martes, 19 de marzo de 2013

Crónicas zombi, Orígenes: Capitulo 1, Maite





CAPÍTULO 1: MAITE


—Creo que me voy a dormir. —anunció Silvio sólo una hora después de que el sol se pusiera; teniendo en cuenta que a las siete de la tarde ya era casi noche cerrada, no debían ser más de las ocho… como mi móvil quedó sin batería hacía mucho no podía saberlo con exactitud.
“No está bien” pensé al verle dirigirse cabizbajo hacia su tienda de campaña… pero, ¿quién podía estarlo después de todo lo que había pasado?
La caída de la civilización fue un golpe muy duro para las mentes de todos. La idea de que familiares, amigos y toda la gente a la que habías conocido alguna vez podría estar muerta, o peor, formando parte de los resucitados, era muy difícil de digerir. Esas bestias ávidas de sangre humana habían acabado con todo y con todos, y lo peor era que, pese a mis pérdidas, no podía sino considerar que en el fondo había tenido mucha suerte. Aunque mi marido había muerto, mi hija Clara seguía viva… y eso era mucho más de lo que tenían la mayoría. Sin embargo, conforme los días iban pasando, no podía dejar de preguntarme cada vez más a menudo si de verdad se podía decir que había tenido tanta suerte como creía; vale que tenía a mi hija conmigo, pero no tenía ni idea de cómo iba a apañármelas para mantenernos a ambas con vida en adelante. Algo que hasta hacía un mes todos considerábamos seguro, como era el no tener que temer por tu vida, el no tener que preocuparte por tu supervivencia, se había esfumado igual que se había esfumado cualquier otro vestigio de civilización.
El grupo de supervivientes que intentamos salir de la ciudad cuando se cortó el suministro de agua estuvo formado por más de veinte personas en su origen, sin embargo, cuando logramos llegar a las afueras de Madrid no éramos ni una cuarta parte. Familias enteras se habían quedado por el camino, niños, mujeres y ancianos pasaron a formar parte de los muertos vivientes o habían sido devorados vivos… ¿cómo iba a apañármelas para cuidar de Clara si la muerte era la única certeza? Cuando decidí ser madre, nunca pensé que mi labor iba a ser proteger a mi hija del fin del mundo.
Salir de la ciudad fue como salir del infierno, pero sabía que sólo era una ilusión de seguridad lo que tenía desde entonces, un leve respiro que no podía durar demasiado. No ayudaba nada el ser consciente de que no había un objetivo a donde ir, que todo se había ido a la mierda sin remedio… volarse la cabeza y acabar con todo nunca resultó tan tentador.
Sin saber a dónde dirigirnos una vez fuera de la ciudad, nos instalamos a tan sólo unos metros de la M-40, al norte de Madrid, y nos dedicamos a esperar ninguno sabía muy bien qué. Era tan mal sitio como cualquier otro para detenerse.
Pese a ser invierno, la temperatura nos estaba dando un respiro y resultaba soportable durante el día, pero durante la noche bajaba hasta casi los cero grados, obligándonos a encender hogueras para entrar en calor, lo cual era peligroso porque la luz podía atraer a los muertos vivientes hacia nosotros. Con un bidón oxidado que encontramos logramos cubrir las llamas al máximo y pudimos permitirnos una hoguera, pero la leña tampoco era muy abundante por allí, donde la vegetación circundante se componía tan sólo de unos cuantos matorrales demasiado verdes. Esos mismos matorrales eran los que conseguían que el campamento quedara fuera de la vista si mirabas desde la carretera.
No demasiado lejos de allí descubrimos una gasolinera unos días atrás, y algunos se aventuraron a su interior porque nos pareció que una estructura cubierta era mejor refugio que la intemperie, pero el lugar ya había sido atacado por los resucitados. Encontraron un par de cadáveres dentro, y como las puertas rotas lo hacían casi indefendible en caso de ataque, determinaron que lo más sensato era no instalarse allí y quedarnos acampados detrás de los arbustos, desde donde se podía ver a un muerto andante un kilómetro antes de que llegara hasta nosotros.
Aquella noche estaba siendo mucho más fría que las de los días anteriores, de modo que nos reunimos casi todos alrededor del bidón oxidado, nuestra única fuente de calor tras lograr hacer arder en su interior unas cuantas ramas secas. Tras varios días de largos silencios, caras de miedo y dolor por todo lo perdido por fin algunos supervivientes empezaban a atreverse a relatar lo que padecieron para lograr convertirse en tales.
—La base militar era un infierno —nos contó Aitor, que relataba cómo acabó cayendo el ejército, un tema que despertaba mucho interés entre nosotros debido a que en las últimas semanas de civilización los militares estaban en boca de todos, antes de que Silvio le interrumpiera. Parecía que ellos iban a ser nuestra salvación, pero no terminaron resultando muy efectivos, a juzgar por los resultados—. Ordenaron abandonar y replegarse en la zona segura a todos los efectivos de la ciudad, mi unidad, sin embargo, estaba demasiado lejos de allí, y los reanimados nos tenían rodeados. Al final cogimos el jeep e intentamos abrirnos paso para salir de allí… nos fue muy mal, sólo sobrevivimos el voluntario y yo. Él se largó a buscar a su familia, espero que los encontrase y pudieran ponerse a salvo en alguna parte, y yo fui a recoger a Raquel con el jeep. Aún no sé cómo logré atravesar media ciudad tomada por los muertos, pero lo hice.
Aitor no era más que un crío, me hubiera jugado mi mano derecha a que no había cumplido los dieciocho años todavía, y su novia Raquel tampoco. No tenía ni idea de cómo un chaval tan joven había entrado a formar parte del ejército, aunque supuse que cuando las cosas se pusieron realmente feas los militares no rechazaron a ningún candidato. El chico tenía “carne de cañón” escrito en la frente, pero había demostrado tener la habilidad necesaria para sobrevivir hasta ese momento, cosa nada desdeñable.
