15 de enero de 2013, 26 días después del primer brote, día del Colapso
Total.
Verónica Ibáñez: Parte 1
El sonido de los aviones sobrevolando la zona resonaba
tanto en mis tímpanos que tuve que apretar los dientes hasta que pasaron de
largo, aunque eso no era nada comparado con los disparos que se escuchaban a lo
lejos… parecía imposible, pero el paseo de la Castellana se había convertido en
un auténtico campo de batalla donde el ejército luchaba por ganar terreno a los
muertos vivientes, que ya habían tomado por completo medio centro de Madrid.
No tenía ninguna gana de estar allí cubriendo esa
noticia, pero el trabajo duro siempre nos tocaba a los becarios. En la
redacción iban escasos de personal, entre los que se habían marchado a lugares
seguros y los que sencillamente habían desaparecido, como a la periodista de
verdad a la que estaba sustituyendo, nos habíamos quedado cuatro gatos para
seguir sacando adelante los telediarios. Desde mi punto de vista, nuestro
trabajo no tenía tampoco mucho sentido; dudaba que quedara alguien frente al
televisor a esas alturas… ¡El paseo de la Castellana estaba invadido de
reanimados, por el amor de Dios! ¿De verdad creían que la gente seguiría en sus
casas viendo la tele tan tranquila? Teniendo en cuenta que buena parte de ellos
eran los que estaban en esos momentos causando tantos problemas, yo lo dudaba
mucho.
Pero la falta de audiencia no era la única razón por
la que no quería estar allí… la otra era tan sencilla como que no estaba
preparada para una situación como la que estaba viviendo. Yo no era una
corresponsal de guerra, y menos cuando ésta sucedía en calles que conocía muy
bien; tenía que hacer un verdadero esfuerzo porque no me temblaran las manos al
sujetar el micrófono, y cada vez que escuchaba una explosión o disparos, daba
un respingo.
—Con lo bien que estaría llevándole cafés al director.
—murmuré mientras Samuel, el cámara de la unidad móvil de la que era parte, y
que se había desplazado hasta allí para cubrir la noticia de primera mano,
intentaba encuadrarme en el objetivo.
—Tú tranquila, mujer —dijo para animarme, pero sin
dejar de hacer su trabajo—. Nos han dicho que aquí estamos a salvo, esta zona ya
ha sido limpiada a conciencia de resucitados. Ni siquiera han dejado los
cadáveres.
—Resucitados —bufó Agus haciendo una mueca de
desprecio—. ¿Quién les puso ese nombre?
—Bueno, están muertos, ¿no? —se defendió Samuel—.
¿Cómo quieres que les llamemos? ¿Humanos parcialmente muertos pero lo bastante
vivos todavía como para morder a todo el que se cruce por su camino?
—Vamos a dejar el tema, ¿vale? —repuse con mal cuerpo;
no me gustaba hablar de ellos, no me gustaba pensar en ellos… no me gustaba
nada que tuviera que ver con ellos en general.
Mi novio vivía en Getafe, esa zona estaba ya infestada
y hacía días que no respondía mis llamadas, así que comenzaba a estar muy
preocupada por él. Por suerte, mi hermano se había encargado esa misma mañana
de llevar a mis padres a la zona segura; todavía estaba esperando a que me
llamase para confirmarme que estaban bien, pero tal y como funcionaban las
líneas telefónicas en los últimos días no me preocupaba que no lo hubiera hecho
aún.
—Como quieras —respondió Agus—. Pero recuerda que
hemos venido aquí por ellos, cariño. En un minuto estarás en directo, tienes
que estar radiante.
—Hombre… radiante tampoco, la noticia no es como para
estar “radiante”. —objetó Samuel sin apartar la vista de la cámara.
—Qué sabrás tú… —contestó con altivez Agus.
Agus era nuestro ayudante, él se encargaba del sonido,
del material y, sobre todo, de darme la entrada cuando conectaran conmigo.
También era el homosexual con más pluma que había conocido en mi vida, y
trabajando en la televisión eso no era decir poco.
Otra explosión lejana me hizo encogerme de hombros,
inmediatamente después se produjo un tiroteo que me sonó demasiado cercano… y a
juzgar por la expresión de mis dos compañeros, a ellos también.
—Aquí estamos a salvo —repitió Samuel, esa vez para sí
mismo—. Ésta zona fue limpiada no hace ni media hora, y hay militares por todas
partes. Además, estamos frente a uno de los hoteles más caros de la ciudad, no
van a dejar que unos cuantos cadáveres putrefactos y sangrientos ensucien su
fachada, ¿verdad?
