viernes, 8 de marzo de 2013

Crónicas zombi: Preludio 11/01/2013

11 de enero de 2013, 22 días después del primer brote, 4 días antes del Colapso Total.


Agente Mark Ford, CIA. Parte 2


No estábamos disfrutando demasiado de la visita a Guantánamo, y no era para menos: el centro de detención había sido tomado a partes iguales por los muertos vivientes y por los presos rebelados, que se liberaron de sus captores marines aprovechando que las medidas de seguridad se desactivaron al perderse el suministro eléctrico. En nuestra búsqueda de Mamud Azizi, peligroso terrorista de Al Qaeda, y la información que pudiera tener sobre la plaga de muertos reanimados que azotaba el mundo, cinco soldados habían caído, y él último de ellos, junto a la capitana Olivia Walsh y yo mismo, habíamos sido capturados por los prisionero sublevados.
Después de desarmarnos, nos quitaron la ropa y nos obligaron a vestirnos con uniformes de presidiarios, de un color naranja chillón. Luego desfilamos junto a una valla en dirección desconocida, y mientras a un lado los prisioneros sublevados nos abucheaban e insultaban, al otro los muertos vivientes se lanzaban contra la valla clamando por nuestra carne. Tres hombres con armas automáticas nos tenían bien vigilados, preparados para acabar con nosotros al primer movimiento en falso que hiciéramos.
Pese a que la situación era crítica, no podía decir que tuviera miedo… el miedo era para las personas sensatas, y nadie que se dedicara a lo que yo me dedicaba podría calificarse como sensato. Quienes sí se comportaban como personas sensatas eran la capitana Walsh y el soldado, cuyo nombre, si no recordaba mal, era Sanders. Walsh se frotaba el pecho dolorida en el lugar donde había recibido el disparo que el chaleco antibalas detuvo.
—¿Qué van a hacer con nosotros? —preguntó Sanders intentando hacerse oír por encima del estruendo tanto de los vivos como de los muertos.
No le respondí, lo más probable era que fueran a matarnos de una forma cruel e imaginativa, ¿para qué asustarle más de lo que ya estaba? Mi gran esperanza seguía siendo lograr sacarle algo a Azizi aprovechando su situación de superioridad, como la confesión que el héroe le saca al villano en la película cuando éste cree, ingenuo de él, que va a matarle… sólo que eso era ficción, y en la vida real no había huidas milagrosas que nos pudieran salvar. No viviríamos, pero el diminuto comunicador que llevaba en la oreja, y que no me habían visto en el registro, haría que Ryan lo escuchara. La misión se terminaría cumpliendo pese a todo.
Nuestro destino acabó siendo la sala del tribunal militar, lugar donde habitualmente eran juzgados con dudosas garantías los presos de Guantánamo. La sala tan sólo consistía en una habitación cuadrada de paredes de madera y dos mesas con micrófonos, una donde se sentaba el acusado y otra más alta para el juez; una bandera de Estados Unidos pintarrajeada era la única decoración que habían mantenido.
Nos sentaron a los tres en la mesa del acusado, mientras que el propio Mamud Azizi lo hizo en la del juez… era evidente que tenían la intención de representar una farsa de juicio donde sin duda íbamos a acabar condenados a muerte sólo por ser americanos.
Los hombres que jaleaban a Azizi y nos abucheaban a nosotros se fueron callando al ver que su líder tomaba asiento, y sólo cuando la última voz se hubo apagado, Azizi comenzó a recitar en árabe:
—Cuando el cielo se hienda, cuando los astros se precipiten, cuando los mares se mezclen, cuando las tumbas sean revueltas, cada alma sabrá lo que adelantó y lo que atrasó. ¡Hombre! ¿Qué te engañó apartándote de tu Señor, el Generoso? El que te creó, te conformó y te equilibró. ¡Pero no! Negáis la veracidad de la Rendición de Cuentas. Cuando tenéis dos guardianes pendientes de vosotros, nobles escribas que saben lo que hacéis. Es cierto que los creyentes sinceros entrarán en deleite y los farsantes estarán en un infierno; allí irán a abrasarse el Día de la Retribución. Y no podrán dejar de estar en él. Pero, ¿cómo podrás entender qué es el Día de la Retribución? ¿Cómo podrás entender qué es el Día de la Retribución? Es el día en el que nadie podrá hacer nada por nadie. Y ese día el mandato será de Allah.
Esa cita del Corán tenía relación con el juicio final… por lo visto, Azizi también estaba convencido, como tantos otros, de que estábamos viviendo los tiempos finales. La pregunta era si éstos realmente habían llegado, o más bien los terroristas se habían encargado de adelantarlos.
—Este tribunal os juzga por haber participado en la tortura de muchos de los hermanos que nos encontramos aquí presentes —dijo Azizi con solemnidad alzando la vista hacia nosotros—. El castigo por ese crimen es la muerte, ¿cómo os declaráis?
Aquello era una farsa… o mejor dicho, era una farsa aún mayor de lo que me esperaba, pero eso podía jugar a mi favor si era capaz de seguirles el juego. Walsh y Sanders no dijeron nada, debían creer que permanecer callados era lo más digno, pero yo tenía otros problemas de los que preocuparme más importantes que la dignidad.
—Me declaro inocente, señoría —respondí con el tono más despreocupado que fui capaz de mostrar—. Mis compañeros y yo somos inocentes de los crímenes de los que nos acusa este tribunal.
Las risas de quienes se quedaron en la sala a presenciarlo todo estallaron en cuanto terminé la frase, pero no les hice ni caso, al igual que a las miradas fulminadoras de los dos marines, indignados de que me prestara a la farsa.
Nuestro “juez” esperó hasta que se callaron del todo para continuar.
—¿Inocentes? Tengo como treinta hombres aquí que son víctimas directas de las torturas a las que los marines les sometieron —Azizi mantenía las formas, aunque podía notar que, en el fondo, estaba partiéndose de risa también… probablemente era el primero de los que allí habrían juzgado que le seguía el juego, y eso le gustaba.
