miércoles, 8 de enero de 2014

Crónicas zombi, Orígenes: Capitulo 13, Maite



CAPÍTULO 13: MAITE


—Maldita sea… —mascullé viendo cómo el sol se iba escondiendo entre los árboles.
Me había pasado todo el día sentada sobre el muro que rodeaba la ermita esperando el regreso de Aitor, pero el día estaba a punto de acabar y el soldado no había aparecido, lo que hacía que empezara a plantearme la posibilidad de que no fuera a hacerlo nunca. La base militar se encontraba tan sólo a unos tres kilómetros de allí, incluso dándose un paseo debería haber llegado hacía horas.
—¿Qué pasa, mamá? —me preguntó Clara levantando la vista hacia mí con preocupación.
Aunque debía estar aburriéndose de estar allí de pie y sin hacer nada, me alegraba que hubiera preferido quedarse conmigo a permanecer dentro de la ermita. Ella no quería estar sola, y a mí me hacía mucha compañía. Sin embargo, empezaba a anochecer, pronto haría frío de verdad y no sería recomendable tenerla fuera, pese a que la chaqueta militar que le había traído parecía muy abrigada. Lo que me faltaba era que encima enfermara por estar pasando frío.
—Nada, cariño. —respondí para no preocuparla.
Por suerte, aquello al menos era cierto en parte. Pese a que tenía el rifle conmigo, en todo el tiempo que llevaba allí vigilando no había aparecido ni un sólo muerto viviente, y eso era de agradecer porque tenía problemas más importantes en la cabeza. No quería ni imaginar lo que podían estar diciendo de mí los demás dentro, sobre todo si Sergei les había dado más explicaciones acerca de lo ocurrido… pero, pese a eso, seguía creyendo que mi deber estaba allí esperando.
—¿Es por Aitor? ¿Por qué no ha vuelto aún? —insistió Clara asomando la cabeza fuera y mirando a ambos lados, como si el soldado pudiera aparecer en cualquier momento por allí.
—Sí, es por eso —contesté muy a mi pesar—. Aquí empieza a hacer frío, ¿no prefieres entrar dentro, con Raquel y los demás?
—Raquel lleva llorando todo el día —replicó ella arrugando la nariz—. Mamá, ¿está Aitor muerto?
La miré sorprendida porque me hiciera una pregunta así… no era nada propio de ella. Me inquietó un poco no ver en su cara preocupación o tristeza, sino algo más parecido a la resignación, o incluso la indiferencia.
—¿Por qué dices eso? —le pregunté con delicadeza.
—Todo el mundo se muere —respondió pestañeando con lentitud—. Félix, Óscar, Érica, Silvio, Agus, los papás y los hermanos de Raquel… papá.
Sentí un nudo en la garganta cuando mencionó a su padre. Habíamos perdido a mucha gente, sobre todo en los últimos días, pero esa muerte en concreto nos tocaba a las dos en lo personal. Era una herida que sabía que mi hija no había logrado cerrar todavía.
—No lo sé, cariño —confesé decidida a ser sincera con ella—. No sé si Aitor ha muerto, pero espero que no.
—¿Vamos a quedarnos a vivir en este sitio? —quiso saber.
—De momento sí. Aquí no parece que haya muchos resucitados, y dentro se está caliente y podemos encender un fuego sin miedo a que nos vean —le expliqué—. Aunque todo dependerá de la comida que consigamos… oye, se está haciendo de noche y no es seguro que estés aquí fuera, entra dentro, por favor, yo iré enseguida.
Resignada, agachó la cabeza y se marchó en dirección a la ermita, dejándome sola con mi rifle vigilando una carretera que cada vez se veía menos por culpa de la creciente oscuridad. Cuando hubiera anochecido del todo, no tendría más remedio que entrar yo también. Carecía de sentido esperar la llegada de alguien a quien no podías ver llegar, pero aun así la conciencia me pedía que me quedara allí el tiempo que hiciera falta, hasta que supiéramos algo.
“En cambio Sergei seguro que dormirá con la conciencia bien tranquila” pensé con rabia al recordar que la idea de abandonar a Aitor fue suya, aunque reconocía que la culpa era mía por haberme dejado llevar.
—Ese ni siquiera tiene conciencia. —bufé con rabia en voz baja.
—¿Quién no tiene conciencia? —preguntó la voz de Luis a mi espalda.
Alarmada por la sorpresa de escuchar su voz detrás de mí sin haber oído antes sus pasos acercándose, me giré y me encontré con el doctor envuelto en su abrigo.
—No te he visto llegar. —le dije un poco desconcertada porque me hubiera pillado desprevenida.
—Malo para alguien que se supone que está esperando a otro alguien —afirmó él acercándose a mi lado—. He visto entrar a tu hija sola y me he dicho, ¿qué hace Maite ahí fuera todavía?
—Lo mismo que llevo haciendo todo el día, esperar a que Aitor vuelva —repliqué frunciendo el ceño y volviendo la vista al frente—. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Tú mismo me persuadiste para que no cogiera el coche y saliera a buscarle.
—Habría sido una locura —asintió—. ¿Dónde querías buscarle? ¿En la base militar? Si los muertos vivientes estaban allí él ya no puede estar, y no tienes forma de saber dónde podría haber ido. Te habrías pasado el día dando vueltas, y andar por ahí fuera es peligroso… todavía no sé cómo podíamos dormir en aquel campamento, te aseguro que ya no podría volver a hacerlo. No ahora que sabemos lo mal que está la cosa.
—Al menos habría sentido que estaba haciendo algo —suspiré—. La impotencia que siento ahora es lo más difícil de todo.
—Clara ya lo pasó bastante mal cuando te fuiste esta mañana. —me recordó.
—Ya lo sé, ya me persuadiste una vez de no salir y no tengo pensado hacerlo… pero eso no significa que me guste —protesté hastiada de todo aquello—. ¿Cómo van las cosas dentro?
—Regular —admitió sin tapujos—. Con la base militar vacía, algunos empiezan a perder la esperanza, y ya sabes lo que se dice de la esperanza, que es lo último que se pierde. Así que deduzco que ya no tenían otra cosa que perder.
—Ya sé lo mal que estamos, no hace falta que me lo recuerdes —le reprendí—. Algunos no tienen nada que perder, pero yo tengo una hija. Hace un momento me ha preguntado si Aitor estaba muerto, y cuando le he preguntado por qué pensaba eso me ha dicho que lo hace porque todo el mundo se muere, como su padre. ¿Crees que hace gracia que esté pasando por algo como esto?
