CAPÍTULO 36: JUDIT
Introduje
apresuradamente el código en el teclado para abrir la puerta del laboratorio y poder
adentrarme en sus profundidades. Desde una pantalla de plasma, el doctor Castedo,
del Centro Nacional de Inteligencia, observaba toda la estancia como si del
Gran Hermano se tratase. Bajo él, atado en una camilla, se encontraba BX00157,
también conocido como Francisco Gonzalvez, un sujeto cuya transformación en
muerto viviente habíamos documentado desde el momento de la infección hasta el
de la resurrección. Aquel laboratorio no había sido siempre así, pero habían
pasado tantas cosas importantes en los últimos tiempos que me había visto
obligada a modificarlo para que pudiera albergarlas todas.
—¡No pienso
quedarme aquí mientras mi novia está en manos esos seres! —protestó un
Francisco diferente frente a los rescoldos de la hoguera.
—Hijo, no vas a ir
a jugarte la vida por esa chica, no seas idiota. —replicó su madre.
Ya había buscado
por toda la facultad lo que quería encontrar sin éxito, así que aquel
laboratorio, en los sótanos de la misma, era el último lugar que me quedaba por
investigar. El doctor se me quedó mirando mientras me acercaba a la puerta
doble que daba al pasillo, pero no dijo nada… hacía mucho tiempo que no tenía
nada que decir que mereciera la pena ser recordado.
—No podemos
detener la marcha —advirtió Ramón—. Este lugar es peligroso, y lo que queda de
camino también. Hace falta que alguien cuide del resto del grupo mientras
estamos fuera.
Respiré profundamente
antes de adentrarme en ese peligroso pasillo. No era muy largo, únicamente
disponía de tres puertas al lado izquierdo y una al fondo, pero con tan sólo
pensar en tener que atravesarlo se me erizó el vello de la nuca. Sin embargo,
había dejado cosas tras la puerta del fondo, cosas importantes que preferí
guardar a buen recaudo, y ningún lugar mejor que ese, que odiaba por completo
visitar.
—¡Tenemos que
salir ya! —refunfuñó Maite dando una patada contra el suelo—. ¡No podemos dejar
que nos saquen más ventaja!
Las tres puertas
laterales tenían un pequeño ventanuco rectangular a través del cual se podía
ver lo que se encontraba al otro lado, pero aquello carecía de importancia
porque jamás me asomaba dentro. Lo que había detrás era mejor que se quedase
allí para siempre.
—Yo sí voy a ir, y
me da igual lo que digáis —insistió María—. ¡Mi madre también está con esos
monstruos!
Pasé de largo las
dos primeras puertas y me detuve durante un segundo frente a la tercera. Prefería
no pensar en lo que había al otro lado, sólo de recordarlo me hacía sentir
incómoda, y seguí adelante sin volver la vista atrás.
—Si lo tenéis
todo, es hora de irse —urgió Maite—. ¡No podemos perder más el tiempo!
Abrí de un empujón
la cuarta puerta, que dio paso a una pequeña sala con una modesta mesa de
escritorio en su centro y un ordenador encendido sobre ella. En su pantalla se
mostraba una sola carpeta, una en la que se leía “Muertos”, y que me apresuré
en abrir con el ratón del aparato.
—Os quedáis al
mando mientras estemos fuera —le dijo Eduardo a Íñigo y Ahsan, los siguientes
más cualificados después de ellos mismos, según Ramón—. Montse y Damián conocen
también el camino, así que no debería haber problemas. No sé cuándo ni en qué
condiciones os alcanzaremos, pero no nos esperéis. Seguid adelante y no os
detengáis por nada.
Encontré la
subcarpeta que buscaba enseguida, una en la que ponía “Evolución” y la abrí.
Todos los documentos que había allí eran alto secreto, la prensa y la sociedad
civil no habían llegado a tenerlos nunca en sus manos, y si yo disponía de
ellos era sólo porque colaboré en la investigación global sobre los muertos
vivientes antes de que todo colapsara. Como no había recibido órdenes de sacar
a la luz lo que allí estaba escrito, seguí escondiéndolo hasta que llegara el
momento, si es que éste llegaba, algo que cada vez veía menos probable.
—No me vais a
dejar aquí —declaró Luis, que no me pareció tan apurado como los demás—.
Podrían estar heridos y necesitar ayuda cuando los encontréis… y Montse era
enfermera, sabrá hacerse cargo del resto del grupo mientras estemos fuera.
Nada… no encontré
absolutamente nada entre los archivos. Ninguna referencia o señal entre los
estudios de bacterias, esporas y virus que se hicieron para intentar encontrar
al causante, en las pruebas de ADN realizadas para localizar alguna mutación o
los test médicos para conocer en profundidad la naturaleza de la enfermedad que
pudiera indicar que ésta tuviera la capacidad de mutar a los infectados y
volverles de nuevo rápidos e inteligentes. Ningún indicio de recuperación
cerebral fue observado en el tiempo del que dispusimos.
“Un nuevo misterio
que resolver” me dije abriendo los ojos y saliendo de mi palacio mental.
El método de loci
me había sido muy útil para memorizar ingentes cantidades de datos
informatizados que, debido a los muertos vivientes y las bajas que producirían
entre el personal investigador, así como la imposibilidad de acceder a ellos
sin electricidad, se habrían perdido de otra manera. Dada la escasa esperanza
de vida que padecíamos, consideré responsable aprovechar la relativa
tranquilidad y comodidades de las que disfrutábamos para comenzar a transcribir
todos esos datos en papel, con la intención de que todo lo averiguado hasta
entonces no se perdiera para siempre. Ya tenía dos libretas llenas guardadas en
mi mochila, pero calculé que para transcribir todo lo fundamental necesitaría
alrededor de cincuenta, y por eso pospuse la labor hasta hallar un asentamiento
permanente.
Me sentí muy
frustrada por no encontrar nada sobre los espectros que nos habían atacado
entre todo ello. Por supuesto, la razón más sencilla era pensar que no teníamos
datos simplemente porque el fenómeno todavía no se había comenzado a producir.
Si los espectros eran muertos vivientes que, tras un tiempo en ese estado, empezaban
a recuperar algunas funciones de las que disfrutaron en vida, hasta no haber
pasado el tiempo necesario sería imposible observarlo con detenimiento.
