jueves, 9 de mayo de 2013

Crónicas zombi, Orígenes: Capitulo 9, Irene



CAPÍTULO 9: IRENE


“Mala suerte, sólo ha sido mala suerte” pensé mientras me agarraba al asiento del coche para evitar saltar por los aires después de cada bache del camino.
Habíamos tomado una carretera secundaria, y aunque íbamos despacio, el viejo coche parecía ir a desmontarse cada vez que encontraba algo con lo que tropezarse. El destino que seguíamos era incierto, ni ellos mismos sabían a dónde nos dirigíamos, y yo no tenía ni idea de a qué lugar podíamos ir, de modo que acepté sin cuestionar el lugar al que decidieran llevarme... cualquier cosa era mejor que quedarse en ese maldito colegio.
Había llegado a odiar ese lugar. Después de todo lo que tuve que hacer para sobrevivir, cualquier buen recuerdo que pudiera tener de él se había disipado en una nube de sangre y canibalismo. Todavía sentía en el estómago cada trozo de carne humana que había devorado… pero, ¿cuál había sido la alternativa a eso? ¿Morir de hambre? ¿Matar de hambre a cinco niños?
El grupo me odiaba; incluso los que me defendían, lo hacían más por piedad que porque mi compañía les pareciera agradable. La mala suerte en la que pensaba se debía a que la única persona con pelotas de aquel grupo fuera madre de una niña... ¿de qué manera iba a aceptarme si había matado a cinco críos incluso más pequeños que la suya?
Tampoco me arrepentía de eso… no era algo que me hubiera gustado hacer, desde luego, pero era lo que tenía que hacerse, y ya había aprendido que la mayoría de las veces lo que tenía que hacerse era una mierda. Matar niños, emborrachar a indeseables y dejarles follarme para poder reducirles y… lo que había hecho luego con esa gente era lo peor, al menos hasta que maté a los niños. Pero, de nuevo, no tenía más opciones que convertir sus últimos días de vida en un infierno de dolor y miedo.
¿Creían que me gustaba hacerles eso? El primero que llegó sólo era un pobre hombre perdido buscando refugio mientras intentaba huir de la ciudad, incluso se sintió aliviado cuando se topó conmigo, y fue bueno con los niños mientras pudo. ¿Pensaría mientras le desmembraba día tras día que hacía aquello por placer? ¿Me tomó por una psicópata? ¿No se daba cuenta de que si no se lo hacía a él tendría que habérselo hecho a alguno de los niños para alimentar a los demás? ¿Habría sido eso mejor? ¿Habría sido mejor salir con los cinco e intentar huir? Sólo tenían seis años, y eran demasiados, les habrían cogido los resucitados y habrían sufrido una muerte horrible…
“No tienen derecho a juzgarme” me dije con resentimiento mientras el coche daba trompicones sobre la carretera.
Matar a los niños fue demasiado impulsivo por mi parte, no calculé el riesgo que eso suponía porque las noticias de que el mundo se había acabado me nublaron la mente. Aunque no lo supiera esos críos estaban muertos desde antes de que los matara, desde antes de que matara por ellos, porque no había forma humana de encargarse de cinco niños en ese nuevo mundo… pero no debí matarlos. De nuevo hice lo que había que hacer, pero no me di cuenta de que había otros que serían capaces de hacerlo en mi lugar, y que su opinión iba a contar mucho para que mis nuevos compañeros me aceptaran. Debí dejar que se los llevaran si querían, ellos mismos sabían que no tenían medios para cuidar de cinco niños, pero debí dejar que lo intentaran. Sin embargo, me pudo la compasión… Aitor era un crío que apenas sabía lo que hacía, Sebas no tenía carácter ni capacidad de decisión como para tomar una medida semejante, y al final los críos morirían de la forma que quería ahorrarles cuando les disparé: a manos de los resucitados por culpa de alguna negligencia.
Y no debí hacerlo, pese a las reticencias iniciales Maite y Toni, que parecían los únicos con un poco de sangre en las venas, se habrían dado cuenta de que eliminarlos de forma indolora era lo mejor para ellos. Sin embargo, era mucho más fácil no tener que plantearse qué hacer e iniciar una caza de brujas contra mí… a fin de cuentas, ellos no les habían visto la cara a esos niños, no sabían sus nombres o habían tenido que dejarse manosear por individuos repugnantes para darles de comer. Yo era la mala porque los había ejecutado, y ellos los buenos porque no se habían visto en esa disyuntiva. ¿Acaso podía ser más injusto?
—¿Eras profesora? —me preguntó de repente la chica de gafas que viajaba a mi lado; no había abierto la boca en una media hora de camino, pero en ese momento me miraba con mucho interés.
—Sí. —respondí con desgana; no sabía por qué me lo preguntaba, ya les había dicho a qué me dedicaba al encontrarnos… aunque probablemente entonces sólo estuviera pendiente de escuchar cosas sobre niños muertos.
—¿Y qué enseñabas? —insistió la chica, Judit me parecía recordar que que se llamaba… todavía no había memorizado todos los nombres de aquella gente.
—Educación física. —le contesté volviendo la vista hacia la ventanilla del coche; en ese momento subíamos una pequeña colina, de modo que si miraba hacia atrás todavía se podía ver a la monstruosa ciudad de Madrid en el horizonte.
—Oh —dijo un poco decepcionada… y no volvió a decir nada, se quedó mirando hacia delante como si la conversación, o el intento de ella, nunca hubiera existido.
—Parece que nos paramos. —observó Sebas, que era quien conducía, cuando la furgoneta de jardinería donde iban metidos los demás se detuvo en mitad de la carretera, junto a un desvío.
Los demás bajaron de los coches, pero yo no tenía allí ni voz ni voto, y el camino a seguir me daba igual, de modo que permanecí quieta en mi asiento. No quería dejarme ver demasiado delante de Maite; sabía que nunca iba a olvidar lo de los niños, y no quería provocarla y que lograra convencer a los demás para que me acabaran echando… al menos hasta tener a alguien apoyándome en el grupo.
