CAPÍTULO 1: MAITE
—Creo que me voy a
dormir. —anunció Silvio sólo una hora después de que el sol se pusiera;
teniendo en cuenta que a las siete de la tarde ya era casi noche cerrada, no
debían ser más de las ocho… como mi móvil quedó sin batería hacía mucho no
podía saberlo con exactitud.
“No está bien”
pensé al verle dirigirse cabizbajo hacia su tienda de campaña… pero, ¿quién
podía estarlo después de todo lo que había pasado?
La caída de la
civilización fue un golpe muy duro para las mentes de todos. La idea de que
familiares, amigos y toda la gente a la que habías conocido alguna vez podría
estar muerta, o peor, formando parte de los resucitados, era muy difícil de
digerir. Esas bestias ávidas de sangre humana habían acabado con todo y con
todos, y lo peor era que, pese a mis pérdidas, no podía sino considerar que en
el fondo había tenido mucha suerte. Aunque mi marido había muerto, mi hija
Clara seguía viva… y eso era mucho más de lo que tenían la mayoría. Sin embargo,
conforme los días iban pasando, no podía dejar de preguntarme cada vez más a
menudo si de verdad se podía decir que había tenido tanta suerte como creía; vale
que tenía a mi hija conmigo, pero no tenía ni idea de cómo iba a apañármelas
para mantenernos a ambas con vida en adelante. Algo que hasta hacía un mes
todos considerábamos seguro, como era el no tener que temer por tu vida, el no
tener que preocuparte por tu supervivencia, se había esfumado igual que se
había esfumado cualquier otro vestigio de civilización.
El grupo de
supervivientes que intentamos salir de la ciudad cuando se cortó el suministro
de agua estuvo formado por más de veinte personas en su origen, sin embargo, cuando
logramos llegar a las afueras de Madrid no éramos ni una cuarta parte. Familias
enteras se habían quedado por el camino, niños, mujeres y ancianos pasaron a
formar parte de los muertos vivientes o habían sido devorados vivos… ¿cómo iba
a apañármelas para cuidar de Clara si la muerte era la única certeza? Cuando
decidí ser madre, nunca pensé que mi labor iba a ser proteger a mi hija del fin
del mundo.
Salir de la ciudad
fue como salir del infierno, pero sabía que sólo era una ilusión de seguridad
lo que tenía desde entonces, un leve respiro que no podía durar demasiado. No
ayudaba nada el ser consciente de que no había un objetivo a donde ir, que todo
se había ido a la mierda sin remedio… volarse la cabeza y acabar con todo nunca
resultó tan tentador.
Sin saber a dónde
dirigirnos una vez fuera de la ciudad, nos instalamos a tan sólo unos metros de
la M-40, al norte de Madrid, y nos dedicamos a esperar ninguno sabía muy bien
qué. Era tan mal sitio como cualquier otro para detenerse.
Pese a ser
invierno, la temperatura nos estaba dando un respiro y resultaba soportable
durante el día, pero durante la noche bajaba hasta casi los cero grados,
obligándonos a encender hogueras para entrar en calor, lo cual era peligroso porque
la luz podía atraer a los muertos vivientes hacia nosotros. Con un bidón
oxidado que encontramos logramos cubrir las llamas al máximo y pudimos
permitirnos una hoguera, pero la leña tampoco era muy abundante por allí, donde
la vegetación circundante se componía tan sólo de unos cuantos matorrales
demasiado verdes. Esos mismos matorrales eran los que conseguían que el
campamento quedara fuera de la vista si mirabas desde la carretera.
No demasiado lejos
de allí descubrimos una gasolinera unos días atrás, y algunos se aventuraron a
su interior porque nos pareció que una estructura cubierta era mejor refugio
que la intemperie, pero el lugar ya había sido atacado por los resucitados.
Encontraron un par de cadáveres dentro, y como las puertas rotas lo hacían casi
indefendible en caso de ataque, determinaron que lo más sensato era no
instalarse allí y quedarnos acampados detrás de los arbustos, desde donde se
podía ver a un muerto andante un kilómetro antes de que llegara hasta nosotros.
Aquella noche
estaba siendo mucho más fría que las de los días anteriores, de modo que nos reunimos
casi todos alrededor del bidón oxidado, nuestra única fuente de calor tras
lograr hacer arder en su interior unas cuantas ramas secas. Tras varios días de
largos silencios, caras de miedo y dolor por todo lo perdido por fin algunos
supervivientes empezaban a atreverse a relatar lo que padecieron para lograr
convertirse en tales.
—La base militar
era un infierno —nos contó Aitor, que relataba cómo acabó cayendo el ejército,
un tema que despertaba mucho interés entre nosotros debido a que en las últimas
semanas de civilización los militares estaban en boca de todos, antes de que
Silvio le interrumpiera. Parecía que ellos iban a ser nuestra salvación, pero no
terminaron resultando muy efectivos, a juzgar por los resultados—. Ordenaron
abandonar y replegarse en la zona segura a todos los efectivos de la ciudad, mi
unidad, sin embargo, estaba demasiado lejos de allí, y los reanimados nos
tenían rodeados. Al final cogimos el jeep e intentamos abrirnos paso para salir
de allí… nos fue muy mal, sólo sobrevivimos el voluntario y yo. Él se largó a
buscar a su familia, espero que los encontrase y pudieran ponerse a salvo en
alguna parte, y yo fui a recoger a Raquel con el jeep. Aún no sé cómo logré
atravesar media ciudad tomada por los muertos, pero lo hice.
Aitor no era más
que un crío, me hubiera jugado mi mano derecha a que no había cumplido los
dieciocho años todavía, y su novia Raquel tampoco. No tenía ni idea de cómo un
chaval tan joven había entrado a formar parte del ejército, aunque supuse que
cuando las cosas se pusieron realmente feas los militares no rechazaron a
ningún candidato. El chico tenía “carne de cañón” escrito en la frente, pero
había demostrado tener la habilidad necesaria para sobrevivir hasta ese momento,
cosa nada desdeñable.