Pero en la ciencia,
cada nuevo misterio es también un nuevo y apasionante reto, y una comunidad
sólo funciona si cada miembro de ella cumple con su parte. La mía era averiguar
qué eran esos seres, como me había indicado Maite, y estaba ansiosa por
comenzar a esa labor cuanto antes.
“No puedo hacerlo
sola” reflexioné. No quería dejar que el entusiasmo me cegase y no me permitiese
ver lo peligroso que podía ser estudiar a esas criaturas. Necesitaba a alguien
capaz, que supiera manejarse con las armas de fuego o incluso el cuerpo a
cuerpo mejor que yo, por si teníamos problemas. Tenía un plan pensado para
comenzar la investigación, uno que requería de la astucia y el subterfugio, y
también de alguien prescindible, alguien a quien el grupo no echara demasiado
de menos. Entre nosotros sólo había una persona que cumpliera los requisitos, y
a ella fui a buscar sin perder un instante… era imprescindible que pudiera
contar con su ayuda antes de que el grupo comenzara a moverse.
Javier se
encontraba sentado frente a su tienda de campaña, limpiando con esmero un puñal
lleno de sangre con un pañuelo de tela. Me pareció una buena señal esa
dedicación a la limpieza que mostraba, era un rasgo positivo en una persona que
no me parecía que pudiera tener muchos más.
—¿Necesitas algo? —me
preguntó levantando la cabeza del cuchillo cuando me vio plantada frente a él.
No se me daba bien interpretar las caras, pero su tono era amable.
Él era la persona perfecta.
Su grupo anterior era una panda de matones, por lo que sabía utilizar ese
cuchillo y tendría la sangre fría suficiente como para acompañarme, y no
parecía que nadie le quisiera demasiado precisamente por su anterior afiliación,
de modo que no le echarían de menos si se ausentaba.
—Sí —respondí
cruzándome de brazos. Me sentía un poco incómoda hablando con él directamente.
No me gustaba tratar con desconocidos, y él era alguien a quien no había
llegado a dirigir una palabra antes de ese momento. Me recordaba demasiado a
los macarras del instituto que me miraban como si fuera una niña… una visión
cierta, porque lo era, pero aun así me dolía que lo hicieran cuando mis notas
eran mejores que las suyas—. Necesito que me hagas un favor.
—¿Un favor? —inquirió
frunciendo el ceño, no supe si de forma interrogativa o porque le había
molestado con la petición, pero como de todas formas le necesitaba, decidí
continuar con aquello.
—Cuando todos
vayan a seguir el camino, necesito que te escondas conmigo y les dejemos
marcharse. Es por un asunto muy importante. —le expliqué.
—¿Quieres que no
quedemos atrás? ¿Los dos solos? —replicó.
No entendía la
manía que tenía la gente con contestar a mis preguntas con más preguntas que no
sabía si eran retóricas o a su vez exigían una respuesta por mi parte. A veces
era exasperante.
—Sí —insistí—. Quiero
que te quedes conmigo, y sólo tú puedes ayudarme a que nadie se dé cuenta de
que nos hemos rezagado. ¿Me harás ese favor?
—Vale —accedió, y
me pareció que hasta con entusiasmo, pero lo atribuí a un error de interpretación
por mi parte, los cuales eran muy comunes. ¿Cómo podía mostrarse alguien
entusiasmado por algo así?— Tranquila, yo me encargo de todo.
Maite no tardó en
partir junto con María, Diana, Eduardo, Luis y Ramón con la intención de
rescatar a su hija y al resto de desaparecidos de manos de los espectros,
llevándose consigo una parte alarmantemente grande del arsenal del que
disponíamos. Aunque sin duda lo iban a necesitar.
—Cuando llegues a
la Hermida, quiero que comiences a buscar la forma de organizar todo aquello —me
indicó antes de marcharse. Se había quitado el parche por fin y tenía una marca
rojiza en el ojo muy rara, pero mi madre me enseñó que señalar esa clase de
cosas no sentaba bien a la gente, así que me abstuve de decir nada al respecto—.
Sobre todo quiero que averigües los recursos que tiene esa gente para
alimentarse a largo plazo, ¿de acuerdo?
Asentí por no
abrir la boca. Mentir se me daba muy mal, nunca encontraba la entonación
adecuada y luego me sentía culpable, así que preferí no hablar y delatar que no
tenía intención de seguir hacia la Hermida por el momento.
Les vi marchar
siguiendo un rastro de sangre seca y hollín que los espectros habían dejado a
su paso, y por primera vez me sentí un poco nerviosa y desamparada. Por allí se
iban todas las personas que quedaban vivas con las que había logrado congeniar
desde que los muertos vivientes llegaron, especialmente con Maite, que era la
única que no me miraba como si fuera un bicho raro. Sentí algo de desazón también
por lo que pudiera pasarles, los espectros habían demostrado ser peligrosos, y
también por lo que pudiera haberle ocurrido a Clara en sus manos… no le deseaba
ningún mal a esa niña, que además era mi alumna más aventajada, pese a las
limitaciones que tenía por pertenecer a lo que se suele llamar “gente normal”.
Sin embargo, tenía
asuntos propios que resolver y que requerían más mi atención que eso. Los
preparativos para seguir el camino fueron más caóticos sin nadie que los
organizara entre los demás, y cuando parecía que ya iban a ponerse en marcha de
un momento a otro, busqué a Javier.
—Le he dicho a
Íñigo que iría contigo en el coche de Ahsan, y a Ahsan que iríamos en la
caravana de Íñigo —me explicó cuando le encontré—. Ahora tenemos que buscar un
escondite donde nadie nos vea hasta que se pierdan de vista.
Por eso le
necesitaba, a mí no se me habría ocurrido nunca una mentira así… y aunque lo
hubiera hecho, como ya he dicho, no se me daba nada bien mentir.
Encontrar el
escondite no fue complicado, con agazaparnos entre la hierba alta y esperar fue
más que suficiente para que los vehículos se pusieran en marcha y comenzaran a
marcharse, dejando tras de sí solo huellas de neumático y una hoguera donde
ardían los cuerpos de Jaime y Mateo.
Pobre Mateo… en
cuestiones de organización tenía buena disposición, pero era más un estorbo que
otra cosa a la hora de la verdad. Aun así, lamenté su muerte, era una persona
con la que había aprendido a convivir.
