CAPÍTULO 18:
MAITE
Por más que me frotaba con fuerza las sienes no lograba quitarme el dolor
de cabeza que sentía, y es que no era para menos. Había estado a punto de morir
por segunda vez en esa mañana, una a manos de sectarios locos y otra a manos de
un ruso loco. Si antes de eso me había llegado a sentir sobrepasada por las
circunstancias era únicamente porque no tenía ni idea de cómo éstas podían llegar
a enredarse en tan poco tiempo.
—Entonces, explícame otra vez cómo es la historia. —pidió Eduardo después
de que volviéramos a la ermita y contáramos a todo el mundo qué había ocurrido.
Él y sus compañeros, Ramón Muñoz, cabo del ejército y Diana Aguilar, una
soldado de su unidad, llevaban viajando a pie desde hacía más de una semana,
cuando partieron del sur de León. Habían permanecido escondidos hasta entonces a
las afueras de la ciudad, como hicimos nosotros en el campamento de Madrid,
esperando que mejorara la cosa… pero como no fue así, no les quedó más remedio
que moverse, y quiso el destino que nos los cruzáramos cuando se dirigían hacia
la base militar, pensando, como yo cuando llegamos, que allí encontrarían la
protección de lo que quedara del ejército. Dos de ellos eran militares, así que
creyeron que no tendrían problemas en la base, pero el problema con el que se
encontraron fue que ésta ya no existía.
—La secta de Colmenar Viejo saqueó la base y mató a todo el mundo. —repetí
mientras Luis se aseguraba de que el intento de estrangulamiento de Sergei no
me había causado ningún daño que requiriera atención médica. Todavía me dolía
un poco al hablar, pero no parecía nada grave. Me sentía mucho mejor estando
allí, de vuelta con Clara y con los demás.
—¿A todo el mundo? —inquirió Diana con preocupación—. ¿Estáis seguros?
—Completamente —les aseguró Gonzalo, a quien habían obligado a quitarse la
capa con la que se cubría porque, en un lugar cerrado como en el que estábamos,
la peste a putrefacción era insoportable—. Yo estuve allí… no quedó alma con
vida cuando volvieron a por nosotros.
—Joder… —resopló ella volviéndose hacia su gente—. ¿Y qué vamos a hacer
entonces?
—No lo sé —respondió Ramón rascándose la cabeza—. Vinimos hasta aquí
pensando que la base estaría operativa, o por lo menos con gente en ella, no me
esperaba algo así para nada.
—Nadie podía esperarse algo así. —le aseguró Toni, que ayudaba a Sebas a
colocarse unos algodones en la nariz después de que Sergei se la hubiera puesto
como un pimiento.
—Nosotros tenemos la intención de marcharnos de aquí cuanto antes, a lo
mejor podríamos hacerlo juntos. —se me ocurrió de repente.
No es que me hubiera vuelto confiada, pero después de los chalados de la
secta, aquel grupo me parecía lo bastante normal como para no recelar demasiado
de sus miembros… y tras la muerte de Sergei, y que Aitor nos abandonara, necesitábamos
urgentemente gente capaz entre nosotros.
—No sé si es buena idea, sería un grupo muy grande, ¿no? —objetó Eduardo—.
Alimentar y dar cobijo a tanta gente sería complicado.
—No somos unos inútiles —salí en nuestra defensa—. Sabemos apañárnoslas ahí
fuera, pero un grupo más grande da más protección, y también más posibilidades,
como poder salir a buscar comida y al mismo tiempo proteger el refugio.
—Creo que ella tiene razón, Edu —se puso de mi lado Diana—. ¿Por qué
tenemos que seguir solos? Pienso que, cuantos más seamos, más seguros estaremos.
—Estoy de acuerdo —asintió Ramón—. No hemos tenido problemas de comida
hasta ahora, y poder repartirnos un poco más las guardias y vigilancias, así
como las tareas, nos vendría bien. Sobre todo ahora, que no tenemos donde ir y
no sabemos cuánto tiempo vamos a estar dando vueltas aquí fuera.
—No me estaba oponiendo —se excusó Eduardo—. Sólo ponía sobre la mesa los
contras de hacerlo, pero si es lo que todos queréis, por mí perfecto, así podré
hablar con alguien que sepa de algo más que tácticas militares.
—Eso está muy bien —intervino Toni poniéndose en pie con dificultad—. Pero,
¿A dónde vamos? Me parece que nos hemos quedado sin ideas.
—Nosotros hemos estado moviéndonos por la sierra —me contó Eduardo—. Por
allí apenas hay muertos vivientes, y se puede forrajear o cazar si falta la
comida… no creo que el exceso de caza vaya a ser un problema ya para ninguna
especie salvaje.
—Pero no me gustaría ser una especie animal lenta en estos tiempos. —exclamó
Sebas haciendo una mueca de dolor al palparse la nariz.
—Dímelo a mí —suspiró Toni—. Aunque me gusta la idea de que haya más gente hábil
en el grupo. Creo que sois más que bienvenidos.
—Dentro de una hora cogeremos los coches y nos marcharemos siguiendo la
carretera hasta que estemos lo bastante lejos de este sitio y de la gente de la
secta —anuncié incorporándome y apartándome de las innecesarias observaciones
de Luis—. Así que id recogiendo vuestras cosas.
—Si agacho la cabeza, vuelve a sangrar. —protestó Sebas sujetándose la
nariz.
—Yo te ayudo, venga —se ofreció Toni cojeando hasta él—. Quiero largarme de
este maldito lugar cuanto antes.
—Nosotros estamos tan listos como cuando llegamos —me comunicó Eduardo—.
Así que os esperaremos aquí fuera. Nadie tendrá un cigarrillo, ¿verdad?
—Creo que no, lo siento —le contesté—. ¿Alguien ha visto a Judit?