“Al menos se le ve con esperanza” me dije mientras escuchaba su relato; pese a que se notaba que había pasado por una experiencia difícil todavía tenía el ánimo de seguir adelante, tal vez movido por el vitalismo de su corta edad.
El caso contrario era el de Agus, el último que llegó hasta el campamento y el que menos ganas tenía de comunicarse con nadie. Desde que se topó con nosotros cuando conducía por la M40 tras huir de la zona segura, se pasaba los días y las noches vigilando subido encima de su coche, que era tan antiguo que debió dejar de fabricarse en los noventa… y por el aspecto, también debió dejar de lavarlo desde entonces. Fue él quien nos trajo la dolorosa noticia de que la zona segura había caído, destruyendo todas nuestras esperanzas de que un rescate militar nos sacara de aquella agonía y nos devolviera a nuestra vida de siempre.
Jorge, un hombrecillo desagradable al que ya conocía por haber estado refugiado con mi marido y conmigo en el polideportivo del que finalmente tuvimos que huir, daba vueltas por allí con un puro encendido en la mano y logró distraerme de mis pensamientos. Esos puros eran uno de los pocos lujos que pudo salvar de su vida anterior al fin del mundo, cuando se dedicaba a importar aparatos electrónicos de países del este y, según creía, manejaba importantes sumas de dinero. Al verle moverse de un lado a otro, Óscar, que tampoco estaba sentado en el fuego porque era su turno de guardia, se acercó a él.
—Apaga esa mierda —le ordenó de malos modos, lo cual sólo consiguió que Jorge sonriera con desdén—. Pueden verlo.
—¿Crees que van a ver un puntito brillar desde más de un kilómetro de distancia? —replicó él sin tomarse en serio la amenaza—. Creo que estás un poco paranoico.
—Te sorprendería lo lejos que se puede ver un fuego, por pequeño que sea, cuando no hay otras luces. ¿Por qué te crees que cubrimos la hoguera con un bidón? —le respondió Óscar con un desdén parecido al que le había mostrado él con anterioridad—. Apaga esa mierda o fuma detrás de los arbustos, pero como atraigas a alguno de esos muertos, vas a tener que ir a matarlo tú solo.
Jorge accedió a regañadientes y terminó sentándose en el suelo para que los arbustos le cubrieran. Por poco que le gustara Óscar, él había sido cazador, y sabía lo suficiente de supervivencia como para que hubiéramos aprendido a respetar su opinión en esos temas. Además, era uno de los pocos que tenía los redaños suficientes para plantarle cara a un resucitado sin que le temblara el pulso, aunque habitualmente lo hacía a distancia con una ballesta de caza que siempre llevaba encima.
 Tras la interrupción, Aitor continuó con su historia.
—Luego quisimos ir a la zona segura, pero estaba rodeada de reanimados y era imposible entrar, así que salimos de la ciudad y acabamos aquí, con vosotros. —concluyó.
—¿Y qué pasa con lo otro, con lo que importa? —intervino Jorge desde su arbusto—. ¿Se ha encontrado alguna cura, alguna solución? ¿Se sabe al menos qué coño hace que los muertos se levanten?
—Se barajaron varias hipótesis después del fracaso de la teoría de una mutación del Ébola —le respondió Luís. Luís no era precisamente el hombre más valiente del mundo, pero había sido cirujano durante años, hasta que montó con su socio una clínica privada de cirugía estética, y sus conocimientos médicos valían su peso en oro. No sabía si los demás lo habían pensado, pero sin hospitales, sin farmacias y sin clínicas estábamos expuestos a cualquier cosa, y yo me alegraba que hubiera alguien con el título de médico entre nosotros—. Sé que los chicos de la universidad estuvieron investigando hasta el último momento.
—Sí —confirmó Aitor asintiendo con vehemencia—. Oí que también se hizo todo lo posible por mantener las comunicaciones entre universidades y laboratorios de toda Europa, pero no sé cómo acabó eso.
—No acabó bien. —intervino Judit limpiándose las gafas con el jersey.
Judit había llegado al campamento sólo un par de días más tarde que nosotros, cuando aparecieron también Sebas, Toni y Silvio. Era una chica menuda de no más de veinte años, bastante retraída y, por lo que decía, una superdotada que a su corta edad ya tenía un doctorado en biología molecular y otras dos carreras para completar su currículum.
Todos nos quedamos mirándola esperando que, como se diría en el ámbito académico, desarrollara un poco su respuesta, y aquello pareció sorprenderla.
—Yo… estuve allí, trabajando en el laboratorio de la universidad en contacto con investigadores del CNI y con otras universidades, principalmente inglesas y alemanas —nos explicó—. Antes de que los militares nos sacaran de allí no habíamos obtenido ningún resultado. Lo único que pudimos confirmar es que esos seres estaban muertos, excepto determinadas partes del cerebro que permanecían activas post mortem, y que es lo que les permite levantarse y caminar. Pero no identificamos tóxico o patógeno que pudiera explicar esa conversión. Debido a que a los animales no les afecta, pensamos que su origen sería algún tipo de organismo especializado, no obstante, no hubo ningún resultado concluyente, detectamos algunas prote…
 —Vamos, que seguimos sin tener ni idea de por qué ha ocurrido esto —resumió Jorge desde el suelo dándole una calada al puro—. Joder, ¿para esto pagaba impuestos? Una puta plaga apocalíptica de cadáveres antropófagos y...
—¡Ya lo hemos entendido! —le interrumpió Félix poniendo fin a su perorata.
Igual que todos escuchábamos a Óscar cuando hablaba porque reconocíamos que era quien más sabía sobre cómo salir adelante en la situación de supervivencia como en la que nos encontrábamos, también todos escuchábamos a Félix, no tanto por sus habilidades como porque era una persona razonable y diplomática que siempre sabía cómo evitar un conflicto antes de que se produjera… y también cerrarle el pico a Jorge cuando era necesario. Entre los dos eran quienes más o menos dirigían a todo el grupo, si es que había algo que dirigir cuando todo lo que hacíamos era dormir y ver pasar los días, con alguna incursión ocasional a por comida y agua.