—Ya sé que no, pero…
—Intento buscar soluciones —le interrumpí, sentía que debía justificar mis decisiones—. Pero no sé qué esperáis de mí. Por el momento considero que permanecer aquí es lo más seguro. No hemos tenido un maldito resucitado en todo el día, ¿eso no cuenta? Si mañana encontramos comida en el pueblo podremos aguantar unos cuantos días, lo suficiente para buscar algún resto de civilización por los alrededores.
—No digo que eso esté mal —dijo él—. Pero lo de la base militar ya podría haberle costado la vida a Aitor.
—Veo muchos reproches pero ninguna idea —le increpé al intuir la oscura sombra de Sergei en sus palabras… y eso me preocupaba, porque si había podido malmeter contra mí incluso en alguien tan cabal como Luis, no quería ni pensar lo que tendrían que estar diciendo de mí a esas alturas los demás—. No soy una dictadora, sólo estoy en esta tesitura porque hace falta alguien que tome decisiones y tire adelante con el grupo, pero estaré encantada de debatir cualquier alternativa.
—No te estoy reprochando nada —se excusó inmediatamente—. Ya sabes que estoy de tu parte, únicamente digo que lo que pretendes es posible que no seamos capaces de realizarlo. Sólo míranos.
—Te equivocas —le corregí muy convencida de que se equivocaba—. Hemos hecho mucho: escapamos vivos de Madrid, aguantamos semanas acampados en las afueras, entramos a por comida y a por medicinas… somos mucho más capaces de lo que crees, pero lo fácil es rendirse. Tenemos un lugar seguro y resguardado, cosa que no hemos tenido hasta ahora, y si es necesario podemos volver al burdel de Sergei y coger algunas camas para estar más cómodos. Además, mañana tendremos más comida… y me niego a creer que Aitor esté muerto, no todavía.
—Ha pasado todo un día —señaló Luis, que no compartía mi optimismo—. La última vez que le visteis estaba cargando contra una marea de muertos vivientes… quiero tanto como tú que esté vivo, pero un líder debe tener la cabeza fría, Maite, debes estar preparada para las consecuencias de que haya podido morir, y creo que es precisamente de eso de lo que te escondes aquí fuera. No has entrado a la ermita desde el mediodía.
—¿Eso os ha dicho Sergei? ¿Qué me estoy escondiendo? —estallé.
—Sergei no ha tenido que decir nada de nada —respondió él sin perder la calma—. Deberías entrar ya, aquí apenas se ve y esta noche va a hacer frío.
Por orgullo no le respondí, y dejé que se marchara de vuelta a la ermita solo, pero tras un minuto de reflexión comprendí que tenía razón, como siempre. Lo más probable era que Aitor estuviera muerto a esas alturas, así que aprovecharía mejor mí tiempo pensando qué hacer a raíz de eso que aferrándome a la vana esperanza de que volviera.
—¡Mierda! —mascullé bajando del muro y encaminándome yo también al interior de nuestro refugio.
Cuando entré, me encontré con que todos se habían reunido alrededor de una hoguera junto al altar, tal y como yo les había sugerido cuando comprobé el frío que podía hacer por las noches en aquella zona. El combustible de la misma eran principalmente los bancos de madera de la ermita. Me dio igual que algunos se sintieran como si estuvieran profanando ese lugar por quemar sus asientos, necesitábamos calentarnos y cocinar la comida.
Sin decir nada dejé el rifle apoyado contra la pared, me quité los guantes y me senté junto a Clara, que devoraba el contenido de una lata con una cuchara. Aunque todos estaban allí, incluso Raquel, a quien más le había afectado la desaparición de Aitor y que se había mostrado muy esquiva durante todo el día, nadie hablaba. Luis tenía razón, los ánimos estaban por los suelos.
—Deberíamos hacer guardias —propuse como forma de iniciar una conversación—. No hemos tenido resucitados en todo el día, pero es mejor asegurarse.
—Muy bien, yo haré la primera —se ofreció Sergei—. De todas formas no tengo mucho sueño.
—Yo puedo encargarme de otra más tarde —prometió Toni—. La pierna rara vez me deja dormir demasiadas horas de golpe.
—¿Y mañana qué? —preguntó Raquel de repente—. ¿Vamos a salir a buscar a Aitor?
—Chiquilla, si ese chaval no ha vuelto ya por sus propios medios, es que está muerto —le respondió Sergei con innecesaria crudeza—. Eso sería perder el tiempo, lo que hay que hacer es salir a por comida, porque la que tenemos no va a durar para siempre.
Raquel le dedicó una mirada asesina de la que el ruso ni siquiera llegó a percatarse. Me hubiera gustado pensar que con eso Sergei perdía un apoyo; sin embargo, sabía muy bien que Raquel me culpaba a mí por haber dejado atrás a Aitor. Ella sabía tan bien como yo que aquel mafioso no tenía conciencia, pero no se esperaba algo así de mí.
—Saldremos a buscar comida mañana por la mañana —anuncié al grupo—. No nos arriesgaremos, ya hemos tenido bastante de eso de momento, buscaremos en las casas más exteriores del pueblo, y esta vez seremos cuatro, para cargar más y por si los resucitados dan problemas.
Después de cenar, y con la hoguera ya apagándose, todos nos fuimos a descansar. Aquel lugar no disponía de muchas camas, pero sí de varias habitaciones separadas, y como todavía conservábamos los sacos de dormir y tiendas de campaña de cuando estuvimos acampados a las afueras de Madrid, todo el mundo tuvo un lecho sobre el que dormir. Metidas las dos dentro del saco, Clara y yo nos dispusimos a ello en cuanto cada mochuelo estuvo en su olivo.
—Si encontramos otros sacos de dormir, mañana podrías tener el tuyo propio, ¿te gustaría? —le pregunté una vez acomodadas dentro.
—¿Te vas a ir mañana otra vez? —replicó ella con inquietud e ignorando mí pregunta.
—Sí, cielo, pero no te preocupes, ¿vale? No vamos a un lugar peligroso, sólo salimos a buscar comida, todo va a ir bien. —intenté tranquilizarla.
