11 de enero de 2013, 22 días después
del primer brote, 4 días antes del Colapso Total.
Agente Mark Ford, CIA. Parte 2
No estábamos disfrutando demasiado de la visita a
Guantánamo, y no era para menos: el centro de detención había sido tomado a
partes iguales por los muertos vivientes y por los presos rebelados, que se liberaron
de sus captores marines aprovechando que las medidas de seguridad se desactivaron
al perderse el suministro eléctrico. En nuestra búsqueda de Mamud Azizi,
peligroso terrorista de Al Qaeda, y la información que pudiera tener sobre la
plaga de muertos reanimados que azotaba el mundo, cinco soldados habían caído,
y él último de ellos, junto a la capitana Olivia Walsh y yo mismo, habíamos
sido capturados por los prisionero sublevados.
Después de desarmarnos, nos quitaron la ropa y nos
obligaron a vestirnos con uniformes de presidiarios, de un color naranja
chillón. Luego desfilamos junto a una valla en dirección desconocida, y
mientras a un lado los prisioneros sublevados nos abucheaban e insultaban, al
otro los muertos vivientes se lanzaban contra la valla clamando por nuestra
carne. Tres hombres con armas automáticas nos tenían bien vigilados, preparados
para acabar con nosotros al primer movimiento en falso que hiciéramos.
Pese a que la situación era crítica, no podía decir
que tuviera miedo… el miedo era para las personas sensatas, y nadie que se dedicara
a lo que yo me dedicaba podría calificarse como sensato. Quienes sí se
comportaban como personas sensatas eran la capitana Walsh y el soldado, cuyo
nombre, si no recordaba mal, era Sanders. Walsh se frotaba el pecho dolorida en
el lugar donde había recibido el disparo que el chaleco antibalas detuvo.
—¿Qué van a hacer con nosotros? —preguntó Sanders
intentando hacerse oír por encima del estruendo tanto de los vivos como de los
muertos.
No le respondí, lo más probable era que fueran a
matarnos de una forma cruel e imaginativa, ¿para qué asustarle más de lo que ya
estaba? Mi gran esperanza seguía siendo lograr sacarle algo a Azizi
aprovechando su situación de superioridad, como la confesión que el héroe le
saca al villano en la película cuando éste cree, ingenuo de él, que va a
matarle… sólo que eso era ficción, y en la vida real no había huidas milagrosas
que nos pudieran salvar. No viviríamos, pero el diminuto comunicador que
llevaba en la oreja, y que no me habían visto en el registro, haría que Ryan lo
escuchara. La misión se terminaría cumpliendo pese a todo.
Nuestro destino acabó siendo la sala del tribunal
militar, lugar donde habitualmente eran juzgados con dudosas garantías los
presos de Guantánamo. La sala tan sólo consistía en una habitación cuadrada de
paredes de madera y dos mesas con micrófonos, una donde se sentaba el acusado y
otra más alta para el juez; una bandera de Estados Unidos pintarrajeada era la
única decoración que habían mantenido.
Nos sentaron a los tres en la mesa del acusado,
mientras que el propio Mamud Azizi lo hizo en la del juez… era evidente que tenían
la intención de representar una farsa de juicio donde sin duda íbamos a acabar
condenados a muerte sólo por ser americanos.
Los hombres que jaleaban a Azizi y nos abucheaban a
nosotros se fueron callando al ver que su líder tomaba asiento, y sólo cuando
la última voz se hubo apagado, Azizi comenzó a recitar en árabe:
—Cuando el cielo se hienda, cuando los astros se
precipiten, cuando los mares se mezclen, cuando las tumbas sean revueltas, cada
alma sabrá lo que adelantó y lo que atrasó. ¡Hombre! ¿Qué te engañó apartándote
de tu Señor, el Generoso? El que te creó, te conformó y te equilibró. ¡Pero no!
Negáis la veracidad de la Rendición de Cuentas. Cuando tenéis dos guardianes
pendientes de vosotros, nobles escribas que saben lo que hacéis. Es cierto que
los creyentes sinceros entrarán en deleite y los farsantes estarán en un
infierno; allí irán a abrasarse el Día de la Retribución. Y no podrán dejar de
estar en él. Pero, ¿cómo podrás entender qué es el Día de la Retribución? ¿Cómo
podrás entender qué es el Día de la Retribución? Es el día en el que nadie
podrá hacer nada por nadie. Y ese día el mandato será de Allah.
Esa cita del Corán tenía relación con el juicio final…
por lo visto, Azizi también estaba convencido, como tantos otros, de que
estábamos viviendo los tiempos finales. La pregunta era si éstos realmente
habían llegado, o más bien los terroristas se habían encargado de adelantarlos.
—Este tribunal os juzga por haber participado en la
tortura de muchos de los hermanos que nos encontramos aquí presentes —dijo
Azizi con solemnidad alzando la vista hacia nosotros—. El castigo por ese
crimen es la muerte, ¿cómo os declaráis?
Aquello era una farsa… o mejor dicho, era una farsa
aún mayor de lo que me esperaba, pero eso podía jugar a mi favor si era capaz
de seguirles el juego. Walsh y Sanders no dijeron nada, debían creer que
permanecer callados era lo más digno, pero yo tenía otros problemas de los que
preocuparme más importantes que la dignidad.
—Me declaro inocente, señoría —respondí con el tono
más despreocupado que fui capaz de mostrar—. Mis compañeros y yo somos
inocentes de los crímenes de los que nos acusa este tribunal.
Las risas de quienes se quedaron en la sala a
presenciarlo todo estallaron en cuanto terminé la frase, pero no les hice ni
caso, al igual que a las miradas fulminadoras de los dos marines, indignados de
que me prestara a la farsa.
Nuestro “juez” esperó hasta que se callaron del todo
para continuar.
—¿Inocentes? Tengo como treinta hombres aquí que son
víctimas directas de las torturas a las que los marines les sometieron —Azizi
mantenía las formas, aunque podía notar que, en el fondo, estaba partiéndose de
risa también… probablemente era el primero de los que allí habrían juzgado que
le seguía el juego, y eso le gustaba.
