25 de enero
de 2013, 36 días después del primer brote, 10 días después del Colapso Total.
Frank
Applewhite
—Tíos, no me creo que vayáis a poneros esa mierda… —rezongó C.J. mirando
con repulsión como Patrick y Derek desnudaban a dos de los muertos vivientes
que acababan de matar.
Sus ropas, aunque algo roídas y sucias por el constante desgaste al que
estaban sometidas, todavía se podían utilizar… siempre y cuando tuvieras los
redaños para ponerte algo que ha tenido dentro un muerto que llevaba
pudriéndose semanas. Ese no era mi caso, y tampoco el de C.J, pero Patrick y
Derek nunca tuvieron demasiados escrúpulos.
—Puedes vestirte con esto o seguir con el uniforme de la prisión —le espetó
Derek con una mueca casi divertida, observando nuestros uniformes carcelarios—.
Si quieres ir por ahí pareciendo un puto prisionero es tu problema, pero yo
prefiero vestirme de persona.
No hacía ni doce horas que nos habíamos fugado los cuatro de penitenciaría
estatal de Luisiana, después del peor motín de su historia. Durante semanas
estuvimos observando desde nuestras celdas cómo el mundo exterior, el cual yo
no veía desde hacía cinco años, se venía abajo ante la invasión de los muertos
vivientes. Al principio no fuimos más que observadores pasivos que contemplaban
impotentes cómo el mundo se iba viniendo abajo a través de la televisión, como
quien veía una película en el salón de su casa, pero luego la televisión dejó
de emitir, y a partir de ese momento comenzó la tensión.
Lo último que supimos fue que el ejército estaba evacuando a la población
superviviente a algo que llamaban “zonas seguras”, pero no teníamos ni idea si
los militares nos considerarían parte de la gente a la que merecía la pena
salvar o, por el contrario, nuestras vidas no les importaban nada. Algunos como
yo preferimos esperar a tener noticias, pero otros, como Derek, no pudieron
evitar la oportunidad de poner la prisión patas arriba. Entre que la mayor
parte de los guardias ya no se encontraban allí, y que sabía que los demás no
iban a recibir ayuda del exterior, comenzó un sangriento motín que duró una
semana entera.
Nunca fui un cobarde, y tampoco una persona indefensa que no supiera
defenderse de una agresión, pero aquellos días juro por mi vieja que temí por
mi vida de una manera que no había temido jamás. Sabiendo que los guardias no
podían contener a tantos reclusos, Derek y los suyos armaron la mayor revuelta
en la historia de las cárceles del mundo. Sólo el primer día murieron veinte
reclusos y dos guardias, a uno de estos últimos le dieron semejante paliza que
cuando terminaron con él su cabeza quedó como una pulpa irreconocible.
El motín fue a peor con el paso de los días, no sólo porque cada vez los
presos nos fuimos abriendo paso a más secciones de la prisión ganando terreno a
los guardias, o porque cada vez hubiera menos de ellos, sino porque los muertos
llegaron a las puertas. De la noche a la mañana, una auténtica jauría de
aquellos seres acabó lanzándose contra la valla de la cárcel, gimiendo,
arañando y mordiendo para intentar entrar dentro.
No obstante, eso no fue lo peor. Nunca supe cómo, pero los muertos consiguieron
entrar. Logré ver a uno de ellos, y lo reconocí como uno de los guardias, uno
que habría jurado que vi morir el día anterior, cuando Derek y su banda de
sádicos le atraparon… y sin embargo allí estaba, en mitad del pasillo que llevaba
a las duchas, rezumando sangre, tambaleándose y gruñendo como un animal.
La histeria que provocó fue de proporciones monumentales. Entre la
confusión, logró morder a dos personas más antes de que le destrozaran a
golpes, y a partir de ahí la situación, ya de por sí descontrolada, se volvió
un auténtico caos.
Terminamos alcanzando las puertas, y los presos nos aplastamos entre
nosotros luchando por salir, pero fuera todavía nos esperaba la horda. Aquellas
criaturas no tenían ningún escrúpulo a la hora de morder a cualquiera que
pillaran a su alcance, y no soy ningún blandengue, pero me tuve que parar a
vomitar mientras huía al ver cuerpos de compañeros que estaban vivos minutos
antes siendo devorados por esas bestias. Todo fue una locura, y para cuando
logramos poner la suficiente distancia entre los muertos y nosotros, sólo quedábamos
Patrick, Derek, C.J. y yo… los demás, o murieron, o tomaron otras direcciones.
Con los resucitados ahí fuera quedó claro que la unión hacía la fuerza, así
que decidimos permanecer los cuatro juntos por mera seguridad, aunque eso no
significaba que me gustara mi compañía lo más mínimo.
En mi historial figuraban muchos delitos: robo con intimidación, agresión,
resistencia a la autoridad, atraco a mano armada, posesión de armas… pero
ninguno era un delito de sangre, no tenía muertos ni heridos de gravedad a mi
espalda, y eso no podían decirlo los demás. C.J era un puto pedófilo cobardón
al que le gustaba torturar niños pequeños antes de tirárselos, Patrick un
violador en serie que se había cargado ya a siete chicas, y Derek fue el líder
de una pandilla de paletos neonazis que se dedicaba a agredir e incluso matar
negros, latinos, asiáticos o cualquiera que tuviera un color de piel diferente
al suyo.
Como había dejado de ser un niño veinte años atrás, y tampoco era una
mujer, Derek era el que me parecía más peligroso de los tres porque, aunque
tuviera predilección por los inmigrantes ilegales, los negros tampoco le
caíamos bien. Dos de aquellos cabrones estaban condenados a muerte y el tercero
se iba a pasar el resto de su vida en prisión, así que no tenían nada que
perder jugándose el culo para fugarse. Yo, sin embargo, habría salido de
prisión en sólo tres años, no obstante, tras ver cuál era la situación, me
pareció que lo más prudente era escapar también, aunque fuera en tan miserable
compañía.