“Al menos se le ve
con esperanza” me dije mientras escuchaba su relato; pese a que se notaba que
había pasado por una experiencia difícil todavía tenía el ánimo de seguir
adelante, tal vez movido por el vitalismo de su corta edad.
El caso contrario
era el de Agus, el último que llegó hasta el campamento y el que menos ganas
tenía de comunicarse con nadie. Desde que se topó con nosotros cuando conducía
por la M40 tras huir de la zona segura, se pasaba los días y las noches
vigilando subido encima de su coche, que era tan antiguo que debió dejar de
fabricarse en los noventa… y por el aspecto, también debió dejar de lavarlo
desde entonces. Fue él quien nos trajo la dolorosa noticia de que la zona
segura había caído, destruyendo todas nuestras esperanzas de que un rescate
militar nos sacara de aquella agonía y nos devolviera a nuestra vida de
siempre.
Jorge, un
hombrecillo desagradable al que ya conocía por haber estado refugiado con mi
marido y conmigo en el polideportivo del que finalmente tuvimos que huir, daba
vueltas por allí con un puro encendido en la mano y logró distraerme de mis
pensamientos. Esos puros eran uno de los pocos lujos que pudo salvar de su vida
anterior al fin del mundo, cuando se dedicaba a importar aparatos electrónicos
de países del este y, según creía, manejaba importantes sumas de dinero. Al
verle moverse de un lado a otro, Óscar, que tampoco estaba sentado en el fuego
porque era su turno de guardia, se acercó a él.
—Apaga esa mierda —le
ordenó de malos modos, lo cual sólo consiguió que Jorge sonriera con desdén—.
Pueden verlo.
—¿Crees que van a
ver un puntito brillar desde más de un kilómetro de distancia? —replicó él sin
tomarse en serio la amenaza—. Creo que estás un poco paranoico.
—Te sorprendería
lo lejos que se puede ver un fuego, por pequeño que sea, cuando no hay otras
luces. ¿Por qué te crees que cubrimos la hoguera con un bidón? —le respondió Óscar
con un desdén parecido al que le había mostrado él con anterioridad—. Apaga esa
mierda o fuma detrás de los arbustos, pero como atraigas a alguno de esos
muertos, vas a tener que ir a matarlo tú solo.
Jorge accedió a
regañadientes y terminó sentándose en el suelo para que los arbustos le
cubrieran. Por poco que le gustara Óscar, él había sido cazador, y sabía lo
suficiente de supervivencia como para que hubiéramos aprendido a respetar su
opinión en esos temas. Además, era uno de los pocos que tenía los redaños
suficientes para plantarle cara a un resucitado sin que le temblara el pulso,
aunque habitualmente lo hacía a distancia con una ballesta de caza que siempre
llevaba encima.
Tras la interrupción, Aitor continuó con su
historia.
—Luego quisimos ir
a la zona segura, pero estaba rodeada de reanimados y era imposible entrar, así
que salimos de la ciudad y acabamos aquí, con vosotros. —concluyó.
—¿Y qué pasa con
lo otro, con lo que importa? —intervino Jorge desde su arbusto—. ¿Se ha
encontrado alguna cura, alguna solución? ¿Se sabe al menos qué coño hace que
los muertos se levanten?
—Se barajaron
varias hipótesis después del fracaso de la teoría de una mutación del Ébola —le
respondió Luís. Luís no era precisamente el hombre más valiente del mundo, pero
había sido cirujano durante años, hasta que montó con su socio una clínica
privada de cirugía estética, y sus conocimientos médicos valían su peso en oro.
No sabía si los demás lo habían pensado, pero sin hospitales, sin farmacias y
sin clínicas estábamos expuestos a cualquier cosa, y yo me alegraba que hubiera
alguien con el título de médico entre nosotros—. Sé que los chicos de la
universidad estuvieron investigando hasta el último momento.
—Sí —confirmó
Aitor asintiendo con vehemencia—. Oí que también se hizo todo lo posible por
mantener las comunicaciones entre universidades y laboratorios de toda Europa,
pero no sé cómo acabó eso.
—No acabó bien. —intervino
Judit limpiándose las gafas con el jersey.
Judit había
llegado al campamento sólo un par de días más tarde que nosotros, cuando aparecieron
también Sebas, Toni y Silvio. Era una chica menuda de no más de veinte años,
bastante retraída y, por lo que decía, una superdotada que a su corta edad ya
tenía un doctorado en biología molecular y otras dos carreras para completar su
currículum.
Todos nos quedamos
mirándola esperando que, como se diría en el ámbito académico, desarrollara un
poco su respuesta, y aquello pareció sorprenderla.
—Yo… estuve allí,
trabajando en el laboratorio de la universidad en contacto con investigadores
del CNI y con otras universidades, principalmente inglesas y alemanas —nos
explicó—. Antes de que los militares nos sacaran de allí no habíamos obtenido
ningún resultado. Lo único que pudimos confirmar es que esos seres estaban
muertos, excepto determinadas partes del cerebro que permanecían activas post
mortem, y que es lo que les permite levantarse y caminar. Pero no identificamos
tóxico o patógeno que pudiera explicar esa conversión. Debido a que a los
animales no les afecta, pensamos que su origen sería algún tipo de organismo
especializado, no obstante, no hubo ningún resultado concluyente, detectamos
algunas prote…
—Vamos, que seguimos sin tener ni idea de por
qué ha ocurrido esto —resumió Jorge desde el suelo dándole una calada al puro—.
Joder, ¿para esto pagaba impuestos? Una puta plaga apocalíptica de cadáveres
antropófagos y...
—¡Ya lo hemos
entendido! —le interrumpió Félix poniendo fin a su perorata.
Igual que todos
escuchábamos a Óscar cuando hablaba porque reconocíamos que era quien más sabía
sobre cómo salir adelante en la situación de supervivencia como en la que nos
encontrábamos, también todos escuchábamos a Félix, no tanto por sus habilidades
como porque era una persona razonable y diplomática que siempre sabía cómo
evitar un conflicto antes de que se produjera… y también cerrarle el pico a Jorge
cuando era necesario. Entre los dos eran quienes más o menos dirigían a todo el
grupo, si es que había algo que dirigir cuando todo lo que hacíamos era dormir
y ver pasar los días, con alguna incursión ocasional a por comida y agua.
