CAPÍTULO 33: IRENE
Todavía no podía
creer lo que había pasado, me sentía como en shock, como si lo que ocurría a mi
alrededor no fuera real, sino una alucinación o un sueño… pero ya no me
encontraba perdida en el bosque, con las facultades físicas y psicológicas
mermadas, y por tanto vulnerable a los engaños de la mente. Marga, Héctor y
César habían muerto, sus cadáveres se encontraban desperdigados por el suelo
sobre un mar de sangre, y los dos meses de tranquilidad que había vivido en
mitad del fin del mundo se habían acabado para siempre.
A duras penas
logré incorporarme. Las piernas me temblaban incontroladas, y sólo sentía ganas
de dejarme caer sobre un colchón y llorar. Sin embargo, eso no iba a ser
posible todavía, porque yo no era la única a la que esas tres muertes sin
sentido le tocaban de cerca.
—Guille… —murmuré
limpiándome la sangre en la chaqueta mientras me acercaba a él, que con los
ojos abiertos como platos miraba horrorizado la dantesca escena—. Te dije que
volvieras dentro.
Me ignoró
completamente, incluso cuando me agaché a su lado y traté de que me mirara a
los ojos no fue capaz de hacerlo. El dolor que debía estar sufriendo ese pobre
niño al ver a toda su familia muerta tenía que ser terrible.
—¿Guille? —le
llamé cogiéndole de la cara para obligarle a mirarme—. Vamos dentro, ¿vale?
No respondió, ni
siquiera parecía que me estuviera escuchando, pero aun así le cogí en brazos y
me lo cargué en el regazo para llevarle al interior del parador. Una vez allí,
le senté junto a los restos de la hoguera, cuyos rescoldos aún ardían tras
cocinar el desayuno de la mañana.
—Guille, dime algo
—le pedí con preocupación. Lo normal ante algo así habría sido que el chiquillo
se echara a llorar, intentara huir o incluso que se pusiera violento, pero tan
sólo miraba al vacío con un gesto triste, como si la cosa no fuera con él—.
¿Guille?
No me respondió, y
no parecía que fuera a hacerlo. Por un momento no supe qué hacer o qué decir,
ese niño se había quedado solo en el mundo, lo más parecido que le quedaba a
unos familiares eran una abuela que le despreciaba y yo, a quien conocía desde
hacía muy poco tiempo en comparación.
—Está bien, no
digas nada si no quieres —le dije acariciándole el pelo—. Todo va a ir bien, tú
no te preocupes, ¿vale? La tita Irene va a cuidar de ti.
Por suerte, en mi
estado alterado no era capaz de pensar o preocuparme a largo plazo, porque de
lo contrario esas palabras habrían causado en mí una angustia difícil de
superar. Si algo tenía claro era que Guille se había convertido en mi
responsabilidad… había aprendido la lección sobre los niños y no iba a tentar
al destino otra vez. Todavía no sabía cómo me iba a hacer pagar el fantasma de
la montaña las muertes que acababan de producirse, y desde luego no iba a
aumentar mis pecados con el acto ruin de abandonar un niño a su suerte.
—Ahora… tengo que
salir un momento, ¿de acuerdo? —intenté hacerle entender, y para ello le cogí
de las manos y le obligué a mirarme otra vez—. Necesito que te quedes aquí
quieto, ¿vale, cariño?
Tardó un par de
segundos, pero al final asintió con la cabeza. Dándome por satisfecha con eso,
le di un beso en la frente antes de dirigirme de nuevo hacia el aparcamiento.
Los tres cuerpos
seguían allí, muertos, y sólo de verlos una vez más tuve que sentarme en la
banqueta durante unos segundos para evitar que me diera un telele… la situación
en la que me había quedado todavía era muy difícil de asimilar para mí, que si
bien sabía que las cosas no iban a ir tan bien eternamente, no esperaba que
fueran a venirse abajo de esa manera tan cruel y repentina.
Sin embargo, no podía perder el tiempo en
desmayos de telenovela, dentro había un niño que necesitaría toda la ayuda que
pudiera darle, y todavía tenía muchas decisiones que tomar, de modo que era
mejor pasar aquel mal trago cuanto antes.
Desenfundando mi
cuchillo, me aproximé a los cuerpos dispuestos a evitar que resucitaran. Tenía
una pistola, y quizá hubiera sido mejor usarla a tener que tener que agacharme
frente a sus caras muertas, pero habría sido desperdiciar balas, y tampoco
quería hacer más ruido del que ya se había hecho allí. Con sendas puñaladas me
encargué de los cuerpos de Héctor y Marga… por suerte, César recibió el disparo
directamente en la cabeza y no fue necesaria mi intervención.
Cuando hube
terminado, me sequé las lágrimas con el único trozo de la manga de la chaqueta
que no chorreaba sangre. Rematar los cuerpos de los hermanos fue más duro
incluso que verles morir, pero era mejor pasar por esa terrible experiencia
antes de verles resucitar y convertirse en un insulto a las personas que
fueron.
“Y ahora, ¿qué
hago?” me pregunté todavía de rodillas en el suelo. Tal vez lo adecuado sería
cavarles unas tumbas, pero de nuevo me encontraba yo sola, y tres agujeros eran
un esfuerzo considerable. No obstante, habría sido menosprecio dejarles así,
una falta de respeto que ya no era propia de mí, y seguramente un funeral
sirviera para que Guille pudiera despedirse de su madre en condiciones, algo
que le sentaría bien después de haberla perdido de una forma tan repentina.
Por el momento me
conformé con llevar los cuerpos hasta la recepción del parador, algo que no fue
para nada sencillo por culpa del peso, y tras hacerlo, tuve que secarme el
sudor de la frente y apoyarme en la pared para recuperar el aliento durante un
par de minutos.
Aprovechando que
estaba por allí, eché un vistazo en la sala de estar para comprobar que Guille
siguiera en ella. Lo estaba, exactamente en el mismo asiento donde le había
dejado, todavía con la mirada perdida y el gesto ausente… empezaba a sentirme
preocupada por eso, pero me prometí que luego intentaría hablar con él, a ver
si conseguía que se abriera por fin y llorara lo que tuviera que llorar, que no
iba a ser poco.