Y allí estábamos, al lado de una gasolinera que acabábamos de limpiar de
muertos vivientes cogiendo ropa con la que fingir que no éramos presidiarios.
—Vestido de muerto, más bien. —bufó C.J. cediendo a los argumentos de Derek
y agachándose sobre otro de los cadáveres para desnudarlo.
—Y tú que, grandullón, ¿no te cambias? —me preguntó Patrick al verme allí
parado. Le dediqué una mirada desdeñosa antes de darle una patada al cuerpo más
cercano.
—Apestan. —exclamé con desprecio.
—Entonces entra dentro a ver si hay algo de comida —me ordenó Derek—. Luego
miraremos si a algunos de estos coches le queda gasolina.
No muy satisfecho de tener que seguir sus órdenes, pero sabiendo que aún no
era momento para discutir ese asunto, entré dentro de la gasolinera. Me juré
que en cuanto pudiera me separaría de ellos. Sabía que ir solo era peligroso
por culpa de los resucitados, pero prefería no tener que relacionarme demasiado
tiempo con aquellos tres despojos humanos.
Armado con una barra de hierro que saqué de la cárcel, caminé entre los
estantes llenos de chicles, revistas y demás tonterías, alerta ante la
posibilidad de que hubiera otro muerto escondido allí dentro. Tras recorrer dos
veces cada pasillo acabé confirmando que el lugar estaba limpio, de modo que me
aproximé a un estante lleno de chocolatinas y comencé a guardar todas la que
pude en los bolsillos. Junto a la caja registradora alguien había dejado una
chaqueta, así que la cogí también y me la puse por encima del uniforme para
protegerme del frío.
Cuando llené los bolsillos de la chaqueta también con chocolatinas volví a
salir fuera, donde entre Derek y C.J. intentaban arrancar uno de los coches
abandonados. Había tres de ellos allí tirados, como si sus dueños hubieran
tenido que marcharse dejándolos sin más en mitad de la carretera, pero ninguno
tenía las llaves puestas, así que tuvieron que hacer un puente para lograr
poner en marcha un pequeño vehículo familiar.
—¡Sí! —rugió triunfal Patrick al escuchar cómo rugía el motor del coche
cuando por fin consiguió arrancarlo.
—Os dije que podía hacerlo —presumió Derek desde el asiento del conductor—.
¡Eh, Frank! ¿Has encontrado algo que comer?
—Sólo esto. —dije mostrándoles las chocolatinas. Ávidamente se lanzaron
sobre ellas y comenzaron a devorarlas, banquete al que me uní de buena gana. No
comía nada desde que huimos de la prisión, y la comida durante los días de
motín tampoco había sido precisamente abundante para nadie.
Con el estómago un poco más lleno, subimos los cuatro al coche y nos
pusimos en camino, siguiendo la carretera 105 en dirección desconocida… y digo
desconocida porque ninguno tenía la menor idea de hacia dónde dirigirse.
—Mississippi abajo, hasta la costa —propuso Patrick—. Si evacuaron hacia
alguna parte, tuvo que ser hacia el mar. Quizá aún encontremos algún puesto del
ejército que nos saque de aquí.
—¡Que le jodan al ejército! —bufó Derek—. No he salido de una cárcel para
entrar en otra, busquemos un lugar seguro por aquí cerca. Esta zona está llena
de granjas, no debería haber muchos muertos de mierda de esos.
—¿Y los que atacaron la cárcel? —preguntó temeroso C.J—. Esos no eran
pocos.
—Una aglomeración fortuita —respondió él sin darle importancia—. Éramos
mucha gente haciendo mucho ruido, si somos discretos, no tendría que acercarse
ninguno. Podemos buscar en algún pueblecito armas y comida, e incluso otra
gente viva.
Recé porque no encontraran a nadie más vivo, por el bien de esa persona…
pero las oraciones de la gente como yo rara vez son escuchadas por el
Todopoderoso.
—¡Eh mirad eso! —señaló Patrick apuntando con el dedo hacia una granja
cercana. En el porche de la casa de dos pisos que era la vivienda principal
había una mujer sentada, una mujer viva—. Creo que es nuestro día de suerte.
—Acerquémonos —sugirió C.J—. A lo mejor saben cómo está la situación por
aquí.
—Sí, y quizá tengan algo de comer mejor que el chocolate de mierda que
cogió Frank. —añadió Derek mirando aquella granja de una forma que no me gustó
nada.
Con semejantes individuos era difícil saber a qué atenerse, no sabía si
pretenderían causar problemas a aquella gente, que bastante tendría ya con
estar viviendo rodeados de muertos caníbales. Pero si eran buena gente, y los
demás se comportaban, quizá pudiéramos comer algo caliente, y con suerte
incluso dormir en un lugar caliente.
En cuanto detuvimos el coche y nos bajamos de él frente a la puerta
principal de la valla que rodeaba la granja, la mujer del porche se percató de
nuestra presencia, y levantándose rápidamente entró corriendo al interior.
—Creo que la hemos asustado. —lamentó Patrick.
—La culpa es tuya —me recriminó Derek—. ¿Crees que esa chaqueta oculta que
llevas el uniforme de un preso de la cárcel?
No me digné a responderle porque, en ese mismo momento, cuando todavía
teníamos medio campo que atravesar hasta llegar al porche, un hombre de mediana
edad, con una poblada barba castaña y una escopeta en las manos, salió
acompañado de tres mujeres y una niña, entre ellas la que había entrado corriendo
un segundo antes.
Todo aquello no me gustó nada. Una niña era una tentación para C.J., tantas
mujeres juntas una para Patrick, y Derek ya era peligroso sin distinción de
género. Quizá yo pareciera un presidiario, pero era de quien menos tendría que
temer esa familia.
—Buen día señor… y señoritas. —saludó Derek cuando llegamos hasta ellos.
Aquel granjero nos miraba receloso, mientras que las chicas lo hacían con
un poco de miedo. Una de ellas debía tener la misma edad que el hombre, de modo
que supuse que era su esposa, mientras que las otras tres tenían que ser hijas
suyas.
