CAPÍTULO 39: IRENE
—No me gusta nada
que vayas a ir a eso. —refunfuñó Ingrid, la hermana de Emilio, cuando nos
reunimos a las puertas del muro que rodeaba el pueblo los que íbamos a partir
para combatir a los espectros en su propia casa.
Tras una noche
tranquila, en la que pude descansar en condiciones en mi nuevo hogar, que para
ser una humilde casa de pueblo no estaba nada mal, tuve que dejar a Guille a su
cargo hasta que estuviéramos de vuelta. Como en el antiguo mundo había sido
psicóloga, ella se hacía cargo de los huérfanos de la comunidad, y Lidia, la
guerrera salvaje, también dejo a su hija Arancha a su cuidado durante su
ausencia.
—No digas
tonterías —replicó Emilio—. Tú también deberías coger un arma y venir con
nosotros, ¿verdad Irene?
A primera hora de
la mañana comenzaron a repartirnos las armas con las que atacaríamos a esos
seres. Oficialmente había pasado a formar parte de la milicia, de modo que recibía
órdenes de Eric, el capitán de los milicianos. De sus manos recibí un rifle,
una pistola y un machete… nunca había tenido tantas armas encima, y lo cierto
fue que me abrumó un poco ver cómo me preparaban para participar en una guerra.
—Alguien tiene que
quedarse a cuidar del fuerte. —replicó ella sonriendo con tristeza. Ingrid era
una mujer alta, delgada, de rostro alargado y cabello color caoba, y al igual
que Emilio, pertenecía al pequeño grupo encabezado por Dávila que originalmente
fundó esa comunidad y ayudó a la creación de varias más.
—Tú te lo pierdes…
bueno, será mejor que vaya a ver a Eric, por si necesita algo. Adiós, hermana,
te veré a la vuelta. —dijo Emilio antes de meterse entre la multitud.
Se había juntado
allí gente de las seis comunidades que Dávila controlaba en esos momentos. Ya
me habían puesto al día, y sabía que llegaron a ser ocho, pero la de Mansilla
de las mulas fue arrasada cuando se rebeló, y la de Villamarco estuvo formada
por la gente con la que me encontré en el camino mientras trataba de huir. Los
que estaban allí, sin embargo, eran todos hombres y mujeres fuertes y sanos,
dispuestos a defender sus tierras duramente conquistadas a los muertos
vivientes de los espectros.
Debido a que tenía
otras preocupaciones en la cabeza, en ningún momento me paré a pensar en ellos
como en aquel momento, cuando estaban a punto de enviarme al frente de batalla
con la intención de aniquilarlos, y las dudas sobre su condición fue la propia
Ingrid quien me las resolvió después de que Emilio me la presentara. Al
parecer, como los espectros sólo atacaban de noche y cuando tenían
superioridad, y no tenían problemas a la hora de comerse a sus propios muertos,
hasta hacía bien poco no descubrieron su verdadera naturaleza, y en cuanto
tuvieron esa información, Dávila se apresuró a lanzar un ataque.
—Están vivos,
aunque de eso yo ya estaba convencida cuando vi cómo se comportaban —me
aseguró—. No sé por qué actúan de esa manera, eso requeriría un examen
psicológico concienzudo, pero ahora que tenemos más o menos controlados a los
zombis, se han vuelto un auténtico problema. Atacan a la gente, a los grupos, a
los batidores. Son una plaga, aunque…
—¿Aunque qué?
—inquirí con curiosidad.
—Bueno, son
personas vivas, ¿no? En tal caso, deberíamos ser capaces de razonar con ellos
—respondió—. Pero Víctor hace tiempo que no atiende a razones… le ha encontrado
el gusto a eso de matar.
Que llamara a
Dávila por su nombre de pila me hizo sospechar que, al igual que pasaba con
Loreto, tuvieran cierta confianza entre sí, algo que no sería de extrañar si
fueron parte del mismo grupo al comienzo. Sin embargo, de ser así, estaba muy
claro por la forma en la que hablaba de él que aquella cercanía se terminó
tiempo atrás, y quizá no de forma amistosa. En cualquier caso, no me pareció
oportuno indagar en esos temas cuando apenas nos conocíamos.
—Francamente,
prefiero perdérmelo —murmuró ella mirando con aprensión cómo su hermano se
perdía de vista—. La buena vida puede ser terrible. Parece que el muy cabezota
no se acuerda de toda la gente que murió en los últimos meses, y ahora se
embarca en algo que podría ser mucho más peligroso que todo eso.
No quise decir
nada por no asustarla más, pero aquello no es que pudiera ser muy peligroso, es
que iba a serlo. Yo me encontraba allí únicamente porque buscaba venganza y
porque quería formar parte de esa comunidad que habían montado, que cuanto más
lo pensaba, más me gustaba la idea. El futuro de nuestra especie estaba en eso,
pequeñas comunidades unidas para prosperar… ya no éramos suficientes para
llenar una ciudad, donde además los muertos vivientes todavía se debían contar
por miles; las comunidades autosuficientes y bien protegidas eran el único
camino.
—Estaremos bien
—le dije a Ingrid—. Contamos con profesionales.
Los seis soldados
y su furgón se encontraban al frente de la multitud. Con sus armas, y vestidos
con sus uniformes, resultaban del todo imponentes, y sin duda eso pretendían
para inspirar seguridad en las tropas… esperaba que sus muertes no fueran a minarles
mucho la moral.
—No me hables de
ellos —replicó Ingrid estremeciéndose—. Esos tipos son peores que Víctor, que
ya es decir… pero no debería hablar así de él.
—No, no deberías —afirmó
Eric plantándose a nuestro lado. Era un hombre de rostro atractivo y cuerpo
atlético que me llamó la atención la primera vez que le vi. Con las muertes de
Héctor y César creía que no quedarían chicos guapos en el mudo, pero por suerte
no era así—. Ni de ellos, ni de Dávila, en especial tú.
Por algún motivo
que desconocía, Ingrid se ruborizó y enmudeció, ocasión que aprovechó el hombre
para volverse hacia mí.
—¿Preparada para
la lucha? —me preguntó en tono afable.
—Siempre a sus
órdenes, capitán —respondí—. Porque estoy bajo tu mando, ¿no? Las guerreras
salvajes querían pintarme la cara como a una de ellas.