—Mamá, tengo
hambre. —se quejó Clara, que hasta ese momento había dormitado en silencio a mi
lado, ajena a todo lo que se había estado diciendo.
Clara había heredado
de mí los ojos, la piel clara y llena de pecas que yo también tenía a su edad y
la melena pelirroja. Al igual que a los demás, todo por lo que tuvo que pasar consiguió
que se mostrara temerosa incluso de apartarse de mi lado. No es que me
molestara tenerla siempre pegada, al contrario, en la situación en la que
vivíamos prefería tenerla siempre cerca y vigilada, pero me dolía ver cómo una
niña que desde bien pequeñita había sido muy independiente se había convertido
en una niña siempre asustada. Solía tener pesadillas por las noches, sobre todo
desde que murió su padre, y yo no sabía qué podía hacer para remediarlo.
—Lo sé, cariño, ahora
veremos si queda algo para cenar. —le respondí pese a saber que con toda
probabilidad no quedaría nada.
El problema que cada
vez nos preocupaba más era que la comida comenzaba a escasear. Al principio era
fácil acercarse a alguna tienda cercana y coger algo; entre Óscar, Félix y
algún otro, como el siempre voluntarioso Aitor, buscaban en el linde de la
ciudad algún comercio y traían todo lo que pudiera resultar útil de él. Pero
casi todo había sido saqueado antes de que nosotros empezáramos a hacerlo,
quizá por algún otro grupo como el nuestro, o puede que incluso antes de que la
ciudad cayera, y adentrarse en ella era entrar en territorio de los muertos.
—No andamos muy
bien de provisiones —advirtió Félix torciendo el gesto—. Por más que racionemos,
no hay para más de un par de días, y eso pasando hambre… por no hablar de que
si no llueve estaremos sin agua mañana.
—Deberíamos pensar
en ir mañana por la mañana otra vez a buscar algo de comer. Si no hay tiendas
cerca, puede que por aquí haya algún animal que pueda cazarse… o algo —sugirió Sebas
con timidez, o sea, como solía hablar siempre.
Para haber
trabajado como guardia de seguridad, Sebas no daba la talla de uno de ellos; era
más bien delgado, tirando a bajito y no tenía aspecto agresivo o intimidante.
Llegó acompañado de Judit, a quien encontró vagando por la carretera, y de
Toni, un hombre con claras raíces africanas manifestadas en su oscura piel.
Como si fuera algo sin importancia, nos contó que se refugió en la comisaría
más cercana que encontró cuando las cosas se pusieron mal, pero los muertos
vivientes ya habían hecho una visita a ese lugar y no quedaba nadie… sólo Toni,
que se encontraba allí tras haber sido detenido por saqueador. Según Toni, la
policía le cogió cuando saqueaba una tienda en busca de comida porque no
encontró tiendas abiertas cuando estaba refugiado en su casa con su familia. Se
pasó cinco días allí encerrado, dos de ellos rodeado de muertos, hasta que
llegó Sebas y le abrió la celda.
Su historia tenía
sentido, pero causó algunos recelos, en especial porque antes de irse de la
comisaría con Sebas cogió la pistola de un policía, lo que hacía que fuera uno
de los pocos hombres armados del grupo. Sólo el propio Sebas, con su pistolita
reglamentaria, Aitor, con su fusil del ejército, y Félix, con un rifle de caza
que le prestó Óscar, tenían armas de ese tipo. También contábamos con la
ballesta de Óscar y el hacha de Érica, además de algunos cuchillos, para
defendernos si los muertos vivientes llegaban, pero como no vivíamos en Estados
Unidos, ninguno de nosotros tenía la menor idea ni de por dónde empezar a
buscar para conseguir mejores armas.
No obstante, conforme
los días fueron pasando y Toni resultó ser tan inofensivo como cualquiera, y
desde luego mucho más agradable que Óscar o Érica, los recelos desaparecieron.
—Esto es un
puñetero secarral —respondió Óscar a la sugerencia de Sebas de ir de caza—.
Aquí no hay fuentes de agua, y sólo se pueden cazar ratas y perros callejeros.
—Sé que no os va a
gustar, pero la opción que queda es adentrarse aún más en la ciudad. —sugirió Félix
sabiendo que la propuesta no sería muy bien recibida por nadie. Ninguno estaba
tan loco como para arriesgarse a una muerte segura profundizando demasiado en Madrid.
—Es una broma, ¿no?
—replicó Toni, que había permanecido en silencio hasta entonces, pero muy
atento a todo lo que se decía—. No salí de ese infierno para volver a entrar…
tío, ese lugar está plagado de esos bichos muertos vivientes, meterse ahí en un
suicidio.
—Podríamos ir a mi
casa. —propuso Raquel.
Raquel había permanecido
también callada y sentada al lado de Aitor mientras éste contaba su historia,
pero a diferencia de Toni, no parecía demasiado interesada en lo que se había
dicho desde entonces. Por lo poco que había llegado a conocerla, se veía que era
una chica bastante callada, seguramente por lo afectada que quedó después de
vivir la experiencia que Aitor relató.
El mundo parecía
dividirse en esos momentos en tres tipos de personas: los que como Agus, Silvio
y Raquel se sentían sobrepasados por las circunstancias; los que como Félix y Óscar
habían sacado lo mejor de sí mismos para luchar y seguir adelante, y los que
como yo vivíamos en una especie de limbo, sin haber sido capaces todavía de
digerir lo ocurrido y reaccionar en un sentido u otro.
—¿A tu casa?
Menuda puta mierda de plan. —bufó Érica con desdén.