Con un poco de
aprensión porque pudiera salir y toparse con los cuerpos, los dejé allí por un
momento antes de encaminarme a la lavandería, en el sótano, y coger tres sábanas
con las que envolverlos. Cuando las tuve, volví a la recepción y les amortajé
como era debido, luego los arrastré detrás del mostrador para que no quedaran a
la vista.
Todo aquel
esfuerzo físico al menos me sirvió para pensar. La situación había cambiado
drásticamente, ya no podía contar con ayuda ni apoyo de nadie, y además tenía una
nueva carga sobre mí, por lo tanto, decidí que esa misma tarde nos iríamos del
parador para siempre. No habría podido soportar una noche más allí, con los
fantasmas de aquella familia rondando, así que cogeríamos la comida que nos
quedaba, ropa, cargaríamos algunos recipientes con agua en la caravana y nos
iríamos con ella a buscarnos la vida. Quién sabía, a lo mejor el mundo exterior
se estaba reorganizando y encontrábamos una comunidad agradable en la que
integrarnos.
No es que tuviera
muchas esperanzas puestas en eso, pero el buen tiempo había llegado, ya se
podía viajar por ahí sin miedo a morir de frío y había que aprovechar para
buscar antes de que nos quedáramos sin comida y tuviera que volver a cazar
serpientes para sobrevivir.
No obstante, quedaba
un cabo suelto que tenía que resolver antes de irnos, y ese era mi suegra. Ignoraba
por completo qué había estado haciendo Angelines mientras yo me encargaba de
sus hijos y de su nieto, pero como no la vi salir de la habitación, supuse que
debía seguir en ella, de modo que unos minutos más tarde subí hasta ella con
Guille de la mano.
No llamé a la
puerta, tenía la llave de recepción, la que utilizaba Héctor para ir a atender
a su madre cuando era necesario, así que entramos sin llamar. Angelines se
encontraba sentada en un sillón de la sala de estar que su hijo le subió
semanas atrás, y cuando entramos, me dedicó el mismo gesto torvo que siempre
guardaba para mí.
—Guille, cariño,
despídete de la abuela. —le dije al niño soltándole la mano, y él, obediente,
se acercó a la señora.
Ella no le hizo ni
caso, ni siquiera facilitó a su nieto que se agachara a darle un beso, y
tampoco apartó la vista de mí. Una vez hecho, Guille volvió a mi lado, y yo me
acuclillé hasta su altura.
—¿Por qué no bajas
a la caravana? Puedes jugar allí si te apetece, pero no revuelvas mucho, ¿vale?
—le pedí, a lo que él asintió y se marchó, dejándonos a las dos brujas solas en
la habitación.
Durante varios
segundos tan sólo hubo un silencio muy tenso entre ambas. Había esperado algún
tipo de acusación o reproche por su parte, o, quién sabía, incluso un gesto
afligido… después de todo, sus tres hijos habían muerto en un abrir y cerrar de
ojos, y por muy bruja que sea una madre, no deja de ser una madre. Pero lo
único que hizo fue seguir mirándome acusadoramente con su ojo sano.
—Nos vamos —anuncié
finalmente—. Guille y yo, se entiende. Aunque quisiera, aunque me cayera bien y
no se hubiera comportado como una auténtica bruja conmigo todo este tiempo, no
puedo hacerme cargo de una anciana impedida. Lo siento.
—¿Vas a dejarme
aquí llevándote a mi nieto? —me preguntó henchida de orgullo.
“Mira quién se
preocupa ahora por su nieto” me dije incrédula ante semejante muestra de
cinismo por su parte. Jamás la había visto dirigirse a él directamente, y le
llamaba “el bastardo” delante incluso de una desconocida como era yo al
principio… me daba hasta asco.
—No, dejarla morir
de inanición aquí sería una crueldad. —respondí desenfundando la pistola.
Ella captó el
mensaje enseguida, pero ni aun así mutó su gesto altivo.
—Supongo que ya
estás satisfecha —me espetó—. Has conseguido que mis hijos se maten entre
ellos… supe que eras una puta en cuanto apareciste. Sé reconocer un mal bicho
cuando lo veo.
—Sí, lo reconozco —asentí—.
Mi comportamiento egoísta ha hecho saltar por los aires todo esto… sin embargo,
es posible que yo haya encendido la mecha, pero fue usted, a lo largo de todos
estos años, quien llenó los barriles de pólvora, así que quiera admitirlo o no las
dos tenemos la misma culpa de lo que ha pasado.
No supo qué
replicar a eso, no tenía forma de hacerlo en realidad, y por tanto únicamente
apretó los labios con rabia y me fulminó con la mirada. Desde luego ella había
perdido más que yo en todo eso, así que se podía decir que la bruja joven había
ganado la guerra, pero en realidad no había victoria alguna, las dos habíamos
perdido demasiado.
El disparo resonó
por toda la habitación, y sin duda debió escucharse también fuera. Sin embargo,
cuando llegué a la caravana, Guille se encontraba allí, sentado en uno de los
asientos de la mesa del todo impasible. No parecía que hubiera tocado nada,
simplemente llegó y se sentó.
—¿Quieres comer
algo? —le pregunté agachándome hasta su altura. Me miró y negó con la cabeza
casi con desgana—. Muy bien, como quieras, pero si te entra hambre dímelo,
¿vale?
No respondió, y
cada vez temí más que no fuera a hacerlo nunca. Era como si el shock hubiera
sido demasiado grande para él, un niño que, por otra parte, siempre me pareció
bastante alegre y jovial. No sabía si el marcharnos del que había sido su hogar
tan pronto podía repercutir negativamente en su estado, si es que eso todavía era
posible, pero sería algo que tendría que comprobar.
—Después de comer,
por la tarde, nos vamos a ir —le dije para que fuera haciéndose a la idea—.
Vamos a coger la caravana y nos iremos de la montaña, del bosque y del parador.
Buscaremos otro sitio, con gente nueva.