—Se supone que
ellas también están bajo mi mando, pero cualquiera se lo dice… —replicó
volviendo la vista hacia el estrafalario grupo de mujeres que, al margen de
todos, afilaban sus armas y se pintaban la cara con motivos de guerra. Me habría
gustado estar con ellas, pero teniendo en cuenta que Ingrid iba a cuidarme al
niño en mi ausencia, me pareció que lo correcto era permanecer a su lado hasta
llegado el momento de partir. Con la gente de esa comunidad, que me habían
acogido como una más, no tenía ningún motivo para no comportarme de manera
adecuada.
—Mi hermano ha ido
al frente a buscarte. —dijo ella recuperándose de su silencio.
—Vaya, yo he
venido aquí a buscarle a él. En fin, no importa, tiene razón, debería estar
allí ya. Si me disculpáis… Irene, nos veremos en la batalla. —se despidió antes
de perderse entre el mismo gentío que Emilio unos instantes antes.
La mención a la
batalla me hizo sentir un escalofrío. De repente fui consciente del todo de que
me dirigía a la guarida de unos individuos que se comportaban como cavernícolas
para matarles o morir a sus manos, y esa perspectiva me dio un poco de miedo.
—Ahora me estoy
arrepintiendo de esto… —le confesé a Ingrid.
—Por mucho que
digan esas pintamonas, la guerra es cosa de hombres —afirmo ella mirando la
multitud allí presente con lástima—. Sólo ellos son tan simples como para
pensar que aniquilarse mutuamente es la solución a algo… y allí está el más
peligroso de todos los hombres.
Dávila salió de
una casa cercana seguido de dos tipos armados con fusiles. Se subió a la parte
trasera del furgón militar y levantó las manos pidiendo silencio. La multitud
enmudeció al ver a su líder frente a ellos, y en ese instante esperé que
soltara algún tipo de arenga que nos levantara el ánimo. Sin embargo, lo único
que hizo fue bajar las manos y decir una sencilla frase.
—Señoras,
caballeros, nos vamos.
Y el gentío
estalló ante esas cuatro palabras. Los milicianos agitaron sus armas en el aire
clamando por la muerte de los espectros, las guerreras salvajes comenzaron a
gritar como si hubieran caído presas de un frenesí rabioso, e incluso los que
no iban a la guerra aplaudieron.
—Será mejor que me
vaya, a Loreto no se le dan bien los niños y no quiero dejarla sola con ellos… buena
suerte, Irene. —me deseó Ingrid, y yo se lo agradecí, porque mi guerra era
doble: además de los espectros, tenía que encargarme de seis soldados del
ejército, algo que prometía ser de todo menos sencillo.
La cosa no empezó
bien porque el camino hacia Palencia, ciudad donde los batidores decían que los
espectros tenían su escondite, lo realizamos en camiones, y eso me trajo malos
recuerdos. Como si fuéramos ganado, nos tuvimos que subir en aquellos pesados
vehículos y aguantar su traqueteo sobre unas carreteras llenas de porquería que
no propiciaban la conducción. En mi camión íbamos trece personas, que contando
al conductor y copiloto sumaban quince. Teniendo en cuenta que el convoy se
componía de cuatro camiones y un par de furgonetas, debíamos ser unos sesenta
sin contar a los militares, que se desplazaban en su propio furgón.
—Lo mejor de estas
batallas son los saqueos —iba diciendo Isaac, uno de los milicianos de mi
comunidad, con la intención de mantener el ánimo alto entre los combatientes,
que al igual que yo antes, comenzaban a darse cuenta de que no se dirigían
precisamente a cazar perdices al campo—. Ya sabéis cuales son las normas,
¿verdad? Lo que consigues en un saqueo, es tuyo, ya sean armas nuevas, joyas, vehículos,
alcohol o lo que se os ocurra y podáis cargar.
No pude evitar
preguntarme qué podíamos sacar de valor de unos seres que andaban por ahí
prácticamente en taparrabos, pero preferí no decir nada por no minar los ánimos
de nadie.
—¡Paramos aquí!
—anunció el conductor comenzando a detener el camión unos minutos más tarde.
—¿Tan lejos? —se extrañó
Isaac—. Si apenas se ve la ciudad.
—Ya no hay ciudad
—respondió él, que bajó de la cabina armado con un rifle—. Los espectros la
quemaron hasta los cimientos.
Tenía razón, por
supuesto. Sólo había visitado Palencia una vez, cuando fui a visitar a mi novio
del instituto que se mudó allí, así que no recordaba del todo cómo era antes,
pero lo único que quedaba de ella era una mancha negra llena de ruinas carbonizadas
que antaño fueron edificios. El motivo por el que los espectros habían decidido
hacer aquello escapaba a mi comprensión.
—Los batidores
determinaron que los espectros tienen su base en la zona norte del polígono
industrial, la única parte de la ciudad que no se ha quemado. Concretamente en
la que fue una zona segura —nos indicó Dávila cuando todos nos reunimos a su
alrededor para recibir órdenes—. Nos superan en número por mucho, pero táctica
y armamentísticamente son ridículamente inferiores. El plan, por tanto, es
sencillo: entraremos desde el sur y realizaremos un barrido que les extermine
por completo.
—¡Que nadie se
separe de su grupo! —exclamó Fidel, el sargento que, en ausencia de Aldo,
dirigía a los militares—. ¡A por ellos!
Me dolió en el alma
tener que seguir sus órdenes, pero no me quedaba más remedio que hacerlo. No
tuve la oportunidad tampoco de cruzar una mísera mirada con Dávila, y fue mejor
así, porque una vez allí no las tenía todas conmigo respecto a si iba a
conseguir lo que acordamos… de hecho, ni siquiera sabía si lograría salir viva
de aquello.
El terreno
despejado de las afueras de la ciudad se convirtió en suelo asfaltado y naves
industriales por todas partes antes de que pudiera hacerme a la idea de que la
guerra comenzaba… y nuestros enemigos no me lo pusieron más fácil cuando
también se apresuraron a dar la cara.