Sí, quizá no había
tenido en cuenta a Érica al desarrollar las tres categorías anteriores. Estaba
muy claro que ella no podía ser catalogada dentro de ninguna de ellas porque
sencillamente no encajaba en categoría alguna. Esa chica no estaba bien de la
cabeza, la única explicación a su comportamiento era tan simple como eso. No
parecía importarle estar helándose de frío, comiendo conservas y sin poder
asearse durante más de dos semanas; hablaba de la muerte de su madre con una
indiferencia pasmosa, como si en realidad no le importara lo más mínimo; y
sobre todo estaba lo del hacha… cuando llegó a nosotros, venida de no se sabe
dónde, llevaba consigo un hacha de leñador que utilizaba a dos manos, y con las
que disfrutaba matando resucitados.
Y sí, realmente
disfrutaba matándolos: se reía como una loca cada vez que tenía que hundía el
filo del hacha en la cabeza de uno y se pringaba con la sangre que salpicaba
como resultado de aquel acto. A veces no sabía que daba más miedo, si los
muertos vivientes o ella.
—A mi padre le
gusta cocinar, tenemos varios frigoríficos en el sótano y dejó la despensa
llena cuando empezó… bueno, todo esto. Almacenó bastante comida como para que
la familia pudiera comer dos meses. —se defendió Raquel.
Todos nos
mantuvimos silencio debido a que la idea nos parecía tan mal como a Érica, pero
no queríamos expresarlo de forma tan directa. Puestos a meterse en la ciudad,
parecía más sensato buscar un supermercado, que tendría más comida y sería más
accesible.
Como siempre, fue Félix
quien tomó la palabra y rompió el silencio.
—Oye, Raquel —comenzó
a decir con suavidad—. Sé que quieres saber qué ha sido de tu familia, si
siguen bien, pero ir allí ahora es una mala idea, meterse en la ciudad ya es
arriesgado, y…
—¡No es una mala
idea! —le interrumpió Aitor—. Su casa está en Mirasierra, justo aquí abajo. No
tendríamos que penetrar mucho en la ciudad, y la mayoría de esa gente fue
evacuada o se largaron antes de que la cosa se pusiera realmente fea, por lo
que no habrá muchos reanimados por las calles. Sé que suena a locura, pero me
parece que puede salir bien.
Félix se giró
hacia él y abrió la boca, seguramente para explicarle también con mucha
diplomacia por qué aun así era una mala idea, pero Óscar le detuvo poniéndole
una mano en el hombro.
—El chico puede
tener razón —se pronunció—. No debería ser difícil entrar en un barrio como ese,
y es menos probable que una casa haya sido saqueada, ¿no? Todas las tiendas que
hemos visto hasta ahora fueron vaciadas casi por completo, una casa particular,
por otra parte…
—La densidad de
población de Mirasierra es mucho menor que en cualquier otro lugar de la ciudad
—apuntó Judit como dato científico que nadie había pedido—. En teoría, es
cierto que debería haber menos muertos vivientes en sus calles, en especial si
fueron evacuados en etapas tempranas de la expansión de la enfermedad. La
velocidad a la que se desplazan los muertos, la localización geográfica de
Mirasierra y el tamaño de Madrid hace que sea poco probable que hayan llegado
demasiados de otros lugares hasta allí… sobre todo si no tenían víctimas
humanas que les atrajeran en esa dirección.
—¿Estáis hablando
en serio? —estallé yo sin poder resistir más tiempo escuchando todo aquello sin
meterme en la conversación—. Estamos hablando de entrar en la ciudad de nuevo.
Puede que sea un barrio que evacuaron y todo lo que queráis pero… es entrar en
la ciudad. ¿Hasta ese punto estamos desesperados?
—Me parece a mí
que sí —me contestó Óscar—. Estamos casi sin comida, sin agua y no parece que
la situación vaya a mejorar si no hacemos algo. ¿Tienes alguna idea mejor?
No se me ocurría
ninguna, pero hasta morirse de hambre me parecía mejor que arriesgarse con los
muertos vivientes.
—Aguantamos varios
días con lo que encontrasteis en la gasolinera que fue invadida —les recordé—.
Podemos buscar otra gasolinera cercana y ver qué encontramos.
—Precisamente
porque fue invadida seguía habiendo cosas —me contradijo Félix—. De haber
estado libre la habrían saqueado otros. No digo que me parezca una buena idea
ir a casa de Raquel, ojo, pero buscar en gasolineras es perder el tiempo,
debieron ser los primeros lugares que vaciaron.
—Eso nos vuelve a
dejar con una única opción —señaló Óscar cruzándose de brazos—. No tendría que
ser complicado: subimos cuatro al furgón de Sebas…
—¡Eh! ¿Por qué mi
furgón? —protestó el aludido.
—Necesitamos un
vehículo en el que poder meter todo lo que haya en la casa, y para eso hace
falta espacio. —razonó Óscar sin hacer mucho caso a su indignación.
—También
necesitamos espacio para que mis padres y mis hermanos vengan —intervino Raquel
apartándose un mechón de pelo rubio de la cara—. No pueden seguir más tiempo
allí, atrincherados en casa en una ciudad plagada de muertos. Sobre todo ahora
que sabemos que no va a llegar ayuda.
—Tal vez adelante
acontecimientos, pero creo que también deberíamos buscar combustible y guardarlo para reservas —opinó Luís—. Si cada vez vamos a tener que movernos más
lejos para conseguir recursos, necesitaremos combustible. A la larga no
tendremos más remedio que movernos a algún sitio más vivo, con agua, árboles, y
alguna forma de producir comida. No podemos alimentarnos de plantas resecas
toda… bueno, todo el tiempo que pase hasta que esto se arregle de alguna
manera.
Félix suspiró con resignación al ver que no le
quedaba otra que mostrarse de acuerdo con el plan de Raquel. Yo, sin embargo,
no estaba nada convencida; no quería menospreciar a esa chiquilla, no la
conocía tanto como para eso, pero aquello más que un plan sólido me parecía una
excusa de una niña asustada para volver con su familia. No obstante, tanto
Aitor como Óscar apoyaban la
idea, de modo que era posible que me equivocara… Óscar sabía lo que se hacía, y Aitor, por mucho
que quisiera complacer a su novia, no iba a arriesgar su vida tan tontamente, y
mucho menos la de los demás.