—Salió a por no sé qué. —replicó Raquel, que también se disponía a recoger
sus pertenencias… y supuse que las de Aitor, al elegir quedarse con los
sectarios nos las había cedido pensando que nosotros íbamos a necesitarlas más,
cosa que probablemente fuera cierta.
—Nadie debería salir en solitario. —gruñí planteándome si debería salir a
buscarla. Allí fuera había muertos vivientes, y ella no era precisamente la
persona más capaz para plantarles cara… pero tenía otras obligaciones, como
cumplir la promesa que le había hecho a mi hija.
—Ya está todo listo, mamá. —me informó con una sonrisa cuando entré en
nuestra habitación. Ella sola había terminado de recogerlo todo en mi ausencia.
—Muy bien, cariño, ¿vamos fuera? —le propuse cogiéndola de la mano, pero
tras agarrármela se me quedó mirando con un gesto preocupado.
—Mamá… ¿qué te has hecho en el cuello? —preguntó con aprensión.
—Nada, me he dado un golpe —mentí para no tener que explicarle la verdad.
no creía que fuera a sentirse demasiado bien si le decía que Sergei había
intentado matarme, aunque después de verme llegar cubierta de sangre dudaba que
pudiera asustarla más—. Pero no es nada, no me duele, sólo que ha dejado marca,
¿estás preparada?
—Creo que sí —dijo apenada al pensar en lo que teníamos hacer. Le había
prometido un entierro para su padre, y eso era lo que iba a darle. Además
habíamos acordado hacerlo en aquella ermita, un lugar adecuado y bonito para
aquello—. ¿Qué va a pasar con Aitor? ¿Se va a quedar con esa gente?
—Parece que sí —no me quedó otro remedio que contestarle—. Pero no te
preocupes por él, estará bien, igual que nosotros.
—¿Y si él estará bien por qué no vamos allí también nosotros? —quiso saber
cuando salimos de la habitación. Katya y Andrei seguían en una esquina
sentados, ella hablaba con el chiquillo en ruso, quizá consolándole por todo lo
que había tenido que vivir apenas un rato antes.
—Es… más complicado que eso —repliqué pensando en cómo responder a aquella
cuestión—. Esa gente ha hecho cosas malas, pero sólo a gente que no era de los
suyos, Aitor ahora es de los suyos, así que no le harán nada malo, ¿vale?
—Pero, ¿por qué se ha ido Aitor con gente mala? —inquirió—. ¿Es Aitor malo
ahora?
—No… es sólo que él no sabe que son mala gente… —Conforme intentaba
explicárselo me di cuenta de que no encontraría la forma de que ella lo
entendiera, y me sabía mal admitir que en realidad más que quedarse allí le estaba
abandonando… otra vez—. Oye, ahora no te preocupes por eso, ¿vale? Aitor va a
estar bien, y nosotros también. Tú sólo piensa en lo de papá. ¿Tienes todavía
la foto que te di?
—Sí. —dijo sacándosela del bolsillo. Era la foto de un cumpleaños de Clara
en la que se nos veía a los tres delante de una tarta, la había llevado en la
cartera conmigo hasta que me pareció que ella la necesitaba más que yo.
—¿Puedo acompañaros? —preguntó Raquel dándonos alcance—. Todo funeral
necesita asistentes.
Mi primer impulso fue decirle que no. Había planteado aquello como un acto
íntimo, sólo para la familia, creyendo que sería mejor para Clara, pero ella
misma le dijo a Raquel que sí, de modo que no me opuse… sólo realizaba todo
aquello por ella, para que empezara a superarlo, así que sería como ella
quisiera.
—Este lugar está bien —comprobé al llegar al patio trasero—. Haremos un
montículo con la tierra de fuera y utilizaremos una de las cruces de la parte
delantera. ¿Por qué no traéis una mientras voy a buscar una pala?
—Vale, vamos Clara. —le pidió Raquel cogiéndola de la mano y llevándosela
al otro lado.
Había una pala y varias herramientas de jardinería en un armarito de una de
las habitaciones, así que volví al interior de la ermita para buscarla. Sin
embargo, Luis me vio cuando volví a pasar por el retablo y aprovechó el momento
para abordarme.
—¿Podemos hablar un momento? —me pidió agarrándome del brazo y apartándome
a un lado para que Katya y Andrei, los únicos que quedaban allí, no pudieran
escucharnos—. Me preocupa que hayas decidido tan felizmente que nos unamos a
esta gente. No sabemos nada de ellos.
No sabía por qué no me había esperado esa reacción por su parte, después de
todo era bastante lógica… quizá se debiera a que ya estaba muy quemada de tomar
decisiones y me estaba volviendo descuidada.
—Sabemos que no son unos tarados sectarios y que están dispuestos a
dejarnos ir con ellos, con eso me basta por el momento. —resolví haciendo un
ademán de marcharme, pero él insistió.
—¿Y ya está? —inquirió—. ¿Otra vez con las decisiones unilaterales?
—¿Sabes qué? Que sí —le espeté—. Decisión unilateral, y a quien no le guste
puede quedarse aquí, unirse a los sectarios o pegarse un tiro en la cabeza.
Tengo mis propios problemas, ahora mismo estoy intentando hacer un funeral
simbólico por mi marido para que mi hija pueda empezar a dormir bien por las
noches. Si tanto te gusta decirme cómo tengo que dirigir este grupo, puedes
dirigirlo tú mismo. Yo dimito.
—No puedes dimitir —respondió el tan calmado como siempre. No esperaba
alterarle demasiado con mi dimisión, ya le conocía y no era esa clase de
persona, pero que se mantuviera tan sereno resultaba hasta insultante—. Tienes
una responsabilidad. Recogiste las riendas cuando el carro se quedó parado y
ahora no puedes soltarlas, está en juego la vida de todos nosotros.
—La única responsabilidad que tengo se llama Clara —le contradije—. Todos
somos mayorcitos para cuidarnos y para tomar las decisiones por consenso sin
que mamá Maite tenga que decir lo que es mejor o peor. Hoy casi me matan dos
veces tratando de hacer lo que una buena líder tendría que hacer, y no puedo
permitirme morir por vosotros teniendo una hija, lo siento.
Quizá por una vez había conseguido dejarle sin palabras, porque me marché
de allí sin que intentara añadir algo más, lo que me resultó de lo más extraño
en un hombre que siempre tenía algo que decir. Tal vez le hubiera convencido, o
tal vez me diera por caso perdido, pero ya no me importaba, apartarme de la
responsabilidad de dirigir al grupo me quitaba mucha presión, y cuando llegué
al armario de las herramientas de jardinería hubiera jurado que hasta estaba
sonriendo.
—Hola. —me sobresaltó una repentina voz a mi espalda que consiguió que se
me cayera un montón de rastrillos al suelo… era Gonzalo, y me extrañaba no
haberme dado cuenta antes de que estaba allí porque había vuelto a ponerse la
apestosa capa negra sobre los hombros.
—Qué susto me has dado. —dije agachándome a recoger las cosas del suelo.
—Perdona, no era mi intención —se disculpó—. Sólo quería decirte que me
voy.
—¿Cómo que te vas? —repliqué sorprendida incorporándome de nuevo.
—Hice lo que me pediste, le conté lo que ocurrió a tu gente. Ahora os vais,
y yo regreso a la base. —declaró.
—¿Y se puede saber para qué? —quise saber—. ¿A seguir actuando como el
fantasma de la ópera hasta que logres que te maten?
—Los seguidores de esa mujer mataron a mi gente… —se justificó, pero no le
dejé terminar la frase porque ya sabía por dónde iban los tiros.
—Y ahora tú quieres vengarte de ellos porque así se arregla todo, ¿no? —le
reprendí—. ¿Vas a tocar las campanas cada vez que aparezca uno de ellos por la
base, como hiciste con nosotros? Así no vas a matarlos, y aunque lo hicieras,
eso no devolvería a la vida a tu gente… lo que tendrías que hacer es venirte
con nosotros.
—¿Con vosotros? —Soltó un bufido—. La mitad de tu gente me considera un
tipo mal de la cabeza, y puede que tengan razón, ¿por qué querrías que fuera
con vosotros?
—Fuiste sargento en el ejército —le hice ver—. Sabes pelear, sabes disparar,
sabes… sobrevivir. Necesitamos gente así más de lo que me gustaría admitir. Luis
es médico, pero no es un hombre de acción, Raquel y Judit sólo son unas niñas,
Toni está herido, Sebas no es precisamente un tipo duro y Katya y Andrei están
indefensos… y yo sólo era una oficinista antes de esto y tengo a mi cargo una
hija. Si tienes que luchar por alguien que sea por los vivos, no por los que ya
están muertos.
Mis palabras le dejaron pensativo un par de segundos, durante los cuales
volví a guardar los rastrillos y azadas y cogí la pala.
—Quise cavarles unas tumbas —confesó—. A mis compañeros asesinados, digo…
pero eran más de cuarenta, y después de lo que esa gente hizo con la capilla no
quería ni pensar lo que podían hacer con esas tumbas cuando las vieran.
—Lo siento, es duro perder a gente y no poder enterrarlos en condiciones… —Levanté
la pala para que la viera—. Dímelo a mí.
—Está bien, os acompañaré —accedió finalmente—. Tienes razón, es mejor
luchar por los vivos.
—Ya sólo falta que te quites esa capa apestosa —añadí—. Eres consciente del
olor que desprende, ¿verdad? ¿Por qué te la has vuelto a poner?
—Es útil —se excusó—. Me sirve para…
Antes de terminar la frase se interrumpió. Un sonido proveniente del
exterior de la ermita llamó nuestra atención debido a su similitud con el
sonido de un fusil abriendo fuego.
—¿Qué es eso? —pregunté olvidándome por un momento de palas y rastrillos.
—Disparos —aseguró Gonzalo analizando el ruido—. Eso son fusiles de los
nuestros, a lo mejor vuestros nuevos amigos se han encontrado con algún
reanimado.
—¿Y por qué siguen disparando? —exclamé alarmada tirando al suelo las
herramientas y descolgándome el rifle de la espalda… los disparos no cesaban, al
contrario, parecía como si se hubieran unido más personas al tiroteo, de modo
que o bien venía una horda, o bien tenían muy mala puntería.
“Clara” recordé de repente. Mi hija estaba allí fuera, con Raquel, en el
lugar donde se escuchaban los disparos.
No había corrido tan rápido en toda mi vida como lo hice en ese momento,
cuando casi me llevo por delante a Sebas, que también acudió atraído por el
escándalo.
—¿Qué pasa? —preguntó alarmado cuando le quité de en medio de un empujón,
pero no me detuve a responderle, de un tirón abrí la puerta de la ermita y me
asomé al patio.
Sentada en el suelo y abrazada a Raquel, Clara se escondía de los disparos
detrás del todoterreno, donde también se encontraban Eduardo y su gente. Un
vehículo militar estaba plantado frente al muro que rodeaba la ermita, y desde
él por lo menos cuatro hombres abrían fuego con sus fusiles de asalto contra
nosotros.
“Sectarios” deduje inmediatamente.
Nos estaban atacando, y aunque no entendía del todo por qué, me imaginaba
que tendría que ver con el hecho de que no nos uniéramos a ellos, o tal vez a
los muertos de la base militar… pero era imposible que supieran que habíamos
tenido algo que ver con esto último.
Al menos Clara y Raquel parecían estar a cubierto por el momento.
—¿Qué está pasando? —quiso saber Katya acercándose hacia la puerta.