—La otra vez que fuisteis a por comida Óscar murió, y…
No pudo terminar la frase, y entendía perfectamente por qué. Mientras Luis, Aitor, Sebas y los demás estaban fuera, tres militares nos atacaron. Silvio y Félix murieron, y Érica y Toni fueron heridos… hasta yo sangré, así que podía entender que no tuviera un buen recuerdo de aquel suceso.
—Esta vez no va a pasar lo mismo, no vamos a un sitio tan peligroso como Madrid —le expliqué—. Y aquí ya no nos vamos a fiar de nadie, así que duerme tranquila, cariño.

—¡Esto debe ser una maldita broma! —estallé dando una patada a un cubo de basura, que cayó al suelo y rodó calle abajo esparciendo su contenido por toda la carretera.
—¡Cuidado! —me advirtió Raquel alarmada. Tenía razón, debíamos hacer el menor ruido posible para no atraer a ningún resucitado, pero no podía evitar sentirme frustrada de que todo saliera mal.
A primera hora, con el frugal desayuno todavía en la boca, Raquel, Judit, Sebas y yo salimos con el todoterreno de la base militar en busca de comida. Se suponía que aquello no podía salir mal, sólo era colarse en alguna casa o comercio que hubiera por las afueras y coger todo lo que pudiéramos encontrar. Estaba convencida de que con más comida, y quizá incluso con algunas mantas nuevas, el grupo se sentiría más a gusto en la ermita y los ánimos mejorarían, pero al parecer el destino tenía un interés especial en frustrar todas mis esperanzas, rozando incluso los límites de lo absurdo. ¿Cómo era posible que no hubiera comida en ninguna parte?
Cuando entramos en la primera casa y la encontramos completamente vacía no le di importancia, pensé que los dueños, o quizá algún otro grupo itinerante como el nuestro, la habría saqueado buscando lo mismo que nosotros. Cuando entramos en la siguiente y también la encontramos prácticamente vacía tan sólo me pareció raro, supuse que toda la calle podía haber sido saqueada, de modo que nos movimos por la carretera hasta varias calles más adelante… pero entonces encontramos un supermercado completamente vacío, y al ver que se habían llevado de allí hasta la última chocolatina supe que no había nada que hacer, toda aquella zona había sido limpiada a conciencia.
“Piensa Maite” me dije luchando por mantener la mente fría, “¿Y ahora qué?”
Sin embargo, por más vueltas que le diera no había nada que hacer, si no encontrábamos ni siquiera comida no podríamos quedarnos allí, tendríamos que salir a la carretera ese mismo día. No podíamos permitirnos seguir inactivos más tiempo sin tener una fuente de alimento, no sabíamos cuándo acabaríamos encontrando algo.
—Se acerca uno. —advirtió Sebas levantando la pistola. Un muerto viviente subía por la calle con los brazos colgando y tambaleándose exageradamente.
—Nada de armas de fuego. —le recordé adelantándome con el hacha en las manos.
Aunque normalmente no me gustaba tener a esos seres cerca, no podía sino admitir que me sentó bien poder clavar el hacha en su cabeza para rematarlo. Fue una forma excelente de descargar toda la frustración que sentía.
—¿Qué hacemos entonces? —quiso saber Raquel colgándose el fusil al hombro mientras yo desincrustaba mi hacha, llena de sangre y sesos, de la cabeza de aquel pobre desgraciado que por fin descansaba en paz—. ¿Seguimos buscando? A lo mejor, si nos movemos un poco más…
—Es muy raro que no haya comida en ninguna parte —observó Judit—. Quiero decir, ¿en ninguna parte? Por mucho que un grupo haya podido coger, aquí debe haber toneladas de alimentos, es imposible que hayan vaciado todas las casas, no podrían cargar con tanto… y eso sin contar las tiendas, que teniendo en cuenta la densidad de población aproximada de este lugar debía haber por lo menos unas…
—A lo mejor hay un grupo cerca asentado por aquí —teorizó Sebas interrumpiéndola con aquella idea repentina—. Podían haber ido cogiendo la comida según la necesitaron.
—Debía ser un grupo enorme entonces —calculó Judit—. Han vaciado hasta un supermercado, y sólo hemos tenido que empezar a alimentarnos de saqueos hace unas semanas, es imposible para un grupo pequeño consumir tanto.
—¿Qué importa eso? —gruñó Raquel resoplando con fastidio—. ¿Qué vamos a hacer?
—Volver. —respondí con desazón.
—¿Volver? —repitió Sebas anonadado—. ¿Tan pronto? Podemos seguir buscando, es imposible que, por muchos que fueran, se hayan llevado hasta la última lata de comida.
—Técnicamente eso es cierto —asintió Judit—. Este lugar debía estar perfectamente surtido hasta que todo empezó, y en el municipio vivían alrededor de cuarenta mil personas.
—Alrededor de cuarenta mil motivos para no seguir —repliqué—. Se suponía que la idea era inspeccionar las casas más externas, pero éstas están vacías. No podemos adentrarnos más sin tener que vérnoslas con resucitados, y no pienso arriesgarme con eso.
Después de lo que había pasado con Aitor, no podíamos permitirnos perder a nadie más, y allí, pese a mi intención inicial, ni siquiera estábamos los más capaces para tener un enfrentamiento con los muertos vivientes mayor que algún solitario ocasional. Le di descanso a Sergei, más que nada porque no quería ni verle, pero estando allí también Irene prefería dejar a Clara al cargo de Luis, así que tampoco le llevé a él. Vino Sebas porque necesitaba a alguien con experiencia en las armas de fuego, Raquel porque insistió en hacerlo al creer que podíamos encontrar alguna pista de Aitor, y Judit porque decía que había visitado el pueblo varias veces.
—Eso me parece muy sensato. —admitió ésta última asintiendo con la cabeza.
—Además, si hay otro grupo por aquí, deberíamos irnos antes de que nos vean. Creo que ya hemos aprendido bastante bien que no todo el mundo es amistoso. —les dije cargando con el hacha y comenzando a caminar de vuelta hacia el vehículo.
Abatidos, pero comprendiendo que aquello era lo mejor, me siguieron hasta el todoterreno. No era cierto que nos fuéramos completamente de vacío, en una de las casas encontramos algunas mantas y varias conservas inútiles, como tallos de soja y tomate frito, que no se habían llevado. Teniendo comida de verdad quizá a ellos no les sirvieran de nada, pero yo casi podía verme unos días más tarde deseando tener unos tallos de soja mojados en tomate frito que llevarme a la boca.