—Es posible, señoría, pero ningunos de nosotros estuvo implicado en eso —repliqué con el mismo tono desenfadado que antes—. Nosotros llegamos hace unos minutos al centro de detención.
—Así que el helicóptero os traía a vosotros. —dedujo con tino.
—Eso es —confirmé—. Nosotros acabamos de llegar, no hemos tenido nada que ver con todo lo que haya ocurrido aquí antes de eso.
—Sin embargo, ellos dos son marines —observó el terrorista—. Y tú eres un agente de la CIA, tú mismo lo confesaste. Ambos trabajáis para el gobierno que nos capturó, nos encerró en este centro infernal y nos torturó.
—Es correcto, pero no tuvimos nada que ver con vuestro sufrimiento —me defendí—. No participamos en vuestra tortura. ¿Acaso sería justo condenar a un hombre sólo porque otros hombres del mismo gobierno os han perjudicado?
Esa vez Azizi no pudo contener una carcajada.
—¿Te suena algo la “pertenencia a organización terrorista”, agente de la CIA? —me espetó mientras el resto de los presentes comenzaba a insultarnos a gritos. Aprovechando el ruido, la capitana Walsh se me acercó unos centímetros.
—¿Qué estás haciendo? ¿Por qué le sigues el juego a ese terrorista? —me susurró. No le respondí.
—Me temo que como defensa es bastante mala —dijo Azizi cuando los ánimos se calmaron entre su gente—. Además, me consta que habéis matado a varios de los nuestros antes de que os capturáramos. Tenéis que pagar por esas muertes, es lo justo, ¿no te parece?
—Esas muertes fueron en defensa propia…
—¡Por el amor de Dios! ¿Qué diablos estás haciendo? —me interrumpió Walsh harta de todo aquello—. ¿De verdad vas a continuar con esta farsa?
La sala volvió a estallar con insultos y maldiciones, e incluso alguien lanzó una piedra contra nosotros, aunque terminó golpeando en la pared. Sólo volvieron a callarse cuando Azizi se puso en pie desde su asiento de juez y comenzó a pedir silencio, y cuando hubo conseguido que el orden volviera a la estancia, la mirada que nos dirigió no fue nada amistosa… el numerito se había acabado.
—¿Una farsa? —exclamó furioso—. Una farsa fueron los juicios a los que tu gobierno nos sometió cuando éramos nosotros los que estábamos en vuestra posición. Yo ni siquiera os he coaccionado para que declaréis lo que yo quiero escuchar, cosa que no se puede decir de los vuestros.
Varios de sus hombres asintieron dándole la razón, uno incluso aplaudió.
—Veo que no le gustan los métodos pacíficos, señorita —continuó—. Será mejor que empleemos unos métodos que le resultarán más familiares. ¡Atadla a una silla!
El clamor y el entusiasmo que siguieron a aquella orden casi provocan un tumulto. Dos hombres armados levantaron a Walsh de su asiento y la arrastraron hasta la silla que un tercero colocó en mitad de la sala. La capitana intentó resistirse, sin embargo, aquellos dos hombres eran más fuertes que ella, y la inmovilizaron sin mucha dificultad. Sanders quiso levantarse a ayudarla pero volvieron a sentarle con un golpe de culata de fusil en la cara.
Cuando dos hombres más trajeron una palangana llena de agua, una cantimplora y una toalla, supe de qué iba la cosa.
“¡Maldita sea! Deberías haber permanecido callada” pensé con frustración sabiendo que iban a torturarla por no seguir el juego, y también con impotencia, porque no tenía forma de ayudarla; en China pasé también por eso la primera vez que me capturaron, y sabía lo que se sentía… no era ni mucho menos agradable.
—¡Espera! ¡No! ¡No! —gritó mientras la ataban a la silla.
En cuanto estuvo amarrada, uno de ellos la agarró del pelo para echarle la cara hacia atrás y le puso la toalla por encima, luego, un segundo cogió la cantimplora, la llenó de agua de la palangana y fue echándoselo poco a poco sobre la toalla.
El fin de esa tortura era que el agua llegara a las vías respiratorias cuando el torturado intentara respirar a través de la toalla. La angustia que provocaba la entrada de agua y la sensación de ahogamiento lo transformaba en un método de tortura angustioso, que además podía provocar graves daños e incluso llegar a matar a la víctima.
Cuando el agua apenas llevaba cayendo unos segundos la capitana comenzó a retorcerse e intentar soltarse de las ligaduras, aunque con poco éxito, para satisfacción de todos los que presenciaban la tortura.
—¡Basta! —gritó Sanders cubriéndose todavía con una mano el lugar donde le habían golpeado—. ¡Ya vale! ¿Qué es lo que pretendéis conseguir con esto?
Azizi le quitó la toalla de la cabeza a Walsh, que tomó una bocanada de aire con dificultad y comenzó a toser y a escupir agua; su rostro se había vuelto rojo.
—¿Qué pretendemos con esto? —repitió Azizi—. Esta infiel no acepta los métodos democráticos de justicia, de modo que estamos sometiéndola a un tratamiento de los que a vosotros os gustan tanto. ¿O no es para poder hacer estas cosas por lo que nos traéis aquí? —Se giró hacia el hombre de la cantimplora—. Otra vez.
Antes de que pudiera replicar, Walsh se vio de nuevo con la toalla sobre la cara y con el agua cayendo sobre ella. Yo no quería mirar porque sentía que estaba empezando a afectarme; en China había recibido la misma tortura, y ver aquello era casi como estar de nuevo allí, sentado en una silla con Xiang haciéndome preguntas que yo sabía que por ningún motivo tenía que responder, sintiendo cómo el agua congelada me ahogaba…
—¡Ya basta! —imploró Sanders mientras Walsh hacía unos ruidos horribles a través de la boca al luchar por respirar.