—Pues parece que tenemos un plan —resumió Félix—. ¿Quiénes vamos a ir? Has dicho cuatro personas, ¿no es cierto?
—Sí, y yo voy —asintió Óscar con
determinación—. Pero tú no, alguien tiene que quedarse cuidando del campamento
el tiempo que estemos fuera, y más aún si algo sale mal y no volvemos nunca.
¿Quién más se apunta?
Las formas no eran el punto fuerte de Óscar, después de ese “si algo sale mal y no volvemos nunca” no esperaba que
nadie más se ofreciera voluntario… pero me equivocaba, quizá por segunda vez
aquella noche.
—Evidentemente yo,
alguien tiene que guiaros. —se ofreció Aitor poniéndose en pie.
—Yo también voy. —dijo
Raquel, para sorpresa de todos.
—No, tú no vas —replicó
su novio—. Ese lugar podría ser peligroso.
—Es mi casa, voy a
ir quieras o no —respondió ella desafiante—. Si no estoy yo ellos no se
convencerán de que tienen que salir de allí, y tampoco entregarán la comida.
¿No os parece?
—Bueno, entonces
yo me quedo a vigilar el campamento —dijo Félix— Como bien ha dicho Óscar, no
podemos dejar esto desprotegido.
—No pienso meterme
en la ciudad ni loco —exclamó Jorge que, aunque nadie le había preguntado,
debió pensar que ya había permanecido callado demasiado tiempo—. Así que
también me quedo a vigilar.
—Creo que podéis
contar con nosotros —se ofrecieron Sebas y Toni—. A fin de cuentas, el furgón
es nuestro, y unas armas de fuego os vendrían bien.
—No, los dos no —objetó
Óscar negando con la cabeza—. Es igual que con Félix, uno debería quedarse aquí.
Si tenemos que esperar a que Jorge proteja este lugar, cuando volvamos nos
encontraremos un cementerio.
—En ese caso iré
yo —resolvió Sebas—. Sé manejarme con un furgón policial mejor que Toni… al
menos en el asiento de delante.
—Me parto de risa…
—replicó Toni frunciendo el ceño.
—No sé si queda
hueco, pero contad conmigo también. —Aunque lo veía, no podía creer que fuera Luís
quien estuviera diciendo eso; como ya había dicho, él no era el hombre más
valiente del mundo, y tampoco uno de acción—. La gente de esa casa podría
necesitar un médico, y alguien podría salir herido.
—Muy bien, pues ya
tenemos al grupo de cuatro... no, perdón, de cinco —resumió Óscar colgándose la
ballesta a la espalda, como si estuviera dispuesto a salir para allá en ese
preciso momento, en mitad de la noche—. Será mejor que descansemos, mañana
puede ser un día muy duro.
Dicho lo cual se
encaminó hacia su saco de dormir, y como todos parecían haber dado ya el día
por finalizado, cada uno se retiró también a su refugio particular. En el caso
de Clara y de mí, como en el de la mayoría, se trataba de una tienda de campaña.
Aunque las suyas las habían conseguido en un saqueo, la mía era realmente de mi
propiedad: en el pasado había pertenecido a mi hermano, a quien le solía gustar
el alpinismo. Como vivía en Barcelona, no tenía ni idea de qué había sido de
él, y tampoco una forma de averiguarlo, lo cual era difícil de digerir cuando
había que sumarlo a todas las demás cosas.
—Buenas noches,
cielo. —le dije a Clara después de darle un beso en la frente y dejarla liada
entre las mantas.
—¿No vienes a
dormir? —me preguntó alarmada; por las mañanas solía llevar un poco mejor sus
miedos, pero en cuanto caía la noche, éstos la superaban.
—Ahora voy,
cariño, sólo voy a sacudir mi manta —la tranquilicé—. Ya te he dicho muchas veces
que no comas encima de las mantas.
—Sigo teniendo
hambre… —protestó.
Me reprendí a mí
misma por haber sacado el tema de la comida cuando ya parecía olvidado. Más
valía que al día siguiente volvieran con una buena cantidad de provisiones, o
si no íbamos a pasar hambre de verdad.
Salí fuera con la
manta en la mano para limpiarla de migajas, sin embargo, cuando el estómago
comenzó a rugirme casi me arrepentí de haber dejado que el viento se las
llevara.
—Pienso ir, es mi
casa y es mi familia —escuché la voz de Raquel junto a la hoguera, allí
permanecían también su novio y Félix—. Prefiero saber a no saber… además, Aitor
me ha enseñado a disparar si fuera necesario.
—Puede ser
peligroso, y tendréis que estar a pleno rendimiento mañana —afirmó Félix—. Esta
noche cubriremos vuestras guardias, le diré a Érica que me ha parecido ver
algunas siluetas a lo lejos y que podrían acabar acercándose resucitados al
campamento, eso la mantendrá alerta y a la espera varias horas… me sigue
pareciendo mala idea que vayas con ellos, Raquel, pero ya eres mayorcita para
tomar tus propias decisiones.
Después de aquello,
tanto Aitor como ella se dirigieron hacia su tienda, que habían encontrado en
la gasolinera y que era casi tan pequeña como la mía, donde apenas cabíamos mi
hija y yo. Mi hermano la había utilizado para acampar en la montaña él solo, y
las pocas veces que la habíamos usado mi marido y yo, antes de que naciera
Clara, no había sido precisamente para estar separados.
—¿Es necesario que
vayas? —insistió Aitor—. A mí me conocen, les diré que estás bien y les contaré
lo que ha pasado y dónde estás… les convenceré para que vengan, te lo prometo.
—No seas pesado,
voy a ir y punto. Es mi casa y es mi familia —repitió Raquel mientras ambos
entraban en la tienda—. Además, mi padre te odia, ¿recuerdas?
“Como vea dónde
estáis durmiendo los dos sí que le va a odiar” me dije doblando la manta que
había salido a sacudir antes de volver a mi propia tienda.
No podía evitar
preguntarme si esos dos habían llegado a consumar su relación en el tiempo que
habían pasado con nosotros en el campamento. En las condiciones en las que
vivíamos nadie parecía tener cuerpo para esas cosas, pero estaban en una edad
donde las hormonas tiraban más que el sentido común, y durmiendo tan juntos
durante más de dos semanas…
Abandoné esos
pensamientos más propios de una maruja que de mí y volví con Clara a la tienda.
Esa noche no me tocaba hacer guardia, así que podría dormir de un tirón si es
que una pesadilla de mi hija no me lo impedía. Me tumbé a su lado y me cubrí
con la manta lamentando que el apocalipsis no hubiera llegado en verano en
lugar de haberlo hecho en invierno.
Unos minutos más
tarde aún no me había dormido. Sentía los pies helados, pero lo que no me
permitía conciliar el sueño era escuchar a Clara sorbiéndose los mocos.
—¿Qué pasa? —le
pregunté cuando vi que ese llanto medio silencioso en el que estaba sumida no
tenía previsto acabar pronto; por supuesto, no era la primera vez que lloraba
por las noches, ni durante el día, y me dolía la impotencia que sentía a la
hora de consolarla porque no sabía cómo hacerlo… lloraba por unas cosas por las
que habría llorado yo también.
—Es que echo de
menos a papá. —confesó lagrimeando.
—Ya lo sé, cariño,
yo también —le dije yo abrazándola por debajo de las sábanas y dejándola llorar
a gusto—. Yo también.
Un minuto más
tarde me había unido a ese llanto, aunque en mi caso intentaba disimularlo para
no asustar más a mi hija. No sólo lloraba por mi marido, también por todos
aquellos a los que había perdido: mi hermano, su mujer y mis sobrinos, mis
padres, la gente de la oficina donde trabajaba antes de que todo se fuera a la
mierda, los amigos, los vecinos… seguramente todos estaban muertos, o peor aún,
formando parte de los muertos más peligrosos, los que todavía se movían.
Con ese triste
pensamiento debí quedarme dormida, y a primera hora de la mañana, apenas hubo
salido el sol, me desperté después de una noche en apariencia sin incidentes.
Clara seguía dormida, y me alegré mucho al comprobar que al menos la llantina
le había servido para no tener pesadillas durante el resto de la noche… debía
ser la primera desde que su padre murió en la que no soñaba.
Al asomarme al
exterior de la tienda descubrí que el día había amanecido soleado, aunque
inusualmente frío. La hoguera fue apagada poco después de que nos acostáramos
porque por la mañana el humo podía atraer resucitados, pero aun así, algunos
miembros del grupo se habían reunido alrededor de las ascuas que quedaban de
ella para entrar en calor.
Frente a la tienda
de campaña donde dormían Aitor y Raquel se encontraban ya los dos equipándose
para el viaje que iban a emprender; Agus ya se había colocado encima de su
coche mirando a la nada, igual que llevaba haciendo desde que llegó; Judit
había hecho de una roca su asiento y se limpiaba las manos con una toallita
húmeda, que era lo más parecido a asearse a lo que podíamos aspirar en esos
días; Jorge permanecía de pie intentando calentarse con el poco calor que el
bidón pudiera desprender todavía; Óscar ponía a punto su ballesta practicando
disparos contra un neumático viejo que hubo que cambiar a uno de los coches
unos días atrás, y Érica con su hacha y Félix con el rifle aparecieron de
detrás de los arbustos en ese mismo instante tras terminar su guardia nocturna.
—Eso es que ya me
toca vigilar a mí —exclamó Toni cogiendo su pistola, pero antes de marcharse se
volvió hacia Sebas y le tendió la mano—. Buena suerte... os va a hacer falta
ahí dentro.
—Sí… bueno…
gracias. —respondió él un poco asustado.
Al verme ya en pie
Félix se acercó a mí. Por lo que parecía, Érica llevaba hablándole ya un buen
rato, y todo indicaba que estaba un poco hasta los huevos de la chica.
—…entonces le
rebané la cabeza al puto podrido… —iba contando con un enfermizo entusiasmo— y
el muy hijo de puta seguía intentando morder. ¿Te lo puedes creer? Es decir...
su cuerpo no, sólo su puta cabeza en el suelo, ¿te lo imaginas? ¡Una jodida cabeza
cortada intentando morder…! ¡Qué hijo de puta! Era un pesado cuando estaba vivo,
pero seguía siéndolo al transformarse en un puto hijo de puta de esos…
—Eh… si, es una
historia muy interesante… oye, ¿por qué no vas a calentarte mientras yo hablo
con Maite? —la interrumpió él intentando ser amable.
Encogiéndose de
hombros con indiferencia, se acercó al bidón y se colocó junto a Jorge frente a
las ascuas. El insufrible empresario hizo una mueca de desagrado al descubrir
que la muchacha tenía salpicaduras de sangre sobre la chaqueta.
—Que nunca te
toque una guardia con ella —suspiró Félix torciendo el gesto—. Está como una
cabra… o como diría ella: como una puta cabra. ¿Cómo habéis dormido?
—Como hemos
podido, la verdad —le respondí mientras intentaba que los huesos de la espalda
me crujieran y dejara de sentirla entumecida—. Pero mejor que otras noches.
¿Habéis peleado con un resucitado?
—Érica consideró
que uno se había acercado demasiado, así que fue ella misma a matarlo del todo
—respondió suspirando otra vez—. No llegó a acercarse, pero pensé que le
vendría bien un poco de ejercicio, así que no me opuse.
—Ya veo. —dije
dirigiendo la mirada hacia la chica, que entrando en calor delante del bidón
parecía normal… mi mayor temor con respecto a ella era que necesitara alguna
medicación para la cabeza, y lo que pudiera pasar después de tanto tiempo sin
tomarla.
—¿Aún duerme
Clara? —me preguntó Félix—. ¿Otra vez pesadillas?
—No, al contrario
—repliqué un poco animada por ello dirigiendo mi mirada hacia la tienda; al
menos parecía tranquila, aunque no quería estar muy lejos cuando despertara—.
Anoche… bueno, no importa, ha dormido del tirón y creo que no ha soñado, voy a
dejarla dormir lo que quiera hoy y que recupere el sueño atrasado, tampoco
tiene mucho sentido hacerla madrugar.
