenemos que conseguir lo básico:
comida, agua y seguridad.
—Mi padre era de
Somalia —afirmó Toni—. Sabía lo que suponía pasar hambre, carecer de hasta la
medicina más básica y estar en peligro constante. En esas situaciones no
abundan los grupos organizados con buenas intenciones, sólo los más indeseables
sobreviven, y lo que abundan son los grupos de ladrones, asesinos, saqueadores
e incluso esclavistas. Lo que quiero decir con esto es que me parece más
prudente buscar un lugar escondido, que no llame la atención de nadie, y
armarnos con todo lo que encontremos para defenderlo llegado el caso.
—Tío, eso es… un
poco exagerado, ¿no? —exclamó Sebas preocupado—. No creo que la gente se vaya a
poner en ese plan. Lo más sensato sería intentar crear una comunidad, no andar
saqueando y robando.
—¿Desde cuándo la
gente hace lo que es más sensato? —replicó Toni desdeñoso—. Yo sólo lo
advierto, mi padre sabía demasiado bien lo peligrosa que puede llegar a ser la
gente.
—Sobre todo la que
está muerta. —dije sin pensar mientras reflexionaba sobre su idea.
—No, sobre todo la
que está viva —me corrigió él—. Nos han causado más daño esos tres militares
locos en una mañana que todos los muertos vivientes de Madrid en un mes.
Eso era cierto,
los resucitados al menos eran previsibles. Te perseguían y te intentaban devorar
sin importarles nada más… era un objetivo terrible, pero concreto, y los medios
que tenían para conseguirlo aunque efectivos, eran limitados. Con otra persona
nunca podías saber por dónde te iba a salir. ¿Acaso no había estado yo misma
más preocupada de Irene y de Sergei que de los muertos?
—Bueno, esperemos
que nuestro vigilante nos proteja. —dije dándole una palmadita en el brazo a
Sebas, que pareció horrorizarse sólo con la idea, mientras me levantaba de la
mesa.
Como los turnos de
vigilancia estaban asignados y no tenía que hablar con nadie más, subí las
escaleras hacia las habitaciones con la intención de intentar dormir una siesta
que me sirviera para recuperarme de no haber podido pegar ojo en toda la noche,
aunque no creía que fuera conseguirlo. No había ocurrido nada a lo largo del
día que me hubiera librado de preocupaciones… muy al contrario, la última
charla con Toni añadió unas cuantas nuevas.
Tenía mucho miedo
por Clara, no podía ni empezar a imaginarme el mundo en el que le iba a tocar vivir
aun logrando mantenerla a salvo hasta que fuera mayor. Los muertos vivientes
nos habían devuelto a algo así como la edad media tecnológicamente hablando,
pero era posible que nos hubiera devuelto a tiempos incluso más bárbaros en un
aspecto más social. ¿Qué sociedades podían surgir en ese nuevo mundo? Sólo
supervivientes, depredadores que buscan mantenerse a salvo a costa de cualquier
cosa. Hasta que los resucitados no desaparecieran, momento que Judit había
cifrado para cinco años más tarde por lo menos, la humanidad no podría comenzar
a levantar cabeza sin miedo a que los muertos volvieran a hundírsela bajo
tierra, y cinco años eran mucho tiempo. En un mes había aprendido a utilizar un
arma de fuego, a enviar a la muerte a alguien, a matar sin remordimientos… ¿qué
quedaría de mí cinco años más tarde si esa iba a ser nuestra nueva vida? Solamente
lo que yo dejara quedarse, la parte de persona civilizada que no permitiera que
desapareciera ahogada por los acontecimientos, pero el problema era que esa
parte podía llegar a hacerse muy pequeña si la supervivencia estaba en juego.
Cuando entré en la
habitación, Clara se encontraba allí, observando muy concentrada el exterior a
través de la única ventana del cuarto.
—¿Qué miras? —le
pregunté sentándome sobre la cama; hasta que no sentí el blando colchón debajo
de mí no me di cuenta de lo cansada que estaba.
—Me gusta el
paisaje que se ve por esta ventana. —dijo volviéndose con un gesto muy serio.
—¿Y qué se ve?
—inquirí.
—Se ve… el campo.
—contestó algo nerviosa, aunque no sabía por qué.
Preocupada por
aquello, volví a levantarme y me asomé yo también a la ventana. Desde allí
teníamos unas vistas perfectas de la parte trasera del burdel, incluido el
lugar donde enterramos a Érica esa misma mañana.
—No mires eso —le
dije cogiéndola de la mano al creer que era la tumba lo que la ponía nerviosa—.
Mañana nos iremos de aquí, y te prometo que haremos un funeral por papá en
cuanto podamos, ¿vale cariño?