Nunca había visto
a un espectro, al menos no a plena luz del sol, y de no haber sabido que eran
personas vivas, les habría confundido con algún tipo de muerto viviente, tal y
como había estado ocurriendo hasta hacía bien poco. Con sus rostros cubiertos
de carne de muerto conseguían que pareciera que las descompuestas eran sus
propias caras, y la piel llena de hollín no dejaba ver a simple vista si su
piel se había podrido como la de un resucitado normal; además, la ropa hecha jirones
que vestían podía ser la de cualquier muerto viviente.
—¡Allí! —exclamó
alguien cuando un grupo de unos diez apareció por la calzada, y el estruendo de
los disparos inundo toda la calle en un abrir y cerrar de ojos.
Al menos seis de
ellos fueron abatidos al instante, y otro más cuando intentaba huir. El resto,
sin embargo, alcanzó a meterse por otra calle y escapar. Algunos hicieron un
ademán de ir tras ellos, pero se detuvieron cuando aquello resultó ser una
emboscada y alrededor de veinte espectros aparecieron sobre los tejados de las
naves industriales.
Todo sucedió tan
rápido que apenas tuve tiempo para reaccionar, y cuando quise hacerme la idea,
aquellos seres comenzaron a lanzarnos cosas desde su posición elevada. Vi cómo
a una mujer una piedra del tamaño de un coco le rompía la cabeza, y a un hombre
le alcanzaron con un cuchillo en el pecho… no obstante, fueron los espectros
quienes se llevaron la peor parte, porque los disparos los diezmaron con la facilidad
que Dávila prometió.
—¡Dad un rodeo,
subid ahí y liquidad a esos payasos! —ordeno a un grupito de seis personas que
se encontraba a mi lado. Cuando vi que Marcos, uno de los soldados, fue quien
les encabezó en esa misión, decidí unirme a ellos y separarme del grupo
principal… no debía olvidarme de que mi trabajo allí no tenía nada que ver con
los espectros, sino con los militares.
Corriendo para
escapar de las cosas que esos monstruos arrojaban, retrocedimos hasta poder
rodear la nave y llegar a la parte trasera de la misma. Allí también nos
esperaban varios de ellos, pero tras abrir fuego y matar a tres, los demás
comenzaron a huir.
—¿A qué esperáis?
¡Subid y acabad con esos hijos de puta! —exclamó Marcos señalando unas
escaleras de emergencia que llevaban al tejado de la nave.
Los seis se
apresuraron a obedecer y se lanzaron hacia la escalera, y yo les seguí también,
pero cuando pasé junto al soldado, éste me agarró de un brazo y me obligó a
volverme hacia él.
—¿A dónde te crees
que vas? —me espetó apretando los dientes con rabia. De un manotazo hizo que mi
rifle cayera al suelo, y entonces me agarró de la pechera de la camisa y
comenzó a zarandearme—. Debes ser más estúpida de lo que pensaba apartándote de
las faldas de esas marimachos.
—A lo mejor es que
no te tengo miedo. —le dije sin dejarme amedrentar.
—Pues me parece
que deberías —exclamó antes de empotrarme contra la pared, en la mano tenía un
puñal, y me lo puso en el mentón—. Nada me complacería más que ajustarte las
cuentas por lo que le hiciste a Aldo.
—¿Nada te
complacería más? —respondí sonriendo—. ¿Ni siquiera hacer conmigo lo que tu
amigo Aldo me hizo?
—¿Qué? —replicó
frunciendo el ceño.
—¿Qué pasa? ¿Es
que eres un marica? —le espeté con la intención de provocarle… y lo conseguí,
porque me cruzó la cara de un guantazo tan fuerte que por poco me tira al
suelo, aunque sirvió para que me soltara de una vez y apartara el cuchillo de mi
cuello.
—Encima cachondeo…
ahora vas a saber lo que es bueno, zorra —musitó tirando el puñal al suelo y
apretando los puños dispuesto a darme una paliza allí mismo, entre disparos y
ataques de espectros—. ¡Te vas a reír de tu puta madre!
Se lanzó sobre mí
creyendo que yo seguía aturdida por el golpe, pero cuando le tuve encima mi
puñal se clavó en su estómago hasta la empuñadura, y en cuanto percibió el frío
acero adentrándose en su carne perdió las ganas de golpear a nadie.
—He matado a tipos
mucho mejores que tú. —le susurré sacando el arma de sus entrañas y volviéndolo
a clavar. Sentía la mano tibia y húmeda por culpa de la sangre que manaba a
borbotones de su herida.
Los demás debían
encontrarse ya sobre el tejado dando cuenta de los espectros… no tenía ningún
testigo, de modo que saqué el cuchillo de nuevo de sus tripas y de un golpe le
tumbé en el suelo, luego me eché sobre él, que tenía la boca llena de sangre y
trataba de palparse las dos profundas heridas que le había provocado, y se la
tapé con una mano para que no me delatara de un grito.
—Esto de parte de
Dávila. —dije antes de cortarle el cuello.
Tras deleitarme
contemplando su muerte, me aseguré de que no fuera a volver como muerto
viviente y luego limpié el cuchillo en su ropa, le quité los cargadores de las
armas y me incorporé dispuesta a regresar con el grupo principal. Los demás
seguían arriba, no sabía si asegurando la posición desde lo alto, todavía
luchando o habiendo sucumbido ante los espectros, pero no me molesté en
comprobarlo… todavía tenía trabajo que hacer.
Seguí hacia
delante, en dirección al lugar donde escuchaba los disparos, y salí hacia la
calle por la que habíamos llegado en el siguiente cruce. El suelo estaba lleno
de casquillos de bala, manchas de sangre y cuerpos de espectros, pero también
había por lo menos cuatro de los nuestros caídos. El grueso del ejército seguía
avanzando lentamente hacia el norte, dejando a su paso un reguero de cadáveres,
mientras los compañeros que subieron al techo de la nave mantenían la posición
y daban cuenta desde lo alto de los enemigos solitarios que intentaban escapar.
Me apresuré en
alcanzar a los demás y regresar a la batalla, y a la altura de la siguiente
calle, me encontré con que los espectros habían levantado una barricada con
algunos coches volcados, barriles metálicos y neumáticos. No disponían de armas
de fuego, pero protegidos de las nuestras tras ella lanzaban piedras y
cuchillos contra nosotros con asombrosa destreza.
