CAPÍTULO 19:
AITOR
Si en algo había tenido razón Sara era en que vigilar desde lo alto del
muro podía llegar a ser mortalmente aburrido. A primera hora de la mañana,
justo después de despertarme, me había vestido, había cogido mis armas y me
presenté en el muro dispuesto a recibir órdenes. Me asignaron vigilar la parte este,
poco más de cien metros de hormigón divididos en varios fragmentos por la
presencia de edificios, junto con tres personas más.
No se podía decir que allí arriba tuviera mucho que hacer, los muertos
despellejados y empalados mantenían a los que todavía eran libres de andar
relativamente alejados, y el espino hacía el resto. Me explicaron que el
procedimiento habitual era dejar que los reanimados se enredasen en el espino y
por la tarde, antes del segundo cambio de guardia, salir y rematarlos a mano. De
ese modo no se gastaban balas tontamente y evitábamos hacer ruido al disparar.
Las armas de fuego sólo debían utilizarse en caso de extrema necesidad, como si
se acercaba una horda que pudiera sobrepasar el espino o alguno lograba llega
hasta el muro.
En realidad me hubiera gustado poder decir que simplemente estaba aburrido
de vigilar un fragmento de calle bastante tranquilo, pero a ese sentimiento
había que sumar la inquietud que tenía por el resto de mi grupo. Se suponía que
iban a decidir si se unían a la comunidad o seguían por su cuenta ese mismo día,
y hubiera dado una mano por estar haciendo guardia junto a la puerta, donde
podría verlos llegar si decidían unirse también a la comunidad. No dudaba de mi
decisión de quedarme con aquella gente, y tampoco tenía ninguna queja sobre
ellos, salvo algunas de sus costumbres religiosas, pero me habría sentido mucho
más seguro si los demás hubieran terminado quedándose también.
Un anciano cubierto de sangre se tambaleó junto a la entrada de un bar,
quizá porque algún vestigio de la persona que fue le llevó al lugar donde solía
tomarse el carajillo, o más probablemente por pura casualidad. Le apunté con la
mira de mi fusil sólo por hacer algo, ya que no tenía intención de dispararle
en realidad, y me quedé mirando cómo cojeaba hasta que se perdió en la
siguiente calle, donde un niño con un solo brazo, vestido con uno de esos babis
que les ponen en las guarderías, se cruzó con él y comenzó a seguirlo.
—¿Aburrido? —me preguntó otro de los vigilantes cuando se cruzó conmigo al
hacer la ronda. Creía recordar que se llamaba Víctor, pero me habían presentado
a varias personas aquella mañana y no estaba del todo seguro.
—No —respondí instantáneamente poniéndome tenso y bajando el arma… luego
recordé que ya no estaba en una unidad militar, que ese hombre no era mi
superior y que todas esas formalidades no eran ya necesarias—. Vigilaba a los…
condenados.
Tenía que empezar a llamarlos así, cuando los llamé “reanimados” antes de
empezar la guardia todos me miraron como si hubiera soltado una blasfemia. Y es
que de esa forma sólo los llamábamos en el ejército, y la mala experiencia
sufrida con ellos parecía seguir muy fresca para muchos.
—¿Sabes algo de la puerta? —intenté sonsacarle.
—¿Tu gente? —tanteó intuyendo por dónde iban los tiros—. La verdad es que
no, pero todavía es temprano, apenas mediodía. Cuando acabe tu guardia puedes
ir a preguntar.
—Sí… perdona, no quiero parecer distraído el primer día. —me disculpé.
—¿Estás de coña? —exclamó él soltando una carcajada—. Si no fuera porque el
señor Veltrán me echaría la bronca, yo me traería unas cartas para echar la
mañana. Aquí nunca pasa nada, para eso tenemos a los cabrones despellejados, y
ahora que el muro está completado, mucho menos.
El desprecio hacia los reanimados desollados era un detalle que no me había
pasado desapercibido. Evidentemente a nadie le caían bien los muertos
vivientes, pero aquella animadversión hacia esos en concreto, y más teniendo en
cuenta que ayudaban mucho a la protección del lugar, no terminaba de entenderla
del todo.
—¿Sabéis quiénes eran? —le pregunté—. Los despellejados, quiero decir. A
veces habláis de ellos como si los conocierais…
—¡Bah! No nos hagas caso —replicó quitándole importancia—. Lo que pasa es
que les coges manía cuando los ves día tras día y no puedes matarlos, como a
los otros.
—Supongo que sí. —reconocí encogiéndome de hombros.
—Sé lo que es estar preocupado por lo que le pueda pasar a tu gente ahí
fuera —me dijo en un tono más confidencial—. Yo también tuve que pasar un
tiempo al otro lado de estos muros y no fue fácil, vi morir a mucha gente… pero
ahora estamos aquí, protegidos por Santa Mónica, ¿verdad? En fin, te dejo
seguir vigilando. ¡Ah! Por cierto, si ves a alguien famoso convertido en una de
esas cosas tienes que avisarnos, hay un concurso.
—¿Habéis visto algún famoso? —me interesé, tan intrigado como divertido.
—Tres —respondió orgulloso—. Una presentadora de las noticias, un político
y un tipo de esos de los cotilleos. Supongo que en Madrid capital será mucho
más fácil ver alguno, claro, pero estamos cerca, quién sabe si aparecerán más.
Así que ya sabes: estate atento.
—Lo estaré. —le aseguré sonriéndole antes de que se marchara.