—Poco a poco uno
se va acostumbrando —afirmó con pesar—. Te vas haciendo a la idea de lo que
hay, y de lo que nos espera.
—Unos más que
otros… —dejé caer pensando en Silvio y en Agus.
—Yo creo que si se
mantiene ocupada le hará mucho bien —opinó—. Ponerla a ayudar en alguna de las
tareas, como recogiendo palos para la hoguera o algo así, la distraerá de todo
por lo que está pasando.
—Puede ser —admití
al darme cuenta de que podía tener razón; una mente ocupada tiene menos tiempo
que perder con malos pensamientos—. La veía tan mal y tan asustada que no
quería agobiarla mandándole cosas que hacer, pero quizá sea lo mejor. Luego la
pondré a doblar las mantas de la tienda o algo.
Félix asintió y se
dirigió hacia los héroes, o los idiotas, que iban a jugarse el pellejo entrando
en una Madrid invadida por los muertos vivientes, que ya se habían reunido
alrededor del furgón en el que iban a marcharse. Teniéndolos ahí de pie a los
cinco me pregunté si volvería a verlos a todos alguna vez, y sentí algo de
miedo por ellos. Cuando casi todo en tu vida ha muerto, a las únicas personas
que estás seguro de que están vivas se les termina cogiendo cariño.
—Llevad cuidado al disparar, hacedlo lo menos
posible porque el ruido les atraería y sería casi peor que no hacer nada. Que
Érica utilice su hacha, o coged alguno de los cuchillos. —le aconsejó Óscar a Félix
cuando llegó a su altura.
—Nos las
apañaremos, sois vosotros los que os la vais a jugar allí dentro —respondió éste—.
Espero que todo os vaya bien, estaremos vigilantes esperando que volváis.
—No debería
llevarnos demasiado —aseguró Aitor—. Se llega con facilidad a la casa de
Raquel, será sólo cargar la comida y regresar con ellos aquí. Quizá también
podamos sacar un botiquín y alguna herramienta que nos sea útil.
—Cuando se trata
de esos seres, nunca se sabe —le contradijo Félix—. Mejor llegar tarde y vivos
que pretender llegar pronto y al final no llegar.
—Menos rollo, que
pareces mi madre —protestó Óscar estrechándole la mano—. Venga, gente, nos
vamos. Esta noche cenaremos comida de verdad o cenaremos en el infierno.
Al abrir la parte
trasera del furgón policial que Sebas y Toni utilizaban para dormir, vi que en
su interior, además de varias mantas, había un par de bidones de agua vacíos.
—Esto nos servirá
para coger agua —valoró el cazador echándoles un vistazo—. No parece que vaya a
llover en los próximos días, y estamos algo escasos.
—En mi casa
bebíamos agua mineral, seguramente mi padre tenga en la despensa una buena
cantidad de botellas. Como ya he dicho, aprovisionaron bastante bien la casa
cuando empezó todo esto... —repitió Raquel, que parecía incluso animada ante la
perspectiva del viaje—. Será mejor que vaya yo en el asiento de delante para
guiaros.
Se dirigió al
asiento del copiloto sin esperar el visto bueno de nadie, y ese repentino
entusiasmo no me transmitió buenas vibraciones… era muy fácil caer en la
imprudencia y que todo terminara en una desgracia. Coincidiendo conmigo, Óscar
le lanzó una dura mirada a Aitor.
—No me gusta nada
la actitud de tu novia. —le espetó.
—¿Qué quieres
decir? —respondió él frunciendo el ceño.
—Habla de su
familia como si estuviera segura de que sigue vivita y coleando —le contestó el
cazador—. Han pasado más de dos semanas, en estas condiciones, eso es mucho
tiempo, ¿estás seguro que no será un problema si resulta que no es así?
Durante un segundo
Aitor no supo que contestar.
—No será un
problema —le aseguró por fin—. ¡Venga! ¿Tenéis todos las armas listas? ¡Pues
vámonos ya!
El furgón arrancó
y los cinco se marcharon por la M40 probablemente en el único momento de la
historia de la ciudad en la que esa carretera no tenía tráfico, lo cual daba
una idea bastante precisa del nivel apocalíptico de destrucción que habían
causado los muertos vivientes.
El barrio, nada
humilde por cierto, donde vivía Raquel estaba muy cerca de donde habíamos
acampado, y tenían razón cuando decían que no se aventurarían demasiado dentro
de la ciudad… pero aun así, tenía un temor dentro que no era capaz de suprimir.
Después de todo lo ocurrido, más gente muerta era lo último que quería.
Clara salió de la
tienda frotándose los ojos y bostezando. En cuando me vio a apenas dos metros
de ella vino corriendo a mi lado y me agarró de la mano.
—Buenos días,
cariño. ¿Has dormido bien? —le pregunté.
Se limitó a asentir
con desgana. Todavía tenía cara de sueño, pero lo que no tenía eran las
espantosas ojeras de otras mañanas tras una noche casi en vela o plagada de
pesadillas.
—¿No hay nada para
desayunar? —quiso saber.
—No sé, supongo
que después de no haber cenado anoche ya nos toca. Vamos a preguntarle a Félix.
—le contesté dirigiéndonos hacia él, que seguía mirando el lugar por donde el
furgón se había perdido de vista.
—Félix, Clarita
pregunta si nos toca desayunar esta mañana o seguimos castigadas. —bromeé con él
cuando llegamos a su altura.
—Sí, creo que ya
nos toca comer algo, ¿verdad? —exclamó éste—. Vamos con los demás.
Seguimos a Félix
hasta el bidón, y una vez estuvimos todos allí, fue a la tienda de campaña
donde guardábamos la comida, de la que salió unos segundos más tarde con varias
latas cargadas entre los brazos, un par de tarros de cristal con salchichas
dentro y algunas conservas.
—¡Por fin! —gruñó
Jorge al ver que la comida llegaba hasta nosotros—. Es inhumano esto de
tenernos toda la noche en ayunas.