—Es posible, señoría, pero ningunos de nosotros estuvo
implicado en eso —repliqué con el mismo tono desenfadado que antes—. Nosotros
llegamos hace unos minutos al centro de detención.
—Así que el helicóptero os traía a vosotros. —dedujo
con tino.
—Eso es —confirmé—. Nosotros acabamos de llegar, no
hemos tenido nada que ver con todo lo que haya ocurrido aquí antes de eso.
—Sin embargo, ellos dos son marines —observó el
terrorista—. Y tú eres un agente de la CIA, tú mismo lo confesaste. Ambos
trabajáis para el gobierno que nos capturó, nos encerró en este centro infernal
y nos torturó.
—Es correcto, pero no tuvimos nada que ver con vuestro
sufrimiento —me defendí—. No participamos en vuestra tortura. ¿Acaso sería
justo condenar a un hombre sólo porque otros hombres del mismo gobierno os han
perjudicado?
Esa vez Azizi no pudo contener una carcajada.
—¿Te suena algo la “pertenencia a organización
terrorista”, agente de la CIA? —me espetó mientras el resto de los presentes
comenzaba a insultarnos a gritos. Aprovechando el ruido, la capitana Walsh se
me acercó unos centímetros.
—¿Qué estás haciendo? ¿Por qué le sigues el juego a
ese terrorista? —me susurró. No le respondí.
—Me temo que como defensa es bastante mala —dijo Azizi
cuando los ánimos se calmaron entre su gente—. Además, me consta que habéis
matado a varios de los nuestros antes de que os capturáramos. Tenéis que pagar
por esas muertes, es lo justo, ¿no te parece?
—Esas muertes fueron en defensa propia…
—¡Por el amor de Dios! ¿Qué diablos estás haciendo?
—me interrumpió Walsh harta de todo aquello—. ¿De verdad vas a continuar con
esta farsa?
La sala volvió a estallar con insultos y maldiciones,
e incluso alguien lanzó una piedra contra nosotros, aunque terminó golpeando en
la pared. Sólo volvieron a callarse cuando Azizi se puso en pie desde su
asiento de juez y comenzó a pedir silencio, y cuando hubo conseguido que el
orden volviera a la estancia, la mirada que nos dirigió no fue nada amistosa…
el numerito se había acabado.
—¿Una farsa? —exclamó furioso—. Una farsa fueron los
juicios a los que tu gobierno nos sometió cuando éramos nosotros los que
estábamos en vuestra posición. Yo ni siquiera os he coaccionado para que
declaréis lo que yo quiero escuchar, cosa que no se puede decir de los vuestros.
Varios de sus hombres asintieron dándole la razón, uno
incluso aplaudió.
—Veo que no le gustan los métodos pacíficos, señorita
—continuó—. Será mejor que empleemos unos métodos que le resultarán más
familiares. ¡Atadla a una silla!
El clamor y el entusiasmo que siguieron a aquella
orden casi provocan un tumulto. Dos hombres armados levantaron a Walsh de su
asiento y la arrastraron hasta la silla que un tercero colocó en mitad de la
sala. La capitana intentó resistirse, sin embargo, aquellos dos hombres eran
más fuertes que ella, y la inmovilizaron sin mucha dificultad. Sanders quiso
levantarse a ayudarla pero volvieron a sentarle con un golpe de culata de fusil
en la cara.
Cuando dos hombres más trajeron una palangana llena de
agua, una cantimplora y una toalla, supe de qué iba la cosa.
“¡Maldita sea! Deberías haber permanecido callada”
pensé con frustración sabiendo que iban a torturarla por no seguir el juego, y
también con impotencia, porque no tenía forma de ayudarla; en China pasé
también por eso la primera vez que me capturaron, y sabía lo que se sentía… no
era ni mucho menos agradable.
—¡Espera! ¡No! ¡No! —gritó mientras la ataban a la
silla.
En cuanto estuvo amarrada, uno de ellos la agarró del
pelo para echarle la cara hacia atrás y le puso la toalla por encima, luego, un
segundo cogió la cantimplora, la llenó de agua de la palangana y fue
echándoselo poco a poco sobre la toalla.
El fin de esa tortura era que el agua llegara a las
vías respiratorias cuando el torturado intentara respirar a través de la
toalla. La angustia que provocaba la entrada de agua y la sensación de
ahogamiento lo transformaba en un método de tortura angustioso, que además podía
provocar graves daños e incluso llegar a matar a la víctima.
Cuando el agua apenas llevaba cayendo unos segundos la
capitana comenzó a retorcerse e intentar soltarse de las ligaduras, aunque con
poco éxito, para satisfacción de todos los que presenciaban la tortura.
—¡Basta! —gritó Sanders cubriéndose todavía con una
mano el lugar donde le habían golpeado—. ¡Ya vale! ¿Qué es lo que pretendéis
conseguir con esto?
Azizi le quitó la toalla de la cabeza a Walsh, que
tomó una bocanada de aire con dificultad y comenzó a toser y a escupir agua; su
rostro se había vuelto rojo.
—¿Qué pretendemos con esto? —repitió Azizi—. Esta
infiel no acepta los métodos democráticos de justicia, de modo que estamos
sometiéndola a un tratamiento de los que a vosotros os gustan tanto. ¿O no es
para poder hacer estas cosas por lo que nos traéis aquí? —Se giró hacia el
hombre de la cantimplora—. Otra vez.
Antes de que pudiera replicar, Walsh se vio de nuevo
con la toalla sobre la cara y con el agua cayendo sobre ella. Yo no quería
mirar porque sentía que estaba empezando a afectarme; en China había recibido
la misma tortura, y ver aquello era casi como estar de nuevo allí, sentado en
una silla con Xiang haciéndome preguntas que yo sabía que por ningún motivo
tenía que responder, sintiendo cómo el agua congelada me ahogaba…
—¡Ya basta! —imploró Sanders mientras Walsh hacía unos
ruidos horribles a través de la boca al luchar por respirar.