—Mamá, tengo hambre. —se quejó Clara, que hasta ese momento había dormitado en silencio a mi lado, ajena a todo lo que se había estado diciendo.
Clara había heredado de mí los ojos, la piel clara y llena de pecas que yo también tenía a su edad y la melena pelirroja. Al igual que a los demás, todo por lo que tuvo que pasar consiguió que se mostrara temerosa incluso de apartarse de mi lado. No es que me molestara tenerla siempre pegada, al contrario, en la situación en la que vivíamos prefería tenerla siempre cerca y vigilada, pero me dolía ver cómo una niña que desde bien pequeñita había sido muy independiente se había convertido en una niña siempre asustada. Solía tener pesadillas por las noches, sobre todo desde que murió su padre, y yo no sabía qué podía hacer para remediarlo.
—Lo sé, cariño, ahora veremos si queda algo para cenar. —le respondí pese a saber que con toda probabilidad no quedaría nada.
El problema que cada vez nos preocupaba más era que la comida comenzaba a escasear. Al principio era fácil acercarse a alguna tienda cercana y coger algo; entre Óscar, Félix y algún otro, como el siempre voluntarioso Aitor, buscaban en el linde de la ciudad algún comercio y traían todo lo que pudiera resultar útil de él. Pero casi todo había sido saqueado antes de que nosotros empezáramos a hacerlo, quizá por algún otro grupo como el nuestro, o puede que incluso antes de que la ciudad cayera, y adentrarse en ella era entrar en territorio de los muertos.
—No andamos muy bien de provisiones —advirtió Félix torciendo el gesto—. Por más que racionemos, no hay para más de un par de días, y eso pasando hambre… por no hablar de que si no llueve estaremos sin agua mañana.
—Deberíamos pensar en ir mañana por la mañana otra vez a buscar algo de comer. Si no hay tiendas cerca, puede que por aquí haya algún animal que pueda cazarse… o algo —sugirió Sebas con timidez, o sea, como solía hablar siempre.
Para haber trabajado como guardia de seguridad, Sebas no daba la talla de uno de ellos; era más bien delgado, tirando a bajito y no tenía aspecto agresivo o intimidante. Llegó acompañado de Judit, a quien encontró vagando por la carretera, y de Toni, un hombre con claras raíces africanas manifestadas en su oscura piel. Como si fuera algo sin importancia, nos contó que se refugió en la comisaría más cercana que encontró cuando las cosas se pusieron mal, pero los muertos vivientes ya habían hecho una visita a ese lugar y no quedaba nadie… sólo Toni, que se encontraba allí tras haber sido detenido por saqueador. Según Toni, la policía le cogió cuando saqueaba una tienda en busca de comida porque no encontró tiendas abiertas cuando estaba refugiado en su casa con su familia. Se pasó cinco días allí encerrado, dos de ellos rodeado de muertos, hasta que llegó Sebas y le abrió la celda.
Su historia tenía sentido, pero causó algunos recelos, en especial porque antes de irse de la comisaría con Sebas cogió la pistola de un policía, lo que hacía que fuera uno de los pocos hombres armados del grupo. Sólo el propio Sebas, con su pistolita reglamentaria, Aitor, con su fusil del ejército, y Félix, con un rifle de caza que le prestó Óscar, tenían armas de ese tipo. También contábamos con la ballesta de Óscar y el hacha de Érica, además de algunos cuchillos, para defendernos si los muertos vivientes llegaban, pero como no vivíamos en Estados Unidos, ninguno de nosotros tenía la menor idea ni de por dónde empezar a buscar para conseguir mejores armas.
No obstante, conforme los días fueron pasando y Toni resultó ser tan inofensivo como cualquiera, y desde luego mucho más agradable que Óscar o Érica, los recelos desaparecieron.
—Esto es un puñetero secarral —respondió Óscar a la sugerencia de Sebas de ir de caza—. Aquí no hay fuentes de agua, y sólo se pueden cazar ratas y perros callejeros.
—Sé que no os va a gustar, pero la opción que queda es adentrarse aún más en la ciudad. —sugirió Félix sabiendo que la propuesta no sería muy bien recibida por nadie. Ninguno estaba tan loco como para arriesgarse a una muerte segura profundizando demasiado en Madrid.
—Es una broma, ¿no? —replicó Toni, que había permanecido en silencio hasta entonces, pero muy atento a todo lo que se decía—. No salí de ese infierno para volver a entrar… tío, ese lugar está plagado de esos bichos muertos vivientes, meterse ahí en un suicidio.
—Podríamos ir a mi casa. —propuso Raquel.
Raquel había permanecido también callada y sentada al lado de Aitor mientras éste contaba su historia, pero a diferencia de Toni, no parecía demasiado interesada en lo que se había dicho desde entonces. Por lo poco que había llegado a conocerla, se veía que era una chica bastante callada, seguramente por lo afectada que quedó después de vivir la experiencia que Aitor relató.
El mundo parecía dividirse en esos momentos en tres tipos de personas: los que como Agus, Silvio y Raquel se sentían sobrepasados por las circunstancias; los que como Félix y Óscar habían sacado lo mejor de sí mismos para luchar y seguir adelante, y los que como yo vivíamos en una especie de limbo, sin haber sido capaces todavía de digerir lo ocurrido y reaccionar en un sentido u otro.
—¿A tu casa? Menuda puta mierda de plan. —bufó Érica con desdén.