Cuando le quitaron la toalla parecía incapaz de tomar aire incluso sin nada bloqueándole el acceso al preciado oxígeno. Escupió agua durante unos segundos, pero de inmediato la volvieron a colocar en posición para continuar con la tortura.
—¡Otra vez! —ordenó Azizi con sadismo.
Los hombres armados que nos vigilaban a Sanders y a mí parecían muy entretenidos viendo a la capitana sufrir, de modo que mientras Walsh volví a retorcerse sobre la silla con el agua cayendo sobre la toalla, tardaron una décima de segundo de más en reaccionar cuando me puse en pie.
La mesa donde nos habían sentado cayó al suelo dando un golpe, y con una patada la mandé contra las piernas de los dos hombres. El impacto no fue lo bastante fuerte como para hacerles caer, pero sí que les hice perder otra décima de segundo tratando de recuperar el equilibrio, y eso fue suficiente para llegar hasta uno de ellos y lanzarme a por su arma.
Agarré su fusil de asalto y le golpeé con él en la cara, rompiéndole la nariz, lo que sirvió para que lo soltara y yo lograra arrebatárselo. Sanders fue rápido en reaccionar y se abalanzó sobre el otro antes de que pudiera dispararme, y forcejeó con él hasta que también le arrancó el arma de las manos… ayudado por un disparo mío que atravesó el estómago al preso.
Había sido algo temerario, muy temerario… tanto que, de no ser porque había perdido el control durante un momento, jamás habría intentado. Los espectadores de aquella tortura que iban desarmados salieron corriendo temiendo que les atacáramos, y por eso llegué a pensar que incluso teníamos una oportunidad de salir de allí, o al menos lo creí hasta que Azizi nos llamó la atención con un carraspeo. Le había quitado la toalla mojada a Walsh, que boqueaba luchando por conseguir aire mientras él la sujetaba del pelo y le apuntaba en la sien con un revólver.
—¡Tirad las armas o la mataré! —exigió encañonándola.
—¡Tira el arma tú o te mataré yo! —respondió Sanders.
Pero Azizi se limitó a sonreír y a clavar aún más el arma en la sien de Walsh. Mientras tanto, yo cerré la puerta de la sala del tribunal para que ningún otro hombre pudiera entrar.
—¿Creéis que vais a salir con vida de aquí? —dijo—. Si me matáis, hay más de treinta hombres fuera que os destriparán y os echarán todavía vivos a los muertos vivientes para que os devoren… ya lo hemos hecho con algunos de los otros marines.
Sanders, cabreado, le apuntó con el fusil, y yo sabía que tendría que intervenir de algún modo… necesitábamos a Azizi vivo por encima de cualquier otra cosa, incluso de la vida de cualquiera de nosotros. Desgraciadamente Azizi no iba a facilitarme las cosas, su historial demostraba que no tenía ningún miedo a morir, y contra un hombre así, la única solución es matarlo.
—Suplicaban como niños —siguió provocando a Sanders—. Los destripábamos, los tirábamos al otro lado de la valla para que los muertos se los comieran vivos y obligábamos a los demás a mirar.
—Mientes —exclamé yo cuando vi que Sanders estaba al límite—. Vimos a los marines muertos, los humillasteis y los ejecutasteis, pero no hiciste nada de eso.
Azizi volvió a carcajearse.
—Muy astuto, agente de la CIA, pero no creo que vosotros vayáis a tener esa suerte.
Alguien comenzó a aporrear la puerta por el otro lado. Los refuerzos de Azizi habían llegado, y no tardarían en lograr entrar. Si algo había aprendido de los muertos vivientes era que un montón de cuerpos empujando pueden abrir cualquier cosa.
—Será mejor que tiréis las armas, se os acaba el tiempo. Si lo hacéis, os prometo una muerte rápida… si no, ella morirá y vosotros lo haréis después muy lentamente. —nos amenazó dando un empujón a la cabeza de la pobre Walsh y colocándole el revólver en la nuca.
—Está bien, nos rendimos. —dije dejando el arma en el suelo y acercándosela de una patada.
—¿Qué? —exclamó Sanders perplejo.
—Tiene razón —quise hacerle ver—. No podremos salir de aquí con vida, matará a Walsh y acabaremos siendo comida de muerto. Tire su arma, Sanders.
—¡Al menos moriremos luchando! —bramó él mirándome con desprecio, como si yo fuera un cobarde.
—Le he dado una orden, soldado. —me limité a decir confiando en que su sentido del deber le obligara a obedecer… por suerte no me equivoqué, y aunque a regañadientes, acabó tirando el arma.
—Muy bien —dijo Azizi con cautela acercándose a recoger los dos fusiles—. Ahora abrir la puerta, dejad pasar a mi gente.
Nada más hacerlo, una marea de hombres se nos echó encima y nos aplastó contra el suelo. Escuché varios insultos en árabe y cómo nos amenazaban de muerte por haber matado a uno de los suyos, pero la voz de Azizi se impuso.
—¡Basta! ¡Silencio! ¡Silencio he dicho!
Sentí una patada en un costado que me hizo encogerme de dolor durante unos segundos.
—Estos malditos perros infieles deben ser ajusticiados de inmediato. —exigió alguien.
—¡No! —bramó Azizi—. Estos tres infieles son el vivo ejemplo de la arrogancia y prepotencia de los americanos y quiero darles una lección antes de que mueran. ¡Llevadlos a la mesa!
Nos levantaron con brusquedad y nos volvieron a sentar junto a la mesa que previamente habíamos derribado. Para mi sorpresa, no nos ataron, tan sólo nos dejaron allí sentados uno frente al otro. La capitana Walsh sí que seguía atada en su silla, pero al menos habían dejado de torturarla y comenzaba a respirar con normalidad, aunque parecía estar a punto de desmayarse.