Cuando le quitaron la toalla parecía incapaz de tomar
aire incluso sin nada bloqueándole el acceso al preciado oxígeno. Escupió agua
durante unos segundos, pero de inmediato la volvieron a colocar en posición
para continuar con la tortura.
—¡Otra vez! —ordenó Azizi con sadismo.
Los hombres armados que nos vigilaban a Sanders y a mí
parecían muy entretenidos viendo a la capitana sufrir, de modo que mientras
Walsh volví a retorcerse sobre la silla con el agua cayendo sobre la toalla,
tardaron una décima de segundo de más en reaccionar cuando me puse en pie.
La mesa donde nos habían sentado cayó al suelo dando
un golpe, y con una patada la mandé contra las piernas de los dos hombres. El
impacto no fue lo bastante fuerte como para hacerles caer, pero sí que les hice
perder otra décima de segundo tratando de recuperar el equilibrio, y eso fue
suficiente para llegar hasta uno de ellos y lanzarme a por su arma.
Agarré su fusil de asalto y le golpeé con él en la
cara, rompiéndole la nariz, lo que sirvió para que lo soltara y yo lograra arrebatárselo.
Sanders fue rápido en reaccionar y se abalanzó sobre el otro antes de que
pudiera dispararme, y forcejeó con él hasta que también le arrancó el arma de
las manos… ayudado por un disparo mío que atravesó el estómago al preso.
Había sido algo temerario, muy temerario… tanto que,
de no ser porque había perdido el control durante un momento, jamás habría intentado.
Los espectadores de aquella tortura que iban desarmados salieron corriendo
temiendo que les atacáramos, y por eso llegué a pensar que incluso teníamos una
oportunidad de salir de allí, o al menos lo creí hasta que Azizi nos llamó la
atención con un carraspeo. Le había quitado la toalla mojada a Walsh, que
boqueaba luchando por conseguir aire mientras él la sujetaba del pelo y le
apuntaba en la sien con un revólver.
—¡Tirad las armas o la mataré! —exigió encañonándola.
—¡Tira el arma tú o te mataré yo! —respondió Sanders.
Pero Azizi se limitó a sonreír y a clavar aún más el
arma en la sien de Walsh. Mientras tanto, yo cerré la puerta de la sala del
tribunal para que ningún otro hombre pudiera entrar.
—¿Creéis que vais a salir con vida de aquí? —dijo—. Si
me matáis, hay más de treinta hombres fuera que os destriparán y os echarán
todavía vivos a los muertos vivientes para que os devoren… ya lo hemos hecho
con algunos de los otros marines.
Sanders, cabreado, le apuntó con el fusil, y yo sabía
que tendría que intervenir de algún modo… necesitábamos a Azizi vivo por encima
de cualquier otra cosa, incluso de la vida de cualquiera de nosotros.
Desgraciadamente Azizi no iba a facilitarme las cosas, su historial demostraba
que no tenía ningún miedo a morir, y contra un hombre así, la única solución es
matarlo.
—Suplicaban como niños —siguió provocando a Sanders—.
Los destripábamos, los tirábamos al otro lado de la valla para que los muertos
se los comieran vivos y obligábamos a los demás a mirar.
—Mientes —exclamé yo cuando vi que Sanders estaba al
límite—. Vimos a los marines muertos, los humillasteis y los ejecutasteis, pero
no hiciste nada de eso.
Azizi volvió a carcajearse.
—Muy astuto, agente de la CIA, pero no creo que
vosotros vayáis a tener esa suerte.
Alguien comenzó a aporrear la puerta por el otro lado.
Los refuerzos de Azizi habían llegado, y no tardarían en lograr entrar. Si algo
había aprendido de los muertos vivientes era que un montón de cuerpos empujando
pueden abrir cualquier cosa.
—Será mejor que tiréis las armas, se os acaba el
tiempo. Si lo hacéis, os prometo una muerte rápida… si no, ella morirá y
vosotros lo haréis después muy lentamente. —nos amenazó dando un empujón a la
cabeza de la pobre Walsh y colocándole el revólver en la nuca.
—Está bien, nos rendimos. —dije dejando el arma en el
suelo y acercándosela de una patada.
—¿Qué? —exclamó Sanders perplejo.
—Tiene razón —quise hacerle ver—. No podremos salir de
aquí con vida, matará a Walsh y acabaremos siendo comida de muerto. Tire su
arma, Sanders.
—¡Al menos moriremos luchando! —bramó él mirándome con
desprecio, como si yo fuera un cobarde.
—Le he dado una orden, soldado. —me limité a decir
confiando en que su sentido del deber le obligara a obedecer… por suerte no me
equivoqué, y aunque a regañadientes, acabó tirando el arma.
—Muy bien —dijo Azizi con cautela acercándose a recoger
los dos fusiles—. Ahora abrir la puerta, dejad pasar a mi gente.
Nada más hacerlo, una marea de hombres se nos echó
encima y nos aplastó contra el suelo. Escuché varios insultos en árabe y cómo
nos amenazaban de muerte por haber matado a uno de los suyos, pero la voz de
Azizi se impuso.
—¡Basta! ¡Silencio! ¡Silencio he dicho!
Sentí una patada en un costado que me hizo encogerme
de dolor durante unos segundos.
—Estos malditos perros infieles deben ser ajusticiados
de inmediato. —exigió alguien.
—¡No! —bramó Azizi—. Estos tres infieles son el vivo
ejemplo de la arrogancia y prepotencia de los americanos y quiero darles una
lección antes de que mueran. ¡Llevadlos a la mesa!
Nos levantaron con brusquedad y nos volvieron a sentar
junto a la mesa que previamente habíamos derribado. Para mi sorpresa, no nos
ataron, tan sólo nos dejaron allí sentados uno frente al otro. La capitana
Walsh sí que seguía atada en su silla, pero al menos habían dejado de
torturarla y comenzaba a respirar con normalidad, aunque parecía estar a punto
de desmayarse.
—¿Por qué me has hecho tirar el arma? —me preguntó en
un susurro el soldado, todavía enfadado por aquella decisión—. Podría haberle
matado antes de que llegara a apretar el gatillo.