Me lanzó una
mirada tensa, pero no supe interpretar lo que intentaba decirme con ella, y
tampoco pronunció palabra al respecto. Me sentí muy desanimada por ello, para
mí era muy difícil también la situación, y no me estaba ayudando nada que se lo
hubiera tomado así…
Yo sí piqué algo,
aunque no mucho porque tenía el estómago encogido después de lo que había
pasado. Me forcé a comer sólo porque necesitaba fuerzas para el duro trabajo
que tuve más tarde, que consistió en cavar las tres tumbas.
Fue cuando ya me
encontraba dándole a la pala el momento en que recordé que había un cuarto
muerto entre nosotros, Angelines, y que por tanto tenía más trabajo todavía por
delante, pero me resigné a realizarlo. Quería pensar que, de haber muerto yo,
ellos lo habrían hecho por mí… a diferencia del resto de seres humanos con los
que me había cruzado desde que los muertos vivientes aparecieron, ellos no
tenían ningún motivo para odiarme, más allá de las infidelidades.
Las tumbas no
fueron hondas, pero terminé completamente agotada después de cavarlas. Aunque
se me estaba haciendo tarde, todavía quería marcharme ese mismo día. Seguía sin
soportar la idea de volver a dormir allí, por más cómodo y espacioso que
pudiera ser comparado con una caravana.
Quería irme del
parador y, sobre todo, alejarme de la montaña. Sabía que el rollo que me traía
con ella no era más que un delirio, un trauma causado por lo mal que lo pasé
estando perdida; una locura, en resumen… pero era una locura que me mantenía
cuerda, si es que eso tenía algún sentido. Me perdonó la vida cuando prometí
que me portaría bien, y fue tan generosa que me dio un lugar donde vivir,
comida e incluso una pareja para no sentirme sola, y yo me lo había cargado
todo prendiendo la mecha del polvorín.
Si aquello había
sido una prueba, la fallé miserablemente. No obstante, todavía tenía una opción
de redención, una que pasaba por Guille… la montaña no se cobraría mi vida
cuando la de un niño inocente dependía de ella. Además, los crímenes pasionales
existían mucho antes de que los resucitados aparecieran, y yo no había sido
parte activa de él. A Marga la mató por accidente Héctor, a él le mató César en
un ataque de ira, y César fue mordido por un muerto viviente, y por tanto
cuando le disparé ya estaba muerto en realidad. Eso tenía que contar algo.
Llevé a Guille a
las tumbas una vez estuvieron presentables para que se despidiera de su madre,
sus tíos y su abuela. Durante varios minutos los dos permanecimos allí de pie,
mirándolas compungidos y cogidos de la mano, y al final el chiquillo acabó
abrazándose a mí, que le cogí en brazos y le abracé también.
—No te preocupes,
cariño, yo voy a cuidar de ti. —le prometí.
Nunca había
conducido una autocaravana, y tampoco es que fuera la mejor de las conductoras,
pero despacito y con buena letra, una hora más tarde fuimos dejando atrás el
parador para siempre. Había llenado el vehículo con todo lo que pudiera necesitar
en un trayecto que no sabía cuánto tiempo nos iba a llevar. Todavía recordaba
que, tras dejar Colmenar Viejo, vagué por ahí perdida en coche intentando
buscar cualquier lugar habitable sin mucho éxito… pero en esa ocasión no
llevaba mi propio hogar a la espalda, ni disponía de una pistola con la que
defenderme de posibles atacantes. Aunque seguía sin tener un destino claro, no
iba a cometer los mismos errores que la primera vez.
La caravana tenía
asiento de copiloto, así que Guille viajó en silencio a mi lado, con la mirada
fija en el horizonte. Ignoraba cuánto tiempo le iba a costar superar la dura
experiencia que le había tocado vivir, y tampoco sabía muy bien cómo abordarle,
pero era mejor tener un compañero de viaje silencioso y de seis años que no
tener ninguno.
No avanzamos
demasiado aquel día, y tampoco me lo había propuesto. En cuanto la noche
amenazó con caer sobre nosotros, empecé a buscar un lugar donde aparcar que
quedara más o menos alejado de la vista. Ya no era posible montar guardias, así
que el cerrojo de la puerta era nuestra única defensa, además de la discreción
y el sigilo.
Al vehículo le
costó llegar por lo desigual del terreno, pero conseguí meterlo tras un grupo
de árboles que nos cubría casi por completo. Confiaba en que la oscuridad se
encargara del resto.
Seguíamos en mitad
de ninguna parte. Quería alejarme de la montaña todo lo posible, no sólo por
mis fantasmas personales, sino también porque no estaba dispuesta a perderme en
ella de nuevo… nos dirigiríamos al norte, hacia Castilla y León, donde las
largas planicies no presentaban peligro alguno en ese sentido.
La autocaravana
disponía nada menos que de dos camas distintas: una situada sobre los asientos
y otra al fondo, junto al diminuto cuarto de baño. Dentro de lo que cabía, no
estaban nada mal ni de tamaño ni de comodidad, así que acosté a Guille en la
del fondo y yo me quedé con la otra. La mía era más pequeña, pero sólo tendría
que dar un salto para ponerme a los mandos del vehículo si algo nos obligaba a
escapar rápidamente de allí.
Sin embargo,
cuando ya me había desvestido y acostado, y luchaba por poder dormir después de
un día tan difícil, el niño se levantó de su cama y, sin decir ni una palabra,
subió hasta la mía para acostarse a mi lado.
Le dejé hacerlo,
me parecía normal que no quisiera estar solo, a mí tampoco me gustaba la idea,
y lo cierto fue que tenerle ahí conmigo hizo que acabara conciliando el sueño
por fin.
Desperté cuando
todavía estaba amaneciendo, no por voluntad propia, sino porque Guille me dio
una patada. Respirando con agitación, comenzó a moverse violentamente en la
cama, y yo, que supuse que debía estar sufriendo una pesadilla, no tuve más
remedio que despertarle.
—Ya está, sólo ha
sido un mal sueño —le dije cuando, todavía aturdido, levantó la cabeza y me vio
tumbada a su lado. Al notarle aún alterado por el mal sueño, le pasé un brazo
por encima para intentar reconfortarle, pero en el fondo sabía que para él la
pesadilla no había terminado al despertarse, sino que había confirmado su
contenido—. Aún es temprano, sigue durmiendo.
