domingo, 19 de julio de 2015

ORÍGENES: Capítulo 35: Irene



CAPÍTULO 35: IRENE


La cuadrilla que nos había rescatado de aquellos seres que llamaban espectros no era buena gente. Lo supe en cuanto pude verles con más detenimiento, tal vez debido a un instinto que tenemos los que sufrimos tendencia a la maldad, o tal vez por pequeños detalles en los que fui capaz de fijarme y que les delataban.
No mucha gente sobrevivió al ataque, los espectros fueron rechazados o eliminados, pero se llevaron por delante a buena parte de aquel grupo al que Guille y yo nos habíamos unido, al menos en teoría, ese mismo día. De los más de veinte que fueron, apenas quedaban unos diez sanos y salvos; pude contarlos conforme los fueron llevando hasta la hoguera donde mismo me habían llevado a mí después de desarmarme y quitarme la mochila, y el trato que tuvieron hacia ellos fue tan poco amable como el que tuve que sufrir yo.
Ese debió ser uno de los detalles en los que me fijé. Alguien que te rescata no te agarra con bastante fuerza como para hacerte daño y prácticamente te arrastra, sin tener en cuenta que llevas un niño pequeño contigo, hasta donde quieren que estés y luego ni tan siquiera te dirige la palabra.
Ellos eran siete en total, todos vestidos de uniforme militar, jóvenes, armados hasta los dientes y que se comportaban como gente que sabía lo que se hacía… pero su aspecto era distinto. Lejos del rostro barbilampiño y el cabello casi rapado que cabía esperar de un miembro del ejército, aquellos hombres se habían dejado crecer el pelo, algunos hasta el punto de conseguir una melena considerable, y cuatro además lucían algún tipo de barba. Al parecer, la disciplina militar había desaparecido junto con el resto del ejército cuando los muertos vivientes arrasaron con todo.
—¿Estos son todos? —preguntó el que parecía ser el líder, un hombre de gesto poco amable que cubría su calvicie incipiente con una gorra, y que cargaba con un fusil de asalto. Era el mismo hombre que me había llevado hasta allí.
Los demás éramos en total once, cuatro mujeres, seis hombres y un niño, y por primera vez desde que me encontré con ellos, vi algún tipo de emoción manifestada en sus rostros: el miedo. No sabía si por el ataque que acababan de sufrir, y que les había diezmado dramáticamente, o por nuestros salvadores, a los que lanzaban miradas inquietas mientras ellos daban vueltas a nuestro alrededor para mantenernos vigilados.
Esa actitud, por supuesto, no me gustó nada. Más parecíamos sus prisioneros que gente a la que habían ayudado, pero por el momento no tenía más opción que permanecer allí y esperar a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos.
—Todos los que encontramos vivos, Aldo. —le respondió uno de sus hombres, un tipo enjuto y con ojos saltones del que desconfié nada más verle.
—Ahora sí que estamos acabados. —sollozó una mujer de pelo canoso que se encontraba a mi lado, y que tenía lágrimas en los ojos… era muy perturbador que dijera eso cuando acababan de ser rescatados de una masacre.
Abracé a Guille más fuerte para que no se asustara ante las palabras de la mujer… o tal vez para no asustarme yo, que cada vez veía más confirmadas mis sospechas que de habíamos salido de la sartén para caer en las brasas.
—¡Silencio! —exigió el militar llamado Aldo dando un paso hacia nosotros—. ¿Creíais que podíais marcharos así sin más y no pagar las consecuencias? Por vuestra estupidez, más de la mitad de los vuestros ha muerto a manos de los espectros, ¿era eso lo que queríais, para lo que huíais?
—¡Mejor ellos que vosotros! —le espetó uno de los hombres del grupo.
El tipo enjuto dio un paso al frente y castigó su osadía con un culatazo de su fusil en el estómago. El golpe, que fue dado para hacer daño, consiguió que el pobre hombre cayera al suelo retorciéndose de dolor.
“¡Dios!” me dije al contemplar consternada cómo gemía y sollozaba. Una de las mujeres se agachó junto a él para intentar ayudarle, pero estaba demasiado dolorido todavía como para volver a levantarse.
—¡Silencio! —exclamó de nuevo el militar cuando comenzaron a escucharse murmullos atemorizados—. Si no llegamos a estar aquí nosotros, ese grupo de espectros os habrían aniquilado del todo. Ahora vendréis con nosotros, desertores.
Esas palabras cayeron entre ellos tan mal o incluso peor que el golpe que le propinaron al tipo que aún se retorcía en el suelo. Era evidente que había algún tipo de relación previa entre esa gente y los militares, y temía ir a pagar el pato de una falta que no había cometido… pero, ¿cómo hacérselo entender? No me atrevía ni a emitir un susurro en esa situación, no fuera a empeorar las cosas todavía más, y tampoco sabía en qué situación me dejaba no ser parte de aquel grupo en realidad.
—Dios, por favor, protégenos… —rezó la mujer de cabello canoso.
—¿Quién es esta gente? —le pregunté en un susurro. No podía seguir sin saber nada.
—¿Cómo que quién es esta gente? —replicó ella dirigiéndome una mirada cargada de lágrimas—. Un momento, tú no eras de los nuestros…
—No, y no sé qué está pasando —afirmé—. ¿Quiénes son éstos? ¿Qué nos ha atacado antes?
Ella hizo un ademán de ir a responderme, pero el militar enjuto se plantó frente a nosotras.
—¡Silencio aquí o me cago en todo! —bramó enojado.
—¡Yo no soy parte de ellos! —exclamé atreviéndome a dar un paso adelante, con Guille pegado a mis pantalones.
—¿Qué dices? —inquirió Aldo desde la espalda de su subordinado mirándome con curiosidad.