Sí, quizá no había tenido en cuenta a Érica al desarrollar las tres categorías anteriores. Estaba muy claro que ella no podía ser catalogada dentro de ninguna de ellas porque sencillamente no encajaba en categoría alguna. Esa chica no estaba bien de la cabeza, la única explicación a su comportamiento era tan simple como eso. No parecía importarle estar helándose de frío, comiendo conservas y sin poder asearse durante más de dos semanas; hablaba de la muerte de su madre con una indiferencia pasmosa, como si en realidad no le importara lo más mínimo; y sobre todo estaba lo del hacha… cuando llegó a nosotros, venida de no se sabe dónde, llevaba consigo un hacha de leñador que utilizaba a dos manos, y con las que disfrutaba matando resucitados.
Y sí, realmente disfrutaba matándolos: se reía como una loca cada vez que tenía que hundía el filo del hacha en la cabeza de uno y se pringaba con la sangre que salpicaba como resultado de aquel acto. A veces no sabía que daba más miedo, si los muertos vivientes o ella.
—A mi padre le gusta cocinar, tenemos varios frigoríficos en el sótano y dejó la despensa llena cuando empezó… bueno, todo esto. Almacenó bastante comida como para que la familia pudiera comer dos meses. —se defendió Raquel.
Todos nos mantuvimos silencio debido a que la idea nos parecía tan mal como a Érica, pero no queríamos expresarlo de forma tan directa. Puestos a meterse en la ciudad, parecía más sensato buscar un supermercado, que tendría más comida y sería más accesible.
Como siempre, fue Félix quien tomó la palabra y rompió el silencio.
—Oye, Raquel —comenzó a decir con suavidad—. Sé que quieres saber qué ha sido de tu familia, si siguen bien, pero ir allí ahora es una mala idea, meterse en la ciudad ya es arriesgado, y…
—¡No es una mala idea! —le interrumpió Aitor—. Su casa está en Mirasierra, justo aquí abajo. No tendríamos que penetrar mucho en la ciudad, y la mayoría de esa gente fue evacuada o se largaron antes de que la cosa se pusiera realmente fea, por lo que no habrá muchos reanimados por las calles. Sé que suena a locura, pero me parece que puede salir bien.
Félix se giró hacia él y abrió la boca, seguramente para explicarle también con mucha diplomacia por qué aun así era una mala idea, pero Óscar le detuvo poniéndole una mano en el hombro.
—El chico puede tener razón —se pronunció—. No debería ser difícil entrar en un barrio como ese, y es menos probable que una casa haya sido saqueada, ¿no? Todas las tiendas que hemos visto hasta ahora fueron vaciadas casi por completo, una casa particular, por otra parte…
—La densidad de población de Mirasierra es mucho menor que en cualquier otro lugar de la ciudad —apuntó Judit como dato científico que nadie había pedido—. En teoría, es cierto que debería haber menos muertos vivientes en sus calles, en especial si fueron evacuados en etapas tempranas de la expansión de la enfermedad. La velocidad a la que se desplazan los muertos, la localización geográfica de Mirasierra y el tamaño de Madrid hace que sea poco probable que hayan llegado demasiados de otros lugares hasta allí… sobre todo si no tenían víctimas humanas que les atrajeran en esa dirección.
—¿Estáis hablando en serio? —estallé yo sin poder resistir más tiempo escuchando todo aquello sin meterme en la conversación—. Estamos hablando de entrar en la ciudad de nuevo. Puede que sea un barrio que evacuaron y todo lo que queráis pero… es entrar en la ciudad. ¿Hasta ese punto estamos desesperados?
—Me parece a mí que sí —me contestó Óscar—. Estamos casi sin comida, sin agua y no parece que la situación vaya a mejorar si no hacemos algo. ¿Tienes alguna idea mejor?
No se me ocurría ninguna, pero hasta morirse de hambre me parecía mejor que arriesgarse con los muertos vivientes.
—Aguantamos varios días con lo que encontrasteis en la gasolinera que fue invadida —les recordé—. Podemos buscar otra gasolinera cercana y ver qué encontramos.
—Precisamente porque fue invadida seguía habiendo cosas —me contradijo Félix—. De haber estado libre la habrían saqueado otros. No digo que me parezca una buena idea ir a casa de Raquel, ojo, pero buscar en gasolineras es perder el tiempo, debieron ser los primeros lugares que vaciaron.
—Eso nos vuelve a dejar con una única opción —señaló Óscar cruzándose de brazos—. No tendría que ser complicado: subimos cuatro al furgón de Sebas…
—¡Eh! ¿Por qué mi furgón? —protestó el aludido.
—Necesitamos un vehículo en el que poder meter todo lo que haya en la casa, y para eso hace falta espacio. —razonó Óscar sin hacer mucho caso a su indignación.
—También necesitamos espacio para que mis padres y mis hermanos vengan —intervino Raquel apartándose un mechón de pelo rubio de la cara—. No pueden seguir más tiempo allí, atrincherados en casa en una ciudad plagada de muertos. Sobre todo ahora que sabemos que no va a llegar ayuda.
—Tal vez adelante acontecimientos, pero creo que también deberíamos buscar combustible y guardarlo para reservas —opinó Luís—. Si cada vez vamos a tener que movernos más lejos para conseguir recursos, necesitaremos combustible. A la larga no tendremos más remedio que movernos a algún sitio más vivo, con agua, árboles, y alguna forma de producir comida. No podemos alimentarnos de plantas resecas toda… bueno, todo el tiempo que pase hasta que esto se arregle de alguna manera.
Félix suspiró con resignación al ver que no le quedaba otra que mostrarse de acuerdo con el plan de Raquel. Yo, sin embargo, no estaba nada convencida; no quería menospreciar a esa chiquilla, no la conocía tanto como para eso, pero aquello más que un plan sólido me parecía una excusa de una niña asustada para volver con su familia. No obstante, tanto Aitor como Óscar apoyaban la idea, de modo que era posible que me equivocara… Óscar sabía lo que se hacía, y Aitor, por mucho que quisiera complacer a su novia, no iba a arriesgar su vida tan tontamente, y mucho menos la de los demás.