—¿Por qué me has hecho tirar el arma? —me preguntó en un susurro el soldado, todavía enfadado por aquella decisión—. Podría haberle matado antes de que llegara a apretar el gatillo.
—La misión. Le necesitamos con vida, ¿recuerdas? —fue mi respuesta, también susurrada.
—La misión —replicó con desprecio—. La misión ha fracasado, eso está claro.
“Ninguna misión ha fracasado mientras sigues vivo” me dije a mí mismo, porque dicho en voz alta podía sonar como si tuviera un plan, y no era así ni por asomo.
Azizi se acercó a nosotros con el revólver en la mano, y en cuanto llegó hasta la mesa, vació el tambor sobre ella, luego cogió una de las balas, la colocó de nuevo en el arma y barrió las demás al suelo. Sin pronunciar palabra, dejó la pistola en el centro de la mesa, entre Sanders y yo.
—Os prometí una muerte rápida, y en nombre de Allah os la voy a dar. —No parecía estar demasiado enfadado pese a que habíamos matado a otro de sus hombres y le habíamos amenazado de muerte—. Como os gusta representar el papel de héroe americano, os pondré en la misma situación en la que estuvo uno de vuestros héroes de la televisión.
—¿Qué significa esto? —preguntó Sanders.
—Os prometí una muerte rápida —repitió con una sonrisa de suficiencia—. “Una” muerte rápida, ¿lo coges? El afortunado al que le toque la bala, morirá sin dolor y sin humillación… el que sobreviva, tendrá menos suerte.
La mirada de Sanders se cruzó con la mía. Sabía lo que estaba pensando, se moría por agarrar la pistola y aprovechar la bala para dispararle a Azizi, pero también sabía que era muy arriesgado; si la bala no estaba en el siguiente agujero del tambor, los hombres armados que nos vigilaban nos abatirían antes de poder apretar el gatillo una segunda vez; y si la bala sí que estaba y Azizi moría, luego moriríamos los demás por nada… sólo había una solución: seguir el juego.
Agarré la pistola, apoyé el cañón contra mi sien y apreté el gatillo…
No ocurrió nada, la sala se llenó del ruido de los hombres de Azizi jaleándonos, pero en mis oídos sólo podía escuchar los latidos apresurados de mi corazón. Había tenido decenas de oportunidades para acabar muerto antes, sin embargo, jamás habían dependido únicamente de mi mano.
Dejé el arma en la mesa, era el turno de Sanders, pero si él no moría el revólver volvería a mí de nuevo, con mayores probabilidades de que acabara muerto si así ocurría.
—¿Cuál es tu plan, Mamud? —le pregunté mirándole a los ojos—. Cuando nos hayas matado, ¿qué planeas hacer a continuación? ¿Vivir encerrados en este centro de detención hasta que los muertos logren atravesar las vallas?
—¿Y eso a ti qué te importa? —fue su despectiva respuesta—. ¿Acaso te preocupas por nuestro bienestar? Muy noble por tu parte.
—Eres un tipo listo, Mamud, seguro que tenías algo pensado cuando todo esto empezó —insistí tratando de sonsacarle algo; era el mejor momento, estaba tan ansioso por ver cómo o Sanders o yo nos volábamos la cabeza que podría llegar a confesar algo que preferiría no haber dicho—. Eso explicaría cómo os hicisteis con el control de este lugar, ¿verdad? Aunque se fuera la luz, y las verjas dejaran de estar electrificadas, aún quedaban los muertos y los marines, no teníais medios para luchar contra ellos si todo esto os hubiera cogido por sorpresa como a nosotros, ¿no es cierto?
—Crees que sabes mucho, agente de la CIA —dijo con una peligrosa sonrisa en la cara—. Pero no sabes nada. Y ahora cállate, lo único que quiero escuchar es el ruido del gatillo.
Sanders cogió el revólver con una mano temblorosa y se lo llevó a la sien. Se hizo un silencio sepulcral mientras todos esperaban a que disparara, y el soldado tuvo que tragar saliva dos veces antes de atreverse a hacerlo.
De nuevo no hubo disparo, sólo un “clic” inofensivo que volvía a poner la pelota en mi tejado.
Recogí el arma de manos del propio Sanders, que respiraba aliviado por haber sobrevivido a su primera prueba. Cuando los ánimos de la sala, que habían vuelto a estallar tras el turno del soldado, se calmaron, volví a apuntar contra mi propia cabeza.
Era un revolver de seis balas, y ya habían fallado dos, sólo quedaban otros cuatro disparos. Como si del gato de Schrödinger se tratara, Sanders y yo estábamos vivos y muertos al cincuenta por ciento, y sólo quedaba esperar a que la caja se abriera en forma de revolver y se decidiera por uno u otro.
—¿Cuánto tiempo crees que se podía permitir que abusarais de vuestro poder para imponer vuestra política? —dijo Azizi—. ¿Creíais que vuestros crímenes se quedarían sin castigo? Los muertos despiertan, la hora ha llegado y, por supuesto, yo lo sabía.
“Clic”
Volví a salvar la vida gracias al todopoderoso azar, y además había obtenido algo parecido a una confesión de Azizi… acababa de revelar que sabía lo que iba a pasar, y eso señalaba a Al Qaeda como responsables de todo lo que estaba ocurriendo en el mundo.
—¿Por qué? ¿Por qué algo así? —le pregunté atónito… confieso que nunca creí realmente que pudieran tener algo que ver, me parecía un asunto demasiado grande y complejo como para que estuviera involucrada una organización terrorista que, si bien estaba muy extendida, ni de lejos hubiera imaginado que pudiera tener tanto poder.
El que se niegue a creer y muera siendo incrédulo no se le aceptará ningún rescate; aunque diera todo el oro que cabe en la tierra. Esos tendrán un castigo doloroso y no habrá quien les auxilie —citó del Corán—. Tu turno de nuevo.