—La misión. Le necesitamos con vida, ¿recuerdas? —fue
mi respuesta, también susurrada.
—La misión —replicó con desprecio—. La misión ha
fracasado, eso está claro.
“Ninguna misión ha fracasado mientras sigues vivo” me
dije a mí mismo, porque dicho en voz alta podía sonar como si tuviera un plan,
y no era así ni por asomo.
Azizi se acercó a nosotros con el revólver en la mano,
y en cuanto llegó hasta la mesa, vació el tambor sobre ella, luego cogió una de
las balas, la colocó de nuevo en el arma y barrió las demás al suelo. Sin
pronunciar palabra, dejó la pistola en el centro de la mesa, entre Sanders y
yo.
—Os prometí una muerte rápida, y en nombre de Allah os
la voy a dar. —No parecía estar demasiado enfadado pese a que habíamos matado a
otro de sus hombres y le habíamos amenazado de muerte—. Como os gusta
representar el papel de héroe americano, os pondré en la misma situación en la
que estuvo uno de vuestros héroes de la televisión.
—¿Qué significa esto? —preguntó Sanders.
—Os prometí una muerte rápida —repitió con una sonrisa
de suficiencia—. “Una” muerte rápida, ¿lo coges? El afortunado al que le toque
la bala, morirá sin dolor y sin humillación… el que sobreviva, tendrá menos
suerte.
La mirada de Sanders se cruzó con la mía. Sabía lo que
estaba pensando, se moría por agarrar la pistola y aprovechar la bala para
dispararle a Azizi, pero también sabía que era muy arriesgado; si la bala no
estaba en el siguiente agujero del tambor, los hombres armados que nos
vigilaban nos abatirían antes de poder apretar el gatillo una segunda vez; y si
la bala sí que estaba y Azizi moría, luego moriríamos los demás por nada… sólo
había una solución: seguir el juego.
Agarré la pistola, apoyé el cañón contra mi sien y
apreté el gatillo…
No ocurrió nada, la sala se llenó del ruido de los
hombres de Azizi jaleándonos, pero en mis oídos sólo podía escuchar los latidos
apresurados de mi corazón. Había tenido decenas de oportunidades para acabar
muerto antes, sin embargo, jamás habían dependido únicamente de mi mano.
Dejé el arma en la mesa, era el turno de Sanders, pero
si él no moría el revólver volvería a mí de nuevo, con mayores probabilidades
de que acabara muerto si así ocurría.
—¿Cuál es tu plan, Mamud? —le pregunté mirándole a los
ojos—. Cuando nos hayas matado, ¿qué planeas hacer a continuación? ¿Vivir
encerrados en este centro de detención hasta que los muertos logren atravesar
las vallas?
—¿Y eso a ti qué te importa? —fue su despectiva
respuesta—. ¿Acaso te preocupas por nuestro bienestar? Muy noble por tu parte.
—Eres un tipo listo, Mamud, seguro que tenías algo
pensado cuando todo esto empezó —insistí tratando de sonsacarle algo; era el
mejor momento, estaba tan ansioso por ver cómo o Sanders o yo nos volábamos la
cabeza que podría llegar a confesar algo que preferiría no haber dicho—. Eso
explicaría cómo os hicisteis con el control de este lugar, ¿verdad? Aunque se
fuera la luz, y las verjas dejaran de estar electrificadas, aún quedaban los
muertos y los marines, no teníais medios para luchar contra ellos si todo esto
os hubiera cogido por sorpresa como a nosotros, ¿no es cierto?
—Crees que sabes mucho, agente de la CIA —dijo con una
peligrosa sonrisa en la cara—. Pero no sabes nada. Y ahora cállate, lo único
que quiero escuchar es el ruido del gatillo.
Sanders cogió el revólver con una mano temblorosa y se
lo llevó a la sien. Se hizo un silencio sepulcral mientras todos esperaban a
que disparara, y el soldado tuvo que tragar saliva dos veces antes de atreverse
a hacerlo.
De nuevo no hubo disparo, sólo un “clic” inofensivo
que volvía a poner la pelota en mi tejado.
Recogí el arma de manos del propio Sanders, que
respiraba aliviado por haber sobrevivido a su primera prueba. Cuando los ánimos
de la sala, que habían vuelto a estallar tras el turno del soldado, se calmaron,
volví a apuntar contra mi propia cabeza.
Era un revolver de seis balas, y ya habían fallado dos,
sólo quedaban otros cuatro disparos. Como si del gato de Schrödinger se
tratara, Sanders y yo estábamos vivos y muertos al cincuenta por ciento, y sólo
quedaba esperar a que la caja se abriera en forma de revolver y se decidiera
por uno u otro.
—¿Cuánto tiempo crees que se podía permitir que
abusarais de vuestro poder para imponer vuestra política? —dijo Azizi—.
¿Creíais que vuestros crímenes se quedarían sin castigo? Los muertos
despiertan, la hora ha llegado y, por supuesto, yo lo sabía.
“Clic”
Volví a salvar la vida gracias al todopoderoso azar, y
además había obtenido algo parecido a una confesión de Azizi… acababa de
revelar que sabía lo que iba a pasar, y eso señalaba a Al Qaeda como
responsables de todo lo que estaba ocurriendo en el mundo.
—¿Por qué? ¿Por qué algo así? —le pregunté atónito…
confieso que nunca creí realmente que pudieran tener algo que ver, me parecía un
asunto demasiado grande y complejo como para que estuviera involucrada una
organización terrorista que, si bien estaba muy extendida, ni de lejos hubiera
imaginado que pudiera tener tanto poder.
—El que se niegue a creer y
muera siendo incrédulo no se le aceptará ningún rescate; aunque diera todo el
oro que cabe en la tierra. Esos tendrán un castigo doloroso y no habrá quien
les auxilie —citó del Corán—. Tu turno de nuevo.
Sanders, más
asustado que la primera vez, y con razón, agarró el arma y la dirigió hacia su
cabeza. Había demostrado mucho valor hasta ese momento, pero podía ver en su
mirada que estaba a punto de derrumbarse…
—¡No hagas esto!
—gimió Walsh con dificultad, que desde su silla podía ver todo lo que ocurría—.
No tienes que hacer esto, Azizi, podemos negociar.
Mamud levantó la
vista y la miró con curiosidad.
—¿Negociar?
—preguntó intrigado.
Walsh tosió un
par de veces mientras el terrorista se le acercaba.
—Tenemos un
helicóptero —dijo con la voz tomada—. Podemos sacarte de este sitio si nos dejas
salir, podemos irnos los cuatro, salir de este lugar infernal.
Azizi le
respondió con una carcajada.
—¿Irme con
vosotros en helicóptero? ¿Para qué? ¿Para ser encerrado en otra celda hasta que
el mundo se acabe y todos estemos muertos?
—No tiene que
ser así —replicó la capitana—. Puedes negociar, ayudarnos a parar esto…
Walsh recordaba
cuál era la misión que nos había llevado allí, e intentaba cumplirla sin que
hubiera más víctimas mortales, pero fallaba a la hora de abordar a aquel hombre.
No se daba cuenta de que él era un fanático, de que realmente deseaba lo que
estaba pasando… como el que se inmola contra gente inocente, preferiría morir a
detenerlo todo por salvar el pellejo.
—¿Ayudaros a
parar esto? —repitió él—. ¿Crees que esto puede pararse? ¡Que el juego
continúe!
Se giró
rápidamente y se acercó a Sanders, que había aprovechado para bajar el arma, y
le obligó a volver a apuntarse en la sien. El soldado cerró los ojos y comenzó
a murmurar una oración antes de apretar el gatillo…
Su cuerpo cayó
como un peso muerto a un lado después de producirse el disparo, y la sangre
saltó hasta estrellarse contra la pared, aunque buena parte de ella salpicó por
todas partes, incluso sobre mi cara.
—¡Oh, Dios! —gimió
Walsh apartando la mirada del cadáver de Sanders—. ¡Dios!
—¡Tenemos un
ganador! —exclamó Azizi con satisfacción, siendo jaleado por su gente—. ¡Sacad
a estos dos fuera! Los muertos están hambrientos…
Nos ataron las
manos, y con no demasiada delicadeza, nos sacaron a rastras de la sala del
tribunal militar para llevarnos hasta el exterior, hasta la valla que mantenía
separado el mundo de los vivos del de los muertos en aquel lugar.
Me llamó la
atención la cantidad de cadáveres reanimados que se habían juntado allí, y
cuando nos obligaron a arrodillarnos frente a la verja metálica descubrí por
qué. El suelo estaba lleno de cadáveres, pero no cadáveres andantes, sino de
cuerpos podridos y prácticamente devorados… cuerpos de gente que habían servido
de alimento a los muertos, de gente a la que aquellos presos habían tirado allí,
como pensaban hacer con nosotros.
Decenas de bocas
y manos se aferraron a la valla en cuanto nos sintieron cerca, y de los
gimoteos lastimeros que aquellas criaturas solían emitir cuando estaban
tranquilas y sin atacar a nadie pasaron a gruñir como animales hambrientos.
—Esto no me gusta
nada. —dijo Walsh algo más recuperada de su breve sesión de tortura.
A mí tampoco me
gustaba. Tal vez, después de todo, Azizi no estuviera mintiendo cuando dijo que
tiraba a los marines destripados para que fueran comidos vivos; había marines
de sobra en el centro de detención para matarlos de todas las formas que se le
ocurrieran. Quise responder diciéndole que me había visto en situaciones
peores, pero era una mentira tan grande que no podría creérsela, lo cierto era
que la situación no podía estar peor. Por el tacto, sabía que las ligaduras con
las que me habían atado no aguantarían mucho si intentaba liberarme de ellas,
pero al estar dándoles la espalda se darían cuenta de mis intentos enseguida.
—¿Qué vamos a
hacer? —insistió la capitana, que debía pensar que tenía algún tipo de plan
maestro en mente—. Si no hacemos algo, nos van a matar.
Detrás de la
valla estaban los muertos vivientes, y unos veinte metros por detrás de ellos,
los arbustos, que eran la flora predominante en esa zona de la isla, se volvían
más densos. Mirándolos entre las piernas descompuestas de casi una centena de
reanimados me pareció ver algo moverse entre ellos… podría equivocarme, pero si
era lo que yo pensaba, merecía la pena intentarlo.
—¡Mamud! —le
llamé dando un grito que se escuchara por encima de los gruñidos de los muertos
y los gritos pidiendo nuestra muerte de los vivos—. ¡Hablemos!
—¿Me vas a hacer
una oferta mejor que la de tu compañera, agente de la CIA? —preguntó con una
sonrisa desdeñosa al acercarse—. ¿O acaso vas a suplicarme por una muerte
rápida? ¡No! ¡Espera! ¡Me había olvidado de que eres un héroe americano! ¿Vas a
pedirme que no mate a la mujer?
El comentario
fue recibido con risas por sus hombres.
—Está bien,
agente de la CIA, no la mataré si es lo que quieres, ¿estás conforme?
—continuó—. O al menos no la mataré hasta que mis hombres se hayan aburrido de
ella, como a los otros marines.
Walsh giró la
cabeza para observar a la jauría de prisioneros que celebraban las palabras de
su líder, y con un temple sorprendente se limitó a endurecer el gesto y volver
de nuevo la cabeza hacia la valla.
—¿Tengo derecho
a una última voluntad? —pregunté intentando parecer indiferente—. Un hombre
honorable como tú no me negará eso, ¿no?
Azizi no perdió
su sonrisa, pero pude ver un atisbo de duda en su mirada… era un hombre
inteligente, analizaba la situación en busca de alguna trampa, sin embargo, era
imposible que encontrara ninguna porque no la había.
—¿Cuál es esa
última voluntad? —respondió por fin.
—Si voy a morir
a manos de los muertos vivientes, quiero salir ahí por mi propio pie —dije
fingiendo un ataque de orgullo—. No me iré de este mundo siendo arrastrado y
suplicando.