La fachada del hotel junto al que nos encontrábamos me
importaba bien poco.
—¿Cuándo dijeron que se iba a producir el bombardeo? —le
pregunté intentando centrarme en lo profesional—. Estaría bien poder emitirlo
en directo.
—Dijeron que pronto —respondió mirando hacia el cielo…
había amanecido un poco nublado, y a lo largo de la mañana las nubes habían ido
a más, creando un ambiente bastante triste pero muy acorde con lo que estaba
ocurriendo en las calles—. No creo que esos aviones de antes hubieran pasado
para nada.
—¡Chicos! —nos llamó la atención Agus desde el furgón—.
Marta está presentado la noticia... estamos en el aire en treinta segundos.
—Vale. —repliqué colocándome en posición micrófono en
mano mientras Samuel dirigía la vista de nuevo a la cámara.
—¡Quince segundos! —advirtió Agus.
—¿Verdad que estaríamos mejor si nos hubieran enviado
al monte a contar el frió que hace, como todos los inviernos? —bromeé más para
tranquilizarme a mí misma que porque me pareciera gracioso.
—Tres, dos, uno…
—Gracias Marta… nos encontramos al comienzo del paseo
de la Castellana, junto a la plaza Colón, donde el ejército está llevando a
cabo una encarnizada lucha contra los resucitados. La zona donde ahora mismo
nos encontramos ha sido limpiada por completo de muertos vivientes, pero hace
tan sólo una hora, aquí mismo se produjo una gran aglomeración que obligó a las
fuerzas militares a intervenir. De hecho, está previsto que en unos instantes
toda la zona a partir de dos manzanas a mi espalda hasta el cruce con María de
Molina sea bombardeada por las fuerzas aéreas. Por supuesto, toda esta calle ya
ha sido evacuada y la población civil ha sido llevaba a la base aérea de…
Súbitamente el ruido de los aviones volviendo a pasar
interrumpió mi crónica. Levanté la vista y vi por lo menos a tres de aquellos
aparatos acercarse volando a muy baja altura.
“Es el bombardeo” pensé con excitación “tiene que
serlo.”
—Estamos fuera. —exclamó Agus de repente.
—¿Cómo que estamos fuera? —le pregunté irritada… me
había desplazado hasta un lugar peligroso para hacer una mierda de crónica que
casi nadie iba a ver, ¿y encima no iba a poder mostrar la mejor parte?
—Se ha cortado de repente, no sé qué pasa. —se excusó
dándose unos golpecitos en los cascos.
—Pues nos hemos lucido. —masculló Samuel con desánimo
bajando la cámara hasta dejarla mirando al suelo.
—¡No hagas eso! —le reprendí—. ¡Sigue grabando! La
señal podría volver y…
Por segunda vez en tan sólo unos pocos segundos volví
a ser interrumpida, aunque en esa ocasión no fue por los aviones sino por el prometido
bombardeo que éstos iban a realizar sobre la calle. Aquellos cazas volaban tan
bajo que nos ensordecieron a todos cuando pasaron sobre nosotros una vez más, y
tan sólo un instante más tarde se produjo la primera explosión… fue lejana,
pero aun así sentí un poco de miedo al temer que en el último momento los
militares hubieran decidido que el trozo de calle donde nos encontrábamos debía
ser bombardeado también.
—¡Guau! —exclamó Samuel con entusiasmo—. Esa zona debe
estar llena de esos cabrones.
—Tal vez deberíamos irnos de aquí —propuso Agus, que
compartía más mis temores que el entusiasmo de Samuel—. No estamos en el aire,
y esto podría ser peligroso.
—No digas tonterías —le contestó el cámara sin darle
importancia al peligro—. Podemos grabar unas buenas imágenes de esto; aunque no
sean en directo, servirán.
No hubo tiempo para tomar una decisión, otro grupo de
aviones pasó como un trueno sobre nuestras cabezas… y fue entonces cuando
comenzó el bombardeo de verdad. El suelo empezó a temblar por culpa de las
explosiones, que cada vez eran más continuadas se escuchaban más próximas a
nosotros.
—¡Vámonos! —chilló Agus histérico.
La siguiente explosión fue tan cercana que de lo que
hizo temblar el suelo consiguió que perdiera el equilibrio y cayera de rodillas
sobre el asfalto.
—¡Ag! ¡Mierda! —protesté al sentir que me había hecho
daño en la rodilla; el micrófono se me cayó y rodó hasta los pies de Samuel,
que seguía pegado a su cámara como si cada segundo de grabación valiera una
fortuna.