Sólo cuando dejó de escucharse el ruido de los
motores respiré aliviada por fin.
—Hmm… ¿no te
molesta un poco que nadie se haya dado cuenta de que no vamos con ellos? —me
preguntó Javier—. Joder… nadie se ha molestado en asegurarse de que estábamos
en alguno de los vehículos.
—Pero… si eso era
lo que pretendíamos. —respondí confundida. A veces la gente hacía comentarios
de lo más incoherentes.
—Tienes razón, esa
era la idea —exclamó sonriendo—. A mí es que desde que estaba en el instituto
siempre me ha puesto mucho el rollo empollona…
De repente, Javier
se echó sobre mí de forma tan repentina y brusca que me dejó tumbada boca
arriba sobre el suelo. Por un instante creí que me estaba apartando de algún
peligro en el que no había reparado, a fin de cuentas estaba ahí para eso
precisamente, pero entonces acercó su boca a la mía y me besó.
Fue un momento tan
desconcertante que no supe cómo reaccionar. Le tenía encima, pegado a mi cuerpo
y tratando de meterme la lengua en la boca… así que lo único que se me ocurrió
hacer fue lanzar un rodillazo que le acertó en la entrepierna.
—Pero, ¿qué haces?
—le pregunté al tiempo que me apartaba de él arrastrándome por el suelo y me
limpiaba la boca con la manga de la chaqueta. En ese momento lamenté tener una
memoria tan buena que me permitiera recordar la cantidad exacta de gérmenes y
bacterias que podía tener una boca humana.
—¿No… no es esto
lo que querías? —replicó él cubriéndose la parte afectada por el golpe con las
manos, y con un gesto de dolor en el rostro que fue evidente hasta para mí.
—¿Qué yo quería
esto? —exclamé todavía más confundida.
—Me dijiste que te
hiciera un favor, que querías que los demás se fueran para quedarnos solos —se explicó—.
Yo interpreté que…
—¡No! El favor era
que me ayudaras en la investigación que Maite me encargó —le aclaré—. Quiere
que averigüe qué son esos espectros que nos atacaron anoche, pero no puedo
hacerlo yo sola porque será peligroso, así que necesitaba tu ayuda.
—Ah… mucho más
divertido eso, dónde va a parar —rezongó incorporándose con lentitud, todavía
dolorido por el golpe que le había propinado—. Ahora supongo que ya es tarde
para echarme atrás. ¡Joder, estas cosas se avisan antes!
—Lo siento. ¿Cómo
iba yo a saber que estabas pensando en… esas cosas, en un momento como éste? —me
defendí—. Entonces, ¿me vas a ayudar?
—Sí, claro… ahora
ya no puedo decir que no, supongo —gruñó—. Además, si te dejo sola Maite me
sacaría los higadillos y se los echaría a los podridos. ¿Qué es lo que quieres
hacer exactamente?
—Buscar a los
espectros e intentar estudiarlos a plena luz del día. —resumí.
—Ah… —dijo no muy
entusiasmado, a mi parecer—. En ese caso, deberías haber ido con los que
salieron a perseguirles.
—Ellos van a
atacarles, esas condiciones no son buenas para efectuar un estudio. Además, no
me han pedido que vaya, es demasiado peligroso. —argumenté.
—¿Y quedarnos aquí
solos no? —replicó él rascándose la cabeza—. Entonces, ¿qué pretendes que
hagamos?
—Fácil. Los
espectros vinieron con los muertos vivientes, ¿verdad? Eduardo y Gonzalo nos
contaron que les lanzaron una horda para sacarlos de una casa… está claro que los
utilizan para distraer a sus víctimas y así poder atacarles por sorpresa. Deben
vivir en algún tipo de simbiosis con ellos, tal vez porque antes fueron
iguales, de modo que si encontramos muertos vivientes, encontraremos espectros.
Sólo tenemos que unirnos a un grupo de resucitados.
—Pues no mejora la
cosa… —murmuró para sí mismo antes de dirigir su mirada hacia mí—. Eso de
“unirse a un grupo de resucitados” es algún tipo de metáfora o de frase hecha,
¿verdad?
—No, no se me da
bien ninguna de las dos cosas —confesé agachándome para sacar de mi mochila la
crismera donde guardaba los fluidos más olorosos producto de la putrefacción de
los cadáveres—. Fingiremos ser muertos vivientes y viajaremos con ellos hasta
que nos topemos con algún espectro.
—¿Perdona? —exclamó
atónito mirando los frasquitos—. ¿Qué vamos a fingir qué…?
Pude percibir su
desagrado cuando le impregné de aquel repugnante fluido putrefacto, era un
sentimiento que no me costó compartir, porque el olor que desprendía era
realmente horrible, incluso mareante. Pero ese método ya había demostrado ser
efectivo para engañar a los muertos vivientes en el pasado, y estaba dispuesta
a emplearlo de nuevo.
—Creo que voy a
vomitar —protestó cuando ambos tuvimos suficiente de esa sustancia por encima
como para engañar a cualquier muerto que se acercara—. Y ahora que ya olemos
peor que ellos, ¿qué?
—Ahora hay que
atraerlos. —contesté desenfundando mi pistola, apuntando con ella al aire y
disparando. Confiaba en el que el estruendo orientara a cualquier resucitado
del pueblo cercano que hubiera sido atraído ya hacia el lugar donde nos
encontrábamos por el tiroteo de la noche anterior.
—Esto cada vez me
gusta menos… —rezongó Javier dando una patada a una piedra.
—Tienes que
guardar silencio —le indiqué—. Si te escuchan hablar, o te ven moverte muy
bruscamente, sabrán que estás vivo y te atacarán. Hay que fingir ser como
ellos.
Tuvimos que
esperar varios minutos hasta que los primeros muertos despistados comenzaron a
aparecer en la distancia. Durante ese tiempo Javier estuvo refunfuñando todo el
rato, murmurando cosas sobre los líos en los que llevaba metiéndose toda su
vida. Después de ver cómo llegó a unirse a nosotros no podía quitarle la razón,
aunque hubiera jurado que no lo decía por eso.
—Ahí están —señalé
cuando un grupo de unos seis o siete se aproximó—. Ahora disimula.