Él me hizo caso,
pero quien no pudo volver a conciliar el sueño fui yo, que cuando la luz del
sol se hizo más intensa me rendí y salí de la cama. Como aún era temprano para
empezar a conducir, y ya tendría tiempo de calentar el asiento del conductor el
resto del día, me senté junto a la mesa y me quedé mirado el paisaje por la
ventana, dándole vueltas a la infinidad de asuntos que se me aglutinaban en la
cabeza.
Pasado el impacto
inicial por las muertes sucedidas, así como las tareas y preocupaciones que surgieron
a raíz de ellas, llegó el momento de la reflexión, y la responsabilidad de mis
actos empezaba a caer sobre mí como una pesada losa. Perder a Héctor, que había
sido un pilar fundamental en mi redención, y a César, que me había devuelto la
pasión, fue duro, pero si tenía una espina clavada por todo aquello era sin
duda debido a la muerte de Marga. Ella no tenía nada que ver en el triángulo
amoroso que dejé que sucediera, sólo fue una víctima inocente a la que alcanzó
la explosión cuando todo saltó por los aires… y para colmo de males, la víctima
colateral que más estaba sufriendo por mi culpa se encontraba durmiendo en mi
cama.
Todavía era muy de
mañana cuando Guille por fin despertó. Tenía cara de haber pasado mala noche,
probablemente igual que yo, y después de ir al baño se sentó a mi lado en
silencio.
—¿Quieres
desayunar? —le pregunté, y él tan sólo asintió con la cabeza. Por lo visto ese
día tampoco iba a abrir la boca.
Sintiéndome
desanimada y culpable por ello, preparé algo de comer para los dos antes de
ponernos de nuevo en marcha en dirección hacia lo desconocido.
Mi intención
seguía siendo alejarme de la montaña. Estaba segura que lejos de Madrid nos
iría mejor, y sabía que por esos lugares había toda clase de diminutos
pueblecitos donde los muertos vivientes no serían un problema demasiado grande.
Teníamos aún mucha comida y agua, siendo tan sólo dos podíamos aguantar el
tiempo que hiciera falta.
Lo único que falló
fue la gasolina. El depósito no era infinito, y aunque hacía frecuentes paradas
tanto para descansar como para echar un vistazo en casas solitarias y otros
lugares que íbamos encontrando, al final el nivel de combustible comenzó a
bajar de manera peligrosa.
—Pararemos en la
próxima gasolinera. —le dije a mi copiloto, que como era ya habitual, no
respondió.
La gasolinera más
próxima no tardó en aparecer. Era una estación de servicio pequeña, como correspondía
a una carretera secundaria como por la que nos movíamos, sin embargo, me llamó
la atención que se encontrara rodeada por una muralla formada por unos cinco o
seis coches. A raíz de aquello, reduje la marcha con precaución por si había
alguien viviendo allí.
—Tú quédate aquí y
ten las puertas cerradas, ¿vale? —le pedí a Guille antes de bajar a investigar.
Dejar al niño solo en el vehículo no me parecía buena idea, pero la alternativa
era llevarle conmigo, y esa me parecía aún peor—. Si ves algo raro, toca el
claxon.
Cuando asintió
dándome a entender que me había comprendido, cogí uno de los cuchillos sacados
del parador y me aseguré de que la pistola estuviera preparada para disparar
antes de guardármela en el cinturón, oculta por debajo de la camisa. Una vez
lista, bajé de la caravana y caminé en dirección a la gasolinera procurando no
hacer mucho ruido.
Decir que no tenía
miedo habría sido mentir, por mi cabeza circulaban mil ideas sobre quién podría
esconderse en un lugar así, y ninguna me resultaba alentadora. No obstante,
necesitaba la gasolina, y si no podía cogerla gratis, al menos la
intercambiaría por algo de comida.
Cuando me encontré
frente a la barrera de coches dudé entre colarme allí sigilosamente o intentar
llamar la atención de quien pudiera haber dentro. Los intrusos no eran bien
recibidos en ninguna parte, pero si los habitantes eran hostiles, les estaba
avisando de que me encontraba allí, completamente vulnerable. Al final opté
pedir perdón antes que pedir permiso, de modo que salté la barricada y me
aproximé a la ventana de la tienda para echar un vistazo dentro.
No pude ver nada
porque habían claveteado tablas de madera delante, confirmando que
efectivamente alguien se atrincheró tanto como pudo en ese lugar. Todo, desde
los surtidores hasta el tejado, tenía un aspecto bastante desvencijado, señal
de que no había recibido ningún mantenimiento desde hacía tiempo.
Sin saber todavía
qué pensar, fui hasta la puerta e intenté forzarla. Para mi sorpresa, ésta no
estaba ni siquiera atrancada, y por tanto pude abrirla de par en par y dejar
que el sol entrara para ver qué había dentro.
La cosa no tenía
buen aspecto. Todas las ventanas habían sido cubiertas por tablas, las
estanterías con los productos en venta saqueadas y colocadas alrededor de las
paredes, y en el suelo seguían tiradas un montón de mantas que formaban un nido,
donde cabían al menos seis personas. Olfateé el aire en busca de olor a
humanidad, señal de que alguien había estado allí recientemente, pero quien
montara aquel tinglado lo había abandonado tiempo atrás. La capa de polvo que
lo cubría todo era buena prueba de ello.
Justo al lado de
la entrada había diseminados por el suelo varios mapas de carreteras. Me agaché
a recoger uno porque creía que podía serme útil, pero ni me molesté en
adentrarme más. Allí no había nada aprovechable, ni siquiera las mantas cuando
ya estábamos en Abril, así que me concentré en la gasolina.
Seguía sin tener
ni idea de cómo hacer funcionar los surtidores sin electricidad, por lo que no
me quedó más remedio que saquear el depósito de los coches que formaban la
barricada. Como aquello iba a llevarme un buen rato, y el lugar parecía seguro,
saqué a Guille fuera a que tomara un poco el fresco mientras yo trataba de meter
unos cuantos litros en una de las garrafas.
—Lo siento,
cariño, pero no he encontrado ni una mísera chocolatina ahí dentro —le dije
cuando le vi mirando la tienda con curiosidad—. ¿Por qué no buscamos en el mapa
algún lugar a dónde ir?