—Pues parece que tenemos un plan —resumió Félix—. ¿Quiénes vamos a ir? Has dicho cuatro personas, ¿no es cierto?
—Sí, y yo voy —asintió Óscar con determinación—. Pero tú no, alguien tiene que quedarse cuidando del campamento el tiempo que estemos fuera, y más aún si algo sale mal y no volvemos nunca. ¿Quién más se apunta?
Las formas no eran el punto fuerte de Óscar, después de ese “si algo sale mal y no volvemos nunca” no esperaba que nadie más se ofreciera voluntario… pero me equivocaba, quizá por segunda vez aquella noche.
—Evidentemente yo, alguien tiene que guiaros. —se ofreció Aitor poniéndose en pie.
—Yo también voy. —dijo Raquel, para sorpresa de todos.
—No, tú no vas —replicó su novio—. Ese lugar podría ser peligroso.
—Es mi casa, voy a ir quieras o no —respondió ella desafiante—. Si no estoy yo ellos no se convencerán de que tienen que salir de allí, y tampoco entregarán la comida. ¿No os parece?
—Bueno, entonces yo me quedo a vigilar el campamento —dijo Félix— Como bien ha dicho Óscar, no podemos dejar esto desprotegido.
—No pienso meterme en la ciudad ni loco —exclamó Jorge que, aunque nadie le había preguntado, debió pensar que ya había permanecido callado demasiado tiempo—. Así que también me quedo a vigilar.
—Creo que podéis contar con nosotros —se ofrecieron Sebas y Toni—. A fin de cuentas, el furgón es nuestro, y unas armas de fuego os vendrían bien.
—No, los dos no —objetó Óscar negando con la cabeza—. Es igual que con Félix, uno debería quedarse aquí. Si tenemos que esperar a que Jorge proteja este lugar, cuando volvamos nos encontraremos un cementerio.
—En ese caso iré yo —resolvió Sebas—. Sé manejarme con un furgón policial mejor que Toni… al menos en el asiento de delante.
—Me parto de risa… —replicó Toni frunciendo el ceño.
—No sé si queda hueco, pero contad conmigo también. —Aunque lo veía, no podía creer que fuera Luís quien estuviera diciendo eso; como ya había dicho, él no era el hombre más valiente del mundo, y tampoco uno de acción—. La gente de esa casa podría necesitar un médico, y alguien podría salir herido.
—Muy bien, pues ya tenemos al grupo de cuatro... no, perdón, de cinco —resumió Óscar colgándose la ballesta a la espalda, como si estuviera dispuesto a salir para allá en ese preciso momento, en mitad de la noche—. Será mejor que descansemos, mañana puede ser un día muy duro.
Dicho lo cual se encaminó hacia su saco de dormir, y como todos parecían haber dado ya el día por finalizado, cada uno se retiró también a su refugio particular. En el caso de Clara y de mí, como en el de la mayoría, se trataba de una tienda de campaña. Aunque las suyas las habían conseguido en un saqueo, la mía era realmente de mi propiedad: en el pasado había pertenecido a mi hermano, a quien le solía gustar el alpinismo. Como vivía en Barcelona, no tenía ni idea de qué había sido de él, y tampoco una forma de averiguarlo, lo cual era difícil de digerir cuando había que sumarlo a todas las demás cosas.
—Buenas noches, cielo. —le dije a Clara después de darle un beso en la frente y dejarla liada entre las mantas.
—¿No vienes a dormir? —me preguntó alarmada; por las mañanas solía llevar un poco mejor sus miedos, pero en cuanto caía la noche, éstos la superaban.
—Ahora voy, cariño, sólo voy a sacudir mi manta —la tranquilicé—. Ya te he dicho muchas veces que no comas encima de las mantas.
—Sigo teniendo hambre… —protestó.
Me reprendí a mí misma por haber sacado el tema de la comida cuando ya parecía olvidado. Más valía que al día siguiente volvieran con una buena cantidad de provisiones, o si no íbamos a pasar hambre de verdad.
Salí fuera con la manta en la mano para limpiarla de migajas, sin embargo, cuando el estómago comenzó a rugirme casi me arrepentí de haber dejado que el viento se las llevara.
—Pienso ir, es mi casa y es mi familia —escuché la voz de Raquel junto a la hoguera, allí permanecían también su novio y Félix—. Prefiero saber a no saber… además, Aitor me ha enseñado a disparar si fuera necesario.
—Puede ser peligroso, y tendréis que estar a pleno rendimiento mañana —afirmó Félix—. Esta noche cubriremos vuestras guardias, le diré a Érica que me ha parecido ver algunas siluetas a lo lejos y que podrían acabar acercándose resucitados al campamento, eso la mantendrá alerta y a la espera varias horas… me sigue pareciendo mala idea que vayas con ellos, Raquel, pero ya eres mayorcita para tomar tus propias decisiones.
Después de aquello, tanto Aitor como ella se dirigieron hacia su tienda, que habían encontrado en la gasolinera y que era casi tan pequeña como la mía, donde apenas cabíamos mi hija y yo. Mi hermano la había utilizado para acampar en la montaña él solo, y las pocas veces que la habíamos usado mi marido y yo, antes de que naciera Clara, no había sido precisamente para estar separados.
—¿Es necesario que vayas? —insistió Aitor—. A mí me conocen, les diré que estás bien y les contaré lo que ha pasado y dónde estás… les convenceré para que vengan, te lo prometo.
—No seas pesado, voy a ir y punto. Es mi casa y es mi familia —repitió Raquel mientras ambos entraban en la tienda—. Además, mi padre te odia, ¿recuerdas?
“Como vea dónde estáis durmiendo los dos sí que le va a odiar” me dije doblando la manta que había salido a sacudir antes de volver a mi propia tienda.