Además de mí misma, la única que no se bajó del coche fue la chica que venía a mi lado, que seguía mirando hacia delante como si el vehículo todavía estuviera en marcha.
—Perdona… te llamabas Judit, ¿verdad? —llamé su atención.
—Eh… sí. —contestó ella, que por algún motivo debió parecerle extraño que le dirigiera la palabra.
—¿Sabes por qué han parado? —le pregunté.
—Oh, pues me imagino que estarán decidiendo el rumbo a seguir en el cruce. —respondió sin mucho interés.
—¿Y no te importa hacia dónde vayamos? —inquirí; su actitud era realmente extraña.
—Mientras sigamos en esa dirección —afirmó señalando hacia delante—, me parece bien. Vamos a ciegas con respecto a cualquier otro parámetro, de modo que es irrelevante coger un desvío u otro.
Dicho eso, volvió su vista hacia delante. Me quedé mirándola unos segundos, pero o no se dio cuenta de ello, o no le importó lo más mínimo. Descarté de inmediato intentar congeniar con ella, era demasiado rara y no tenía la iniciativa necesaria como para que me sirviera de apoyo… ¿es que aquel grupo estaba formado sólo por pusilánimes?
Sebas y Aitor regresaron al coche unos segundos más tarde y volvimos a ponernos en marcha.
—¿Qué ha pasado? —les pregunté.
—Querían saber por qué carretera seguir, pero me parece haber visto una casa al final de ese camino —dijo Sebas señalando el desvío—. Vamos a ver si podemos parar allí para pasar la noche.
Asentí y volví a apoyar la cabeza contra el respaldo del asiento. Me parecía bien esa decisión; sólo era medio día, pero en cinco horas comenzaría a anochecer, y no quería acabar pasando la noche al aire libre. Por muy lejos que estuviéramos de la ciudad, no significaba que estuviéramos también a salvo, los muertos vivientes acechaban en cualquier lugar.
Tras un par de minutos avanzando, comencé a divisar yo también una especie de caserón al final del camino. Sin embargo, conforme nos fuimos acercando más y más, aquello empezó a parecerse más a un motel de carretera de dos pisos.
El final del camino desembocó en un pequeño aparcamiento despejado frente a la fachada de lo que, en efecto, era un motel, en cuya fachada se podía leer “El Paraíso” en unas letras de neón apagadas. Junto al nombre había una imagen también de neón de una mujer en pose provocativa agarrada a una palmera con dos cocos, lo que me hizo comprender de inmediato la verdadera naturaleza de aquel lugar.
—Un lugar poco apropiado, aquí hay niños. —gruñó Toni cuando se bajó cojeando del coche después de que aparcáramos.
—Eh, yo sólo dije que vi una casa —se defendió Sebas—. ¿Qué sabía yo que esto era…?
—¿Un burdel? —terminó la frase por él Raquel, la niña pija, indignada.
—Mamá, ¿qué es un burdel? —preguntó la cría mirando a su madre… sin embargo, ella me me miró a mí de manera amenazadora. Por instinto, dirigí la vista hacia la niña cuando hizo la pregunta, y su madre no estaba dispuesta a dejarme pasar una.
“Zorra” pensé con rencor apartando la vista.
—No importa, cariño —respondió Maite, evitando así tener que dar explicaciones complicadas—. Fuera lo que fuera antes, ahora es un lugar apartado, y más importante, tapiado.
Tenía razón, alguien se había molestado en tapar con tablas tanto la puerta principal como todas las ventanas del piso inferior.
—Creo que ahora mismo nos vale prácticamente cualquier sitio para poder descansar —opinó Luis, el médico, uno de los que me había apoyado cuando decidieron si me quedaba con ellos o me echaban… quizá pudiera ser un buen candidato para ganarme su confianza, pero si quería hacerlo, tendría que tener más cuidado que con nadie. Me daba en la nariz que ese hombre no tenía un pelo de tonto—. Érica necesita un lecho decente cuanto antes para empezar a recuperarse… pero no me gusta, este lugar podría estar ocupado por alguien, y tal y como han tapiado esto, no creo que les guste recibir visitas.
—Que estén las ventanas así sólo indica que hubo gente —matizó Toni—. No quiere decir que aún estén, ni mucho menos que sigan vivos si es que siguen allí.
—Nos acercaremos pacíficamente —sugirió Maite estudiando la situación—. Si hay alguien, y quieren que nos vayamos, nos iremos, no debe ser la única casa de los alrededores.
—Burdel. —corrigió Raquel.
—¡Lo que sea! ¿Algún voluntario para acercarse a la puerta conmigo? —preguntó al grupo, pero sólo Aitor levantó la mano… y debido a eso, vi una oportunidad de hacerme un hueco.
—Si no te importa, yo también voy. —me ofrecí, lo que llamó la atención de todos los demás.
—¿Tú? —escupió ella, que desde luego no se esperaba algo así por mi parte.
—Quiero resultar útil. —me expliqué… si aquella zorra picaba, poco a poco iría viendo que podía ser más valiosa que la mitad de los sangrefloja que la acompañaban. No podría odiarme eternamente bajo esas condiciones.
Aunque a regañadientes, picó y accedió, y un minuto más tarde ya nos acercábamos los tres a la fachada de aquel prostíbulo de mala muerte.
Además de sellar con tablones todas las ventanas, alguien las había cubierto desde dentro con gruesas cortinas que impedían ver el interior, pero a simple vista aquel lugar parecía abandonado.
—Debe haber una entrada trasera. —supuso Maite tras comprobar que las tablas de la entrada no se podían quitar con facilidad… pero de repente, una de las ventanas junto a la puerta principal se abrió, y por una rendija entre dos tablones se asomó el cañón de una escopeta.
—¿Quiénes sois y qué queréis? —dijo una quebrada voz de varón.
Al ver la escopeta apuntándonos desde la ventana levanté las manos un poco asustada, era la segunda vez que alguien me encañonaba con un arma, y seguía sin ser una sensación agradable.
—Somos un grupo en busca de un lugar donde descansar. Tenemos niños y gente herida con nosotros. —dijo nuestra líder algo tensa, pero sin dar muestras de tener miedo.
