CAPÍTULO 8: MAITE
“Vamos,
concéntrate” me dije a mí misma al sentir cómo las manos me sudaban al agarrar
el hacha de Érica; aquel ser no dejaba de mirarme con unos ojos vacíos y
hundidos en sus cuencas mientras estiraba con torpeza sus manos hacia mí, y
cuando su boca se abrió, me mostró dos hileras de dientes sucios y amarillentos
con los que comenzó a mascullar los gruñidos y gemidos que componían todo su
vocabulario.
—Ten cuidado —me
advirtió Toni desde la furgoneta—. No creo que pueda ir a ayudarte.
—Tengo que hacerlo
sola —repliqué con convicción… tenía que aprender a matar a aquellos seres por
mí misma, a plantarles cara con precaución, pero sin miedo.
Cuando estuvo a la
distancia adecuada, cosa que sucedió más rápido de lo que me hubiera gustado,
descargué un hachazo contra su cabeza. Mis brazos temblaron cuando le alcancé
en la coronilla, y sentí cómo su cráneo se quebraba; fue una asquerosa
sensación que casi me daba más ganas de vomitar que contemplar su rostro
putrefacto y sanguinolento, sin embargo, no murió tras el golpe.
“Mierda” pensé al
ver que, pese a tener el filo del hacha clavada en la cabeza aquella, criatura
infernal seguía moviéndose; agarrando el mango del arma podía mantenerlo a
distancia, pero en cuanto tiré para arriba y se la desincrusté para intentar un
segundo golpe, el ser se abalanzó sobre mí y me derribó en el suelo.
—¡Me cago en la
puta! —exclamó Toni alarmado poniéndose en pie con dificultades debido a su
pierna herida.
Interpuse el brazo
entre la boca del muerto y mi cuello… el mordisco fue doloroso, pero no mortal,
la chaqueta que llevaba puesta era lo bastante gruesa para que ningún diente humano
medio podrido pudiera atravesarla con facilidad.
—¡Aguanta! —gritó
Raquel, que se acercó con una de las armas de los militares en las manos.
—¡Espera! —la
detuve haciéndole un gesto con la mano que tenía libre.
Agarré a la
criatura del brazo y giré sobre mí misma para intercambiar posiciones y quedar
yo encima. No me fue difícil conseguirlo, los resucitados tenían mucha fuerza a
la hora de atacar, pero no ofrecían ninguna resistencia en otros aspectos, y
mientras pudiera mordisquearme el brazo, le daba igual estar arriba o abajo.
Una vez sobre él, me libré del mordisco de un tirón y recuperé el hacha, que
había caído al suelo cuando el muerto me derribó. Tras ponerme en pie, le
retuve pisándole el pecho y lancé el corte que esperaba fuera mortal de una vez
por todas.
El resucitado no
dejaba de gruñir y lanzar dentelladas al aire al tiempo que sus putrefactas
manos me arañaban el pantalón, pero en cuanto el impacto entró por su frente,
rompiendo carne, hueso y cerebro, sus brazos cayeron al suelo inertes, y todo
rastro de vida desapareció de su cuerpo. Suspiré aliviada mientras a un par de
metros Raquel todavía apuntaba al cadáver con su fusil.
—¿Seguro que está
muerto? —preguntó dubitativa.
—Si no lo
estuviera, lo sabríamos. —respondí apartando la mirada del cráneo abierto que
derramaba sesos y sangre negra por el suelo.
Me quité la
chaqueta, exponiéndome por un instante al desagradable frío que traía el viento,
y comprobé que el mordisco apenas había dejado una marca colorada en mi piel.
Aquellos seres mordían con fuerza, pero el cuero bueno no se perforaba con
facilidad.
—Estamos demasiado
cerca de la ciudad, no utilices eso. —le advertí a Raquel refiriéndome al fusil
que había estado a punto de disparar.
—¡Dios! A ver si
vuelven ya y podemos largarnos de este lugar para siempre. —exclamó volviéndose
hacia los edificios más cercanos, que apenas se encontraban a cincuenta metros
del lugar donde nos detuvimos.
Raquel estaba
resentida, enfadada con el mundo y con la ciudad, ese lugar maldito que una y
otra vez nos obligaba a aventurarnos en su interior para conseguir lo que
necesitábamos para seguir adelante. No podía culparla por ello, lo que había
vivido el día anterior con su familia, saber que estaban muertos y tener que
verlos así, era como para volver loco a cualquiera.
—No creo que les
lleve mucho tiempo, espero que esta noche podamos dormir en un sitio lejos de
aquí. —la tranquilicé al pasar a su lado en dirección a la furgoneta.
En la parte
trasera del vehículo seguía Érica, luchando por salir adelante bajo la atenta
mirada de Luís, que no se apartaba de ella. Toni ocupaba el asiento del
copiloto, Clara se había sentado en el suelo apoyándose en el neumático trasero
y Judit daba vueltas de un lado a otro.
—Ha faltado un
pelo… —me recriminó Toni cuando me acerqué para dejar el hacha dentro del
vehículo de nuevo.
—La próxima vez lo
haré mejor —le aseguré con optimismo—. El problema es que el hacha pesa mucho,
lo habría conseguido a la primera con algo más ligero, como un machete o una
espada.
—Cuanto más peso,
más impacto —me contradijo—. Lo que necesitas es hacerte más fuerte, así no
habría cráneo que se te resista.
No me podía creer
que estuviera teniendo una conversación tan bizarra sobre la mejor forma de
romper una cabeza humana.
—Puede ser, pero
para el próximo creo que utilizaré uno de los cuchillos. —dije tras entregarle
el hacha; sabía que no podía utilizarla, pero quería que la tuviera alguien en
las manos todo el tiempo, no me apetecía necesitarla y que nadie se acordara dónde
la habían puesto.
Recuperé el rifle
de Félix, que en realidad perteneció a Óscar, pero que ya podía decir que era
mío tras el destino que sufrimos sus dos últimos dueños. Como por el momento los
alrededores estaban despejados de muertos, decidí acercarme a Clara para ver cómo
se encontraba; con tantas cosas que hacer, entre las vigilancias y el
organizarlo todo, no tuve oportunidad de hablar con ella desde el día anterior,
y habían pasado demasiadas cosas desde entonces.
—¿Has comido algo?
—le pregunté sentándome a su lado.
Asintió con
desgana sin apartar la vista del horizonte, aunque sin mirar a nada en
particular.
—Cuando los demás
vuelvan, nos iremos de aquí —le expliqué—. Buscaremos un lugar lejos de la
ciudad donde no haya resucitados, allí estaremos bien, ya verás.
—A lo mejor hay
gente mala allí —replicó ella girando la cabeza para mirarme con una mezcla de
inquietud y miedo—. Como los soldados de ayer.
Le pasé una mano por
encima de los hombros para tranquilizarla, era normal que tuviera miedo después
de todo por lo que habíamos tenido que pasar.
—Eso no volverá a ocurrir
—le prometí—. Ya no dejaremos a la gente mala acercarse a nosotros.
—¿Y si los demás
no vuelven? —inquirió—. Óscar no volvió, y Raquel volvió, pero está triste.
No sabía si era
tristeza lo que sentía Raquel, que en ese mismo instante se acuclilló junto al
muerto viviente que acababa de matar yo para rebuscar entre los bolsillos de su
ajada ropa.
—Volverán, ya lo
verás —afirmé mostrándome todo lo segura que podía permitirse sentirme, que no
era demasiado—. Vendrán con medicinas para que Érica y Toni se pongan buenos.
Se quedó mirando a
Raquel en el suelo mientras ella registraba el cadáver sin decir nada durante
unos minutos, tal vez armándose de valor para hacer la siguiente pregunta.
—¿Por qué no le
hiciste un entierro a papá? —quiso saber.
—¿Qué? —respondí al
pillarme la pregunta desprevenida.
—Ayer, cuando los
enterramos a todos, ¿por qué no le hicimos una tumba a papá? —repitió con
dificultad mirándome con esos ojos claros, idénticos a los míos, de manera
acusadora—. Hiciste una tumba para todos pero no para papá.
—No hicimos tumbas
para todos, cariño —le contesté—. Todos los que estamos aquí perdimos a gente.
Raquel perdió a sus papás y a sus hermanos, Érica a su mamá, Agus a sus hijos…
no podíamos hacer un entierro por todo el mundo, habrían sido demasiadas
tumbas.
—Oh. —dijo un poco
triste volviendo la vista otra vez hacia el horizonte.
Busqué en el
bolsillo del pantalón la cartera y la saqué, en ella tenía varias fotos
guardadas, y entre ellas, una de mi marido que había intentado no mirar desde
que murió porque no sabía si podría aguantarlo… pero lo que realmente me afectó
fue descubrir allí la foto que nos hicimos cuando Clara cumplió ocho años; en
ella estábamos los tres delante de una tarta con ocho velas, y sentí ganas de
echarme al llorar al darme cuenta de que esa era una escena que jamás volvería
a repetirse, y no sólo porque él hubiera muerto y Clara ya hubiera cumplido los
diez… aquella escena pertenecía a una época que ya había desaparecido, quizá
para siempre.
—Toma, quédate con
esta foto —le dije entregándosela—. Así siempre que eches de menos a papá
podrás mirarla, y te prometo que cuando encontremos un lugar seguro le haremos
una tumba, ¿vale?
—Vale. —respondió
mirando la foto con curiosidad.
Quise decirle algo
más para que recuperara la sonrisa, quizá alguna historia de cuando era
pequeña, pero en ese momento Raquel se puso en pie y empezó a patear con furia
el cadáver que un segundo antes registraba.
—Vaya… —murmuré
con aprensión—. Clara, quédate aquí.
Me acerqué
corriendo hacia Raquel, que presa de un ataque de ira, golpeaba con todas sus
fuerzas al resucitado.
—¡Eh! ¡Ya vale!
—intenté calmarla cogiéndola de los brazos cuando llegué a su altura; tenía la
cara colorada y llena de lágrimas.
—¡Es culpa de
ellos! —gritó fuera de sí alcanzando a darle otra patada al muerto—. ¡De todos
ellos! ¡De todos los que son como él! ¡De todos esos malditos muertos
vivientes!
—Ya lo sé —exclamé
mientras le quitaba de las manos el fusil no fuera a dispararlo por accidente—.
No grites tanto o atraerás a más, por favor.
Pero entonces se
lanzó en mis brazos y comenzó a llorar desconsolada.
—Están todos
muertos —sollozó—. Mi padre, mi madre, Mónica y Rubén… todos muertos.
“Mucho ha tardado
en venirse abajo” me dije tratando de consolarla frotándole la espalda; para
alguien de su edad, verse privada de esa manera de su familia tenía que ser
terrible.
—¿Qué voy a hacer
ahora? —se preguntó en voz alta—. Mira cómo estamos, mira cómo vivimos…
—Tu familia ha
muerto, pero tú sigues viva —le recordé separándola de mí y entregándole su
arma de nuevo—. Eso es mucho más de lo que la mayoría de las familias tienen
ahora, que uno de ellos siga vivo. Tienes que luchar por seguir adelante, ahora
estamos mal, pero estaremos mejor.
—Si ya… con
resucitados por todas partes, militares locos y a punto de coger la sarna de la
mugre que llevamos encima. —repuso secándose las lágrimas.
—De todo eso es de
lo que huimos —argumenté tratando de darle un poco de esperanza—. Ten un poco
de fe, ¿vale?
Metió la mano en
uno de los bolsillos de sus pantalones y sacó un pequeño encendedor, que me
entregó sin ni siquiera mirarme.
—Llevaba esto
encima —dijo refiriéndose al cadáver—. Se me ocurrió que algunos podrían tener
cosas útiles.
—Sí, tienes razón,
gracias. —le respondí observando el mechero… nos venía muy bien porque hasta
entonces habíamos hecho fuego gracias al encendedor de Jorge, y sin Óscar para
frotar un palo, necesitaríamos algo para encender fuegos.
—Ah, y por favor,
si quieres que tenga un poco de fe, intenta tranquilizar a Judit —gruñó
lanzándole una mirada de desagrado a la chica, que seguía dando vueltas de un
lado a otro hecha un manojo de nervios—. Me está poniendo cardíaca sólo mirarla.
Tenía razón, iba
siendo hora de hablar con ella… parte de mi trabajo si iba a dirigir a esa gente
era atender sus problemas y ver si tenían solución, y desde luego Judit parecía
necesitar ayuda.
—¿Por qué no vas,
te secas esas lágrimas y bebes algo de agua? —le sugerí a Raquel—. Y, ¿te
importaría quedarte con Clara mientras hablo con Judit?
Asintió y se
encaminó hacia la furgoneta. Yo, por mi parte, me dirigí hacia la otra chica,
que además de dar vueltas a unos metros de allí como si recorriera un circuito,
murmuraba en voz baja algo ininteligible, lo cual me preocupó un poco.
—¿Va todo bien?
—le pregunté al llegar a su lado.
Ella se detuvo en
seco y se quitó las gafas para frotarse un ojo.
—Sí… es decir, más
o menos. ¿Por qué? —preguntó a su vez mirándome con ansiedad.
—Te veo un poco
nerviosa, eso es todo. —respondí.
—Oh, eso… no es
nada, es que necesito tener la mente ocupada en algo —dijo enfatizando el
“necesito”—. Pero no te preocupes, estoy bien.
—Ya veo, ¿y qué
murmurabas? Si puede saberse, claro… —indagué preocupada por su estado mental;
mi abuela me dijo una vez “que Dios te libre de hijos muy tontos o muy listos”,
y es que las rarezas de estos últimos que solían acompañar a su inteligencia
superior a veces eran difíciles de comprender.
—Los decimales de
pi. —respondió sin darle importancia.
—¿Te los sabes
todos? —pregunté asombrada, pero cuando ella parpadeó un par de veces caí en la
cuenta de la tontería que había dicho—. Vale, sí, son infinitos, ahora me
acuerdo. Sólo quería decir que es asombroso el haber memorizado eso, yo después
del dieciséis catorce no sé seguir.
—Oh bueno,
gracias, pero tengo lo que comúnmente se conoce como memoria eidética, así que
no es un esfuerzo tan grande —se explicó—. No tendrás un libro o algo así para
leer, ¿verdad?
—Me temo que no
—le dije— ¿Revisaste la comida?
—Tres veces
—afirmó—. He calculado el aporte calórico de todo lo que tenemos y lo he
dividido entre los que somos. El cálculo es aproximado porque no sé con
exactitud vuestro peso y el ritmo de vuestro metabolismo, pero a voz de pronto
calculo que tendremos cubiertas nuestras necesidades alimenticias durante
noventa y siete horas, o sea, cuatro días. Si reducimos nuestra actividad,
encontrando un refugio, por ejemplo, podemos ampliar el período otras 26 horas.
—Eh… eso está bien
—respondí un poco anonadada. Sabía que Judit era una de esas cerebritos superdotadas
pero, por lo que parecía, su privilegiado cerebro era más privilegiado de lo
que creí en un principio—. Seguro que para cuando esa comida se agote ya hemos
encontrado un lugar en el que instalarnos y donde conseguir más.
—Eso espero, aunque
confieso que me preocupa más el tremendo aumento de la mortandad que estamos
sufriendo que la falta de comida. —admitió.
—No te preocupes, empezamos
a saber manejarnos con ellos —le dije al recordar mi primera batalla con un
resucitado unos minutos antes… técnicamente no era primer muerto que remataba,
pero sí el primero con el que había tenido que luchar—. ¿Seguro que estás bien?
—Sí, muy bien.
—asintió volviendo a lo que estaba haciendo: dar vueltas y murmurar.
“Decimales de pi.”
Mientras volvía al
furgón me sentí un poco preocupada por ella, no era de extrañar que una mente
como la suya necesitara estar ocupada en algo, y en la situación en la que nos
encontrábamos no es que tuviera demasiado a lo que atender. Un libro con
sudokus o algo así habría venido de perlas en ese momento…
Como Clara estaba
muy entretenida hablando con Raquel, no quise molestarlas para ver si se
consolaban un poco entre ambas, así que aproveché para acercarme a la parte
trasera del vehículo, donde Luís cuidaba de Érica, y así completar la ronda
completa de visitas.
—De repente me
siento como la madre de todos —suspiré sentándome a su lado y mirando a la
pobre chica, que con el tórax vendado de arriba abajo dormía apoyando la cabeza
en un saco de fertilizante—. ¿Cómo se encuentra?
—No ha dormido en
toda la noche, ha caído rendida por puro agotamiento… y porque casi se desangra
—dijo el doctor—. Debe de dolerle a horrores, hasta tiene una costilla rota que
no le ha perforado el pulmón de milagro. Espero que traigan algún calmante.
—Es su cometido
principal, seguro que lo harán. —respondí con una seguridad que estaba lejos de
sentir, no porque dudara de su capacidad, sino porque a veces las cosas
sencillamente era imposible realizarlas.
—Así que… ahora
eres la jefa del cotarro. —dejó caer como quien no quiere la cosa.
—Alguien tenía que
coger las riendas —respondí un poco a la defensiva—. Y ya llevaba mucho tiempo
compadeciéndome de mí misma, para sobrevivir en este mundo hay que dar un paso
al frente, y más al morir Óscar y Félix.
—Seguíamos a Óscar
porque sabía qué hacer, y a Félix porque sabía qué decir —afirmó—. ¿Crees ser
capaz de asumir ambos roles?
—¿Qué intentas
decirme? —le pregunté con suspicacia.
—Sólo digo que
nadie dudó cuando había que ir a por comida, era una necesidad básica —se
explicó—. Pero mira cómo acabó todo: los que fueron allí lo hicieron motu
propio… sin embargo, tú dijiste que había que ir a por medicamentos, y elegiste
quién tenía que ir a cogerlos. En respuesta, Jorge se marchó…
—Jorge era un
imbécil y estamos mejor sin él. —repuse de inmediato.
—No lo dudo, pero
se marchó porque le obligaste a hacer algo a lo que se oponía —continuó el
doctor—. Sólo digo que antes de tomar la decisión de entrar en la ciudad de
nuevo debiste preguntarnos a todos si estábamos de acuerdo.
—¡Nadie se opuso!
—protesté—. Todos me seguisteis, así que deduje que estabais de acuerdo. Aitor
se ofreció…
—Aitor es el
soldado perfecto —me interrumpió—. Deseoso de cumplir órdenes, da igual quien
las de y lo difíciles que sean. Entrar a la ciudad fue una experiencia
terrorífica, te lo digo yo que estuve allí, y mira lo que ha tardado en querer
volver a hacerlo. Pero si le pasara algo, la responsabilidad sería tuya, todos
en el grupo lo verían así.
—Percibo como que
estás en mi contra. —le espeté queriendo poner las cartas sobre la mesa.
—En otras
circunstancias quizá lo hubiera estado —confesó, luego miré de reojo a Érica—.
Pero estoy de acuerdo contigo, yo era partidario de marcharnos, y también lo
soy de buscar medicinas para ella, de modo que hasta ahora te sigo al cien por
cien. Sólo digo que los medios que deberías usar tendrían que ser otros.
—Sí, se lo que
quieres decir —admití dándome cuenta de mis errores—. Este viaje… si saliera
fatal me hundiría como líder. Me lo he jugado todo a una carta sin darme
cuenta.
—Y eso sería
terrible, porque no hay quien te sustituya —añadió asintiendo—. Después de
morir Óscar, y al saber que Félix había muerto también, tuve mucho miedo porque
no te veía haciendo su trabajo al menos, hasta que te pusiste a ello y descubrí
que tenías madera. Pero si tú fallas, no creo que vayamos a tener otra
oportunidad, porque dos epifanías en dos días me parece demasiada suerte.
—Lo sé, aunque ya sólo
queda esperar —dije—. ¿Sabes de algún lugar al que podamos ir después de esto?
Me gustaría tener alguna idea cuando alguien más me haga esa misma pregunta.
—No sabría
decirte, pero cuanta menos gente, menos muertos vivientes —contestó—. No hace
falta ser Judit para comprender esa ecuación.
—¿Algún otro
consejo vital? —le pregunté con un poco de sarcasmo después de comprender que
estaba en la cuerda floja.
—Sólo que no hagas
promesas que quizá no puedas cumplir. —respondió.
No sabía si lo
decía en general o por algo en concreto, porque le había prometido una vida
mejor a Raquel, un entierro digno para su padre a mi hija, medicinas a Toni y un
lugar seguro a Judit… pero, ¿de qué otra forma quería que les diera esperanzas?
¿Quería que les dijera? ¿“Mira, volaos la cabeza porque no creo que vayamos a
encontrar una vida en condiciones en ninguna parte”? No me parecía que eso fuera
a levantarle mucho el ánimo a nadie.
—¡Maite! —me llamó
Raquel desde el otro lado del coche.
Temiéndome que
otro muerto viviente se estuviera acercando a nosotros me puse en pie, y con el
rifle en las manos y seguida por Luís, corrí a buscar a Toni para recuperar el
hacha. Sin embargo, eso no fue necesario, cuando me acerqué a ella, Raquel me
señaló hacia los edificios; desde allí, el coche de Agus se acercaba a toda
velocidad.
—Han vuelto.
—exclamó Judit, que también se acercó.
—Sí —confirmé con
alivio… al menos habían logrado volver, ya era una victoria—. Toni, prepara el
coche por si las moscas.
—¿Ocurre algo? —inquirió
el pasándose del asiento del copiloto al del conductor.
—No, pero vienen
muy rápido. Si les están persiguiendo los resucitados, quiero poder salir de
aquí sin perder un segundo —le respondí—. Los demás estad preparados.
Cuando llegaron
hasta nosotros, y vi a Aitor salir del coche con los brazos cubiertos de sangre,
me temí lo peor, pero no debían haberle mordido cuando su expresión era de
alivio; además, Sebas salió del asiento del copiloto con cara de estar bastante
harto, pero bien… sin embargo, mi sorpresa fue mayúscula cuando del asiento
trasero salió una muchacha morena con una mochila a la espalda en lugar de
Agus.
—Lo hemos
conseguido —afirmó Aitor levantando una bolsa llena hasta los topes por encima
de su cabeza—. Calmantes, aspirinas, vendas, sutura… hay de todo.
—¿Dónde está Agus?
¿Y quién es esa? —le pregunté con brusquedad señalando a la chica, que se quedó
junto al coche algo cohibida.