—Ni el niño ni yo somos parte de este grupo —me expliqué—. Nos encontramos con ellos cuando vagábamos solos por los alrededores, pero no sabemos nada de ningún espectro, ni les conocíamos antes de esta mañana.
Durante un momento todas las miradas se clavaron en mí, y el silencio se impuso a los susurros y lamentos. Al final, Aldo le hizo un gesto al soldado, y éste me agarró del brazo con una mano que parecía una tenaza y me llevó hasta su superior.
—¿Es eso cierto? —me interrogó.
—¡Se lo juro! —asentí.
Sin pronunciar palabra, pasó por mi lado y me dejó custodiada por el soldado, mientras que él se dirigía al resto de los prisioneros.
—Estáis de suerte. Pese a vuestra traición, Dávila ha decidido mostrarse compasivo, y por tanto tenemos órdenes de llevaros con él. —anunció, consiguiendo así cambiar el gesto de temor en sus caras por una algo más tranquilizadora suspicacia.
Yo, sin embargo, seguía sin tener ni idea de dónde me había metido, aunque estaba claro que todo aquello no tenía nada que ver conmigo… sólo me había encontrado con esa gente por una infeliz casualidad, ni había traicionado a nadie, ni sabía qué eran esos espectros de los que hablaban, ni sabía quién era ese tal Dávila al que acababa de hacer mención.
—Compañía, nos vamos —ordenó Aldo, que luego se volvió hacia mí—. Tú vendrás con nosotros… por el momento.
No me dio a elegir, de modo que no pude negarme. El hombrecillo que me agarraba me lanzó con brusquedad hacia la multitud, y yo no supe qué pensar con respecto a lo que me esperaba, porque no parecía que mi suerte hubiera cambiado mucho.
—¡Ya habéis oído, todos en marcha! —exclamó otro de los soldados, un individuo con una frondosa barba de dos puntas.
A base de empujones nos obligaron a movernos, y uno me clavó la culata del fusil con tanta fuerza en la clavícula para hacerme andar que el lugar golpeado me estuvo doliendo el resto de la noche. Nos llevaron hasta un campamento que se encontraba a unos doscientos metros de allí, donde una fogata que ardía iluminaba varias tiendas de campaña plantadas alrededor de ella, y un par de camiones militares de gran tamaño permanecían aparcados junto a unos árboles.
De nuevo a base de empujones, nos subieron a todos a la parte trasera de uno de ellos, que debían ser los vehículos que utilizara aquella unidad para moverse. Supuse que, en condiciones normales, la parte trasera iría cubierta por una lona, pero en esos momentos no era así.
—¡Y nada de armar jaleo! —nos advirtió el de la barba de dos puntas cuando estuvimos arriba—. El que quiera bajarse, ya sabe… los espectros no tardarán en dar cuenta de vuestros amigos muertos, así que pronto estarán hambrientos de nuevo.
Pasamos las últimas horas de la noche allí, sentados en el camión y vigilados por los militares. Gracias a eso tuve la oportunidad de empezar a conocer a algunos miembros del grupo, empezando por Marisol, la mujer de pelo cano con la que había hablado antes, que me contó un poco de qué iba todo aquello.
—El que les dirige se llama Aldo, Aldo Valverde, y creo que era capitán cuando aún había un ejército —me explicó—. Los otros son Fidel, el sargento y su mano derecha; Oriol, el tipejo desagradable; Gabriel, el musculoso con cara de pocos amigos; Bruno, que se supone que es el médico; y los otros Marcos y Koldo, Koldo es el de la barbita doble.
—¿Y quién es Dávila? —inquirí.
—Dávila dirige una red de comunidades formadas en pequeños pueblos de la zona de León —respondió Fátima, una chica de piel tostada y ojos negros sólo un poco mayor que yo que también nos estaba escuchando—. La nuestra era una de ellas. Nos unimos a él porque al principio todo parecían ventajas y el precio a pagar era muy bajo, tal sólo un poco de la comida que consiguiéramos y participar en la limpieza de muertos vivientes de lugares donde instalar a otras comunidades nuevas. Aquello era algo así como empezar a organizar el mundo de nuevo, de modo que estábamos muy satisfechos.
—Pero entonces llegaron los espectros —continuó Marisol—. Esos seres no eran resucitados, no resucitados normales al menos, y como no se los mataba tan fácilmente, comenzó a haber bajas. Dávila mostró su verdadero rostro cuando otra comunidad dijo que no enviaría a más hombres a morir. Ordenó arrasarla y matar a todos sus miembros, hasta a los niños, para dar ejemplo a las demás. La nuestra no quiso seguir apoyándole después de eso, pero tampoco se atrevió a rebelarse abiertamente de nuevo, así que tratamos de huir… y mira cómo hemos acabado, confiando en que no decida matarnos también.
—Siento que te vieras metida es esto —añadió Fátima mirándome con pena—. No tiene nada que ver contigo, pero parece que te ves en las mismas que nosotros.
—¿Y los espectros? —quise saber. No dejaban de hablar de ellos, y por lo que contaban parecían incluso peor que los resucitados, algo que me costaba creer después de todo lo que había visto.
—Unos dicen que están vivos, otros que son muertos vivientes que han alcanzado un estado superior que les permite pensar, correr e incluso emplear herramientas —respondió la mujer—. Nadie lo sabe con seguridad, pero son tan caníbales como sus hermanos menos evolucionados, y carecen también de todo tipo de piedad…
—El problema es que, al ser más inteligentes, son capaces de planificar sus ataques, y han causado muchos muertos y desaparecidos en las últimas semanas. —me aclaró Marisol.