—No hace falta que me ayudes a levantarme, estoy bien.
—le increpé.
—¡Ja! ¿Has visto eso? —gritó exaltado sin hacerme caso
señalando hacia mi espalda—. ¡Está ardiendo! ¡La Castellana está ardiendo!
Era verdad. Aunque nuestros temores resultaron ser
infundados, el bombardeo militar había llegado hasta apenas unos cien metros de
nuestra posición. Los misiles del ejército debían haber volado por los aires
toda la calle, y una densa humareda negra cubría la carretera. El calor provocó
que los árboles que adornaban el centro del paseo comenzaran a arder, y unos
segundos más tarde empezando a llover restos de polvo y pequeñas piedrecitas.
—¿Lo tienes? ¿Lo has grabado? —le pregunté a Samuel
mientras Agus me ayudaba a ponerme en pie.
—Absolutamente todo —respondió—. Se me está llenando
el objetivo de mierda con esta nube de polvo, creo que podemos irnos ya. Tal
vez puedan poner las imágenes en el telediario de la noche.
Aunque prácticamente todas las cadenas de televisión
habían visto sustituida su programación por especiales sobre lo que estaba
ocurriendo en todo el mundo, debido a la grave situación que sufríamos en
Madrid ya sólo se emitía a la hora de los telediarios, y sólo nosotros porque
éramos de la televisión pública, y resultó que hacerlo era algo así como
nuestro deber.
—Será lo mejor, no quiero estar aquí ni un segundo más
de lo necesario. —respondí contemplando todavía el resultado del bombardeo; antaño,
el paseo de la Castellana fue una de las calles más importantes de Madrid, y la
habían bombardeado como si fuera una maldita aldea afgana… los muertos
vivientes estaban logrando acabar con todo.
Sin perder un instante, cargamos todo el equipo y
subimos a la furgoneta. Aunque Samuel parecía animado, los sentimientos tanto
de Agus como míos eran más bien negativos; él seguía aterrorizado por el
bombardeo, y yo no me sentía especialmente bien después de una conexión en
directo tan breve que me había costado llenarme hasta las bragas de ceniza.
—Démonos prisa, ¿vale? Quiero largarme esta misma
tarde a la zona segura —dije después de que Samuel arrancara el vehículo—.
Cuando se les ocurra que entrevistar a uno de esos seres es una buena idea
quiero estar lo más lejos posible.
—¿Recordáis lo de ese tío de la CNN? Fue asqueroso. —nos
recordó Agus muy a mi pesar.
—Se lo tenía bien merecido por capullo —intervino
Samuel—. ¿No querías un plano cercano de una manada de muertos andantes para
ganar audiencia? ¡Pues toma audiencia! Descuartizamiento en directo y en plena
hora punta.
—No me lo recordéis, por favor —les supliqué—. Y
vámonos de aquí de una vez.
Samuel comenzó a moverse marcha atrás con la intención
de salir a la plaza de Colón, y allí ya girar y poner rumbo a los estudios de
televisión… sin embargo, de repente comenzaron a surgir vehículos militares por
de la esquina de la avenida de tal forma que nos bloquearon la salida.
—¿De dónde han salido esos? —preguntó Agus.
—Deben estar retirándose después del bombardeo. —opinó
Samuel… sin embargo, yo no estaba tan convencida. Habían detenido los
vehículos, taponándonos la salida de la calle involuntariamente, y de su interior
comenzaron a salir soldados armados.
—Estos no se retiran, acaban de llegar. —les indiqué a
mis compañeros.
—Pues vamos a pedirles que nos dejen salir —propuso
Samuel—. No pueden dejarnos aquí atrancados hasta que decidan largarse.
—O sí —arguyó Agus—. Estamos en estado de alarma, ¿recuerdas?
Ahora son ellos los que mandan.
—No son omnipotentes, tenemos permiso para estar aquí —replicó
Samuel frunciendo el ceño y adelantándose, seguido de cerca por Agus.
No teníamos otra opción que intentar hablar con ellos
para que nos dejaran salir, de modo que fui tras mis compañeros con la
esperanza de que aquello se solucionara lo antes posible y pudiéramos
marcharnos por fin. Lo de ir a la zona segura no lo había dicho en broma,
estaban bombardeando la ciudad, era peligroso andar por ahí y quería volver con
mi familia.
Sin embargo, el destino se había empecinado en
dificultarnos las cosas; todavía no habíamos recorrido la mitad del camino que
nos separaba de los vehículos del ejército cuando comenzó un tiroteo tan intenso
que hizo que Agus diera un brinco y se agarrara a un brazo de Samuel.