—Hace tiempo que no vemos a nadie —gruñó el granjero sin bajar la
escopeta—. Gente viva, de los muertos hay por todas partes.
—Nosotros tampoco hemos visto mucha gente viva —reconoció Derek—. Llevamos
un tiempo conduciendo, buscando un lugar que no esté plagado de esas cosas,
pero sin éxito.
—Entiendo —asintió el granjero—. ¿Y qué andáis buscando por aquí?
—Esta zona no tiene muchos habitantes, pensamos que estaríamos seguros en
ella —contestó—. Sé que es mucho pedir, pero llevamos días huyendo, estamos
cansados de tanto viajar, no nos queda comida y nuestra ropa son harapos… no
quisiéramos abusar de su hospitalidad, buen hombre, pero si pudiera darnos
refugio esta noche se lo agradeceríamos.
El granjero nos miró de arriba abajo evaluándonos con la mirada. Temí que
fuera a fijarse en mis pantalones y se terminara dando cuenta de que era uno de
los presos de la prisión, pero por suerte se limitó a intercambiar una mirada
con su mujer antes de contestar.
—De acuerdo, no es cristiano negarle refugio a alguien en estos tiempos.
—accedió finalmente.
—Que Dios se lo pague. —exclamó Derek con una sonrisa.
—Pasad dentro, no es bueno estar demasiado expuestos aquí fuera. —nos dijo
abriéndonos las puertas de su casa.
Entramos seguidos de la mujer y las tres hijas, que todavía nos miraban con
desconfianza. Sin duda el instinto les decía que no éramos de fiar… deberían
haber hecho caso a su instinto y no a la caridad cristiana.
El interior de aquella casa era amplio, y por la decoración, no creía que
antes del fin del mundo aquel hombre pasara hambre. En el comedor había una
elegante chimenea, que en esos momentos estaba apagada, pero que seguía
teniendo leña a medio quemar en su interior.
—Mi nombre es Arthur, Arthur Woods —se presentó el granjero—. Ella es
Ellen, mi mujer, y ellas son mis hijas Jody, Faith y Megan… Megan es la
pequeña.
—Es un placer —dijo Derek, todo simpatía—. Yo soy Derek, él es Patrick, el
de las gafas C.J. y el negro grandote Frank.
—Sentaos, decíais que estabais cansados, ¿no? —nos invitó Arthur tomando
asiento él mismo en el sillón frente a la chimenea, los demás lo hicimos en el
sofá que había al lado, delante del televisor—. Ellen, querida, tráeles algo de
beber a nuestros invitados.
La mujer y las chicas se marcharon a la cocina, dejándonos a solas con el
granjero.
—Pronto será la hora de cenar y podréis comer algo. —prometió aquel hombre.
—Se lo agradecemos —afirmó Derek—. Por casualidad, ¿no han recibido alguna
noticia últimamente? Del ejército, la policía o quien sea…
—Hace más de una semana que no —reconoció Arthur—. No hay ni ejército y ni
policía ahora, todos se fueron a las zonas seguras, con todo el mundo… pero mi
familia y yo no, creo que aquí estamos más seguros que en cualquier recinto
militar.
Teniendo en cuenta que seguían vivos, posiblemente tuviera razón, y
esperaba que siguiera teniéndola cuando nos hubiéramos ido.
Ellen volvió con una bandeja y varios vasos de agua en ellos. Le di las
gracias por lo bajo cuando cogí el mío y me lo bebí de un trago. No me había
dado cuenta de lo sediento que estaba hasta ese momento, pero en realidad no
bebía agua desde que cruzamos el Mississippi a nado. Poco después de una hora
ya nos encontrábamos todos comiendo en el salón de aquella granja, que más
parecía una mansión que la casa de un pueblerino. Cuando nos pusieron sobre el
plato un filete perfectamente cocinado y condimentado casi no lo pudimos creer
después de tanto tiempo alimentándonos de la horrible comida de la cárcel.
—Tenemos algunos animales, pero apenas los sacamos ya del establo —nos
contó Arthur mientras comíamos—. Tengo miedo de que puedan atraer a algunas de
esas cosas. Quizá debería sacrificarlos a todos de una vez, la mayor parte de
su carne la vendía en Melville, pero ahora no va a comprarla nadie.
—Y Andy no puede llevarlos. —añadió Megan, la niña pequeña, que
inmediatamente fue reprendida por las duras miradas tanto de sus padres como de
sus hermanas, creando un incómodo silencio que duró varios segundos.
Parecía que, después de todo, no habían estado tan a salvo como creía en
aquella granja. No sabía quién era Andy pero me podía imaginar que lo perdieron
por culpa de los muertos vivientes. Preferí no preguntar por cortesía, era
evidente que no les gustaba que se hablara sobre él.
—Con lo que plantamos tenemos comida de sobra, y las plantas no atraen a
esos resucitados. —explicó Arthur retomando el tema.
—Esta carne estaba deliciosa, señora Woods —agradeció Derek cuando
terminamos de comer—. Si vamos a pasar aquí la noche me gustaría que nos
mostrara donde, si no le importa. Estamos cansados y nos gustaría dormir un
poco.
—Dormiréis en el pajar —afirmó Arthur—. Ellen os dará mantas y esas cosas
para que os instaléis, allí estaréis resguardados del frío. Me gustaría
alojaros aquí, pero no tengo ni camas ni habitaciones para tantos, lo siento.
—El pajar será suficiente —exclamó Derek volviendo a sonreír—. Se lo
agradecemos.
—“Se lo agradecemos” —se burló Patrick cuando estuvimos tumbados sobre
tablas de madera y paja, cubriéndonos con un par de mantas—. Se lo pueden meter
por el culo. ¿Por qué estamos haciendo esto? Si quisiéramos, podríamos habernos
quedado con este lugar… y con las chicas.