—Todavía podríamos buscar en alguna gasolinera de los alrededores. —sugirió Sebas mientras se subía al asiento del conductor del vehículo.
—Quizá, pero no ahora, vamos —les arengué. Sin embargo Raquel se quedó unos segundos mirando hacia el pueblo, donde un muerto viviente lejano comenzó a caminar hacia nosotros—. Si te sirve de algo, yo tampoco creo que esté muerto.
—¿Quién ha dicho que no crea que esté muerto? —replicó ella con brusquedad dirigiéndome una fría mirada—. Creía que aparecería en algún momento de la noche, pero ha pasado todo un día, ¿qué posibilidades tiene?
Pocas, tenía muy pocas, y eso era algo que no creía que fuera a perdonarme jamás. No obstante, había que seguir adelante, teníamos demasiados problemas como para pararnos a pensar en los que se habían quedado atrás, por duro que pudiera resultar.
—Venga volvamos. Tenemos que prepararnos por si al final decidimos marcharnos. —le dije poniéndole una mano en el hombro.
Con el fracaso de aquellos dos días no me cabía duda de que nadie votaría por quedarse en la ermita. Había tenido muchas esperanzas en ese lugar y todas se habían esfumado, y eso era difícil de asimilar, sobre todo porque no veía más posibilidades en nuestro futuro próximo. Pero quizá en el siguiente pueblo tuviéramos más suerte…
En aquello iba pensando al tiempo que Raquel subía al todoterreno cuando vi que por la carretera se acercaba otro vehículo. Era militar, sin ninguna duda, y aunque todavía estaba lejos, en su interior pude ver por lo menos a tres personas.
—¿Quién…? —fue a preguntar Sebas al percatarse de aquella repentina aparición, pero no logró terminar la pregunta antes de que me subiera a toda prisa al asiento del copiloto y le golpeara en el brazo para que se diera prisa.
—No vamos a quedarnos para averiguarlo. ¡Arranca, venga! —le ordené. Sin embargo, había un problema con el que no conté.
—¿Hacia dónde? Están en nuestra carretera —me señaló el guardia de seguridad comenzando a ponerse nervioso—. ¿Quieres que me meta hacia el interior del pueblo?
“¡Mierda!” maldije, pero sólo mentalmente, no quería que cundiera el pánico aún.
No sabía si teníamos más posibilidades con los muertos que con los vivos, pero mi primer instinto era alejarme de aquel grupo lo antes posible. Si resultaban ser los que se habían llevado la comida, quizá no les hiciera ninguna gracia que estuviéramos fisgando en su territorio. Sin embargo, tenía que ser realista, con los humanos se podía negociar, si empezábamos a meternos en territorio de los muertos quizá la cosa se pusiera peor.
—Quedaos dentro del coche y tened vuestras armas listas —les indiqué a los demás volviendo a abrir la puerta—. Yo saldré a hablar con esa gente… ante la duda, abrid fuego.
—¿De verdad vas a hacerlo? —preguntó Raquel espantada—. Deberíamos largarnos ahora que aún podemos.
—No, ya no podemos, y no está el pueblo como para una persecución en coche. —respondí cerrando la puerta tras bajar del todoterreno y poniéndome el rifle en las manos, lista para disparar si era necesario. Fuera lo que fuera aquello, tenía que ser yo quien diera la cara, era la parte mala del liderazgo… estaba deseando empezar a conocer la parte buena.
Aquel vehículo se detuvo a diez metros del nuestro, y de él se bajaron dos personas que, no sabía por qué, había esperado que fueran militares… quizá porque el recuerdo de los tres soldados que nos atacaron en las afueras de Madrid seguía demasiado vivo. No obstante, aquellos hombres, que en realidad eran un hombre y una mujer, vestían por completo como civiles.
—¡Hola! —saludó él, un tipo grande y fornido que manejaba un fusil del ejército—. Perdón, no queríamos asustaros, ¿es usted Maite Figueroa?
Que aquellos desconocidos supieran mi nombre me dejó tan atónita que no se me ocurrió otra cosa que hacer además de apuntarles con el rifle, lo que provocó que ambos me apuntaran a mí con los fusiles y que el tercer hombre del coche saliera también armado.
—¿Quiénes sois vosotros? —les pregunté empezando a ponerme nerviosa, aunque intentaba que no se me notara demasiado—. ¿Cómo sabéis mi nombre?
—¡Deja de apuntarnos con eso, tía! —exigió la mujer escupiendo en el suelo—. No queremos empezar un tiroteo aquí, ¿verdad?
—No me llames “tía”, niñata, os he hecho una pregunta, ¿Quién coño sois y cómo sabéis quien soy yo? —repetí teniendo el presentimiento de que aquello no iba a acabar bien.
—¡Tranquilidad! —exclamó el otro hombre bajando su fusil—. Perdona a mi compañera, no queríamos faltar al respeto. Nos envía Aitor.
“¿Aitor?”
—¿Aitor? —gimió Raquel, que lo había escuchado todo, sacando la cabeza por la ventanilla.
—¡Vuelve dentro! —le ordené sin saber muy bien cómo reaccionar a todo aquello… esos tipos sabían quién era yo, y sabían quién era Aitor.
—Sé que lo perdisteis mientras inspeccionabais la base militar —afirmó el hombre—. No encontrasteis nada, es normal, cogimos todo lo que pudiera haber útil allí hace tiempo, igual que tampoco encontrareis nada en esas casas. Mi grupo las repasó de arriba abajo.
—¿Cuántos sois en ese grupo tuyo? —le interrogué—. ¿Está Aitor allí? ¿Está bien?
—Está mucho más que bien —nos aseguró—. Él nos pidió que fuéramos a buscaros. Somos un grupo de unas cien personas, estamos refugiados alrededor de la basílica y tenemos comida, agua y muros. No queremos haceros daño, todo lo contrario, Aitor nos dijo dónde estabais porque queremos que vengáis con nosotros. Íbamos de camino a la ermita, pero os vimos aquí y decidimos parar.
—¿Y cómo sabemos que no le habéis interrogado para sacarle mi nombre y el lugar donde nos escondíamos? —pregunté sin terminar de fiarme todavía.
—¿Por qué clase de gente nos toma esta? —gruñó la mujer lanzándome una mirada desafiante—. ¡Somos una comunidad cristiana, no hacemos daño a gente inocente! ¡Salvamos la vida de vuestro amigo y ahora intentamos hacer lo mismo con vosotros, idiotas!