—¿De dónde vienes
tú? —me preguntó Eric, el capitán de los milicianos, desde su posición segura
en la parte trasera de un camión, donde me metí yo también para no exponerme.
—De tomar el
tejado —le expliqué—. Nos encontramos algunos espectros, pero dimos cuenta de
ellos y vine aquí porque parece que necesitáis más ayuda.
—¿Ayuda? No, las
guerreras salvajes se encargan de esto —respondió él con una sonrisita. Acto
seguido, se escucharon los característicos gritos de guerra de aquel grupo de
mujeres, y los espectros detuvieron su ataque—. ¡Ahora! ¡A por ellos!
Todos a una,
salieron de los escondites y cargaron contra la barricada, tras la cual se
producía un combate cuerpo a cuerpo entre las pintorescas guerreras y los
espectros, batalla que éstos perdieron de calle. Cuando llegamos hasta allí, la
mayoría o habían muerto o se habían dispersado, y el suelo estaba lleno de
miembros cercenados por las grotescas armas que empleaban.
—Demasiado fácil.
—exclamó Rhiannon agitando su enorme espada y salpicando sangre por todas
partes. A mí, sin embargo, me llamó más la atención seguir escuchando disparos
a lo lejos.
—¿Qué es eso? —le
pregunté a Eric mientras sus hombres se encargaban de abatir a tiros a los
espectros que se batían en retirada.
—Dávila y los
demás están luchando al frente —contestó—. Con esto despejado, deberíamos ir
con ellos, nos hemos retrasado demasiado ya por culpa de la dichosa barricada.
—¡Ya habéis oído,
hermanas, esto está lejos de haber acabado! —rugió Rhiannon a las suyas, que
dando gritos y agitando sus armas se lanzaron en dirección a los disparos.
Encontramos a
Dávila y el resto del grupo, entre los que estaban también los militares
restantes, en una enorme nave industrial, donde la batalla se volvía
encarnizada por momentos debido a todos los espectros que entraban por el otro
lado, y también a que en un espacio más limitado las armas de fuego perdían
eficacia. Tres hombres más habían caído, aunque conté por lo menos diez veces
ese número en espectros muertos, y en cuanto llegamos nosotros, comenzaron a
acosarnos también desde fuera.
—¡Esos son nuestros!
—exclamó Rhiannon liderando una carga de las guerras salvajes contra ellos. Yo,
sin embargo, me dirigí con los demás milicianos al interior de la nave, y con
mi rifle les apoyé cuando se unieron a la batalla.
Con la potencia de
fuego que juntamos entre todos, rechazamos a esas bestias humanas teñidas de
negro con suma facilidad… Dávila tenía razón, nos superaban por mucho en
número, pero contra un grupo bien armado no tenían nada que hacer.
—¡Cerrad esa
entrada! —ordenó cuando la nave quedó despejada, y de inmediato cuatro de sus
hombres se apresuraron a obedecer y bajaron una pesada persiana que bloqueó el
paso por completo—. Aseguraremos esta zona antes de seguir, que los rezagados
comiencen a avanzar desde atrás… y atended a los heridos.
Además de cuatro
muertos, el ataque habría provocado algunos heridos, y Bruno, el médico de la
unidad militar, y miembro de mi lista también, se encargó de atenderles. Oriol
se quedó con él para proteger el lugar mientras él estaba ocupado, y sabiendo
que seguramente sus intenciones hacia mí serían tan malas como las de Marcos,
salí con el resto de milicianos tratando de no llamar su atención.
Nos cruzamos en la
puerta con las guerreras salvajes, que manchadas de sangre de cabeza a pies
ayudaban a Rhiannon a llegar a la nave. La mujer había recibido un corte en una
pierna y apenas podía caminar.
—¿Qué ha pasado?
—les pregunté preocupada.
—Uno de esos
monstruos cobardes le atacó con un cuchillo —me explicó Rosana—. Pero no es
nada.
—¡Estoy bien!
—decía también la propia herida—. No me voy a morir por un corte… tenéis que
seguir la lucha, esto no ha acabado todavía.
—¡Ya habéis oído,
hermanas! ¡A la batalla! —exclamó Rosana alzando un hacha enorme y lanzándose
de vuelta a la refriega.
Con las guerreras
salvajes fuera, Bruno se acercó para ayudar a Rhiannon a entrar en la nave y
poder tratar su herida.
—Será mejor que
vayamos a ayudar a Dávila. —dijo Eric haciéndonos a los milicianos un gesto
para que le siguiéramos.
Todos se pusieron
en marcha sin dudar, pero cuando apenas me había alejado veinte metros, me dio
por pensar que quizá esa era una buena oportunidad para continuar con mi
venganza. Tenía a dos militares metidos en un edificio con tan sólo cinco
heridos por medio… tal vez no se me presentara una oportunidad mejor nunca.
Me fui retrasando
hasta dejar que el resto de milicianos me adelantara, y cuando me vi sola, di
la vuelta y regresé rápidamente a la nave. Al entrar, sin embargo, me encontré
con tan sólo los cuatro heridos tumbados en el suelo, pero ni rastro de Bruno,
Oriol o Rhiannon.
—¿Dónde está el
médico? —le pregunté a uno de ellos, un hombre barbudo que había recibido una
cuchillada en un brazo.
—Ha salido a
ayudar a Rhiannon con nosequé, al parecer está grave. —respondió él sin
prestarme mucha atención, pendiente como estaba de que su herida dejara de
sangrar.
Tuve un mal
presentimiento cuando vi la persiana metálica que los hombres de Dávila habían
bajado subida de nuevo, y sin pensármelo un segundo, me dirigí hacia allí
corriendo, temiéndome lo peor.
Los encontré a los
tres en el suelo, junto a la mismísima entrada. Rhiannon yacía tumbada boca
arriba, con Oriol sujetándole las piernas para inmovilizarla mientras Bruno,
apoyando las rodillas sobre un brazo y sujetándole el otro, empleaba la mano
libre en tratar de asfixiarla agarrándola del cuello.
“Esto debe ser
como matar tres pájaros de un tiro” me dije cambiado el rifle por el puñal.
—¿Creías que tú y
tu grupo de putillas disfrazadas podíais joder con nosotros? —decía el médico
mientras la cara de la mujer se ponía cada vez más roja.