Un balazo impactó contra ésta, quedando incrustada en la madera, de modo
que aparté a Katya de un empujón y me agaché en el suelo.
—¡Nos atacan! —informé a todos los presentes, que en esos momentos éramos
todos los que seguíamos dentro de la ermita.
—¿Son esos sectarios? —inquirió Toni, que se acercaba cojeando.
—Sí que lo son —confirmó Gonzalo asomándose fuera también, a mi juicio de
manera demasiado temeraria—. Creo que ya saben que estoy aquí.
¿Podría ser ese el motivo? Seguía sin entender cómo era posible, pero tenía
sentido, Óscar no estaba en el lugar acordado cuando Sergei quiso unirse a
ellos, así que a lo mejor había un cuarto hombre en la base que vio lo que
ocurrió, y si nos había visto a Judit y a mí allí, podrían haber hecho que
Óscar se fuera y su comunidad nos atacara, porque no había forma de que se
hubieran enterado de otra manera.
Pero enseguida caí en la cuenta de que, en realidad, sí que la había.
“Irene” pensé con rabia. Debí tomar más en serio a Luis cuando me dijo que
se había marchado, ella lo sabía absolutamente todo, y si se lo contó a Óscar…
—¿Y qué hacemos? —exclamó Sebas asustado.
“¿Es que nadie va a decirlo?” me dije con irritación al ver que todos se
quedaban callados y mirándome, incluido Luis. ¿De verdad iban a obligarme a
hacer de líder una vez más?
—Coged los fusiles y la escopeta que trajimos —ordené muy a mi pesar—. Si
quieren fuego vamos a devolvérselo. Gonzalo, tú sabes manejar estas cosas,
ponte en la ventana y comienza a disparar cuando yo te diga, cubriremos a los
que siguen fuera para que puedan entrar.
Mi prioridad era poner a Clara fuera del alcance de las balas, luego ya
veríamos cómo resolver la situación.
—¿Qué hacemos los demás? —preguntó Toni mientras el antiguo sargento cogía
uno de los fusiles y se dirigía a la ventana. Un par de balas se incrustaron en
la puerta de la ermita, pero la madera era fuerte, de modo que no la
atravesarían tan fácilmente… esperaba que la carrocería del todoterreno también
lo fuera.
—Coged vuestras armas y estad preparados —les indiqué—. No os expongáis,
moveos siempre por debajo de las ventanas. Y recoged vuestras cosas, en cuanto
podamos salir de aquí, nos largamos para siempre.
Después de que los demás se dispersaran sentí como si algo me presionara en
el pecho. Un grupo de lunáticos nos estaba tiroteando y mi hija estaba allí
fuera, expuesta a cualquier cosa… todo aquello empezaba a ser demasiado para
mí.
—¿Estás bien? —exclamó Luis volviendo a mi lado—. Te has quedado pálida de
repente.
—No, no estoy bien —contesté—. Recoge tus cosas y prepárate, es posible que
haya heridos.
—Vale... vale. —asintió dándose la vuelta de nuevo.
—¡Luis! —le llamé.
—¿Qué? —respondió volviéndose una vez más.
—Creo que esto es cosa de Irene. —le confesé, lo que hizo que se quedara
pensativo durante un segundo.
—Sí, tiene toda la pinta. —coincidió conmigo.
—Debí hacerte más caso cuando me dijiste que se había ido —me disculpé—.
Por eso ya no valgo para esto…
—Te diré si vales o no si logras sacarnos de ésta con vida. —replicó antes
de marcharse a por sus cosas.
—Estoy listo —dijo Gonzalo posicionándose junto a la ventana. Desde ella
tendría un buen ángulo para disparar contra nuestros atacantes y no poner en
peligro con fuego amigo a Clara y a los demás—. Si te sirve de algo, creo que
sólo nos están advirtiendo.
—¿Qué quieres decir? —le pregunté volviendo la vista hacia el todoterreno
para asegurarme de que mi hija seguía bien.
—Sólo están pegando unos cuantos tiros, si han saqueado la base militar,
tiene más que esto —se explicó—. Podría ser sólo una avanzadilla, gente
tanteando el terreno.
—Sean lo que sean, tenemos que sacar a los nuestros del patio —contesté—.
Voy a llamar su atención para que sepan cuál es nuestro plan.
Tuve que asomarme fuera más de lo que me hubiera gustado, quizá
exponiéndome demasiado a una posible bala perdida, o no tan perdida, para
llamar la atención de la cinco personas que se cubrían tras aquel vehículo. Dos
de ellas tenían armas automáticas también, y otro un rifle incluso mejor que el
mío… pero con cuatro tipos acribillándoles no tenían oportunidad de asomarse e
intentar responder.
—¡Eh! —les llamé. La primera en verme fue Clara… no la había visto tan
aterrorizada en mi vida, y eso me dolió mucho más que los intentos de asesinato
que había sufrido esa mañana—. ¡Esperad a mi señal! ¡Esperad a mi señal para
venir!
Ramón levantó un pulgar dando a entender que había captado lo que pretendía
hacer. Que no hubiera puesto ninguna objeción me tranquilizó un poco, porque
tan sólo improvisaba sobre la marcha y de procedimiento militar sabía bien
poco. Creyendo que les salvaba, en realidad podría haber estado firmando sus
sentencias de muerte.
Conocedores del plan, en cuanto le hice un gesto a Gonzalo y éste comenzó a
devolver las balas, obligando a los atacantes a refugiarse tras el muro para no
ser alcanzados, salieron corriendo en dirección a la entrada de la ermita. Me
sentí más tranquila al ver que tanto Ramón como Diana también aprovechaban para
devolver el fuego con sus propias armas, pero no me pude serenar del todo hasta
que Clara salió del campo de batalla y la tuve por fin en mis brazos.
—¡Mami! —gimió temblando como un cachorrillo.