Sanders, más asustado que la primera vez, y con razón, agarró el arma y la dirigió hacia su cabeza. Había demostrado mucho valor hasta ese momento, pero podía ver en su mirada que estaba a punto de derrumbarse…
—¡No hagas esto! —gimió Walsh con dificultad, que desde su silla podía ver todo lo que ocurría—. No tienes que hacer esto, Azizi, podemos negociar.
Mamud levantó la vista y la miró con curiosidad.
—¿Negociar? —preguntó intrigado.
Walsh tosió un par de veces mientras el terrorista se le acercaba.
—Tenemos un helicóptero —dijo con la voz tomada—. Podemos sacarte de este sitio si nos dejas salir, podemos irnos los cuatro, salir de este lugar infernal.
Azizi le respondió con una carcajada.
—¿Irme con vosotros en helicóptero? ¿Para qué? ¿Para ser encerrado en otra celda hasta que el mundo se acabe y todos estemos muertos?
—No tiene que ser así —replicó la capitana—. Puedes negociar, ayudarnos a parar esto…
Walsh recordaba cuál era la misión que nos había llevado allí, e intentaba cumplirla sin que hubiera más víctimas mortales, pero fallaba a la hora de abordar a aquel hombre. No se daba cuenta de que él era un fanático, de que realmente deseaba lo que estaba pasando… como el que se inmola contra gente inocente, preferiría morir a detenerlo todo por salvar el pellejo.
—¿Ayudaros a parar esto? —repitió él—. ¿Crees que esto puede pararse? ¡Que el juego continúe!
Se giró rápidamente y se acercó a Sanders, que había aprovechado para bajar el arma, y le obligó a volver a apuntarse en la sien. El soldado cerró los ojos y comenzó a murmurar una oración antes de apretar el gatillo…
Su cuerpo cayó como un peso muerto a un lado después de producirse el disparo, y la sangre saltó hasta estrellarse contra la pared, aunque buena parte de ella salpicó por todas partes, incluso sobre mi cara.
—¡Oh, Dios! —gimió Walsh apartando la mirada del cadáver de Sanders—. ¡Dios!
—¡Tenemos un ganador! —exclamó Azizi con satisfacción, siendo jaleado por su gente—. ¡Sacad a estos dos fuera! Los muertos están hambrientos…
Nos ataron las manos, y con no demasiada delicadeza, nos sacaron a rastras de la sala del tribunal militar para llevarnos hasta el exterior, hasta la valla que mantenía separado el mundo de los vivos del de los muertos en aquel lugar.
Me llamó la atención la cantidad de cadáveres reanimados que se habían juntado allí, y cuando nos obligaron a arrodillarnos frente a la verja metálica descubrí por qué. El suelo estaba lleno de cadáveres, pero no cadáveres andantes, sino de cuerpos podridos y prácticamente devorados… cuerpos de gente que habían servido de alimento a los muertos, de gente a la que aquellos presos habían tirado allí, como pensaban hacer con nosotros.
Decenas de bocas y manos se aferraron a la valla en cuanto nos sintieron cerca, y de los gimoteos lastimeros que aquellas criaturas solían emitir cuando estaban tranquilas y sin atacar a nadie pasaron a gruñir como animales hambrientos.
—Esto no me gusta nada. —dijo Walsh algo más recuperada de su breve sesión de tortura.
A mí tampoco me gustaba. Tal vez, después de todo, Azizi no estuviera mintiendo cuando dijo que tiraba a los marines destripados para que fueran comidos vivos; había marines de sobra en el centro de detención para matarlos de todas las formas que se le ocurrieran. Quise responder diciéndole que me había visto en situaciones peores, pero era una mentira tan grande que no podría creérsela, lo cierto era que la situación no podía estar peor. Por el tacto, sabía que las ligaduras con las que me habían atado no aguantarían mucho si intentaba liberarme de ellas, pero al estar dándoles la espalda se darían cuenta de mis intentos enseguida.
—¿Qué vamos a hacer? —insistió la capitana, que debía pensar que tenía algún tipo de plan maestro en mente—. Si no hacemos algo, nos van a matar.
Detrás de la valla estaban los muertos vivientes, y unos veinte metros por detrás de ellos, los arbustos, que eran la flora predominante en esa zona de la isla, se volvían más densos. Mirándolos entre las piernas descompuestas de casi una centena de reanimados me pareció ver algo moverse entre ellos… podría equivocarme, pero si era lo que yo pensaba, merecía la pena intentarlo.
—¡Mamud! —le llamé dando un grito que se escuchara por encima de los gruñidos de los muertos y los gritos pidiendo nuestra muerte de los vivos—. ¡Hablemos!
—¿Me vas a hacer una oferta mejor que la de tu compañera, agente de la CIA? —preguntó con una sonrisa desdeñosa al acercarse—. ¿O acaso vas a suplicarme por una muerte rápida? ¡No! ¡Espera! ¡Me había olvidado de que eres un héroe americano! ¿Vas a pedirme que no mate a la mujer?
El comentario fue recibido con risas por sus hombres.
—Está bien, agente de la CIA, no la mataré si es lo que quieres, ¿estás conforme? —continuó—. O al menos no la mataré hasta que mis hombres se hayan aburrido de ella, como a los otros marines.
Walsh giró la cabeza para observar a la jauría de prisioneros que celebraban las palabras de su líder, y con un temple sorprendente se limitó a endurecer el gesto y volver de nuevo la cabeza hacia la valla.
—¿Tengo derecho a una última voluntad? —pregunté intentando parecer indiferente—. Un hombre honorable como tú no me negará eso, ¿no?
Azizi no perdió su sonrisa, pero pude ver un atisbo de duda en su mirada… era un hombre inteligente, analizaba la situación en busca de alguna trampa, sin embargo, era imposible que encontrara ninguna porque no la había.
—¿Cuál es esa última voluntad? —respondió por fin.