—Debimos
follárnosla antes de matarla —exclamó Oriol con entusiasmo—. Eso le habría
encantado, ¿verdad?
—¡Nadie nos la
juega y sigue con vida! Ni tú, ni la zorra esa a la que protegéis, que es la
siguiente en la lista. —le espetó Bruno.
—Discrepo en ambas
cosas. —repliqué yo. Concentrados en su intento de asesinato, ni siquiera me
vieron acercarme, y para cuando ambos levantaron la cabeza alarmados, yo ya me
encontraba tras Bruno, que apenas alcanzó a soltar el cuello de Rhiannon antes de
que le agarrara del pelo y le rebanara el pescuezo.
Oriol dio un paso
atrás espantado mientras la guerrera salvaje, por fin libre, tomaba aire
desesperada. Como en forma física sin duda me ganaba, me lancé contra el soldado
antes de que pudiera reaccionar, pero no alcancé a clavarle el puñal porque él interpuso
su mano y me agarró de la muñeca.
—Debí matarte en
cuanto vi lo que le habías hecho a Aldo. —me dijo comenzando a forcejear
conmigo en un intento de arrebatarme el cuchillo.
—Debí matarte en
cuanto entraste por la puerta, después de que le volara la cabeza a tu jefe…
las dos. —repliqué yo, que tenía que esforzarme al máximo para evitar que ese
desgraciado lograra inmovilizarme y las tornas se cambiasen.
—¿Te gustó meterte
su polla en la boca una última vez? —preguntó para provocarme… era más fuerte
que yo, y poco a poco me estaba ganando la partida. Al final, sin que pudiera
evitarlo, el cuchillo acabó saltando de mis manos y quedó en las suyas, que con
una sonrisa perversa lo levantó en el aire dispuesto a asestarme una puñalada
mortal—. O a lo mejor te gustó más que te la metiera por el culo… cuando le
veas en el infierno, dale recuerdos de mi parte.
Indefensa y a su
merced, entrecerré los ojos para no ver cómo me mataba, pero en una décima de
segundo hubo un destello de luz, y la mano con el puñal aún agarrado voló por
los aires en un baño de sangre hasta caer a unos centímetros de mi cabeza.
—Chico, no sabes
hasta qué punto la has cagado. —dijo Rhiannon, espada en mano, negando con la
cabeza casi con lástima mientras Oriol contemplaba con horror el muñón que
había quedado donde antes tenía una mano.
No tardó en
comenzar a gritar, y aproveché la ocasión para apartarme de él y recuperar el
cuchillo. Cuando hizo un ademán de ir a moverse, la guerrera lanzó un poderoso
tajo y su cabeza saltó a un lado, cayendo luego su cuerpo muerto al suelo.
Durante un
instante se hizo el silencio. Ella contemplaba satisfecha el resultado de su
golpe, Bruno sufría los últimos estertores antes de morir desangrado y yo
trataba de recuperarme del susto… había faltado muy poco para que fracasara.
—Creo que te debo
una. —afirmó Rhiannon tendiéndome una mano para ayudarme a levantarme.
—No me debes nada,
¿no era así la cosa? —repliqué yo aceptándola y sacudiéndome el polvo de la
ropa una vez en pie—.Además, tú acabas de salvarme también. ¿Necesitas ayuda?
Deberíamos volver dentro.
La herida que
tenía en la pierna no dejaba de sangrar, pero a ella no parecía importarle. No
sabía si había más médicos entre los nuestros, aunque imaginé que alguien
podría hacerle al menos una cura de urgencia.
—Ve entrando tú,
yo tengo algo que hacer antes. —exclamó arrodillándose junto al cadáver
decapitado de Oriol y desenfundando su puñal. Yo, por mi parte, enfundé el mío
y regresé al interior de la nave, con los heridos.
—¿Viene el médico
o qué? —protestó el barbudo, cuyo corte no había dejado de sangrar.
—Ahora está
atendiendo a un herido grave, pero le pediré a alguien que venga. —les dije
mientras me dirigía hacia la otra entrada, intentando ocultar mi satisfacción.
Tres habían muerto ya, sólo faltaban otros tres: Fidel, Koldo y Gabriel.
Muchos disparos
todavía se escuchaban a lo lejos. Al parecer, los espectros tenían tan poco
aprecio a sus vidas como los muertos vivientes, porque no cesaban en su ataque
pese a la masacre que estaban sufriendo.
Un grupo de seis
personas se acercó corriendo armas en mano. Entre ellos se encontraba Emilio,
pero también los otros tres soldados, y debido a ello agaché la cabeza con la
intención de que en un principio pasaran de largo. Sin Rhiannon y sin Dávila no
tenía protectores allí, nadie me aseguraba que no iban a llevarme a un lugar
apartado y matarme, como habían intentado hacer con ella.
Sin embargo,
Emilio sí me reconoció, y en cuanto lo hizo se separó del grupo y se acercó a
mí, aunque por suerte nadie le prestó atención.
—Dávila nos ha
mandado en una avanzadilla para atacar la zona este, ¿vienes con nosotros? —me
preguntó con urgencia.
Dado mi papel
secundario en esa guerra, y el peligro de separarme demasiado, mi respuesta
habría sido que no… pero mis víctimas estaban allí, las tres juntas, de modo
que no podía rechazarlo.
—Te sigo. —le dije
descolgándome el rifle de la espalda, y juntos nos apresuramos en alcanzar a
los otros cinco, que como parecían tener mucha prisa en llegar hacia dónde
demonios estuviéramos yendo, ninguno de los tres soldados se dio cuenta de que
la víbora acababa de meterse en su nido.
El objetivo
resultó ser un conjunto de tres naves industriales que se encontraban una
pegada a la otra a lo largo de una calle. Vimos algunos espectros correr de un
lado para otro, pero pudimos rechazarlos a tiros sin mucha dificultad, e
incluso maté a uno al acertarle casi por casualidad con un disparo.
—Tomaremos estas
naves y les daremos un paso seguro a los demás. —nos indicó Fidel.
Procuré mantener
la mirada gacha y no mostrarme mucho para que no me reconocieran. Teniendo en
cuenta que ese día me había lavado y cambiado de ropa y de peinado, sin contar
con que en el fragor de la batalla en lo último que se fijaba alguien era en
esas cosas, tampoco me resultó tan difícil pasar desapercibida.