—¡Están disparando! ¡Hay de esos seres cerca! —gimió
con voz chillona.
Los tres nos frenamos en seco, no sólo porque no
quisiéramos estar cerca del ensordecedor tiroteo, que también, sino porque
tenía razón. ¿Habían llegado los resucitados hasta allí? Se suponía que toda la
zona donde nos encontrábamos había sido barrida… pero, ¿cuánto tiempo puede
permanecer limpia una zona si toda la ciudad está invadida?
—¡Eh! —Sobresaltándome, un soldado que nos había visto
lanzó un grito desde detrás de uno de los camiones, y comenzó a hacernos gestos
con un brazo para indicarnos que nos marcháramos—. ¡Salgan de ahí!
—¡No podemos salir! —contesté yo—. ¡Nos bloqueáis el
paso!
—¡Retrocedan! —siguió gritando y gesticulando—.
¡Salgan de esta zona ya!
Retrocedimos unos pasos para hacerle ver que íbamos a
hacerle caso, pero al mismo tiempo no teníamos ni idea de cómo cumplir la
orden.
—¿Qué querrá que hagamos este gilipollas? —gruñó
Samuel—. ¿Conducir por encima de lo que han dejado de carretera?
—No sé, volvamos a la unidad móvil y ya se marcharán. —les
propuse sin mucho convencimiento; el tiroteo que se estaba produciendo a menos
de cincuenta metros de nosotros no me dejaba pensar con claridad… después del
bombardeo, tenía bastante miedo.
—¡Oh mierda! —exclamó Samuel nada más darse la vuelta.
Desde la esquina al otro lado de la calle donde se
encontraban lo militares apareció tambaleándose uno de aquellos muertos
vivientes.
—¡Oh, Dios mío! —chilló Agus perdiendo los nervios.
Su aspecto era espantoso, el bombardeo debía haberle
alcanzado, porque su cuerpo estaba medio carbonizado y los dos brazos se habían
visto reducidos a muñones. Su rostro parecía más una calavera que un rostro
humano, y sabiendo que la forma de acabar con aquellas criaturas era
destruyéndoles el cerebro, me costaba creer que un cuerpo tan dañado todavía
conservara uno sano.
—¡Mierda! ¿Qué hacemos? —grité sin poder contenerme
mientras daba un par de pasos hacia atrás, no quería que esa cosa se me
acercara ni un poco.
—¡Eh! ¡Eh! —Samuel se giró hacia los militares y
empezó a gritarles, haciéndoles señas con las manos como aquel soldado nos las
había hecho a nosotros, y a señalarles el resucitado que se nos acercaba—.
¡Aquí hay uno! ¡Os habéis dejado uno!
—Madre mía, ¿quién sería ese hombre? —se preguntó Agus
en voz alta, aunque suponer que aquella criatura fue un hombre era suponer
demasiado, porque su cuerpo había quedado tan dañado que era imposible
reconocer rasgo alguno.
—¿Qué me importa quien fuera o dejara de ser? ¡Sólo me
importa que se está acercando! —le respondí con una hostilidad no pretendida,
que se debía sólo a mis nervios—. Vamos a entrar al furgón… ¡Samuel! ¡Vamos al
furgón!
Como los militares no nos hacían ni caso ocupados como
estaban en su tiroteo, nos metimos los tres en la unidad móvil. Allí el muerto
viviente no podría cogernos por mucho que lo intentara.
—¡Mierda, joder! —protestó Samuel una vez nos
encontramos los tres dentro—. ¿Y si conduzco hacia ellos? Cuando tengan al puto
muerto encima tendrán que matarlo.
—¿Y si nos disparan a nosotros? —contesté sabiendo que
era una opción probable. Ya habían ocurrido incidentes similares antes, lo
sabía porque habían llegado a ser noticia, y la mayoría de las noticias de los
últimos días habían pasado de un modo u otro por mis manos… cuando la situación
era desesperada, y cada vez se estaba volviendo más y más desesperada, la gente
hacía cosas más cuestionables, y el ejército también tomaba medidas más duras
para reprimir esos comportamientos.
Un golpe y un gruñido en la puerta del conductor me devolvieron
a la realidad. El muerto viviente llegó hasta nosotros y se lanzó a por el
furgón en su afán por atraparnos. Sus débiles golpes con los muñones no harían
nada contra la carrocería del vehículo, pero resultaba perturbador saber que un
cadáver resucitado estaba ahí fuera dando golpes con intenciones homicidas.