No podía evitar preguntarme si esos dos habían llegado a consumar su relación en el tiempo que habían pasado con nosotros en el campamento. En las condiciones en las que vivíamos nadie parecía tener cuerpo para esas cosas, pero estaban en una edad donde las hormonas tiraban más que el sentido común, y durmiendo tan juntos durante más de dos semanas…
Abandoné esos pensamientos más propios de una maruja que de mí y volví con Clara a la tienda. Esa noche no me tocaba hacer guardia, así que podría dormir de un tirón si es que una pesadilla de mi hija no me lo impedía. Me tumbé a su lado y me cubrí con la manta lamentando que el apocalipsis no hubiera llegado en verano en lugar de haberlo hecho en invierno.
Unos minutos más tarde aún no me había dormido. Sentía los pies helados, pero lo que no me permitía conciliar el sueño era escuchar a Clara sorbiéndose los mocos.
—¿Qué pasa? —le pregunté cuando vi que ese llanto medio silencioso en el que estaba sumida no tenía previsto acabar pronto; por supuesto, no era la primera vez que lloraba por las noches, ni durante el día, y me dolía la impotencia que sentía a la hora de consolarla porque no sabía cómo hacerlo… lloraba por unas cosas por las que habría llorado yo también.
—Es que echo de menos a papá. —confesó lagrimeando.
—Ya lo sé, cariño, yo también —le dije yo abrazándola por debajo de las sábanas y dejándola llorar a gusto—. Yo también.
Un minuto más tarde me había unido a ese llanto, aunque en mi caso intentaba disimularlo para no asustar más a mi hija. No sólo lloraba por mi marido, también por todos aquellos a los que había perdido: mi hermano, su mujer y mis sobrinos, mis padres, la gente de la oficina donde trabajaba antes de que todo se fuera a la mierda, los amigos, los vecinos… seguramente todos estaban muertos, o peor aún, formando parte de los muertos más peligrosos, los que todavía se movían.
Con ese triste pensamiento debí quedarme dormida, y a primera hora de la mañana, apenas hubo salido el sol, me desperté después de una noche en apariencia sin incidentes. Clara seguía dormida, y me alegré mucho al comprobar que al menos la llantina le había servido para no tener pesadillas durante el resto de la noche… debía ser la primera desde que su padre murió en la que no soñaba.
Al asomarme al exterior de la tienda descubrí que el día había amanecido soleado, aunque inusualmente frío. La hoguera fue apagada poco después de que nos acostáramos porque por la mañana el humo podía atraer resucitados, pero aun así, algunos miembros del grupo se habían reunido alrededor de las ascuas que quedaban de ella para entrar en calor.
Frente a la tienda de campaña donde dormían Aitor y Raquel se encontraban ya los dos equipándose para el viaje que iban a emprender; Agus ya se había colocado encima de su coche mirando a la nada, igual que llevaba haciendo desde que llegó; Judit había hecho de una roca su asiento y se limpiaba las manos con una toallita húmeda, que era lo más parecido a asearse a lo que podíamos aspirar en esos días; Jorge permanecía de pie intentando calentarse con el poco calor que el bidón pudiera desprender todavía; Óscar ponía a punto su ballesta practicando disparos contra un neumático viejo que hubo que cambiar a uno de los coches unos días atrás, y Érica con su hacha y Félix con el rifle aparecieron de detrás de los arbustos en ese mismo instante tras terminar su guardia nocturna.
—Eso es que ya me toca vigilar a mí —exclamó Toni cogiendo su pistola, pero antes de marcharse se volvió hacia Sebas y le tendió la mano—. Buena suerte... os va a hacer falta ahí dentro.
—Sí… bueno… gracias. —respondió él un poco asustado.
Al verme ya en pie Félix se acercó a mí. Por lo que parecía, Érica llevaba hablándole ya un buen rato, y todo indicaba que estaba un poco hasta los huevos de la chica.
—…entonces le rebané la cabeza al puto podrido… —iba contando con un enfermizo entusiasmo— y el muy hijo de puta seguía intentando morder. ¿Te lo puedes creer? Es decir... su cuerpo no, sólo su puta cabeza en el suelo, ¿te lo imaginas? ¡Una jodida cabeza cortada intentando morder…! ¡Qué hijo de puta! Era un pesado cuando estaba vivo, pero seguía siéndolo al transformarse en un puto hijo de puta de esos…
—Eh… si, es una historia muy interesante… oye, ¿por qué no vas a calentarte mientras yo hablo con Maite? —la interrumpió él intentando ser amable.
Encogiéndose de hombros con indiferencia, se acercó al bidón y se colocó junto a Jorge frente a las ascuas. El insufrible empresario hizo una mueca de desagrado al descubrir que la muchacha tenía salpicaduras de sangre sobre la chaqueta.
—Que nunca te toque una guardia con ella —suspiró Félix torciendo el gesto—. Está como una cabra… o como diría ella: como una puta cabra. ¿Cómo habéis dormido?
—Como hemos podido, la verdad —le respondí mientras intentaba que los huesos de la espalda me crujieran y dejara de sentirla entumecida—. Pero mejor que otras noches. ¿Habéis peleado con un resucitado?
—Érica consideró que uno se había acercado demasiado, así que fue ella misma a matarlo del todo —respondió suspirando otra vez—. No llegó a acercarse, pero pensé que le vendría bien un poco de ejercicio, así que no me opuse.
—Ya veo. —dije dirigiendo la mirada hacia la chica, que entrando en calor delante del bidón parecía normal… mi mayor temor con respecto a ella era que necesitara alguna medicación para la cabeza, y lo que pudiera pasar después de tanto tiempo sin tomarla.
—¿Aún duerme Clara? —me preguntó Félix—. ¿Otra vez pesadillas?
—No, al contrario —repliqué un poco animada por ello dirigiendo mi mirada hacia la tienda; al menos parecía tranquila, aunque no quería estar muy lejos cuando despertara—. Anoche… bueno, no importa, ha dormido del tirón y creo que no ha soñado, voy a dejarla dormir lo que quiera hoy y que recupere el sueño atrasado, tampoco tiene mucho sentido hacerla madrugar.