Los tres soldados
se encargaron de abrir la puerta de la primera nave… y lo que encontramos
dentro fue una auténtica imagen de pesadilla: por lo menos dos docenas de
cuerpos humanos colgaban de ganchos en el techo como si fueran reses en un
matadero, y todos habían sido decapitados, despiezados, despellejados y
vaciados por dentro.
—¡Joder! —exclamó
Emilio con la voz tomada por la impresión y los ojos como platos.
—Listos para
llevar a la carnicería. —dijo Fidel con ironía mientras los demás tratábamos de
sobreponernos a aquel horror. De todas las cosas que había tenido que
presenciar desde que los muertos vivientes llegaron al mundo, aquella debía ser
de las peores, y el listón estaba ya muy alto a esas alturas.
Los espectros,
como si reaccionan a la invasión de sus reservas de comida, comenzaron a
aparecer desde las dos esquinas de la calle con intenciones hostiles.
—¡Seguid adelante!
—ordenó Koldo colocando su fusil en modo automático—. Se van a cagar estos
cabrones caníbales…
Acto seguido, los
tres soldados comenzaron a abrir fuego para rechazarles, y durante un instante
me quedé paralizada contemplando la masacre que provocaron.
—¡Venga, sigamos!
—exclamó Emilio tirando de mí, que salí de mi ensimismamiento y corrí con él y
los otros dos milicianos a abrir camino mientras nuestros enemigos estaban
distraídos.
Con los tres
soldados juntos y sus armas en mano no vi el modo de terminar mi trabajo en ese
momento, así que no me importó perderles de vista por un instante. Ya se me
presentaría una oportunidad mejor más adelante, sólo debía tener paciencia.
Emilio, los
milicianos y yo atravesamos la nave llena de cuerpos humanos y salimos al otro
lado, donde entre los cuatro rechazamos a otro grupo de espectros que acudía al
sonido de los disparos. El siguiente edificio tenía únicamente una pequeña
puerta como entrada desde nuestro lado, de modo que nos dirigimos a ella, pero
antes de lograr forzarla, un nuevo grupo de unos quince espectros apareció
doblando la esquina, provocando el comienzo de otro tiroteo.
Para nuestra
desgracia, en aquella ocasión ellos no estaban expuestos, sino que disponían de
un par de contenedores industriales tras los que cubrirse, de modo que nos
obligaron a gastar un tiempo precioso en ellos que no sabía si teníamos. Los
disparos seguían escuchándose por todas partes, tanto donde dejamos a los
militares como donde quedaron Dávila y los demás.
—¡Abre la puerta y
mira qué hay dentro! —me gritó Emilio mientras mantenía a los espectros a raya
junto con los otros milicianos—. ¡Como se nos acaben las balas, tendremos que
refugiarnos dentro hasta que llegue ayuda!
Tenía razón, de
modo que empleé mi siguiente disparo en cargarme la cerradura de la puerta, y
con una patada la abrí, adentrándome acto seguido al interior de la nave para
asegurarme de que estaba limpio.
Había esperado
otra cámara como la anterior, llena de cuerpos humanos listos para cocinar,
pero aquella resultó mucho peor si cabía. Con el aspecto de ser una cuadra, o
un lugar donde guardar las reses antes de matarlas, en esa nave era donde los
espectros guardaban a las personas vivas que querían comerse. Las tenían
hacinadas en cubículos, atadas y amordazadas, y al otro lado de la nave había
una tabla ensangrentada que debían utilizar para sacrificarlas y despiezarlas…
era vomitivo.
Olvidándome por un
momento de la guerra que sucedía fuera, me acerqué al cubículo más cercano,
donde una mujer pataleaba contra la puerta metálica del mismo, tal vez
intentando liberarse.
—Tranquilos, ya
voy. —dije cargando mi arma a la espalda antes de abrir de un tirón la
portezuela.
En él, los
espectros tenían atrapadas a cinco personas, en concreto a tres mujeres, una de
ellas boca abajo inconsciente, un hombre con una herida en una pierna y una
niña también inconsciente.
—¡Joder! ¡Gracias!
—exclamó la mujer que pataleaba, la mayor de las dos a las que había visto la
cara, cuando le quité la mordaza y comencé a deshacer los nudos de sus manos—.
¿Qué está pasando ahí fuera?
—Mi gente ataca a
los espectros —le expliqué. Una vez liberada de manos, dejé que ella misma se
soltara los pies y repetí el proceso con la otra mujer consciente, que tenía
lágrimas en los ojos de puro miedo… después de lo que había viso en la otra
nave, no era para menos—. Ya estáis a salvo.
En cuanto se
liberó los pies, corrió a soltar al hombre herido, un muchacho joven con pinta
de macarrilla y que parecía tan asustado como la chica. Después hice lo propio
con la mujer restante, la que seguía inconsciente.
—¿Estás bien? —le
pregunté antes de girarla por si en realidad estaba despierta… pero en cuanto
le vi la cara, me quedé completamente helada.
Ella parpadeó
confusa mientras yo no podía hacer otra cosa que mirarla. Era imposible que
fuera ella, sencillamente imposible… ¿qué podía estar haciendo Judit entre las
víctimas de los espectros? Sintiendo cómo las manos me temblaban, me aparté de
ella y me acerqué a la niña, a quien ya habían desatado y que parecía estar
recobrando también la consciencia. Tenía el terrible presentimiento de que ese
pelo tan rojo lo conocía, y al girarla y arrancarle la mordaza lo confirmé: era
la hija de Maite.
Durante un segundo
la respiración se me cortó, y cuando la niña me reconoció también y se me quedó
mirando con los ojos muy abiertos, sólo se me ocurrió agarrarla y levantarla
del suelo para cerrarle la boca y que no me delatara, gesto que me valió una
mirada de incomprensión por parte de la primera mujer a la que liberé.
—¡No! —grito una
voz que desearía no haber escuchado nunca—. ¡No!
—¡Joder! —gimió
alguien cuando volví la vista hacia la entrada principal de la nave, donde un
grupo de siete personas, algunas de las cuales conocía de un pasado remoto,
apareció… pero yo sólo tenía ojos para la que les encabezaba, porque se trataba
de mi mayor fantasma.