—¿No vienen muy
directos hacia nosotros? —susurró él con preocupación—. A lo mejor no ha
colado…
—Tú solo camina y
cojea un poco —repliqué—. Guarda silencio y quédate a mi lado.
No tardaron en
alcanzarnos por fin. Aunque sabía disimular mi miedo, lo cierto era que yo
también me sentía un poco inquieta ante la posibilidad de que aquella
estratagema no funcionara… pero sabía que era sólo un sentimiento irracional en
realidad. Tenía muy claro lo que hacía, había visto a la farsante de Colmenar
Viejo y a Gonzalo utilizarla antes, y por tanto debía funcionar.
Los resucitados
eran seis en total, cuatro hombres y dos mujeres. Uno de los hombres era un
anciano regordete con el estómago abierto y las tripas colgando, y una de las
mujeres sólo una adolescente con media cara desgarrada. Todos vestían ropa
hecha jirones debido al desgaste y las inclemencias del tiempo, y los restos de
sangre seca abundaban también en vestimenta y piel. Nuestro aspecto no podía
ser más distinto al suyo en ese sentido, aunque confiaba en no lo percibieran.
En las primeras fases, los reanimados recién despertados no se diferenciaban
tanto de las personas vivas porque todavía no habían tenido tiempo de comenzar
a pudrirse o mancharse.
Cuando llegaron
hasta nosotros Javier temblaba, y yo sentía que las piernas me podían fallar en
cualquier momento. Sin embargo, al notar que sus ojos vidriosos ni siquiera se
pararon a mirarnos recobré la confianza, y sin pronunciar palabra comencé a
seguirles en su marcha.
—Esto es malo…
esto es malo… —escuché susurrar a Javier entre dientes, y disimuladamente me
llevé un dedo a la boca para indicarle que callara.
Debimos recorrer a
paso lento y torpe algo menos de un kilómetro antes de que nos encontráramos
con otro pequeño grupo de resucitados que se acercaban en dirección contraria,
aunque a por lo menos cien metros de nosotros. Creyendo que cuantos más
fuéramos mejor, le hice un gesto a mi compañero con la cabeza para que girara
en dirección al segundo grupo, a ver si lográbamos unificarlos. Los otros seis
debieron creer que habíamos encontrado algo que comer al vernos girar y
comenzaron a seguirnos.
—Estupendo, ahora
somos nosotros los que mandamos. —susurró él de forma casi inaudible. De nuevo
le hice un gesto para que callara.
Los dos grupos de
muertos se encontraron, y ambos nos detuvimos para que fueran ellos los que
determinaran la dirección a seguir, que resultó ser la que llevábamos nosotros
en el momento de la unión. Siendo ya doce, continuamos caminando lentamente hacia
un destino incierto, que unos minutos más tarde acabó desembocando en una
pequeña arboleda. Allí se nos unieron cuatro más que daban vueltas perdidos
entre los árboles y pensaron que nuestro rebaño debía dirigirse a alguna parte.
—Tengo que ir al
baño… —musitó Javier, aunque una vez más no le respondí.
Javier parecía uno
de esos “chicos malos” de los que me hablaba mi madre: desgarbados, pasotas,
rebeldes, sin ningún interés cultural o científico y con un futuro más bien
poco prometedor, que podían ser incluso peligrosos si se mezclaban con drogas y
alcohol. No había tenido la oportunidad de relacionarme nunca con uno de ellos,
y tampoco había tenido ningún interés en hacerlo, pero el que estaba allí
ayudándome incluso me había besado…
“La tercera puerta,
la que nunca debe abrirse” me dije inmediatamente para apartar ese pensamiento
de la cabeza. Estábamos haciendo cosas importantes y peligrosas, tenía que
tener mi atención al cien por cien en ello si no quería que nada saliera mal.
El terreno entre
los árboles era más abrupto, de modo que los resucitados se ralentizaron
considerablemente al moverse sobre él, tanto que hasta tuvimos que detenernos
en un par de ocasiones para no sacarles demasiada ventaja.
—¿Hasta cuándo
vamos a seguir con esto? —aprovechó Javier para preguntarme—. No dejo de mirar
por encima del hombro por si alguno de los que llevo detrás me lanza un
mordisco. No parece que los espectros vayan a aparecer, a lo mejor salen sólo
de noche…
Le callé con un
gesto, pero no porque insistiera en seguir hablando cuando le había repetido
mil veces que no lo hiciera, sino porque detrás de uno de los árboles, a unos
veinte metros tan sólo, se encontraba plantado y observándonos un hombre
completamente cubierto de hollín.
—¡Oh, joder! —murmuró
Javier cuando se percató también de su presencia.
El espectro se
escondió detrás del árbol, pero al mismo tiempo dos más aparecieron moviéndose
entre los troncos. Sin duda debían haber elegido aquella pequeña arboleda para
pasar el día, y nos habíamos metido de lleno en su territorio.
Me fascinó ver
cómo se movían, eran prácticamente humanos en ese sentido. ¿Podían sus cerebros
licuados y sus músculos putrefactos haber comenzado a recomponerse?
Biológicamente era imposible, pero los muertos vivientes ya habían violado
todas las leyes de la biología con su mera existencia, de modo que, ¿por qué
no? Y sin duda, tener la posibilidad de ser la primera persona documentarlo era
un verdadero privilegio, pese a que mi compañero no fuera consciente de ello.
—Son muchos. —dijo,
aunque en realidad sólo habíamos visto tres, así que atribuí esa exagerada
afirmación al miedo que sentía.
Ralenticé la
marcha para que los resucitados que nos seguían pudieran volver a alcanzarnos.
Admito que no las tenía todas conmigo, pero mantenía la teoría de que, si bien
ellos también olían a podrido, igual que nos pasaba a nosotros, si comenzaban a
hacer movimientos bruscos, como atacarnos, los muertos vivientes acabarían volviéndose
contra ellos al confundirles con humanos normales. A fin de cuentas, de alguna
forma tenían que atraer a las hordas descerebradas desde lugares remotos hasta
donde querían que atacaran.
Contando con ello,
creía que entre los resucitados, si nos comportábamos como hasta entonces,
estaríamos a salvo… por ese motivo no me esperé para nada que uno de ellos
fuera a dar un paso al frente y lanzara un grito al aire.