—¡Madre mía! ¡Madre mía! —lloriqueó Agus desde el
asiento trasero.
—Tranquilízate… mira, parece que ya han terminado. —le
intenté calmar cuando vi que algunos de los vehículos de los militares
comenzaban a moverse.
Sin embargo, el tiroteo no se había detenido…
—Eh… ¿seguro que ya ha terminado? —preguntó Samuel no
muy convencido mientras nuestro muerto viviente medio calcinado daba otro golpe
contra la puerta.
—¡Oh, joder! —grité al ver cómo un resucitado aparecía
por la esquina, echándose encima de un par de soldados que lograron deshacerse
de él sólo tras varios disparos.
—¡Mierda! ¡Están aquí encima! —maldijo Samuel, y acto
seguido comenzó a apretar el claxon como un loco y a gritar a los militares—.
¡Salid de la carretera, cabrones! ¡Vais a conseguir que nos coman!
—¡Deja de hacer eso! —le increpé agarrándole la mano
para detenerle—. Vas a atraerlos hacia aquí.
—Esto no está pasando, esto no está pasando, esto no
está pasando… —susurraba Agus con los ojos cerrados—. Cuando abra los ojos esto
no estará pasando.
—¡Cierra la puta boca! —le gritó Samuel en el preciso
momento en que el resucitado calcinado volvía a golpear nuestro vehículo—.
¡Mierda de cadáver ambulante! ¡Dadme la palanca de la caja de herramientas, que
le voy a dejar la cara aún más nueva!
—¡Estate quieto, joder! —le reprendí intentando
retenerle; el muy demente estaba tan alterado que parecía dispuesto a salir ahí
a pelearse con él en serio—. Mira, se retiran… se están yendo.
Los militares parecían haber tenido bastante. Con esas
criaturas encima, comenzaban a retroceder, y algunos de sus vehículos se pusieron
en marcha. Un grupo de soldados pasó corriendo por delante de la calle,
deteniéndose tan sólo para comenzar a disparar contra resucitados que todavía
no podía ver. Tres de los coches arrancaron, pero los muertos vivientes estaban
ya encima, algunos incluso se habían colado en nuestra calle. Los militares a
pie, por no perder un tiempo precioso poniendo en marcha los vehículos y maniobrando
para escapar, comenzaron a correr hacia los que ya estaban en marcha y huyendo de
los muertos. Sin embargo, con eso sólo consiguieron dejar la calle bloqueada e
impedirnos el paso.
—¡Oh mierda! ¡Oh mierda! —gimió Agus al ser consciente
de la situación.
—¡Hijos de puta! —gritó Samuel, mucho más expresivo y
vehemente.
Yo, sin embargo, estaba demasiado anonadada como para
poder expresar lo que sentía en forma de palabrotas. Con la carretera arrasada
a nuestra espalda, y un montón de vehículos abandonados delante, ¿cómo íbamos a
salir de allí?
—Nos han encerrado —susurré con un hilo de voz—. Nos
han encerrado…
—¡Y una mierda! —bramó Samuel agarrando el volate e
ignorando un nuevo golpe de nuestro resucitado acosador—. ¡Voy a embestirlo!
¡Voy a embestir uno de esos putos jeeps!
Con los militares en retirada, el flujo de muertos
vivientes se volvió más intenso, y ya teníamos como diez de ellos en nuestra
calle y tras nuestros pasos, seguramente atraídos por el que teníamos golpeando
la puerta del furgón.
—No vas a poder mover uno de esos vehículos —le dije—.
Nos estrellaremos y nos quedaremos atrapados en mitad de una marea de muertos.
Ante mis palabras, Agus lanzó un agudo gemido de
terror, pero Samuel sólo me dedicó una mirada hosca.
—¿Entonces qué sugieres? Porque no me sale de los
cojones morir aquí hoy.
Miré la amplia avenida de cabo a rabo en busca de una
solución. Era una calle muy amplia, tenía que haber algún lugar por donde
pudiéramos meternos, algún lugar por donde salir de allí y poner camino al
estudio de televisión.
Un golpe en el cristal de la puerta del conductor me
sobresaltó. El vidrio de la ventana se había agrietado tras el último manotazo
del muerto viviente acosador… y eso no me ayudaba a pensar con más claridad.
—¡Arranca! —grité sin pensar y creyendo que por el
momento lo mejor era alejarse de ese resucitado en particular.
—¿Hacia dónde? —preguntó Samuel tras poner en marcha
el motor creyendo que había descubierto alguna salida.