—¡Eso! —se unió C.J. entusiasmado—. La pequeña Megan parece falta de
cariño…
—¡Cierra la puta boca, degenerado! —le espeté a aquel maldito psicópata
sintiendo como me hervía la sangre al escuchar lo que decían. Ese hombre nos
había acogido y alimentado, y pensaban pagarle quitándoles su propia casa y
abusando de sus hijas… me ponían enfermo.
—Sí, cállate capullo —gruñó Derek—. ¿No te rompieron el culo bastante en la
cárcel por ser un puto enfermo mental o qué?
—Dejando a un lado las perversiones de C.J… —comenzó de nuevo Patrick, pero
Derek le interrumpió.
—Mañana será otro día, desde luego este sitio es una mina de oro, y no
tengo intención de marcharme pronto… tampoco de dormir otra noche más en el
pajar, pero ahora a dormir todos de una puta vez, ¡joder!
Pese a ser la primera noche que dormía fuera de mi celda, me costó quedarme
dormido. Estaba claro que aquel grupo no estaba precisamente reinsertado en la
sociedad y pretendía causar problemas, por decirlo suavemente, a aquella
familia. ¿Y qué cabía esperar de un hombre sin escrúpulos, un violador asesino
y un pedófilo degenerado? Cuando vi salir a Patrick del pajar, poco antes de
quedarme dormido, casi temía que fuera a hacer alguna de las suyas con las
hijas del granjero, pero me imaginé que sólo salió a mear.
—¿Dónde cojones está el coche? —estalló Derek al día siguiente por la
mañana, nada más salir del pajar y comprobar que nuestro vehículo, que habíamos
dejado aparcado frente a la granja, había desaparecido durante la noche.
—¿Qué pasa? —preguntó C.J. todavía adormilado asomándose también fuera con
la ropa a medio poner.
—El coche no está —le expliqué señalando el lugar donde debería haber
estado—. Ha desaparecido.
—¡Ah! También sois madrugadores —exclamó Arthur acercándose al pajar con un
rastrillo al hombro—. Mejor, pensaba que os despertaría al coger paja para los
animales, pero veo que ya estáis en pie. ¿Habéis pasado una buena noche?
—¡Genial! —respondió irónicamente Derek, que estaba que se subía por las
paredes—. ¿Qué ha pasado con nuestro coche?
—¿Vuestro coche? —repitió asombrado el granjero dirigiendo la mirada a la
entrada de la valla—. ¡Diablos! No está.
—¡Eso ya lo sabemos! —gruño Derek—. ¿Por qué?
—Bueno, hijo, alguien ha debido cogerlo —señaló él acertadamente—. ¿Dónde
está vuestro amigo, sigue durmiendo?
—Patrick… —murmuré al darme cuenta de que no estaba dentro del pajar.
—¡Hijo de puta! —bramó Derek hecho una furia—. ¡Se ha largado con el coche!
¿Sería verdad? Al parecer después de todo no había salido a mear, sino a
hacer lo mismo que quería hacer yo, dejar tirado a los demás y desaparecer.
Pero no terminaba de entender los motivos que él podía tener para escapar de
nosotros, y menos justo después de que le prometieran la posibilidad de volver
a realizar lo que tanto le gustaba: violar y matar.
“Mejor que se haya largado” pensé con cierto alivio. Siendo sólo dos, eran
más manejables. Derek podía intimidar a cualquiera, pero sólo era uno, mientras
que C.J. no tenía ni media ostia, si yo no colaboraba con ellos, posiblemente
no se atrevieran a hacerle nada a aquella gente.
Tuve que esforzarme para lograr contenerme y no mostrar una sonrisa.
—Siendo sólo tres, y sin un coche, el camino podría ser peligroso —observó
Arthur—. Si queréis, podéis quedaros una noche más hasta que decidáis qué
hacer.
—Gracias —tuve que decirle yo, porque los demás seguían demasiado
anonadados por el hecho de que Patrick se hubiera largado sin decírselo a nadie
para agradecer nada—. No queremos molestar, si podemos ayudarle en algo… en una
granja habrá mucho trabajo que hacer.
—Si quieren echarme una mano, podrían ayudar a mis hijas a sacar agua del
pozo —respondió Arthur mesándose la barba—. Habitualmente la utilizamos para
dar de beber al ganado, pero desde que cortaron el agua corriente también nos
da agua a nosotros. A las chicas les vendrá bien la ayuda, cargar pesados cubos
no es trabajo para mujeres.
Mientras llenábamos los cubos, a base de hacer funcionar una bomba de agua
instalada junto al pozo, creía que Derek iba a matarme por las miradas asesinas
que me lanzaba de vez en cuando. Mi ofrecimiento de ayuda no le había gustado
nada, no sólo no había tomado al asalto aquella casa, sino que además le estaba
haciendo el trabajo duro a su dueño.
—¿A dónde cojones habrá ido Patrick? —se preguntó C.J. parando un momento
para secarse el sudor de la frente—. Cuando no le vimos, pensé que se habría
llevado a alguna de las hijas o a la mujer del granjero, pero están todas. ¿Se
cree que él solo se las va a apañar mejor ahí fuera?
—Yo le vi salir a mear, pero no le escuché volver —comenté mientras tomaba
su relevo para seguir bombeando agua a los cubos—. No pensé que fuera a
marcharse.
—¿Qué cojones importa ya ese capullo? —exclamó Derek mirándonos trabajar—.
¿Y qué cojones hacemos llenando cubos de agua como unos putos paletos de
pueblo?
—De vuelta a tus raíces, ¿no? —le respondí irónico, pero la respuesta no le
sentó nada bien.
—Cuidado con lo que dices, negro, no olvides con quien estás hablando. —me
amenazó. Sin embargo, ya no estábamos en una celda, y no estaba dispuesto a
dejarme intimidar por ese mequetrefe, así que dejando la bomba por un momento
me encaré con él.