—Ya pasó, cariño, ya pasó. —le dije para consolarla.
—¡Dios! ¿Qué le ha picado a esa gente? —sollozó Raquel dejándose caer al
suelo. Eduardo cerró la puerta justo cuando las balas enemigas comenzaron a
volar de nuevo.
—Parece que los habéis cabreado más de que nos dijiste. —me acusó mirándome
con el ceño fruncido.
—¡No hemos hecho nada para provocar esta respuesta! —le espeté con Clara
todavía agarrada a mí como una lapa.
—¿No matasteis a tres de los suyos? —me recordó.
—¡Ellos intentaron matarnos a mí y a…! —Me interrumpí al caer en la cuenta
de que Judit estaba fuera, no sabía dónde, pero fuera—. ¡Mierda!
—¿Qué importa eso ahora? —gruñó Diana—. ¡Nos están atacando!
Luis fue el primero de los demás en regresar, y traía la bolsa de medicinas
en la mano.
—¿Estáis todos bien? —preguntó—. ¿Algún herido?
—De momento no —respondió Eduardo mientras Gonzalo se unía a los demás. Con
el tiroteo, la cristalera de la ermita se había hecho añicos—. Pero deberíamos
intentar escapar de aquí por detrás.
—¡No! —replicó el sargento—. Creo que eso es lo que esperan que hagamos…
esos cuatro sólo son un señuelo.
—Tiene razón —coincidió Ramón—. Por muy legos que sean en estrategia
militar, mandar a cuatro tíos a disparar contra un edificio de piedra es una
pérdida de tiempo y de munición, esto debe ser algún tipo de trampa.
—Aun así, deberíamos intentar escapar —inquirí yo tras escucharles. Katya y
Andrei, seguidos de Sebas y Toni, regresaron también—. Si no lo hacemos,
podríamos acabar sitiados aquí dentro.
—Es posible que ya lo estemos —aseveró Gonzalo—. Si salimos todos ahí fuera
podemos acabar con esos cuatro, es lo único que no esperan.
—¿Estás loco o qué? —le reprendió Eduardo—. Si cargamos contra ellos como
idiotas, nos abatirán antes de llegar a la mitad de la distancia que hay hasta
el muro.
—Saldremos por detrás. —se me ocurrió de repente.
—¿Es que no estabas escuchando? —replicó Diana—. Podrían estar esperando
que saliéramos huyendo por detrás para…
—No saldremos para huir, sino para emboscarles a ellos —maticé—. Unos se
quedan aquí, haciendo como que devolvemos el fuego, y otros salen por detrás y
rodean discretamente la ermita hasta cogerlos por detrás sin que se den ni
cuenta. En cuanto esté la salida despejada, los de dentro podrán escapar y
juntarse con los demás.
—No parece que tengamos un plan mejor —dijo Eduardo encogiéndose de hombros
tras valorarlo unos segundos—. Si salimos de aquí, podemos perderlos campo a
través.
—Eso suena bien —se apuntó Toni—. ¿Cómo lo hacemos?
—Los que salgan estarán más expuestos que nadie —observó Ramón—. Lo haremos
Edu, Diana y yo. Vosotros los distraéis desde fuera.
—Judit está ahí fuera —me vi en la obligación de recordar a los demás. Algunos
incluso miraron a su alrededor, sorprendidos de que no estuviera por allí—.
Podría estar en peligro.
—Si no la han visto, en realidad podría ser la que está más a salvo de todos
nosotros —replicó Diana recargando su arma—. Yo estoy lista.
—Voy con vosotros —se ofreció Gonzalo—. Ahí puedo ser más útil… y quiero
darle las gracias a esa gente por el intento de asesinato de esta mañana.
—Vamos, cuanto menos tiempo perdamos, más posibilidades tendremos. —Arengó
Eduardo poniéndose en camino en dirección a la salida trasera de la ermita.
—Toni, tú y Sebas sabéis disparar, así que coged los otros dos fusiles y
devolved el fuego desde la ventana —les indiqué—. Los demás esperaremos junto a
la puerta a que ellos se encarguen. Estad preparados para correr.
La espera se volvió casi insoportable. Clara no se atrevía a soltarse de
mí, y no podía culparla de tener miedo después de lo que acababa de ocurrir,
pero sospechaba que Gonzalo tenía razón en una cosa: aquello sólo era una advertencia.
No había ningún otro motivo para que siguieran disparando como idiotas contra
la fachada de la ermita sabiendo que no iban a alcanzar a nadie. Quizá fueran
tan malos soldados como decía Ramón y simplemente contentaban con devolver el
fuego, o quizá realmente estuvieran esperando a que saliéramos por detrás para atacarnos
a traición.
De un modo u otro, no escuchamos disparos desde la parte trasera cuando
Eduardo y los demás salieron. Hice que bloquearan las puertas con los bancos
que quedaban para que nadie intentara colarse dentro y esperé que cumplieran su
parte… si no nos traicionaban y aprovechaban para escabullirse era sólo cuestión
de tiempo que se encargaran de nuestros cuatro atacantes.
—Tengo miedo. —susurró Clara.
—Ya lo sé, cariño, yo también —le respondí abrazándola aún más fuerte—.
Pero todo va a salir bien, ya lo verás.
—¡Ahí están! —anunció Sebas señalando al exterior.
—¡Joder! Menos mal… ya no tenía balas. —añadió Toni bajando el fusil.
Los disparos se interrumpieron durante un segundo, y después se volvieron a
reanudar. Se escuchó un coche derrapar y más disparos luego, y no fue hasta que
vi a Gonzalo atravesar el muro y hacernos una señal cuando supe que todo había
salido bien.
—¡Es el momento! ¡Vamos! —llamé a los demás—. Salgamos en fila, y rápido.