—Se van… —murmuró Agus refiriéndose a los militares—.
Nos dejan aquí, a merced de los muertos.
—¡Cállate joder! —le increpó de nuevo Samuel.
Pero Agus tenía razón. Los militares se marchaban de
allí sin importarles un bledo que nos hubieran dejado bloqueados en el proceso…
no quería ni pensar la jauría de aquellos seres que se nos iba a acabar echando
encima si no lográbamos irnos también. Por fortuna, al repasar con la mirada de
nuevo toda la calle vi algo que podía servirnos, al menos durante un tiempo,
para evitar que los monstruos se nos echaran encima.
—Hacia allí, mira. —Señalé la entrada al parking del
hotel junto al que nos encontrábamos.
—El furgón no cabe por ahí. —objetó Samuel tras echar
un vistazo también; la entrada era lo bastante grande para que pasara un coche,
e incluso una furgoneta pequeña, pero no toda una unidad móvil como la que utilizábamos.
—No tiene que caber. Aparca pegado a la fachada y
salimos por la puerta lateral del furgón, entraremos en el parking a pie y el
vehículo bloqueará su entrada. —le expliqué conforme la idea se fue formando en
mi cabeza… y me pareció bastante buena: estaríamos a salvo de los muertos
andantes hasta que los militares volverían a limpiar todo aquello y nos sacaran
de allí.
A Samuel debió parecerle también una buena idea porque,
sin decir nada, metió la primera y se subió a la acera. Escuché con repelús cómo
las manos del muerto carbonizado que no nos dejaba en paz se arrastraban sobre
la carrocería del furgón.
—¡Cuidado! —gritó Agus cuando otro resucitado se nos
cruzó por delante.
Esas criaturas eran realmente estúpidas. Carente de
cualquier sentido común, aquel ser se había plantado delante del vehículo por
su propio pie sin darse cuenta de que iba a ser arrollado… y así fue, puesto
que Samuel no tuvo tiempo de frenar o esquivarlo.
—¡Ah! —exclamó cuando nos lo llevamos por delante.
Por desgracia, también perdió el control del volante,
y en vez de aparcar limpiamente delante de la entrada del parking terminó
estampando el morro del furgón, con un muerto viviente por medio, contra la
esquina que formaba la propia entrada con la calle.
El golpe fue aparatoso, pero no lo bastante fuerte
como para que nadie resultara herido o saliera por los aires… al menos nadie
que aún estuviera vivo, puesto que el cadáver andante quedó incrustado en el
capó con las piernas y la cadera destrozadas. Una sangre negra y espesa salpicó
toda la luneta delantera, proporcionándonos un grotesco y sangriento
espectáculo.
—Dios… —murmuré aguantando las ganas de vomitar… la
criatura seguía viva, al menos de cintura para arriba, y manoteaba contra el
quebrado cristal.
Agus vomitó en la parte trasera del furgón.
—Entremos al parking antes de que se nos acerquen más
de estas cosas. —propuso Samuel, que sabía igual que yo que pronto la calle
estaría infestada de esos seres.
Abandonando la persecución contra los militares, la
mayor parte de la horda que les expulsó comenzó a entrar en nuestra calle…
nunca había visto a tantos tan cerca de mí, y estaba empezando a asustarme de
verdad, por eso seguí a Samuel sin cuestionar nada. Aun estrellados, el furgón
había bloqueado la entrada al parking, de modo que el plan seguía adelante.
Fui yo quien abrió la puerta lateral del furgón. Nada
más hacerlo, lo primero que escuché fueron los lamentos, gemidos y gruñidos de
los muertos vivientes que nos acechaban. Agus, aterrorizado, fue el primero en salir,
y en cuanto estuvo fuera se lanzó corriendo hacia la cuesta que bajaba al
parking subterráneo del hotel.
—¡Agus, espera! —le llamé, aunque sin mucho éxito—.
¡Samuel, vamos!
—¡Espera!— Samuel se detuvo unos segundos para coger
la palanca del interior de la caja de herramientas—. Venga, vamos.
En cuanto ambos estuvimos fuera del vehículo, volví a
cerrar la puerta para asegurar la entrada lo máximo posible. Los muertos habían
empezado a golpear al otro lado, y confiaba en que la puerta de metal
aguantara, pero como nunca se sabía, era mejor poner una segunda por medio.
—¡Agus! ¡Eh Agus! ¿Dónde estás? —grité llamándole
mientras bajábamos la rampa; el interior del garaje estaba casi vacío. Hacía
muchos días que nadie se hospedaba allí, y sus trabajadores debieron marcharse
cuando la calle fue evacuada.