Cuando volví la vista, descubrí que el viejo y el niño se andaban
persiguiendo a una pobre rata que había salido de no sabía dónde. Por supuesto,
ninguno de los dos tenía la velocidad y coordinación necesarias para cazar un
animal tan esquivo, pero resultaba hasta gracioso verles caer de boca al suelo
cada vez que lo intentaban. No entendía por qué el animal se movía sólo unos
cuantos pasos, lo justo para obligar a los muertos a incorporarse y empezar de
nuevo, en lugar de alejarse corriendo sin más… se me ocurrió pensar que a lo
mejor estaba alejándolos de alguna piltrafa que sus compañeras ratas tuvieran
intención de comerse, pero no sabía si esos bichos eran tan listos y solidarios
entre sí como para elaborar un plan semejante.
“¡Dios! ¿Ahora me preocupo por lo que hace una rata?” me recriminé a mí
mismo.
Ya me estaba planteando preguntarle a alguien si podía tomarme un momento
para averiguar si Maite y los demás habían dado señales de vida cuando vi que
tras de mí, en el lado del muro seguro, un grupo de unas seis personas se
dirigían al trote hacia la basílica, y además todas iban armadas.
Mi primer pensamiento fue creer que algo grave tenía que había pasado, no
me parecía lógico que si el grupo había llegado por fin fueran a recibirles un
montón de tipos armados. Un muerto viviente podría haber traspasado el
perímetro, o quizá alguien había muerto y se había transformado. En cualquier
caso, me sentí obligado a averiguarlo, no tenía sentido llamarme vigilante para
pasarme horas sin hacer nada sobre un muro pero quedarme quieto si ocurría algo
dentro de la propia comunidad.
Me dirigí rápidamente hacia las escaleras, dispuesto a ofrecer mi ayuda,
pero Víctor, o como se llamara, me interceptó cuando ya estaba empezando a
bajarlas.
—¡Epa! ¿Por qué tanta prisa? —quiso saber.
—¿No lo has visto? Han pasado seis tíos armados —le señalé—. A lo mejor
necesitan ayuda, puede que haya pasado algo.
—Sí que lo he visto —reconoció con despreocupación—. Pero si nos
necesitaran para algo nos llamarían. Seguramente no sea nada… vaya, estás a la
que salta, ¿eh?
—Puede ser —tuve que admitir. A lo mejor me había preocupado de más,
después de todo, la gente de la comunidad se las había apañado bien antes de
que yo llegara. Sabrían cómo resolver cualquier crisis que se les presentara—.
Creía que a lo mejor tenía algo que ver con los míos.
—Oh, eso —observó él—. Bueno, ahora los tuyos somos nosotros, así que no te
preocupes tanto por ellos. Si vienen, lo acabarás sabiendo, y si no… en fin,
supongo que sabrán lo que se hacen. Es difícil, pero se puede sobrevivir ahí
fuera, lo habéis hecho hasta ahora, ¿no?
Con aquellas palabras tan poco reconfortantes regresó a su puesto y me dejó
pensativo en las escaleras. Me disponía a subirlas de nuevo y regresar yo
también al mío cuando escuche que alguien me chistaba. Tardé un par de segundo
en ver de quién se trataba porque había puesto mucho empeño en permanecer
oculto, pero tras chistarme una segunda vez logré vislumbrar a Jesús haciéndome
gestos desde detrás de una casa.
Dándome cuenta de lo extraño de la situación, miré hacia arriba para asegurarme
de que Víctor no estaba antes de bajar las escaleras del todo y acercarme a él
para descubrir qué ocurría.
—¿Qué pasa? ¿Por qué tanto mist…? —quise preguntarle, pero entonces vi que
Irene estaba allí también—. ¡Irene! ¿Qué…? ¿Cuándo habéis llegado?
Me sentí tremendamente aliviado sabiendo que finalmente habían decidido
unirse a la comunidad, que por fin habíamos encontrado el lugar seguro que
tanto ansiábamos… pero mi ilusión duró apenas un par de segundos.
—No hemos llegado, Aitor —me dijo ella—. Sólo he venido yo, los demás se
van… o bueno…
—¿Bueno? —Que los demás no estuvieran allí también era una noticia chocante
para mí, chocante y triste, pero debí preverla después de cómo se marchó Maite
el día anterior. Por otra parte, que Irene sí hubiera decidido quedarse si los
demás no lo hacían no me extrañaba, nadie le tenía especial cariño, y era su
oportunidad para separarse de ellos.
—Ha habido… complicaciones —intentó explicarme Jesús, que no sabía por qué
pero parecía más nervioso de lo habitual—. Tu grupo… cómo decirlo…
—Maite perdió los nervios, Aitor —intervino Irene ante los titubeos de
Jesús—. Mató a tres personas de esta comunidad en la base, y luego, al parecer,
también al hombre que tenía que esperarnos si decidíamos unirnos.
Me quedé completamente en shock al caer en la cuenta de que precisamente
ese hombre era Óscar, la persona me había salvado cuando los reanimados me
perseguían, me había llevado a la comunidad y fue el padrino de mi nuevo
bautizo.
—¿Maite mató a Óscar? —dije sin poder creerlo… no dudaba que Maite fuera
capaz de matar si era necesario, y aquella cualidad dejó de ser algo malo
cuando los muertos vivientes lo destruyeron todo, pero me extrañaba que Óscar
pudiera haberle dado algún motivo para hacerlo. Ese hombre era un cacho de pan.
—No sólo eso —añadió Jesús—. Una de las tres que fueron a… a la base, era
Sara.
Que ella también estuviera muerta fue un impacto incluso mayor, ¿cómo podía
estar pasando aquello? No entendía nada.
—Pero, ¿por qué iba Maite a hacer eso? —pregunté consternado y muy
confundido.