—Dejemos las cosas claras de una puta vez, Derek. Quizá en la cárcel,
rodeado de tu pandilla de paletos nazis, fueras alguien, pero aquí sólo eres un
capullo bocazas al que puedo reventar de una hostia si me da la gana, así que a
partir de ahora guárdate esos aires de jefe para ti mismo si no quieres tener
problemas conmigo, ¿entendido? —le espeté fulminándole con la mirada.
No obstante, Derek tampoco era la clase de persona que se dejaba avasallar
por cualquiera, de lo contrario no podría haber sobrevivido en la cárcel, así
que hizo un amago de ir a por mí… amago que podría haber acabado en una pelea
entre los dos de no ser por la intervención de C.J.
—Déjalo tío —dijo reteniéndole—. Está claro que Frank tiene alma de
granjero. Mírale, yo diría que hasta le gusta esto.
Podría ser… desde luego prefería ganarme la comida y la cama con el sudor
de mi frente que andar robando a buena gente, como había sido su plan.
—¿Va todo bien? —preguntó tímidamente la voz de una mujer. Una de las hijas
de Arthur se había acercado hasta el pozo, pero estábamos tan concentrados en
nuestro pequeño encaramiento que no la vimos venir.
—Perfectamente. —le aseguré volviendo a la bomba de agua tras ver que Derek
no pensaba seguir adelante con su intentona de pegarme.
—Mi padre quiere que os pida si por favor podéis llevar los cubos al
establo. —pidió la chica un poco cortada.
—Claro —exclamó Derek sin dejar de mirarme amenazadoramente y agarrando tan
bruscamente un cubo que casi la mitad del contenido se derramó por el suelo—.
No podemos permitir que las vacas pasen sed, ¿verdad? Vamos C.J., dejemos a los
granjeros juntos.
—¿Va todo bien? —volvió a preguntar la muchacha cuando Derek y C.J. se
hubieron marchado con sendos cubos de agua.
—Perfectamente. —repetí yo también llenando uno más. Me gustaba poder hacer
fuerza contra algo para desahogar la rabia que sentía en esos momentos.
—Parecen enfadados, ¿es por el compañero vuestro que se ha ido llevándose
vuestro coche? —se interesó ella mirándome con curiosidad.
—Perdona, eras… ¿Judy? —No recordaba su nombre.
—Jody, pero no, Jody es mi hermana, yo soy Faith. —me aclaró.
—Perdona… sí, supongo que no les ha sentado bien que Patrick nos abandonara
de esa manera. A mí tampoco, si te soy sincero. No es que me cayera
especialmente bien ese tipo, pero nos ha robado el coche. En fin, con un poco
de suerte a estas alturas ya se lo habrá comido uno de esos putos resucitados.
Aquella idea hizo que Faith se pusiera muy pálida y me mirara horrorizada.
Tras tantos años en la cárcel había olvidado completamente lo que era el tacto.
Ella también había perdido a gente por culpa de los muertos vivientes.
—Lo siento, no quería decir eso —me disculpé inmediatamente—. Tu hermanita
mencionó anoche, en la cena, a un tal Andy. ¿Era familia vuestra?
—Era… o es, nuestro hermano mayor —contestó con tristeza—. Salió al pueblo
al comienzo de todo esto… papá se niega a creer que esté muerto, pero yo creo
que se equivoca.
—Siento lo de tu hermano —le dije con total sinceridad—. Yo también tengo
un hermano, vive en Atlanta, y no sé si seguirá vivo...
—Debería irme, mi madre puede necesitarme dentro. —dijo apurada dándose la
vuelta y regresando a la casa.
No tardé en seguirla cuando tuve dos cubos llenos de agua y me dispuse a
llevarlos a la cocina. Allí se encontraba Arthur, limpiando con un paño las
púas cubiertas de sangre de un rastrillo.
—Uno de ellos ha atravesado la valla —me explicó después de dejar los cubos
junto al fregadero—. Pero ese en concreto ya no volverá a ser un problema.
—Las vallas que vi fuera no me parecen las más resistentes del mundo —le
dije observando cómo quitaba la sangre de la herramienta—. Tal vez debería
pensar en levantar unas más altas, esos seres pueden llegar a ser muy
peligrosos.
—Si lograron atravesar la valla de una prisión, sin duda podrán con la de
una granja, ¿verdad? —murmuró mirándome de reojo—. Vivo a un cuarto de hora
andando de una cárcel de máxima seguridad, ¿crees que no sé distinguir uno de
los uniformes de ese lugar?
Me sentí un poco avergonzado al ser descubierto, aunque él no se mostró
hostil ante aquel desenmascaramiento.
—¿Y por qué nos dejó quedarnos? —le pregunté sorprendido. Aquel hombre
tenía mujer y tres hijas, y dejó que cuatro presidiarios durmieran en sus
terrenos, ¿es que estaba loco?
—Si os dejaba quedaros aquí, sabría en todo momento donde estabais, ¿lo
entiendes? —respondió con sencillez—. ¿Puedo preguntar cómo acabaste dentro de
la peor prisión del país?
—Atraqué algunas tiendas. —contesté todavía atónito por la sangre fría de
aquel hombre. Estaba seguro de que si supiera de verdad el peligro que
cualquiera de los demás podía suponer para su familia los habría echado a
escopetazos.
—¿Algún muerto? —se interesó sin levantar la mirada de su rastrillo.
—Una nariz rota y una mandíbula fracturada, a uno de los polis que me
detuvo —le expliqué—. En tres años habría estado fuera, uno si me portaba bien
y me daban la condicional.
—Bien… bien… —Asintió varias veces con la cabeza antes de incorporarse—. ¿Y
tus amigos?
Era una pregunta difícil de responder. Si decía la verdad, aquel hombre se
horrorizaría sin remedio y nos echaría de allí a patadas, quizá merecidamente.