La idea pareció
gustarle, porque cuando lo extendí se quedó estudiándolo con mucho interés.
—Debemos estar más
o menos por aquí —afirmé señalando un punto pasada la sierra del norte de
Madrid—. Todavía se ve mucha montaña, así que vamos a acercarnos al centro de
Castilla y León. Mis padres eran de Valladolid, pero no podemos ir a una
ciudad. Creo que buscaremos algo entre Valladolid y Palencia, allí hay un río,
granjas… y mira, esto es un camping, ¿ves la señal? Seguro que es un buen lugar
para detenernos una temporada.
Guille, por
supuesto, no me respondió. Ni tan siquiera se molestó en asentir o negar con la
cabeza para expresar su opinión sobre el plan… tampoco podía pedirle que lo
hiciera, sólo tenía seis años.
La idea de
detenernos entre esas dos ciudades respondía sobre todo a que no quería gastar
todo el combustible de la autocaravana vagando sin rumbo fijo. Si lográbamos
hospedarnos en ese camping, podría buscar coches con tranquilidad y conseguir
una reserva de gasolina en condiciones. Además, la idea de encontrarme en un
lugar que no tuviera una montaña a la vista en ninguna dirección me tentaba
mucho.
Con el depósito un
poco más lleno, nos pusimos en marcha de nuevo rumbo a la aventura. No podía
decir que me sintiera muy optimista, pero al menos tenía la satisfacción de
estar haciendo lo que creía que era mejor, y también de estar haciéndolo lo
mejor que podía. Así me sentí cuando decidí quedarme en el colegio con los
niños, antes de convertirme en un monstruo, y recuperar eso era muy importante
para mí.
Sin embargo, el
mundo se había convertido en un sitio difícil y hostil, en donde las buenas
intenciones no siempre eran suficientes para poder seguir adelante, y pronto lo
sufrí en mis propias carnes…
Empezó con la
extraña sensación de que la caravana avanzaba como a tirones, y luego, durante
al menos un par de kilómetros, fue como si el aparato no diera más de sí. Temí
que el motor pudiera haberse averiado, y como no tenía conocimientos de
mecánica, eso podía causarnos un problema muy grave. Para no forzar la
maquinaria en ese estado, aparqué en el arcén de la carretera y me bajé del
vehículo, dispuesta a por lo menos dejar que se enfriase antes de que acabara
reventando.
No obstante, en
cuanto puse un pie en la calzada comenzó a salir un humo blanco desde el motor
que me hizo temerme lo peor, y cuando levanté la tapa, aquello fue como si
hubiera abierto la puerta de una sauna.
—No, no, no… —murmuré
temiendo que la caravana se hubiera jodido, ¿qué iba a hacer entonces? Guille
me miro con preocupación desde el asiento del copiloto, lo que sólo sirvió para
ponerme más nerviosa.
Al final, una vez
disipado el humo, volví dentro e intenté ponerla en marcha de nuevo. No
arrancó. El motor hizo un ruido como si lo estuviera intentando, pero no lo
consiguió, y me llevé las manos a la cabeza cuando sentí cómo me recorrían unos
sudores fríos.
—Mente fría —le
dije a Guille, aunque en realidad tan sólo hablaba en voz alta para tratar de
no perder los nervios—. A lo mejor no es nada grave, tal vez podamos
arreglarlo.
Respirando
profundamente para mantener la calma, abrí la guantera y saqué de allí una
especie de manual que encontramos semanas atrás, mientras lo limpiábamos. No sabía
qué podía encontrar allí que me ayudase, pero era mejor que nada.
Con él en la mano,
salí fuera y volví a echarle un vistazo al motor… y contra todo pronóstico, en
la primera página encontré cuál era el problema: la caravana funcionaba a
diésel, no a gasolina.
—No… —dije antes
de caer de rodillas al suelo completamente abatida. ¿Cómo podía haber sido tan
estúpida de no darme cuenta de algo así? Aunque lograra vaciar del todo el
depósito, estábamos a kilómetros de distancia de cualquier lugar donde pudiera
conseguir más combustible… y eso suponiendo que el motor volviera a arrancar.
De un plumazo me había cargado un medio de transporte y una vivienda cojonuda.
“No estoy hecha
para esto” me dije con lágrimas en los ojos producto de la frustración.
No era capaz de
sobrevivir yo sola. La primera vez casi muero perdida en la sierra, e incluso
disponiendo de comida, refugio y un vehículo, me las apañaba para cagarla.
Traté de
recomponerme y pensar fríamente qué hacer a continuación, pero eran ya
demasiadas cosas acumuladas en muy poco tiempo, y cuando volví al interior de
la caravana sólo tenía ganas de morirme de una puta vez y acabar por fin con
todo aquello.
Guille se había
sentado junto a la mesa, y me miraba con una cara de cordero degollado que
acabó sacándome de mis casillas.
—¿Qué? —le espeté
pagando mi frustración con él—. ¿Por qué me miras así? ¡Hago lo que puedo!
¿Vale?
No me respondió,
como ya era de esperar, ni tan siquiera mutó su gesto, y eso sólo consiguió
enfadarme más. ¿Era culpa mía que hubiera dejado de hablar? ¿Tan incapaz era de
consolarle en su desgracia…? ¿También lo estaba haciendo mal en eso?
—¿Por qué no
hablas? —exclamé acercándome a él y agarrándole por los hombros. Casi sin darme
cuenta por culpa del enfado comencé a zarandearle—. ¡Di algo, maldita sea!
Decir no dijo
nada, pero unas lágrimas se formaron en sus ojos, y pronto comenzaron a caerle
por las mejillas. Dejé de sacudirle en cuanto me di cuenta de lo que estaba
haciendo y, horrorizada por mi propio comportamiento, le abracé con fuerza.
—Lo siento —me
disculpé al tiempo que yo también comenzaba a llorar—. Lo siento, de verdad…
sólo me he puesto nerviosa porque la caravana se ha roto. Tú no tienes la
culpa, y no tienes que hablar si no tienes ganas de hacerlo. No te preocupes, la
tita Irene sigue cuidando de ti.
No hubo mucho más
que hacer el resto del día. Podríamos haber cogido nuestros bártulos para
seguir el camino a pie, pero teniendo más comida y agua de la que podíamos
cargar preferí esperar y disfrutar un último día tranquilo antes de que
tuviéramos que dejarlo todo atrás.