—¿Qué hace? —preguntó
Javier aterrado cuando todos los muertos vivientes volvieron sus rostros hacia
el aullador.
—No lo sé. —confesé
tomando nota mental de aquel extraño comportamiento.
Sin duda, ese
grito debía tener alguna razón de ser, porque no creía que pudieran ser tan
tontos como para lanzar sobre sí mismos a los muertos. Aunque lo que en
realidad me fascinaba era la inteligencia que demostraban al comprender cómo
pensaban ellos y usarlo a su favor. Algo así demostraba al menos una inteligencia
animal bastante desarrollada y capacidad de aprendizaje, cosa de la que los resucitados
carecían por completo según todos los estudios.
Éstos no dudaron
ni por un segundo en comenzar a caminar hacia el que gritaba, y por ese motivo
tuvimos que cambiar nosotros también el rumbo y seguir el que ellos nos
impusieron, que se adentraba todavía más en la arboleda.
¿Podían tener
trampas preparadas? Me hubiese sorprendido en unos seres que apenas alcanzaban
a usar cuchillos, pero cabía la posibilidad. Sin embargo, en realidad no había
nada por allí que pudieran cazar, salvo algún animal despistado. Los humanos no
abundaban tanto como para andar colocándoles trampas, y todas las pruebas de
laboratorio demostraron que ni las bacterias necrófagas se acercaban a la carne
de los muertos vivientes cuando todavía estaban reanimados.
Otro espectro
surgió desde un lateral cuando ya casi habíamos alcanzado al primero, y al
igual que éste, comenzó a gritar atrayendo la atención de algunos de los reanimados,
que inmediatamente se desviaron hacia él. El primero de los espectros
retrocedió al ver que la horda se le aproximaba, y un tercero salió del lado
opuesto al segundo para lanzar otro bramido al aire.
“Ya sé lo que
están haciendo” me dije a mí misma, porque no consideré prudente abrir la boca.
—¿Qué hacen? —preguntó
Javier, que no era tan inteligente ni tan prudente como yo.
La respuesta era
tan evidente que me sorprendía un poco que no la pudiera ver. Estaba claro que
los espectros intentaban hacer justo lo contrario a lo que habíamos hecho
nosotros: separar la horda de muertos vivientes. Gritándoles desde distintas
direcciones, éstos tuvieron muchos objetivos contra los que abalanzarse, y cada
uno lo hizo contra el que su degradado cerebro consideró más conveniente… eso
nos dejó a los vivos expuestos y vulnerables a ser atacados.
“Son muy listos”
pensé asombrada, pero al mismo tiempo preocupada. Allí había una manada entera
de espectros que nos querían a nosotros. No les habíamos engañado como a los
muertos vivientes, éstos nos diferenciaron sin ninguna dificultad, y sin duda
pretendían darnos caza igual que habían hecho en su ataque al campamento.
Tres espectros más
aparecieron para terminar de disgregar a la horda. La protección que teníamos
despareció por completo, y sólo entonces Javier se dio cuenta del peligro que
corríamos.
—No me gusta cómo
se está poniendo esto —dijo ya sin susurrar. No quedaba ningún resucitado que
pudiera atacarnos por escucharnos hablar—. ¿Qué dice tu plan que hagamos ahora?
Como única
respuesta, desenfundé de nuevo la pistola. Un séptimo espectro, que no estaba
ocupándose de ningún muerto viviente, la vio y se quedó mirándola. Sus ojos,
que no eran para nada vidriosos como los de los muertos normales, reconocieron
el arma más allá de toda duda. No sabría interpretar del todo bien los rostros,
pero estaba segura de eso.
Disparé una vez al
aire con la intención de espantarles. Si su inteligencia era como la de un
animal, y ya conocían lo que era un disparo, sin duda debía asustarles lo
suficiente como para que se pensaran dos veces intentar atacarnos. No obstante,
además de un instante de vacilación por su parte, no conseguí disuadirles, y
cuando dos espectros más surgieron de entre los árboles temí haber cometido un
tremendo error con aquel viaje.
—¡Trae! —exclamó
Javier casi arrancándome la pistola de las manos.
—¡No hemos venido
a matarlos, sino a estudiarlos! —le recriminé.
—¡Pues estudia sus
cuerpos luego! —replicó él, que sin dudar ni un segundo volvió a disparar, aunque
no para disuadirles sino contra una de las criaturas que teníamos a la espalda,
que fue alcanzada en la cabeza y cayó muerto sobre la hierba… al menos seguían
muriendo de la misma forma—. ¡Ahora, corre!
La situación se
había vuelto peligrosa, y por tanto, en aras de nuestra seguridad, dejé que él
asumiera el mando, que para eso era el experto en aquello.
Esquivando un
resucitado atraído por el disparo, pasamos corriendo sobre el cadáver del
espectro que acababa de abatir. En plena carrera, tan sólo logré echarle un
rápido vistazo a la herida que tenía en la frente de su cara hinchada y
abotargada, y aunque con el hollín que le cubría era difícil saberlo, su sangre
me pareció más roja de lo habitual en un muerto viviente.
—¡Vamos, por aquí!
—me indicó Javier sin dejar de correr. Disparó una vez más contra un espectro
que quiso interponerse en nuestro camino, y aunque no le acertó, sirvió para
que la criatura se lo pensara de nuevo y se echara a un lado, permitiéndonos
así romper el cerco que intentaban formar a nuestro alrededor y salir de allí—.
¡No dejes de correr!
No tenía pensado
dejar de hacerlo. El ejercicio físico nunca había sido una de mis prioridades,
y por eso cuando la civilización cayó tal vez no me encontrara en la mejor de
las formas, pero después de tanto tiempo caminando de allá para acá pasando
penurias me sentía mucho más capacitada que en el pasado para aguantar toda una
carrera de fondo que nos permitiera ponernos a salvo.
No paramos de correr
a toda velocidad hasta que dejamos la arboleda bien atrás, momento en que
Javier tropezó con una piedra y cayó rodando por el suelo hasta una acequia
cercana, que todavía contenía algo de agua y que le caló hasta los huesos.
—¿Estás bien? —le pregunté
agachándome a su lado y tendiéndole una mano para que saliera de allí.