Tras unos segundos de silencio, aquel desconocido acabó por retirar el cañón de la escopeta.
—No parecéis peligrosos… aquí hay sitio de sobra, pero no me fío una mierda de nadie —afirmó con brusquedad—. Os abriré la puerta trasera, entrad vosotros tres sin armas y hablaremos. No es negociable, si no os gusta, podéis iros a tomar por culo.
Maite y Aitor intercambiaron una mirada.
—Muy bien, sin armas. —accedió ella, de manera muy irresponsable a mi juicio; aquel hombre sí que iba armado, ¿qué le impedía volarnos la cabeza nada más entrar?
Sin embargo, no dije nada. No habían pedido mi opinión, así que me abstuve de pronunciar palabra cuando retrocedimos hasta el grupo y se desarmaron.
—Esto no me gusta. —murmuró Sebas cuando se les puso al corriente de las exigencias.
—No sabemos nada de quién está ahí dentro —protestó Raquel—. Ya llevamos bastantes desconocidos por hoy, ¿no os parece?
“Zorra” pensé de nuevo, ¿quién coño se creía que era esa niña pija?
—Les estaríamos dando tres rehenes —señaló Toni con sagacidad—. Piénsalo, os encañonan y nos dicen que si no les damos la comida y las armas… o a las chicas, os vuelan la cabeza. ¿Qué coño hacemos entonces?
—Es un riesgo que debemos tomar —replicó Maite obstinada—. Sólo vamos a hablar… parecía bastante razonable, no creo que quiera hacernos daño.
“No sabes nada” mascullé para mí misma; yo también parecía amable y solícita, y mis víctimas tuvieron unas muertes horribles… pero eso era algo que no podía contarles, ya me odiaban bastante por lo de los niños.
—Todo irá bien. —afirmó Aitor con seguridad, aunque no podría explicar qué es lo que le hacía sentirse tan seguro, más allá de un optimismo estúpido.
Rodeamos el prostíbulo sólo para descubrir que en la parte trasera también habían apuntalado las ventanas, pero una pequeña puerta metálica se encontraba abierta esperándonos… y entramos por ella. El interior de aquel lugar estaba iluminado por velas, de manera que no veíamos una mierda; sentí un escalofrío al recordar el aula de la tercera planta del colegio que acondicioné para mis víctimas, y que había estado iluminada de la misma forma.
Pese a la oscuridad, pude distinguir unas mesas llenas de polvo, una barra de bar con todo tipo de bebidas alcohólicas al fondo y una barra de striptease sobre un escenario. La decoración consistía sobre todo en posters y fotografías de rameras ligeras de ropa.
—¡La puta madre que os parió! —gruñó una voz a nuestra espalda; un hombre alto y moreno, de pelo largo, bigote y perilla, y vestido con un traje elegante pero sucio, cerró la puerta de un golpe en cuanto estuvimos dentro… no parecía un tipo amistoso, de hecho, si tuviera que haber descrito su apariencia con una sola palabra, sería “peligrosa”, y que tuviera la escopeta en sus manos no me hizo cambiar de opinión.
—¡La puta madre que os parió! —repitió—. ¿De dónde coño habéis salido? Hace dos semanas que no vemos a otro puto ser vivo y hoy venís todos aquí.
—Estábamos refugiados es un campamento a las afueras de Madrid —le explicó Maite mirando con recelo la escopeta—. La ciudad está perdida, la zona segura ha caído y nadie está combatiendo a los muertos, por lo que nos hemos tenido que marchar. Sólo buscamos un lugar que nos proteja de los resucitados mientras recuperamos fuerzas.
—¿La zona segura ha caído? —preguntó suspicaz.
—Sí. —respondió Aitor asintiendo.
El hombre se quedó mirándonos como si evaluara el riesgo que podíamos suponer. Desarmada, Maite no imponía gran cosa, y Aitor, incluso con uniforme militar, sólo era un crío… no creía que yo pudiera aparentar ser un peligro para nadie tampoco.
—Los heridos no están mordidos, ¿verdad? —inquirió—. Si a alguno le han mordido, lo mejor que podéis hacer es volarle la cabeza, porque aquí no va a entrar.
—No —contestó Maite sin perder el aplomo—. Son heridas de bala.
Para mi tranquilidad, y la de todos, bajo la escopeta.
—De acuerdo, podéis pasar —consintió—. ¿Tenéis algo de comer? Estoy hasta los cojones de panchitos, a cambio podéis beber lo que os dé la gana de la barra. Pero hay una condición, las armas se quedan fuera, tengo gente que proteger y no quiero desconocidos armados aquí dentro.
—Mire, si tiene a más gente aquí, entiendo que meter en su casa a un grupo de desconocidos armados pueda resultarle peligroso, lo sé muy bien, créame —intentó razonar Maite—. Pero entienda que nosotros también tenemos que velar por los nuestros. Ya hemos tenido problemas con otra gente, y quedarnos desarmados ante otro desconocido… podría ser un ladrón y dejarnos sin nada, y no tenemos forma de saber si no es así. ¿No podemos llegar a un acuerdo?
El hombre dio un bufido.
—¿Un ladrón yo? Sois vosotros los que venís mendigando, ¿y encima queréis poner condiciones? —le espetó como respuesta—. Es mi casa y son mis reglas, si no le gustan, señora, usted y sus heridos pueden irse a tomar por culo.
No hubo mucho que discutir, todos, y me incluyo yo, nos habíamos hecho ilusiones con respecto a las posibilidades de descanso que ese lugar ofrecía… después de semanas durmiendo sobre colchonetas me apetecía probar una cama, aunque fuera una cama donde hubieran pasado cosas que prefería no imaginarme.
Como el resto también estuvo de acuerdo, aparcaron los coches pegados a la fachada y sacamos el equipaje para llevarlo al interior. Entre Luís, Sebas y Judit ayudaron a Érica, la chica herida, a ponerse en pie; al estar ya despierta se negó a seguir tumbada.
—No hagas gestos bruscos —le recomendó Luís por el camino—. Se te podrían salir los puntos.