No podía fiarme de ellos. Por mucho que dijeran, sencillamente no era capaz de hacerlo… ¿un grupo grande y bien protegido aparecía de repente, cuando lo creía todo perdido? Era demasiado bonito para poder aceptarlo así sin más.
—¿Qué es lo que queréis que hagamos entonces? —inquirí sin bajar el arma.
—Sólo acompañarnos, ver que vuestro amigo está bien y conocer aquello —respondió él con mejores modales que su compañera—. Si os convence podéis llegar a quedaros, si es lo que queréis. Siempre admitimos a gente nueva dispuesta.
—¿Así de fácil? —quise asegurarme.
—Así de fácil —asintió—. Sabemos que estáis en la ermita pasando frío, y pronto hambre cuando os quedéis sin comida, tenemos mejores armas que vosotros y, como ya ves, tenemos mujeres. Si fuéramos esa clase de gente, ¿qué podríamos sacar de vosotros? Sólo intentamos ayudar.
Me permití apartar la vista de ellos y mirar hacia mis compañeros para ver qué opinaban. Con sólo saber que Aitor estaba allí, Raquel estaba más que dispuesta a ir a cualquier parte, Sebas parecía confundido y Judit interrogativa.
—Lo haremos de la siguiente manera —exclamé bajando el rifle y volviéndome hacia los recién llegados—. Uno de mis compañeros volverá a la ermita a decirles a los demás lo que ha pasado, el resto iremos con vosotros en vuestro vehículo y con nuestras armas. Eso es innegociable, no nos quedaremos desarmados rodeados de desconocidos.
—De acuerdo. —accedió aquel hombre tras pensarlo durante unos segundos.
—¿Estás segura de esto? —me preguntó Sebas un instante más tarde, cuando nos preparábamos para realizar el plan establecido—. A lo mejor debería ir yo también con vosotras.
—No, tú vuelve la ermita y diles dónde estamos —le repetí—. Cargad el todoterreno con la comida y nuestras cosas y permaneced vigilantes. Si se acerca alguien que no seamos nosotras, o comienza a anochecer y todavía no hemos vuelto, os largáis de allí, ¿entendido?
—Entendido —confirmó—. ¿Y qué le digo a…?
No hacía falta que terminara la frase, era evidente que se refería a mi hija.
—Dile que no se preocupe, que sé lo que estoy haciendo y que volveré enseguida.
—Vale… ¿y sabes en realidad lo que estás haciendo? —quiso saber.
—No —confesé—. Si todo esto es verdad, hemos tenido una suerte increíble, si es una trampa, habremos muerto por idiotas y picar en ella. Ahora vete, y asegúrate de que nadie te sigue.
—Muy bien, allá voy. —dijo antes de poner el vehículo en marcha y marcharse, dejándonos a Raquel, Judit y a mí solas con aquellos tres desconocidos.
—Bueno, ella es Sara, el conductor es Adrián y yo me llamo Óscar. —Presentó a todo el mundo el grandullón—. ¿Estáis listas?
Asentí y nos subimos a la parte trasera de aquel vehículo, que inmediatamente se puso en marcha llevándonos a un destino incierto.
—Además de poca comida, también habréis visto pocos resucitados, ¿verdad? —preguntó Óscar al cabo de un par de minutos.
—No demasiados. —admití. Les había pedido a Raquel y a Judit que permanecieran en silencio todo lo posible, no quería que accidentalmente dijeran algo que les hiciera saber más sobre nosotros de lo que hubieran podido sacarle a Aitor si resultaban ser mala gente.
—Trabajo nuestro —presumió con un deje de orgullo que no hizo nada por intentar disimular—. Aún quedan cientos, posiblemente miles de ellos sueltos, pero hemos matado a tantos que no puedo ni contarlos. Intentamos mantener el pueblo limpio de esos seres condenados.
No lo dudaba teniendo en cuenta que los tres iban bien armados, pero eso no hacía que confiara más en ellos. Ese armamento y aquel vehículo tenían que haber salido de la base, y no me olvidaba de los militares asesinados que encontramos allí. No obstante, por el momento no me pareció prudente tocar el tema. Si realmente Aitor estaba con ellos quizá también se lo hubiera preguntado, y una explicación muy buena debían tener para que, pese a todo, les dijera dónde estábamos. Aunque también existía la preocupante posibilidad de que no le hubieran dejado elección.
Todo me pareció normal en el camino hasta que atravesamos una zona llena de muertos vivientes despellejados, empalados y clavados en el suelo. Aquellos cuerpos putrefactos, todavía moviéndose e intentando salir de las estacas donde estaban atravesados, era lo más repugnante que había visto desde que Érica partió en dos la entrepierna de uno de los soldados del campamento de Madrid.
—Oh Dios… —murmuró Raquel asqueada al verlos también.
—Sí, es repugnante —reconoció Óscar—. Pero ayuda a mantenerlos lejos de nuestro refugio.
—Habíais dicho que sois una comunidad cristiana —recordé—. Estabais en la basílica, ¿no? ¿Sois algún tipo de cofradía, hermandad o algo así?
—No exactamente —respondió—. Nosotros somos los fieles devotos de Santa Mónica. Santa Mónica es nuestra líder… es posible que por el momento no entendáis esto, pero nosotros creemos que ella es una mensajera del Señor, enviada para guiarnos en estos tiempos de tribulación.
—Oh… —exclamé estupefacta ante aquella revelación—. Así que sois una especie de…
—¿De secta? —terminó por mí Sara frunciéndome el ceño, pero inmediatamente se encogió de hombros—. Si quieres verlo así estás en tu derecho, por supuesto, pero Santa Mónica nos ha dado pruebas irrefutables de su naturaleza divina.
—¿Pruebas irrefutables? —replicó Judit casi ofendida por aquella afirmación.
—No estamos aquí para cuestionar o poner en duda las creencias de nadie —afirmé tajantemente para evitar que nos buscara problemas—. ¿Falta mucho para llegar a ese refugio vuestro?
—No, está ahí mismo —señaló Óscar haciendo un gesto hacia el final de la calle—. Vuestra llegada ha sido casi providencial, precisamente hoy hemos terminado la construcción del muro y por fin podemos afirmar que este lugar es completamente seguro.
Rodeando varias calles, habían levantado un enorme muro de hormigón, y a éste lo habían rodeado de alambre de espino, además de ser custodiado por varios hombres armados. Las puertas, un par de grandes planchas metálicas que formaban esquina, se abrieron cuando el todoterreno se acercó a ellas.