—Poco a poco uno se va acostumbrando —afirmó con pesar—. Te vas haciendo a la idea de lo que hay, y de lo que nos espera.
—Unos más que otros… —dejé caer pensando en Silvio y en Agus.
—Yo creo que si se mantiene ocupada le hará mucho bien —opinó—. Ponerla a ayudar en alguna de las tareas, como recogiendo palos para la hoguera o algo así, la distraerá de todo por lo que está pasando.
—Puede ser —admití al darme cuenta de que podía tener razón; una mente ocupada tiene menos tiempo que perder con malos pensamientos—. La veía tan mal y tan asustada que no quería agobiarla mandándole cosas que hacer, pero quizá sea lo mejor. Luego la pondré a doblar las mantas de la tienda o algo.
Félix asintió y se dirigió hacia los héroes, o los idiotas, que iban a jugarse el pellejo entrando en una Madrid invadida por los muertos vivientes, que ya se habían reunido alrededor del furgón en el que iban a marcharse. Teniéndolos ahí de pie a los cinco me pregunté si volvería a verlos a todos alguna vez, y sentí algo de miedo por ellos. Cuando casi todo en tu vida ha muerto, a las únicas personas que estás seguro de que están vivas se les termina cogiendo cariño.
 —Llevad cuidado al disparar, hacedlo lo menos posible porque el ruido les atraería y sería casi peor que no hacer nada. Que Érica utilice su hacha, o coged alguno de los cuchillos. —le aconsejó Óscar a Félix cuando llegó a su altura.
—Nos las apañaremos, sois vosotros los que os la vais a jugar allí dentro —respondió éste—. Espero que todo os vaya bien, estaremos vigilantes esperando que volváis.
—No debería llevarnos demasiado —aseguró Aitor—. Se llega con facilidad a la casa de Raquel, será sólo cargar la comida y regresar con ellos aquí. Quizá también podamos sacar un botiquín y alguna herramienta que nos sea útil.
—Cuando se trata de esos seres, nunca se sabe —le contradijo Félix—. Mejor llegar tarde y vivos que pretender llegar pronto y al final no llegar.
—Menos rollo, que pareces mi madre —protestó Óscar estrechándole la mano—. Venga, gente, nos vamos. Esta noche cenaremos comida de verdad o cenaremos en el infierno.
Al abrir la parte trasera del furgón policial que Sebas y Toni utilizaban para dormir, vi que en su interior, además de varias mantas, había un par de bidones de agua vacíos.
—Esto nos servirá para coger agua —valoró el cazador echándoles un vistazo—. No parece que vaya a llover en los próximos días, y estamos algo escasos.
—En mi casa bebíamos agua mineral, seguramente mi padre tenga en la despensa una buena cantidad de botellas. Como ya he dicho, aprovisionaron bastante bien la casa cuando empezó todo esto... —repitió Raquel, que parecía incluso animada ante la perspectiva del viaje—. Será mejor que vaya yo en el asiento de delante para guiaros.
Se dirigió al asiento del copiloto sin esperar el visto bueno de nadie, y ese repentino entusiasmo no me transmitió buenas vibraciones… era muy fácil caer en la imprudencia y que todo terminara en una desgracia. Coincidiendo conmigo, Óscar le lanzó una dura mirada a Aitor.
—No me gusta nada la actitud de tu novia. —le espetó.
—¿Qué quieres decir? —respondió él frunciendo el ceño.
—Habla de su familia como si estuviera segura de que sigue vivita y coleando —le contestó el cazador—. Han pasado más de dos semanas, en estas condiciones, eso es mucho tiempo, ¿estás seguro que no será un problema si resulta que no es así?
Durante un segundo Aitor no supo que contestar.
—No será un problema —le aseguró por fin—. ¡Venga! ¿Tenéis todos las armas listas? ¡Pues vámonos ya!
El furgón arrancó y los cinco se marcharon por la M40 probablemente en el único momento de la historia de la ciudad en la que esa carretera no tenía tráfico, lo cual daba una idea bastante precisa del nivel apocalíptico de destrucción que habían causado los muertos vivientes.
El barrio, nada humilde por cierto, donde vivía Raquel estaba muy cerca de donde habíamos acampado, y tenían razón cuando decían que no se aventurarían demasiado dentro de la ciudad… pero aun así, tenía un temor dentro que no era capaz de suprimir. Después de todo lo ocurrido, más gente muerta era lo último que quería.
Clara salió de la tienda frotándose los ojos y bostezando. En cuando me vio a apenas dos metros de ella vino corriendo a mi lado y me agarró de la mano.
—Buenos días, cariño. ¿Has dormido bien? —le pregunté.
Se limitó a asentir con desgana. Todavía tenía cara de sueño, pero lo que no tenía eran las espantosas ojeras de otras mañanas tras una noche casi en vela o plagada de pesadillas.
—¿No hay nada para desayunar? —quiso saber.
—No sé, supongo que después de no haber cenado anoche ya nos toca. Vamos a preguntarle a Félix. —le contesté dirigiéndonos hacia él, que seguía mirando el lugar por donde el furgón se había perdido de vista.
—Félix, Clarita pregunta si nos toca desayunar esta mañana o seguimos castigadas. —bromeé con él cuando llegamos a su altura.
—Sí, creo que ya nos toca comer algo, ¿verdad? —exclamó éste—. Vamos con los demás.
Seguimos a Félix hasta el bidón, y una vez estuvimos todos allí, fue a la tienda de campaña donde guardábamos la comida, de la que salió unos segundos más tarde con varias latas cargadas entre los brazos, un par de tarros de cristal con salchichas dentro y algunas conservas.
—¡Por fin! —gruñó Jorge al ver que la comida llegaba hasta nosotros—. Es inhumano esto de tenernos toda la noche en ayunas.