La sonrisa de
Aitor se borró de su rostro.
—Agus… cuando nos
acercamos a la farmacia nos perseguía un gran número de reanimados. Le dejamos
en la farmacia y seguimos adelante para despistarlos mientras él recogía todas
las cosas, pero cuando volvimos… había un muerto allí dentro, pudo con él,
aunque le mordió. Dijo que prefería quedarse allí.
—¡Oh, Dios!
—exclamó Raquel tapándose la boca con las manos.
—¿Le dejasteis
allí sin más? —preguntó Luís desconcertado.
Yo no pude decir
nada porque me quedé sin habla… Agus había caído también, y esa muerte era
culpa mía, sólo mía. Habíamos perdido a otro miembro del grupo apenas
veinticuatros horas después de hacerme cargo del mismo.
—Decidió quedarse
—intervino Sebas—. Le insistimos, pero dijo que prefería morir en la ciudad,
donde también estaba su familia. Tuvimos que irnos porque los muertos se
acercaban.
—Se quedó y dejó
que los reanimados se lo comieran para que no nos siguieran. —añadió Aitor.
—Que putada.
—opinó Toni asomando la cabeza desde la ventanilla del coche para poder ser
partícipe de la conversación.
—¿Mamá? —me llamó
Clara cogiéndome la mano y sacándome de mis pensamientos.
—¿Y ésta quién es?
—pregunté señalando a la chica.
—Oh, ella es Irene
—me aclaró Aitor—. Mientras atraíamos a los reanimados para alejarlos de la
farmacia, nos topamos con un bloqueo del ejército en mitad de la carretera que
nos cortó el paso. Tuvimos que meternos dentro de un colegio para que pasaran
de largo y allí nos encontramos con ella.
Dirigí mi mirada
hacia aquella mujer para escrutarla con detenimiento. No creía que fuera a ser
un problema como habían sido los militares, pero tal vez sí que fuera un
problema como lo había sido Jorge. Su ropa sucia y el pelo mugroso delataban
que había estado viviendo más o menos como nosotros, aunque tenía menos manchas
de polvo… y de sangre.
—¿Qué hacías en un
colegio? —le pregunté antes de hacer ninguna presentación.
—Yo… era profesora
en el colegio Virgen de Mirasierra —dijo con timidez—. Llevo allí desde que
todo esto empezó.
No creía que eso
fuera una mentira, sin embargo, el instinto me decía que había algo más en esa
historia. Que ella se sintiera incómoda podía entenderlo, a fin de cuentas, no
nos conocía de nada, pero que tanto Sebas como Aitor también lo estuvieran no
tenía sentido.
—Creo que hay algo
que no nos estás contando —le espeté—. Hemos tenido problemas con recién
llegados, y no confiamos fácilmente en gente nueva, ¿sabes?
—Digamos que no
estuve sola todo este tiempo. —murmuró bajando la mirada.
—¿Qué quiere decir
eso? —la presioné… pero como no fue capaz de decir nada más, interrogué con la
mirada a Aitor, que aunque reacio acabó hablando.
—Estaba en el
colegio con cinco niños pequeños, niños que sus padres no recogieron cuando cancelaron
las clases, seguramente porque para entonces ya estaban muertos, y que no
evacuaron porque la policía y el ejército no daban abasto.
—¿Y dónde están?
Porque en el coche no los veo. —insistí, pero de nuevo los tres comenzaron a titubear.
—Tenéis que
entender que yo pensaba que nos iban a rescatar —se justificó ella cayendo al
suelo de rodillas y cubriéndose la cara con las manos—. De hecho, cuando ellos
llegaron pensaba que era una patrulla de rescate o algo así, pero luego me
contaron lo que había pasado con los militares, con la zona segura, con todo…
No supe por qué
apreté más la mano que Clara me tenía agarrada en ese momento, pero lo hice.
—Me ofrecieron
salir de allí —continuó—, sin embargo, me dijeron que estabais en un
campamento, que los muertos se acercaban de vez en cuando, que os ibais de
Madrid a buscar un lugar mejor donde quedaros, que había muerto gente… y pensé,
¿qué clase de vida era esa para cinco niños? ¡Eran cinco! Y yo era la
responsable de lo que les ocurriera.
—¡Oh Dios! ¿Qué
hiciste? —inquirió Luís con aprensión.
—Les disparé, a
los cinco —dijo con los ojos cargados de lágrimas; Raquel ahogó un grito, y
Clara se agarró a mi mano con todavía más fuerza… yo no pude ni reaccionar
porque me costaba creer lo que estaba escuchado de su boca—. Fue rápido,
indoloro, no sufrieron… este mundo no está hecho para niños.
Nadie supo qué
decir a eso, pero yo sí que supe qué hacer; sin perder un instante, me
descolgué el rifle de la espalda y le apunté con él.
—¡Hija de puta!
¿Mataste a cinco niños porque no sabías qué hacer con ellos? —bramé a punto de
abrir fuego contra ella, que se levantó del suelo y retrocedió asustada.
Tal vez, de no ser
porque Aitor y Luís me detuvieron, le habría disparado. ¿Qué sabían ellos? No
tenían una hija pequeña, una niña como los que ella admitía tan felizmente
haber matado para “ahorrarles sufrimiento”.
—¡Dejadme! —les
grité loca de ira—. ¡Se lo merece! ¿Es que no escucháis lo que ha dicho? ¿Es
que no os dais cuenta de lo que ha hecho?
—¿Y qué vas a
hacer? ¿Matarla también? —me recriminó Luís obligándome a recomponerme.
—Ha matado a cinco
niños. ¡A cinco! —le recordé mostrándole los cinco dedos de la mano—. En el
mundo real se pasaría el resto de su miserable vida en la cárcel.
—¿Crees que lo
hice por gusto? —me gritó ella hecha un mar de lágrimas—. ¿Crees que voy a
poder olvidar sus caras en lo que me quede de vida? ¡Mira este lugar! ¿Quién
iba a hacerse cargo de cinco niños de seis años? ¿Quién iba a vestirlos,
alimentarlos, educarlos, vigilarlos, cuidarlos…?
Una vez más, nadie
supo que responder, y eso me cabreó todavía más.
—¿Para qué coño la
habéis traído aquí? —les pregunté a Aitor y Sebas—. ¿Pretendéis que venga con
nosotros? ¿Es que os habéis vuelto locos?
—Sé que lo que
hizo estuvo mal —se justificó Sebas—. Pero dejarla allí… nos parecía mal.
—¿Y no se os
ocurrió pensar por un momento que aquí está mi hija? —exclamé indignada—. ¿Y
que con esa psicópata aquí está en peligro?
—¡No voy a hacerle
nada a tu hija! —respondió ella a la defensiva—. Ella no es mi responsabilidad,
no está a mi cargo.
—¿Y todos vais a
aceptar eso? —les grité a los demás, que permanecían tan callados que parecían
tontos—. ¿Esas son las normas que aceptáis ahora? Supongo que, si un día me
ocurre algo, haréis lo mismo con Clara, ¿no?
No debí decir eso,
no delante de ella al menos. Bastante asustada estaba la pobre con tantos
gritos como para encima escuchar algo así… pero el asunto no era de broma,
¿íbamos a aceptar sin más a una asesina confesa? Tendría que ser por encima de
mi cadáver.
—Me parece que lo
mejor es que te largues por dónde has venido —le dije señalándola con el dedo—.
No hay lugar aquí para gente como tú.
—Creo que
deberíamos tranquilizarnos y hablar sobre esto de forma civilizada. —intervino
Luís intentando poner paz, y al hacerlo, me miró con unos ojos en los que podía
leer tan claramente “¿qué acabamos de hablar sobre tomar decisiones
unilaterales?” que casi parecía que tuviéramos telepatía.
—Yo… sólo os pido
un poco de misericordia —suplicó Irene—. Sé que lo que he hecho está mal, pero
no tenía otra opción.
—Vámonos. —le dije
a Clara tirando de ella hacia la parte trasera de la furgoneta, donde Érica continuaba
dormida pese a los gritos y las voces.
No recordaba haber
empezado a llorar, pero tenía lágrimas en la cara, así que me las sequé antes
de que alguien más las notara; no quería parecer débil justo en ese momento.
—Mamá, ¿qué pasa?
—me preguntó Clara asustada.
—Nada, cariño,
¿por qué no le haces compañía a Érica? Avísame si se despierta. —respondí
metiéndola dentro de la furgoneta mientras los demás se acercaban también.
—Creo que
deberíamos votar sobre esto. —propuso Luís.
—¿Qué hay que
votar? —replicó Raquel fulminándolo con la mirada—. ¿De verdad vamos a votar si
una asesina múltiple viene con nosotros o no?
—Creo que la
estamos juzgando precipitadamente… —repuso el doctor.
—¿A qué tenemos
que esperar entonces? ¿A que mate a otros cinco? —repuso Toni—. Que le den, no
la necesitamos para nada. Si queréis mi opinión, yo habría dejado que Maite le
pegara un tiro.
Me sentí tentada
de darle las gracias, sin embargo, ya me había calentado antes bastante, y una
líder tenía que mostrar sangre fría.
—No me refiero a
eso —negó Luís con paciencia—. Dejemos un lado sentimentalismos, ¿qué habría
pasado si llega a venir aquí con cinco niños pequeños detrás? Es lo que ha
dicho ella, no tenemos forma de hacernos cargo de ellos. Maite, tú y yo hemos
tenido hijos, sabemos la lata que dan a esas edades, mira la forma en la que
vivimos ahora, ¿te parece que podríamos hacernos cargo de cinco niños de esa
edad?
—Con cinco niños
entre nosotros tendríamos comida para dos días. —aportó Judit como dato.
—No sería sólo
comida, imaginaos los cuidados que necesitan unos críos —añadió Sebas—. No
tenemos ni sitio para ellos en la furgoneta.
—Entonces, ahora
justificamos el asesinato, ¿es eso? —intervine yo tratando de parecer calmada,
aunque por dentro me ardía la sangre.
—No es eso… —fue a
decir Aitor, pero Luís le interrumpió antes de acabar la frase.
—Sí, es exactamente
eso —declaró—. Lo justificamos… justificamos que tú, Maite, mataras a aquel
soldado de una puñalada, que Érica matara al otro, que Agus lo hiciera con el
tercero, que Aitor matara a Cristian cuando se lo estaban comiendo los
resucitados.
—¡No es lo mismo!
—repliqué—. En esos casos nos defendíamos, o evitábamos que alguien sufriera.
—Pero desde su
punto de vista, ella ha hecho lo mismo con los niños —razonó Luís—. Si un niño
se escapa, no corre lo bastante rápido, nos descuidamos un segundo, o lo que
sea, y los resucitados le atacan, ¿qué va a pasar? No tiene forma de defenderse
contra algo así. ¿Ser devorado vivo o consumirse por la enfermedad de la
mordedura es una muerte más digna?
—Ya, pero al menos
no tendríamos las manos manchadas de sangre. —afirmó Raquel insegura.
—Sí que las
tendrías —replicó Aitor—. En el momento en que sabías que eso podía pasar, la
culpa es tuya, ¿o acaso le vas a echar la culpa a un niño pequeño?
—Todo esto de
justificar el asesinato de niños es muy divertido, de verdad —intervino Toni
aguantando en pie gracias al palo que utilizaba de muleta—. Pero una cosa es
que nos pueda parecer razonable, que por cierto, a mí no me lo parece, y otra
cosa es que ella vaya a venir con nosotros.
—Dejarla aquí sola
es como matarla —exclamó Aitor—. Y matarla de hambre, de sed, o a manos de los
muertos, no una muerte limpia de un disparo.
—Que haya hecho
eso no significa que en el fondo sea mala, ¿no? —añadió Sebas—. Se la ve
dispuesta a colaborar, a hacerse un hueco entre nosotros.
Lamentablemente me
estaba viendo cada vez más sola. Estaba segura que, de estar Érica en plenas
facultades, sin preguntar a nadie le habría dado de su medicina a esa asesina,
pero aunque despertara, no se encontraba en condiciones de emitir un voto.
—Todos sabéis cuál
es mi opinión —dije para concluir el debate—. No obstante, se hará lo que diga
la mayoría, a fin de cuentas, el grupo somos todos. ¿Votos a favor de que se
quede?
Luís levantó la
mano, también Aitor y Sebas… pero cuando Judit se les unió, supe que la causa
estaba perdida.
—Si votáis en
contra Toni, Raquel y tú, hemos ganado —hizo el recuento Aitor—. Porque Érica
no puede votar.
—Así sea —sentencié—.
Iré a darle las buenas noticias…
Me aparté de la
parte trasera del furgón para dejar que el doctor cogiera las medicinas que
Sebas y Aitor habían traído de la ciudad y me encaminé hacia el coche de Agus,
donde Irene permanecía esperando su veredicto todavía con algunas lágrimas en
la cara.
—¡Maldito Aitor!
—masculló Raquel a mi lado—. Seguro que ha votado a favor de que se quede
porque le gusta.
Me sorprendió ese
ataque de celos tan de niñata en un momento como ese, pero lo hizo más porque
había sido ella quien le había dejado a él… esos celos no tenían mucho sentido.
—Quédate
vigilando, podría aparecer más muertos vivientes. —le pedí mientras me
encargaba de Irene.
Cuando llegué a su
lado, levantó la vista y me miró con resignación, como si cualquier cosa que le
dijera le pareciera bien, o merecida.
—Hemos decidido
que puedes quedarte con nosotros. —le dije con todo el dolor de mi corazón.
—¡Gracias! ¡Dios,
gracias! —exclamó cogiéndome de la mano en gesto de agradecimiento; pero yo, aprovechando
que me tenía agarrada, tiré de ella con brusquedad hasta que mi boca quedó muy
cerca de su oreja.
—Escúchame bien,
si te veo a menos de cinco metros de mi hija, te mato —le susurré apretando los
dientes con rabia—. Y no en un modo metafórico, no… si te veo siquiera mirarla
a los ojos, te meteré un balazo en la frente y dejaré tu cadáver como comida
para los muertos, ¿entiendes?
Cuando me aparté
de ella, su mirada era de todo menos desafiante.
—Me llamo Maite,
por cierto, un placer conocerte. —dije antes de darme la vuelta y volver a la
furgoneta; quería ver qué habían logrado traer de la farmacia, si con eso
podíamos ayudar a Érica a recuperarse y si, por tanto, podíamos marcharnos de
una vez por todas y para siempre de Madrid.
—Ya le he dado la
bienvenida —les dije a los demás—. Creo que está encantada de estar aquí.
El suministro
médico que el fallecido Agus recopiló de la farmacia parecía estar bastante
completo, y logró satisfacer al doctor.
—Hay calmantes,
pero también antibióticos para aburrir —dijo mientras hacía recuento—. Una vez
pasado el peligro de morir por las heridas, una infección era lo que más me
preocupaba, con esto espero que logremos evitarlo.
—Creo que me
apunto a ambos —exclamó Toni sujetándose la pierna—. A los calmantes y los
antibióticos.
—Lo tengo en
cuenta —afirmó Luís, que luego se giró hacia mí—. Deberías dejar que le echara
un vistazo a tu herida, aún no he tenido la oportunidad de verla.
—Está bien, no
necesito calmantes. —respondí sin demasiadas ganas de tenerle cerca después de
haber votado en mi contra en el asunto de Irene.
—Aun así, no hará
daño que un profesional te dé su opinión, ¿verdad? —insistió.
Como no tenía una
réplica para eso tuve que ceder, y tras quitarme la chaqueta, levanté la
camiseta y dejé expuesto el rasguño que la bala me hizo al rozarme. La venda
que me colocó estaba manchada de sangre seca de cuando se me volvió a abrir la
herida, y me dolía al hacer según qué movimientos, pero no creía que estuviera
mal.
—Id preparándolo
todo —le ordené a Toni mientras Luís hacía su trabajo—. En cuanto estemos
listos, nos vamos de aquí.
Toni asintió y se
marchó cojeando con los demás.
—¿Te das cuenta? Nadie
ha vuelto a mencionar a Agus pese a que acaba de morir. —señaló Luís mientras
retiraba el vendaje de la herida.
—No es que hiciera
mucho por ganarse el cariño de nadie —contesté a desgana—. La gente ya ha
sufrido bastante como para llorar a todo el mundo.
—La gente ya ha
sufrido bastante —repitió como analizando mis palabras—. Sí, y tú querías
añadirles también la carga de abandonar a su suerte a esa chica.
—El mundo se ha
vuelto duro, Luís —intenté explicarle—. Si quieres democracia, pero no quieres
tomar decisiones difíciles, vamos a acabar mal. Puede que Irene sea inofensiva
para nosotros, pero tal vez el próximo con cuyo abandono no podamos cargar en
nuestras conciencias no lo sea.