Luis fue el primero en hacerlo. Salió corriendo, rodeó el todoterreno
tiroteado y siguió hasta donde se encontraba Gonzalo, a quien se unieron
Eduardo, Diana y Ramón. Éste último se agarraba una herida sangrante en el
brazo, pero parecía estar bien.
—Ahora tú. —le indiqué a Raquel al ver que el camino parecía realmente
despejado.
Sin perder un segundo, la chica echó a correr en dirección al muro.
—Luego vas tú, Toni, eres el más lento, Sebas irá contigo —le dije, pero él
negó con la cabeza.
—Tú tienes una niña, ve tú delante. —me ofreció antes de dirigirse a Katya
y Andrei—. Luego vosotros dos.
Como no había tiempo para discutir, y mi prioridad era poner a Clara a
salvo, en cuanto vi que Raquel había llegado a la altura del todoterreno agarré
a Clara de la mano y salí con ella… sin embargo, en ese mismo instante, algo
que no supe identificar apareció en el cielo, acercándose a nosotros.
Parecía un helicóptero, pero era tan pequeño que lo habría confundido con
uno de juguete, o al menos hacía ruido como si fuera de juguete. Moviéndose
increíblemente rápido, se detuvo frente a la ermita y se quedó parado en el
aire, a unos veinte metros de distancia. No supe qué era eso hasta que Gonzalo
abrió fuego contra él, y como respuesta aquella cosa giró sobre sí misma y le
devolvió los disparos desde el aire.
—¡Joder! —exclamé lanzándome con Clara en brazos detrás del todoterreno.
Gonzalo tuvo que esconderse detrás del muro para cubrirse de las balas junto a Luis
y los demás, mientras que a Raquel no le quedó otra que esconderse detrás del
tronco de uno de los árboles. Los demás se quedaron en las puertas de la
ermita, sin atreverse a salir.
—¿Qué es eso, mamá? —escuché preguntar a mi hija por encima del ruido de los
disparos de aquel artilugio infernal.
—Eso es un drone, hija. —le respondí con un nudo en la garganta.
La única explicación a la presencia de aquel aparato era que los militares
hubieran tenido uno en su base y los sectarios hubieran aprendido a manejarlo. Pero
cómo habían llegado a conseguir uno daba igual, lo único importante era que nos
había cortado el paso completamente.
Tras tirotear a Gonzalo, aquel aparato volvió su atención hacia nosotras,
de modo que el todoterreno, ya muy desmejorado, se llenó de nuevas marcas de
disparos, igual que la corteza del árbol que cubría a Raquel, la cual parecía
muy agobiada tratando de que aquel tronco flaco la cubriera completamente. Era
un sentimiento perfectamente comprensible.
En la ermita, Toni, Sebas, Katya y Andrei se habían quedado bloqueados sin
poder salir, pero ellos al menos estaban más a cubierto que nosotras. De nuevo
temí por la resistencia de la carrocería del vehículo que nos protegía, pero lo
que de verdad me daba miedo era que el drone no necesitaba quedarse donde
estaba para disparar, sólo tenía que moverse hasta tener un ángulo desde donde
poder alcanzarnos y acabaría con nosotras en un suspiro.
Eduardo, Gonzalo, Diana y Ramón iniciaron un contraataque. Abrieron fuego
contra el drone los cuatro a la vez, y a éste no le quedó más remedio que elevarse
para esquivar las balas.
—¡Vete! ¡Ahora! —le grité a Raquel, que era la que lo tenía más fácil para
escapar. Sin embargo, ella negó con la cabeza… estaba demasiado asustada para
moverse.
—¡Maite! —me llamó Sebas desde el otro lado dando un paso fuera de la
ermita tirando de Katya, que llevaba cogido de la mano a Andrei.
El drone volvió justo en ese instante, aunque más que verlo le escuché
acercarse. Quien sí lo vio fue Katya, que se soltó de Sebas de un tirón y
regresó junto con su hijo al interior de la ermita en un salto. Sebas, sin
embargo, no fue capaz de decidirse hacia qué lado huir, si hacia el todoterreno
con mi hija y conmigo o de vuelta a la ermita con Katya.
—¡No te quedes ahí en medio! —le avisé echándome sobre Clara cuando escuché
que el aparato volvía a abrir fuego.
Mi advertencia llegó demasiado tarde, y como seis o siete balas alcanzaron
a Sebas, que cayó al suelo acribillado. Un charco de sangre comenzó a formarse
inmediatamente bajo su cuerpo.
—¡Dios! —gemí impactada ante aquella visión.
Raquel gritó, Clara intentó levantar la cabeza para ver qué había ocurrido,
pero no se lo permití.
—No mires cariño, no mires. —le pedí apretando los dientes con rabia
mientras las baldosas del suelo se empapaban de la sangre del guardia de
seguridad.
“Esto no está pasando” intenté convencerme a mí misma, “esto no puede estar
pasando…”
Pero lamentablemente estaba pasando, como todo lo malo que había ocurrido anteriormente.
En el mundo en que vivíamos sólo las cosas buenas eran espejismos, como el
supuesto lugar seguro que representaba la secta.
Gonzalo y los demás volvieron a la carga aprovechando que el drone se había
quedado parado de nuevo en el aire, pero en aquella ocasión solamente Ramón y
Eduardo disparaban. Supuse que la munición de los demás debía haberse acabado…
lo que significaba que el tiempo se nos acababa también.
Cuando el aparato comenzó a maniobrar, le hice un gesto a Katya y a Toni,
que observaban horrorizados el cadáver de Sebas en el suelo, para que vinieran,
pero Katya se negó en redondo. No quería arriesgarla vida de su hijo y podía
comprenderlo, no obstante, las opciones se nos acababan, y no le veía solución
a la situación.
—¡Raquel! ¡Vete de una puta vez! —bramé en dirección a la chica para
hacerla reaccionar, pero entonces me di cuenta de que Clara y yo también
teníamos que salir de allí, así que preferí predicar con el ejemplo.