Mamud acercó su
cara a la mía, quizá evaluando si alguien como yo era capaz de abrirse paso
entre docenas de muertos y escapar.
—¿Tendrás el
valor de mirar a la muerte a la cara y enfrentarte al juicio de Allah? —me
preguntó—. Petición concedida, agente de la CIA, pero has de saber que no eres
el primero que pide morir con dignidad, y tampoco serías el primero de ellos
que la pierde cuando empiezan los mordiscos.
No dije nada
más, tan sólo me limité a esperar a que me pusieran en pie y me llevaran hasta
la puerta de la valla. Llevaron a Walsh también porque querían hacerla mirar
cómo era devorado vivo antes de que comenzaran las violaciones.
—Estás loco. —me
dijo cuando nos pusieron hombro con hombro delante de la puerta mientras dos de
los hombres de Azizi las abrían para mí.
—Tírate al suelo
cuando empiecen los disparos. —le susurré sin mirarla a la cara.
—¿Qué? —replicó
confusa.
—Tírate al suelo
cuando empiecen los disparos. —repetí un segundo antes de que Azizi en persona
me agarrara de los hombros.
Los dos hombres
tenían la puerta agarrada y preparada para abrirla en cuanto recibieran la
orden.
—Si crees que
voy a permitir que este lugar se invadido por los muertos, te equivocas —me
dijo al oído en tono amenazante mientras soltaba mis ataduras—. La puerta
estará abierta un segundo, y podrás salir por ella, pero si intentas algo, haré
contigo tales cosas que maldecirás a tu madre por haberte traído a este mundo,
¿me he explicado?
Asentí con
seguridad y avancé con la misma seguridad hacia la salida. Walsh no era la
única que debía pensar que me había vuelto loco, las miradas de los hombres de
la puerta un momento antes de abrirla fueron las mismas que se les dedican a un
loco a punto de cometer una locura.
Con el último
paso al frente la puerta se abrió, y una multitud de manos grises y
descompuestas se abalanzaban contra mí. Di un último paso que me sacó del todo
del centro de detención y de un manotazo aparté las primeras manos que querían
agarrarme. Un muerto viviente con la ropa hecha harapos y el rostro agrietado
como si la piel se le hubiera convertido en pergamino se me echó encima, pero
esquivé su acometida con facilidad y le agarré del cuello. No me costó nada
quebrárselo, fue tan fácil que hasta temí arrancarle la cabeza del cuerpo, y
nada más hacerlo, caí al suelo con el cuerpo inmovilizado del muerto encima…
justo en el momento en que comenzaron los disparos.
Los muertos
vivientes a mí alrededor empezaron a caer abatidos por certeros balazos en la
cabeza que provenían de entre los arbustos. Los dos hombres de Azizi, que ya habían
comenzado a cerrar las puertas, también fueron tiroteados; la valla quedó
abierta, y al ver una oportunidad para volver dentro, aparté el cuerpo inerte,
cuya cabeza seguía intentando morderme, a un lado y me arrastré por debajo de
los tiros de vuelta al centro de detención.
Walsh me había
hecho caso y se tiró al suelo también al escuchar el primer disparo, mientras
que Azizi y sus hombres respondían el fuego contra un enemigo que todavía no
podían ver.
—¡Vamos! —le
grité a Walsh deshaciendo el nudo de las cuerdas que le ataban las manos; los
reanimados que no habían sido abatidos comenzaban a entrar, y arrastrarse para
evitar las balas no era la mejor forma de huir de ellos.
—¿Quién les
ataca? —me preguntó a gritos—. ¿Wilson?
—No, no es cosa
de Ryan —respondí—. Son las Avispas Negras.
—¿Las Avispas
Negras? —exclamó sin comprender nada, pero no teníamos tiempo para
explicaciones; nada más liberarle las manos le indiqué que me siguiera, y ambos
nos arrastramos sobre la tierra hacia el grupo de prisioneros armados.
Ninguno reparó
en nosotros ocupados como estaban en la amenaza invisible y en los muertos que
entraban, pero estos últimos, que habían servido de escudo humano contra los
disparos, terminaron por caer, y las balas llegaron por fin hasta los hombres
de Azizi. Dos de ellos murieron tiroteados en menos de un segundo.
—¡Seguid
disparando! —bramó Azizi a los suyos mientras él hacía lo propio con un fusil
en dirección a los arbustos—. ¡Ni se os ocurra huir…!
No pudo decir
nada más, al mismo tiempo que el prisionero que tenía a su lado caía con un
disparo en la frente me lancé contra él para derribarlo en el suelo. No se
esperaba el ataque, y gracias a eso me fue fácil quitarle el fusil de las manos;
intentó revolverse para contraatacar, y yo le dejé espacio para que lo hiciera,
pero sólo para poder darle la vuelta y ponerlo cara al suelo. Le agarré del
cuello, le inmovilicé y le apliqué una llave que pretendía dejarle inconsciente.
—¡Coge el arma!
—le ordené a Walsh mientras Mamud se resistía a perder la consciencia. Rápidamente
recogió el fusil del terrorista y con él abatió a uno de sus hombres.
—¡No! —le dije
mientras Azizi por fin caía inconsciente—. No les ayudes.
—¿Por qué no?
—preguntó Walsh molesta—. Tenemos el mismo enemigo.
—Vamos vestidos
de prisioneros, no creo que se paren a preguntar cuando entren aquí de qué lado
estamos —le expliqué—. Tampoco sabemos si se van a mostrar amistosos aunque les
digamos quiénes somos… tenemos que llevarlo a la sala del tribunal, ayúdame.
Poco convencida,
pero obediente pese a todo, me ayudó a tirar del cuerpo de Azizi mientras los
disparos sobrevolaban por todas partes. Tuvo que abrirnos paso acabando con un
par de islamistas armados que nos bloqueaban el camino, pero finalmente
logramos entrar a la sala del tribunal militar, y una vez allí, atrancamos la
puerta tras nosotros.
—¿Y ahora, qué?