—Creo que sí —contestó
sintiendo un escalofrío al tiempo que se valía de mi mano para levantarse—. ¡Me
cago en mi vieja… qué fría está! ¿Nos persiguen aún?
—Yo no los veo —respondí
mirando a mi alrededor. No había mucho que ver, el terreno era llano y la
hierba no muy alta, era imposible que nadie se escondiera por allí—. Cabe la
posibilidad de que no les mereciera la pena seguirnos. Matamos a uno y casi a
un segundo.
—Dirás que maté a
uno y casi a un segundo —me corrigió él, que parecía enfadado, al tiempo que se
quitaba la chaqueta y comenzaba a escurrirla—. ¡Anda que menudas ideas se te
ocurren!
—La idea era buena
—me defendí—. Sólo infravaloré la inteligencia de esas criaturas.
—Pues ya lo
sabemos, ya hemos terminado, ¿no? —exclamó—. Si nos damos prisa en llegar hasta
la carretera, podemos acercarnos al pueblo y mangar un coche para alcanzar al
resto.
—¡Pero todavía hay
muchas cosas que no sabemos! —protesté—. En realidad no sabemos casi nada nuevo…
no podemos volver todavía.
—¿Es que estás
completamente loca? —me espetó al tiempo que se libraba también de la camiseta.
Por alguna razón, no pude evitar mirar cómo se le marcaban los abdominales—.
¿Qué? —preguntó al verme con la mirada fija en él.
—Nada —dije
volviendo la vista rápidamente… la tercera puerta tenía que continuar cerrada—.
Es sólo que no podemos irnos con el trabajo a medio hacer, quiero saber si los
espectros están vivos o muertos.
—Pues no creo que
vayan a dejarse hacer una autopsia. —gruñó él todavía descamisado, dándome una
idea con su comentario.
—¡Eso es, una
autopsia! —exclamé—. Hemos matado a uno, ¿no? Y tú mismo lo dijiste. Podemos
volver y hacerle una autopsia… nada más sencillo, cogí algo de práctica en ello
en el laboratorio de la universidad, y he aprendido mucho de anatomía humana
con Luis.
—¡Joder! Yo
pensaba que a la universidad se iba a beber cerveza y jugar al mus, no a hacer
autopsias en vivo —replicó él espantado—. Pero de todas formas, es una locura
volver allí, ¿y si nos atacan otra vez?
—Tenemos la
pistola. —argumenté.
—No, la pistola ahora
la tengo yo —me corrigió agitándola delante de mi cara para demostrar que era
cierto—. Y yo digo que nos vamos antes de que nos maten.
—Esa pistola es
mía, la cogí yo misma del cadáver de un guardia civil —le espeté haciendo un
ademán de recuperarla—. Devuélvemela.
—No. —contestó
apartándola de mi alcance, de tal forma que tuve que echarme sobre él para
intentar atraparla… y antes de darme cuenta, me agarró por la espalda con la
mano libre y volvió a besarme en la boca.
Intenté
desembarazarme de él, pero me tenía bien sujeta.
—Pero, ¿qué haces?
—dije asqueada cuando por fin logré soltarme. Ni siquiera pude limpiarme la
boca con la maga de la chaqueta en esa ocasión porque la llevaba cubierta de
fluidos olorosos de muerto.
—¡Venga ya! He
visto cómo me mirabas —replicó él con una fanfarronería tan descarada que fue
evidente hasta para mí—. ¿Qué pasa? Sólo ha sido un beso, no puede haber sido
el primero.
—No, ha sido el
segundo —protesté dando un paso atrás para alejarme de él, pero sintiendo
también cómo el corazón me palpitaba con una rapidez inusitada. Durante una
décima de segundo me invadió la absurda tentación de ser yo quien le besara a
él, aunque fui capaz de reprimirla rápidamente—. Tienes que dejar de hacer eso,
es… desagradable.
—Pues mira, yo
creo que te ha gustado y te avergüenza reconocerlo. —aseveró.
—No… no tienes
ninguna prueba de eso. —repliqué cruzándome de brazos. Ni siquiera me había
sonrojado, no había forma de que supiera que en realidad, más allá de la
cuestión higiénica, la cosa no había sido del todo desagradable. Los chicos
rara vez se fijaban en mí, y mucho menos intentaban besarme, y a un nivel
primitivo e instintivo aquello tenía su encanto.
—No necesito
ninguna prueba, no soy un policía… eso es algo que se nota —arguyó—. ¿Sabes
qué? Voy a ayudarte con esto, descansaremos un rato y luego iremos los dos a
hacerle la autopsia esa al espectro que matamos.
—¿En serio? —repliqué
desconcertada porque hubiera entrado en razón tan fácilmente.
—Sí, pero quiero
algo a cambio: otro beso.
—¿Otro…? —exclamé sin
poder creer lo que estaba escuchando.
—Si no, mi nueva
pistola y yo nos vamos con el resto del grupo. —me amenazó.
Me encontraba en
un callejón sin salida. Si iba yo sola y desarmada habría sido como suicidarse,
un sólo espectro o muerto viviente insistente podría acabar conmigo con
facilidad… y la otra opción era ir con él a buscar al resto del grupo, lo que
significaría que todo lo que habíamos hecho no habrían servido para nada. No
tenía más remedio que acceder a su chantaje.
Pero, ¿no tenía
más remedio de verdad, o en realidad él tenía razón y en el fondo quería volver
a besarle? Me veía incapaz de discernir si realmente cumpliría su amenaza de
dejarme sola si me negaba en redondo a aquello, intuir ese tipo de cosas no se
me daba nada bien…
—Está bien… —accedí
sin darle más vueltas, algo muy poco propio de mí—. ¡Pero sin lengua, por favor!
Me vi obligada de
nuevo a pasar por aquella experiencia que todavía no tenía claro si aborrecía o
me gustaba. En aquella ocasión no fue un beso robado, como las dos anteriores,
sino que entrelazó los dedos de su mano con los de la mía, y con la otra me
sujetó de la barbilla para elevarme la cabeza hasta quedar al alcance de sus
labios.
Fue una sensación
tan cálida cuando nuestras bocas se encontraron que tuve que abstraerme
rápidamente de ella para volver a mi palacio mental, el edificio de la
facultad, donde había desarrollado la mayor parte de mi carrera profesional.