No salimos de la
autocaravana en ningún momento, no era necesario, y en más de una ocasión volví
a intentar arrancarla, sin ningún éxito. Al final, cuando ya caía la noche, me
resigné a preparar nuestro equipaje, guardarlo en mi mochila y prepararnos para
salir de allí la mañana siguiente.
Guardé comida,
varias botellas de agua y algo de ropa, así como cualquier utensilio que
pensara que podía necesitar. El resultado fue que la mochila pesaba bastante,
pero no tenía más remedio que aguantarme si no quería que nos quedáramos sin
nada en dos días. Como sobró mucha comida y agua, se me ocurrió enterrar junto
a un árbol lo que no podíamos llevarnos, y así, en el peor de los casos, si nos
iba mal la cosa siempre podíamos volver y abastecernos.
Aquella noche
Guille volvió a dormir conmigo, y también volvió a tener unas pesadillas que me
obligaron a despertarle para que se tranquilizara. Yo no dormí mucho, seguía
culpándome por haber perdido la caravana, aunque conseguí conciliar el sueño
tras convencerme de que tal vez a la mañana siguiente el motor hubiera
descansado lo suficiente como para arrancar.
No obstante,
cuando salió el sol y nos pusimos en pie, el vehículo seguía sin ponerse en
marcha, así que no tuve más remedio que rendirme, cargar nuestras cosas, coger
a Guille de la mano y comenzar a caminar.
Por lo menos
teníamos el clima a nuestro favor. El cielo estaba despejado y hacía un poco de
fresco, así que andar era incluso agradable… salvo por la pesada carga que
llevaba a la espalda.
—Vamos a seguir la
misma ruta —anuncié cuando nos topamos con un cruce. Un cadáver convertido ya
prácticamente en huesos yacía apoyado bajo la señal de tráfico que indicaba las
direcciones, creando una imagen que habría sido hasta bonita de no ser a su vez
también terrible—. Si en algún sitio puede haber otra autocaravana como la
nuestra es en un camping, ¿verdad?
Guille no dijo ni
sí ni no, como era de esperar, pero no me desanimé por ello. Pese al bajón del
día anterior, no podía permitirme que el ánimo decayera, eso era lo único que
nos mantenía vivos.
Caminamos durante
buena parte del día, realizando sólo paradas para comer y tomarnos pequeños
descansos en los que reponer fuerzas. No me gustaba nada la idea de dormir una
noche a la intemperie, no lo había hecho desde que me perdí en la sierra, pero
no nos iba a quedar más remedio. Todavía teníamos camino hasta llegar a las
proximidades de Palencia, al dichoso camping que esperaba fuera nuestra
salvación.
Cuando ya caía la
tarde, nos acercamos un poco a un diminuto pueblo que teníamos cerca en busca
de un refugio, y encontramos una pequeña casa que era perfecta para tal
cometido en las afueras. Sin embargo, después de romper un cristal para poder
colarnos, descubrí que por dentro era un auténtico estercolero infestado de
suciedad y porquería. Dormir allí habría sido peor que hacerlo fuera, y como no
me atrevía a adentrarme más por miedo a toparme con algún muerto viviente, al
final tuvimos que recurrir a un coche abandonado en la cuneta con el que nos
cruzamos.
—Ojalá supiera
cómo hacerle un puente. —lamenté mientras trataba de acomodarme en el asiento
del conductor.
Guille lo tuvo más
fácil porque, al ser tan pequeño, cabía en el trasero con las piernas
estiradas, pero yo tuve que conformarme con reclinarme un poco. Sólo porque
estaba cansada de tanta caminata, y de no haber dormido casi la noche anterior,
logré conciliar el sueño, aunque a la mañana no había músculo en mi cuerpo que
no sintiera agarrotado.
El camino se hizo
un poco más escabroso en adelante. Para acortar distancias, nos metimos por una
carretera más amplia que se encontraba abarrotada de coches abandonados. Por
más que lo intenté, no hubo manera de encontrar uno que, además de tener las
llaves puestas, no se hubiera quedado sin batería o estuviera atascado entre
otros y fuera imposible moverlo del sitio. En un par de ocasiones tuve que
hacerme cargo de sendos muertos vivientes que pululaban entre los restos, pero
al menos conseguí encontrar algo de ropa limpia y una bolsa de patatas fritas
para Guille que habían caducado no hacía demasiado tiempo.
Como ese camino
nos iba a llevar hasta las proximidades de la ciudad, cuando sólo faltaban unos
kilómetros para llegar a ella lo abandonamos y seguimos campo a través, al
menos hasta que encontramos una carretera secundaria que seguía más o menos la
dirección en la que queríamos movernos.
Cuando nos entró
el hambre, nos sentamos a comer junto a un mojón del camino. Los dos
compartimos una lata de habichuelas que, todo había que decirlo, no estaban
nada mal después de aliñarlas un poco.
—Mira cómo te has
puesto. —le dije a Guille quitándole una habichuela de la barbilla después de
que se pusiera el bote en la boca para intentar hacer bajar las últimas que se
habían quedado pegadas en el fondo.
Verle sonreír,
aunque sólo fuera una sonrisa tímida después de llenar el estómago, me hizo
tener esperanzas para con él. Tal vez, si lograba hacer que se sintiera mejor, acabaría
abandonando aquel mutismo en el que estaba sumido.
Interrumpí mis
pensamientos cuando me pareció escuchar algo que se movía entre la hierba. No
estaba segura de que fuera algo humano, pero si lo era, estuviera provocado por
vivos o por muertos vivientes, no era una buena noticia, así que me incorporé y
me quedé escuchando atentamente por si volvía a oírlo.
Cuando lo hice de
nuevo, no me sonó como alguien que se estuviera moviendo por los alrededores,
sino más bien como si un grupo lo hiciera en la distancia.
—Quédate aquí y no
hagas ruido. —le susurré a Guille antes de desenfundar mi cuchillo y acercarme
sigilosamente al origen de aquel ruido tan extraño.