Guille escuchaba toda la historia con mucha atención. La idea de unos muertos vivientes capaces de correr, manejar armas y con la suficiente inteligencia como para emboscar a alguien me resultaba aterradora, así que no era de extrañar que a él, aficionado a esas historias, le causara curiosidad. A mí, sin embargo, lo único que me preocupaba en esos momentos eran los militares que nos habían capturado. Su cabecilla había dicho que por el momento iría con ellos, y no tenía ni idea de cuándo podría acabar ese momento.
En cuanto comenzó a salir el sol, la unidad recogió el campamento y se metió también en los camiones. Antes de diez minutos estábamos ya en marcha y rumbo a lo desconocido.
Pese a que en los vehículos cargaban con varias cajas que sólo podían contener munición o provisiones, no nos dieron nada de comer en todo el día, que se hizo muy largo con el estómago rugiendo cada dos por tres y las frecuentes paradas que realizaban a inspeccionar casas cercanas o gasolineras. Si nos iban a llevar con ese tal Dávila, se estaban tomando su tiempo.
Cuando cayó la tarde y decidieron detenerse en una granja lo agradecí enormemente. Guille se revolvía inquieto por todo el camión, hambriento y aburrido, y si íbamos a pasar la noche allí tal vez por fin nos dejaran bajar, aunque sólo fuera a estirar las piernas.
Resultó que no pretendían quedarse en la propia granja, sino que nos metieron con camiones y todo dentro de un almacén que se encontraba justo a su lado, y tras hacerlo, los militares lo cerraron a cal y canto. Seguramente para evitar que pudiéramos escaparnos.
—Es por los espectros —me dijo, sin embargo, Marisol cuando ya nos bajaban de allí. Tuvo que apoyarse en mí porque las piernas se le habían agarrotado de tanto permanecer en la misma postura—. Todavía no nos hemos alejado lo suficiente de ellos.
El viajecito tampoco les sentó bien a los demás, que con aspecto fatigado se sentaron sobre el suelo de tierra en una esquina, donde Aldo y sus hombres nos fueron agrupando. Una vez allí, abrieron una de las cajas del camión y comenzaron a repartir comida. Se trataba de raciones militares, y por lo que nos dijeron, nos tenían que durar hasta la noche siguiente.
—¡Por fin! —exclamó Fátima cuando recibió la suya—. Encima los muy cabrones nos matan de hambre…
—No te quejes, niña. Podría ser peor. —advirtió Marisol.
Descubrí cómo de peor podía ser un poco más tarde, cuando después de que Guille y yo cenáramos, Oriol, el hombrecillo enjuto y desagradable, se acercó a nosotras con gesto hostil.
—Aldo quiere verte —me dijo con tono áspero—. ¡Vamos, coño! No tengo toda la noche.
Preguntándome qué podía querer ese hombre de mí precisamente, me puse en pie con el niño dispuesto a seguirle, pero él me detuvo con un gesto de su mano.
—El niño se queda. —exclamó.
—Pero… —fui a protestar, y sólo con oírme comenzar a replicar aquel individuo me lanzó una bofetada que me cruzó la cara, dejándome aturdida tanto por la fuerza del golpe como por lo inesperado que resultó para mí recibirlo.
—¡He dicho que no tengo toda la noche! —bramó. Las miradas de todos estaban puestas de nuevo en mí.
—No te preocupes, nosotras cuidaremos de él. —me aseguró Marisol, y sólo entonces me atreví a dar un paso al frente dispuesta a seguir al soldado. Él, sin embargo, parecía tener prisa de verdad, porque me agarró del brazo con mucha fuerza una vez más y me obligó a caminar delante de él en dirección a las escaleras del almacén.
En la parte superior había algo que se me antojaron oficinas, tal vez para llevar la contabilidad o dirigir el trabajo, pero aquel lugar parecía haber sido abandonado antes incluso de que los muertos viviente aparecieran, a juzgar por el estado que presentaba, y al carecer por completo de muebles no podía estar segura. No obstante, un despacho parte de esas oficinas fue el lugar que eligió Aldo para instalar su saco de dormir.
—Puedes irte. —le dijo a Oriol, que tras dejarme dentro del despacho cerró la puerta y se marchó. Me pareció que sonreía con malicia al hacerlo.
Aldo se había quitado la parte superior del uniforme, luciendo sobre su musculoso torso tan sólo una camiseta interior, y se encontraba afilando su puñal con mucho esmero. Tras comprobar al trasluz de una vela encendida que estaba lo bastante afilado, lo enfundó y volvió la vista hacia mí, que cohibida y algo asustada aguardé a que dijera lo que tuviera que decirme.
—Supongo que no lo sabes, pero al no ser parte de esa comunidad, tu situación es algo pendiente de resolver todavía. —me dijo—. ¿Cómo te llamas?
—Irene. —respondí.
—Mira por la ventana, Irene —me ordenó—. Quiero que veas lo que hay fuera.
Sin comprender muy bien de qué iba todo eso, obedecí. Me acerqué a la ventana del despacho, apenas un tragaluz con el vidrio quebrado, y eché un vistazo fuera. Allí sólo había oscuridad, paliada en parte por la luz de la luna, y lo único que alcanzaba a ver era la granja que teníamos al lado.
—¿Qué ves? —me preguntó.
—Nada —contesté cada vez más confundida—. Sólo oscu…
Me interrumpí cuando creí entrever algo parecido a una silueta pasar corriendo desde la parte trasera de la granja hasta unos matorrales que crecían salvajes por allí. Si me lo hubieran preguntado, habría dicho que eran mis fantasmas, que volvían a acosarme, pero eso era imposible…
—Sí, son espectros —afirmó Aldo—. Nos han seguido, por esa razón escondimos los camiones aquí dentro. No se atreverán a entrar, son demasiado cobardes para eso. Saben que tenemos armas y que podríamos acabar con ellos si presentan batalla… pero el grupo de ahí abajo es un bocado demasiado apetitoso para que se rindan sin más.