—¡No! Ella no es la mala en esto… —me contradijo Jesús al tiempo que se
escuchaban varios disparos en la distancia, aquello hizo que el hombrecillo se
encogiera atemorizado—. ¡Madre mía! Ya ha empezado…
—¿Empezado a qué? —inquirí comenzando a perder los nervios yo también.
—¡A formar su ejército! —gimió apretando los dientes con aprensión—. Esta…
esta comunidad no es lo que parece. Sara y los otros dos hombres fueron a la
base militar a matar… a matar al hombre de la capa.
—¿El hombre de la capa? —Cada vez estaba más perdido—. ¿A matarlo? ¿Por
qué? Ese pobre desgraciado sólo es un loco.
—Era… el único militar superviviente de cuando los… los asesinaron —confesó
Jesús avergonzado—. No hubo tal conflicto entre los nuestros y los militares,
simplemente Ella y Veltrán quisieron ser los que mandaran, y no ellos, así que
los… los mataron a todos… o a todos menos a uno. La historia de que nos fuimos
y luego volvimos y estaban muertos es una patraña, una mentira que contamos
para la gente de este lugar. Sólo los que empezamos esto sabemos la verdad.
—¿Y qué es ese ejército? —le interrogué. Su historia me daba completamente
igual en ese momento—. ¿Qué pretenden hacer?
—Van a… a atacar a tu gente en represalia por esas muertes. —respondió.
—¿Van a atacarles? —exclamé espantado. Si iban a por ellos estaban
completamente acabados. No había nadie en la ermita que pudiera repeler el
arsenal que la comunidad guardaba en la basílica—. ¿Por eso los hombres armados
que han pasado antes?
—Sí, pero hay algo peor —continuó—. Guardamos un drone, hay un hombre que
aprendió a manejarlo y está armado con misiles. Esa gente… tu gente, va a ser
masacrada.
—¡Oh Dios! —murmuré al darme cuenta de la gravedad de la situación—. ¿Y por
qué me cuentas esto?
—¡Quiero que vayas a advertirles de lo que se les viene encima! —replicó
dándome un tirón del brazo—. ¡Tienen que largarse de esa ermita antes de que
lleguen los ataques!
—¿Y cómo se supone que voy a hacer eso? —inquirí en voz quizá demasiado
alta para el tipo de conversación que estábamos teniendo. Pero con tanta
información nueva, y siendo ésta tan preocupante, me estaba costando asimilarlo
todo—. Si van a atacarles, no me dejarán salir.
—Soy el planificador de la comunidad —me explicó—. Uno de los objetivos de
la comunidad a medio plazo era volver a disponer de agua corriente… y una vez
conseguido habría que tener en cuenta la eliminación de residuos por las
alcantarillas. Tengo… tengo un mapa que sacamos del ayuntamiento donde se
muestra el alcantarillado de esta zona, puedo decirte cómo salir, hay un
desagüe que podría sacarte de aquí antes de que nadie se diera cuenta de que no
estás.
—¿Las alcantarillas? Vale. —accedí sin tener que pensarlo demasiado. No
podía dejar que mataran al grupo, no podía dejar que mataran a Raquel…
—¡Tenemos que darnos prisa! —nos urgió Jesús—. En cuando el ejército de
muertos esté formado Ella misma los comandará contra tu gente.
—¿Puede hacer eso? —le pregunté extrañado.
—Te sorprendería. —contestó el.
—De acuerdo, entonces Irene y yo nos vamos y… —comencé a decir, pero al ver
la mirada de la susodicha me di cuenta de que sus planes eran otros.
—Yo no voy contigo, Aitor. Yo me quedo aquí —declaró mirándome con tristeza—.
Ya… ya sé que la gente de este lugar son unos asesinos, pero bueno… en el fondo
no somos tan distintos, ¿verdad? Ambos tenemos sangre en las manos.
—Pero, no puedes quedarte… —quise persuadirla.
No quería dejarla allí con esa gente, no tras conocer su verdadera cara.
Por muchas cosas malas que hubiera hecho, y nadie podía decir que no las había
hecho, no merecía tener que quedarse allí, rodeada de chalados peligrosos.
—El grupo no me acepta, Aitor —se justificó—. Aquí sí, estaremos todos
mejor así.
—¡Por favor! ¡Hay que darse prisa! —insistió Jesús.
—Sí, vale… está bien, vámonos. —le indiqué echando a correr. Me giré una
última vez para mirar a Irene, y me pareció ver en ella un deje de tristeza que
casi me hace darme la vuelta e intentarlo de nuevo… pero ya era tarde para eso,
había tomado su decisión igual que la tomé yo. Esperaba que ella no resultara
estar tan equivocada.
—Me dijiste que ella, Santa Mónica, te había convencido para unirte —le
reproché a Jesús durante la carrera—. ¿Por qué lo hiciste sabiendo lo que
sabías?
—¿Qué otra opción tenía? —se excusó él entre jadeos—. Sólo mírame… no estoy
hecho para sobrevivir ahí fuera, tenía que ser parte de esta comunidad o morir.
—¿Cómo vamos a hacerlo? —quise saber tras doblar una esquina y seguir
corriendo en dirección a la basílica, que en esos momentos se encontraba
desierta.
—Frente a la basílica hay una bajada al conducto principal —me explicó señalando
el enorme edificio—. Si bajas por ahí, sólo tienes que seguir recto. Cuando se
acabe el conducto subes y estarás prácticamente a las afueras. Pero tenemos que
darnos prisa ahora que están reuniendo el ejército de muertos y la zona está
desierta.
—¿En serio tiene un ejército de muertos? —le pregunté sin poder creerlo del
todo.
