miércoles, 5 de febrero de 2014

Crónicas zombi, Orígenes: Capitulo 17, Irene



CAPÍTULO 17: IRENE


En el grupo no hacía más que quejarse de lo desesperada que era nuestra situación, pero ninguno se había detenido a pensar que la mía era, sin duda, la más desesperada de todas. Nadie entre ellos me tenía el menor aprecio, aquello ya lo tenía asumido, y lo cierto era que, salvo por sus implicaciones prácticas, me importaba una mierda. Pero resultó que hasta la única persona que por lo menos me tenía en consideración, que era Aitor, se había largado en cuanto tuvo la oportunidad... y quizá eso fuera lo más inteligente que el soldadito hiciera en toda su vida.
Por muchos debates que quisiera Maite, la única verdad era que la comunidad que había montado aquella secta era lo más parecido a un lugar seguro que íbamos a encontrar. Desgraciadamente la actitud de Sergei iba a conseguir dejarme fuera de ella, lo que sin duda acabaría significando mi muerte.
Pero no me iba a rendir tan fácilmente. No había llegado tan lejos para acabar de aquella manera… no mientras pudiera hacer algo para remediarlo. Mientras trotaba siguiendo la carretera en dirección al pueblo, aprovechando que, pese a haber pasado casi un mes encerrada en un colegio, mi forma física de profesora de gimnasia todavía la conservaba, no podía dejar de pensar en lo que el chalado que Maite había llevado a la ermita nos había contado. Sinceramente, me daba completamente igual que aquel grupo de sectarios se hubiera cargado a los militares de la base. De hecho, aquello me convencía todavía más de que tenía que hacer todo lo posible para unirme a ese grupo. Si podían con militares armados en su propio territorio, podían con cualquier otro problema que les pudiera presentar en el futuro.
No me importaba realmente que fueran los fanáticos sectarios que Maite creía si podía confiar en ellos, me daba igual que le rezaran a cabezas cortadas o que bebieran sangre de militares si tras sus paredes estaba a salvo. Fingir que adoraba a una líder con complejo de mesías y seguir sus tontas normas basadas en gilipolleces religiosas no era lo peor que me podía pasar a cambio de comodidades y protección, a fin de cuentas había trabajado en un colegio religioso durante algún tiempo, y en cierto modo la situación era parecida.
A mi favor tenía que, tras las explicaciones del militar chalado, era evidente para cualquiera con dos dedos de frente que ninguno de los panolis del grupo iba a votar a favor de unirse a la comunidad, de modo que no había ningún motivo para que no lo hiciera yo. Sólo tenía dos problemas: el primero era Aitor, que ya estaba con ellos, pero ese tenía fácil solución porque a él podía convencerle de que no dijera nada sobre mi pasado con facilidad. El otro problema era Sergei, que seguía tan dispuesto a unirse a ellos como al principio y a quien no iba a poder convencer de nada… y por eso me estaba dando tanta prisa en llegar al lugar de encuentro acordado con la gente de la secta. Si lograba ser la primera en contactar y convencerles de que nadie más se iba a unir, nos iríamos de allí, y una vez entre ellos me sería muy fácil dejar a Sergei fuera.
Tenía que admitir que mi plan tenía algunas lagunas, perfectamente ese proxeneta hijo de puta podía presentarse en las puertas de aquel lugar exigiendo a voces un sitio dentro, pero para entonces esperaba haber podido contarles ya que las recientes muertes de sus hombres fueron causadas por Maite y los suyos, cerrando la puertas a cualquiera que quisiera unirse también.
Los resucitados del camino eran uno de mis mayores temores cuando la única defensa que tenía contra ellos era un cuchillo que saqué del colegio. Me hubiera gustado tener un arma de fuego, pero la que conseguí de mis primeras víctimas se había quedado sin balas, y después de lo que pasó con los niños, sabía que con sólo sugerir la idea de que me dejaran llevar otra Maite se habría puesto histérica. No obstante, en las afueras del pueblo no creía que fuera a tener problemas con los muertos, y esperaba que una vez llegara al lugar acordado quien fuera que me esperara allí estuviera convenientemente preparado para enfrentarse a ellos, si era necesario hacerlo.
Ese lugar de reunión resultó ser un pequeño chalecito de las afueras, tan a las afueras que en realidad era una de las últimas casas del pueblo. Al no ver señales de vida fuera, entré al jardín interior con precaución.
—¿Hola? —llamé, pero en voz no demasiado alta, por si los resucitados. La puerta principal de la casa estaba abierta también, de modo que no creía haberme equivocado de lugar, pero aun así puse una mano en el cuchillo, preparándome para utilizarlo si la cosa se ponía fea por cualquier motivo—. ¿Hay alguien ahí?
—¡Ah! ¡Hola! —Un tipo grandote y con cara de tonto salió a recibirme con una sonrisa de idiota en la cara—. Debes ser del grupo de Maite, ¿no?
—Sí, lo soy —le respondí acercándome a él tendiéndole una mano—. Hola, me llamo Irene… ¿qué tal?
—Óscar Gutiérrez, es un placer conocerte —se presentó él—. Ya empezaba a pensar que no vendríais, os habéis tomado vuestro tiempo. Aunque en realidad tengo órdenes de esperar aquí todo el día, esperaba que tomarais la decisión de venir mucho antes… pero veo que estás sola, ¿no? ¿Dónde están los demás?
—Lamentablemente no va a venir nadie más —mentí a aquel tipo tan parlanchín. a juzgar por su forma de expresarse, me daba la impresión de que no era lo que se dice un hombre listo, de modo que creía poder engañarle con facilidad—. Lo estuvimos discutiendo ayer toda la tarde y toda la noche, y lo votamos esta mañana… lo siento pero el resto del grupo no está dispuesto a venir, prefieren buscarse la vida por su cuenta y rechazar vuestra oferta.