—¡Mamá! —exclamó
una chica de su grupo, uno de los rostros que la acompañaban y no conocía de
nada.
Tan aturdida me
sentí al ver de nuevo a Maite que no supe reaccionar. De no haber sido tan
estúpida como para confundirla con el fantasma que me atacó en la montaña, tal
vez hubiera podido desenfundar mi puñal y acabar con ella en el instante en que,
presa de la ira, se lanzó contra mí. No obstante, pese a mi tardía reacción, la
forma de compensarla se me presentó cuando por la puerta comenzaron a entrar
Emilio y los otros dos milicianos, momento en que lancé a la niña hacia ellos.
Maite cayó sobre
mí propinándome un golpe tremendo. La muy hija de puta tenía buen aspecto, no parecía
haber pasado demasiadas penurias últimamente, e incluso su ropa estaba limpia…
pero tenía algo raro en el ojo, como una marca roja producto de una herida. Sin
dudarlo un segundo, y tras haber comprobado después del primer golpe que
aquello no era una alucinación, lancé un puñetazo contra su ojo que pareció
dolerle. Aquel rifirrafe, sin embargo, no duró demasiado, porque tanto su grupo
como el mío se encañonó mutuamente con sus respectivas armas de fuego.
Maite, al ver que
un confundido Emilio agarraba a Clara, se recuperó rápidamente del golpe que le
acababa de dar y me endiñó uno a mí directo a la mandíbula que me dejó mareada
durante un instante. Aprovechó ese momento para pasarme un brazo por el cuello
y ponerme la punta de un cuchillo en él. Yo, sabiendo que no podría escapar de
eso, y que ella no dudaría en rajarme la garganta si era preciso, dejé de
resistirme.
—¿Qué está pasando
aquí? —preguntó Emilio, que mantenía a la niña bien sujeta pese a que ésta
intentaba escaparse, al tiempo que les apuntaba con el rifle.
—Eh, tranquilito,
muchacho. —le advirtió un hombretón robusto del grupo de Maite que portaba un
fusil de asalto militar. La mujer que le acompañaba también tenía uno, igual
que otro hombre que me sonaba vagamente, pero que no supe identificar.
—Devolvedme a mi
hija y os devolveré a esta zorra. —les ofreció Maite.
Emilio fue a decir
algo, pero en ese momento los tres soldados de mi grupo llegaron también, y al
ver lo que estaba ocurriendo se unieron a las amenazas sumando sus armas a nuestro
bando. Eso, por supuesto, provocó que la gente de Maite les encañonara con
mayor ímpetu.
—¿De qué diablos
va todo esto? —preguntó Fidel.
—No va de nada
—respondió Maite con dureza—. Tenemos a una de los vuestros y vosotros tenéis a
una de los nuestros. Los intercambiaremos y cada uno se marchará por su camino.
—¿Esa puta de los
nuestros? —replicó Gabriel lanzándome una mirada desdeñosa. Al final me habían
reconocido—. Cárgatela si quieres, de lo contrario, tendremos que hacerlo
nosotros… la niña seguro que nos es más útil.
—¿Pero qué coño
estás diciendo? —exclamó Emilio anonadado.
—De aquí no se va
a mover nadie hasta que hagamos el intercambio, hijo —afirmó el tipo musculoso
del grupo de Maite. La gente que yo había rescatado, y que debían ser de los suyos
también, tan sólo se quedó mirando desde el cubículo con cierta aprensión.
Desarmados como estaban no podían hacer otra cosa—. De lo contrario, esto
podría acabar en un tiroteo que nadie quiere, ¿no es cierto?
El tiempo jugaba
en nuestro favor. Dávila y los demás no tardarían en llegar, y esos cuatro
capullos estarían acabados entonces… pero enseguida me di cuenta de que ellos
no tenían ningún motivo para querer alargar aquello, había gente muriendo en la
guerra con los espectros, y la vida de Clara les importaba una mierda.
—La niña y ella
comenzarán a caminar hacia delante al mismo tiempo —determinó Emilio, que
parecía haber visto muchas películas de intercambio de rehenes—. No habrá
disparos por parte de nadie, y luego todos nos marcharemos por nuestro lado,
¿entendido?
—Entendido —afirmó
el hombretón—. ¿Maite?
—Entendido. —dijo ella
también tras pensárselo durante un segundo. Tenía ganas de rajarme el cuello,
podía sentirlo en su pulso, en su aliento… y de no haber sido porque era el
mío, la habría provocado para que lo hiciera. Así, con suerte, alguien la
mataría.
—Cómo queráis
—rezongó Fidel—. Así me daré el placer de matar yo mismo a esa puta más tarde.
—Parece que se te
sigue dando igual de bien hacer amigos —me susurró Maite mientras ambas nos poníamos
en pie—. Como se te ocurra hacer un gesto en falso, será tu cabeza la primera
en ser atravesada por una bala.
Me abstuve de
contestar porque no había nada que pudiera decir a la altura de lo que sentía.
Tener a Maite otra vez delante era demasiado para mí, como una broma de muy mal
gusto, y encimar escuchar cómo me amenazaba… ¿quién se había creído que era esa
hija de puta?
Comencé a caminar
hacia mi grupo al mismo tiempo que Clara, que con lágrimas en los ojos contenía
bastante bien las ganas que tenía de echar a correr hacia los brazos de su
madre. Cuando nos cruzamos, me dirigió tal mirada de temor que no pude evitar
sentir un arrebato de ira. ¿Se podía saber qué le había hecho yo a esa niña
para que me mirara así? Su madre la había envenenado contra mí, sin duda, y si
se lo permitía, lo haría también con Emilio y los demás, que todavía no sabían
cómo era en realidad.
Cuando llegué
junto a mi grupo, lo hice completamente cegada por la ira. Aquello no podía
acabar así, de manera pacífica; había demasiada sangre, demasiado dolor entre
Maite y yo, y no soportaba que ella pareciera estar tan bien después de lo que
había tenido que pasar yo en el bosque, cuando vi morir a los hermanos, o
cuando me capturaron y violaron durante tres días… tenía que equilibrar las
cuentas, tenía que hacerle sufrir igual que había sufrido yo por su culpa.