—inquirió la capitana vigilando desde la puerta—. No podemos estar aquí, los
hombres de este desgraciado o los cubanos podrían llegar en cualquier momento.
Me lancé hacia
nuestras cosas, las que nos habían quitado al capturarnos, y recuperé mi
pistola.
—¡Ryan! ¡Ryan me
escuchas! —llamé dándome un golpecito en la oreja para asegurarme de que el
comunicador funcionaba. En el exterior se escuchaban disparos y gritos en
árabe, pronto la batalla se acabaría y las Avispas Negras llegarían hasta
nosotros.
—¡Mark! ¿Eres
tú? ¡Dios mío! ¡Después de lo que ha pasado creía que estabais muertos!
—contestó Ryan bastante sorprendido a través del transmisor—. ¿Qué ha pasado?
—Eso no importa,
lo que importa es que tenemos el paquete, necesitamos una salida, y rápido. —le
urgí sin darle muchas explicaciones, no había tiempo.
—De acuerdo,
¿podéis ir hasta el punto de recogida? —preguntó.
Miré a Walsh, y
ésta negó con la cabeza.
—No creo que
podamos, no cargando con Azizi, estamos en la sala del tribunal militar bajo
ataque de los presos y de los cubanos, dudo que podamos salir de aquí dentro.
—le indiqué.
—¿Los cubanos? —replicó
estupefacto—. ¿De dónde han salido esos?
—¿Y yo qué
cojones sé? —exclamé—. Tú envía a alguien.
—De acuerdo…
¿podréis subir al tejado para que el helicóptero os recoja?
—Lo intentaremos,
tú date prisa, corto. —Terminada la comunicación, me aseguré de que mi pistola
estuviera cargada antes de guardármela en el cinturón.
—¿Cómo vamos a
subirle hasta el tejado? —preguntó Walsh sin perder de vista la puerta.
Saqué de mi
equipo una ampolla de amoníaco, la rompí y se la puse en la nariz a Mamud, el
cuál despertó de inmediato. Cuando apenas hubo abierto los ojos, apoyé mi
rodilla sobre su pecho y le apunté a la cabeza con la pistola.
—Despierta,
Bella Durmiente, nos vamos y necesitamos que colabores. —le espeté.
—Je, ahora soy
yo el que tiene una pistola en la cabeza, ¿verdad? —respondió él con una
sonrisa que sólo un loco o un suicida podría mostrar en un momento como ese—.
¿Por qué iba a colaborar contigo?
—Porque ya lo
has perdido todo. Tus hombres están muertos o muriendo a manos de los cubanos,
aquí sólo te espera la muerte, una muerte sin sentido a manos de gente que no
son tus enemigos. ¡Levántate!
Azizi no perdió
la sonrisa, pero se levantó.
—Yo le tendré vigilado,
tú ábrenos paso. —le dije a Walsh, que asintió y, con el fusil por delante,
abrió la puerta.
—Hay una cosa
que no entiendo —dijo Azizi mientras recorríamos el pasillo en dirección a la
otra puerta del edificio; allí había visto unas escaleras que subían hasta el
tejado y que podían servirnos para llegar hasta allí—. Creía que habíais venido
a acabar con lo que habíamos construido, a vengar a vuestros muertos… pero es
evidente que no es así. ¿Para qué me queréis vivo?
Un par de
hombres de origen árabe se cruzaron con nosotros mientras huían, y antes de que
pudieran reaccionar, Walsh los abatió de sendos disparos. Sólo se detuvo un
momento para coger el cargador de una de las armas de los muertos.
—Habéis perdido
a seis hombres viniendo aquí, vosotros dos podríais haber muerto también, ¿para
qué? —insistió Azizi, pero no le respondí, no tenía intención de iniciar una
conversación con él en ese momento.
Cuando salimos
de nuevo al exterior, nos encontramos con otro par de prisioneros muertos a
tiros junto a la entrada. Las escaleras que llevaban al tejado quedaban a
nuestra derecha, pero tres Avispas Negras se encontraban allí asegurando la
zona, y tuvimos que escondernos junto a los cadáveres para que no nos vieran.
—Esto va a ser
complicado. —sentenció Walsh con bastante acierto.
—Espera a que se
marchen —dije yo—. Sólo tenemos que recorrer seis metros hasta llegar a la
escalera, lo habremos logrado antes de que llegue alguien más.
Estaba
convencido de que sería así, pero entonces ocurrió algo inesperado que torció
toda la situación en una décima de segundo. Azizi gritó, y fue un grito tan
fuerte que debió escucharse en todo el centro de detención. Me giré hacia él
enfurecido por haber revelado nuestra posición, sin embargo, tuve que
contenerme al ver que uno de los prisioneros muertos le había mordido en un
tobillo.
—¡Maldita sea!
—bramó Walsh levantando el arma y disparando contra los cubanos; éstos salieron
corriendo y buscaron lugares donde cubrirse para empezar a devolvernos el
fuego.
Con un disparo
en la cabeza acabé con el muerto viviente, y luego tiré de Azizi para obligarle
a caminar hacia las escaleras.
—¡Cúbrenos! —le
grite a Walsh moviendo a Azizi a empujones escaleras arriba.
La herida era
profunda: había arrancado carne, y además del rastro de sangre que iba dejando,
le dificultaba los movimientos. Cada paso que daba debía ser una tortura, y más
escaleras arriba, pero aun así, le obligué a moverse. Las chispas saltaban por
los aires cuando alguna bala lograba golpear en la escalera metálica, aunque
logramos llegar al tejado sin un solo disparo… sin embargo, nada más tocar
techo, Azizi cayó al suelo. Le dejé allí mientras me asomaba y comenzaba a
disparar con mi pistola contra los cubanos.
—¡Ahora,
capitana! —avisé a Walsh para que comenzara a subir… pero ella no tuvo tanta
suerte como nosotros dos.
Fue un único
disparo, le entró por una sien y salió por la otra, impregnando de sangre y
sesos la pared exterior del edificio. Su cuerpo cayó rodando escaleras abajo
hasta llegar al suelo, donde quedó tirada como un muñeco de trapo.
—¡Mierda!