—Oh… ¿en serio? —preguntó consternado—. Vaya… no sé qué decir. Me pareció que Maite y esa chica rara, Judit creo que se llamaba, no salieron demasiado satisfechas con lo que vieron allí, pero creía que la otra chica, la novia de Aitor, estaba más convencida. Aunque sólo fuera por querer estar con él…
—Ex novia —le corregí—. Supongo que prefiere empezar de cero lejos de él, no lo sé, pero nadie más va a venir.
—Pues ya lo siento —afirmó pesaroso agachando la cabeza—. La vida ahí fuera es… complicada como poco, y después de haber visto la verdad a manos de nuestra Señora de verdad creía que…
—Hay gente que no está preparada para la verdad —exclamé siguiéndole el rollo a aquel tipo tan enervante—. Yo, sin embargo, tengo mucho interés en presenciar esos milagros de los que tanto he oído hablar. Creo que, como nadie más va a venir podemos marcharnos de aquí ahora mismo. Me gustaría conocer ese lugar donde vivís cuanto antes, y tengo un poco de hambre… no teníamos mucha comida en la ermita.
—¡Oh, perdona! ¿Dónde están mis modales? —prorrumpió dándose un golpecito en la frente con la palma de la mano—. He traído algo de agua y comida precisamente por si teníais hambre o sed. Están en la cocina, puedes pasar y tomar algo mientras esperamos, si quieres.
—¿Esperamos? —repetí con recelo—. ¿A qué? No sé si me has escuchado, pero ya te he dicho que no va a venir nadie más.
—Esperaremos a ver si cambian de idea —contestó mirándome con su estúpida sonrisa de bobalicón, que ya me estaban dando ganas de borrarle de la cara de un sopapo—. De todas formas, no nos esperan en la basílica hasta antes de que caiga la noche, podemos aguardar unas horas más por si finalmente alguno decide entrar en razón y nos acompaña.
“Maldita sea” mascullé para mí misma… ¿por qué todo tenía que ser tan complicado?
—En realidad yo preferiría que nos fuéramos cuanto antes —insistí adoptando un tono lastimero que ya había funcionado con Aitor y que esperaba que le conmoviera, aunque sólo fuera un poco—. Este lugar, dentro del pueblo, podría ser peligroso con todos esos resucitados fuera. Además, me gustaría comenzar a sentirme segura por primera vez en semanas cuanto antes… ¿de verdad no podemos irnos ya? Anoche dormí sobre una piedra helada y la espalda me está matando.
—En el comedor hay un sofá, y las camas de los dormitorios están limpias —me ofreció con amabilidad—. Si quieres echarte un rato y descansar está bien, no voy a marcharme de aquí sin ti, te lo prometo, y esta casa es completamente segura. Mi gente y yo hemos limpiado la zona varias veces, la primer de ellas cuando sacamos toda la comida de las casas, así que estás completamente a salvo, créeme. Por eso os citamos justamente aquí.
—Vale, como quieras —tuve que ceder al ver que no iba a cambiar su postura. Tendría que ser de otra manera… no lograba entender por qué todo el mundo se empeña en ponérmelo difícil y en obligarme a hacer cosas que realmente no quería tener que hacer— ¿Me acompañas a la cocina? La verdad es que me muero de sed.
—Por supuesto. —accedió muy caballeroso ofreciéndome precederle al interior de la casa.
Aunque tenía un poco de polvo debido al tiempo pasado sin ser limpiada, el interior de aquel lugar todavía se conservaba en buenas condiciones, señal de que los muertos no habían llegado a dejar su marca allí. Sobre unos estantes había varias fotos enmarcadas de los que debieron ser los antiguos dueños de la casa, y que probablemente en esos momentos estuvieran en algún lugar del pueblo buscando carne humana que llevarse a la boca, si es que no eran de los que la secta había matado en sus limpiezas.
En la cocina había varias raciones militares sobre una mesa y tres botellas de agua completamente llenas al lado. Óscar había acudido allí con comida para todo el grupo… de verdad creía que acabarían uniéndose todos, y eso era algo que no lograba comprender. Teniendo en cuenta que sólo vio las reacciones de Maite, Judit y Raquel, ¿qué le hizo pensar que estaban satisfechas con lo que les mostraron? ¿El escepticismo de Judit ante la santidad de su líder, o la reacción horrorizada de Maite al saber lo que hacen con las cabezas de los muertos?
Precisamente por ese mismo motivo no utilicé lo que sabía sobre los tres muertos de la base para convencerle, semejante bobo seguramente querría escuchar lo que los demás tuvieran que decir en su defensa, y eso podía arruinar todo el plan.
—De verdad, creo que deberíamos irnos cuanto antes —le exhorté una vez más mientras él, muy cortésmente, me servía el agua que le había pedido en un vaso de la vajilla de la casa—. Conozco a esa gente, sé que no van a cambiar de idea… a estas alturas puede que incluso se hayan marchado ya de la ermita.
Mis palabras le dejaron pensativo unos segundos, que debía ser el tiempo que aquel hombre necesitaba para tener un pensamiento sencillo, durante los cuales hasta tuve la esperanza de que recapacitara y decidiera que nos fuéramos. Sin embargo, cuando volvió a hablar me sentí terriblemente decepcionada.
—¿Sabes? Tal vez lo que debería hacer es acercarme por allí, si es que todavía están, para intentar que recapaciten —sugirió ofreciéndome el vaso lleno, al cual di un trago porque realmente tenía sed después de tres kilómetros y pico caminando al trote—. Quizá, como la mayoría de ellos no conocen a nadie de los nuestros, si ven que no somos unos bichos tan raros se convenzan.
—Bueno, no digo que no sea una idea, pero… —intenté disuadirle, aunque no parecía querer escucharme.
—Decidido, voy a ir —afirmó con rotundidad—. Puedes quedarte aquí y esperarme si quieres, o si lo prefieres puedes acompañarme. De hecho casi lo preferiría, no me gustaría dejarte sola, y quizá entre los dos consigamos ejercer más presión.
“Gilipollas de mierda” gruñí para mí misma al ver que aquel pedazo de imbécil no sólo iba a conseguir que siguiéramos allí cuando Sergei llegara, sino que además tenía la intención de ir y buscarle él mismo, jodiendo todos mis planes.
—Te acompaño —le dije disimulando mi frustración—. No quiero quedarme sola.
—¡Estupendo! —exclamó satisfecho frotándose las manos—. Venga, no perdamos más tiempo y pongámonos en marcha. Cuanto antes les convenzamos, antes podremos ir todos juntos a la basílica de una buena vez.
—Por supuesto, vamos —respondí mostrándole una falsa sonrisa—. Por cierto, una pregunta. ¿Cómo lo hacéis para moveros por el pueblo sin toparos con los muertos? Porque según tengo entendido, de aquí a la basílica hay que atravesar casi medio pueblo, y no creo que lo hayáis limpiado tanto de muertos como para que sea seguro moverse por él sin más.
—¡Oh! Nos llevó un tiempo, pero ahora tenemos varios caminos despejados que nos permiten movernos con facilidad —me aseguró muy orgulloso—. Desde aquí, por ejemplo, sólo hay que seguir la avenida hasta el final y luego seguir recto por la calle de San Sebastián y la calle del Real, que están bloqueadas con coches para que no las invadan los muertos. Más sencillo imposible, ¿verdad? Hasta se podría hacer andando.
—Muy cierto —asentí dejando que me precediera de camino al patio… y en cuanto me dio la espalda, apreté los dientes, tomé aire, agarré el cuchillo que llevaba guardado y se lo clavé en la espalda con todas las fuerzas que pude reunir.
—¡Ah! —fue lo único que logró balbucear antes de caer de rodillas al suelo con los ojos y la boca muy abiertos en un gesto de sorpresa.
—¿Por qué? —pregunté con rabia arrancándole el cuchillo de la espalda y volviéndoselo a clavar varias veces más—. ¿Por qué cojones todos os empeñáis en obligarme a haceros este tipo de cosas? ¿Eh? ¿Por qué?
Con la siguiente puñalada un fino hilo de sangre comenzó a colgarle de la boca.
—¿Creéis que soy una jodida psicópata? ¿Creéis que me gusta hacer estas cosas? ¡Joder, no! ¡No! ¡No! —grité cambiando de posición y apuñalándole en el estómago—. ¡Sólo intento seguir viva! ¿Sabes? Como todo el puto mundo… pero no me lo ponéis fácil, nada fácil, y es por eso por lo que tengo que hacer cosas como éstas constantemente.
La última puñalada se la di en el corazón para rematarle de una vez, y tras ella su cuerpo cayó al suelo completamente muerto. Resoplé agotada y me miré la mano, que había terminado llena de la sangre de mi nueva víctima mortal.
—¿Por qué os empeñáis en obligarme a hacer estas cosas? —repetí en voz baja, casi hipnotizada por lo rojo y viscoso que era el fluido vital de aquel tipo.
Había vuelto a matar, como a aquel hombre que vino al colegio buscando refugio, como a ese tal “Charli” que se coló en él mientras intentaba huir de Madrid, como a Jessica, Miguel y el resto de niños, como esa zorra de Érica… pero todo había sido necesario, maté a los dos tipos del colegio porque teníamos que comer, maté a los niños porque no podía cuidar de ellos, maté a Érica porque intentó matarme a mí, y acababa de matar a ese bobalicón inocente porque era lo que tenía que hacer para sobrevivir, como siempre.
No podía dejar que hablara con los demás, ellos jamás debían llegar hasta la basílica, ese lugar era mi única oportunidad de volver a tener una vida, mi única oportunidad de empezar de cero, de estar rodeada de gente que no me juzgara por los asesinatos que había cometido. Resultaba irónico que para ello tuviera que empezar matando a uno de los suyos.
Me forcé a volver al presente al darme cuenta de que no podía perder más tiempo en esa casa. Sergei, y quizá incluso alguien más, podían presentarse por allí en cualquier momento, y para cuando lo hicieran lo mejor sería que yo estuviera lo más lejos posible.
Cogí una de las botellas de agua, una de las raciones y limpié mi cuchillo contra la ropa del fallecido Óscar, que si nadie lo impedía, y esa persona no iba a ser yo, pronto sería un muerto viviente. En cuanto lo tuve todo, salí del chalet, cerré la puerta y emprendí el camino supuestamente seguro para llegar a la basílica que con mucha amabilidad me había indicado el muerto momentos antes.
Habría mentido al decir que no me daba miedo tener que atravesar un pueblo lleno de muertos vivientes, la realidad era que no sólo me había quedado en el colegio encerrada durante semanas por los niños, sino también porque no me atrevía a salir de él y plantarle cara a lo que había fuera. Durante días, la radio y la televisión sólo hablaban de lo peligrosos que eran esos seres, de cuánta gente había muerto, de cómo la sociedad se iba colapsando por culpa de ellos… tenía de sobra motivos para tener miedo.
Sin embargo, aquellos días estuve más asustada de lo que estaba mientras caminaba por el pueblo buscando la basílica. Desde que me encontrara en el colegio abrazando mis rodillas y rezando porque todo acabara de una vez hasta ese momento no había pasado demasiado tiempo, pero ese tiempo me había cambiado mucho. Ya había matado a nueve personas vivas, aunque cinco de ellas fueran niños, ¿cuánto más peligroso podía ser un reanimado que un ser vivo? Debía de ser incluso más fácil rematarlos, al menos psicológicamente hablando.