—No necesita tenerlo —me corrigió él negando con la cabeza—. Acuden a los
disparos y luego, no sé cómo, los maneja para que la sigan. Pero eso no debe
preocuparte, los muertos serán los últimos en atacar, los que rematarán la
faena. Antes de eso les atacarán hombres armados, intentarán encerrarlos en la
ermita y luego la bombardearán con el drone.
—¡Joder! —maldije al ver que aquel ataque no iba a ser precisamente una
broma al tiempo que nos deteníamos justo delante de la entrada a la basílica.
En el suelo había un enrejado de un tamaño considerable, que debía hacer de
desagüe cuando llovía y esa zona se encharcaba, y parecía que aquella iba a ser
mi entrada a las cloacas. Ayudados por mi fusil, logramos hacer palanca y
abrirlo con facilidad.
—¡Date prisa! —me urgió Jesús mirando a su alrededor para asegurarse de que
nadie nos estaba viendo hacer aquello. El desagüe caía por una rampa hasta el
amplio conducto que había mencionado antes.
—¿Por qué no vienes conmigo? —le pedí cuando ya estaba dentro, sujetándome
para no deslizarme hasta el fondo todavía—. Estoy seguro de que mi grupo te
trataría bien, y no pareces muy conforme con lo que hacen por aquí.
—No estoy hecho para vivir ahí fuera —se excusó moviendo la tapa para
cerrarla al tiempo que me tendía una linterna con la que iluminarme bajo tierra—.
¡Date prisa o no llegarás a tiempo para salvar a los tuyos!
En cuanto estuve abajo, pisando un charco de lo que esperaba que sólo fuera
agua y la porquería que ésta hubiera podido arrastrar por el desagüe, Jesús
cerró la tapa del todo y se marchó de allí andando como si no pasara nada.
Encendí la linterna para poder orientarme y ver el camino. Según las
indicaciones que me había dado antes, únicamente tenía que seguir recto por
aquel conducto, de modo que me puse en ruta hacia la oscuridad sin perder un
instante más. Cada segundo era valioso.
Mientras caminaba, seguía sin poder asimilar que sólo un par de minutos
antes creyera estar completamente a salvo en aquella comunidad. La máscara
había caído tan rápido que todavía me sentía mareado, y había pasado de esperar
que el grupo se uniera a mí a tener que llegar hasta ellos antes de que unos
tíos armados, un drone y un ejército de muertos les masacraran.
“Pero, ¿y Ella?” no pude evitar preguntarme… ¿qué pasaba con Santa Mónica?
La mordedura que no la había matado, la experiencia religiosa, el ejército
de muertos que por lo visto podía controlar… ¿cómo encajaba todo eso? Si sólo eran
trucos, como pensaba Judit, cada vez comprendía menos de qué manera los
realizaba. Todos estaban convencidos de que aquello eran milagros, la prueba de
que su santa estaba realmente bendecida por Dios, pero yo nunca supe qué creer
en realidad. ¿Una mujer bendita por Dios comandaría a un montón de muertos
contra gente viva con la intención de aniquilarlos? ¿Una santa masacraría a los
militares de la base para hacerse con el poder? O peor aún, ¿y si todo aquello
en realidad era cierto y era la voluntad de Dios que Raquel, Maite y los demás
murieran?
Esos pensamientos me tenían tan confundido que hasta comenzó a dolerme la
cabeza, y por culpa de eso casi la pierdo del todo, porque no me di cuenta
hasta el último segundo de que en un cruce de la galería principal se escuchaba
una especie de gorjeo.
“¡Mierda, reanimados!” me dije parándome en seco y apagando la linterna
rápidamente. Había otro enrejado por el que se colaba el sol a tan sólo un par
de metros de allí, de modo que más o menos podía ver sin ella en ese punto.
Sin embargo, ya era tarde. Un muerto viviente casi cadavérico y manchado de
cosas que prefería no saber qué eran dobló la esquina arrastrando los pies. La
situación era peliaguda porque no me atrevía a hacer ruido al estar todavía
bajo terreno de la comunidad. Sin poder disparar, tuve que sacar el puñal y
prepararme para enfrentarme a él cuerpo a cuerpo.
Acertarle en la cabeza fue fácil, sólo tuve que clavar el puñal con todas
mis fuerzas sobre su cráneo para acabar con su vida… pero otro muerto andante
surgió de entre la oscuridad y se abalanzó sobre mí al tiempo que el cuerpo del
primero caía al suelo. Tuve que interponer un brazo entre mi agresor y mi
cuello para poder estamparle contra la pared de piedra y encargarme de él, que gruñó
e intentó arañarme cuando le apuñalé en un ojo, tras lo cual se dejó caer al
suelo salpicando agua por todas partes.
—¿…has oído algo ahí abajo? —me llegaron unas voces de la superficie.
—No, no, no… —murmuré para mí mismo mientras me recomponía del ataque. Pero
antes de que pudiera siquiera dar un paso, la rejilla se movió, así que tuve
que meterme en el cruce por el que habían llegado los muertos para evitar que
me descubrieran.
—Será mejor echar un vistazo —dijo otra voz—. Sólo faltaba que se nos
colase algún condenado por una tapa rota o algo así.
Un hombre bajó al desagüe con un salto, mientras que otro se limitó a
asomar la cabeza.
—Aquí no hay nada —observó éste último—. Sólo olor a mierda.
—No huele a nada —replicó el primero, que en ese momento se percató de los
dos reanimados muertos—. ¡Eh! Aquí hay dos cadáveres, a lo mejor es eso lo que
hueles.
—¿Cadáveres de qué? —quiso saber el de arriba.