Recorrí unos pasillos en los que, en lugar de aulas a los lados, había archivos
para conservar los miles de datos que creía que merecían la pena recordar,
hasta alcanzar por fin el laboratorio del sótano. Pasé de largo al paciente
BX00157 y me abalancé contra la puerta doble que daba acceso a las partes más
oscuras de mi mente, luego me planté frente a la tercera puerta, la que no
debía ser abierta nunca… y la abrí.
Un dormitorio
decorado al gusto de una chica adolescente me esperaba al otro lado, pero
frente al espejo lo que me encontré fue una mujer de veintitrés años peinándose
su melena castaña con esmero.
—¡Judit! —exclamó
ella muy sorprendida—. Hermanita, cuanto tiempo desde tu última visita.
—Olga… —la saludé
yo también, aunque menos efusivamente—. Tengo una duda.
—No, no la tienes —me
espetó mirándome con dureza. Toda la mitad izquierda de su cara estaba quemada,
tal y como quedó después del accidente de tráfico en el que murió. No sabía por
qué no lograba que el recuerdo que allí guardaba la mostrara tal y como era
antes, probablemente por algún motivo emocional que no alcanzaba a comprender—.
¡Maldita sea! ¿Por qué no puedes ser normal por una vez y dejarte llevar? ¿Tan
malo es que un chico quiera besarte?
—Es que… —Odiaba
hablar con mi hermana, y no porque siempre consiguiera dejarme sin saber qué
decir, sino porque era la única persona en el mundo junto a la que me sentía
tonta. Ella, que apenas llegó a terminar el instituto, con su conocimiento de
las relaciones humanas conseguía que me sintiera del todo estúpida en momentos
como el que estaba viviendo.
Todo lo que había
aprendido de Olga, lo que me hacía sentir una lela al no ser capaz de comprender
del todo, lo guardaba en la parte más recóndita de mi mente precisamente por
ese motivo.
—No hay ningún “es
que”, te están besando y te está gustando, no es el fin del mundo —afirmó—.
Además, el chico es guapo, casi me pega más a ti que a mí. Haz el favor y solo
déjate llevar. ¿Quieres?
Le hice caso a mi
hermana porque no sabía qué otra cosa hacer, y me dejé llevar en la seductora
sensación que ese beso me producía… tanto fue así que tuvo que ser él quien lo
terminara.
—¿Ves? ¿A que no
ha sido tan terrible? —dijo después con una sonrisa.
—Ahora cumple con
tu parte. —le exigí prefiriendo no opinar y sí recuperar la compostura y la
profesionalidad. Había trabajo que hacer, un trabajo importante.
—¿Y pretendes que
volvamos a la arboleda, donde se esconden los espectros? —inquirió él—. ¿Y qué
vamos a hacer si, por un casual, nos están esperando?
Si nos estaban
esperando, dudaba mucho que fuera a ser algo casual, pero no le señalé esa
incongruencia al reconocerla como una de esas cosa que sólo conseguían que la
gente me mirara como si la tonta fuera yo, y bastante había tenido de eso ya.
—Tenemos la
pistola —le recordé. Hasta ese mismo día no había tenido oportunidad de usarla,
y sólo lo había hecho con dos disparos en el aire, pero desde que la recogí sí
que tuve tiempo para estudiarla a fondo, y sabía que su cargador guardaba
quince balas—. Deben quedar doce disparos, más que de sobra para defendernos de
un grupo de espectros o de los muertos vivientes que pueda haber.
—Me temo que eso
no es sólo cuestión de matemáticas. —protestó.
—Vale, si tienes
miedo, quédate aquí —dije dándome la vuelta y comenzando a caminar en dirección
a la arboleda con paso firme. No tenía sentido seguir retrasándolo, y tampoco
me gustaba discutir.
—¡Mierda! ¡Espera!
—me llamó cuando vio que le alejaba sin él—. ¡Vale, iré contigo!
Me di la vuelta y
le esperé, y tras alcanzarme, juntos caminamos de vuelta a la arboleda para
buscar el cadáver del espectro abatido.
—¿Sabes? Besarnos
no es lo único que podemos hacer… —dejó caer tras un par de minutos de completo
silencio—. Cuando acabe esto, puedo enseñarte muchas otras cosas divertidas, si
sabes a lo que me refiero.
Aunque no lo tenía
muy claro, creía intuir a lo que se refería, de modo que preferí no responderle
al no saber qué decir para rechazarlo de manera clara. Por alguna razón, que no
dijera nada hizo que sonriera otra vez.
—Deberíamos guardar
silencio —sugerí para salir de esa incómoda situación cuanto antes—. Todavía
tenemos que encontrar la forma de volver con el grupo cuando acabemos.
—Como tú quieras. —concedió.
Me preocupó un
poco que no nos encontráramos a ninguno de los muertos vivientes que dejamos
allí, tal vez los propios espectros los mataran o los perdieran entre los
árboles para quitárselos de encima, porque con tantas emociones se me había
pasado por alto por completo confirmar que, efectivamente, los espectros eran
atacados por los muertos vivientes normales. No es que utilizaran el ruido para
conducirlos hasta sus objetivos, sino que se usaban a sí mismo como cebos, y
eso tenía muchas implicaciones con respecto a su naturaleza cuyo análisis opté
por dejar de lado por el momento, al menos hasta que tuviera la confirmación
por la autopsia.
—Esto está
demasiado tranquilo —dijo Javier cuando nos metimos por fin entre los árboles—.
No me gusta nada… me siento como si me observaran.
—Es posible que lo
estén haciendo —admití—. Pero lo que nos preocupa es que nos ataquen, no que
nos miren. Ya han visto lo que puede hacer una pistola.
El recordatorio de
ello se encontraba justo en el lugar donde lo dejamos. El espectro muerto olía
a podrido desde lejos, casi tanto como yo, que a diferencia de Javier no había
tenido la oportunidad, ni habría considerado conveniente aprovecharla de
haberla tenido, de limpiarme los fluidos putrefactos con los que me había
impregnado para engañar a los resucitados.
—Desde luego,
pinta de podrido tiene. —opinó cuando llegamos hasta el cuerpo.
—Tú vigila que no
nos ataque nadie, de él ya me ocupo yo. —le dije descolgándome la mochila y
apoyándola en el suelo antes de comenzar a sacar de ella algunas herramientas
que había traído conmigo.
—¿Eso… eso es una
sierra? —me preguntó Javier con un hilo de voz cuando me vio con ella en las
manos—. Pero, ¿qué le vas a hacer a ese pobre cadáver?
—Pues una
autopsia. —le respondí desconcertada… para eso estábamos allí, se lo había
dicho mil veces, ¿cómo podía no haberse enterado todavía? No me gustaba
menospreciar a la gente menos inteligente que yo, mi madre me lo había enseñado
desde que, siendo bien pequeña, se dio cuenta de que no era como las demás
niñas, pero a veces se me hacía muy difícil no hacerlo.
Me puse unos
guantes de látex que en realidad estaban pensados para usarlos en la limpieza
de los baños, pero que servirían para evitar el contacto con fluidos
infecciosos. Luego comencé a apartar los harapos con los que la criatura vestía
para tener acceso completo a su tórax. A esa altura no parecía estar tan
podrido como en el rostro, que al igual que en todos los semejantes que había
tenido la oportunidad que ver, mostraba un aspecto hinchado, como el de un
cadáver metido en agua.
Aquello me pareció
extraño, no había apreciado en los muertos vivientes que la descomposición se produjera
de forma tan irregular… de hecho, las partes blandas del abdomen deberían
pudrirse más rápido que la cabeza.
Suspicaz ante este
hecho, preferí empezar a indagar en el cadáver precisamente por allí.
—No entiendo por
qué se manchan de hollín —murmuré en voz alta cuando los guantes se me tiznaron
de negro al poner una mano sobre su rostro. Después de agarrar con fuerza, algo
como terroso se desprendió de la cara y se desmenuzó entre mis dedos—. Esto es
barro…
—Tú date prisa,
¿quieres? —me urgió Javier, que parecía cada vez más nervioso.
No obstante, no le
presté atención, no cuando acababa de descubrir que se llenaban el rostro de
barro cubierto de hollín con motivo desconocido. Indagué un poco más y acabé
arrancando de un tirón un trozo de carne que apestaba a putrefacción. Por un
instante pensé que le había separado un trozo de su propia piel reblandecida de
la cara, sin embargo, resultó que bajo esa mezcolanza de barro y carne podrida
había otra cara, la de una persona que no presentaba rasgo alguno de haber sido
convertida en muerta viviente.
—¡Vaya! —exclamé
casi emocionada por aquel descubrimiento mientras terminaba de limpiar el
rostro de aquel hombre de porquería—. ¡Es una persona!
—¿Qué? —replicó
Javier bajando la vista hacia mí por un segundo.
—¡Mira! —le señalé—.
¡No es que tengan el rostro hinchado! ¡Es que se lo cubren con carne podrida
para parecer y oler como muertos vivientes!
—Entonces, ¿esta
cosa era un tío? ¿Un tío vivito y coleando? —inquirió.
—Todo apunta a que
sí —confirmé—. Mira además su boca, conserva todos los dientes en un estado
casi perfecto… sólo he visto eso en un resucitado antes, y era porque tenía una
dentadura postiza. Y la rigidez en el cuello y los brazos indica que ha entrado
en fase de rigor mortis.
—¿Y eso qué quiere
decir? —preguntó él, que era lego en materia de medicina forense.
—Que este hombre
estaba vivo cuando le matamos —resumí—. Y que por tanto los espectros son sólo
personas, personas vivas.
—¿Y por qué se
disfrazan de fantoches? —quiso saber, pero antes de poder darle una respuesta,
vi que apuntaba con su arma hacia un árbol—. ¡Hostia!
Me puse en pie
rápidamente creyendo que teníamos problemas, y resultó que así era. Un espectro,
o mejor dicho, uno de los hombres disfrazados, apareció desde detrás del árbol,
dejándose ver sin ningún tapujo y sin mostrar miedo ante la pistola con la que
le apuntaba Javier.
Me sentí muy
incómoda al tener una intuición. Siempre menosprecié la intuición porque era
incapaz de aportar datos o pruebas contrastables, y no me gustaba nada
tenerlas. Sin embargo, en esa ocasión no pude pasarla por alto, porque ésta me
decía que habíamos caído en una trampa. Si esos espectros eran gente viva, sin
duda debieron escucharme decir que quería estudiarles, y quizá por eso dejaron
el cuerpo ahí, en lugar de hacerlo desaparecer como los que murieron en el
ataque de la noche anterior, para que hiciera de cebo.
Algo se movió a
nuestra espalda, y los dos nos giramos bruscamente para ver de qué se trataba.
Una docena más de hombres impregnados en hollín y carne de muerto viviente
surgió de entre la maleza, uno de ellos con un cuchillo en las manos. Javier
alzó la pistola contra ellos, pero antes de poder dispararla, el cuchillo ya
volaba por los aires. Pude ver cómo el filo se le clavaba en la pierna y le
hacía caer al suelo al tiempo que su arma saltaba por los aires.
—¡Joder! —gimió
dolorido llevando una mano hacia la herida.
—¡No te toques!
—le advertí agachándome a su lado.
Del lugar donde
tenía el cuchillo clavado brotaba sangre a borbotones, y sin duda mi primer
impulso habría sido quitárselo, pero por las clases de primeros auxilios que Luis
me diera sabía que no era buena idea, que cuando lo hiciera perdería sangre a
una velocidad todavía mayor, así que me quedé allí arrodillada y pensando en
cómo detener una hemorragia tan severa.
Siete hombres
vestidos con harapos y cubiertos de hollín nos rodearon, uno de ellos se agachó
y recogió la pistola, que luego lanzó por los aires y acabó perdida entre los
árboles. No tuve mucho tiempo para lamentar su pérdida, porque enseguida otro
de aquellos individuos me agarró de los brazos y me obligó a levantarme.
Me hubiera gustado
ser como Maite y haber sabido qué decir para iniciar una conversación con ellos.
Después de todo, eran humanos y podían entenderme, pero las palabras no me
salieron. Levanté las manos en señal de rendición, suponiendo que eso también
debían comprenderlo.
—¡Estamos jodidos!
—sollozó Javier cuando entre cuatro espectros le levantaron del suelo también.
Pese al éxito de la
investigación, y analizando la situación en la que ésta nos había dejado, sólo
pude concluir que tenía toda la razón.
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