Si mentía podía estar arriesgando su vida y la de su familia, no creía que
Derek y C.J. fueran a abandonar sus planes para siempre sólo porque Patrick ya
no estuviera con ellos. Sin embargo, desde el principio quise separarme de esos
dos, y aquella era una buena oportunidad para librarme de ellos. Si conseguía
convencerle de que necesitaba proteger mejor su granja, y de que Derek y C.J.
eran peligrosos, quizá llegara a considerar la posibilidad de que me quedara
allí con ellos. Hacer vida de granjero no me disgustaba si con ello lograba una
cama, agua, comida caliente y un refugio contra los muertos vivientes.
—Ellos… ellos son mala gente —confesé—. Derek tiene un historial de
agresiones y asesinatos racistas que llenaría páginas enteras, estaba condenado
a muerte, igual que Patrick, que violó y mató a unas chicas. A C.J. le va más
el rollo de los niños, si entiende lo que le quiero decir…
—Lo entiendo —me aseguró asintiendo una vez más, pero para nada parecía
conmocionado por aquellas revelaciones, lo cual no podía comprender.
—Señor Woods, entendería perfectamente que no nos quisiera aquí sabiendo
eso —dije de todos modos—. Yo también buscaba la forma de deshacerme de esos
dos, créame. Les conozco mejor que nadie, les he visto en la cárcel y no le
deseo su compañía ni a mi peor enemigo. Pero antes de mandarme a la carretera
con ellos, le pido que lo reconsidere. No soy un criminal peligroso, no soy un
riesgo para usted o para su familia y si considerara la posibilidad de dejar
que me quedara aquí, podría resultarle muy útil. En una granja como ésta no
debe faltar trabajo que hacer, y estoy dispuesto a ganarme un lecho y mi plato
de comida. Además, si los muertos aparecen le vendrá bien tener otras manos que
le ayuden a plantarles cara, o que con las que levantar una valla más
resistente.
Me miró lánguidamente a los ojos durante un segundo antes de contestar.
—Lo pensaré. —fue lo único que dijo, y acto seguido se marchó al comedor
con el rastrillo en las manos.
Sabiendo que por el momento no podía pedir más, salí de la cocina de vuelta
al exterior. En la parte trasera de la casa se encontraban Ellen y la otra hija
mayor de Arthur, Jody, cortando leña. Mientras la madre partía los troncos con
un hacha, la hija cargaba con ellos.
—¿Puedo ayudaros? —me ofrecí acercándome a ellas. Creía que tanto cortando
como cargando mi fuerza ayudaría a que terminaran el trabajo más rápido.
—No, muchas gracias —respondió Ellen dejando el hacha junto al tocón sobre
el que cortaban y recogiendo los dos últimos trozos de madera—. Aquí ya hemos
terminado, ahora llevaremos la leña al sótano… esta noche promete ser fría.
—Si queréis puedo llevarla yo. —volví a ofrecerme amablemente.
—¡No! —exclamó ella con quizá demasiado énfasis—. Gracias, de verdad, pero
podemos solas, llevamos haciéndolo mucho tiempo, no necesitamos ayuda.
—Está bien. —me rendí dándome la vuelta y alejándome de allí un poco
contrariado. Si no me dejaban demostrarles que podía serles de ayuda, no les
convencería jamás de que me dejaran quedarme con ellos.
Colgado de un manzano, había un columpio en el que la pequeña Megan se
encontraba sentada haciendo dibujos en la tierra con los pies. No supe por qué,
pero en ese momento, viéndola cabizbaja jugando con la arena, me di cuenta de
que aquella familia sufría. Una niña solitaria, unas hijas y una mujer
temerosas, un hombre impasible… quizá se debiera al destino del tal Andy, o por
todo lo que había pasado desde que los muertos dejaron de quedarse muertos,
pero era evidente que no estaban ni mucho menos bien.
No obstante, aquello no sería asunto mío a menos que Arthur dejara que me
quedara con ellos, así que me puse en camino a un pequeño estanque que tenían
entre dos campos, junto a un pequeño grupo de árboles. Lo más parecido a un
baño que tuve desde que comenzó el motín carcelario fue cuando atravesamos el
río a nado, así que quería lavarme un poco aprovechando que tenía la
oportunidad y que el día había amanecido soleado.
De no haber sido por ese sol, quizá no hubiera visto el reflejo de luz que
surgía de entre los arbustos de la pequeña arboleda cuando ya iba a meterme en
el agua. Movido por la curiosidad, me acerqué a echar un vistazo. Desde la
distancia no me pareció que aquél fuera el lugar donde pudieran guardar nada
metálico, como un tanque de agua o algo por el estilo, de modo que no sabía qué
me iba a encontrar… y mi sorpresa fue mayúscula cuando descubrí que los
destellos eran ocasionados por el sol reflejado en la carrocería de un coche,
concretamente el mismo coche con el que habíamos llegado a aquella granja la
tarde anterior.
“¿Pero no se lo había llevado Patrick?” me pregunté sin entender nada… el vehículo
estaba allí, completamente vacío, como si lo hubieran escondido.
—¿Patrick? —llamé en voz alta mirando a mí alrededor, pero sin lograr
encontrarle. No tenía la menor idea de dónde podría estar, pero desde luego no
era allí.
“Esto es raro de cojones” me dije rascándome la cabeza intentando atar
cabos. Sin embargo, por más vueltas que le daba, nada parecía tener ningún
sentido, ¿por qué Patrick habría escondido el coche allí y luego habría
desaparecido?
Salí de entre los arbustos con más preguntas que respuestas en la cabeza y
dispuesto a buscar a Derek y a C.J. para contarles lo que acababa de descubrir.
Pese a que no me gustaba ninguno de los dos, creía que aquel misterio les
interesaría tanto como a mí, y aunque no fuera así, saber que tenían el coche
allí quizá les animara a marcharse antes de causar problemas.
No obstante, a la primera persona que me encontré fue a la pequeña Megan,
que de pie junto al columpio me miró consternada antes de salir corriendo hacia
el interior de la casa.
“¿Qué le pasa a esa niña?” me pregunté sin saber a qué venía esa reacción.