—¿Y yo qué sé? —bufó el otro—. Supongo que serían condenados, aunque están
bastante desmejorados, pero puede que sea por la humedad.
“Vamos, daos prisa, joder” les increpé mentalmente por el precioso tiempo
que me estaban haciendo perder entre los dos.
—Podría haber condenados aquí —dijo el de abajo agachándose a examinar los
cuerpos—. ¡Por la Santa! Creo que a estos dos se los han cargado.
—¿Qué dices? —exclamó su compañero asustado—. ¿Quién va a matarlos ahí
abajo?
—Ni idea, pero mira, tienen puñaladas en la cabeza, y todavía sangran ese
líquido negro que tienen dentro… ha tenido que ser muy reciente.
“Esto se pone feo” me temí al ver que el tipo miraba a su alrededor, como
buscando a alguien.
—Pues a lo mejor sí que deberíamos echar un vistazo. —aceptó el de arriba
bajando también.
“Genial” pensé yo escabulléndome hacia atrás, con tan mala suerte que pisé
algo que crujió. Eso sirvió para alertar a aquellos dos sectarios, que
inmediatamente sacaron sus armas y apuntaron en mi dirección, aun sin poder
verme por culpa de la oscuridad.
—¿Hay alguien ahí? —preguntó uno de ellos.
—¿Quién va a haber ahí? —replicó el otro escéptico, o quizá asustado—.
Habrá sido un bicho, una rata por ejemplo.
—O quizá es que hay más condenados aquí abajo —sugirió el primero—.
Deberíamos revisar estas cañerías, por si acaso.
—No sé, esto da un poco de miedo, ¿sabes? —rezongó el segundo.
“Eso, largaos y volved después, con más gente o lo que sea” me dije
deseando que me dejaran seguir mi camino de una maldita vez.
—Estamos tras los muros —pronunció su compañero—. Aquí Ella nos protege.
“¡Putos fanáticos de mierda!” maldije para mí mismo antes de salir
corriendo hacia la oscuridad, lo que hizo que se pusieran más nerviosos al
escuchar mis pasos. Pero no podían verme, y me daba igual lo que pensaran, yo
tenía que irme de allí como fuera.
Mi intención era dar un rodeo sencillo y salir al canal principal más
adelante, quitándomelos de encima de una vez por todas… sin embargo, lo cierto
fue que acabé perdiéndome. Entre que no me atrevía a encender la linterna
demasiado a menudo por si me localizaban, y que aquellos túneles discurrían en
todas direcciones, acabé completamente desorientado bajo las cloacas de
Colmenar Viejo.
El camino no era sencillo porque en efecto había muertos vivientes allí
abajo. No sabía cómo habían llegado, tal vez cayéndose por alguna alcantarilla
abierta o algo así, pero de vez en cuando escuchaba pasos o gemidos, y tenía
que detenerme y prestar la atención necesaria para identificar la dirección y
la distancia a la que se encontraban de mí… cosa tampoco sencilla por culpa del
eco.
En un momento dado debí meterme en una cloaca de verdad, porque el aire que
se respiraba por aquel conducto era realmente nauseabundo. Además del olor, un
leve destello sobre el agua me reveló que a mi lado discurría un río de
deshechos, deshechos que debían llevar allí acumulados desde que la
civilización se hundió. Sentí moverse algo junto a mis pies y encendí la
linterna a tiempo para ver cómo una rata salía espantada dando grititos.
—Qué asco… —me dije alumbrando al frente con la linterna para tener bien
vigilado el camino, ya no parecía que estuviera cerca de los dos tipos que
habían bajado a buscarme, y encontrar el camino era prioritario.
Un extraño gorjeo surgió de una apertura lateral, que daba un río de
porquería y que a su vez desembocaba en el mío. Sabiendo lo que venía después
me armé con el cuchillo… no quería disparar en un espacio tan cerrado y acabar con
los tímpanos rotos.
Un reanimado inusualmente asqueroso apareció arrastrando los pies, atraído
por la luz de mi linterna. Al no querer pelear en un terreno resbaladizo y
estrecho, esperé a que fuera él quien se acercara, y lo hizo chasqueando los
dientes y estirando sus putrefactas manos hacia mí. Justo en el instante en que
iba a lanzarse al ataque, le agarré de un brazo y tiré de él, logrando que
resbalara y cayera al suelo. Luego, con un sencillo empujón lo arrojé al flujo
de agua mugrosa que fluía a nuestro lado.
—¡Joder! Que divertido… —exclamé nauseado cuando la mierda salpicó por
todas partes después de que el muerto cayera sobre ella.
Superado el incidente, seguí adelante sin saber en realidad a dónde me
dirigía. Comenzaba a sentirme un poco agobiado de estar allí dentro, bajo
tierra, pero tenía que seguir, tenía que intentar llegar hasta la ermita y
avisar de lo que se les venía encima…
“Vamos, vamos, vamos…” me decía un cuarto de hora más tarde, mientras
intentaba levantar una tapa redonda que parecía sellada en el techo de la
alcantarilla. En el tiempo que había pasado perfectamente podrían haber matado
a todo el grupo y haber vuelto a casa para comer teniendo en cuenta que la
ermita se encontraba tan sólo a dos minutos en coche, y con ese peso en la
conciencia comenzaba a ponerme muy nervioso.
Jamás habría imaginado que sería tan fácil desorientarse caminando bajo
tierra. Sin tener forma de localizar ningún punto cardinal, indicaciones de
ningún tipo y ni siquiera una ráfaga de aire que pudiera al menos marcar una
dirección, lo fácil era perderse, como me había ocurrido, y por eso intentaba
subir a la superficie.
—¡Mierda! —bramé al darme cuenta que no podía abrirla.