Si aquello era cierto o no, tardé poco en averiguarlo. El bobo de Óscar había dicho la verdad cuando me aseguró que su grupo protegió las carreteras que llevaban fuera del pueblo colocando coches abandonados bloqueando las entradas a las calles, de modo que los muertos no podían atravesar la barrera y éstas se encontraban despejadas. Aun así, no resultaba agradable moverse por allí a pie debido a que los resucitados, pese a que no podían pasar entre los coches, no por ello dejaban de intentarlo, y tener a muertos por todas partes gruñendo y estirando sus putrefactas manos hacia ti, luchando por agarrarte, lograba poner de los nervios a cualquiera.
Pese a todo, cometí la locura de acercarme hacia ellos cuando vi que, tras una furgoneta atravesada que bloqueaba media calle, una chica muerta viviente llevaba un crucifijo negro y bastante voluminoso colgado al cuello. Me lo tuve que pensar durante un segundo, no me hacía gracia vérmelas con una de esas cosas putrefactas, pero me convencí al pensar que daría una mejor impresión en mi nueva comunidad si pensaban que ya en el pasado había tenido un carácter religioso, así que me acerqué a la muerta y saqué el cuchillo con el que acababa de matar a Óscar.
Al igual que con un vivo, aquello no fue agradable. Aprovechando que ella no podía llegar hasta mí, la agarré del pelo para sujetarle la cabeza y le clavé el cuchillo desde el mentón hasta el cerebro, llenándome una mano de sangre negra y espesa y la otra de un manojo de pelos. Al parecer, por lo podrida que estaba su carne, se le caían con facilidad.
Antes de que el cuerpo se derrumbara como un peso muerto al suelo me las apañé para arrancarle el colgante, que se había librado de las manchas milagrosamente, y me lo colgué yo al cuello. Después me limpié las manos en la ropa del cadáver y seguí mi camino.
Tenía la impresión de que en la ermita nadie se había percatado del peligro que corrían después de encontrarse con el chiflado de la capa, y esa era mi ventaja. El crucifijo estaba bien, pero sólo era un detalle, lo que realmente me garantizaría la permanencia allí era lo que les dijera cuando llegara. Tres de los sectarios habían muerto en la base militar, y sin duda la gente de la basílica querría saber qué había pasado, de modo que durante todo el camino hacia la casa fui preparándome una explicación que me desvinculara del grupo y sus acciones… pero se me ocurrió que sería una buena idea ampliarla para que además incluyera la muerte de Óscar, y puesto que le estaba cogiendo el truco a eso de mentir, no me costó elaborar una bastante razonable. Esperaba que todo eso, sumado a la falsa devoción religiosa y a la invitación que nos ofrecieron, fuera suficiente para que me admitieran entre ellos.
Caminar por una carretera amplia, donde los muertos vivientes que intentaban entrar a la calle quedaban a varios metros a ambos lados, era sencillo comparado con la agobiante sensación de hacerlo cuando el camino comenzó a estrecharse conforme me acercaba más al centro del pueblo. Tenía a los muertos tan cerca que, si caminaba por el centro de la calzada, casi podían rozarme con sus manos por ambos lados… afortunadamente aquel estrechamiento también significaba que las calles que se cruzaban con la mía eran del mismo modo menos amplias, y por tanto estaban mejor bloqueadas, disminuyendo así el riesgo de que algún resucitado se colara. Había tenido suerte en ese aspecto por el momento, y esperaba tenerla hasta el final. No me apetecía tener que vérmelas cara a cara en un combate igualado con uno de esos repugnantes muertos vivientes.
La primera señal de que iba en la dirección correcta la encontré junto a un árbol en mitad de la calle. Un cadáver revivido y despellejado comenzó a gruñirme nada más verme aparecer, pero no pudo acercárseme porque estaba atravesado de arriba abajo por una estaca y clavado en el suelo. Aunque la piel podrida de aquellos seres era una imagen desagradable, verlos sin piel tampoco era mucho mejor cuando convertía su aspecto en uno mucho más monstruoso y su hedor en casi insoportable.
Sólo unos metros más adelante me topé con otro muerto viviente de la misma guisa, y pronto toda la calle estuvo llena de ellos. Por muy asqueroso que me pareciera moverme entre ellos, tenía que reconocer que su presencia, tal y como Maite nos había explicado, daba resultado. No había entre ellos ni uno de los que vivían en libertad por el resto del pueblo, ¿sería posible que su propia peste a descomposición les ahuyentara, o en realidad sólo atacaban a los que no olían a muerto como ellos? Fuera como fuera, la cuestión era que funcionaba, y siendo así ni siquiera me importaba que hubieran despellejado y empalado vivos a los civiles que no quisieron unirse a ellos para poder crear esa barrera contra los muertos.
Al doblar una esquina encontré por fin mi objetivo. Tras un muro de hormigón de cuatro metros de altura rodeado de alambre de espino, y con más de esos muertos despellejados y empalados delante, la basílica se alzaba majestuosa sobre el techo de las casas cercanas.
Sobre el muro que de hormigón vi gente, gente viva caminando de un lado a otro, armados con fusiles de asalto del ejército y vigilando los alrededores por si los muertos se acercaban. Su primera reacción podía ser dispararme si me veían aparecer, pero era un riesgo que tenía que correr, de modo que di un tímido paso al frente y salí a la vista de aquella gente, que esperaba que fueran mis nuevos compañeros y mi nueva oportunidad para tener una vida después del fin del mundo.
No tardaron en darse cuenta de mi presencia. Uno de ellos me señaló, y varios se acercaron y se me quedaron mirando. Esperé pacientemente hasta que otro se marchó corriendo y se perdió de vista al otro lado del muro… esperaba que hubiera ido a avisar a alguien de que estaba allí y que ese alguien se encargara de salir a recogerme, no parecía que ninguno de los que se quedaron fuera a reaccionar en modo alguno, y no me gustaba un pelo permanecer más tiempo allí, a merced de cualquier cosa.