—farfullé al tiempo que retrocedía, ya no tenía sentido seguir disparándoles.
—Parece que han jodido
a tu amiga —dijo Azizi entre riéndose y retorciéndose de dolor por la
mordedura—. Le habría ido mucho mejor con nosotros; al final, las otras acababan
tan rotas que ni siquiera se quejaban… era entonces cuando, terminada la
diversión, las matábamos
—Tú también
estás jodido. —repliqué dándole una patadita en la herida que le hizo lanzar un
grito desgarrador.
En el despejado
cielo vi un punto negro que se acercaba, sólo podía ser el helicóptero de Ryan;
todo apuntaba a que de nuevo iba a salir vivo de una situación límite. Me
pregunté cuánto tiempo podría seguir con aquello, viviendo de aquella manera…
tenía una mujer, una hija recién nacida y el mundo se estaba yendo al infierno,
mi suerte no podía durar.
“Lo voy a dejar”
me dije, “cogeré a las dos y nos iremos a Nebraska, a la granja de mis padres
hasta que todo esto acabe y los muertos vivientes desaparezcan.”
Cuando el
helicóptero llegó no tomó tierra, se limitó a bajar un poco y lanzarnos una
escalerilla.
—Vamos, toca
escalar otro poco más. —le dije a Azizi levantándole del suelo y llevándole
hasta ella.
Se agarró como
pudo, igual que yo, y sólo entonces el helicóptero volvió a remontar el vuelo.
Desde el suelo, las Avispas Negras, con sus trajes de camuflaje y sus rostros
pintados del color de la vegetación circundante, nos observaron mientras nos
elevábamos. Varios nos apuntaban con sus armas.
—¿Por qué no
disparan? —se extrañó Azizi.
—Porque nos
vamos —le expliqué—. No somos sus enemigos, han venido aquí a limpiar la base,
a tomarla y a refugiarse de los muertos en ella.
El gobierno no
iba a malgastar unos recursos que no tenía en recuperar la base naval, ni el
centro de detención, ni nada de nada… en ese mismo instante, de algún modo
Guantánamo volvió a pertenecer a Cuba, o a todo lo que quedaba de Cuba.
Más tarde, ya sobre
la cubierta del barco, y observando cómo la isla de Cuba se iba quedando atrás,
todavía seguía pensando en eso.
—Así que esos
cabrones esperaron a que abrieras la puerta para atacar —dijo Ryan, que se
encontraba a mi lado—. Lo que no me puedo creer es que supieras que eran las
Avispas Negras.
—Me arriesgué y
gané, ya sabes cómo es esto—contesté sin darle mucha importancia—. Lástima que
Walsh y sus hombres no lo lograran.
—Si… pero al
menos tenemos a Azizi —se consoló él suspirando profundamente—. Vayamos a
verle, tengo mucho interés en todo lo que tenga que decir.
Alguien había
atendido la herida de Azizi, aunque todos sabíamos que no tenía curación
posible. Los mordiscos de esos seres seguían siendo letales y no había tratamiento
médico que lo remediara, como tampoco se podía remediar la posterior
resurrección. Tras vendarle el pie, le habían instalado en un camarote y
sentado en una silla a la que estaba encadenado de pies y manos.
—Pueden
retirarse. —les ordenó Ryan a los dos marines que le custodiaban, que
obedecieron sin rechistar y nos dejaron a los tres solos.
—Sin rodeos,
Azizi, ¿qué sabes de los muertos vivientes? —exigió Ryan con autoridad.
—Que pronto
serán mis nuevos hermanos —respondió él mirándose el pie—. ¿Para eso me habéis
traído? ¿Para qué os dé clases de religión?
—¿De religión?
¿Qué quieres decir? —inquirió Ryan.
—Os hablo del
juicio final, de la ira de Allah que está cayendo sobre todos vosotros por
atacar a los verdaderos creyentes. —recitó.
—Menos bromas,
Azizi, tenemos una grabación tuya hablando con Hasim Numair. “Comenzará el día
veintiuno, y nadie podrá detenerlo cuando llegue la hora”. —le recordó sin
perder el tono de voz autoritario que siempre había hecho de él un buen
interrogador… sin embargo, Azizi parecía inmune a la intimidación.
—Y así ha sido: la Hora ha llegado, Al
Madhi vendrá para que todas las demás religiones sean pasadas a espada. Sólo el
Islam sobrevivirá. Jerusalén será devuelta a los fieles y La Meca será la
capital del mundo.
—El islam no ha sobrevivido —le dije furioso al darme
cuenta de la verdad—. Tu país ya no existe, tu organización terrorista ya no
existe, tu pueblo ya no existe… pero si te sirve de consuelo, puede que en muy
poco tiempo el nuestro tampoco.
Salí del camarote dando un brusco portazo y me dirigí
a la cubierta. Todo había sido un engaño, un espejismo, una quimera…
—¿Qué coño te pasa? —me preguntó Ryan cuando me
alcanzó—. ¿A qué venía ese numerito?
—¿No lo entiendes? La grabación, dice “la Hora”, y lo
interpretamos mal —le expliqué—. “la Hora” no es más que una referencia del
Corán sobre el fin del mundo. Ese idiota fanático religioso sólo cogido el mito
del fin del mundo del 21 de diciembre de 2012… ¿no lo ves? ¡No sabe una mierda
de lo que está ocurriendo! ¡Se cree que esto es obra de la ira de Dios o algo
así, su gente no ha tenido nada que ver!
Ryan se quedó callado durante unos segundos,
asimilando la dura verdad a la que teníamos que hacer frente. El mundo se hacía
pedazos, nuestros propios muertos se volvían contra nosotros y no teníamos ni
idea de por qué ni de la forma de evitarlo… esa granja en Nebraska se volvía
más atractiva por momentos.
Incréible la manera por la que ha salido vivo el joputa xDDD. Muy buena historia, aunque todas esas vidas hayan sido en vano...
ResponderEliminarMuy bueno que sigan las historias. ;-)
ResponderEliminarSeguirán, te lo aseguro ;)
Eliminar