—¡Eh tú! ¿Has visto a C.J.? —La voz de Derek casi me hizo dar un respingo
por la sorpresa, no le había visto acercarse—. ¿Has visto un fantasma o qué? Te
pregunto si has visto a ese capullo.
—¿C.J.? —repetí todavía con mi cabeza en otras cosas—. No. ¿No estaba
contigo?
—Sí, pero el puto granjero le pidió que le acompañara a hacer no sé qué con
la leña, y ahora no lo encuentro. —gruñó.
—La leña… —repetí otra vez mientras mis ideas iban aclarándose.
—Sí, la leña, ¿estás tonto o qué? —bufó Derek con su poca paciencia
habitual.
—El coche está entre esos árboles de atrás, junto al estanque —le dije
volviendo la mirada hacia la casa—. Patrick no está.
—¿Qué coño es eso de que el coche está entre los árboles? —preguntó
confundido—. ¿De qué coño estás hablando?
—Ve y míralo tú mismo. —le espeté tirando de él y llevándolo hasta el lugar
donde encontré el vehículo. Cuando lo vio, abrió tanto la boca que parecía que
se le fuera a desencajar la mandíbula.
—¿Pero qué cojones…? —alcanzó a balbucear—. ¿Y dónde coño está Patrick
entonces?
—Patrick no se ha ido, querían… querían que pensáramos que se había ido…
¿cuánto hace que no ves a C.J.? —Había empezado a atar cabos, y la conclusión
que tenía en mente no me gustaba nada—. Has dicho algo de ir a por leña, ¿no?
—Eso me dijo el granjero —asintió—. Espera, ¿me estás diciendo que esta
familia de palurdos nos la está jugando? Porque si es así me los voy a joder a
todos, uno a uno.
—Creo que sé dónde está la respuesta a eso, vamos. —exclamé encaminándome
de vuelta hacia la casa. Si no me equivocaba, allí ya estarían advertidos por
culpa de esa endiablada niña.
—¿A dónde cojones vamos? —quiso saber Derek a mitad de camino—. ¡Eh, tío!
¿Qué cojones está pasando?
—Esta familia no es trigo limpio —le expliqué—. Creo que anoche le hicieron
algo a Patrick, y luego quisieron que pensáramos que se había ido, dejándonos
tirados… y creo que puede que le hayan hecho lo mismo a C.J.
—¡Qué cabrones! —bramó él frunciendo el ceño.
—No les importó que lleváramos cubos de agua a la cocina o al establo, pero
cuando me ofrecí a meter la leña en el sótano, no me dejaron… —añadí—. Creo que
deberíamos echar un vistazo.
—Bien, y como ese puto paleto nos esté jodiendo te juro que me voy a follar
a todas sus hijas delante de él. —masculló apretando los puños por la
irritación.
Desde el exterior se podía acceder al sótano por una entrada en el suelo,
sin embargo ésta estaba cerrada con un candado. No me fue difícil romperlo con
el hacha de cortar leña que habían estado utilizando momentos antes. Nadie de
la casa se molestó en asomarse a ver qué estábamos haciendo, y lo que
estuvieran haciendo ellos me era desconocido.
—Cuidado ahora —advertí a Derek, que rápidamente se metió escaleras abajo
hacia la oscuridad del sótano—. ¡Oh, no me jodas!
Lo primero que sentí cuando comencé a bajar fue un fuerte olor a
putrefacción, aunque no podía ver su origen. Nada más bajar las escaleras,
Derek encontró un interruptor, pero la luz no funcionaba. En una estantería
había una linterna, así que la recogí e iluminé el camino. Aquel sótano estaba
formado por un estrecho pasillo en el que guardaban la leña, y que llevaba
desde la trampilla por la que entramos hasta que doblaba saliendo a una sala
cuadrada.
Se escuchaba una especie de gorjeo lejano, pero no sabía qué podía estar
produciéndolo.
—¿Qué coño es ese olor? —preguntó Derek arrugando la nariz.
—No sé si quiero saberlo. —respondí prefiriendo no imaginar qué podía ser.
Encabezando la marcha debido a que era quien llevaba la única fuente de luz,
doblé la esquina y salí a la sala cuadrada. Allí tenían una gran cantidad de
estantes llenos de herramientas, conservas y utensilios para la granja… pero
buscando el origen del gorjeo con la linterna acabamos topándonos nada menos
que con un resucitado encadenado a la pared.
—¡Joder! —saltó Derek retrocediendo un par de pasos—. ¡Eso es un puto
muerto viviente!
Era imposible que no lo fuera. Su piel cenicienta y apergaminada no dejaba
lugar a dudas, había visto a muchos al escapar de la prisión y sabía reconocerlos.
Aquél en concreto tenía la boca y las manos llenas de sangre, producto de algún
banquete reciente, y por su edad y el pelo castaño de su cabeza creía conocer
su identidad…
—Andy. —murmuré empezando a acojonarme. ¿Por qué Arthur guardaba a su hijo
muerto viviente en el sótano de su propia casa?
—¿Qué cojones está comiendo? —preguntó Derek acercándose con precaución—.
¿Qué es eso?
Apunté con la linterna el bulto que había en el suelo, junto al muerto
viviente, que comenzó a gruñirnos e intentó abalanzarse rabioso contra
nosotros, aunque las cadenas se lo impedían.
—¡Oh, joder! —Me costó un poco reconocer los restos de la ropa de Patrick
entre el amasijo de carne, sangre y vísceras que había dejado el muerto
viviente, pero no había lugar a dudas: aquel resucitado debía llevar toda la
noche comiéndose su cadáver.
—¡Me cago en la puta! —bramó Derek asqueado dando un puñetazo a la pared—.
¿Pero qué cojones…? ¿Esos guiñapos del suelo son Patrick?
—Cre… creo que sí. —asentí tragando saliva para aguantar las ganas de echar
la pota. Aquello era como estar saliendo de la cárcel otra vez.