—Vale —respondió
con desgana—. ¿A dónde vamos a ir?
—No lo sé, nos
subiremos al coche y buscaremos —le expliqué acariciándole el pelo—. Oye, que
trenza más chula te ha hecho Katya.
No dijo nada, pero
se llevó una mano a la trenza y se permitió mostrar un atisbo de sonrisa. Me
hubiera gustado poder prometerle que encontraríamos un sitio mejor, sin
embargo, ya había aprendido que era mejor no prometer lo que no sabía si podría
cumplir, de modo que preferí quedarme callada.
Pese a todo,
aquella noche volvió a tener pesadillas. Habría dado lo que fuera porque la
tranquila estancia en el burdel hubiera servido para que empezara a recuperarse
de nuevo, a fin de cuentas, no habíamos visto un sólo muerto viviente en todo
el día… pero el mundo hacía mucho que se empeñaba en no ponernos las cosas
fáciles. Me dolía en lo más profundo ver cómo empezaba a revolverse en sueños y
tener que despertarla para que todo acabara; después de cada pesadilla
terminaba llorando por el miedo que había pasado, pero sobre todo porque al
despertar se daba cuenta de que la pesadilla era real.
—No pasa nada,
cariño, todo irá bien. —le dije abrazándola para que volviera a dormirse, con
el corazón en un puño por no saber si realmente acabaría superando el trauma;
en el mundo real la habría llevado a un psicólogo infantil que la ayudara a
canalizar todo aquello, allí, sin embargo, no tenía esa posibilidad.
Cuando la luz del
sol entró por la ventana me di cuenta de que tampoco había logrado dormir casi nada
esa noche, y mientras cargábamos los coches con todo lo que Toni y Sebas recogieron
sentí que los ojos me escocían.
—Despedíos de este
sitio —le dijo Sergei a su familia cuando estuvimos listos para irnos—. No creo
que vayamos a volver.
Dicho eso se metió
en su coche, un impresionante vehículo de alta gama, pero Katya y el pequeño Andrei
se quedaron mirando el burdel durante un momento más. Al final la mujer escupió
al suelo, murmuró algo en ruso de mala gana y cogió a su hijo de la mano para
dirigirse hacia el coche también.
—Estamos listos. —anunció
Aitor una vez con los vehículos llenos, tanto de nuestras cosas como de nuestra
gente.
Le pedí que
viniera de copiloto en mi coche, que era la furgoneta de jardinería que trajeron
de Madrid. Raquel también iba en nuestro vehículo, al igual que Toni, pero le pedí
a Luís que lo hiciera en el que conducía Sebas… quería cerca de Irene a alguien
capacitado para tratar con ella si era necesario, y ni Judit ni Sebas me
parecían las personas adecuadas para eso.
Nos pusimos en
marcha y regresamos al cruce en el que nos desviamos dos días atrás para volver
a la carretera. Al final me decidí por darle una oportunidad a la base militar
de la que había hablado Sergei el día anterior, y aquél era el camino. Un
muerto viviente solitario, seguramente salido de la ciudad, se tambaleaba por
allí con un pie roto. Al vernos, estiró una mano podrida, a la que le faltaban
varios dedos hacia nosotros, pero al ser incapaz de seguir el ritmo de los
vehículos acabamos perdiéndolo en la distancia.
—Si nos metemos en
la autovía pasado Tras Cantos llegaremos a Colmenar Viejo —me indicó Aitor tras
consultar el mapa—. Más adelante hay un embalse, pero la base San Pedro está al
lado... si queda algo del ejército, tiene que estar allí. ¿No creéis?
—No deberíamos
acercarnos tanto a una población. —nos advirtió Toni desde la parte trasera de
la furgoneta.
—Ni meternos en
una autovía —añadió Raquel, que después de explicarle lo que había pasado la
noche anterior con Clara hacía de canguro mientras yo conducía; no quería
forzar a la ex pareja a estar juntos, no obstante, y dadas las circunstancias,
más valía que todos nos acostumbráramos a tolerar la compañía de los otros—.
¿No recordáis la salida de Madrid?
—A esa altura
puede que no haya coches abandonados —deseé—. La autovía rodea el pueblo sin
llegar a entrar, no me importaría echar un vistazo de lejos a ver cómo está la
situación por allí. Y la base militar…
Si había
supervivientes, podrían estar a salvo de los muertos y dejarnos formar parte de
ellos. Si no los había, a lo mejor eran un lugar donde instalarse, esos sitios
estaban bien protegidos.
—¿Confiáis en los
militares después de lo que pasó? —inquirió Toni dubitativo.