Tirando de mi hija, salimos de detrás del todoterreno en dirección al
árbol, y una vez allí empujé a Raquel para que se moviera… sin embargo, en ese instante
el drone regresó, aunque por suerte o desgracia no para atacarnos a nosotras.
De la parte inferior de aquel artilugio surgió con un silbido un misil en
dirección a la ermita. El pequeño artefacto rompió la cristalera superior
cuando entró dentro, y un segundo más tarde se produjo una detonación tan
intensa que nos lanzó a las tres por los aires y me hizo perder completamente
el sentido.
No podía escuchar nada, salvo un molesto silbido que me taladraba el
cerebro. Aturdida, abrí los ojos sólo para encontrarme rodeada de escombros
ardiendo que caían del cielo. Me dolía todo el cuerpo, y tenía recuerdos
confusos de lo que acababa de ocurrir. Alguien se movía a cuatro patas a mi
lado, pero me costó lo que me pareció casi un minuto darme cuenta de que se
trataba de Raquel, que boqueaba como luchando por respirar con la cara llena de
hollín.
“Clara” dijo una voz en mi cabeza, “¿dónde está Clara?”
De repente el sonido regresó y volví a poder escuchar, aunque seguía
demasiado dolorida para incorporarme. Raquel sollozaba a mi lado, pero en lo
único que podía fijarme era en el cuerpecito tirado bocabajo en el suelo que
tenía a un metro de mí. Con un esfuerzo sobrehumano, logré arrastrarme hasta él
y cogerle de la muñeca, y para mi alivio movió la cabeza… gracias a Dios mi
hija seguía viva.
Quienes me parecía imposible que siguieran vivos eran Toni, Katya y Andrei.
La explosión había hecho saltar por los aires todo el interior de la ermita…
nadie podía sobrevivir a algo así.
—Joder… —logré balbucear.
Comencé a escuchar disparos, aunque no sabía si los producían enemigos,
amigos o el maldito drone. Un vehículo se acercó y de él bajaron varias
personas que no pude identificar, porque desde el suelo apenas alcanzaba a
verles los pies. Eran por lo menos cuatro, así que lo primero que pensé fue que
se trataba de Gonzalo y los demás, pero luego escuché hablar una voz que no conocía.
—Cogedlos, vamos —dijo el desconocido—. Hay que largarse rápido.
Alguien tiró de Raquel y la levantó del suelo. Ella intentó resistirse,
pero estaba demasiado aturdida para conseguirlo, y yo también para poder
ayudarla.
—¡No la toques! —conseguí gritar cuando otro se agachó junto a Clara, sin
embargo, al mismo tiempo otras dos manos me agarraron a mí. Puede sujetar la
pierna de mi hija para evitar que la cogieran, aunque no creía que fuera a
resistir mucho tiempo tirando de ella.
—¡Mierda! ¡Están ahí! —bramó alguien justo antes de que comenzaran de nuevo
los disparos.
Me soltaron, y también a Clara porque la tenía firmemente sujeta en mi
mano, pero en cuando caí al suelo sentí como mi consciencia se desvanecía al
tiempo que escuchaba un vehículo arrancar.
Al despertar una vez más descubrí que alguien se encontraba agachado junto
a mi hija. Instintivamente intenté rechazarle de un manotazo, pero no sirvió de
nada, y tuve que revolverme como una bestia salvaje atrapada cuando una segunda
persona intentó sujetarme para impedirlo.
—¡Tranquila, somos nosotros! —dijo Eduardo, que era quien me había
agarrado.
—¡Clara! —llamé a mi hija… no estaba en condiciones de atender a razones,
sólo quería que quien fuera que estaba con ella se quitara de en medio y me
dejara verla—. ¡Clara!
Ese hombre resulto ser Luis, que en cuanto me escuchó se giró para
atenderme a mí.
—La niña se pondrá bien —le dijo a los demás—. Pero habrá que cargar con
ella. Maite, ¿me escuchas? Clara se pondrá bien, ¿cómo te encuentras tú?
—No tenemos tiempo para esto —refunfuñó Ramón—. Ya hemos perdido demasiado
reanimándolas, tenemos que largarnos antes de que vuelvan con más gente.
—Estoy bien —le respondí a Luis. Lo cierto era que verlos ahí me había
aliviado bastante, Más que herida, lo que estaba en realidad era aturdida por
la explosión—. ¿Se han ido?
—Todos —confirmó Diana mirando a su alrededor—. Tenían otro grupo
escondido, pero no nos atacaron cuando rechazamos al primero, sólo esperaron a
que ese puto drone les hiciera el trabajo sucio… hijos de puta.
—¿Y Raquel? —pregunté inmediatamente—. Creo que intentaban llevarnos con
ellos.
—A Raquel… se la han llevado —replicó Luis afligido—. Lo intentamos, fuimos
tras ellos y agotamos la poca munición que nos quedaba… pero no pudimos
impedirlo, no teníamos coches a mano y se nos escaparon. Creo que se la han
llevado al pueblo.
—¡Joder! —grité, quizá con demasiada fuerza, porque inmediatamente me entró
un irresistible ataque de tos—. ¿Seguro que Clara está bien?
—Sólo son magulladuras, el susto y el aturdimiento por la explosión —me
aseguró el doctor—. Se pondrá bien… ¿y tú cómo te sientes? Perdona pero, aunque
estuvieras inconsciente, me pareció más urgente atender a tu hija.