Tal y como supuse, al cabo de un minuto un todoterreno militar apareció rodeando el espino. En él iban montados tres hombres armados con los mismos fusiles que la gente del muro. Al llegar a mi altura el vehículo se detuvo, y dos de ellos bajaron de un salto al suelo.
—¡Gracias a Dios! —exclamé inmediatamente con desgarrador gemido, aferrando también el crucifijo con ambas manos para darle dramatismo—. Pensé que no iba a conseguirlo…
—¿Que no ibas a conseguirlo? —preguntó confundido uno de los hombres.
—Me envía Óscar —le expliqué—. Soy… o era, del grupo que está en la ermita. Óscar me dijo qué camino debía seguir para encontraros. ¡Pero ha sido horrible! Había muertos tras los coches, he pasado mucho miedo viniendo hasta aquí.
—Tranquila, ya estás a salvo… eh…
—Irene. —le dije captando cuál era su duda.
—Ya estás a salvo, Irene —me aseguró tratando de calmar mis fingidos nervios—. Pero, ¿cómo es que estás sola? ¿Y el resto de tu grupo? ¿Y por qué Óscar no te acompañó?
—Mi grupo no ha querido venir —respondí—. Esa gente… nunca fue precisamente creyente, y ahora mucho menos, el Señor les perdone. Maite se puso histérica al volver, hasta fue a la base militar no sé para qué. Óscar, bendito sea, quiso quedarse por si cambiaban de opinión, pero no creo que eso ocurra porque…
—Espera, espera —me interrumpió el otro hombre agitando una mano delante de mí—. ¿Has dicho que alguien fue a la base militar?
—Sí —aseveré haciéndome la inocente—. Maite, la mujer que nos dirigía. Volvió de allí completamente histérica y con un hombre extraño. Dijo que no teníamos que unirnos a vosotros bajo ningún concepto, pero yo no estaba de acuerdo, así que me escapé en cuanto pude y fui al lugar donde nos dijo que esperaba Óscar.
—Deberíamos llevarla con el señor Veltrán —sugirió con preocupación el primero—. Si lo de la base ha sido cosa de ellos…
—Perdona, todo esto nos ha pillado un poco desprevenidos porque se suponía que no tenía que haberse desarrollado así, pero te llevaremos dentro —me aseguró el otro hombre ofreciéndome ayuda para subir a la parte trasera del todoterreno, la cual acepté gustosamente. El papel de damisela en apuros me estaba gustando, era muy útil para manipular las mentes masculinas—. Hablarás con nuestro jefe, que seguramente querrá saber todo sobre lo que nos has dicho. Si tienes algún arma, es el momento de entregárnosla.
Les di el cuchillo sin oponerme a ello. Como buena damisela en apuros no tenía que enfrentarme a esa gente, y si había problemas dudaba que fuera a serme útil contra tipos con armas automáticas. En cuanto estuvimos dentro del vehículo nos pusimos por fin en marcha de camino al interior de aquella zona segura, a la cual se entraba por una enorme puerta doble metálica que ni una horda de cientos de muertos vivientes podría sacar de sus ejes.
—Gracias, Señor, por sacarme de ese infierno. —fingí rezar al atravesar el umbral y penetrar en lo que sería mi futuro hogar.
No pude evitar sentirme fascinada al ver calles limpias y con gente viva paseando por ellas… más que de haber retrocedido en el tiempo, a un momento donde los muertos vivientes no habían aparecido todavía, parecía que me encontraba en un mundo completamente distinto.
—¿Te gusta? —me preguntó el conductor con una sonrisa.
—Es un auténtico milagro —respondí ciñéndome a mi papel de meapilas modosita—. Todo esto es como solía ser antes.
—Sí, así es —afirmó él con satisfacción—. Aún no tenemos agua ni electricidad, esas cosas son complicadas, pero todo se andará, como dice Santa Mónica: el Señor proveerá.
“Qué originalidad” pensé teniendo que morderme la lengua para que no se me escapara en voz alta y lo fastidiara todo.
—Amen. —fue lo que dije en su lugar.
Montados en aquel vehículo llegamos hasta las mismas puertas de la basílica, donde nos detuvimos y bajamos. Resultaba extraño poner un pie en una calle sin temor a que pudiera aparecer algún muerto viviente, pero eso era algo a lo que podía acostumbrarme fácilmente.
—Vamos dentro, el señor Veltrán querrá hablar contigo. —me indicaron.
Por las explicaciones de Maite, Raquel y Judit, sabía que ese señor Veltrán era una de las autoridades del lugar, la mano derecha de la chiflada que se creía o que fingía ser una santa, y quien llevaba los asuntos de carácter no espiritual de aquella secta… era un hombre al que tenía que ganarme como fuera.
Cuando me hicieron pasar, después de que entraran ellos a explicarle a su jefe lo que había ocurrido, descubrí que dentro, en la sacristía, no sólo me esperaba Veltrán, un hombre de mediana edad que se conservaba bien, con gesto desconfiado y que nada más verle supe que no sería fácil de engañar. Allí también se encontraba un hombrecillo bajito y flacucho con aspecto de estar permanentemente asustado, y por último quien no podría ser otra que la famosa Santa Mónica. Aunque no me la habían presentado, no cabía ninguna duda de que tenía que ser ella, la elegante y sedosa túnica blanca, acompañada de pulseras doradas y un colgante de oro, no dejaba lugar a dudas en cuanto a que se trataba de alguien de importancia. Además parecía tener un aura mística casi palpable a su alrededor que sin duda impresionaría a los crédulos.
Como se suponía que yo era una de esos crédulos, me mostré tímida y cohibida cuando me senté en el asiento que me ofrecían, frente a la mesa tras la cual los tres me observaban como evaluándome… o al menos lo hacían Veltrán y Santa Mónica, el hombrecillo en realidad parecía incapaz de dejar la vista fija más que unos segundos en ninguna parte.
Suspiré y me aparté el crucifijo que me colgaba del cuello a un lado para poner a prueba al mandamás, pero él no perdió un mísero segundo en mirarme el escote, detalle del que tendría que tomar nota para el futuro.
—Irene, tu llegada es bienvenida entre nosotros, nos alegra que tu fe te haya llevado a querer formar parte de esta pequeña comunidad —se pronunció Santa Mónica con una voz suave, bastante agradable al oído—. Sin embargo, espero que entiendas que las circunstancias de tu llegada han sido un tanto atípicas, y por ello necesitamos que nos cuentes desde el principio qué ha ocurrido.
—Por supuesto, señora, para mí es un honor estar aquí —respondí timorata agachando la cabeza—. En realidad no es una historia larga. Verá usted, lo que pasó fue que Maite y las demás volvieron ayer de visitar este lugar, pero Maite, que es quien nos dirigía, no quería que nos uniéramos a la comunidad. Ella no es creyente, no entiende de asuntos de fe y creía… bueno, decía que todo este lugar sólo era una estafa, con perdón.
—No pasa nada, continúa. —me indicó la mujer con amabilidad.
—Algunos querían venir al principio, y eso le molestó mucho porque no le gusta que nadie le lleve la contraria —obedecí. Por el momento no había dicho ninguna mentira—. Pero esta mañana temprano fue a la base militar, no nos dijo a qué, y volvió una hora más tarde con un hombre muy raro vestido con una capa negra y que decía ser un militar.
No pude evitar fijarme cómo el hombrecillo nervioso se agitó al nombrar a aquel chalado, ni en cómo Veltrán apretaba los dientes. Ella, sin embargo, permaneció admirablemente impasible. Desde luego si todo aquello era una farsa se había trabajado su papel en ella.
—Ese hombre me daba miedo —proseguí adoptando un tono de voz más lastimoso aún si cabía—. No parecía estar demasiado bien de la cabeza. Decía unas cosas que… yo no podía creerlas porque aquel hombre mató, junto con Maite, o eso dijo ella, a la gente que habíais enviado allí, Dios los tenga en su gloria…
La bomba había sido soltada, y aquella vez ni la propia santa fue capaz de no dirigirle una mirada a su lugarteniente.
—Esta mañana enviamos a tres hombres a… detener a ese hombre antes de que causara más daño del que ya ha hecho —le informó Veltrán. Percibí sin demasiada dificultad el titubeo al decir “detener”, seguramente había enviado a esa gente a matarle, pero aunque a mí me daba igual la vida de aquel tipo, él que no quería que supiera que eran uno asesinos—. Como tardaban en volver, envié a más hombres a que averiguaran qué había pasado. Los tres estaban muertos, pensábamos que había sido cosa de él.
—Ese hombre ha perdido el juicio, Irene —me explicó la santa—. Todo el dolor que padeció cuando los condenados poblaron la tierra le volvió loco. No podemos culparle, sólo intentar que no se haga más daño a sí mismo ni a los demás, y para eso debemos capturarle. ¿Dices que Maite le ayudó a matar a nuestra gente?
—Así es —corroboré. Que se jodieran Maite y los demás… y lo mejor era que, aunque aparecieran por allí, no podían negar que eso era lo que había ocurrido—. Yo me fui cuando vi que todos estaban de acuerdo con lo que había pasado y hablaban de marcharse de la ermita antes de sufrir represalias. Lo hice a escondidas porque Maite me daba miedo, más del habitual, quiero decir. Nunca le caí demasiado bien a esa mujer, decía que no era lo bastante dura para este mundo y que era un lastre para todos… pero le eché valor y me marché cuando no se dio cuenta. Corrí sin mirar atrás una sola vez hasta llegar al lugar donde nos esperaba Óscar.
—¿Por qué has venido tú sola? —inquirió Veltrán con no demasiada delicadeza. Aquel hombre no se dejaba ablandar por las damiselas en apuros—. ¿Por qué no te acompañaba Óscar Gutiérrez, como tenía ordenado hacer?
—Me encontré con Óscar en el lugar acordado —contesté. Pensé en fingir sentirme intimidada por él, pero no quería exagerar mi interpretación hasta el punto de que resultara increíble. De que esa gente, posiblemente unos estafadores profesionales, me creyera dependía mi futuro—. Le conté lo que había ocurrido, pero él quiso quedarse allí pese a todo a esperar por si alguno más recapacitaba. Yo le dije que tenía miedo de la reacción de Maite, porque como ya he dicho antes, no le gusta que le lleven la contra en nada, y que quería venir cuanto antes, pero él insistió, y al final me explicó cómo llegar hasta aquí para que viniera yo sola. Me dio comida y agua para el camino.
—Mandaré a alguien a por Gutiérrez, a ver qué ha pasado. —anunció Veltrán a nadie en particular sólo un segundo antes de marcharse de la habitación dando grandes zancadas, dejándonos a los demás solos. En cuanto descubrieran el cadáver de Óscar, el círculo estaría cerrado por completo.
—Él es Jesús —me presentó Santa Mónica al hombrecillo con gafas y los nervios de punta—. Es el planificador comunitario, será el que te asigne un hogar cuando seas una de los nuestros. Pero ya tendréis oportunidad de conoceros mejor después, antes quiero conocerte yo a ti, Irene.
—Claro, pero, con perdón, me gustaría saber si está Óscar en un lío por mi culpa —pregunté haciéndome la inocente—. En realidad fui yo quien le insistió en que nos fuéramos enseguida, pero comprendo que él tuviera otra obligación…
—Tranquila, Óscar es un buen hombre, seguro que hizo lo que creía mejor en ese momento. Cuando hablemos con él, podrá explicarnos sus motivos para hacerte venir sola —respondió ella sonriéndome—. Ahora cuéntame un poco a qué te dedicabas antes de todo esto.
—Yo… era profesora de educación física en el colegio Virgen de Mirasierra —le conté, dándome cuenta enseguida que quizá ser profesora en un colegio religioso era un punto a mi favor en esa situación—. Tenía novio, se llamaba Lucas, era contable, pero pasó todo esto y…
—Entiendo que te sientas mal, pero si su alma era pura, será salvado. —afirmó ella tratando de consolarme con sus palabras. Si Lucas hubiera sido real, me hubiera sentado mucho peor de lo que me sentó escuchar esa gilipollez, pero lo cierto era que había tenido novio de verdad, aunque casi prefería que hubiera muerto antes de ver lo que había tenido que hacer para seguir viva.
—Gracias. —le respondí pese a todo. Si quería parecer una pánfila religiosa tenía que fingir que todas esas estupideces me resultaban reconfortantes.
—¿Y qué hiciste cuando todo esto comenzó? —quiso saber.
Paradójicamente en aquel caso la verdad me parecía demasiado buena para resultar creíble. Decirle que me había quedado con los niños porque nadie fue a recogerlos sonaba excesivamente altruista para ser verosímil…
Al pensar en ello sentí como si aquella decisión la hubiera tomado otra Irene distinta a mí, porque estaba segura de que en ese mismo momento habría mandado a esos críos a la mierda y me habría preocupado más por mi propio pellejo.
“¿Qué coño ha hecho el mundo de mí?” lamenté al darme cuenta de que estaba renegando de lo que probablemente fuera la única cosa decente que había hecho desde que los muertos comenzaron a moverse.
—Lucas fue de los primeros en desaparecer —improvisé—. Estaba sola y no me atrevía a ir a la zona segura por mi cuenta, ni siquiera a un punto de evacuación, así que esperé en mi casa… pero me quedé sin comida, y como vivía cerca de allí, cuando no me quedó más remedio se me ocurrió ir al colegio a coger la del comedor. Allí fue cuando me encontré con Maite y su grupo, que buscaban una farmacia para conseguir medicinas. Me uní a ellos porque no sabía qué otra cosa hacer, pero pronto descubrí que no todos son buenos. Aitor sí que lo era, y algunos otros, como Raquel, pero a Maite le gustaba demasiado dar órdenes, y hay entre ellos un hombre que antes era un mafioso y va por ahí con una prostituta y un hijo bastardo.
La entrevista duró unos minutos más, y siendo sincera, habría preferido que me la hubiera hecho Veltrán a que fuera ella, porque mentir a esa mujer no era sencillo. Hablaba como si fuera tan idiota como el bonachón de Óscar, pero sabía que esa era sólo una fachada creada para que me confiara, y tras ella se escondía una persona inteligente que habría captado cualquier titubeo o contradicción en mis palabras. Por suerte era razonablemente buena mintiendo... no me quedaba más remedio que serlo si quería sobrevivir.
—¿Podré ver a Aitor luego? —le pregunté cuando me pareció que el interrogatorio se acababan—. Me gustaría mucho hablar con él.
Antes de que ella pudiera contestar, tres hombres llegaron siguiendo a Veltrán, cuyo ceño estaba más fruncido de lo habitual. Los tres se agacharon haciendo una reverencia frente a Santa Mónica, pero ella se limitó a levantar la cabeza y mirar a su mano derecha como si esperara la respuesta a una pregunta que no había hecho.
—Muerto —anunció él—. Óscar también está muerto.
—¡Oh no! —exclamé yo al escuchar la noticia. Quise forzarme a llorar, habría quedado genial para mi papel. Sin embargo, las lágrimas no me salían… no era tan buena actriz todavía—. Pero, ¿cómo ha podido pasar? Hace una hora estaba perfectamente, dijo que se quedaría esperando a que el grupo cambiara de opinión…
No quería que olvidaran ese detalle, por si acaso.
La noticia puso más nervioso aún a Jesús, lo cual no era decir poco, pero ella se limitó a parpadear con sus bonitos ojos un par de veces.
—Será mejor que Irene se instale en la casa de invitados por el momento —sugirió volviéndose hacia el hombrecillo—. Jesús, ¿podrías encargarte?
—Sí, por supuesto. —respondió él de inmediato.
—Gracias señora, muchas gracias. —repliqué agachando la cabeza reverencialmente yo también.
“Ahí te va esa, Maite” pensé con satisfacción mientras me levantaba para marcharme. si aquellos hubieran sido tan listos como se creían, se habrían dado cuenta de que yo era la última persona que vio a Óscar con vida, y que éste había muerto a puñaladas cuando a mí me habían requisado un puñal al llegar… sin embargo, ellos, al igual que sus fieles seguidores, sólo veían lo que querían ver.
—¿Sabes qué piensan hacer? —le pregunté a mi acompañante cuando estuvimos fuera de la sacristía—. No irán a tomar represalias contra ellos, ¿verdad? Estoy segura de que todo ha tenido que ser un malentendido.
Por la mirada nerviosa y huidiza que me lanzó, imaginé que la respuesta era sí, pero que no se atrevía a decírmelo. Tanto mejor si los quitaban de en medio, desde luego no iba a echar de menos a una gente que, en el fondo y la superficie, me odiaba… hasta los que me toleraban sólo lo hacían porque eran demasiado idiotas para abandonarme a mi suerte, ¿por qué iba a preocuparme por ellos?
Jesús me acompañó hasta un edificio cercano al muro, en una zona donde no había demasiada gente, y juntos entramos a una casa. Era de estilo antiguo, pero estaba perfectamente amueblada y limpia, señal de que antes de que los muertos vivientes aparecieran allí había vivido alguien.
—¿Tengo que quedarme aquí? —le pregunté a Jesús, que parecía preocupado.
—Sí… es decir, no —respondió haciéndose un lío. Cuando le miré interrogativa él se acercó temeroso hasta mi lado para hablarme confidencialmente—. A lo mejor debería… irse.
—¿Irme? —repetí confundida—. ¿Irme a dónde? ¿Por qué?
—Irse… con ellos, con su gente —contestó nervioso—. Yo… llevo aquí desde el principio, desde que éramos sólo unos pocos en la base… la base militar. Ella, pero sobre todo él, Veltrán, no son tan buenos como parece.
—¿Qué significa eso de que no son tan buenos como parece? —insistí esperando que soltara de una vez lo que pretendiera decirme.
—Ellos… con la gente de aquí sí, pero con los demás… —balbuceó atropelladamente—. Es más que probable que su gente esté en problemas. Tomarán represalias por esas muertes, y no van a estar ni remotamente preparados para plantar cara a lo… a lo que se les viene encima, ¿entiende?
—¿Insinúas que van a atacarles? —inquirí con genuino interés.
—Sí, eso digo. —asintió con vehemencia.
—¿Y por qué me lo cuentas? —repliqué—. Estás traicionando a tu propia gente.
—Mi propia gente son asesinos —estalló—. Este lugar se ha levantado con sangre y sufrimiento, cualquier persona que pase por aquí y no se una a nosotros corre peligro. No sé qué ocurriría con Gutiérrez, pero esos tres hombres de la base fueron allí para asesinar a otro hombre, y si ahora su grupo lo sabe, corre peligro. Por eso he pensado que… que podría volver a advertirles, y marcharos lejos antes de que os ataquemos. Será difícil, pero puedo sacarla de aquí sin que nadie se entere.
Me sentí tentada de reírme en su cara ante semejante oferta, pero la cosa no tenía en realidad ninguna gracia, porque me dejaba con las manos atadas. No podía delatar a Jesús porque aún no era parte de la comunidad, sería mi palabra contra la suya y tenía muy claro cuál creerían. Pero si yo no aceptaba esa oferta, seguramente se la ofrecería a Aitor, quien era lo bastante estúpido para aceptarla e intentar escapar, y tampoco podía matar a Jesús allí mismo y evitar que hablara con Aitor, sería demasiado descarado…
“¿Y qué importa que se vayan?” me dije dándome cuenta de que en realidad el odio me estaba cegando.
Me había entusiasmado tanto la idea de que esos sectarios chalados liquidaran a Maite y al grupo que no estaba pensando fríamente. En realidad aquella oferta era la mejor noticia que había tenido en todo el día. Si yo la rechazaba se la ofrecería a Aitor, quien conociéndole sí que la aceptaría, saldría de la comunidad y se marcharían todo lo lejos que pudieran de este lugar… y entonces no quedaría nadie que supiera sobre mí o sobre mi pasado. Era sencillamente perfecto.
—Yo... creo que no estoy hecha para algo así. —le confesé. Pese a todo, tenía que fingir preocupación por esa panda de cabrones.
—¡No, no! ¡Tiene que hacerlo! —insistió él asustado—. Escuche, tenemos armas de todo tipo aquí, no tienen ninguna oportunidad de sobrevivir a un ataque.
—¿Por qué no hablamos con Aitor sobre esto? —le propuse—. Él seguro que estaría dispuesto a arriesgarse… yo… no soy una persona de acción.
—¿Se… se quedaría aquí aun sabiendo que esta gente podría ser la asesina de la suya? —se asombró, lo que me dejó un poco apurada por la coherencia de mi historia… pero aquello era una secta religiosa, y en ese tipo de lugares la coherencia nunca fue necesaria.
—Si Santa Mónica lo dice, que así sea —declaré—. Yo creo en ella. Por el cariño que le tengo a mi grupo, te ayudaré a convencer a Aitor, pero no les ayudaré a ellos, no después de los asesinatos que han cometido.
Pude ver duda en su mirada, aunque en realidad aquél parecía ser su estado natural, de modo que no supe cómo iba a reaccionar hasta que finalmente se pronunció.
—Vale, de acuerdo… pero tenemos que darnos prisa en buscar a Aitor, ellos no saben aún la que se les viene encima. —me apremió dándose la vuelta y dirigiéndose a la puerta de la casa.
Era una lástima, me hubiera gustado volver a sentarme en un sofá de verdad, y puede que incluso leer algo abrigada debajo de una manta, pero tenía esa que hacer esa última cosa antes de poder descansar tranquila y volver a disfrutar de los privilegios de la civilización.
—No dejas de repetir eso, y creo que les subestimas. Ya se las han visto antes con hombres armados. —le dije a Jesús mientras salíamos del piso.
—Los hombres armados son el menor de sus problemas —me contradijo él tragando saliva—. Usted no sabe qué clase de armamento tenemos aquí.
Debo reconocer que esa afirmación me dejó intrigada, y no pude sino preguntarme qué tipo de represalias pensaban tomar contra Maite y el resto si consideraba que la gente armada era la menos preocupante de ellas.


5 comentarios:

  1. Uf!, esta "individua" es de lo peor. Se merece todo lo que le quieras hacer pasar, la verdad. Deseando ya que llegue el 18. Ya me he leído todos los libros y todas las entradas del blog. Se hace difícil no tener un triste zombie que echarse a la boca hasta el próximo Martes noche!. Eso se llama adicción :-)

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    1. Paciencia paciencia, creo que el capítulo 18 no decepcionará y traumatizará bastante.

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  2. Puta puta puta puta.
    Como consiga que maten a alguien espero que le des una muerte cruel y dolorosa.

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  3. Pues a mi esta tía me mola. Le da vidilla a la historia :)

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    1. Si, si, Alberto. Pero a que no te molaría tenerla en tu equipo? :-)

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