—¿Un puticlub? —exclamó una vez dentro—. Menuda puta mierda.
—A bonitos lugares venimos. —protestó la niña pija escandalizada por las imágenes en las paredes una vez en el interior.
—Mirad el lado bueno de esto, es posible que, si estamos aquí, acabemos topándonos con Jorge. —bromeó Toni, y aunque no sabía quién era ese tal Jorge, a todos pareció hacerles gracia aquello… a todos menos a Maite.
Cuando volvimos dentro, además del hombre de la escopeta se encontraba tras la barra una impresionante mujer que debía ser, por su aspecto, de Europa del este. Tenía un crio a su lado más o menos de la edad de la hija de Maite.
—Bien, yo soy Sergei Mijaílovich Petrov, pero podéis llamarme Sergei —se presentó el de la escopeta. Me llamó la atención que tuviera un nombre que debía ser ruso, no le noté ningún acento al hablar—. Ellos son mi mujer Katya y mi hijo Andrei.
—¿Esto es un puticlub? —preguntó Érica sin ningún pudor al contemplar la obscena decoración.
—Un club de alterne —matizó Sergei—. Pero poco se alterna ya.
Tras las correspondientes presentaciones por parte de los demás, a Luís lo que le urgió fue encontrar una cama para Érica.
—Necesita reposo, se está recuperando de unos disparos. ¿Podemos acostarla en alguna parte?
—Tenéis doce habitaciones para repartiros... salvo que venga más visita —dijo Sergei—. La del fondo a la derecha es nuestra, pero el resto están libres.
Mientras todos comenzaron a murmurar entre sí para ver cómo repartir las habitaciones, Maite se acercó a Aitor para decirle algo al oído, y yo me encontraba lo bastante cerca para escucharlo.
—Voy a subir con ellos para instalar a Érica y a Clara, ¿por qué no te quedas e intentas averiguar algo más de esta gente? No me gustan las pintas que tienen. —le pidió.
Conseguir un dormitorio no me corría demasiada prisa, tenía claro que nadie iba a querer compartirlo conmigo de ser necesario, de modo que me senté en una de las sillas mientras los demás subían al piso superior. Sólo Aitor se quedó también, y tomó asiento en uno de los taburetes de la barra con Sergei y su familia al otro lado de ella. Aquel lugar me resultaba desagradable, todas esas chicas en ropa interior en las paredes me hacían sentir incómoda, y quien sabía la clase de guarra que había restregado el culo en la silla donde me encontraba.
Me di cuenta de que el niño se me quedó mirando, de modo que le sonreí… no quería empezar también con mal pie con aquella gente. El no hizo ningún gesto que diera a entender que le importaba lo más mínimo, quizá porque era demasiado tímido y allí había demasiada gente nueva para él, o quizá porque se me había puesto cara de asesina de niños sin darme cuenta.
—Tenemos algunas conservas recién saqueadas. —replicó Aitor, que les enseñó las bolsas con comida que sacaron del coche.
—Os lo agradecemos —dijo la mujer, Katya, que sí tenía un fuerte acento de Europa del este—. No hemos tenido mucha comida de verdad últimamente.
—¿Y cómo acabasteis aquí? —le preguntó Aitor, que a veces parecía tonto.
—¿Cómo terminamos aquí, dices? —repitió Sergei haciendo un gesto con la mano; de inmediato, Katya cogió un vaso de chupito y se lo llenó con el contenido de una botella de la barra—. Ya estábamos aquí cuando empezó, yo dirigía este sitio. El resto de chicas se fue la zona segura cuando la cosa se puso peor… si decís que ya no hay zona segura, supongo que estarán muertas, mala suerte. Desde hace dos semanas sólo recibimos la visita de algún muerto viviente ocasional, hasta que habéis llegado todos vosotros.
Raquel apareció bajando las escaleras, lo que provocó un tenso silencio por parte de Aitor. Observando las miradas que se intercambiaron, era evidente para cualquiera con dos dedos de frente que entre esos dos había pasado algo.
—Creo que ya nos hemos repartido las habitaciones, todavía quedan libres —añadió mirándome a mí, a lo cual asentí—. Espero que no os importe que estemos… eh… adecuándolas. Los posters de las paredes son un poco… peculiares.
—Esos dormitorios no se hicieron para dormir, niña. —le respondió Sergei, que acto seguido se bebió de un trago el chupito que le sirvió su mujer.
—Ya… bueno, Maite me dijo que os avisara. —exclamó apresurándose a volver escaleras arriba… Aitor se quedó mirándola hasta que desapareció de la vista.
—Creo que yo también quiero uno de esos. —le pidió a Sergei.
—¿Has cumplido los veintiuno? —inquirió éste.
—He matado más de veintiún reanimados, ¿te vale? —respondió Aitor.
Sergei lanzó una carcajada y le hizo otro gesto a Katya para que le sirviera un chupito al joven militar.
—Mal de amores, ¿eh? Como si no hubiera bastante con los muertos vivientes. —dedujo el ruso.
O sea que era eso, a la niña pija se le había antojado el fusil del soldado… pero claro, luego había pasado de él; natural, las niñas pijas acaban con niños igual de pijos, no con soldados, por muy niños que sean.
—Nunca me fie mucho de los militares, y los conozco bien, son clientes habituales de este sitio. Por eso nos quedamos aquí cuando todo empezó. —siguió diciendo Sergei.
—Creo que hiciste bien, al final nos ganaron. —replicó Aitor con el chupito en la mano intentando aparentar ser más hombre de lo que era.
—¿Hacia dónde os dirigís? —le preguntó—. Pensábamos que a estas alturas ya estaría todo solucionado, no teníamos ningún plan previsto a largo plazo. Nos queda algo de comida, y más alcohol del que podríamos beber, pero nada más. ¿Sigue habiendo algún lugar seguro?
—No lo sabemos, andamos buscando. —contestó el soldado, que se bebió de un trago lo que le habían servido, sólo para acabar a punto de ahogarse un instante después.