—Si no vuelven con
más comida, vas a saber tú lo que es estar en ayunas —le advirtió él comenzando
a repartir lo que había sacado entre todos—. Érica, ¿quieres hacer el favor de
ir a la tienda de Silvio y despertarle? Supongo que también querrá comer algo.
La chica obedeció
y se dirigió hacia su tienda mientras Félix nos daba a Clara y a mí el bote de
cristal con salchichas. Lo abrí y dejé que fuera ella la primera en coger una…
—¡Agh! ¡Tío!
¡Mierda, joder! —se escuchó… y por el vocabulario utilizado, no me cabía
ninguna duda de que era Érica la que gritaba.
Félix dejó la
comida en el suelo y salió disparado hacia ella, mientras que los demás tan
sólo nos quedamos observando. La chica se había asomado ya a la tienda de
campaña de Silvio, el último miembro de nuestro grupo. Silvio era actor, o eso
decía él porque nadie le recordaba de ninguna película u obra de teatro, de
modo que más bien debía ser un aspirante a actor. Él pertenecía al primer grupo
de personas, al de la gente que se había visto sobrepasada por la situación y
no hacía ningún esfuerzo por intentar sobreponerse y seguir adelante.
Francamente, después de verlo día tras día al borde de un colapso me esperaba
encontrarlo con las venas cortadas o ahorcado cuando Érica gritó, porque nadie
puede aguantar mucho tiempo en ese estado.
Sin embargo,
aunque no era esa la situación, no me había equivocado por mucho…
—¿Qué pasa ahí? —quiso
saber Jorge cuando Félix se asomó también a la tienda.
—¡Mierda!
¡Necesito ayuda! —gritó agachándose en el suelo.
Como Toni vigilaba
la carretera, Agus tan sólo miró la escena sin decidirse a acudir a la llamada
de ayuda, Jorge no parecía dispuesto a mover un dedo por nadie haciéndose el
aturdido y Judit se había quedado sin saber qué hacer, tuve que ser yo quien me
acercara.
—¿Puedes quedarte
con ella un momento? —le pedí a Judit dejando a Clara con ella—. Ahora mismo
vuelvo, cariño.
Me acerqué a la
tienda de campaña de Silvio y me asomé dentro... el cuerpo del aspirante a
actor estaba tirado en el suelo, blanco como una tiza y con espuma en la boca.
—¿Qué ha pasado? —le
pregunté a Félix, que le tomaba el pulso en el cuello, comenzando a ponerme
nerviosa.
—Tiene pulso.
—anunció, y como respuesta, el cuerpo de Silvio se sacudió con un espasmo. Al
hacerlo movió la mochila donde guardaba sus cosas y que utilizaba también de
almohada, y cuando bajo ella me pareció ver algo transparente me agaché a
cogerlo.
—No sé qué le pasa
—decía Félix sin saber qué hacer—. Y el único médico se acaba de largar. ¡Joder,
que oportuno todo!
Lo que Silvio
guardaba bajo su almohada resultó ser una bolsita… una bolsita con un polvo
blanco dentro, un polvo que explicaba perfectamente sus síntomas. Cuando se la
mostré, Félix y yo nos miramos y luego miramos al pobre de Silvio, que se
retorcía sumido en una sobredosis.
—Deshazte de eso con
discreción —me pidió—. Lo último que necesitamos es que Jorge o Érica sepan que
hay droga por aquí.
—Tuvo… tuvo que
tenerla todo este tiempo. —exclamé sin poder creer que no nos hubiéramos dado
cuenta antes de que se estaba metiendo eso en el cuerpo.
—Parece que se le
fue la mano —dedujo Félix—. ¿Sabes qué demonios podemos hacer?
Negué con la
cabeza. No tenía ni la más remota idea de cómo se trataba una sobredosis; lo
más probable era que no hubiera demasiado que pudiéramos hacer sin un hospital
y médicos, pero si moría sería horrible… sobrevivir a todo lo sobrevivido para
morir así era casi de chiste.
—Vamos a intentar
despertarlo, a mantenerle consciente. —propuse sin mucha convicción.
—Traeré un poco de
agua. —se ofreció Félix.
—Avisa a Judit —se
me ocurrió de repente—. A lo mejor ella sabe qué hacer.
Asintió, y mientras
él iba a por el agua, le desabroché los botones de la camisa a Silvio para que
pudiera respirar sin presiones y le coloqué la cabeza de lado para que
escupiera la espuma y no se atragantara con ella. Me aseguré de que Félix no
estuviera cerca antes de acercar la boca a su oreja para susurrarle una
advertencia.
—No sé si ha sido un
accidente o lo has hecho a propósito, pero más te vale luchar… creo que ya
hemos visto demasiadas muertes para una vida entera, ¿no te parece?Escucha la canción
Me gusta este cambio de tercio. Es más dinámico y plasma mejor el ambiente de desolación de los supervivientes. Continua trabajando en ello ;)
ResponderEliminarMe alegra que te guste, sin hacer ascos a lo anterior, ni mucho menos, yo también disfruto más estas historias.
ResponderEliminarEl próximo capítulo estará para eljueves noche- viernes, más probablemente viernes por la mañana, y los protagonistas serán los que se han marchado a buscar comida.
El miedo que tengo es que cuando se agoten estos caramelos no tengas la tarta lista. El mono y la espera van a ser terribiles...
ResponderEliminarPor lo que tengo calculado, Orígenes serán 10 capítulos. Luego puede que haga algunos preludios más antes de hacer otra tanda de capítulos.
Eliminar¿No volveremos a saber nada de Carlos, Sergio, Cris y compañia?
ResponderEliminarPor supuesto que volveremos a saber de ellos. Te dejo el link a un esquemita donde se explicar el órden de los libros (http://2.bp.blogspot.com/-woFiRoOx3js/VET3Y42hLEI/AAAAAAAAAvM/38gnQdkH9uI/s1600/Sin%2Bt%C3%ADtulo.png) El próximo en publicarse será Orígenes III (los capítulos irán subiendo al blog también) y después el último libro, donde ambos grupos se juntarán.
Eliminar