Dando por imposible salir por allí, me dirigí hacia un resquicio de luz que
vi a lo lejos, pensando que si no podía utilizar la apertura como salida al
menos podría servir para orientarme. Pero mis nervios se convirtieron en pura desesperación
al darme cuenta de que la luz provenía del enrejado por donde mismo había
bajado, el que se encontraba frente a la basílica.
—¡Oh no! —sollocé dejándome caer al suelo de rodillas. Pese a los
contratiempos, había confiado en estar lo bastante lejos de la comunidad como
para tener una oportunidad de llegar a la ermita a tiempo… pero aunque había
encontrado el camino, no había avanzado nada, estaba donde empecé, sólo que
mucho más tarde.
“Aun así, tengo que intentarlo” me exigí para darme ánimos al tiempo que me
incorporaba del encharcado suelo, “tengo que llegar allí, y que sea lo que Dios
quiera, nunca mejor dicho.”
Me disponía a volver a empezar cuando escuché unas voces fuera que sonaban
como si una multitud se hubiera reunido allí. Intrigado, me asomé al exterior a
través de la rejilla, y tan sólo logré ver un montón de zapatos sobre ella,
además de oír el ruido de un par de coches en marcha.
—¡Damas, caballeros, por favor! —tronó la voz de Joaquín Veltrán sobre la
multitud, lo que sirvió para alimentar todavía más mi curiosidad y mi ansiedad…
quizá dijera algo de mi grupo—. Como la mayoría ya sabéis, nuestra pacífica
comunidad ha sido atacada esta mañana. El grupo que se refugió de los
condenados en la ermita, y que al principio creímos amigo, ha resultado ser
peor que los propios muertos. Esta mañana, en un acto vil, cobarde y sin
provocación previa, cuatro fieles de la congregación han muerto, sus nombres
eran: Sara Escobar, Jesús Carrasco, Francisco González y Óscar Gutiérrez. Todos
les conocíamos y queríamos, ellos eran nuestros hermanos, por lo que hemos
tomado represalias contra esa gente. Les hemos atacado con todas nuestras
fuerzas para demostrarles que ellos y los que son como ellos no serán tolerados
en el nuevo mundo.
—¡Sí! —gritó alguien del gentío, y un instante después todos los presentes
alababan y apoyaban las palabras de Veltrán, con gritos de apoyo y aplausos.
“¿Cómo cojones pretendían que tragara con esto?” no puede evitar
preguntarme tras escuchar la perorata que les había soltado. ¿Pensarían que ya
tenía el seso tan comido como los idiotas que le jaleaban, y que simplemente me
callaría y dejaría que les atacaran sin hacer nada, o esperarían a que me
quejara para expulsarme por traidor?
Tuvieran lo que tuvieran en mente para conmigo, en ese momento daba
completamente igual. Lo único que importaba era que el ataque se había
producido mientras yo andaba perdido por las alcantarillas, cosa que dudaba que
llegara a perdonarme alguna vez. El corazón comenzó a latirme a toda velocidad
sólo de pensar en las víctimas que se podrían haber producido mientras yo me
peleaba con reanimados despistados y ratas atontadas.
—Que Dios perdone sus almas pecadoras —continuó Veltrán—. Nuestros hombres
trajeron a una superviviente del ataque, que será juzgada y condenada por Santa
Mónica según nuestras normas cuando llegue el momento.
“Una superviviente” me dije prestando todavía más atención.
—¡Pero ahora nuestra Señora necesita que la ayudemos! —exclamó en tono
grave—. Por Su Gracia, ha reunido una muchedumbre de condenados y los está
dirigiendo a la ermita para que purifiquen definitivamente estas tierras de la
inmunda presencia de esos pecadores. ¡Hermanos, oremos y démosle a Santa Mónica
las fuerzas que necesita! Todos juntos, por favor.
Para mi sorpresa, aquella multitud de sectarios alienados comenzó a rezar
como si se tratara de un solo hombre. Desde las rendijas del desagüe puede
verles bajar la cabeza, juntar las manos y empezar a murmurar para sí mismos,
como si estuvieran en misa.
—Idiotas… —murmuré al darme cuenta de que no eran más que un montón de
borregos a los que Santa Mónica y Veltrán habían hecho comulgar con ruedas de
molino. Maite tenía razón cuando dijo que la desesperación lleva a la gente a
creerse cualquier cosa con tal de sentirse a salvo… yo era un ejemplo de ello,
me había dejado seducir por las comodidades de ese lugar, pero no me había dado
cuenta de que por dentro estaba completamente podrido.
No obstante, ya tendría tiempo más adelante para reprocharme mi credulidad,
en esos momentos tenía una ocasión que ni pintada y que dudaba que fuera a
repetirse. Al menos una persona del grupo seguía viva y la tenían allí, y todos
estaban distraídos rezando…
No podía salir a la superficie en mitad de la multitud, pero además de la
dirección que me marcó Jesús, aquel túnel subterráneo también avanzaba en
dirección contraria. A unos metros de mi rendija se filtraba la luz de otra vía
a la superficie, y esperaba que estuviera lo bastante lejos de la multitud como
para que pudiera salir por ella sin llamar la atención.
Dudar no era algo que pudiera permitirme en esos momentos, así que corrí
hacia allí y empecé a forzar la rejilla todo lo silenciosamente que pude cuando
comprobé que no había nadie cerca. Por suerte para mí, aquella estaba más
suelta que las tapa de alcantarilla que intenté abrir anteriormente, y acabó
cediendo en pocos segundos.