—Si voy a morir a manos de los muertos vivientes, quiero salir ahí por mi propio pie —dije fingiendo un ataque de orgullo—. No me iré de este mundo siendo arrastrado y suplicando.
Mamud acercó su cara a la mía, quizá evaluando si alguien como yo era capaz de abrirse paso entre docenas de muertos y escapar.
—¿Tendrás el valor de mirar a la muerte a la cara y enfrentarte al juicio de Allah? —me preguntó—. Petición concedida, agente de la CIA, pero has de saber que no eres el primero que pide morir con dignidad, y tampoco serías el primero de ellos que la pierde cuando empiezan los mordiscos.
No dije nada más, tan sólo me limité a esperar a que me pusieran en pie y me llevaran hasta la puerta de la valla. Llevaron a Walsh también porque querían hacerla mirar cómo era devorado vivo antes de que comenzaran las violaciones.
—Estás loco. —me dijo cuando nos pusieron hombro con hombro delante de la puerta mientras dos de los hombres de Azizi las abrían para mí.
—Tírate al suelo cuando empiecen los disparos. —le susurré sin mirarla a la cara.
—¿Qué? —replicó confusa.
—Tírate al suelo cuando empiecen los disparos. —repetí un segundo antes de que Azizi en persona me agarrara de los hombros.
Los dos hombres tenían la puerta agarrada y preparada para abrirla en cuanto recibieran la orden.
—Si crees que voy a permitir que este lugar se invadido por los muertos, te equivocas —me dijo al oído en tono amenazante mientras soltaba mis ataduras—. La puerta estará abierta un segundo, y podrás salir por ella, pero si intentas algo, haré contigo tales cosas que maldecirás a tu madre por haberte traído a este mundo, ¿me he explicado?
Asentí con seguridad y avancé con la misma seguridad hacia la salida. Walsh no era la única que debía pensar que me había vuelto loco, las miradas de los hombres de la puerta un momento antes de abrirla fueron las mismas que se les dedican a un loco a punto de cometer una locura.
Con el último paso al frente la puerta se abrió, y una multitud de manos grises y descompuestas se abalanzaban contra mí. Di un último paso que me sacó del todo del centro de detención y de un manotazo aparté las primeras manos que querían agarrarme. Un muerto viviente con la ropa hecha harapos y el rostro agrietado como si la piel se le hubiera convertido en pergamino se me echó encima, pero esquivé su acometida con facilidad y le agarré del cuello. No me costó nada quebrárselo, fue tan fácil que hasta temí arrancarle la cabeza del cuerpo, y nada más hacerlo, caí al suelo con el cuerpo inmovilizado del muerto encima… justo en el momento en que comenzaron los disparos.
Los muertos vivientes a mí alrededor empezaron a caer abatidos por certeros balazos en la cabeza que provenían de entre los arbustos. Los dos hombres de Azizi, que ya habían comenzado a cerrar las puertas, también fueron tiroteados; la valla quedó abierta, y al ver una oportunidad para volver dentro, aparté el cuerpo inerte, cuya cabeza seguía intentando morderme, a un lado y me arrastré por debajo de los tiros de vuelta al centro de detención.
Walsh me había hecho caso y se tiró al suelo también al escuchar el primer disparo, mientras que Azizi y sus hombres respondían el fuego contra un enemigo que todavía no podían ver.
—¡Vamos! —le grité a Walsh deshaciendo el nudo de las cuerdas que le ataban las manos; los reanimados que no habían sido abatidos comenzaban a entrar, y arrastrarse para evitar las balas no era la mejor forma de huir de ellos.
—¿Quién les ataca? —me preguntó a gritos—. ¿Wilson?
—No, no es cosa de Ryan —respondí—. Son las Avispas Negras.
—¿Las Avispas Negras? —exclamó sin comprender nada, pero no teníamos tiempo para explicaciones; nada más liberarle las manos le indiqué que me siguiera, y ambos nos arrastramos sobre la tierra hacia el grupo de prisioneros armados.
Ninguno reparó en nosotros ocupados como estaban en la amenaza invisible y en los muertos que entraban, pero estos últimos, que habían servido de escudo humano contra los disparos, terminaron por caer, y las balas llegaron por fin hasta los hombres de Azizi. Dos de ellos murieron tiroteados en menos de un segundo.
—¡Seguid disparando! —bramó Azizi a los suyos mientras él hacía lo propio con un fusil en dirección a los arbustos—. ¡Ni se os ocurra huir…!
No pudo decir nada más, al mismo tiempo que el prisionero que tenía a su lado caía con un disparo en la frente me lancé contra él para derribarlo en el suelo. No se esperaba el ataque, y gracias a eso me fue fácil quitarle el fusil de las manos; intentó revolverse para contraatacar, y yo le dejé espacio para que lo hiciera, pero sólo para poder darle la vuelta y ponerlo cara al suelo. Le agarré del cuello, le inmovilicé y le apliqué una llave que pretendía dejarle inconsciente.
—¡Coge el arma! —le ordené a Walsh mientras Mamud se resistía a perder la consciencia. Rápidamente recogió el fusil del terrorista y con él abatió a uno de sus hombres.
—¡No! —le dije mientras Azizi por fin caía inconsciente—. No les ayudes.
—¿Por qué no? —preguntó Walsh molesta—. Tenemos el mismo enemigo.
—Vamos vestidos de prisioneros, no creo que se paren a preguntar cuando entren aquí de qué lado estamos —le expliqué—. Tampoco sabemos si se van a mostrar amistosos aunque les digamos quiénes somos… tenemos que llevarlo a la sala del tribunal, ayúdame.
Poco convencida, pero obediente pese a todo, me ayudó a tirar del cuerpo de Azizi mientras los disparos sobrevolaban por todas partes. Tuvo que abrirnos paso acabando con un par de islamistas armados que nos bloqueaban el camino, pero finalmente logramos entrar a la sala del tribunal militar, y una vez allí, atrancamos la puerta tras nosotros.