Un murmullo a un lado nos hizo dar un respingo a los dos. Alumbré con la
linterna en dirección al origen de aquel sonido y nos encontramos con que
alguien había amordazado a C.J. y lo había atado a la pared. Tenía una herida
muy fea en un costado de la cabeza que todavía le sangraba, sus gafas estaban
rotas y nos miraba con los ojos muy abiertos mientras intentaba hablar por
debajo de la mordaza.
—¡Coño! —exclamó Derek antes de acercarse a él y quitarle la mordaza de la
boca.
—¡Está loco! —gimió C.J. aterrorizado—. ¡Ese puto granjero! ¡Mató a
Patrick! ¡Se lo dio de comer a ese puto muerto… y quería hacer lo mismo
conmigo!
—Ya lo vemos. —murmuré ayudando a Derek a liberarle.
¿Qué demonios tenía en la cabeza aquella gente? ¿Daban de comer gente viva
a un condenado muerto viviente? Definitivamente habían perdido la cabeza. Me
deshice rápidamente de los pensamientos que pudiera haber tenido sobre quedarme
con ellos y me concentré en soltar a C.J. para escapar de allí lo antes
posibles. Si éramos rápidos, quizá pudiéramos llegar al coche y salir de allí a
toda ostia antes de que Arthur apareciera.
—Listo, ¿puedes correr? —le pregunté a C.J. en cuanto estuvo suelto.
—Creo que no —sollozó tan dolorido que apenas podía mantenerse en pie—. Ese
cabrón me cortó los tendones… no puedo andar.
—Pues si no puedes andar que te jodan, yo me largo de aquí. —declaró Derek
dándose la vuelta con intención de marcharse corriendo fuera de la casa.
—Me temo que de aquí no se va nadie. —exclamó Arthur apareciendo por el
mismo pasillo por el que pretendíamos huir, con la escopeta en las manos y
preparado para disparar.
—¡Tú! ¡Puto loco de mierda! —lloriqueó C.J. todavía apoyado en mí.
—¿A ti qué coño te pasa, tarado de los cojones? —le preguntó Derek de malos
modos—. ¿Matas a gente para dar de comer a un puto cadáver?
—¡Es mi hijo! —bramó el granjero apuntándole con el arma, pero Derek era
demasiado imprudente y no se dejaba intimidar… no se dio cuenta de lo enajenado
que estaba aquel hombre y estúpidamente se abalanzó sobre él con la intención
de reducirle.
El disparo de la escopeta le hizo saltar por los aires y salpicó sangre por
todas partes. Sabiendo que sería imposible hacer entrar en razón a ese hombre,
decidí que había llegado el momento de largarse, así que cargando con C.J. me
lancé escaleras arriba contra la otra puerta del sótano, la que llevaba al
interior de la casa. No sabía si Derek seguía vivo, pero no iba a pararme a
averiguarlo.
—¡Corre tío! ¡Corre! —me urgía C.J. cagado de miedo.
Abrí la puerta de un golpe antes de que Arthur pudiera volver a cargar su
arma y dispararnos. Ellen estaba allí, en la cocina, pero además de dejar caer
los platos que llevaba en las manos no hizo ademán de intentar detenernos, así
que salí de la cocina en dirección al exterior de la casa. Tropecé con la
alfombra del salón y caí junto a C.J. de morros al suelo. Yo me incorporé enseguida,
pero él no lo tenía tan fácil por sus heridas.
—¡Ayúdame! —suplicó estirando una mano hacia mí, sin embargo, yo sólo podía
escuchar los pasos de Arthur acercándose con su escopeta… C.J. no podía correr,
y si seguía tirando de él no escaparíamos ninguno de los dos, así que no tuve
otra opción.
—Lo siento, tío. —me disculpé dejándole atrás y rompiendo a correr de
nuevo.
—¡No! ¡No! —gritó con lágrimas en los ojos—. ¡No me dejes aquí, cabronazo!
Me consolé pensando que quizá, si alguien se merecía un destino como aquél,
era precisamente una persona de su calaña. Ninguno de los tres merecía haber
sobrevivido a algo que había matado a tanta gente buena, así que tal vez se
hubiera hecho por fin un poco de justicia divina, aunque fuera a través de un
loco que guardaba a su hijo muerto viviente en el sótano. Sólo esperaba que esa
justicia divina hubiera decidido que yo podía escapar con vida.
Una vez fuera de la casa corrí hacia el lago, quería coger el coche y
marcharme de allí cuanto antes. Arthur salió también y disparó un par de veces,
pero no llegó a alcanzarme en ninguno de los dos intentos, y para cuando tuvo
su arma lista de nuevo, yo ya había llegado hasta el vehículo y me había subido
en él.
—Vamos, no me vayas a joder ahora… —murmuré mientras lo puenteaba.
Arrancó, y en cuanto lo hizo apreté el acelerador y me lancé contra la
valla más cercana para salir de aquella casa de locos.
No me sentí seguro hasta que estuve en la carretera y me alejé varios
cientos de metros de la granja, momento en el que por fin pude respirar
aliviado.
Definitivamente el mundo se
había vuelto loco, y lo que acababa de ocurrir lo demostraba. Aunque me había
quedado solo, no sentí las ausencias de Patrick, C.J. y Derek, quizá en
solitario sobrevivir en aquel mundo fuera más difícil, pero separarme de ellos
era lo que pretendía desde un principio. El mundo estaba mejor sin ellos, y con
suerte quizá la próxima gente con la que me encontrara no fuera un grupo de
tarados asesinos…
C.J. es un guiño a GTA San Andreas???
ResponderEliminarEn realidad es la abreviatura de Christopher Junior. Pero Derek sí es un guiño a American history X
EliminarNo me di cuenta lo de Derek
ResponderEliminarYo es que al GTA no he jugado xD
EliminarCada capitulo te superas, ya te lo dije una vez pero lo vuelvo a decir, esto esta a la altura de the walking edad.
ResponderEliminarPd: ese viejo loco se parece a hershel jaja
A veces me gusta coger cosas similares a Walking Dead y darles la vuelta completamente. Como el falso Daryl de Orígenes xD
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