Al asomar la cabeza me encontré con la muchedumbre a apenas diez metros,
pero todos mirando en dirección contraria a donde yo me encontraba, hacia
Veltrán, que se había subido sobre unas cajas para soltar su discurso desde una
posición elevada donde todos pudieran verle. A mi derecha había un furgón
militar como en el que me recogieron cuando me encontré con ellos por primear
vez. Dos hombres permanecían sobre él de pie, todavía armados con fusiles de
asalto. Sus manchas de polvo y hollín que delataban que habían participado en
el ataque a la ermita.
Los dos, igual que el resto, rezaban con la cabeza agachada, de modo que tampoco
lograron verme salir de debajo de la tierra.
Creyendo que por fin había tenido un poco de suerte, me deslicé fuera de la
cloaca silenciosamente y di un rodeo para asomarme al camión por detrás.
Esperaba que tuvieran allí a la superviviente… y no me equivoqué.
—Raquel… —musité estupefacto al verla atada de manos y pies en el fondo del
camión. Parecía como si hubiera salido de una explosión, su ropa estaba medio
rota y tenía manchas de cenizas por todas partes, además de magulladuras en la
cara y los brazos.
No había tenido tiempo para plantearme quién podía ser la que estuviera
allí, pero que fuera mi ex novia me tocó la fibra sensible… el arrebato de ira
que sentí al verla así casi me hace perder la cabeza y cometer una locura, como
liarme a tiros con mi fusil de asalto contra la multitud para llevarme por
delante a cuantos sectarios hijos de puta pudiera. No obstante, logré
contenerme porque, mientras ellos rezaban, si tenía cuidado podría sacarla del
camión y regresar con ella a la alcantarilla antes de que se dieran cuenta de
nada.
La expresión de sorpresa que puso al verme subir al camión casi lo fastidia
todo. Cuando estuvo a punto de decir mi nombre en voz alta, pero me puse un
dedo delante de la boca pidiéndole silencio y supo mantener la calma.
—¡Dios! ¡Cómo me alegro de verte! —dijo en un susurro cuando llegué a su
lado y comencé a desatarla—. Hubo una explosión, no sé…
—Ahora no —le advertí. Los murmullos de los rezos cubrían los nuestros
propios, pero teníamos a dos hombres armados a tan sólo un par de metros, no
podíamos arriesgarnos—. ¿Puedes andar? Tenemos que irnos de aquí ya.
—Creo que sí —respondió agarrándose a mi cuello para que la ayudara a bajar—.
Esta gente está loca, Aitor. Loca de remate.
—Ya lo sé, qué me vas a contar… —Una figura moviéndose a nuestro lado al
bajar del camión me sobresaltó tanto que le apunté con la pistola. Sin embargo,
tan sólo era Irene.
—Cuando me dieron la descripción de la superviviente me imaginé que
acabarías apareciendo de alguna forma —dijo acercándose a nosotros.
—¡Baja la voz! —le pedí mirando a nuestro alrededor para asegurarme de que
nadie nos había descubierto todavía—. Finge que no nos has visto, nos vamos por
la alcantarilla…
—Aitor, ella… —intentó advertirme Raquel, pero en ese instante sentí algo
frío y doloroso clavándose en mi estómago.
Cuando miré a bajo descubrí que Irene me había apuñalado.
—¡Ah! —exclamó Raquel asustada.
—¿Por qué? —pregunté quedándome congelado en el sitio por el dolor.
—Debisteis largaros cuando pudisteis —replicó ella mirándonos con desprecio—.
Ahora ésta es mi gente, Aitor, y vosotros unos enemigos.
Fue a apuñalarme una segunda vez, en esa ocasión mortalmente, pero Raquel
la detuvo de un puñetazo en la boca que casi la hace caer al suelo.
—¡Socorro! —gritó sujetándose dolorida la mandíbula—. ¡Se llevan a la
prisionera!
—¡Hija de puta! —rugí con la pistola en la mano. Me hubiera gustado matar a
esa zorra ahí mismo después de habernos condenado a los dos al delatarnos. Sin
embargo, en lugar de eso apunté a los dos hombres armados sobre el camión y abrí
fuego.
Ambos fueron abatidos antes de que pudieran siquiera agarrar sus armas,
pero el esfuerzo hizo que la herida que acababa de recibir comenzara a sangrar
más profusamente.
—¡Corre! —le ordené a Raquel luchando por hacer yo lo mismo, mientras que
la multitud de sectarios, dándose cuenta por fin de lo que ocurría, comenzaba a
reaccionar en consecuencia.
Pronto tuvimos un pelotón de ellos tras nuestros pasos, pasos que no eran
precisamente rápidos por culpa de la puñalada. Raquel iba por delante, pero me
tenía cogido de la mano, y en realidad prácticamente iba tirando de mí, que
apenas era capaz de mantener el ritmo.
—¡Date prisa! —me urgió aterrorizada. El rabioso gentío a nuestra espalda,
compuesto por más de treinta hombres arengados por Veltrán, recortaba distancia
poco a poco, y pronto la calle junto a la basílica por la que corríamos se
acabaría y habría que comenzar a callejear, con la desventaja de que ellos
conocían el lugar mejor que nosotros.
—No puedo —me rendí aflojando la marcha… el dolor era demasiado grande y
estaba perdiendo mucha sangre—. Vete tú, sálvate tú.
—¡No digas tonterías! —replicó ella tirando con más fuerza de mi mano—.
¿Cómo pretendes que sobreviva yo sola a esto? ¡Vamos!
Tenía razón, no lo conseguiría. Ella no era una persona de acción, y un
grupo de sectarios locos nos perseguía. No tenía ninguna oportunidad sola.