—¿Demasiado fuerte para ti? —se carcajeó Sergei—. ¡Vamos chico! ¡Eres un militar! ¿Y usted, señorita? ¿No quiere beber algo?
Se dirigía a mí, y no me lo había planteado porque habitualmente no bebía, pero quizá un buen trago era justo lo que necesitaba.
—Ponme una de lo mismo. —dije levantándome y acercándome a la barra.
—Ya has oído, Katya, ponle uno a la señorita; y ponte uno tú también, hay que recibir a nuestros invitados con cordialidad… hay mucha mierda que olvidar, ¿eh? —comentó el ruso mientras su mujer me servía un chupito como el que se estaban bebiendo ellos, y después de rellenar el de Aitor, se sirvió otro ella misma.
—Y que lo digas. —respondí cogiendo el pequeño vaso.
Aitor lo intentó de nuevo, pero no aguantó esa vez tampoco.
—¡Joder! ¿Pero qué es esto? —preguntó tomando aire desesperada.
—Vodka, niño. Bebida de hombres. —contestó Sergei.
—Bebida de hombres muertos… esto podría revivir a un resucitado. —replicó el soldado.
—¡Na zdoróvie! —dijo Katya antes de alzar el vasito y bebérselo de un trago acompañada por Sergei, que vació el suyo también.
Yo me bebí el mío con la misma técnica, lo que consiguió que me abrasara la garganta y los ojos hicieran un amago de ponerse a llorar, no obstante, aguanté con temple y volví a dejar el vaso vacío sobre la barra con un golpe.
—¡Ja! Aquí tenemos a tres hombres de verdad —bromeó el ruso—. Y dos son mujeres, ¿qué te parece soldado?
—Está bien, pero sólo uno más. —dije cuando Katya fue a rellenarme el vaso.
—Bueno, y si no hay ningún lugar seguro, ¿entonces qué planes tenéis? Katya, Andrei y yo teníamos intención de marcharnos pronto de aquí, sólo nos quedan frutos secos para comer, y de alcohol no se puede vivir hoy día, pero tampoco sabría a dónde dirigirme. Hay una base militar aquí cerca, sin embargo, parece que todo el jodido mundo está lleno de esas cosas muertas vivientes.
—No sé, queríamos subir un poco al norte y buscar algún lugar a salvo, cerca de algún pantano y de algún pueblecito para poder abastecernos —le explicó Aitor… no sonaba mal como plan, si todo está lleno de resucitados, lo mejor es ir a algún lugar donde antes hubiera poca gente, pero cerca de sitios donde poder conseguir comida y cosas que necesitáramos—. También podríamos coger la autopista e irnos bien lejos, lo estamos meditando.
—Eché un vistazo a la autopista hace unos días —replicó el ruso—. En los coches había cosas útiles, pero es imposible atravesarla si no es a pie. Hubo varios accidentes y choques que provocaron atascos conforme la gente quería huir de la ciudad. El tráfico está bloqueado incluso antes de entrar en la propia utopista. Además, hay de esos seres entre los coches… no son muchos, pero hay.
—Si tienes alguna idea, háblalo con Maite, ella es la que nos dirige, a lo mejor se nos ocurre algún lugar más concreto —dijo el soldado esquivo antes de beberse su tercer chupito—. Oye, al final se le coge el punto a esto.
Como aquello no daba más de sí, agarré mi mochila y subí al piso superior a ocupar mi habitación dejándolos allí abajo con su alcohol. Toda aquella planta era un largo pasillo sucio, cuyo único rasgo destacable eran un par de máquinas de condones colocadas justo al lado de las escaleras, con muchas habitaciones a los lados… si era un puticlub, no era precisamente de lujo, y cada vez me daba más asco estar allí.
Muchas de las puertas estaban abiertas porque la gente del grupo seguía instalándose, pero decidí pasar de largo sin mirarles y dirigirme a una de las habitaciones vacías. Nada más abrir la puerta, lo primero que me llamó la atención fue que hubiera un espejo en el techo, sobre la cama, que había sido cubierta por una colcha roja muy hortera. Las paredes eran rojas también, y estaban decoradas con posters de chicas mostrando sus partes pudendas sin ningún rubor.
Intentando no pensar en los repugnantes fluidos corporales que pudiera tener esa colcha, me senté sobre ella y dejé la mochila en una mesita. Dentro sólo tenía las pocas cosas que llevaba al colegio cuando iba a trabajar, que consistían en el contenido habitual de mi bolso y el chándal para las clases de gimnasia. Había llevado ese chándal durante más de tres semanas, y ya olía peor que la ropa que en ese momento tenía puesta, y tanto el móvil como las llaves de mi casa no servían para nada, de modo que, en resumen, el contenido de esa mochila eran un montón de cosas inútiles.
Ignorando la colcha y a las despampanantes mujeres que me miraban abiertas de piernas desde la pared, me tumbé sobre la cama para descansar un rato y poder aclarar mis ideas. Aquella misma mañana me había enterado de que el mundo se acabó cuando llegaron los muertos vivientes, todo el mundo que conocía había muerto si la zona segura había caído, y todavía no había tenido tiempo de digerir la noticia.
Estaba sola, completamente sola. No sabía si iba a conseguir que aquel grupo me aceptara alguna vez, y si las cosas se ponían feas, de mí sería la primea de la que prescindirían por lo que había hecho… pero si hubieran sabido la mitad de lo que había hecho para mantenerme viva, dejarían que Maite me volara la cabeza sin dudarlo.
Quizá lo más sensato habría sido largarme y seguir por mi cuenta, sin embargo, el ser humano es un animal de manada, y la realidad era que no tenía ninguna posibilidad de sobrevivir yo sola… necesitaba al grupo a mi lado. La situación no había cambiado tanto en realidad, ya no se trataba tanto de comer como de contar con el apoyo de los demás para salir adelante, necesitaba tener a alguien cubriéndome las espaldas, y de nuevo tendría que hacer cualquier cosa para conseguirlo… lo que fuera.
“Una cadena se rompe siempre por el eslabón más débil” pensé trazando planes en mi cabeza mientras sentía que el sueño se iba apropiando de mi mente.