Desenfundé la
pistola y me giré hacia ella con el arma en la mano, apuntando a la espalda de
Clara, que ya estiraba los brazos hacia su madre para abrazarla. Si mataba a su
hija, le causaría más dolor a Maite del que podría sentir jamás, así que, ignorando
las miradas de alarma de su gente, y las de sorpresa del mío al verme de
repente con un arma, apreté el gatillo.
—¡No! —exclamó la
mujer de mayor edad que liberé en el cubículo lanzándose a la desesperada
contra la niña.
Logró apartarla de
la trayectoria de la bala con un empujón que la lanzó al suelo, pero ésta, en
lugar de acertar en la cabeza de Clara, acabó en el estómago de aquella zorra
que ni siquiera conocía, y que por tanto su vida o muerte no me importaban
nada.
Lo que siguió
después fue la locura más absoluta. Vi a uno de los milicianos caer hacia atrás
cuando una bala le impactó en la cabeza, a Clara y a Maite lanzarse juntas a un
lado para escapar del fuego cruzado, a la mujer suicida caer al suelo con
sangre brotándole del estómago y a Gabriel siendo abatido por al menos tres
balazos que le acertaron en el pecho.
Viéndome a mí
misma en mitad de un tiroteo potencialmente mortal, me lancé a toda prisa hacia
la puerta para huir de allí, y no fui la única que lo hizo. Los militares
restantes sabían cuándo una batalla no se podía ganar, y después de haber
perdido la iniciativa en el tiroteo, su única escapatoria era poner tierra por
medio. Emilio salió también tras ellos, pero el otro miliciano fue tiroteado
antes de llegar a la puerta.
Corrí para
alejarme de la muerte, aunque también para hacerlo de mis fantasmas. Encontrar
a Maite allí no había sido una casualidad, sino un castigo, el castigo
definitivo que la montaña, incluso ausente, me tenía reservado por haberla
ignorado y haber comenzado esa vendetta personal contra los militares. Mi
castigo consistente en sufrir las vejaciones que me tenía reservadas Aldo no
pudo concluirse, y para empeorarlo todo, yo había respondido matando de nuevo,
así que ahora me lo hacía pagar devolviendo a Maite a mi vida.
Pero yo ya no
aceptaba esa justicia. No desde que me arrebató la paz matando a Héctor, César
y Marga, no cuando me había hecho pagar de forma terrible esas muertes, incluso
después de comprometerme a cuidar de Guille… y mucho menos si Maite volvía a
entrar en la ecuación.
—¡Eh! —me llamó en
voz en grito Fidel cuando nos alejamos lo suficiente de la nave industrial como
para considerar que estábamos a salvo—. ¡Eh, tú! ¿Qué coño te crees que estás
haciendo? ¡Has hecho que maten a Gabi!
No tenía fuerzas
para soportar a ese imbécil, no después de lo que acababa de ocurrir…
—¡Hablo contigo,
pedazo de zorra! —me espetó agarrándome del brazo y girándome para tenerme cara
a cara, pero con lo que se encontró fue con mi pistola encañonándole—. ¿Qué…?
Fueron dos
disparos a quemarropa, y su cuerpo aún estaba cayendo al suelo cuando yo ya
tenía en la mira a Koldo, el último soldado, que alarmado intentó apuntarme con
su fusil.
El disparo que le
atravesó la cabeza le hizo caer hacia atrás y soltar el arma de las manos.
—¿Qué has hecho?
—exclamó Emilio consternado mirando los cuerpos caídos de los dos militares con
los ojos como platos… mi trabajo estaba completado.
—Sobrevivir
—contesté apuntándole también con el arma—. Lo siento, no puedo dejar testigos
de esto.
No tenía ninguna
oportunidad, pero aun así, tardó demasiado en reaccionar, y antes de que
pudiera sujetar su rifle de la forma correcta ya le había disparado dos veces
en el pecho.
Después de matarle
me quedé allí, contemplando los cuerpos sin vida de los tres hombres mientras
de fondo escuchaba el sonido de las armas de fuego que la gente de Dávila, en
adelante mi gente, empleaba contra los dichosos espectros. Nada de eso me importaba
lo más mínimo, mi mente estaba ocupada por completo en mí, en mi venganza
cumplida y en qué posición me dejaba eso.
No me sentía mejor
con respecto a la humillación y las vejaciones sufridas por haber acabado con
las vidas de todos los que las presenciaron, cabía la posibilidad de que jamás
lo hiciera, pero yo no era una víctima en el asqueroso mundo que los muertos
viviente habían dejado tras su paso… yo era fuerte, y superaría esos
sentimientos igual que había superado todas las pruebas que hasta entonces se
me habían presentado.
—¿Qué ha pasado
aquí? —preguntó Eric unos minutos más tarde, cuando las tropas de Dávila
llegaron por fin hasta mi posición y el cabecilla de los milicianos se encontró
con los cuerpos en el suelo. Junto a él venían como diez hombres más,
acompañados de Rhiannon y tres guerreras salvajes. Ella llevaba en el cuello un
sangriento collar que, o mucho me equivocaba, o eran dos testículos recién
cortados lo que colgaban de él.
Al ver el cuerpo
de Emilio, Rhiannon se agachó a su lado a comprobar si seguía vivo, y cuando
vio que no era así, le cerró los ojos.
—A Ingrid esto la
va a destrozar… —murmuró Eric afectado antes de volverse hacia mí—. Pero, ¿qué
ha pasado?
—Había otra gente
—respondí para que todos pudieran escucharme—. Ellos nos dispararon y les
mataron, mataron también a tres más dentro de la nave.
—¿Gente? —inquirió
el capitán de los milicianos—. ¿Gente armada? ¿De alguna comunidad?
—De alguna
comunidad, sin duda. —Iban todos demasiado limpios como para pensar que seguían
viviendo de manera nómada. Maite debía haber encontrado el refugio que tanto
ansiaba… ojalá los dientes de un resucitado la hubieran encontrado a ella
antes—. Y armados. Todos iban bien armados.
—Dávila debe saber
esto —afirmó Rhiannon poniendo una mano sobre la frente del cadáver de Emilio—.
Si hay otra comunidad por aquí cerca, sin duda querrá conocerla.
“Eso espero” pensé, “eso
espero…”
No hay comentarios:
Publicar un comentario