—¡Vaya! —exclamó Raquel asombrada cuando estuvimos dentro y el vehículo se detuvo junto a la puerta. Un grupito de gente se acercó atraído por la curiosidad—. Este lugar es tan…
—…normal. —terminé por ella.
Dentro de aquel muro era como si no hubiera llegado el fin del mundo. La gente caminaba tranquilamente por unas calles limpias y cuidadas, tal y como habrían hecho antes de la aparición de los resucitados. Era una escena que creía que nunca volvería a contemplar.
—¡Raquel! ¡Maite! —nos llamó una voz conocida de entre el grupo que se había acercado.
—¡Oh Dios, Aitor! —gimió Raquel.
Sin el uniforme militar no parecía él, pero lo era, tenía que serlo. Me dio un vuelco al corazón cuando llegó hasta nosotras y se abrazó con Raquel… estaba vivo, algo había salido bien por fin. Lo que era más, teniendo en cuenta que vestía ropa limpia, y que parecía que se hubiera duchado y afeitado, yo diría que no le habían torturado para sacarle información, de modo que cabía la posibilidad que aquella comunidad fuera justamente lo que estábamos buscando.
—Cómo me alegro de veros —dijo el soldado sonriendo—. Pero… ¿dónde están los demás? ¿Por qué no han venido también?
—Nos encontraron mientras buscábamos comida en la ciudad —le expliqué—. No sabíamos si podíamos fiarnos de esta gente, así que vinimos sólo nosotras.
—Qué bonitos son los reencuentros —comentó Óscar satisfecho con todo aquello—. Iré a avisar de que ya hemos llegado, querrán hablar con vosotros. Ahora vuelvo.
—Me alegro de que salieras de aquello —le dije a Aitor cuando se soltó de Raquel—. Siento que te dejáramos atrás, debimos intentar volver a por ti.
—Bueno, recuerda que todo eso fue idea mía. —me disculpó sin darle mayor importancia.
—¿De qué va todo ese rollo religioso que nos han contado? —le pregunté aprovechando que Óscar se había ido y que los otros dos estaban ocupados en el vehículo.
—Al parecer esta gente cree fervientemente que su líder, a la que llaman Santa Mónica, es una especie de santa —respondió en todo confidencial—. Están todos convencidos de que es inmune a la mordedura de los reanimados, que éstos no la atacan y que está aquí para construir un nuevo futuro para los verdaderos creyentes y nosequé.
Judit no pudo disimular un bufido de desprecio.
—¿Has visto a esa Santa Mónica? —quise saber—. ¿Has hablado con ella?
—Hablé con ella —asintió—. Es… una persona interesante, aquí todos la respetan muchísimo, y la verdad es que le acompaña un halo casi místico.
Pude sentir la tirria en la mirada de Raquel mientras Aitor nos contaba aquello. Me gustaría haberle preguntado más por ella, pero en ese instante llego nuestro comité de bienvenida y tuvimos que dejarlo.
Aquel pequeño grupito lo encabezaba un hombre de mi edad más o menos con cara de no tener ninguna gana de estar allí haciendo eso. Nada más plantarse delante de nosotros nos examinó de arriba abajo con la mirada. En otras circunstancias habría pensado que lo hacía porque las tres éramos mujeres, pero tenía la impresión de que aquel hombre estaba por encima de esas cosas.
—Seguís armadas mientras que aquí nadie os está amenazando con un arma, espero que toméis eso como un gesto de confianza y de nuestra buena intención. —declaró mirándome sobre todo a mí.
—Lo consideramos en ese sentido. —le respondí yo manteniéndole la mirada. Mostrar debilidad en ese momento me parecía una muy mala idea, sobre todo porque ya nos colocaba en una posición inferior el estar sucias y vestidas con ropa casi harapienta, mientras que aquel hombre parecía un pincel.
—Mi nombre es Joaquín, Joaquín Veltrán, y me encargo de los asuntos, digamos, mundanos de este lugar —se presentó con sequedad—. El de las gafas que me sigue es Jesús Guillén, planificador comunitario, él es quien os asignará unas casas, si es que decidís quedaros aquí.
—Supongo que ya sabe, porque Aitor se lo habrá dicho, que mi nombre es Maite. Ellas son Judit y Raquel, y le agradecemos enormemente su ofrecimiento —le dije con amabilidad, pero tratando de parecer tan seria como él—. No es común en estos tiempos encontrarse con tanta generosidad, y ruego que nos perdonen si pecamos de demasiado suspicaces por ese motivo. Supongo que comprenderá que me gustaría hablar directamente con vuestra líder antes de tomar una decisión al respecto que involucre al resto de mi grupo.
—Por supuesto que hablareis con ella —asintió él sin mutar su gesto—. Nadie es aceptado aquí sin hablar antes con nuestra señora. A las dos de la tarde se oficiará una misa especial, celebramos que hoy por fin, después de mucho trabajo, el muro que nos protege ha sido terminado, y también que hace justamente dos meses desde que el castigo divino sobre la Tierra comenzara.
—Si se refiere a la aparición de los muertos vivientes, todo comenzó pasado mediados de diciembre —intervino Judit sin poder resistirse—. Las primeras noticias son del veintiuno de diciembre… aún no han pasado dos meses.
—No han pasado aún dos meses desde las primeras noticias, jovencita —matizó Joaquín sin perder la compostura ni por un segundo—. Pero sí desde que la plaga fue desatada sobre los pecadores del mundo.
—¿Qué fuentes tienen para saber eso? —inquirió Judit.
—Santa Mónica lo dijo, a ella le fue revelada la verdad y por eso los que la seguimos desde el principio escapamos de esto con vida. —le respondió.
Ella fue a replicar algo, pero la detuve antes de que alguno de los curiosos que estaba por allí se sintiera ofendido. Cuestionar las creencias de la gente no era la mejor forma de hacer amigos.
—Podemos esperar al final de la misa, no queremos importunar a nadie. —exclamé dando por zanjada la ronda de preguntas.
—Os recibirá antes, y sin duda querrá que presenciéis la ceremonia —sentenció él—. Mientras tanto podéis descansar, asearos y comer un poco en la casa de invitados, con Aitor.