—¿Qué tiene que ver esto con mi situación? —le pregunté sintiendo escalofríos sólo por estar tan cerca de la ventana encontrándose esos seres allí abajo.
—Mucho —me aseguró él dando un paso hacia mí—. Las órdenes de Dávila hacían referencia únicamente a la gente huida de la comunidad, algo que has confesado no ser… lo que significa que no tengo ninguna obligación de tenerte aquí.
Sentí un nudo en la garganta al imaginarme a Guille y a mí allí fuera, al relente de la noche y con esos monstruos acechando. Intenté que mi temor no se viera reflejado en mi cara, pero dudé haberlo conseguido cuando al abrir la boca sólo pude tartamudear.
—Yo… por favor… —supliqué.
—La pregunta es si estás dispuesta a hacer lo que tienes que hacer para sobrevivir. —me espetó mirándome a los ojos, y por la forma en que lo hacía quedó muy claro de lo que estaba hablando.
Mi primer instinto habría sido matarle. Era perfectamente capaz de hacerlo si quería… pero se suponía que ya no hacía ese tipo de cosas. Allí no había montaña alguna que juzgara mis acciones, sin embargo, aquella situación bien podía ser un castigo por los crímenes que había cometido aun cuando prometí reformarme. La muerte de toda una familia no era algo que pudiera pasarse por alto, y tal vez mi penitencia resultara ser tener que soportar aquello. La montaña ya había demostrado ser muy cruel a la hora de castigar.
Tragando saliva, y sin creer que estuviera accediendo a eso, asentí.
—Desnúdate. —ordenó dando un paso atrás para poder verme bien.
Tardé un segundo en reaccionar a la orden, y cuando lo hice, tuve que luchar para que las manos no me temblaran mientras comenzaba a quitarme la ropa… toda la ropa, desde la chaqueta hasta los pantalones, el sujetador y las bragas.
“No llores” me obligué a pensar cuando, completamente desnuda, permanecí en pie mientras Aldo me evaluaba con la mirada. Quise abstraerme, intentar fingir que lo que iba a pasar le pasaría a otra persona, pero me vi incapaz de hacerlo cuando no sentía más que rabia crecer en mi interior.
Yo no era una niñita indefensa y llorica, a mí no iba a doblegarme tan fácilmente, así que levanté la vista y me atreví a mirarle desafiante cuando se acercó y comenzó a manosearme los pechos. Sólo retiré la mirada cuando me sujetó de la barbilla, y ese gesto le hizo sonreír. Acto seguido, me agarró de la coronilla y me empujó hacia el suelo, hasta que quedé de rodillas frente a él.
Sin mediar palabra, comenzó a desabrocharse el cinturón, así como los pantalones después, y finalmente quedó desnudo de cintura para abajo. El corazón comenzó a latirme a cien por hora y ni me atreví a mirarle a la entrepierna por no hacer de aquello algo más real de lo que ya era.
—¿Quieres vivir? ¿Quieres que tu hijo viva? Entonces ya sabes qué hacer —exclamó. Guille no era mi hijo, de hecho no era nada mío, pero si no lo hacía, ambos nos veríamos a merced de aquellas criaturas ignotas que acechaban en las sombras.
No hubo salvación… no hubo tampoco arrepentimiento por su parte, o un rescate milagroso que evitara lo que tenía que ocurrir, de modo que tuve que ceder si quería seguir viviendo, si quería que Guille y yo siguiéramos viviendo. Sintiéndome completamente asqueada por lo que tocaba a continuación, abrí la boca y comencé con aquello.
“No es para tanto” traté de convencerme en una lucha porque mi espíritu no se quebrara mientras me veía forzada a complacer de esa manera a aquel hombre. El sentimiento de impotencia y humillación fue mucho peor de lo que me había atrevido a esperar. “No es la primera vez que utilizas el sexo para sobrevivir. Esto no es nada, absolutamente nada” me obligué a pensar. Yo seguía teniendo el control de la situación, estaba segura de ello… todo eso no era más que otra desagradable batalla en la guerra de seguir viva, y en peores situaciones había estado.
Por fin, después de lo que me parecieron años, Aldo quedó satisfecho. No fui del todo consciente de lo que ocurrió los minutos siguientes, pero me vi a mí misma, con el corazón aún latiendo con mucha fuerza en el pecho, vistiéndome de nuevo y dirigiéndome de vuelta con el resto del grupo.
No le conté nada ni a Marisol ni a Fátima cuando me preguntaron qué había pasado, y tampoco hice caso a las miradas titubeantes que me lanzaron, tan sólo me abracé con Guille hasta que llegó la hora de dormir, cuando le acosté a mi lado y traté de conciliar el sueño… pero no pude hacerlo. Mi mente luchaba por estallar, y yo lo hacía porque eso no ocurriera. No podía permitirme venirme abajo, y tampoco podía permitirme llorar.
Batallando todavía por mantener la compostura, me levanté cuando todos ya dormían, me hice a un lado y, bajo la atenta mirada de uno de los soldados que se encontraba de guardia, me agaché en el suelo y me metí los dedos hasta la garganta para vomitar, aunque ni aun así logré sentirme un poco más limpia por dentro. Era como si mi cerebro no quisiera dejar de pensar en lo que había ocurrido, dándole más importancia de la que yo quería que tuviera, y por culpa de eso me pasé el resto de la noche en un duermevela desesperante, tan sólo interrumpido cuando Guille se despertó por culpa de una nueva pesadilla.
—No pasa nada, cariño —le susurré al tiempo que le acariciaba la cabeza para que se le pasara el susto—. No pasa nada…
Al día siguiente, la situación fue todavía peor, si es que eso era posible. La luz del día no hizo sino convertir en más real lo que habría deseado que fuera tan sólo una pesadilla como la del niño, y encima desde primera hora nos metieron otra vez en los camiones y nos dieron una nueva extenuante sesión de viaje en camión.
—No estamos yendo hacia la comunidad de Dávila —dijo uno de los hombres del grupo cuando pasamos junto a una señal de tráfico. No le presté ninguna atención porque tenía la mente a otras cosas—. No estábamos tan lejos, debimos llegar ayer mismo.
—Están dando vueltas —dedujo otro—. Deben estar buscando provisiones, o escondites de los espectros.
—Tienes mala cara, ¿te encuentra bien? —me preguntó Fátima preocupada.
—¡Perfectamente! —le respondí con quizá demasiada agresividad, pero por algún lado tenía que estallar todo lo que sentía por dentro.
Realizamos pocas paradas ese día, aunque a mitad de él nos detuvimos junto a una arboleda y nos permitieron bajar para estirar las piernas un poco antes de continuar. Yo sólo me bajé del camión porque Guille necesitaba andar, pero malditas las ganas que tenía yo de aire fresco, o de cualquier otra cosa.
—Toma, de parte de Aldo —me dijo el soldado de la doble barba, Koldo creía recordar que se llamaba, entregándome una pequeña bolsita que resultó llevar comida dentro—. Le gusta tener a sus putas bien alimentadas.
Al escuchar eso, y ver cómo luego se marchaba con una sonrisa de suficiencia, sentí unas ganas tremendas de tirar la bolsa al suelo y pisotearla. Sin embargo, lo que nos daban para comer era bien poco, y Guille tenía hambre.
—Vaya, ¿y eso? —se escamó Fátima al verme con más comida que nadie cuando me acerqué a darle algo al niño.
No le respondí, del mismo modo que tampoco probé la comida… no me habría entrado nada.
La tarde llegó, y aquel día el grupo de militares decidió que una casa de campo perdida en mitad de la nada era un refugio adecuado para pasar la noche. Conforme las horas pasaban, mis nervios crecían ante la posibilidad de que Aldo quisiera repetir lo de la noche anterior, pero peor aún fue enterarme de que, debido a la comida extra que me dieron, comenzaron a surgir rumores entre mis forzados acompañantes.
—No les hagas caso. —me recomendó Marisol. Al parecer, Fátima ya no quería relacionarse conmigo, y había ido diciendo por ahí que me daban comida extra por ser la putita de Aldo.
“Como si hubiera tenido alguna elección” pensé con frustración. Si la muy zorra supiera que ni siquiera había podido probar bocado…
Tuvimos la suerte de contar con un pequeño riachuelo que pasaba cerca de la casa. Los militares nos permitieron acercarnos y acicalarnos un poco, cosa que a todos alegró mucho, a todos menos a mí, que creí que tal vez si me veía llena de porquería y apestando por llevar días sin lavarme en condiciones no me pondría la mano encima esa noche.
Por desgracia, no tuve tanta suerte. Aun hambrienta por no haber comido prácticamente nada en todo el día, no fui capaz de tragar ni un bocado de mi cena al ver cómo, tras instalarnos en el comedor de la casa, los soldados se fueron distribuyendo en las habitaciones, y Aldo se quedó con la principal, que sin duda dispondría de una cama de matrimonio.
Me forcé a acabarme la cena, no porque tuviera hambre, sino porque necesitaba recuperar fuerzas, y nada más acabar de hacerlo, otro soldado, Bruno, se plantó frente a mí.
—Aldo quiere verte. —exclamó delante de todos. Fátima me lanzó una mirada despectiva, como si aquello fuera algo que me hubiera buscado yo, y Marisol una de compasión.
—Yo me encargo del niño, no te preocupes. —me dijo.
Me levanté y me dirigí escoltado por el soldado hacia el dormitorio principal, donde el cabecilla de los militares me esperaba. Tragué saliva y cerré los ojos para intentar abstraerme de todo aquello una vez más. No podía creer que hubiera acabado metida en algo así, era como estar en una pesadilla… aunque mi verdadera pesadilla comenzó cuando entré en la habitación, donde se encontraba Aldo se la misma guisa que la última vez.
—Vamos. —dijo únicamente, pero fue suficiente como para que comenzara a sentir temblores en todo el cuerpo. No creía ser capaz de volver a pasar por eso de nuevo.
“Esto no es nada, Irene” me repetí una vez más mientras me quitaba la camisa y el sujetador. Él comenzó a desabrocharse los pantalones. “Sólo es sexo, sexo para seguir viva… nada que no hayas hecho antes. Esto no va a poder contigo”.
Pero mis propias palabras de ánimo, destinadas a convencerme a mí misma, se volatilizaron cuando él me hizo meterme en la cama y, encontrándome completamente desnuda, se tumbó sobre mí y, sin ninguna delicadeza, comenzó con aquello.
Con todo el asco y la rabia del mundo tan sólo me dejé hacer… no tenía otra opción, ya sabía lo que me esperaba si me negaba, y yo quería vivir, aunque fuera a ese precio.
No lo había esperado, y tal vez por eso me afectó mucho que aquella segunda vez resultara todavía peor que la primera. Aunque con cada embestida por su parte intentaba convencerme de que aquello sólo era algo de sexo indeseado para seguir viva, no podía engañarme cuando la sensación no era la misma. Al acostarme con ese imbécil de “Charli” en el colegio yo tenía el control de la situación, sabía lo que estaba haciendo porque yo lo había planificado… fue sólo un medio para conseguir un fin. Pero allí era completamente distinto, allí yo sólo era la mujer desvalida de la que ese matón podía abusar a su antojo.
Cuando por fin todo terminó me sentía morir. Él quedó tan satisfecho que tal y como cayó sobre la cama se dispuso a dormirse, pero yo, sintiendo la ruindad y vileza de aquel hombre todavía dentro de mí, tuve que luchar por no quebrarme, por no abatirme y caer en la desesperación… por no convertirme en una víctima.
No sabía cuánto más iba a aguantar. El esfuerzo que tenía que hacer por no romper a llorar allí mismo era tan grande que no me dejaba ni moverme, y no fue hasta que recordé que Guille seguía solo cuando alcancé a levantarme de la cama, ponerme la ropa y regresar fuera.
No me fijé en nada ni en nadie durante el trayecto. No vi cómo Fátima me fulminaba con la mirada, ni cómo Marisol se mordió el labio inferior con preocupación cuando me senté a su lado, tan sólo volví a tumbarme al lado de Guille.
—Vamos a intentar dormir, ¿vale? —le dije con un hilo de voz.
La entidad, esa montaña vigilante, me culpaba por la muerte de la familia del niño, y me hacía pagar que yo no me sintiera tan culpable por haberla provocado como debía. Ya se lo dije a Angelines antes de matarla, ella había tenido buena parte de la culpa, no yo, que cuando llegué aquello ya era una bomba preparada para estallar por los aires. Sin embargo, la montaña, aunque ya no estuviera a la vista, seguía pendiente de mí y de mi destino. No iba a matarme, como quizá debería haber hecho, eso sólo le causaría más sufrimiento a Guille, pero tampoco iba a dejarme en paz hasta que asumiera mi culpa, y con un inhumano y perverso sentido de la justicia me pagaba así el desaguisado que el sexo había provocado entre Héctor y César.
Durante el resto de la noche un único pensamiento rondaba en mi cabeza: escapar. Me di cuenta de que esa era la única salida, tratar de escapar de ese psicópata antes de que me volviera loca. En cuanto estuviera lejos de su alcance estaría bien, me recuperaría, las heridas psicológicas que Aldo me estaba provocando comenzarían a sanar en lugar de ser cada vez más profundas.
Pero era un sueño imposible. No disponía comida, agua, un medio de transporte o una mísera arma con la que defenderme de muertos vivientes o espectros, además de que tenía que cargar con Guille. Conseguirlo se me antojaba imposible… sin embargo, tenía que encontrar la forma o esa situación terminaría acabando conmigo.

Decir que por la mañana estaba destrozada era decir poco. Llevaba demasiadas noches durmiendo muy mal, si es que lograba pegar ojo, y comenzaba a notar las secuelas de la falta de descanso.
—¡En pie, cojones! —ordenó Oriol con sus habituales malos modos cuando llegó el momento de partir.
—No te preocupes, ¿vale, cariño? Estoy bien, sólo un poco cansada. —le aseguré a Guille, que no dejaba de lanzarme miradas preocupadas. Sin duda debía preguntarse por el motivo de mis ojeras y los temblores que a veces me sobrevenían, pero la verdad no podía contársela.
Aproximadamente a media mañana, la rutina que habíamos llevado eso dos días cambió cuando nos metimos en mitad de una carretera nacional. Moverse sobre asfalto bien pavimentado nos evitó dar muchos botes, lo que resultó todo un alivio para mi espalda, pero la cosa se fastidió cuando descubrimos que toda la ruta que pensaban recorrer acabó antes de que comenzara a caer la tarde.
Un pequeño motel de carretera pegado a una gasolinera parecía ser el lugar en el que los militares pretendían pasar el resto del día, de modo que nos metieron a todos allí tras aparcar el camión. No era la primera vez que iban a ese lugar, eso me quedó claro cuando vi que en la misma recepción, que contaba con una pequeña sala de espera, siete asientos colocados alrededor de una mesa y un brasero.
No parecía que lo hubieran utilizado en una temporada, sin embargo, cada uno de ellos incluso tenía su butaca favorita, las cuales se apresuraron a ocupar. Nosotros tuvimos que conformarnos con sentarnos en un rincón al lado del mostrador y no hablar demasiado alto para no molestarles.
—Quietecitos y sin armar follón. —nos advirtió Oriol dedicándonos una mirada desagradable.
Estuvimos allí hasta que llegó la tarde, manteniendo un relativo silencio para no llamar mucho la atención y se olvidaran de nosotros. Ellos, al contrario, aprovecharon las ventajas de encontrarse en un refugio conocido para tomarse una tarde de asueto, y sentados en sus butacas charlaban animadamente al tiempo que daban cuenta de algunas botellas de alcohol que también guardaban allí.
No pude sentir más que asco al ver a Aldo relacionándose con esa camaradería con los demás, como si fuera una persona normal y no el monstruo que era en realidad…
—Todavía hemos tenido suerte de que no nos mataran —comentó alguien del grupo—. Mira lo que hicieron con esa pobre gente de Las Mulas.
—Espera a ver qué pretende hacernos Dávila antes de cantar victoria —le advirtió otro—. Yo sólo sé que, en cuanto pueda, me largo de nuevo… haya espectros, resucitados o estos soldados hijos de puta, me da igual.
—¡No digas eso en voz alta! —le advirtió una de las mujeres, que miró con temor hacia los militares para asegurarse de que no habían escuchado nada.
Ellos tenían dudas sobre su destino, pero al fin y al cabo les iban a llevar con un hombre que ya conocían, y al menos sabían a qué atenerse. Yo, sin embargo, me había convertido en prácticamente una esclava sexual, y no sabía qué sería de mí al final del viaje.
Cada vez tenía más claro que debía encontrar una forma de escapar, pero seguía sin tener ni idea de cómo hacerlo, y eso me sacaba de quicio.
El musculoso soldado llamado Gabriel se acercó a nosotros, consiguiendo despertar así los recelos de todo el grupo, que inmediatamente abandonó la conversación en favor de un silencio más seguro. Sin embargo, a quien buscaba era a mí, y una vez más el mensaje fue que Aldo me había hecho llamar.
Tragué saliva temiendo lo peor, pero quería pensar que no querría nada sexual allí, delante de todo el mundo. No obstante, como tampoco tenía elección, me levanté, dejé a Guille con Marisol otra vez, y le seguí.
Los soldados también dejaron de hablar al verme llegar con Gabriel, que se sentó de nuevo en su asiento. Aldo me miró de arriba abajo durante un par de segundos que se me hicieron eternos, y luego me hizo un gesto para que me acercara, el cuál obedecí.
—¿Quieres tomar algo? —me preguntó cuando estuve en la linde del círculo que habían formado con las butacas. La mesa del centro estaba llena de vasos usados y botellas medio vacías.
—¿Algo? —repliqué con un hilo de voz.
—Sí, tenemos vodka, ginebra, ron… —enumeró—. ¿Quieres una copa o no?
Asentí un par de veces por no atreverme a rechazarlo. No me apetecía beber, y menos con ellos, pero tampoco me apetecía no hacerlo… lo único que quería era no haber dicho nunca que no era parte de la comunidad.
Koldo me sirvió algo de ginebra en un vaso largo, y hasta que no di un trago de él no dejaron de mirarme y regresaron a su conversación anterior. Al menos el alcohol fue agradable de paladear.
—Pues lo que decía, que no sé a santo de qué nos reclama ahora ese capullo —exclamó Bruno como si tal cosa.
—Con las noticias que trajeron los batidores, se ha dado cuenta de que lo de los espectros no es ninguna broma —contestó Marcos—. Quiere unir fuerzas y lanzar una ofensiva que los barra del mapa de una maldita vez.
Aldo me hizo un gesto para que me sentara en el reposabrazos de su sillón, y de nuevo obedecí… al parecer al cabrón le gustaba tener a su putita al lado.
—Ah, ¿ya saben entonces de dónde salen? —inquirió Bruno.
—Parece que sí —replicó Marcos encogiéndose de hombros—. Cuenta con nosotros para encabezar esa ofensiva, así que imagino que sabrá a dónde mandarnos… tenemos que estar allí en dos días, ¿no? Supongo que nos lo dirá entonces.
—¡Joder! Ni un segundo de descanso tenemos —protestó Oriol—. Primero los muertos de hambre éstos, mal rayo les parta a todos por traidores, y ahora a matar espectros.
—Entonces, ¿vamos a ir? —se preguntó Fidel, el segundo al mando, volviéndose hacia Aldo—. La verdad es que estoy hasta los cojones de recibir órdenes de ese gilipollas, ¿quién coño se ha creído? Si hasta las comunidades se le están desbandando.
—Iremos —declaró Aldo—. Dávila no podrá mantener el poder mucho más tiempo, pero los espectros no son ninguna broma, como ha dicho Marcos… y cuando los muertos de esa ofensiva le caigan a los pies, ya nos encargaremos de que las comunidades fieles nos apoyen a nosotros a cambio de paz. Sin espectros ya de por medio será fácil conseguirlo.
—Sí lleváramos nosotros las riendas de todo este tinglado no pasaría lo que ha pasado estos días —aseguró Oriol—. Debimos dejar que los espectros los masacraran a todos… para lo que nos van a servir unos desertores.
—Hombre, algunos servir sí que han servido —contestó Fidel lanzándome una mirada de soslayo, algo que hizo sonreír a sus compañeros, pero que a mí me hizo sentir sudores fríos—. Al menos para algunos.
—Si has terminado tu bebida, puedes irte —me dijo Aldo dándome una cachetada en el trasero—. Se están hablando cosas de hombres y al parecer despiertas demasiadas envidias.
La bromita hizo que sus subordinados rieran, pero me sirvió para dejar el vaso todavía a medio beber sobre la mesa, escapar de allí de una buena vez y volver con los demás.
—¿Qué quería? —me preguntó Marisol cuando me devolvió al niño.
—Humillarme. —respondí.
Instintivamente abracé con fuerza a Guille. Como no hablaba, no sabía hasta qué punto se enteraba de lo que ocurría, y no quería ni pensar en cómo tenía que estar marcándole todo aquello a la pobre criatura.
Esa noche, al encontrarnos en un motel, todo el mundo tuvo dormitorios en los que descansar, incluso yo, que pude acostar a Guille en una cama.
—Intenta dormir un poco —le dije antes de arroparle y darle un beso en la frente—. Yo vendré enseguida, ¿vale?
Pensaba salir fuera para ir al baño, tenía la esperanza de que Aldo hubiera bebido lo suficiente como para no tener ganas de hacer nada conmigo esa noche, y tal vez, si no me dejaba ver mucho, ni se acordara de mí. Pero las piernas comenzaron a temblarme cuando nada más abrir la puerta me lo encontré esperándome en persona frente al umbral.
—Vamos. —fue lo único que dijo, y tras volver la vista atrás un instante para asegurarme de que Guille seguía acostado, fui con él.
Sentí un ramalazo de ira al verme de nuevo en aquella situación, pero también tuve muchas ganas de echarme a llorar. No había encontrado la forma de escapar que tanto anhelaba, y eso significaba que lo que llevaba dos noches pasando volvería a pasar… no obstante, por enésima vez mantuve la compostura, aunque cada vez me costaba más hacerlo, y le seguí hasta la habitación que había elegido para sí mismo.
Tan sólo unos segundos más tarde ya me encontraba completamente desnuda y teniendo que aguantar su repugnante forma de manosearme. No estaba borracho, pero sí algo achispado, y tal vez por eso incluso tuve que soportarle más fogoso que las veces anteriores, algo que sólo consiguió hacer de aquello una experiencia todavía más insufrible.
Después de meterme mano hasta quedar completamente excitado, me llevó hasta la cama y me colocó sobre ella a cuatro patas. Sentí con repulsa creciente cómo sus manos se agarraban a mis caderas, y mientras trataba de concentrar mi atención en el cabezal, me tomó de esa manera hasta quedar satisfecho.
Cuando terminó por fin, achispado como estaba, no tuvo ningún reparo en dejarse caer a un lado y quedarse durmiendo tan sólo unos segundos más tarde, cuando yo todavía me encontraba allí, tratando de que aquello no me afectara… pero sabía que no iba a conseguirlo mucho más tiempo. Doblegada, destrozada y sin escapatoria, acabaría rogando la muerte para no seguir sufriendo aquellos encuentros. No importaba lo que la montaña tuviera pensado para mí, o cómo quisiera castigarme, yo sencillamente no podía más.
No pensé con frialdad lo que hice, y tal vez por eso acabó como acabó, pero sentía que si no hacía algo terminaría enloqueciendo, cortándome las venas o sólo Dios sabía qué, así que me levanté de la cama con cuidado de no despertarle y sigilosamente me acerqué a la mesita de noche, sobre la cual había dejado su puñal metido dentro de la funda.
Lo cogí y lo desenvainé. Durante un segundo me quedé contemplando a la luz de la luna que entraba por la ventana su filo… tenía que hacerlo, era la única solución.
Regresé a la cama, donde Aldo seguía tumbado, con los ojos cerrados y los pantalones por las rodillas, descansando tranquilamente sin sentir ningún reparo o dolor por lo que me estaba haciendo cada noche.
Apreté los dientes concentrándome en mi rabia y me abalancé sobre él con la intención de cortarle la garganta mientras dormía… pero resultó que no lo estaba haciendo. De repente levantó su mano y agarró la mía con tanta fuerza que no pude continuar la trayectoria descendente. Luego, con un empujón me lanzó hacia el suelo, arrebatándome el arma el proceso.
—¿Qué cojones crees que haces? —me espetó furioso.
Le miré con miedo porque sabía que la había cagado. Ese hombre no era tan estúpido como yo pensaba, en ningún momento había dejado de tenerme vigilada… y ahora iba a pagar las consecuencias.
Me llevé un puñetazo tan fuerte en la cara que caí al suelo viendo destellos frente a mis ojos. Mareada, luché por incorporarme, pero él me agarró por las piernas y de un tirón me hizo caer de nuevo, luego me agarró de los pelos y me arrastró hacia la cama. Grité de dolor e intenté desembarazarme de él, pero era muchísimo más fuerte que yo y me sometió con facilidad.
Para empeorar las cosas, la puerta de la habitación se abrió de sopetón, y por ella entraron los demás soldados con sus armas preparadas, alertados por los golpes y los gritos.
—¿Qué coño pasa? —exclamó Fidel frunciendo el ceño.
—Esta zorra ha intentado matarme —contestó Aldo lanzándome contra el colchón—. Es hora de darle una lección que no olvide. ¡Sujetádmela!
—¡No! ¡Soltadme! —grité cuando los seis, con siniestras sonrisas dibujadas en sus caras, se lanzaron a por mí y me cogieron de manos y pies. Seguía sin llevar nada de ropa encima, y eso parecía congratularles todavía más—. ¡Soltadme, hijos de puta!
—Ahora vas a saber lo que es bueno, zorra. —me susurró Oriol agarrándome del pelo.
Sin ninguna compasión, me dieron la vuelta, me soltaron los pies y me inmovilizaron contra la cama. Luego, Aldo subió también a ella y me separó las piernas por la fuerza.
—Esto te va a doler. —dijo dirigiendo su miembro viril al lugar que pretendía.
—¡No! —supliqué aterrada cuando me di cuenta de qué quería hacerme aquel hombre—. ¡No, por favor!
Pero ignoró por completo mis ruegos, y cuando comenzó mi castigo por el acto de rebeldía que me había atrevido a cometer, sentí como si me estuviera matando. El dolor fue tan atroz que no podía evitar sollozar a cada embestida suya, que al mismo tiempo iban acompañadas por arengas y tocamientos de los demás soldados. Las sábanas contra las que hundió mi cabeza se humedecieron al contacto con mis lágrimas.
Cuando el sufrimiento se transformó en una auténtica agonía, Aldo terminó por fin, y los hombres que me mantenían sujeta me soltaron de una vez. Sin embargo, yo no podía moverme, no sólo por el dolor físico, que sabía que tardaría en desaparecer, sino por el vórtice de pensamientos y emociones que recorría mi cabeza a raíz de lo que acababa de pasar.
Si todo seguía siendo parte de un castigo divino, la montaña se había pasado de la raya. Aquello era peor que estar muerta, y no me lo merecía porque lo que pasó con los hermanos no lo provoqué de manera intencionada, y además trataba de redimirme por ello haciéndome cargo de Guille en una situación tan difícil como la que me encontraba.
El pacto que teníamos se había roto, al menos por mi parte. Sabía que no iba a soportarlo una maldita noche más sin perder la cabeza, así que no tenía otra opción que hacer de tripas corazón y abandonar cualquier atisbo de moral que hubiera podido conservar en los últimos tiempos.
Al final, el mundo me había demostrado que yo tenía razón desde el principio: la única forma de sobrevivir en él era siendo una auténtica hija de puta.
Todavía sin poder moverme, me fijé en las caras de los hombres de Aldo, que parecían muy divertidos por el espectáculo que acababan de presenciar. Al verles así sólo pude sentir lástima, porque esos desgraciados que se mofaban de mí todavía no sabían a quién se la habían jugado.


1 comentario:

  1. Sencillamente escalofriante... Definitivamente Aldo se merece estar en el Top de los villanos mas cabrones de "Cronicas Zombi"

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