No fue un sueño agradable ni mucho menos. Estaba en el colegio otra vez, con el segundo tipo que utilicé para comer, Charli creía recordar que se llamaba, en el gimnasio, aguantando con temple sus ebrias embestidas contra mi cuerpo mientras esperaba que hicieran efecto los somníferos del director que le había echado a la ginebra. Pero de repente él ya no era él, sino que era lo que había dejado de él después de mutilarle: un torso ensangrentado y destrozado que respiraba con dificultad, sin brazos ni piernas. Grité y lo aparté a un lado de un empujón cuando ya me había embadurnado de sangre, y entonces me rodearon los niños… los cinco habían muerto por los disparos que realicé contra ellos, pero caminaban y gemían como muertos vivientes, y se acercaban hacia mí con intención de devorarme viva…
Cuando me desperté, tenía sudores fríos por todo el cuerpo. Tuve que parpadear un par de veces para recordar dónde me encontraba… y me dio por pensar que en el sueño estaba mejor. Casi más cansada que cuando me dormí, me levanté de la cama, que por otra parte era cómoda, y salí al pasillo de nuevo. No sabía cuánto tiempo había pasado porque no me ocurrió mirar el reloj antes de dormirme, pero todas las puertas habían sido cerradas y se escuchaban voces desde el piso inferior. Los demás tenían que haber bajado, de modo que fui hacia el bar yo también.
—…hacia la costa, tíos, hay que ir hacia la costa —le decía Toni a los demás; se habían reunido todos allí, menos Érica, que necesitaba descansar para recuperarse de sus heridas, y no se molestaron en avisarme. No queriendo hacerme mala sangre por ello, discretamente busqué un asiento yo también y me dediqué a escuchar—. Si había algún plan de evacuación del gobierno, tenía que ser en la costa, alguna isla en el Mediterráneo, o en el Atlántico.
—No, al norte, hay que ir al norte —le contradijo Luís—. El frío tiene que congelar a unos seres sin riego sanguíneo, quizá por allí la cosa no haya sido tan grave, estamos en pleno invierno.
—No me convence lo de ir hacia el norte —reflexionó Aitor—. No he oído en ninguna parte que los países nórdicos lo tuvieran mejor que nosotros.
Maite miró a Judit, que permanecía ajena a la discusión ojeando un libro que no sabía de dónde demonios había sacado.
—¿Y tú qué opinas? —le preguntó—. Estuviste trabajando para el gobierno con todo esto, ¿no?
Levantó la vista como si no se hubiera dado cuenta de que a su alrededor se producía una discusión.
—¿Eh? Sí… sin pulso deberían ser más susceptibles a la congelación pero, por lógica, habrá menos muertos vivientes donde menos gente haya. Habría que ir hacia Castilla la Mancha, estadísticamente es la zona con menor densidad de población del país. Desde luego, mucho menor que en cualquier lugar de la costa.
—Sea como sea, no podemos movernos por autopistas —afirmó Toni—. No creo que sea sólo la M40, ¿no visteis las noticias cuando todavía había noticias? En todas partes mostraban colas kilométricas de gente que huía.
—¿No sería más sensato quedarse por aquí cerca? —propuso Raquel—. Al fin y al cabo, los resucitados sólo son cadáveres, terminarán pudriéndose del todo, ¿no?
Judit, que ya había vuelto a su lectura, no pudo contener una carcajada que hizo que todos nos quedáramos mirándola. Cuando se dio cuenta de ello pareció extrañarle.
—Perdón. —se disculpó poniéndose colorada.
—¿Alguna objeción? —le preguntó Maite.
—Es sólo… esos seres no se descomponen como un cadáver normal, es decir, si se descompusieran, a estas alturas ya estarían, de hecho, descompuestos. Lo mismo que los reanima deja su putrefacción suspendida, o más bien ralentizada.
—Entonces, ¿cuánto podrían tardar en pudrirse lo suficiente como para que ya no puedan moverse y morder? —inquirió Aitor con interés.
—No lo sé —respondió ella cerrando el libro de golpe y mirando hacia el techo pensativa—. Supongo que la infección repele la mayoría de los microorganismos que provocan la descomposición, así que, aunque dependería mucho del clima, podrían ser… ¿cinco años?
—¡¿Cinco años?! —exclamó Toni desalentado—. ¿Cinco años de esos seres merodeando por todas partes?
—Vamos a tener que matarlos nosotros antes. —bromeó Aitor, pero Judit se tomó el comentario muy en serio.
—Según las últimas estimaciones oficiales, ya había una persona viva por cada cinco muertos vivientes —calculó—. Si tenemos en cuenta la caída de la zona segura, y que la gente que se quedó atrincheradas en sus casas a esperar que todo pasara no tiene demasiadas posibilidades… cada ser humano superviviente tendría que acabar con unos mil muertos vivientes para limpiar el mundo. En este lugar somos ahora mismo trece personas, contando heridos y niños, de modo que para cumplir nuestra cuota tendríamos que matar trece mil muertos vivientes. Poco más de siete de ellos por día a lo largo de esos cinco años, y eso contando con que el resto de los vivos cumpla su cuota.
No podía creer que hubiera hecho esos cálculos mentalmente y del tirón ella sola.
—¿Tú que eres? ¿Una especie de cerebrito? —le preguntó Katya, que seguía tras la barra junto a su hijo, mientras que Sergei se había sentado en una mesa con los demás.
—Mi coeficiente intelectual es de ciento noventa, igual que el de Garry Kasparov, si es que te refieres a eso. —respondió ella sin el menor rasgo de prepotencia, casi con vergüenza por ser mucho más lista que la media.
—¡Mola! ¿Puedes sumar dos números cualquiera? —exclamó entusiasmado Andrei, que igual que su padre, no tenía el más mínimo rastro de acento roso, aunque era posible que él hubiera nacido en España.
—Eh… bueno sí —respondió Judit, que comenzó a ponerse nerviosa—. Y multiplicarlos, dividirlos y casi operar de cualquier manera con ellos. Gané un concurso de cálculo mental en…
—Doce mil ciento veinticuatro por… diecisiete. —le preguntó la hija de Maite con entusiasmo.