—Gracias. —le dije antes de que se diera la vuelta y se marchara, seguido por el hombre de las gafas y su séquito. No era una experta en aquello, pero tenía la impresión de que él era el verdadero poder en esa comunidad, mientras que la “santa” tenía pinta de ser sólo el reclamo con el que mantenían unida a tanta gente.
Nos llevaron hasta uno de los edificios del recinto, y allí nos metieron en el pisos donde se suponía que Aitor pasó la noche anterior. Más tarde nos subieron agua y algo de comer, y ni Raquel ni Judit, pese a que no parecía que aquel lugar le terminara de gustar, desaprovecharon la ocasión para quitarse de encima la mugre que llevábamos acumulada desde hacía tanto tiempo. Hasta yo terminé cediendo y lavándome un poco la cara.
—Nosotros en la ermita muertos de preocupación por ti y mientras tanto tú aquí, durmiendo en una cama de verdad. —le recriminé en broma a Aitor un momento más tarde.
—Lo siento —se disculpó—. No quería decir nada sobre vosotros hasta sabe que esta gente era de fiar. Habría esperado más, pero sabía cómo estabais allí y me pareció que cuanto antes os trajeran mejor.
—Este lugar es impresionante —exclamó Raquel—. ¿Lo habéis visto? Es casi como era el mundo antes de todo esto, ¿verdad?
—A mí no me gusta —refunfuñó Judit arrugando la nariz—. Quiero decir, todo ese aire religioso me incomoda un poco… digamos que no es de mi estilo.
—A mí tampoco me gusta —les confesé—. Pero esperemos a que hable con esa mujer. Después de todo, unas pocas misas y actos religiosos serían un precio pequeño por un lugar seguro y bien surtido como este.
—¿Entonces crees que podríamos llegar a quedarnos aquí? —preguntó Raquel esperanzada.
—La gente es maja, y muy amable —afirmó Aitor—. Sí, todos están completamente convencidos de que Santa Mónica es algo así como la segunda encarnación de Jesús, que ha venido a la Tierra a salvarles de los reanimados, pero aparte de eso…
—Como ya he dicho, veremos cuando hable con ella. —dije por zanjar aquel tema por lo sano. No tenía sentido conjeturar hasta que supiera de qué iba todo ese rollo sectario.
Se tomaron su tiempo para recibirnos. Habíamos salido de buena mañana y pronto sería mediodía, y aunque Sebas hubiera avisado en la ermita de lo que ocurría posiblemente estarían empezando a preocuparse, sobre todo Clara.
En realidad era yo la que estaba preocupada por ella. No me gustó nada lo que me dijo la tarde anterior, eso de que todo el mundo se moría, pero, ¿qué podía esperar después de todo lo que había tenido que ver y del miedo que había pasado? ¿Cómo iba una niña a canalizar todo aquel torrente emocional si yo, que era una adulta, apenas lograba hacerlo?
Al final, quien vino a recogerme para llevarme ante esa tal “Santa Mónica” fue Óscar, pero parecía tener una idea distinta de lo que aquella recepción iba a ser.
—No —me negué en redondo—. Iré yo, desarmada si es lo que queréis, pero ellas se quedan aquí, con Aitor.
—Santa Mónica gusta de hablar con todos los recién llegados. —insistió él con tozudez.
—Cuando hayamos hablado ella, y yo y decida si somos unos “recién llegados” o sólo gente de paso, podrá hablar con quien quiera, pero de momento tendrá que hacerlo conmigo.
No quería llevar a Raquel y a Judit a aquella recepción por el momento. Raquel me parecía demasiado entusiasmada para ser objetiva, y Judit podía estropearlo todo diciendo algo inadecuado.
—Por favor, no tenemos todo el día —rezongó Óscar rascándose la cabeza—. La misa comenzará en menos de una hora.
—Entonces será mejor que nos vayamos tú y yo ya. —dije yo sin ceder un ápice.
—Está bien, como quieras —cedió finalmente… discutir no era el punto fuerte de aquel hombre, había sido sólo cuestión de tiempo que se rindiera.
—¿Por qué no quieres que vayamos ahora? —me preguntó Raquel cuando le entregué el rifle para que me lo guardara mientras estaba fuera.
—Quiero saber todo lo posible sobre quienes dirigen esto antes de exponer a nadie más —le respondí—. Confía en mí, es lo mejor por el momento.
—Los líderes de sectas tienen una gran facilidad para manipular a la gente —me advirtió Judit—. ¿De verdad no prefieres que te acompañe?
—Gracias, pero iré sola. —dije luchando por contener una sonrisa. Judit era muy inteligente, eso no podía negarlo nadie, pero las relaciones humanas no eran precisamente su fuerte. Un líder de secta encontraría muy fácil engañarla, quizá no poniéndole un hábito y haciéndola rezar, pero existían muchas otras formas de manipular a la gente.
Óscar me escoltó personalmente hasta la basílica, y una vez allí hasta la sacristía, donde me encontré con la mujer que se hacía llamar Santa Mónica. Resultó no ser más que una cría, quizá sólo unos años mayor que Raquel, aunque eso sí, muy guapa, y que desde luego sabía sacar partido a la parafernalia religiosa. Vestida con un manto, como una virgen renacentista, sólo le faltaba una corona dorada y un Jesús en los brazos… aunque en realidad a Jesús lo tenía a un lado.
—Es el hombre que se encarga de que todo funcione aquí. —le presentó con una sonrisa santurrona.
—Bueno… sólo soy el planificador de la comunidad. —respondió el hombrecillo un poco cohibido.
—Ya nos han presentado antes —exclamé con la intención de ir al grano lo antes posible—. Sé que tenéis una misa especial, y no querría haceros llegar tarde, así que podemos empezar cuando queráis.
—Tengo la sensación de que Aitor ya te ha contado qué es este sitio —dijo ella tomando asiento—. Antes que nada, debes saber que ha sido esa fe la que ha hecho avanzar esa comunidad. Puede que no creas lo que hayas oído de mí, la mayoría de los que comenzaron esto tampoco lo hacían al principio.
—No se les puede culpar —alegué—. Dicen que eres una enviada del Todopoderoso para guiar a los verdaderos fieles en estos tiempos difíciles, también que los muertos vivientes no te atacan y que su mordedura no puede matarte. Son cuestiones difíciles de creer después de lo que hemos visto ahí fuera.
—Sólo sigo el camino que el Señor ha marcado para mí, Maite —asintió sin mutar lo más mínimo su gesto tranquilo—. Pero todo eso es cierto, aquí todos han sido testigos de ello, y vosotros también lo seréis si es lo que necesitáis para convenceros de la verdad.
—Reconozco que me impresiona un poco que estés dispuesta a darnos una prueba —admití levantando la guardia. Quizá no fuera fácil engañarme, pero no quería caer en el error de pensar que podía ser más lista que una charlatana profesional—. No es algo habitual en una religión, la verdad.
—Las religiones murieron con el viejo mundo —aseveró cerrando y abriendo los ojos muy lentamente—. No se trata de creencias, sino de conocimiento, de saber lo que el Todopoderoso quiere de nosotros para poder salvar nuestras almas y no ser consumidos por los condenados. Los muertos vivientes no van a estar ahí para siempre, su función purgadora del mundo terminará y los salvos sobreviviremos. De nosotros dependerá construir un nuevo futuro para la humanidad, uno en armonía con Dios y con Cristo, no alejado de ellos.
—¿Es esa ruptura con la religión clásica por lo que la capilla de la base militar ha sido profanada? —inquirí a traición, y la pregunta le pilló tan de improviso a Jesús que la libreta que sujetaba en las manos se le cayó al suelo y tuvo que agacharse a recogerla.
Sin embargo, la presunta santa se limitó a respirar con pesar.
—¿Conoces nuestra historia con los militares de la base? —me preguntó.
—Aitor me contó algo antes, sí —reconocí—. Sé que hubo una matanza cuando os separasteis, también encontramos los cuerpos en el gimnasio de una de las residencias.
—Aquello ni lo empezamos nosotros ni nos fue grato hacerlo —confesó agachando la mirada—. No nos dejaron otro remedio. Sin gobierno, sin mandos superiores, no había nadie que les controlara, se autodenominaron amos y señores de aquel lugar y sus abusos fueron demasiado lejos. La gente se levantó contra ellos arengados por mí y por mi gente, que al principio éramos pocos, lo reconozco. Acababa de recibir el Mensaje y todavía no sabía muy bien cómo llevar a cabo el plan de Dios… pero no todos los militares murieron. No hicimos ningún daño a los que se rindieron, ni siquiera les obligamos a abandonar aquel lugar porque no pretendíamos quedarnos allí, sino fundar una nueva comunidad lejos de tanta violencia. Sin embargo, los supervivientes estaban resentidos, siendo tan pocos no podían defender la base y tuvieron que marcharse, y en su dolor profanaron la iglesia como forma de atacarnos.
No tenía ningún motivo para creer o dejar de creer esa historia. Desde luego le habría sido difícil improvisarla de repente, pero lo que me inquietaba fue la figura que vi moviéndose por allí con una capa negra. Si como decía Sergei había sido él quien tocó la campana y nos echó a los muertos encima, ¿podría haber sido uno de esos militares? No tenía forma de saber que no éramos parte de la comunidad que tanto odiaban, y quizá por eso nos intentó matar.
—Yo estuve allí cuando los militares empezaron a abusar de su poder —añadió Jesús tímidamente—. No fue algo agradable, mucha gente lo pasó mal… pero ahora son felices, intentan reconstruir sus vidas.
—Ya casi es la hora, ¿por qué no vas a traerlo? —le pidió amablemente su líder, a lo que Jesús asintió con nerviosismo, se levantó de su silla y salió al trote por una puerta lateral del despacho.
—¿Qué tiene que traer? —quise saber.
—Los bártulos para la ceremonia —contestó ella entrelazando los dedos—. Me gustaría que asistierais y vierais lo que allí va a ocurrir y se va a decir. Estoy segura de que os convencerá de que no intento comeros el coco ni nada parecido. La verdad es que sería estupendo que tu grupo y tú decidierais quedaros aquí, Aitor es una persona capaz, y sé que tenéis dos niños. Si algo falta en esta comunidad son niños que le den vida, y futuro.
—Nada nos gustaría más que encontrar un lugar seguro, lo hemos pasado mal ahí fuera, hemos perdido a gente, a algunos muy recientemente —le confesé—. Pero también debe entender que queremos saber dónde nos estaríamos metiendo.
—Lo vais a ver muy pronto. —me prometió poniéndose en pie al tiempo que Jesús regresaba con un báculo dorado en las manos. La parte superior del mismo estaba cubierta por una sábana, probablemente protegiendo un ornamento que parecía tener el tamaño de una sandía por lo menos.
—Iré a preparar… lo demás. —exclamó él volviendo a marcharse después de lanzarme una rápida mirada y entregar el báculo
—Reanimados los llamaban los militares —dijo la mujer observando casi con deleite aquel resplandeciente bastón—, resucitados los llamaban en la televisión, por muertos vivientes los conoce todo el mundo, e incluso conocí a algunas personas que los denominaban “zombis”. Pero, ¿qué son en realidad? La verdad que pocos saben es que son condenados, son aquellos que no superaron el juicio de Dios y ahora vagan por la Tierra atormentando a los vivos… como ves, todos, incluidos ellos, tienen un papel en el plan de Dios.
No sabía por qué, pero tuve un mal presentimiento al escucharla hablar con tanta pasión.
—Había un hombre en la base, uno de los militares, que quizá sea una de las personas más despreciables que he tenido la desgracia de conocer —comenzó a contarme con un extraño brillo en la mirada—. Obligaba a las chicas jóvenes a hacer cosas innombrables con él a cambio de su seguridad y la de sus familias, y dos de ellas se suicidaron cuando no pudieron más con aquella situación, pero antes de enterrar el cuerpo de la segunda ya estaba buscando a la tercera. Mis fieles pensaban que alguien como él no tenía cabida en el plan de Dios, que un pecador tan alejado de Su bondad no podía ser sino un incordio, una piedra en el camino de los fieles de buen corazón.
De un tirón quitó la sábana que cubría el báculo, y del respingo que di al ver lo que se escondía allí abajo casi me caí de espaldas al suelo. Clavada en él como si fuera un adorno, la cabeza medio podrida de un hombre abría y cerraba la boca chasqueando unos blancos dientes, mientras que sus pupilas se movían de un lado a otro de la habitación buscando algo que morder.
—¡Joder! —gemí poniéndome en pie y dando un par de pasos hacia atrás.
—Pero pronto vieron que hasta alguien tan alejado de Su bondad como ese hombre tenía su lugar en el plan de Dios…


Escucha la canción

1 comentario: