viernes, 22 de marzo de 2013

Crónicas zombi, Orígenes: Capitulo 2, Luis



CAPÍTULO 2: LUIS


Tenía que admitir, que mientras veía a través la ventanilla de la puerta trasera del furgón policial como el campamento se alejaba, comencé a arrepentirme de haberme ofrecido voluntario para ir a casa de Raquel a por comida y a traer con nosotros a su familia. Sentados en los asientos donde normalmente se coloca a los detenidos esposados íbamos Aitor, Óscar y yo como reses que eran llevadas al matadero por Sebas y Raquel, conductor y copiloto respectivamente.
—Tienes mala cara, doc. —me dijo Óscar mirándome como si me estuviera evaluando.
—Estoy bien. —le tranquilicé recolocándome en el asiento y apartando la vista de la ventanilla.
La verdad era que no estaba ni mucho menos bien. La idea de volver a entrar en la ciudad me aterrorizaba, pero de alguna manera sentía que era lo que debía hacer. Todos mis conocidos y familiares me habían dicho alguna vez que pensaba demasiado en el futuro, sin embargo, eso me había servido muy bien a lo largo de mi vida, y si bien no podía haber previsto que algo como la resurrección de los muertos ocurriera, sí podía servirme para continuar vivo en el mundo que dejaran a su paso.
Si, como todo apuntaba, la sociedad tal y como la conocíamos había caído, los restos de humanidad que sobrevivieran a tal cataclismo, como nosotros, se verían catapultados a una etapa más similar a la edad media que a la contemporánea… y las implicaciones de aquello iban a ser desastrosas para los que no pudieran adaptarse. ¿Cuánto tiempo puede verse un grupo asediado por los resucitados, escaso de comida, sin refugio ni lugar donde cubrirse de la lluvia, manteniendo alimentadas a bocas inútiles? La desesperación terminaría haciendo que la humanidad y la compasión degenerasen en un cruel practicismo darwiniano que eliminaría a los más débiles, y no tenía intención de ser parte de ellos.
Mi única arma para evitar la extinción eran mis conocimientos de medicina, algo que se volvería más y más valioso con el paso del tiempo, y pretendía explotarlo todo lo posible. Pero para ejercer de curandero necesitaba materiales, y como jamás imaginé que podría estar viviendo la situación en la que, de hecho, me encontraba, cuando hui no se me ocurrió pasar por la clínica. Era un fallo que pretendía corregir con ese viaje de vuelta a la ciudad; un botiquín casero sería de mucha ayuda hasta conseguir algo mejor, y con eso me aseguraba de que no me dejaran atrás si la situación se volvía desesperada. ¿Por qué deshacerte de quien sabe curar heridas y tratar enfermedades si arrastras a personas como Silvio, Jorge, Agus, Raquel o Maite y su hija sin ninguna habilidad práctica?
Sí, reconozco que era una forma de pensar terrible, pero los tiempos que vivíamos eran así de duros. Aunque nunca votaría por dejar a su suerte a alguien si no era una cuestión de vida o muerte, no quería tener demasiadas papeletas para que votaran en mi contra si se daba la situación. ¿Se me podía culpar por ello? Tal vez algunos los hicieran, por eso no tenía intención de expresar en voz alta mis pensamientos delante de nadie.
—Por allí, entra por allí —le indicó Raquel a Sebas señalándole una salida de la M40 que nos metería directos en la boca del lobo.
“Que irónico” pensé, “todo el mundo luchando y muriendo intentando salir de Madrid, y ahora nosotros intentando entrar.”
—Segunda salida. —volvió a señalarle Raquel, pero entonces Aitor se puso en pie y se asomó a la pequeña rendija que comunicaba el vagón con la cabina del conductor.
—¡No! Coge la tercera —exclamó—. No es tan recto, pero bajaremos por la avenida, que es más amplia y nos dará menos problemas si hay reanimados bloqueando la calle.
—¿No estará bloqueada por coches de la gente que intentaba salir? —inquirió Óscar mirando hacia delante también.
—No debería, ya os he dicho que esta zona fue evacuada muy pronto. —respondió Aitor, aunque con no demasiada seguridad.
Sin embargo, tal y como había dicho, la calle se encontraba despejada cuando llegamos a ella, salvo por una buena cantidad de coches aparcados… coches que ya se podían considerar como abandonados a efectos prácticos. Aparte de eso, y salvo por el silencio sepulcral que lo dominaba todo, nadie podía decir al ver aquella zona que los muertos se habían levantado e invadido la ciudad.
Sebas comenzó a conducir más despacio para no hacer demasiado ruido; ya que habíamos tenido la buena suerte de no encontrarnos resucitados, lo mejor era llamar la atención lo menos posible.
—Recuerdo esta avenida en concreto, creo que fue de las primeras en ser evacuadas —nos explicó Aitor—. Sacaron a la gente en camiones, por eso están aquí sus coches.
—¡Espera! —exclamó Óscar de repente— ¡Para aquí!
—Aún falta para llegar a mi casa. —protestó Raquel mientras Sebas obedecía y detenía la marcha.
—Sí, pero estos coches tienen que estar llenos de gasolina y no hay podridos a la vista… ¿qué mejor oportunidad para repostar vamos a tener? Podemos detenernos a llenar las garrafas —propuso el cazador perspicazmente—. ¿No es lo que querías, doc?
—¿Y el agua donde la metemos? —preguntó Aitor.
—Ella dijo que tenían botellas de agua mineral en la casa, podemos cargarlas aquí sin más —replicó el cazador—. De todas formas, necesitaremos la gasolina tanto como el agua si queremos salir de ese puto campamento y buscar un refugio mejor.
Como nadie se opuso, Óscar y Sebas salieron del vehículo, cada uno cargado con uno de los bidones y con un tubo de plástico con los que pretendían vaciar los depósitos de los coches abandonados. Yo bajé del furgón también, más que nada para ir haciéndome una idea de lo que iba a suponer estar allí fuera sabiendo que al doblar la esquina en cualquier lugar podía haber un resucitado acechando. No era una sensación tranquilizadora pero tenía que empezar a acostumbrarme a ella; los muertos vivientes iban a ser una constante en mi vida en adelante.
El proceso de vaciado de depósitos resultó más lento de lo que me hubiera gustado, y estar allí parados en mitad de la calle tanto tiempo mientras los bidones se iban llenando con el escaso combustible que salía del tubo comenzó a ponerme nervioso.
—¡Oh, mierda! —gimió Sebas cuando, con los bidones todavía a medio llenar, señaló hacia el final de la calle. Allí había un hombre que se tambaleaba sobre la calzada…
Sentí un escalofrío al reconocer lo que era, y pese a que se encontraba bastante lejos todavía, por un momento me quedé paralizado. La criatura, sin embargo, no debió darse cuenta de nuestra presencia, porque continuó tambaleándose hasta perderse de vista detrás de una casa.
—¡Joder, me va a dar un puto infarto! —gruñó Sebas antes de volver al trabajo de sacar gasolina.
—¿Ese hombre era uno… de ellos también? —preguntó Raquel, que se ha quedado pálida de la impresión, muy tontamente a mi parecer.
—Eso ya no era un hombre —le respondió Aitor intentando reconfortarla, aunque con dudoso éxito— Puede que en su momento fuera un hombre, ahora sólo es un reanimado.
—¿Qué pasa, niña? No es el primer muerto viviente que ves. —bufó Óscar con su poca delicadeza habitual.
—Ya lo sé —se defendió ella—. Pero es que… éste es mi barrio, estas calles las conozco.
Con los bidones llenos de gasolina, y el corazón un poco más en vilo al saber que, pese a las apariencias, no estábamos solos, seguimos el camino dentro del furgón hacia la casa de la chica. Tras dejar la avenida, y conforme nos íbamos internando en el barrio, la ilusión se disipó del todo y comenzamos a cruzarnos con resucitados que vagaban por allí sin rumbo fijo, con sus andares torpes y lentos tan característicos. Cuando nos veían pasar se tambaleaban detrás de nosotros, y aunque podíamos dejarlos atrás con facilidad debido a nuestra velocidad superior, no dejaba de ser inquietante saber que esos seres nos querían atrapar para devorarnos vivos si se les daba la oportunidad.
El primero que nos acabó cortando el paso fue una mujer que se cruzó en medio de la carretera. Debía tener unos cuarenta años antes de morir, estaba delgada, muy despeinada y vestida con un pijama y una bata, ambos manchados de la sangre que salpicó cuando otro caminante le arrancó a mordiscos la carne desde el labio inferior hasta la barbilla.
—¡Oh, Dios! —gimió Raquel con asco cuando la tuvimos enfrente.
Avanzó caminando como una borracha hacia nosotros, con las manos extendidas y gimiendo, por el centro de la carretera de una sola dirección, bloqueando el paso de nuestro vehículo.
—No pienso sacar el furgón de la calzada por una muerta andante. —declaró Sebas apretando el acelerador dispuesto a llevársela por delante.
—No pretenderás atropellarla, ¿verdad? —exclamé yo alarmado.
—¿Por qué no? Sólo es una resucitada, y ni siquiera se va a morir del todo. —replicó el guardia de seguridad.
—Ella es una muerta, pero tú puedes cargarte el radiador al embestirla, por ejemplo, y si el coche se queda tirado, ¿cómo demonios pretendes que volvamos? ¿A pie?
—El doctor tiene razón —intervino Óscar en mi favor antes de que Sebas pudiera contradecirme—. Es poco probable, pero no podemos arriesgarnos.
Sin pronunciar palabra, Aitor abrió la puerta lateral del furgón y puso un pie en la carretera. Se descolgó el fusil de la espalda y apuntó a la resucitada con la intención de volarle la cabeza de un disparo… de nuevo fue Óscar quien tuvo que intervenir y salvar la situación.
—¡Pero qué haces! ¿Estás loco? —le reprendió agarrándole el arma para que no pudiera disparar—. ¿Es que quieres matarnos a todos? ¡Si disparas atraerás a montones de ellos!
—Ya nos están siguiendo un montón de ellos. —le recordó Aitor señalando en la dirección de la que veníamos… y no le faltaba razón, por lo menos seis muertos vivientes nos iban siguiendo los pasos, aunque ya les habíamos sacado una buena ventaja.
—Un disparo puede escucharse a un kilómetro a la redonda, capullo. Si disparas, nos echas encima a media ciudad —le espetó Óscar empujándole de vuelta al interior del furgón antes de dirigirse hacia Sebas—. Avanza lentamente, a cinco o diez por hora como mucho, y pásale por encima sin golpearla… ¿cómo se os ocurre pensar en dispar?
El vehículo se dirigió hacia la mujer, que se lanzó contra él dando un par de puñetazos al parabrisas antes de verse superada y caer al suelo. El furgón dio un par de botes cuando las ruedas pasaron sobre ella.
—Por Dios… —gruñó Raquel asqueada— Preferiría haberla rodeado.
Por las ventanas traseras pude ver cómo conforme íbamos dejando atrás a la mujer ésta lograba darse la vuelta hasta quedar cabeza abajo y comenzaba a arrastrarse por la calzada. El atropello debió romperle las piernas, o puede que la cadera, y no le permitió incorporarse, pero eso no hizo mella alguna en su tenacidad.
—Es aquí mismo, dobla la esquina y la primera a la derecha. —guio Aitor todavía un poco cohibido por la bronca que acababa de llevarse por parte de Óscar.
Al entrar por donde nos indicó, nos topamos con una calle de chalets de un tamaño considerable, con jardines, piscinas y unas magníficas vallas que protegían el interior de cualquier muerto viviente indeseable.
—Vaya, es muy raro ver esto así... —comentó Raquel, que debía referirse a los contenedores volcados, las papeleras rotas y la basura que el viento había arrastrado y desperdigado por el suelo.
Siguiendo las señas del soldado, entramos en otra calle idéntica a la anterior, salvo que en ella había tres resucitados dando vueltas: un hombre grueso, barbudo y una camisa de tirantes blanca llena de sangre; otro más joven, vestido con un uniforme de jardinero y casi medio cuello arrancado a mordiscos y, por último, un niño muy pequeño, de unos cuatro o cinco años, con el estómago abierto y las tripas colgando de una manera grotesca.
—¡Oh, Dios! Ese es el hijo pequeño de los vecinos —exclamó Raquel llevándose una mano a la boca—. Pobre chiquillo…
—Es esa casa. —anunció Aitor señalándonos el primer chalet a la izquierda tras doblar la esquina, que se encontraba tan sólo a unos veinte metros de los tres muertos vivientes, los cuales comenzaron a acercarse al furgón buscando carne humana con la que darse un banquete.
—Deberíamos limpiar la calle antes de ponernos a trabajar —propuso Óscar cargando su ballesta con una flecha—. Aitor, tú y Raquel entrad en la casa y abrid la puerta del garaje; Sebas, quédate aquí y mete dentro el furgón en cuanto abran la puerta… Doc, tú y yo vamos a eliminar a estos hijoputas, a ser posible sin armar escándalo.
—¿Yo? —repliqué estupefacto sintiendo que las manos comenzaban a temblarme.
—Sí, tú. Vamos. —dijo abriendo la puerta del furgón y saliendo por ella.
—Pero… no tengo un arma. —protesté, aunque le seguí fuera.
—Toma mi pistola. —me ofreció Sebas.
—¡No! —bramó Óscar.
El muerto jardinero estaba casi sobre nosotros, y Óscar tuvo que disparar su ballesta contra él. La flecha entró a través de un ojo, y la punta salió cubierta de sangre y sesos por el otro lado de la cabeza de aquel pobre desgraciado, consiguiendo que el cuerpo cayera como un peso muerto al suelo. Al mismo tiempo, Raquel y Aitor corrieron hacia la puerta principal de la casa, que estaba unos metros más atrás que la del garaje, y entraron por ella. Raquel debía tener las llaves todavía, o quizá no estuviera cerrada.
—¿Cómo coño tengo que deciros para que lo entendáis? ¡Nada de armas de fuego, joder! —nos sermoneó Óscar, que desenfundó su cuchillo y me lo tendió.
No lo consideraba la mejor arma para la situación en la que nos encontrábamos, pero aun así, si tenía que hacerlo, lo haría, de modo que alargué la mano para agarrarlo… sin embargo, antes de poder cogerlo un disparo sonó, y el cuerpo del tipo grueso y barbudo, que seguía acercándose hacia nosotros, cayó al suelo abatido.
—¿Qué coño? —bufó Óscar girándose hacia él—. ¿Aitor?
Ambos sabíamos que no había sido Aitor. No era un experto en la materia, pero tras mis escasos escarceos con las armas de fuego, sobre todo viendo disparar a otros, había aprendido a diferenciar con cierto atino entre el disparo de una pistola y el disparo de un fusil militar… y ese había sido de los primeros.
El muerto viviente caído intentó ponerse en pie, y no fue hasta que se escuchó un segundo disparo cuando descubrimos el origen de los mismos. Asomado sobre la valla de la casa que había frente a la de Raquel se encontraba un muchacho no mucho mayor que ella, delgado y de pelo corto y castaño, que tenía una pistola en la mano.
—¡Pero qué coño…! ¡No, no, no! ¡Me cago en la puta, a la mierda todo el sigilo! —exclamó Óscar tras el segundo disparo.
—¡Ey! —nos llamó el inconsciente chaval saltando a la calle—. ¿Venís de la zona segura?
—Venimos de tu puta madre. —farfulló Óscar cargando una flecha y apuntándole con ella… estaba tan enfadado que creía que iba a matarlo ahí mismo.
—¡Eh, eh, eh, tranquilo, tío! —exclamó el muchacho levantando las manos asustado.
—Aun quedan estos dos. —nos advirtió Sebas saliendo del furgón y apuntando con su pistola a los dos muertos que todavía seguían en pie: el niño y el barbudo, que pese a los disparos de aquel chico recién llegado, seguía luchando por ponerse en pie de nuevo.
—¡Mierda! —protestó Óscar, y entonces me tendió la ballesta—. No dejes de apuntar a este niñato de mierda.
Sin perder un segundo, utilizó el cuchillo que todavía conservaba para acercarse hasta el barbudo, que casi se había levantado del suelo, y clavarle su afilada hoja por encima de la oreja hasta el mismo cerebro. Me sorprendió que supiera que por esa zona los huesos del cráneo son más finos, y por tanto es más sencillo romperlos de una cuchillada que si intentabas hacer lo mismo en la coronilla, por ejemplo. El niño resucitado llegó hasta Sebas, que lo contuvo con no demasiado esfuerzo estirando una mano y sujetándole de la frente. La criatura chasqueaba los dientes intentando morder sin mucho tino, pero aun así, el guardia de seguridad parecía bastante incómodo en esa situación. En cambio, el cazador no tuvo ningún reparo en repetir el proceso y apuñalarlo hasta que cayó muerto por fin.
Cuando ambos regresaron con su labor cumplida me acordé de que tenía que apuntar con la ballesta al chico, que se había quedado tan conmocionado mirando al cazador acabar con los muertos como yo. Que Óscar se dirigiera hacia él con las manos manchadas de sangre y rabia en la mirada no debió hacerle sentir mejor.
—¿De dónde coño has salido tú? —escupió agarrándole de un brazo e inmovilizándole contra el furgón; la pistola del muchacho cayó al suelo.
—¡Ay! —protestó—. Me llamo Cristian, estaba escondido en esa casa, os vi llegar y pensé…
—Y pensaste en jodernos atrayendo a todos los putos muertos de los alrededores a disparos, ¿no? —terminó la frase por él.
—Yo… lo siento, no pensé… —balbuceó—. No pretendía… ¡Suéltame! Me haces daño.
—¡Déjalo, tío! —salió en su defensa Sebas—. Sólo es un chaval asustado, no sabía lo que hacía.
Aitor salió corriendo por la misma puerta por la que entró con el fusil en las manos.
—¿Por qué os habéis puesto a disparar? Esto tenía que ser sigiloso —dijo bajando el arma al ver que ya no había problemas—. ¿Quién coño es éste?
—Cambio de planes... —contestó Óscar, que liberó bruscamente a Cristian, ignorando la pregunta de Aitor y recuperando su ballesta de mis manos—. ¿Por qué no habéis abierto todavía?
—Atrancaron la puerta del garaje con un candando enorme y cadenas, no hay manera de abrirlo —nos explicó—. Tendremos que dejar aquí el furgón e ir sacando las cosas que carguemos.
—Pues esos nos lo van a poner difícil. —replicó Sebas señalando la esquina por la que habíamos llegado; cuatro muertos se tambaleaban hacia nosotros desde esa dirección, pero además, desde el fondo de la calle vimos venir un par más acercándose también… y lo más probable era que hubiera muchos otros que todavía no podíamos ver y que hubieran sido atraídos por el ruido de los disparos anteriores.
De repente se escuchó un grito de mujer proveniente del interior de la casa.
—¡Raquel! —exclamó Aitor lanzándose hacia la puerta de nuevo.
—Es una puta locura, seguir matando resucitados sólo atraerá más... —reflexionó Óscar—. Creo que tengo una idea. ¡Entrad todos dentro de la casa y no hagáis ruido!
—¡Por favor! ¡No me dejéis aquí! —suplicó el chico mirándonos alternativamente a Sebas y a mí, los que todavía no le habíamos maltratado.
—Coge mi ballesta —le ordenó a Sebas mientras él recogía del suelo la pistola de Cristian—. Intentaré alejarlos de aquí a tiros, y si hay algo dentro, lo podréis matar en silencio para no atraerlos de nuevo. Cuando el ruido los lleve lejos podremos cargar el furgón con seguridad.
—¿Quieres que vaya yo contigo? Los dos tendríamos más posibilidades… —se ofreció Sebas.
—¡No! —exclamó Óscar revisando el cargador de su nueva arma—. Se tratar de atraerlos y luego volver sin que me sigan, más fácil será escapar si voy solo. ¡Tú asegúrate de que este niñato no llame la atención de los resucitados sobre la casa liándose a tiros otra vez y nos condene a muerte! ¡Y mira a ver qué coño está pasando ahí dentro con la parejita!
Sin esperar a su respuesta, dio un ensordecedor disparo al aire antes de salir corriendo en dirección contraria a por donde se acercaban los muertos.
—¡Eh, podridos de mierda! ¡Aquí! —gritó intentando atraer su atención—. ¡Aquí!
Movidos por el ruido, comenzaron a acercarse hacia él con sus lentos y torpes pasos.
—¡Venga! ¡Vamos dentro! —dijo Sebas con la ballesta de Óscar en las manos lanzándose hacia la puerta, seguido sin rechistar tanto por Cristian como por mí, que no tenía ninguna gana de seguir allí fuera a merced de los muertos.
Con Óscar ocupado, Sebas había quedado de alguna manera al mando del grupo… y no me parecía la persona más apta para el cometido. No obstante, como no habría sabido decir quién de todos nosotros era un candidato mejor, no quise discutirlo.
Después de atravesar la puerta de la valla a toda prisa entramos en un amplio jardín que todavía se conservaba bien cuidado, aunque se notaba que llevaba varios días sin ser atendido. Unos cipreses de pequeño tamaño crecían junto a la misma valla, protegiendo así la propiedad de las miradas indiscretas del exterior y, como era el caso, ocultando nuestra presencia allí de los muertos vivientes. Me llamó la atención que la gran cristalera de la fachada del chalet, a través de la cual se podía ver todo el comedor de la vivienda, se hubiera resquebrajado.
Sin embargo, lo más alarmante era que, en mitad del jardín, Aitor golpeaba con la culata de su rifle la cabeza de una mujer bajita y rechoncha, de origen sudamericano en apariencia… Raquel se encontraba a dos metros de ellos de rodillas en el suelo, con las manos tapándose la cara. Tras un último golpe de rifle, los sesos de la mujer se desparramaron sobre la hierba y dejó de moverse.
Cuando Aitor se levantó tenía manchas de sangre en la ropa.
—¡Oh, Dios! ¡Pobre Consuelo! —sollozó Raquel con lágrimas en los ojos.
—Estad alerta, podría… haber más —dijo Aitor mirando a su abatida novia de reojo—. ¿Por qué habéis empezado a pegar tiros? Seguro que lo han oído todos los caminantes de la urbanización. ¿Y se puede saber de dónde ha salido este tío?
—Me llamo Cristian —volvió a presentarse el muchacho—. Los disparos han sido culpa mía, lo siento… creía que estaba ayudando.
—¿Tú has sido el que ha disparado? —inquirió el soldado fulminándole con la mirada; por su tono de reproche, parecía mentira que él hubiera estado dispuesto a hacer lo mismo sólo unos minutos antes—. ¿Te has vuelto loco o qué?
—¡Eh! Buen rollo, tío —exclamó Cristian levantando las manos—. No quería molestar, ¿vale? Es sólo que no veía a nadie desde hace días y pensaba que veníais de la zona segura.
—La zona segura cayó —le expliqué yo—. Fue arrasada por los muertos vivientes. Estamos unos pocos refugiados en un campamento a las afueras.
—¡No jodas! —gimió boquiabierto por la noticia—. ¿La zona segura cayó? ¡Que putada, tío! Evacuaron a mucha gente allí…
—Ya basta de charla, tenemos trabajo que hacer y este lugar podría no ser seguro —nos interrumpió Sebas asumiendo su nuevo papel de líder—. Creo que primero deberíamos registrar toda la casa, de arriba a abajo, y cuando estemos seguros de que no hay más resucitados, nos ponemos manos a la obra. Aitor, ¿por qué no te quedas con Raquel aquí fuera hasta que inspeccionemos el interior?
—Yo voy con vosotros, conozco la distribución de la casa, seré más útil dentro —replicó Aitor colgándose el fusil a la espalda; luego se giró hacia Raquel, que comenzaba a recuperar la compostura tras ver a la mujer transformada en un muerto viviente descalabrada en el suelo—. Tú quédate aquí fuera, ¿vale? Seguro que están bien, pero es sólo para asegurarnos.
Se refería al resto de su familia, por supuesto… y el habernos encontrado un resucitado en el jardín no era una señal esperanzadora, no obstante, ella asintió y se quedó de rodillas sobre el césped del jardín.
—Esperad un momento, yo ni siquiera tengo un arma —protesté poco dispuesto a entrar en una casa donde podría haber resucitados no teniendo siquiera un cuchillo a mano—. ¿No hay un cobertizo o algo así donde pueda conseguir alguna herramienta que usar?
Aquella casa tenía un jardín, no era del todo descabellado.
—¿Herramientas de jardinería? Creo que están allí. —respondió Aitor señalando una pequeña caseta en la esquina de la valla.
Cuando llegué hasta ella resultó que la puerta tenía un candado, pero éste se encontraba abierto. Dentro había varios productos de jardinería: regaderas, rastrillo, azadas, palas, sacos de tierra, insecticidas, etc. También un pequeño cortacésped, una sierra, dos tijeras de podar y una motosierra que debían utilizar para podar las ramas de los cipreses. Terminé eligiendo como arma un rastrillo… era tentador coger la motosierra, pero nuestro cometido exigía sigilo.
Cuando regresé con los demás, Sebas le daba instrucciones a Cristian.
—… si quieres ayudar, quédate aquí para abrirle la puerta a Óscar cuando regrese.
— Está bien, yo me quedo aquí vigilando —accedió—. ¿Puedo tener un arma? Ese tío se llevó mi pistola.
—¿De dónde sacaste tú una pistola? —le preguntó Aitor con suspicacia.
—¡No la he robado! —se defendió él—. Bueno, no del todo… se la cogí al cadáver de un poli. Él ya no la necesitaba, y creía que podría serme útil.
—Si quieres algo parecido a un arma, mira en el cobertizo —le sugerí mostrándole mi rastrillo… luego caí en la cuenta de algo—. ¡Pero nada de coger la motosierra!
Mientras nos dirigíamos hacia la puerta de la casa, Sebas armado con la ballesta, Aitor con su fusil y yo con un rastrillo, escuchamos a lo lejos un disparo. Sólo podía ser Óscar intentando que los muertos vivientes le persiguieran y se alejaran de nosotros… por nuestro propio bien, esperaba que su plan funcionara.
Con las llaves de Raquel abrimos la puerta principal, que daba directamente al amplio salón que se podía ver a través de la cristalera. Ésta tenía dos alturas, estaba amueblado con un par de sofás de diseño, con una mesita de cristal en el centro, una alfombra cubriendo la altura más baja y demás objetos variados de decoración que no parecían baratos. Al fondo, junto a la cristalera resquebrajada, una mesa de madera rodeada de varias sillas destacaba por encima de lo demás por su elegancia, y al otro lado había un pequeño pasillo, en el que se podían ver las escaleras que llevaban al piso de arriba, dos puertas y la cocina al fondo. Todo parecía seguir intacto, salvo por la cristalera rota… como si la casa hubiera sido abandonada sin más.
—La despensa está en la cocina —nos indicó Aitor—. Arriba están los dormitorios y esas puertas llevan a un cuarto de baño y al garaje. Parece que nadie ha pasado por aquí en los últimos días, puede que los padres de Raquel decidieron marcharse, o tal vez se hayan atrincherado en la despensa. De cualquier modo, creo que deberíamos registrar toda la casa... también cabe la posibilidad, aunque no he querido decirlo delante de ella, de que hayan acabado igual que la chacha.
—Empecemos asegurándonos de que hasta la despensa no hay problemas —propuso Sebas—. Cuando hayamos hecho lo que veníamos a hacer, registraremos el piso de arriba y el garaje.
Como no tenía nada en contra de ese plan, les seguí cuando atravesaron el comedor en dirección a la cocina. Sin embargo, antes de entrar en ella nos quisimos asegurar de que en el cuarto de baño todo estuviera en orden, de modo que abrimos esa puerta al pasar junto a ella.
Era un cuarto de baño bastante amplio y refinado, sin duda porque era el que utilizaban las visitas. Se encontraba en perfectas condiciones, salvo porque alguien había abierto el armarito de detrás del espejo para sacar el botiquín y volcarlo en el bidé, donde además vi algunas gotas de sangre secas.
—Esperad un momento, todo esto puede sernos útil. —les pedí adelantándome para recoger las vendas, alcohol, agua oxigenada, tiritas, esparadrapo y todo lo que no se había manchado o estropeado.
—¿De quién será esa sangre? —se preguntó Aitor un poco preocupado.
Como no tenía forma de responder a su pregunta me limité a no decir nada, y en cuanto tuve todo el material médico en una bolsa salimos de allí y nos dirigimos hacia la cocina.
El diseño de aquella habitación era bastante moderno, con un frigorífico de dos puertas, una vitrocerámica enorme y muchos armaritos, lavavajillas y demás de diseño. Al fondo había otra puerta de madera, que debía ser la que lleva a la despensa.
Aitor se aventuró a abrir el frigorífico en busca de comida, sólo para tener que volver a cerrarlo de nuevo de inmediato… hasta a mí, que seguía todavía a por lo menos tres metros, me llegó el asqueroso olor a comida podrida del contenido de la nevera.
—¡Uf! No creo que aquí haya nada útil —declaró al cerrar la puerta para evitar que el olor se extendiera—. Cualquier cosa que necesitara frío se habrá estropeado a estas alturas.
—Miremos la despensa. —propuso Sebas haciéndole una señal a Aitor para que se acercara a la puerta; éste intentó mover el pomo, pero no logró girarlo.
—Cerrada con llave —masculló—. ¡¿Señor Collado?! ¿Están ahí?
Nadie respondió ni dio señal alguna de estar escuchando, de modo que intentó empujarla con el hombro, aunque tampoco logró abrirla de esa forma.
Mientras él intentaba forzarla, me di cuenta de que había unas pequeñas gotas de sangre en el suelo, gotas que hacían un rastro desde la entrada de la cocina hasta la puerta de la despensa.
—Voy a abrirla de una patada, apartaos. —nos advirtió Aitor echándose atrás para coger impulso.
—¡Espera un momento! —le detuve interponiéndome entre él y la puerta, luego me agaché para observar mejor la sangre; quería ver si estaba seca o era reciente.
—¿Qué pasa? —preguntó él agachándose también.
—Más sangre seca. —le señalé tras comprobarlo.
Los tres nos miramos durante un segundo, pero como ninguno dijo nada, porque ninguno sabía muy bien cómo reaccionar ante ese descubrimiento, Aitor volvió a coger impulso y abrió la puerta con un golpe seco de una de sus botas militares… y poco faltó para que cayera rodando escaleras abajo debido a la inercia cuando resultó que aquella despensa era subterránea.
La luz que entraba por la puerta iluminaba unas escaleras que bajaban hasta un pequeño sótano, del cual sólo podía ver la mitad porque el resto estaba protegido de la luz por las propias escaleras. Desde esa zona oscura comenzó a escucharse el ruido de algo arrastrándose, seguido de un sonido que no supe identificar, ¿un gemido quizá? Pero sin duda, lo más revelador fue el olor a putrefacción que emergió de allí; no era como el del frigorífico, aquél era el olor de la muerte, el olor a resucitado.
Aitor, que comenzó a bajar las escaleras seguido por Sebas, parecía haberlo olido también, porque agarró su arma con fuerza y parecía preparado para abrir fuego en cuanto algo se le pusiera por delante. Yo elegí la opción más sensata, que no era aventurarse en un oscuro sótano donde podía haber un muerto viviente, y aguardé arriba.
—¿Hola? —preguntó el soldado, pero no se escuchó nada más que ese extraño balbuceo como respuesta.
Conforme mis ojos se acostumbraban a la tenue luz de aquel agujero, descubrí que Raquel decía la verdad sobre su padre: en la pared del fondo había gran cantidad de comida almacenada en estanterías. También tenían dos congeladores, que a esas alturas ya no debían funcionar, y cuyo contenido por tanto se habría estropeado, pero sí que había otras muchas cosas aprovechables, como latas de conservas, fruta en almíbar, incluso algo de fruta y verdura que, aunque madura, tal vez aguantara unos días.
—¡Oh, joder! —exclamó el soldado desde la zona oscura—. Podéis bajar, no hay peligro.
Al llegar al fondo de la despensa vi a una mujer que bien podría ser Raquel con 20 años más, sentada en el suelo con los brazos extendidos y atados por cuerdas a unas tuberías. Su piel cenicienta y el profundo mordisco rodeado de sangre seca en uno de los brazos era toda la explicación que necesitaba para saber qué le había ocurrido. Pese a que pataleaba e intentaba abalanzarse contra nosotros con todas sus fuerzas, por fortuna éstas no eran suficientes para romper las cuerdas que la mantenían sujeta.
—Pobre mujer —se lamentó Aitor—. ¡Dios! No sé cómo le voy a decir esto a Raquel.
Ajena a sus palabras, la que debía ser la madre de Raquel continuaba pataleando e intentando soltarse de sus ataduras sin apartar la vista de sus presas, o sea, nosotros.
—Hazlo tú, por favor. —le pidió a Sebas, que se acercó con la ballesta y le disparó a bocajarro en la frente; los gruñidos y forcejeos se detuvieron de inmediato.
Tras unos instantes de silencio en memoria de aquella pobre señora Sebas recordó a qué habíamos venido, y me hizo una señal para que le ayudara con la comida. En el sótano había varias bolsas de tela de un tamaño considerable que podían servir perfectamente para cargar con todo.
Mientras los dos empezábamos a preparándolo todo para poder llenar aquellas bolsas con la comida que habíamos venido a buscar, Aitor contempló el cadáver de su suegra bastante afectado.
—Se llamaba Raquel también —nos dijo con amargura—. Joder, con lo que he odiado yo a esta mujer, y ahora… no le gustaba que su hija saliera con alguien que había dejado el instituto, pero no le deseo acabar así ni a mi peor enemigo.
Tras decir aquello, cargó con el fusil a la espalda y se volvió hacia nosotros, y entonces descubrió lo que estábamos haciendo.
—Oye, ¿no íbamos a asegurar la casa antes de ponernos con las provisiones? —preguntó—. Odio decir esto, pero podría haber más.
—Sí, vale, tienes razón. —admitió Sebas, que dejó las bolsas en el suelo.
—¿Estáis ahí? —se escuchó la voz de Raquel desde lo alto de las escaleras—. Fuera…
Comenzó a bajar, y antes de que pudiéramos reaccionar e impedir que lo hiciera ya estaba allí abajo; la pobre no pudo sino ahogar un grito al descubrir el resucitado muerto que había sido su madre tirado en un rincón. Apartando a Aitor de un empujón cuando éste intentó interponerse en su camino, se arrodilló a su lado completamente desconsolada.
—¡Mama! ¡Oh Dios no, no, no! —gimió.
Junto con Raquel apareció también Cristian, con una pala al hombro que debió sacar de la caseta del jardín. Parecía incómodo por la escena que se estaba produciendo allí.
—La… la calle se está llenando de resucitados. No creo que podamos salir por ahí —anunció sin poder apartar la vista del cadáver del sótano—. Yo… lo siento mucho.
—¿Qué… qué has dicho de resucitados? —le preguntó Sebas de repente asustado—. Cr… creía que Óscar los estaba alejando de aquí.
—Bueno, pues no ha funcionado. —replicó el muchacho encogiéndose de hombros.
—No podemos hacer nada con eso —intervine yo, que sabía que Sebas no estaba hecho para las crisis—. Deberíamos registrar el resto de la casa como teníamos previsto, y más si de momento no podemos salir.
—Sí, vale, hagamos eso —accedió—. Aitor, eh…
—Id vosotros tres —nos dijo el soldado mientras cubría con un brazo a su desconsolada novia, que lloraba sobre el cadáver de su madre—. Y… bueno, tened cuidado, ya sabéis.
En silencio, los tres subimos las escaleras reflexionando sobre las palabras del soldado. Era evidente que de quien debíamos tener cuidado era de algún otro miembro de la familia de Raquel que pudiera haber acabado igual que su madre… y la pregunta que yo me hacía era cómo de mal podía tomárselo ella si aquello sucedía. Había gente que perdía los nervios por mucho menos.
—¡Joder, tío! —gimió Cristian cuando llegamos a la cocina—. ¿Esa mujer era… de su familia?
—Su madre —le confirmó Sebas, que parecía también triste—. Yo creo… yo creo que si hubiera alguien vivo en la casa a estas alturas ya lo sabríamos, ¿verdad?
—A lo mejor no es eso —le contradije yo, que por empatía empezaba a sentirme un poco afligido por Raquel… sabía lo duro que era perder una madre, y eso que la mía había muerto años atrás debido tan sólo a su edad; verla así, transformada en una muerta viviente y con un flechazo atravesándole la cabeza, tenía que haber sido horrible—. Si la criada y la madre se transformaron y no tuvieron valor para rematarlas, a lo mejor decidieron marcharse porque la casa no les parecía segura.
—Sí, puede ser. —asintió el guardia de seguridad aferrándose a esa posibilidad.
Los sollozos de Raquel podían escucharse aun estando fuera de la despensa, y sentía cómo éstos afectaban tanto al muchacho como a Sebas… incluso a mí, que siempre había sido considerado como una persona un tanto distante, estaban empezando a inspirarme compasión.
—Será mejor que nos aseguremos de que la casa está limpia —les arengué para dejar a Raquel tranquila con su dolor y que éste no nos minara la moral—. Si no la hemos asegurado antes de que vuelva, Óscar nos va a matar.
Como Sebas no quería quedar mal en su papel de hombre al mando, y a Cristian el cazador le daba miedo, comenzamos a movernos siguiendo la misma ruta que a la ida, pero en dirección contraria.
—¿Garaje o piso de arriba? —preguntó Sebas cuando llegamos hasta la puerta que, según nos había dicho Aitor, llevaba hasta el garaje de la casa.
—Mejor piso de arriba, ¿no? —respondió Cristian aferrando con fuerza su pala—. Si hay más… muertos, no creo que puedan abrir esta puerta, pero sí podrían bajar las escaleras.
El argumento nos pareció lo bastante válido, de modo que optamos por aventuramos a las habitaciones superiores.
Subiendo la escalera, Sebas abría la marcha armado con la ballesta de Óscar, seguido por mí con mi rastrillo y por Cristian, que sujetaba la pala como si fuera un bate de béisbol. El piso superior consistía en un pequeño pasillo con cuatro puertas, y tres estaban abiertas: la primera a la derecha, la segunda a la izquierda y la del fondo. En el suelo, saliendo de una de ellas, un leve rastro de gotitas de sangre secas iba desde el umbral hasta la habitación del fondo.
—Esto me da muy mal rollo. —gimoteó Cristian a mi espalda.
Como respondiendo a sus palabras, un ruido cuyo origen determiné que se encontraba en la habitación del fondo nos sobresaltó a los tres. Sonó como si algo se hubiera caído al suelo, o como si alguien le hubiera dado un golpe a un mueble, pero al estar la puerta entornada era imposible ver nada de lo que pudiera haber dentro, salvo que las ventanas debían estar abiertas; entraba una claridad desde allí que sólo podía provocarla la luz del sol.
De repente, algo pasando delante de ella creó una pequeña sombra durante un instante.
—¡Oh, tíos, ahí hay algo! —lloriqueó el muchacho, que se acobardaba por momentos.
—Vamos a acerarnos —propuso Sebas—. Si es uno de esos seres, en cuanto se asome le atravieso de un disparo.
Asentí y caminé muy despacio detrás de él. Conforme nos adentrábamos en el pasillo comencé a sentir un creciente olor a putrefacción cuyo origen me resultaba incierto; era verdad que los resucitados olían a podrido, la madre de Raquel me lo había recordado un minuto antes, pero por la misma razón que no se decidían a descomponerse del todo, ese olor era mucho más tenue del que cabría esperar en un cadáver normal en el mismo estado. Había tratado con muchos cadáveres antes, sobre todo cuando estudiaba, y sabía de lo que hablaba… aquel olor no podía estar causándolo un muerto viviente.
—Ahí tiene que haber algo —dije volviendo la vista hacia la habitación con las manchas de sangre—. A lo mejor deberíamos…
Me callé cuando la repentina llegada de luz solar hizo que mirara de nuevo hacia delante. La puerta del fondo se había abierto por completo, y frente a ella había una chica de unos catorce o quince años, de pelo largo y tan rubia como Raquel, vestida con un camisón azul cubierto de sangre, al igual que sus brazos y piernas. No había ninguna herida visible en su cuerpo, salvo unos profundos cortes en las muñecas.
La chica lanzó un gemido un segundo antes de comenzar a tambalearse hacia nosotros.
—¡Ah! ¡Mátala! ¡Mátala! —gritó Cristian retrocediendo un par de pasos.
Sentí como a Sebas le temblaba el pulso antes de disparar, pero cuando lo hizo no falló, y el virote se clavó en un ojo de la muerta viviente, que cayó de espaldas al suelo por el impulso del impacto completamente muerta.
—Tranquilo, chico, ya está —intentó tranquilizar el guardia de seguridad a Cristian—. ¡Madre mía! Esta cría no tendría ni quince años… supongo que es… era familia de Raquel también.
—Sí —le respondí con pesar; aquel pelo rubio era inconfundible… la pobre Raquel iba a volver a pasar por un mal trago, y algo me decía que no sería el último.
—¿De dónde viene ese olor? —preguntó Sebas, olfateó el aire con una mueca de asco.
—Creo que de ahí. —dije señalando la puerta con manchas de sangre en el suelo.
—¿Por qué no te aseguras de que la habitación del fondo está limpia mientras nosotros miramos ésta? —me indicó al tiempo que cargaba una flecha en la ballesta.
No me parecía buena idea dividirnos, pero supuse que, de haber algún otro resucitado en aquella habitación, ya habría salido fuera, de modo que asentí y con el rastrillo en la mano recorrí todo el pasillo hasta llegar a la puerta.
Por el tamaño, aquel lugar, sólo podía ser el dormitorio principal, y por la cama de matrimonio que había al fondo deduje que pertenecía a los padres de Raquel. La cama estaba deshecha, como si hubieran estado durmiendo allí, pero no tenía claro si eso significaba algo. ¿La dejaron así porque tuvieron que huir a toda prisa, o sólo porque si iban a marcharse no tenía sentido molestarse en hacerla?
Di un paso dentro. Una gran ventana, a través de la que se colaba la luz del sol, daba a la calle por la que vinimos… y lo que vi a través de ella me dejó helado. Cuando entraron, Raquel y Cristian dijeron el exterior que se había llenado de resucitados, pero no imaginé que fueran tantos. Alrededor de veinte de ellos daban vueltas por la carretera frente a la casa, seguramente atraídos de los alrededores por los disparos tras nuestra llegada. Todo apuntaba a que la estrategia de Óscar, del que por cierto no se sabía nada desde hacía tiempo, no había dado resultado.
Unos rápidos pasos en el pasillo me sacaron de mis pensamientos y me pusieron en alerta. Aparté la vista del movimiento casi hipnótico con el que los muertos vivientes se tambaleaban en la calle y corrí hacia la puerta del dormitorio. Saliendo de la habitación que habían ido a inspeccionar a toda prisa, doblado por la cintura y sujetándose el estómago, Cristian corrió hasta meterse en la tercera y última habitación abierta… de la cual salió atropelladamente un segundo más tarde para acabar a cuatro patas en el suelo y comenzar a vomitar.
—¿Qué pasa? —le pregunté alarmado.
No pudo decir nada, sólo balbuceó un par de palabras ininteligibles antes de tener otra arcada y volver a vomitar en el suelo, donde todavía se encontraba el cadáver de la muerta viviente que habíamos eliminado.
Me asomé a la habitación entornada de la que había salido después de apenas asomarse a ella, y lo que vi me dejó pasmado. Su interior era una visión más propia de una película de terror que de la vida real: se trataba de un cuarto de baño manchado hasta el techo de sangre. Una cuchilla sobre el filo de la bañera tenía sangre seca en su filo y dentro de la propia bañera las manchas se multiplicaban hasta cubrir prácticamente toda su superficie. La mampara de baño había sido descolocada, como si hubiera recibido un golpe muy fuerte que la arrancara de su sitio.
Sebas salió de la otra habitación cubriéndose boca y nariz con las manos, y con los ojos llorosos. Todavía tenía una flecha cargada en la ballesta, de modo que no la había utilizado contra lo que demonios hubiera allí dentro.
—Es… —farfulló con angustia—. Es horrible…
Cubriéndome las fosas nasales con la manga del jersey, que tampoco olía a rosas después de llevarlo puesto más de dos semanas, me asomé a lo que resultó ser otro dormitorio, que por la decoración tenía que ser de un chico al que le gustaban mucho los ordenadores. Manchas de sangre salpicaban por todas partes, y sobre la cama, como fuente de aquel olor imposible de aguantar, se encontraba el cuerpo putrefacto y casi devorado del dueño de la habitación.
Probablemente el hecho de haber sido comido casi por completo, puesto que en algunas zonas sólo se le veían los huesos, y la cabeza estaba tan mordisqueada que su rostro resultaba irreconocible salvo por unos inconfundibles mechones de pelo rubio, era lo que ha evitado que se despertara como un resucitado. Al encontrarse las ventanas cerradas los insectos no habían invadido del todo el cuerpo, pero una jauría de moscas revolotea sobre él, y sus larvas se retorcían en su interior.
Volví al pasillo conteniendo yo también las ganas de vomitar… aquel pelo rubio delataba que se trataba de otro familiar de Raquel más allá de cualquier duda.
—Esto es demasiado —gimió Sebas apoyándose en las rodillas y escupiendo en el suelo mientras Cristian vomitaba por tercera vez—. Resucitados pase, pero un pobre chico medio comido es demasiado.
Ver al muchacho muerto me hacía preguntarme qué habíamos hecho los humanos como raza para llegar al punto en que nos encontrábamos. ¿Qué diablos habíamos hecho para merecer eso? Aunque quien iba a hacerse esa pregunta en serio sería Raquel cuando descubriera lo que había sido de su familia…

4 comentarios:

  1. Hola Alejandro, acabo de ver tu comentario en mi blog. No te preocupes, ya está añadido a la lista de webs amigas. Gracias.

    http://zombielahistoria.blogspot.com.es/

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  2. Hola !!! Muy buen relato, llevo siguiéndote desde hace un mes. Y éste capítulo muy bueno, me puedo imaginar el momento de esa pobre muerta viviente siendo atropellada, mientras aporreaba la luna del furgón con sus huesudas y delicadas manos. Bueno, ánimo con el blog. Un saludo !!!

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  3. Podrías hacer un resumen con todos los miembros del grupo, estaría agradecido ya que esta muy bien esta historia. solo te digo una cosa que debieras mejorar, el cazador es una copia de daryl, yo dejaria la ballesta aun lado ya que esta muy vista y le pondría otra arma

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  4. Respondo de nuevo que me faltó decir una cosa: Lo del resumen es una buena sugerencia y la tendré en cuenta. Lo del cazador es más bien una especie de "homenaje" al bueno de Daryl, pero hay una diferencia importante entre ambos que ya vereis mañana por la noche cuando suba el siguiente capítulo xD

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