—Allí. —le señalé una esquina de la basílica. Habíamos abandonado la parte
frontal y recorrido corriendo uno de los lados casi totalmente, de modo que la
parte trasera se encontraba doblando esa esquina, y allí estaba nuestra última
oportunidad de acabar con aquello.
Con un esfuerzo sobrehumano eché a correr de nuevo tras ella. Lo único que
me hacía insistir, pese al sufrimiento que acompañaba a cada paso, era la
posibilidad de evitar que Raquel muriera a manos de esa gentuza… a la cual se
habían unido un par de hombres armados de los que participaron en el ataque,
que nos acribillarían en cuanto alcanzaran la cabeza del pelotón de
perseguidores.
Antes de girar la esquina me descolgué el fusil de la espalda y lo puse en
mis manos. Sabía que dos hombres nos estarían esperando al otro lado, pero curiosamente
no tuve que ir a por ellos, ambos se asomaron por su propia voluntad atraídos
por el ruido.
—¡Dios! —gimió Raquel asombrada cuando acabaron acribillados a tiros.
—¡Por aquí! —le indiqué señalándole la entrada trasera de la basílica. Esos
dos hombres eran la única vigilancia y la puerta estaba abierta… estábamos en
el arsenal.
—¿Qué es este sitio? —preguntó ella cuando estuvimos dentro, rodeados de
gran cantidad de armas de todo tipo, granadas y explosivos suficientes para
derribar un rascacielos.
—El arsenal. —le respondí cerrando la puerta y atrancándola antes de que
nuestros perseguidores lograran alcanzarnos.
—No necesitamos más armas —exclamó mirándome sin comprender—. Esto no tiene
salida, ¿qué hacemos aquí?
—Nos habrían cogido —le dije mirándome la mano empapada de mi propia
sangre… cada vez me sentía más débil, Irene me había jodido pero bien—. El
ataque a la ermita, ¿sobrevivió alguien más?
—Cre… creo que sí —respondió ella muy nerviosa—. Creo que Maite sobrevivió
a la explosión, Luis y Judit no estaban dentro… pero mataron a Sebas, le vi
morir, yo…
La puerta comenzó a ser golpeada salvajemente, como si una multitud de muertos
vivientes se encontrara tras ella, lo que hizo que Raquel diera un respingo
hacia atrás… pero yo sabía que no podrían entrar, no a golpes al menos, la
madera era muy fuerte. No obstante, dudaba que aquel lugar fuera a permanecer
cerrado apenas un par de minutos más, antes o después alguien lograría forzar
la entrada de alguna forma, y todo se habría acabado.
—¡Atrás! ¡Dejad paso! —se escuchó decir a una voz autoritaria. Un segundo
después los golpes cesaron, y en su lugar tuvimos a Veltrán llamándonos—.
¡Aitor! ¡Esto no es necesario!
—¡Yo creo que sí! —repuse apoyándome en una mesa para no perder el
equilibrio—. ¡Sois unos farsantes! ¡Os hacéis pasar por una comunidad
cristiana, caritativa, bienintencionada, pero en realidad sólo sois una
pandilla de asesinos! ¡Este lugar se erigió con sangre, no con fe!
—¡No son necesarias más muertes! —exclamó—. ¡Podemos hablar sobre esto como
gente civilizada si salís de ahí!
—¡Habéis olvidado completamente lo que ser gente civilizada significa! —le
espeté buscando una granada en una de las cajas donde se encontraban
almacenadas.
—¡Aitor! ¡No hagas ninguna tontería! —gritó Veltrán como si pudiera intuir
mis pensamientos.
—No vamos a salir de aquí con vida, ¿verdad? —preguntó Raquel resignada al
ver la granada en mis manos—. ¡Dios! Dios…
—Lo siento —me disculpé cogiéndola de la mano, al tiempo que con la otra le
quitaba la anilla a la granada y la echaba sobre la caja llena de decenas de
ellas—. Te juro que lo intenté.
—Lo sé —asintió al tiempo que unas lágrimas comenzaban a brotarle en los
ojos—. Y tú tenías razón, separarte de los que quieres por miedo a perderlos
sólo sirve para perderlos de todas formas.
Ignoraba si había otra vida, otra que no fuera la de los reanimados, por
supuesto. Tampoco sabía si, de haberla, me esperaría el paraíso, el infierno o
si volvería a ver a mi familia muerta, pero al menos, cuando la granada explotó
volando todo el arsenal consigo, me llevé a ella un último beso de Raquel… y
esperaba que a todos los malditos sectarios de esa comunidad que fuera posible.
Emocionante, final inesperado, me encanto.
ResponderEliminarMuy muy bueno.
ResponderEliminarGracias!
Que pena!. Alejandro, mira que me esperaba una maldad por tu parte, pero esto..esto es arghhhhhhhh!. PD: En todo caso, mantiene la tensión. Efectivamente, muy bueno.
ResponderEliminarC'est la vie... ya avisé que iba a haber muertos. Y la semana que viene la batalla final, Maite vs. Mónica
ResponderEliminarJo q pena!!!!! Pero en un mundo como ese... A la Santa espero q le des un terrible final xa darnos un poco d alegría tras las recientes pérdidas. Q mala m stoy volviendo jeje n_n
ResponderEliminarAy, que me has matao al Aitor!
ResponderEliminarLa verdad es que no me esperaba un capítulo con ese final, ha sido toda una sorpresa y pese a la muerte espero que la explosión les haya dejao el chiringuito hecho un asco a los sectarios estos!
Y también espero un terrible finan para Irene. ¡que no se escape!
Mañana por la noche sabremos qué ha pasado con la comunidad y veremos si Maite es capaz de vengar tantas muertes.
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