—Doscientos seis mil ciento ocho. —contestó ella un segundo más tarde.
—¡Qué guay! —exclamó la niña.
—¿Podemos volver al tema del que estábamos hablando? —propuso Maite.
—Sí, dejad los numeritos para cuando se puedan matar resucitados con ellos. —escupió Sergei.
—Visto que no hemos sacado nada el claro, sugiero que lo mejor sería seguir con el plan inicial —expuso Luís—. Hay pantanos por aquí cerca donde conseguir agua, y varios pueblecitos donde abastecernos. Con alejarnos un poco más de Madrid debería bastar.
—Si ese es vuestro plan, a mi familia y a mí nos gustaría unirnos —solicitó Sergei—. Si ya no hay salvación, no podemos resistir aquí dentro eternamente. Tengo un arma y un coche que aportar, además de estar dándoos cobijo ahora mismo.
—No tenemos problemas en aceptar a alguien con buenas intenciones. —asintió Maite, que luego me dirigió una mirada venenosa.
“Zorra” pensé una vez más; si ese niño había nacido por relaciones consentidas, yo era la reina de Inglaterra, ¿es que no se daba cuenta nadie más de que esos tres eran una puta, su hijo bastardo y el tío que la chuleaba?
Con ese acuerdo pactado, decidieron que nos quedáramos en aquel puticlub un par de días, durante los cuales estudiarían los mapas de carreteras para decidir un destino y los heridos podrían recuperarse un poco. Todos parecían bastante contentos por tener un techo, pero no pude compartir su alegría porque yo no viví a la intemperie como ellos, aunque tenía que reconocer que aquel lugar era mucho más cálido que el colegio… o quizá fuera por el alcohol que me pasé bebiendo el resto del día.
—Si sigues bebiendo así, mañana tendrás resaca. —me advirtió Katya tras mi cuarto chupito de tequila, ya habiendo caído la noche… pero, ¿qué más me daba? ¿Acaso había algo mejor que hacer allí?
—¿Qué haces aquí abajo? —preguntó Maite cuando unas lentas pisadas bajaron la escalera.
No había visto a Érica más que los pocos segundos que permaneció despierta entre que se bajaba de la furgoneta y entraba a aquel lugar, de modo que me sorprendió comprobar que la habían vendado por completo desde el pecho hasta la cintura. Tenía tres pequeños puntitos de sangre seca en los lugares donde recibió los disparos que la dejaron en esa situación, y era impresionante que fuera capaz de mantenerse en pie.
—¡A la mierda! No aguantaba más allí tumbada. —refunfuñó acercándose a una mesa; hizo varios gestos de dolor contenido al sentarse en una de las sillas.
—No has debido bajar, se te podrían saltar los puntos. —gruñó Luís acercándose a su lado.
—¡Que les jodan a los puntos! —exclamó ella, que entonces reparó en mí—. ¿Y ésta quién es? ¿Una de las putas de este sitio?
“Que maja” pensé con inquina.
—Es Irene, ¿no te acuerdas? —intento recordarle Luís—. Creo que estabas demasiado sedada.
En otras circunstancias, antes de levantarme y marcharme habría dicho algo como “me voy a tomar un poco el aire”, pero no había necesidad, ya me había dado cuenta de que a nadie le importaba una mierda lo que hiciera, así que salí fuera para apartarme de esa gente un rato.
En aquel lugar lejos de la ciudad, en plena noche y al aire libre, el viento traía un aire congelado hacia mí, que sólo iba vestida con una camiseta y una cazadora por encima; pero prefería estar allí a volver dentro. No se podía decir que sintiera aprecio por ellos, sin embargo, su indiferencia me dolía, y la forma en que Maite me recordaba que me odiaba cada vez que cruzaba su mirada conmigo no ayudaba mucho a evitar esa sensación.
“Tal vez no sean sus miradas” me dije a mí misma, “tal vez sea que, en el fondo, siento que me merezco ese desprecio.”
Di un par de vueltas por la parte trasera del local para entrar en calor, pero sin alejarme demasiado… no quería toparme con algún resucitado despistado. Estaba segura de que desde allí se verían las luces de la ciudad de Madrid por la noche, sin embargo, con Madrid abandonada a los muertos, las únicas luces que se podían ver eran las de la luna y las estrellas; del mismo modo, el único sonido era el de la brisa. Costaba acordarse de los muertos vivientes estando allí, de modo que me permití quedarme tomando el fresco un rato más.
—Me acaban de contar lo que hiciste. —dijo unos minutos más tarde una voz femenina a mi espalda. Alarmada, me giré y me encontré a Érica a un metro de mí, con un hacha en la mano y un algo en la mirada que no me gustó nada.
—¿Ah, sí? —pregunté sin saber qué responder ante su afirmación.
—No eres más que una zorra asesina. —exclamó levantando el hacha en el aire.
Asustada, retrocedí un par de pasos al ver que esa loca tenía la intención de matarme de un hachazo… pero el maldito alcohol y andar hacia atrás no eran buena combinación, y terminé cayendo de espaldas sobre la tierra.
—¿Qué… qué vas a hacer? —pregunté sin necesidad, sus intenciones eran bien claras, ¿la habría enviado Maite, o sería algo que hacía por su cuenta?— No tienes que hacer esto.
—¿No? ¡Que te jodan, zorra asesina! —bufó tomando impulso con el hacha.
Ya había cerrado los ojos y me había preparado para recibir el golpe cuando vi que tuvo que retroceder hacia atrás un par de pasos ella también, tras lo cual se llevó la mano al estómago dolorida… eran las heridas, los puntos le tiraban y le dolían, además de estar débil por los calmantes y los antibióticos.
No supe qué cables se cruzaron en mi cabeza mientras me incorporaba, pero de repente sentí un acceso de ira terrible. ¡Había intentado matarme! ¿Qué coño se había creído aquella gilipollas?