—¿Y ahora, qué? —inquirió la capitana vigilando desde la puerta—. No podemos estar aquí, los hombres de este desgraciado o los cubanos podrían llegar en cualquier momento.
Me lancé hacia nuestras cosas, las que nos habían quitado al capturarnos, y recuperé mi pistola.
—¡Ryan! ¡Ryan me escuchas! —llamé dándome un golpecito en la oreja para asegurarme de que el comunicador funcionaba. En el exterior se escuchaban disparos y gritos en árabe, pronto la batalla se acabaría y las Avispas Negras llegarían hasta nosotros.
—¡Mark! ¿Eres tú? ¡Dios mío! ¡Después de lo que ha pasado creía que estabais muertos! —contestó Ryan bastante sorprendido a través del transmisor—. ¿Qué ha pasado?
—Eso no importa, lo que importa es que tenemos el paquete, necesitamos una salida, y rápido. —le urgí sin darle muchas explicaciones, no había tiempo.
—De acuerdo, ¿podéis ir hasta el punto de recogida? —preguntó.
Miré a Walsh, y ésta negó con la cabeza.
—No creo que podamos, no cargando con Azizi, estamos en la sala del tribunal militar bajo ataque de los presos y de los cubanos, dudo que podamos salir de aquí dentro. —le indiqué.
—¿Los cubanos? —replicó estupefacto—. ¿De dónde han salido esos?
—¿Y yo qué cojones sé? —exclamé—. Tú envía a alguien.
—De acuerdo… ¿podréis subir al tejado para que el helicóptero os recoja?
—Lo intentaremos, tú date prisa, corto. —Terminada la comunicación, me aseguré de que mi pistola estuviera cargada antes de guardármela en el cinturón.
—¿Cómo vamos a subirle hasta el tejado? —preguntó Walsh sin perder de vista la puerta.
Saqué de mi equipo una ampolla de amoníaco, la rompí y se la puse en la nariz a Mamud, el cuál despertó de inmediato. Cuando apenas hubo abierto los ojos, apoyé mi rodilla sobre su pecho y le apunté a la cabeza con la pistola.
—Despierta, Bella Durmiente, nos vamos y necesitamos que colabores. —le espeté.
—Je, ahora soy yo el que tiene una pistola en la cabeza, ¿verdad? —respondió él con una sonrisa que sólo un loco o un suicida podría mostrar en un momento como ese—. ¿Por qué iba a colaborar contigo?
—Porque ya lo has perdido todo. Tus hombres están muertos o muriendo a manos de los cubanos, aquí sólo te espera la muerte, una muerte sin sentido a manos de gente que no son tus enemigos. ¡Levántate!
Azizi no perdió la sonrisa, pero se levantó.
—Yo le tendré vigilado, tú ábrenos paso. —le dije a Walsh, que asintió y, con el fusil por delante, abrió la puerta.
—Hay una cosa que no entiendo —dijo Azizi mientras recorríamos el pasillo en dirección a la otra puerta del edificio; allí había visto unas escaleras que subían hasta el tejado y que podían servirnos para llegar hasta allí—. Creía que habíais venido a acabar con lo que habíamos construido, a vengar a vuestros muertos… pero es evidente que no es así. ¿Para qué me queréis vivo?
Un par de hombres de origen árabe se cruzaron con nosotros mientras huían, y antes de que pudieran reaccionar, Walsh los abatió de sendos disparos. Sólo se detuvo un momento para coger el cargador de una de las armas de los muertos.
—Habéis perdido a seis hombres viniendo aquí, vosotros dos podríais haber muerto también, ¿para qué? —insistió Azizi, pero no le respondí, no tenía intención de iniciar una conversación con él en ese momento.
Cuando salimos de nuevo al exterior, nos encontramos con otro par de prisioneros muertos a tiros junto a la entrada. Las escaleras que llevaban al tejado quedaban a nuestra derecha, pero tres Avispas Negras se encontraban allí asegurando la zona, y tuvimos que escondernos junto a los cadáveres para que no nos vieran.
—Esto va a ser complicado. —sentenció Walsh con bastante acierto.
—Espera a que se marchen —dije yo—. Sólo tenemos que recorrer seis metros hasta llegar a la escalera, lo habremos logrado antes de que llegue alguien más.
Estaba convencido de que sería así, pero entonces ocurrió algo inesperado que torció toda la situación en una décima de segundo. Azizi gritó, y fue un grito tan fuerte que debió escucharse en todo el centro de detención. Me giré hacia él enfurecido por haber revelado nuestra posición, sin embargo, tuve que contenerme al ver que uno de los prisioneros muertos le había mordido en un tobillo.
—¡Maldita sea! —bramó Walsh levantando el arma y disparando contra los cubanos; éstos salieron corriendo y buscaron lugares donde cubrirse para empezar a devolvernos el fuego.
Con un disparo en la cabeza acabé con el muerto viviente, y luego tiré de Azizi para obligarle a caminar hacia las escaleras.
—¡Cúbrenos! —le grite a Walsh moviendo a Azizi a empujones escaleras arriba.
La herida era profunda: había arrancado carne, y además del rastro de sangre que iba dejando, le dificultaba los movimientos. Cada paso que daba debía ser una tortura, y más escaleras arriba, pero aun así, le obligué a moverse. Las chispas saltaban por los aires cuando alguna bala lograba golpear en la escalera metálica, aunque logramos llegar al tejado sin un solo disparo… sin embargo, nada más tocar techo, Azizi cayó al suelo. Le dejé allí mientras me asomaba y comenzaba a disparar con mi pistola contra los cubanos.
—¡Ahora, capitana! —avisé a Walsh para que comenzara a subir… pero ella no tuvo tanta suerte como nosotros dos.
Fue un único disparo, le entró por una sien y salió por la otra, impregnando de sangre y sesos la pared exterior del edificio. Su cuerpo cayó rodando escaleras abajo hasta llegar al suelo, donde quedó tirada como un muñeco de trapo.