—Creo que estoy bien, pero los demás están muertos —dije tanto para que lo
supieran como para hacerme yo mismo a la idea. A mi espalda, la ermita ardía
como si estuviera hecha de madera—. Katya y Andrei, Toni, Sebas…
—Ya lo sé —asintió Luis con pesar—. No hay forma de sobrevivir a algo así,
casi no creíamos que vosotras lo hubierais conseguido, pero cuando perdimos a
Raquel pensamos que podía quedar alguien más con vida…
—¿Por qué no nos dijiste que tenían un drone? —acusé a Gonzalo, que miraba
casi hipnotizado el fuego de la ermita. Él había sido militar allí, sabía el
armamento que podía tener esa gente mejor que cualquiera de nosotros.
—¡No lo sabía! —se excusó—. El drone no estaba en mi base, debía estar en
la de las fuerzas aeromóviles del ejército de tierra… ¡Pero yo ni sabía que
tenían un aparato así!
—¿Mamá? —me llamó Clara desde el suelo.
—Estoy aquí, cariño —le dije agarrándola de la mano para tranquilizarla—.
No te muevas, ¿vale? ¿Te duele algo?
—Sí —lloriqueó sentándose sobre la hierba y la ceniza—. ¿Qué… qué ha
pasado?
—Una explosión —contesté—. No la mires.
—Será mejor que nos movamos —sugirió Eduardo secándose el sudor de la
frente—. No es seguro estar aquí, no sabemos si esa gente se conformará con
esto o pretende rematar la faena.
—Pretenden rematarla —aseveró Ramón completamente convencido—. Su plan era
muy sencillo: obligarnos a encerrarnos en la ermita disparándonos y volarla con
el drone con todos dentro. Nos hemos salvado porque les atacamos y nos pillaron
fuera a la mayoría, pero sin duda vendrán con más gente ahora que saben que aún
quedamos algunos vivos. Seguramente no contaban con nosotros tres en sus cálculos.
—Eso no es del todo así —se pronunció una conocida y querida voz de
listilla sabelotodo acercándose desde el muro de la ermita. Judit había vuelto,
y gracias a Dios estaba viva… era una pequeña buena noticia después de tanta
desgracia.
—¡Judit! —exclamé sorprendida—. ¿Dónde has estado?
—Tuve que salir para verificar una cosa antes de marcharnos —se disculpó—.
No podía irme sin saber… pero no me esperaba que fuera a ocurrir esto. ¿Estáis
todos bien?
La pregunta era muy inocente teniendo en cuenta que apenas había logrado
arrastrarme hasta estar al lado de mi hija, pero Judit era así.
—No —le respondí—. Katya y Andrei han muerto, Toni y Sebas también. A
Raquel se la han llevado y no podemos hacer nada por ayudarla… ¡Mierda!
Si rescatar a Aitor cuando todavía creíamos que esa gente iba de buenas a
por nosotros ya era difícil, salvar a Raquel de lo que fuera que le esperara
por parte de los sectarios se me antojaba imposible. No podíamos plantar cara a
ese grupo ni remotamente… ni siquiera cuando todos seguían vivos y las armas
tenían munición.
—A mí me han herido —añadió Ramón mirándose el brazo. Una venda cubría el
lugar donde una bala le había alcanzado, Luis ya debía haberse encargado de la
herida—. Pero me da cosa quejarme, visto lo visto.
—¿Qué querías decir con que eso no era así del todo? —la interrogó Eduardo.
—¡Oh, sí! —replicó ella como si cayera en la cuenta de algo—. Su plan no
consiste en enviar a nadie más, a nadie más vivo, quiero decir. Pretende
utilizar a los muertos vivientes contra nosotros para rematarnos.
—¿Qué? —exclamó él—. ¿Qué significa eso?
Judit se limitó a señalar hacia la carretera. Me costó incorporarme para
poder ver por encima del muro, pero cuando lo hice casi deseé que me hubiera
matado la explosión, porque lo que se acercaba era una enorme horda de muertos
vivientes surgida de no sabía dónde.
—¡Oh Dios! —gemí al verlo.
—Pero… esta zona estaba bastante despejada —dijo atónito Ramón—. ¿Cómo ha
podido el ruido atraer a una jauría tan rápido desde el pueblo?
—No los ha atraído el ruido —le contradijo Judit, que por algún extraño
motivo hasta se permitió sonreír ligeramente—. Los ha atraído ella, con sus
poderes.
Todos la miramos atónita
después de que pronunciara esas palabras. Por un momento pensé que la conmoción
de todo lo que había ocurrido la había vuelto loca, pero sólo hasta que vi que
la horda estaba en cabezada por una mujer, una mujer cubierta por una capa
color rojo sangre que portaba un báculo con una cabeza cortada en las manos.
En todos los episodios de origenes pones una cancion ¿que paso ahora?
ResponderEliminarResubí los relatos de Orígenes para que todos tuvieran el mismo formato y sin darme cuenta borré los enlaces, como no los tenía guardados me temo que se han perdido para siempre, así que no he puesto canción hasta que no las vuelva a recopilar todas y pueda enlazarlas otra vez
EliminarDEP para tanta gente... espero que Aitor se lo haga pagar a esos sectarios.
ResponderEliminarEstupendisimo estilo narrativo. Tu Blog se ha convertido de lectura obligada, espero ponerme pronto al día porque acabo de descubrirlo. Saludos.
ResponderEliminarHola, Línea Z. Yo lo descubrí hace un mes y medio y la enganchada es total. Los dos libros así como las entradas del blog son realmente adictivas (en este tiempo me lo he leído todo).Te recomiendo que sigas a Alejandro, porque es de lo mejorcito del panorama y merece realmente la pena.Slds.
EliminarPues yo encantando con que os guste, muchas gracias por comentar.
EliminarMe encanta tu novela, pero hay contradicciones entre este capítulo y el 16 en lo referente a la historia del sargento y sus dos compañeros.
ResponderEliminarEn todo caso, enhorabuena por la obra.
Y nadie más se ha dado cuenta, qué vergüenza. ¿Cuáles son? Solo para tocarle un poco las pelotillas a Alejandro XD
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