Me lancé sobre ella completamente enloquecida y la tumbé de espaldas contra el suelo… el golpe no debió sentarle bien, porque además de resoplar dolorida acabó soltando el hacha. Lo primero que hice fue darle un puñetazo en la herida del estómago, consiguiendo arrancarle un gemido.
—¿Crees que puedes venir y matarme sin más? —bramé dándole un golpe en otra de sus heridas; aquello le dolió tanto que no pudo ni gritar, tan sólo puso los ojos como platos, igual que habían hecho en ocasiones los dos tipos a los que descuarticé—. ¿Sabes lo que he tenido que hacer para llegar hasta aquí? ¿Eh, loca de mierda?
Las manchas de sangre sobre los vendajes que tenía en cada lugar donde le habían disparado comenzó a ampliarse… los puntos acabaron por saltar debido a los golpes, pero eso no me detuvo, no iba a dejar que tuviera una segunda oportunidad de intentar matarme, así que me senté sobre sus hombros, inmovilizándole los brazos, y luego con una mano le tapé la boca y con la otra la nariz.
—¿Sabes lo que he tenido que hacer, zorra? —le susurré fuera de mí mientras ella se retorcía intentando soltarse para no morir asfixiada.
La chica era más corpulenta que yo, en otras condiciones podría haberme rechazado y obligado a morder el polvo… pero estaba débil y herida, no era una rival, y quedó por completo a mi merced.
—He hecho cosas que me hacen asquearme de mí misma: maté a los niños, sí, pero también me he dejado usar por tipos despreciables, tipos a los que luego fui desmembrando trozo a trozo, devorándoles poco a poco, alimentando con ellos a los niños y alimentándolos a ellos mismos con su propia carne para mantenerlos vivos más tiempo. —Cuando la miré a los ojos, no sabía si estaba más asustada por estar ahogándose o por lo que le contaba—. ¿Crees que después de eso voy a dejar que una retrasada con un hacha me joda? ¿Lo crees?
Evidentemente no contestó, no tardó ni unos segundos más en ponerse morada y perder el conocimiento. Cuando sentí que ya no hacía fuerzas la solté, comprobé su pulso y vi que no tenía, luego miré hacia la casa… todos seguían allí dentro, ajenos a todo tras unas ventanas tapiadas con madera que no dejaban ver lo que ocurría fuera. No pude evitar sonreír.
—¡Socorro! —grité con mi voz más desesperada tras dejar pasar un tiempo prudencial para asegurarme de la muerte—. ¡Socorro! ¡Que venga alguien! ¡Por favor!
Me tumbé en el suelo de forma que pareciera que me había caído de espaldas, y esperé hasta que empezaron a salir todos fuera. Me forcé a comenzar a llorar… mi vida dependía por completo de aquella interpretación, las lágrimas, sin embargo, no surgieron.
—¡Dios! ¿Qué ha pasado? —preguntó Aitor al llegar a la escena del crimen, pero Luís no se detuvo a hacer preguntas y se arrodilló delante de Érica.
—Ella… me atacó. —contesté fingiendo estar muerta de miedo.
—¿Qué coño le has hecho? —escupió Maite corriendo hacia mi lado y levantándome del suelo de un violento tirón de la cazadora—. ¡Responde! ¿Qué has hecho?
—¡Nada! ¡Lo juro! —respondí—. Me dijo que le habíais contado… eso… y quiso atacarme con el hacha, pero no pudo, cayó hacia atrás y…
—No tiene pulso —exclamó Luís examinándola—. Se le han saltado los puntos.
“Quédate muerta, zorra, no me jodas” pensé al ver que el doctor comenzaba a realizar con ella una maniobra de reanimación.
Maite me arrojó al suelo con desprecio y corrió junto a la chica, pero los demás sólo supieron quedarse mirando horrorizados los esfuerzos de Luís por revivirla. Aitor se acercó hacia mí para ayudarme a levantarme, y no desaproveché la oportunidad para aferrarme a él como si fuera mi protector ante todo aquello, mi caballero andante. La mente masculina era tan manipulable…
—No responde. —anunció Luís tras casi un minuto intentando despertarla.
—¡Sigue intentándolo! —le apremió Maite no dispuesta a rendirse.
—Ha muerto. —sentenció el doctor negando con la cabeza.
La conmoción en el grupo fue evidente. Me agarré más fuerte a Aitor y comencé a sollozar en su regazo, pero fui separada bruscamente por Maite, que parecía más furiosa que apenada.
—¡Si descubro que has tenido algo que ver en esto…! —bramó fuera de sí.
—Yo no… ¡ella me atacó y se desmayó! ¡Yo no hice nada! ¡Sólo pedí ayuda! —balbuceé.
Sin pruebas, y nada que pudiera indicar que yo había tenido algo que ver con su muerte, Maite no pudo acusarme, de modo que me soltó y volvió hacia el cadáver.
—Hay que rematarla antes de que despierte —dijo—. Y tendremos que enterrarla, se merece un funeral digno.
Sollozando aún para hacerme la víctima, sentí cómo la mano de Aitor se apoyaba en mi hombro. Le miré, y por su mirada supe que había picado el anzuelo hasta el fondo… el príncipe azul al rescate.
Gentilmente me acompaño dentro mientras los demás seguían allí lamentándose por la suerte de aquella zorra psicópata, pero yo tenía que luchar por no sonreír. De un plumazo había eliminado una amenaza, y en cuanto flirteara un poco con el soldado, me habría ganado también un aliado. El futuro ya no parecía tan oscuro.

5 comentarios:

  1. La verdad, te está quedando muy bien y muy pulido el papel antagónico de Irene...Mola. No me dejes en ascuas.

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  2. La llamaban loca... loca locaaaa

    Muy bueno sí. muy bien descrito la ahumanidad de Irene.

    Erikaaaaaaaa :(

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  3. La vida es dura... el jueves noche, hora española, el capítulo 10 "final de temporada", dejando las bases asentadas para la season 2 xD

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  4. Vas a sacar DVD con comentarios del director, escenas cortadas y sobre todo... TOMAS FALSAS!!

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    1. Es una idea tentadora, pero le quitaría seriedad al asunto xD

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