—¡Mierda! —farfullé al tiempo que retrocedía, ya no tenía sentido seguir disparándoles.
—Parece que han jodido a tu amiga —dijo Azizi entre riéndose y retorciéndose de dolor por la mordedura—. Le habría ido mucho mejor con nosotros; al final, las otras acababan tan rotas que ni siquiera se quejaban… era entonces cuando, terminada la diversión, las matábamos
—Tú también estás jodido. —repliqué dándole una patadita en la herida que le hizo lanzar un grito desgarrador.
En el despejado cielo vi un punto negro que se acercaba, sólo podía ser el helicóptero de Ryan; todo apuntaba a que de nuevo iba a salir vivo de una situación límite. Me pregunté cuánto tiempo podría seguir con aquello, viviendo de aquella manera… tenía una mujer, una hija recién nacida y el mundo se estaba yendo al infierno, mi suerte no podía durar.
“Lo voy a dejar” me dije, “cogeré a las dos y nos iremos a Nebraska, a la granja de mis padres hasta que todo esto acabe y los muertos vivientes desaparezcan.”
Cuando el helicóptero llegó no tomó tierra, se limitó a bajar un poco y lanzarnos una escalerilla.
—Vamos, toca escalar otro poco más. —le dije a Azizi levantándole del suelo y llevándole hasta ella.
Se agarró como pudo, igual que yo, y sólo entonces el helicóptero volvió a remontar el vuelo. Desde el suelo, las Avispas Negras, con sus trajes de camuflaje y sus rostros pintados del color de la vegetación circundante, nos observaron mientras nos elevábamos. Varios nos apuntaban con sus armas.
—¿Por qué no disparan? —se extrañó Azizi.
—Porque nos vamos —le expliqué—. No somos sus enemigos, han venido aquí a limpiar la base, a tomarla y a refugiarse de los muertos en ella.
El gobierno no iba a malgastar unos recursos que no tenía en recuperar la base naval, ni el centro de detención, ni nada de nada… en ese mismo instante, de algún modo Guantánamo volvió a pertenecer a Cuba, o a todo lo que quedaba de Cuba.

Más tarde, ya sobre la cubierta del barco, y observando cómo la isla de Cuba se iba quedando atrás, todavía seguía pensando en eso.
—Así que esos cabrones esperaron a que abrieras la puerta para atacar —dijo Ryan, que se encontraba a mi lado—. Lo que no me puedo creer es que supieras que eran las Avispas Negras.
—Me arriesgué y gané, ya sabes cómo es esto—contesté sin darle mucha importancia—. Lástima que Walsh y sus hombres no lo lograran.
—Si… pero al menos tenemos a Azizi —se consoló él suspirando profundamente—. Vayamos a verle, tengo mucho interés en todo lo que tenga que decir.
Alguien había atendido la herida de Azizi, aunque todos sabíamos que no tenía curación posible. Los mordiscos de esos seres seguían siendo letales y no había tratamiento médico que lo remediara, como tampoco se podía remediar la posterior resurrección. Tras vendarle el pie, le habían instalado en un camarote y sentado en una silla a la que estaba encadenado de pies y manos.
—Pueden retirarse. —les ordenó Ryan a los dos marines que le custodiaban, que obedecieron sin rechistar y nos dejaron a los tres solos.
—Sin rodeos, Azizi, ¿qué sabes de los muertos vivientes? —exigió Ryan con autoridad.
—Que pronto serán mis nuevos hermanos —respondió él mirándose el pie—. ¿Para eso me habéis traído? ¿Para qué os dé clases de religión?
—¿De religión? ¿Qué quieres decir? —inquirió Ryan.
—Os hablo del juicio final, de la ira de Allah que está cayendo sobre todos vosotros por atacar a los verdaderos creyentes. —recitó.
—Menos bromas, Azizi, tenemos una grabación tuya hablando con Hasim Numair. “Comenzará el día veintiuno, y nadie podrá detenerlo cuando llegue la hora”. —le recordó sin perder el tono de voz autoritario que siempre había hecho de él un buen interrogador… sin embargo, Azizi parecía inmune a la intimidación.
—Y así ha sido: la Hora ha llegado, Al Madhi vendrá para que todas las demás religiones sean pasadas a espada. Sólo el Islam sobrevivirá. Jerusalén será devuelta a los fieles y La Meca será la capital del mundo.
—El islam no ha sobrevivido —le dije furioso al darme cuenta de la verdad—. Tu país ya no existe, tu organización terrorista ya no existe, tu pueblo ya no existe… pero si te sirve de consuelo, puede que en muy poco tiempo el nuestro tampoco.
Salí del camarote dando un brusco portazo y me dirigí a la cubierta. Todo había sido un engaño, un espejismo, una quimera…
—¿Qué coño te pasa? —me preguntó Ryan cuando me alcanzó—. ¿A qué venía ese numerito?
—¿No lo entiendes? La grabación, dice “la Hora”, y lo interpretamos mal —le expliqué—. “la Hora” no es más que una referencia del Corán sobre el fin del mundo. Ese idiota fanático religioso sólo cogido el mito del fin del mundo del 21 de diciembre de 2012… ¿no lo ves? ¡No sabe una mierda de lo que está ocurriendo! ¡Se cree que esto es obra de la ira de Dios o algo así, su gente no ha tenido nada que ver!
Ryan se quedó callado durante unos segundos, asimilando la dura verdad a la que teníamos que hacer frente. El mundo se hacía pedazos, nuestros propios muertos se volvían contra nosotros y no teníamos ni idea de por qué ni de la forma de evitarlo… esa granja en Nebraska se volvía más atractiva por momentos.

3 comentarios:

  1. Incréible la manera por la que ha salido vivo el joputa xDDD. Muy buena historia, aunque todas esas vidas hayan sido en vano...

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  2. Muy bueno que sigan las historias. ;-)

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