Un desgarrador grito fue la respuesta que obtuvimos,
un grito tan lleno de terror que me puso los pelos de punta y terminé agarrando
a Samuel por la muñeca.
—¡Agus! —le llamó el también.
Le vimos salir de detrás de una columna agarrándose el
hombro con una mano cubierta de sangre. Detrás de él apareció una consumida
muchacha vestida con una falda mugrosa y un top en no mejor estado, que además
lucía un pelo lacio y sin vida de color rubio colgando hasta los hombros y
manchado de sangre… por su aspecto y su forma de gemir, no había duda de que
era uno de ellos, un muerto viviente.
—¡Quitádmela de encima! —suplicó Agus corriendo hacia
nosotros, pero se tropezó a mitad de camino y cayó al suelo.
La resucitada parecía a punto de echársele encima
cuando Samuel la golpeó con la palanca en un costado de la cabeza y la lanzó a
un lado.
—Agus, ¿estás bien? —le pregunté acercándome a él para
ayudarle a ponerse en pie mientras Samuel se las veía con la muerta viviente.
Al apartarse la mano del hombro, vi que la sangre que
de allí le brotaba se debía a un profundo mordisco… la herida tenía un aspecto
horrible, había arrancado un buen pedazo de carne y sangraba sin control.
—¡Oh, joder, Agus! —lamenté mientras él se
incorporaba… le habían mordido, estaba infectado.
—Estoy bien —dijo tambaleándose hasta que consiguió apoyarse
en otra de las columnas del parking. Dejó en ella una huella de sangre del
tamaño de su mano—. Estoy bien.
—¡Necesito ayuda con esto! —bramó Samuel propinando
otro golpe a la muerta viviente que le saltó varios dientes por los aires… la
diabólica criatura, sin embargo, no perdió un ápice de determinación, y acabó
echándose encima de él logrando que cayeran los dos al suelo—. ¡Ah! ¡Quitadme a
esta zorra de encima!
Sin tiempo para pensar corrí hasta ellos y le propiné
una patada a la muerta viviente en el estómago para echarla a un lado.
—¡Vamos! —le dije a Samuel ofreciéndole la mano para que
se levantara.
Cuando se puso en pie, aquel ser también lo hizo, y se
tambaleó con sus flacas y podridas piernas hacia mí. La palanca de Samuel había
quedado tirada en el suelo cuando se le echó encima, de modo que estábamos
todos desarmados. Agus, libre por el momento de la atención de la criatura,
gimió de dolor llevándose de nuevo la mano a la herida, de modo que, al verme
sin apoyos, retrocedí intentando alejarme de la resucitada… hasta que mi
espalda golpeó contra otra columna, momento que ella aprovechó para lanzase
sobre mí con la intención de morderme. Tuve los reflejos suficientes como para
lanzar una mano contra su cuello, agarrarla y mantener su boca a distancia
antes de que lo lograra.
—¡Ayuda! —grité muerta de miedo cuando sus
esqueléticos dedos intentaron aferrarse a mi brazo.
—¡Aguanta! —respondió Samuel lanzándose a por la
palanca… y justo en ese instante se escuchó un disparo como de un cañón.
El envite de la muerta se frenó en seco, y ella acabó
cayendo al suelo como el peso muerto que era. Un enorme agujero se había
abierto en un lado de su cabeza, y la negra sangre que corría por sus venas salpicó
por todas partes, incluido en mi cara.
—¡Dios! —sollocé con la respiración acelerada.
—¿Estáis bien? —preguntó un muchacho de unos veinte
años que, desde la puerta que llevaba del parking al interior del hotel,
sujetaba con ambas manos una pequeña pistola todavía humeante; por su uniforme,
no tenía ninguna duda de que se trataba de un guardia de seguridad del hotel… y
el hombre que se encontraba tras él, de mayor edad y gesto hosco, también.
—¡Joder! —bufó Samuel dejando caer la palanca al
suelo.
El chico se acercó corriendo hacia mí con cara de
preocupación y me agarró por los hombros.
—¿Estás bien? ¿No te ha mordido? —me preguntó
intentando establecer contacto ocular conmigo, pero yo estaba demasiado
asustada para responderle, tenía el cadáver de aquella chica en el suelo, justo
delante de mí, y me había salpicado su sangre por todas partes… intenté
balbucear una respuesta, pero no me salían las palabras.
—¡A mí sí! —sollozó Agus desde su columna.