—Si no vuelven con más comida, vas a saber tú lo que es estar en ayunas —le advirtió él comenzando a repartir lo que había sacado entre todos—. Érica, ¿quieres hacer el favor de ir a la tienda de Silvio y despertarle? Supongo que también querrá comer algo.
La chica obedeció y se dirigió hacia su tienda mientras Félix nos daba a Clara y a mí el bote de cristal con salchichas. Lo abrí y dejé que fuera ella la primera en coger una…
—¡Agh! ¡Tío! ¡Mierda, joder! —se escuchó… y por el vocabulario utilizado, no me cabía ninguna duda de que era Érica la que gritaba.
Félix dejó la comida en el suelo y salió disparado hacia ella, mientras que los demás tan sólo nos quedamos observando. La chica se había asomado ya a la tienda de campaña de Silvio, el último miembro de nuestro grupo. Silvio era actor, o eso decía él porque nadie le recordaba de ninguna película u obra de teatro, de modo que más bien debía ser un aspirante a actor. Él pertenecía al primer grupo de personas, al de la gente que se había visto sobrepasada por la situación y no hacía ningún esfuerzo por intentar sobreponerse y seguir adelante. Francamente, después de verlo día tras día al borde de un colapso me esperaba encontrarlo con las venas cortadas o ahorcado cuando Érica gritó, porque nadie puede aguantar mucho tiempo en ese estado.
Sin embargo, aunque no era esa la situación, no me había equivocado por mucho…
—¿Qué pasa ahí? —quiso saber Jorge cuando Félix se asomó también a la tienda.
—¡Mierda! ¡Necesito ayuda! —gritó agachándose en el suelo.
Como Toni vigilaba la carretera, Agus tan sólo miró la escena sin decidirse a acudir a la llamada de ayuda, Jorge no parecía dispuesto a mover un dedo por nadie haciéndose el aturdido y Judit se había quedado sin saber qué hacer, tuve que ser yo quien me acercara.
—¿Puedes quedarte con ella un momento? —le pedí a Judit dejando a Clara con ella—. Ahora mismo vuelvo, cariño.
Me acerqué a la tienda de campaña de Silvio y me asomé dentro... el cuerpo del aspirante a actor estaba tirado en el suelo, blanco como una tiza y con espuma en la boca.
—¿Qué ha pasado? —le pregunté a Félix, que le tomaba el pulso en el cuello, comenzando a ponerme nerviosa.
—Tiene pulso. —anunció, y como respuesta, el cuerpo de Silvio se sacudió con un espasmo. Al hacerlo movió la mochila donde guardaba sus cosas y que utilizaba también de almohada, y cuando bajo ella me pareció ver algo transparente me agaché a cogerlo.
—No sé qué le pasa —decía Félix sin saber qué hacer—. Y el único médico se acaba de largar. ¡Joder, que oportuno todo!
Lo que Silvio guardaba bajo su almohada resultó ser una bolsita… una bolsita con un polvo blanco dentro, un polvo que explicaba perfectamente sus síntomas. Cuando se la mostré, Félix y yo nos miramos y luego miramos al pobre de Silvio, que se retorcía sumido en una sobredosis.
—Deshazte de eso con discreción —me pidió—. Lo último que necesitamos es que Jorge o Érica sepan que hay droga por aquí.
—Tuvo… tuvo que tenerla todo este tiempo. —exclamé sin poder creer que no nos hubiéramos dado cuenta antes de que se estaba metiendo eso en el cuerpo.
—Parece que se le fue la mano —dedujo Félix—. ¿Sabes qué demonios podemos hacer?
Negué con la cabeza. No tenía ni la más remota idea de cómo se trataba una sobredosis; lo más probable era que no hubiera demasiado que pudiéramos hacer sin un hospital y médicos, pero si moría sería horrible… sobrevivir a todo lo sobrevivido para morir así era casi de chiste.
—Vamos a intentar despertarlo, a mantenerle consciente. —propuse sin mucha convicción.
—Traeré un poco de agua. —se ofreció Félix.
—Avisa a Judit —se me ocurrió de repente—. A lo mejor ella sabe qué hacer.
Asintió, y mientras él iba a por el agua, le desabroché los botones de la camisa a Silvio para que pudiera respirar sin presiones y le coloqué la cabeza de lado para que escupiera la espuma y no se atragantara con ella. Me aseguré de que Félix no estuviera cerca antes de acercar la boca a su oreja para susurrarle una advertencia.
—No sé si ha sido un accidente o lo has hecho a propósito, pero más te vale luchar… creo que ya hemos visto demasiadas muertes para una vida entera, ¿no te parece?

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6 comentarios:

  1. Me gusta este cambio de tercio. Es más dinámico y plasma mejor el ambiente de desolación de los supervivientes. Continua trabajando en ello ;)

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  2. Me alegra que te guste, sin hacer ascos a lo anterior, ni mucho menos, yo también disfruto más estas historias.
    El próximo capítulo estará para eljueves noche- viernes, más probablemente viernes por la mañana, y los protagonistas serán los que se han marchado a buscar comida.

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  3. El miedo que tengo es que cuando se agoten estos caramelos no tengas la tarta lista. El mono y la espera van a ser terribiles...

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    1. Por lo que tengo calculado, Orígenes serán 10 capítulos. Luego puede que haga algunos preludios más antes de hacer otra tanda de capítulos.

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  4. ¿No volveremos a saber nada de Carlos, Sergio, Cris y compañia?

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    1. Por supuesto que volveremos a saber de ellos. Te dejo el link a un esquemita donde se explicar el órden de los libros (http://2.bp.blogspot.com/-woFiRoOx3js/VET3Y42hLEI/AAAAAAAAAvM/38gnQdkH9uI/s1600/Sin%2Bt%C3%ADtulo.png) El próximo en publicarse será Orígenes III (los capítulos irán subiendo al blog también) y después el último libro, donde ambos grupos se juntarán.

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