—Hasta Aitor, el
soldado perfecto, ha votado contra eso —se defendió—. Esas “decisiones
difíciles” pueden acabar costando vidas inocentes.
—Prefiero una
decisión difícil que cueste una vida inocente desconocida a una decisión fácil
que acabe costando una vida inocente conocida —repliqué señalando al resto del
grupo—. La última vez que confiamos tan felizmente en alguien Félix murió,
Érica fue herida, Toni también y a mi casi me violan… y de esos ni siquiera
sospechábamos. Espero que hayáis votado lo correcto, porque esa chica
“inocente” ya tiene delitos de sangre en sus manos, y cualquier daño que cause
recaerá en esas conciencias vuestras que no queréis cargar con decisiones difíciles.
—Está cicatrizando
bien —determinó el doctor refiriéndose a mi herida—. No hagas movimientos
bruscos en unos días o se reabrirá. No creo que necesites puntos, y tampoco
está infectada, aunque voy a cambiarte la venda.
—Tú eres el
experto. —consentí dejándole hacer mientras miraba de mala gana cómo Irene dejaba
su mochila en el coche de Agus, uniéndose así a nosotros de manera oficial.
Aitor la ayudaba,
quizá demasiado solícitamente… ¿tendría razón Raquel? Pensaba que sus celos
eran sólo una rabieta de ex novia despechada, pero Aitor también era sólo un
chaval, capaz de meter la serpiente en el nido sin darse cuenta sólo para poner
celosa a la chica que le dejó.
“Ni tras el fin
del mundo nos libramos de estas estupideces” pensé deseando que el día se
acabara de una vez por todas. Sin embargo, eso estaba lejos de ocurrir, todavía
quedaba la parte más complicada: nuestro viaje a ninguna parte.
Había estudiado un
par de opciones para que los demás creyeran que más o menos tenía alguna idea
de hacia dónde ir, pero en realidad no era así… al final iba a ser todo
cuestión de coger los coches y buscar.
—Sé que todos
estamos de acuerdo en alejarnos de Madrid —les dije una vez estuvimos listos
para marchar—. Es lógico que nos apartemos de una gran ciudad, cuanto más gente,
más muertos vivientes… pero tampoco podemos alejarnos demasiado de un núcleo
urbano porque necesitamos comida, ropa y muchas otras cosas que sólo podemos
conseguir en lugares donde viviera alguien antes. También necesitamos agua, y
como no tengo ningún motivo para pensar que haya algún lugar donde sigan
teniendo suministro, no nos queda más remedio que aprovechar lo que la
naturaleza nos ofrece.
—¿Hablas de río
Manzanares? —inquirió Judit levantando la mano, como si estuviera en clase.
—Sí, tenemos cinco
embalses cerca de aquí, y creo que lo ideal sería acercarnos en coche a las
proximidades de alguno y buscar un lugar cercano a ellos que cumpla las demás
condiciones.
—Hay muchos
pueblecitos por esta zona —señaló Irene—. Tal vez alguno esté libre de muertos
vivientes.
—Yo no contaría
demasiado con ello —objeté—. Pero puede que haya algún edificio apartado que sí
que esté libre de muertos y que podamos apropiarnos.
—Me parece bien —afirmó
Toni, que se volvió hacia los demás—. Cualquier cosa es mejor que seguir
acampados como domingueros. Personalmente no entiendo cómo Félix y Óscar nos mantuvieron
tanto tiempo a un tiro de piedra de Madrid tirados como animales a merced del
frío.
—Bueno, ellos no
sabían que la zona segura había caído hasta la última semana —les defendió
Judit—. Hasta entonces, esperar cerca era lo mejor porque creíamos que la
ciudad se podía recuperar, y después de que arrasaran con todo, cabía la
posibilidad de que intentaran reorganizarse fuera de Madrid, de modo que
estábamos en el mejor lugar para ser rescatados.
—Ya no van a
rescatarnos, no queda nadie que pueda hacerlo, así que mejor olvidarnos de eso —intervine
para detener esa conversación, que no nos llevaba a ninguna parte—. Subamos a
los coches y pongámonos en marcha, cuanto antes empecemos, antes encontraremos
algún lugar a salvo.
Una vez todos montados
en alguno de los dos vehículos, me senté en el asiento del conductor de la
furgoneta y abrí la marcha de vuelta a la carretera, donde nos esperaba un
destino incierto.
—Ponte el
cinturón. —le ordené a Clara, que viajaba de copiloto.
—Intenta no coger
demasiados baches. —me pidió Luís desde la parte trasera del vehículo, donde
también iban Raquel, que no quería viajar en el mismo vehículo que Aitor, Toni,
que necesitaba estirar la pierna, y Érica, que seguía dormida.
—Haré lo que
pueda. —respondí sin prometer nada; que íbamos a tener que meternos por caminos
de tierra era un hecho, ya que las principales carreteras que salían de la
ciudad estaban atestadas de coches abandonados.
—Allá vamos… —exclamó
Raquel dirigiendo una última mirada hacia Madrid.
Seguramente sentía el
mismo hormigueo en el estómago que yo por abandonar el lugar donde había vivido
toda la vida. Al mirar por el espejo retrovisor vi a un resucitado solitario
salir de la ciudad dando trompicones, desde tan lejos daba hasta un poco de
pena verle tambalearse, sólo él sabía hacia dónde y para qué. La ciudad ya
pertenecía a los suyos, a los muertos; la habían conquistado a base de sangre y
mordiscos y no quedaba nadie que fuera a discutirles la propiedad… al menos de
momento. En mi foro interno deseaba de corazón que tarde o temprano los humanos
volviéramos a estar en condiciones de reclamar lo que nos pertenecía, la
sociedad que habíamos construido con esfuerzo a lo largo de milenios y que
ellos habían destruido en menos de un mes.
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