El muchacho me dejó y se acercó corriendo hacia él,
seguido del otro guardia de seguridad de mayor edad, que se detuvo lo
suficiente como para lanzarme una mirada recelosa.
—¿De dónde habéis salido vosotros? —preguntó con
suspicacia.
—Estábamos fuera cubriendo una noticia, pero se llenó
todo de muertos… —contestó Samuel—. ¿Sois de la seguridad del hotel?
Como única respuesta, el tipo hosco se dirigió hacia
Agus, a quien el chico estaba examinando.
—Definitivamente le han mordido, Pascual. —confirmó él
algo temeroso volviéndose hacia su compañero tras observar la herida de Agus.
—Mala cosa. —masculló el otro; debía tener por lo
menos el doble de edad que el más joven, y además de más musculoso, era también
mucho más alto que él.
—Tenemos que llevarlo arriba… esa herida pinta mal,
hay que sacar el botiquín.
—¡Sí! ¡Por favor! —sollozó Agus apuntándose sin dudar
a ese plan.
—Más despacio, Andrés, este tipo ha sido mordido —objetó
el tal Pascual—. No voy a meter a nadie en el hotel, y menos a alguien mordido
por esos sacos de carroña.
—No podéis dejarnos aquí —intervine al lograr apartar
por fin la vista del cadáver de la chica y articular algunas palabras—. No
podemos salir, la calle está llena de resucitados.
—¿Llena? —inquirió Andrés incrédulo—. Esto estaba
plagado de militares hace un momento, han bombardeado media calle…
—Los militares se han ido, chico —le explicó Samuel—.
Hemos atrancado la entrada aquí abajo con nuestra unidad móvil, pero no sé si
aguantará.
—¡Por favor! —suplicó Agus—. ¡Esto duele!
—Pascual, tenemos que entrar —le dijo Andrés a su
compañero—. Si la calle está llena de resucitados, tenemos que asegurarnos de
que la puerta principal no se haya roto… y no podemos dejar aquí abajo a esta
gente.
Durante unos segundos Pascual aparentó estar
pensándoselo.
—Muy bien, ellos dos pueden entrar, pero él no —decretó
señalando a Agus—. Este lugar ha estado limpio de esos muertos de mierda, y no
voy a meter uno en potencia dentro.
—¿Qué cojones dices? —se le encaró Samuel—. Está
herido, necesita ayuda.
—La única ayuda que necesita ahora es esta. —respondió
desenfundando su pistola.
—¿Qué coño haces? ¿Te has vuelto loco, tío? —exclamó
Samuel retrocediendo un par de pasos; Agus se arrodilló en el suelo por el
miedo, y hasta yo di un paso atrás.
—No puedes estar hablando en serio… —dijo Andrés.
—¡Por Dios, no! —rogó Agus histérico.
—Le han mordido, está muerto… será lo más
misericordioso para él en estos momentos —sentenció aquel guardia de seguridad
metido a ejecutor—. Y también lo más seguro para nosotros.
—Escucha, podría no estar… —comenzó a decir el
muchacho, pero justo al mismo tiempo, Samuel se abalanzó sobre Pascual para
intentar arrebatarle el arma… y entonces sonó un disparo.
Cerré los ojos y me tapé los oídos cuando el estruendo
retumbó por todo el parking. Cuando los abrí, la cabeza de Agus había reventado
dejando un reguero de sangre y sesos desparramados por toda la columna donde un
segundo antes había estado apoyado.
—¿¡Qué coño has hecho, loco!? —le reprendió Samuel,
pero el guardia de seguridad fue más rápido y le encañonó con la pistola.
—Será mejor que te comportes si no quieres acabar con
un disparo tú también.
Matar a Agus no parecía haberle importado lo más
mínimo. Samuel resoplaba furioso con la palanca de nuevo en sus manos, pero sin
atreverse a hacer un solo movimiento con aquella pistola apuntándole al pecho;
Andrés miraba con horror el cuerpo de Agus tirando en el suelo con la cabeza
abierta… y yo sentía cómo se me nublaba la vista.
—¡Eres un puto asesino! ¿Me escuchas? ¡Un puto
asesino! —gritó Samuel, sin embargo, yo ya lo oía muy lejano, como si estuviera
ocurriendo en la otra punta del mundo.
—Estaba muerto ya, sólo le he ahorrado sufrimiento… —se
defendió el asesino.
Las piernas me fallaron y comencé a caer tras perder
por completo el sentido. Lo último que vi fue al guardia de seguridad más joven
corriendo hacia mí antes de desmayarme del todo.
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