No tuve que
alejarme mucho, y tampoco pretendía hacerlo en realidad. Un poco más adelante
el terreno se convertía en un desnivel, y al fondo había otra carretera
secundaria. Caminando sobre ella, me topé con un grupo de casi treinta
personas, todos con una pinta más bien tirando a patética entre ropa muy usada,
suciedad y aspecto de estar agotados. De no haber sido porque comprendía su
drama a la perfección, me habrían parecido los refugiados de una guerra que
huían de una zona de conflicto… y en cierto modo se podía decir que lo eran.
Había personas de
todas las edades entre ellos, desde maduros que peinaban canas a jóvenes,
aunque ningún niño, y por la dirección que seguían, opuesta a la nuestra,
parecía como si estuvieran alejándose de Palencia, la ciudad más cercana según
el mapa. El sonido que había llamado mi atención lo habían provocado varios de
ellos, que se metieron entre la hierba para hacer sus necesidades antes de
continuar la marcha.
Sin pensármelo dos
veces, volví rápidamente a por Guille. Un grupo de supervivientes, aunque fuera
uno tan agotado y hecho polvo como aquél, era justo lo que necesitábamos. El
número hacía la fuerza, esa lección nos la habían enseñado los resucitados
demasiado bien, y ya me había demostrado a mí misma dos veces que no era capaz
de sobrevivir sola.
—¡Eh! ¡Esperad! —llamé
a aquel grupo cuando, con el niño por fin conmigo de la mano, regresé al lugar
donde me los encontré. No habían detenido su marcha, y por eso ya se
encontraban alejándose en el momento en que les volví a localizar.
Varios de ellos se
giraron casi con desgana al escucharme. Alcé una mano para hacerles una señal
sin dejar de trotar hacia ellos, pero sin prestarme la menor atención,
volvieron la vista al frente de nuevo y siguieron su camino.
“Qué raro” pensé.
Al encontrarte con una persona viva se podía sentir alegría o miedo, según
quien fueras y según qué persona vieras llegar, pero jamás indiferencia… no
desde que los muertos vivientes habían puesto a cada ser humano al límite.
En mi caso, y dado
que no parecían el tipo de persona hostil, lo que sentí fue alegría, y por eso
pasé por alto esa indiferencia inicial y me apresuré en darles alcance. Cuando lo
logré, me acerqué a alguno de los que parecían menos agotados.
—Perdona —le dije
a un hombre barbudo envuelto en una chaqueta amarilla y azul que cargaba una
pesada mochila a la espalda. Con un gesto perezoso se giró hacia mí, me dedicó
una mirada cansada y luego otra a Guille—. Hola… ¿me puedes decir quién os
dirige? Llevamos un tiempo vagando solos y nos gustaría acompañaros a… bueno, a
donde os dirijáis.
—Quien nos dirige
está muerto… haced lo que queráis. —respondió antes de darse la vuelta y seguir
con su camino.
Desde luego había
esperado muchas respuestas, pero no esa. Aquella gente estaba quemadísima,
tanto que no les importaba que nos uniéramos a ellos sin más… era raro de
cojones.
No obstante,
seguía siendo mejor que caminar solos, y pese a que iban en dirección opuesta a
donde yo quería dirigirme, la posibilidad de estar acompañada no era algo que
fuera a rechazar así como así. Si la cosa no me terminaba de convencer, siempre
podía marcharme igual que había llegado, no parecía que allí eso fuera a
importarle a nadie.
Durante las
siguientes horas nos limitamos a caminar sin descanso, hasta el punto que me vi
obligada a subirme a Guille a los hombros cuando estuvo agotado. A lo largo del
trayecto intenté entablar conversación con alguien más, pero esa gente no
parecía muy habladora. Se notaba que lo habían pasado mal, podía percibirlo en
sus caras tristes y cansadas, y por lo que pude sacarles, todos hablaban algo
sobre huir de unos monstruos.
Suponiendo que se
referían a los muertos vivientes, traté de averiguar si eran los supervivientes
de alguna zona segura que hubiera caído recientemente. Encajaban bien con el
perfil de gente que acabara de pasar por una experiencia así de terrible; sin
embargo, no logré que nadie me diera una explicación concreta, la mayor parte
de ellos directamente me ignoraban cuando les dirigía la palabra, y otros tan
sólo argumentaban que no querían hablar del tema.
La noche terminó
por llegar mientras aún seguíamos en la carretera, y tan sólo nos detuvimos
porque a alguien se le ocurrió hacerlo, y los demás le imitaron… en cierto
modo, aquel grupo se asemejaba mucho a los muertos vivientes.
Todos parecían
haber cargado con comida y agua en sus mochilas, así que no tuve ningún
problema en sacar la mía y que Guille y yo cenáramos. Aunque había sido un
viaje tranquilo, decidí que por la mañana nos separaríamos de ellos y
retomaríamos el camino hacia el camping mientras aún tuviera encima provisiones
para poder completarlo. Ninguno de ellos supo decirme hacia dónde se dirigían, y
ya había perdido casi un día entero siguiendo su estela, de modo que la ilusión
de encontrarme con gente se fue disipando hasta quedar en nada.
—¿Tú qué dices?
¿Te gusta esta gente? —le pregunté a Guille, que miró de reojo hacia el grueso
del grupo y negó con la cabeza—. Lo suponía… a mí tampoco mucho, la verdad.
Pero mañana los habremos dejado.
Ninguno llevaba
armas de fuego, algunos ni tan siquiera un mísero palo con el que defenderse…
no quería pensar la que se podía organizar si un grupo de resucitados les
alcanzaba.
—¿Has oído eso? —dije
cuando me pareció escuchar algo moviéndose entre la maleza, aunque enseguida
descarté que pudiera tratarse de algo preocupante. Si hubiera sido un muerto
viviente habría acabado saliendo, ellos no eran dados a esconderse… seguramente
sería alguno del grupo que se había apartado para hacer sus necesidades otra
vez—. Da igual. Ahora el problema es que no sé qué hacer con las guardias,
Guille. ¿Debería dormir como si nada? ¿Nos podemos fiar de esta gente?
Era una buena
pregunta para la que no tenía respuesta, y eso me molestaba. ¿Con qué clase de
grupo me había topado? Nada parecía tener sentido, ni su actitud, ni su forma
de comportarse. No sólo no hablaban conmigo, es que tampoco hablaban entre
ellos, ni siquiera en pequeños grupos. ¿De dónde demonios habían salido?