No necesitaba que
me lo recordara, ya lo hacía yo a la perfección… pero no podía dejar que los
prejuicios me cegaran. Si quedaba algo del ejército, esa era nuestra mejor
opción, y con esa idea en mente guie el convoy hacia la autovía.
—Que conste que lo
advertí. —exclamó Raquel cuando vimos una multitud de vehículos abandonados que
nos bloqueaban el paso más adelante.
—¿De quién ha sido
la idea de coger la autovía? —preguntó Sebas bajándose de su coche para
reunirse con nosotros; Sergei hizo lo mismo.
—Mía, no me
esperaba eso —confesé—. Pero siempre se puede tomar una salida, tenemos una
aquí mismo.
Había una salida
que subía hacia el norte a tan sólo unos metros de nosotros, aunque dudaba
mucho que nos fuera a llevar a la base militar, que en ese instante nos quedaba
al oeste.
—Más de un soldado
y más de un oficial de ese lugar han sido clientes de mi local —dijo Sergei
después de que les explicara mis intenciones—. Aunque, como ya dije, no creo
que la base siga operativa…
—Puede que no siga
operativa, pero eso no significa que esté abandonada. —repliqué esperando que
mis palabras fueran ciertas.
—No sé, está
demasiado cerca del pueblo —observó Toni mirando el mapa de Aitor—. Como se
liaran a tiros, se les echarían encima todos los muertos vivientes del mundo.
¿Seguro que es recomendable hacer una excursión allí? Si encontramos un sitio
por aquí que ocupar podemos acercarnos y echar un vistazo luego… pero ir allí
con todo no me parece buena idea.
—¿Qué otra opción
tenemos? —les pregunté a todos abierta a cualquier plan alternativo que sonara
bien—. Encontrar un lugar donde estemos a salvo es el objetivo de ir allí.
—A lo mejor esto
podría valer. —sugirió Aitor señalando uno de los carteles que indicaba el
destino del desvío que teníamos más adelante.
Nada más leerlo me
pareció que era una opción interesante… tan interesante que casi parecía una
señal divina, un gesto del Todopoderoso hacia nosotros después de habernos
estado puteando tanto.
—Sí, eso podría
valer —admití—. Todos a los coches… y que la Virgen nos ayude.
“Puede funcionar” me dije leyendo una vez más el
cartel que indicaba la dirección a seguir para llegar a la ermita de Nuestra
señora de los Remedios al pasar a su lado con el coche. Una ermita, un lugar
apartado con cuatro paredes y un techo, era justo lo que necesitábamos;
teníamos un embalse al norte, el pueblo a un par de kilómetros y una base
militar por investigar. Dada la situación, no se me ocurría un escenario mejor…
Aun no lo he leído, lo reservo para la semana que viene que toca leyes y va a ser una semana muuyyy dura.
ResponderEliminarRespecto a la segunda parte no me ha quedado muy claro, vas a hacer descanso o se han terminado las intros?
Muy bien, estudiar es lo más importante... salvo cuando lleguen los zombis, claro.
EliminarEsta semana me la tomaré de descanso, para la siguiente espero ya tener algo que subir, aunque aún no garantizo que sea el capítulo 11 u otro preludio.
Cuando lleguen los zombies lo mío va a ser muy útil... seguridad informática!!!!
ResponderEliminarHola, lector novato dejando su opinion:
ResponderEliminarEnhorabuena, hacia tiempo que no me gustaba tanto un relato.. muy bien escrito, muy interesante, y ademas basas las primeras escaramuzas en mi antiguo barrio, y con escena en mi colegio :-)
Lo unico que te preguntaria es por el formato, fondo negro y letras blancas...al terminar de leer y levantar la cabeza veo solo chiribitas.
Un saludo y me reafirmo..Enhorabuena...
Muchas gracias. Espero que no tuvieras en tu colegio a cierta profesora también, jejeje.
EliminarEn cuanto al formato, es la primera queja que recibo. Yo también soy muy puntilloso con el contraste de colores y he podido leer sin ninguna dificultad, pero si molesta veré que puedo hacer.
Muy buen relato. La verdad espero la continuación. Encima a mi madre le deciamos Maite (por Maria Teresa), así que tiene un doble bonus. Igual con el caracter que tenia ningún zombie se habria atrevido a morderla. jajajaja
ResponderEliminarSlds.
Gracias, me alegro de que te haya gustado. Espero poder seguir la historia muy pronto.
EliminarMuy buen relato. Sobre todo la pconversación con Judit ha sido de lo más interesante. Como la moral cambia según las necesidades.
ResponderEliminarHa sido un capítulo de diálogos porque creo que el plato fuerte estaba servido en el capítulo 9.
EliminarYa tengo algunas ideas nuevas para las próximas historias, y garantizo que van a ser mucho más salvajes.