¿Pretendían sobrevivir así?
—De haberlo
sabido, nos habríamos quedado en la caravana. —murmuré para mí misma muy
decepcionada.
Al final tuve que
dormir. No podía quedarme toda la noche en vela después de una caminata
agotadora y pretender repetirla al día siguiente, así que cogí a Guille y todas
nuestras cosas y nos dirigimos al pie de un árbol cercano, lejos de las fogatas
y hogueras que los demás habían encendido para calentar la comida y entrar en
calor. Allí nos cubrí a los dos con una manta para evitar el relente y me
dispuse a descansar hasta el día siguiente. Tenía la pistola a mano por si a
alguno de aquellos tipos se le ocurría acercarse demasiado. Confié en poder
despertarme a tiempo para evitar cualquier tipo de acción hostil.
—Buenas noches,
cariño. —le dije a Guille antes de pasarle un brazo por los hombros para que se
acurrucara a mi lado y pudiera dormir también.
Agotada como
estaba, no tardé en coger el sueño… pero tampoco tardé en despertarme cuando
escuché a alguien corriendo a mi lado.
—¿Qué…? —murmuré
todavía adormilada abriendo un ojo con pereza. Y el repentino sonido de una
mujer gritando histérica me despabiló al instante, y despertó también a Guille,
que seguía a mi lado.
Era noche cerrada,
y no podía ver muy bien porque ya no había hogueras, pero algo estaba pasando.
Veía figuras pasar a mi lado, y un olor a putrefacción llenó mis fosas nasales
consiguiendo alarmarme… lo único que olía de esa manera eran los muertos
vivientes.
Pero aquellas
cosas no podían ser resucitados, corrían a toda velocidad en dirección al grupo
de gente, que comenzaba a despertar al ser consciente de que les estaban
atacando, y por un reflejo de la luz de la luna hubiera jurado que uno de ellos
llevaba un cuchillo en las manos.
Sin saber lo que
ocurría, pero muy consciente de que allí se iba a producir una masacre, tapé la
boca de Guille con una mano y los dos nos encogimos junto al tronco del árbol.
Esos seres parecían no habernos visto, y quería que siguiera siendo así.
El sonido de la
matanza no se hizo esperar. Logré entrever a gente corriendo de un lado a otro,
unos gritando, otros gimiendo, algunos suplicando ayuda y los menos presentando
batalla.
“¿Qué es esto?
¿Qué pasa?” no podía dejar de preguntarme. ¿Quién nos atacaba estaba vivo o
muerto? Ningún vivo habría tenido motivos para hacer algo así, pero los muertos
no corrían ni utilizaban armas.
No me quedé a
buscar las respuestas. En cuanto dejaron de pasar atacantes por nuestro lado,
cogí a Guille e intenté alejarme de allí lo más rápido y sigilosamente que
pudiera… que aquel grupo se las apañara por su cuenta, yo tenía que pensar en
nuestras vidas.
No avancé mucho
antes de encontrarme cara a cara con uno de aquellos seres. Era un hombre, su
piel oscura no reflejaba la luz de la luna y su rostro parecía hinchado y
abotargado, además vestía una ropa que no eran más que jirones, y apestaba a
muerto que tiraba de espaldas.
Durante un
instante nos quedamos mirando el uno al otro, y fue precisamente al ver sus
pupilas cuando supe que aquello, pese a su aspecto, no podía estar muerto. Los
ojos de los resucitados no eran tan intensos y llenos de vida como esos… y sin
embargo su rostro estaba podrido.
Sin dudarlo un
instante, aquella criatura desconocida se abalanzó contra mí, pero yo ya tenía
el arma en las manos y pude responderle con un disparo, que le alcanzó en la
cabeza y le hizo caer al suelo completamente muerto.
El sonido de la
pistola sin duda alertaría a más, así que me apresuré a echar a correr
cargándome a Guille en el regazo para tratar de alejarme todo lo posible antes
de que llegaran.
Para mi desgracia,
no recorrí ni cinco metros antes de que tres más me salieran al frente. Era
evidente que no todos habían atacado al grupo, algunos se quedaron rezagados, y
me había metido de lleno entre ellos.
Muerta de miedo
ante aquellos seres desconocidos que atacaban en mitad de la noche, les amenacé
con la pistola tratando de espantarles, pero no pareció que les intimidara
demasiado cuando los tres, armados uno con un cuchillo y los otros con palos,
se lanzaron a por mí. Alcancé a disparar a uno, que recibió el balazo en el
pecho, los otros, sin embargo, no se amedrentaron y siguieron adelante dispuestos
a hacer conmigo lo mismo que hacían con la gente del campamento.
Me encogí
preparada para recibir los golpes, y con toda probabilidad morir. Sólo lo lamentaba
por Guille, que moriría conmigo, y siendo tan pequeño y habiendo sufrido lo que
había sufrido no se lo merecía… pero entonces se escuchó una ráfaga de
disparos, y las dos criaturas cayeron al suelo abatidas antes de que yo misma
me arrojara al suelo para evitar las balas.
No vi de dónde
salieron exactamente, sin embargo, un grupo de gente cargada con armamento
pesado surgió de la oscuridad y se unió a la batalla que se estaba produciendo
a mi espalda.
Alguien me alumbró
con una linterna y me encandiló con su luz. Puse una mano frente a mis ojos y
logré ver a tres hombres acercándose, aunque en esa ocasión vestidos de
uniforme militar y no de despojos. Todos llevaban fusiles en las manos y sobre
el pecho una bandolera llena de cartuchos para sus armas… aquellos soldados
estaban bien surtidos.
—Coged a ésta —ordenó
uno de ellos, un hombre musculoso y con una barba rala que llevaba una gorra en
la cabeza, señalándome—. A ella y al crío… ¡y acabad con esos putos espectros
de una vez! Necesitamos a los supervivientes.
“¿Espectros?” me
pregunté mitad aliviada por haber sido salvada, mitad atemorizada por la
brusquedad con la que los dos hombres nos agarraron siguiendo las órdenes de su
superior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario