CAPÍTULO 13: MAITE
—Maldita sea… —mascullé viendo cómo el sol se iba escondiendo entre los
árboles.
Me había pasado todo el día sentada sobre el muro que rodeaba la ermita
esperando el regreso de Aitor, pero el día estaba a punto de acabar y el
soldado no había aparecido, lo que hacía que empezara a plantearme la
posibilidad de que no fuera a hacerlo nunca. La base militar se encontraba tan
sólo a unos tres kilómetros de allí, incluso dándose un paseo debería haber
llegado hacía horas.
—¿Qué pasa, mamá? —me preguntó Clara levantando la vista hacia mí con
preocupación.
Aunque debía estar aburriéndose de estar allí de pie y sin hacer nada, me
alegraba que hubiera preferido quedarse conmigo a permanecer dentro de la
ermita. Ella no quería estar sola, y a mí me hacía mucha compañía. Sin embargo,
empezaba a anochecer, pronto haría frío de verdad y no sería recomendable
tenerla fuera, pese a que la chaqueta militar que le había traído parecía muy
abrigada. Lo que me faltaba era que encima enfermara por estar pasando frío.
—Nada, cariño. —respondí para no preocuparla.
Por suerte, aquello al menos era cierto en parte. Pese a que tenía el rifle
conmigo, en todo el tiempo que llevaba allí vigilando no había aparecido ni un
sólo muerto viviente, y eso era de agradecer porque tenía problemas más
importantes en la cabeza. No quería ni imaginar lo que podían estar diciendo de
mí los demás dentro, sobre todo si Sergei les había dado más explicaciones acerca
de lo ocurrido… pero, pese a eso, seguía creyendo que mi deber estaba allí
esperando.
—¿Es por Aitor? ¿Por qué no ha vuelto aún? —insistió Clara asomando la
cabeza fuera y mirando a ambos lados, como si el soldado pudiera aparecer en
cualquier momento por allí.
—Sí, es por eso —contesté muy a mi pesar—. Aquí empieza a hacer frío, ¿no
prefieres entrar dentro, con Raquel y los demás?
—Raquel lleva llorando todo el día —replicó ella arrugando la nariz—. Mamá,
¿está Aitor muerto?
La miré sorprendida porque me hiciera una pregunta así… no era nada propio
de ella. Me inquietó un poco no ver en su cara preocupación o tristeza, sino
algo más parecido a la resignación, o incluso la indiferencia.
—¿Por qué dices eso? —le pregunté con delicadeza.
—Todo el mundo se muere —respondió pestañeando con lentitud—. Félix, Óscar,
Érica, Silvio, Agus, los papás y los hermanos de Raquel… papá.
Sentí un nudo en la garganta cuando mencionó a su padre. Habíamos perdido a
mucha gente, sobre todo en los últimos días, pero esa muerte en concreto nos
tocaba a las dos en lo personal. Era una herida que sabía que mi hija no había
logrado cerrar todavía.
—No lo sé, cariño —confesé decidida a ser sincera con ella—. No sé si Aitor
ha muerto, pero espero que no.
—¿Vamos a quedarnos a vivir en este sitio? —quiso saber.
—De momento sí. Aquí no parece que haya muchos resucitados, y dentro se
está caliente y podemos encender un fuego sin miedo a que nos vean —le expliqué—.
Aunque todo dependerá de la comida que consigamos… oye, se está haciendo de
noche y no es seguro que estés aquí fuera, entra dentro, por favor, yo iré
enseguida.
Resignada, agachó la cabeza y se marchó en dirección a la ermita, dejándome
sola con mi rifle vigilando una carretera que cada vez se veía menos por culpa
de la creciente oscuridad. Cuando hubiera anochecido del todo, no tendría más
remedio que entrar yo también. Carecía de sentido esperar la llegada de alguien
a quien no podías ver llegar, pero aun así la conciencia me pedía que me
quedara allí el tiempo que hiciera falta, hasta que supiéramos algo.
“En cambio Sergei seguro que dormirá con la conciencia bien tranquila”
pensé con rabia al recordar que la idea de abandonar a Aitor fue suya, aunque
reconocía que la culpa era mía por haberme dejado llevar.
—Ese ni siquiera tiene conciencia. —bufé con rabia en voz baja.
—¿Quién no tiene conciencia? —preguntó la voz de Luis a mi espalda.
Alarmada por la sorpresa de escuchar su voz detrás de mí sin haber oído
antes sus pasos acercándose, me giré y me encontré con el doctor envuelto en su
abrigo.
—No te he visto llegar. —le dije un poco desconcertada porque me hubiera
pillado desprevenida.
—Malo para alguien que se supone que está esperando a otro alguien —afirmó él
acercándose a mi lado—. He visto entrar a tu hija sola y me he dicho, ¿qué hace
Maite ahí fuera todavía?
—Lo mismo que llevo haciendo todo el día, esperar a que Aitor vuelva —repliqué
frunciendo el ceño y volviendo la vista al frente—. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
Tú mismo me persuadiste para que no cogiera el coche y saliera a buscarle.
—Habría sido una locura —asintió—. ¿Dónde querías buscarle? ¿En la base
militar? Si los muertos vivientes estaban allí él ya no puede estar, y no
tienes forma de saber dónde podría haber ido. Te habrías pasado el día dando
vueltas, y andar por ahí fuera es peligroso… todavía no sé cómo podíamos dormir
en aquel campamento, te aseguro que ya no podría volver a hacerlo. No ahora que
sabemos lo mal que está la cosa.
—Al menos habría sentido que estaba haciendo algo —suspiré—. La impotencia
que siento ahora es lo más difícil de todo.
—Clara ya lo pasó bastante mal cuando te fuiste esta mañana. —me recordó.
—Ya lo sé, ya me persuadiste una vez de no salir y no tengo pensado
hacerlo… pero eso no significa que me guste —protesté hastiada de todo aquello—.
¿Cómo van las cosas dentro?
—Regular —admitió sin tapujos—. Con la base militar vacía, algunos empiezan
a perder la esperanza, y ya sabes lo que se dice de la esperanza, que es lo
último que se pierde. Así que deduzco que ya no tenían otra cosa que perder.
—Ya sé lo mal que estamos, no hace falta que me lo recuerdes —le reprendí—.
Algunos no tienen nada que perder, pero yo tengo una hija. Hace un momento me
ha preguntado si Aitor estaba muerto, y cuando le he preguntado por qué pensaba
eso me ha dicho que lo hace porque todo el mundo se muere, como su padre.
¿Crees que hace gracia que esté pasando por algo como esto?
—Ya sé que no, pero…
—Intento buscar soluciones —le interrumpí, sentía que debía justificar mis
decisiones—. Pero no sé qué esperáis de mí. Por el momento considero que
permanecer aquí es lo más seguro. No hemos tenido un maldito resucitado en todo
el día, ¿eso no cuenta? Si mañana encontramos comida en el pueblo podremos
aguantar unos cuantos días, lo suficiente para buscar algún resto de
civilización por los alrededores.
—No digo que eso esté mal —dijo él—. Pero lo de la base militar ya podría
haberle costado la vida a Aitor.
—Veo muchos reproches pero ninguna idea —le increpé al intuir la oscura sombra
de Sergei en sus palabras… y eso me preocupaba, porque si había podido malmeter
contra mí incluso en alguien tan cabal como Luis, no quería ni pensar lo que
tendrían que estar diciendo de mí a esas alturas los demás—. No soy una
dictadora, sólo estoy en esta tesitura porque hace falta alguien que tome
decisiones y tire adelante con el grupo, pero estaré encantada de debatir
cualquier alternativa.
—No te estoy reprochando nada —se excusó inmediatamente—. Ya sabes que
estoy de tu parte, únicamente digo que lo que pretendes es posible que no
seamos capaces de realizarlo. Sólo míranos.
—Te equivocas —le corregí muy convencida de que se equivocaba—. Hemos hecho
mucho: escapamos vivos de Madrid, aguantamos semanas acampados en las afueras,
entramos a por comida y a por medicinas… somos mucho más capaces de lo que
crees, pero lo fácil es rendirse. Tenemos un lugar seguro y resguardado, cosa
que no hemos tenido hasta ahora, y si es necesario podemos volver al burdel de
Sergei y coger algunas camas para estar más cómodos. Además, mañana tendremos
más comida… y me niego a creer que Aitor esté muerto, no todavía.
—Ha pasado todo un día —señaló Luis, que no compartía mi optimismo—. La
última vez que le visteis estaba cargando contra una marea de muertos
vivientes… quiero tanto como tú que esté vivo, pero un líder debe tener la
cabeza fría, Maite, debes estar preparada para las consecuencias de que haya
podido morir, y creo que es precisamente de eso de lo que te escondes aquí
fuera. No has entrado a la ermita desde el mediodía.
—¿Eso os ha dicho Sergei? ¿Qué me estoy escondiendo? —estallé.
—Sergei no ha tenido que decir nada de nada —respondió él sin perder la
calma—. Deberías entrar ya, aquí apenas se ve y esta noche va a hacer frío.
Por orgullo no le respondí, y dejé que se marchara de vuelta a la ermita
solo, pero tras un minuto de reflexión comprendí que tenía razón, como siempre.
Lo más probable era que Aitor estuviera muerto a esas alturas, así que
aprovecharía mejor mí tiempo pensando qué hacer a raíz de eso que aferrándome a
la vana esperanza de que volviera.
—¡Mierda! —mascullé bajando del muro y encaminándome yo también al interior
de nuestro refugio.
Cuando entré, me encontré con que todos se habían reunido alrededor de una
hoguera junto al altar, tal y como yo les había sugerido cuando comprobé el
frío que podía hacer por las noches en aquella zona. El combustible de la misma
eran principalmente los bancos de madera de la ermita. Me dio igual que algunos
se sintieran como si estuvieran profanando ese lugar por quemar sus asientos,
necesitábamos calentarnos y cocinar la comida.
Sin decir nada dejé el rifle apoyado contra la pared, me quité los guantes
y me senté junto a Clara, que devoraba el contenido de una lata con una
cuchara. Aunque todos estaban allí, incluso Raquel, a quien más le había
afectado la desaparición de Aitor y que se había mostrado muy esquiva durante
todo el día, nadie hablaba. Luis tenía razón, los ánimos estaban por los
suelos.
—Deberíamos hacer guardias —propuse como forma de iniciar una conversación—.
No hemos tenido resucitados en todo el día, pero es mejor asegurarse.
—Muy bien, yo haré la primera —se ofreció Sergei—. De todas formas no tengo
mucho sueño.
—Yo puedo encargarme de otra más tarde —prometió Toni—. La pierna rara vez
me deja dormir demasiadas horas de golpe.
—¿Y mañana qué? —preguntó Raquel de repente—. ¿Vamos a salir a buscar a
Aitor?
—Chiquilla, si ese chaval no ha vuelto ya por sus propios medios, es que
está muerto —le respondió Sergei con innecesaria crudeza—. Eso sería perder el
tiempo, lo que hay que hacer es salir a por comida, porque la que tenemos no va
a durar para siempre.
Raquel le dedicó una mirada asesina de la que el ruso ni siquiera llegó a
percatarse. Me hubiera gustado pensar que con eso Sergei perdía un apoyo; sin
embargo, sabía muy bien que Raquel me culpaba a mí por haber dejado atrás a
Aitor. Ella sabía tan bien como yo que aquel mafioso no tenía conciencia, pero
no se esperaba algo así de mí.
—Saldremos a buscar comida mañana por la mañana —anuncié al grupo—. No nos
arriesgaremos, ya hemos tenido bastante de eso de momento, buscaremos en las
casas más exteriores del pueblo, y esta vez seremos cuatro, para cargar más y por
si los resucitados dan problemas.
Después de cenar, y con la hoguera ya apagándose, todos nos fuimos a
descansar. Aquel lugar no disponía de muchas camas, pero sí de varias
habitaciones separadas, y como todavía conservábamos los sacos de dormir y
tiendas de campaña de cuando estuvimos acampados a las afueras de Madrid, todo
el mundo tuvo un lecho sobre el que dormir. Metidas las dos dentro del saco,
Clara y yo nos dispusimos a ello en cuanto cada mochuelo estuvo en su olivo.
—Si encontramos otros sacos de dormir, mañana podrías tener el tuyo propio,
¿te gustaría? —le pregunté una vez acomodadas dentro.
—¿Te vas a ir mañana otra vez? —replicó ella con inquietud e ignorando mí
pregunta.
—Sí, cielo, pero no te preocupes, ¿vale? No vamos a un lugar peligroso,
sólo salimos a buscar comida, todo va a ir bien. —intenté tranquilizarla.
—La otra vez que fuisteis a por comida Óscar murió, y…
No pudo terminar la frase, y entendía perfectamente por qué. Mientras Luis,
Aitor, Sebas y los demás estaban fuera, tres militares nos atacaron. Silvio y
Félix murieron, y Érica y Toni fueron heridos… hasta yo sangré, así que podía
entender que no tuviera un buen recuerdo de aquel suceso.
—Esta vez no va a pasar lo mismo, no vamos a un sitio tan peligroso como
Madrid —le expliqué—. Y aquí ya no nos vamos a fiar de nadie, así que duerme
tranquila, cariño.
—¡Esto debe ser una maldita broma! —estallé dando una patada a un cubo de
basura, que cayó al suelo y rodó calle abajo esparciendo su contenido por toda
la carretera.
—¡Cuidado! —me advirtió Raquel alarmada. Tenía razón, debíamos hacer el
menor ruido posible para no atraer a ningún resucitado, pero no podía evitar
sentirme frustrada de que todo saliera mal.
A primera hora, con el frugal desayuno todavía en la boca, Raquel, Judit,
Sebas y yo salimos con el todoterreno de la base militar en busca de comida. Se
suponía que aquello no podía salir mal, sólo era colarse en alguna casa o
comercio que hubiera por las afueras y coger todo lo que pudiéramos encontrar.
Estaba convencida de que con más comida, y quizá incluso con algunas mantas
nuevas, el grupo se sentiría más a gusto en la ermita y los ánimos mejorarían,
pero al parecer el destino tenía un interés especial en frustrar todas mis
esperanzas, rozando incluso los límites de lo absurdo. ¿Cómo era posible que no
hubiera comida en ninguna parte?
Cuando entramos en la primera casa y la encontramos completamente vacía no
le di importancia, pensé que los dueños, o quizá algún otro grupo itinerante
como el nuestro, la habría saqueado buscando lo mismo que nosotros. Cuando entramos
en la siguiente y también la encontramos prácticamente vacía tan sólo me
pareció raro, supuse que toda la calle podía haber sido saqueada, de modo que
nos movimos por la carretera hasta varias calles más adelante… pero entonces
encontramos un supermercado completamente vacío, y al ver que se habían llevado
de allí hasta la última chocolatina supe que no había nada que hacer, toda
aquella zona había sido limpiada a conciencia.
“Piensa Maite” me dije luchando por mantener la mente fría, “¿Y ahora qué?”
Sin embargo, por más vueltas que le diera no había nada que hacer, si no
encontrábamos ni siquiera comida no podríamos quedarnos allí, tendríamos que
salir a la carretera ese mismo día. No podíamos permitirnos seguir inactivos
más tiempo sin tener una fuente de alimento, no sabíamos cuándo acabaríamos
encontrando algo.
—Se acerca uno. —advirtió Sebas levantando la pistola. Un muerto viviente
subía por la calle con los brazos colgando y tambaleándose exageradamente.
—Nada de armas de fuego. —le recordé adelantándome con el hacha en las
manos.
Aunque normalmente no me gustaba tener a esos seres cerca, no podía sino admitir
que me sentó bien poder clavar el hacha en su cabeza para rematarlo. Fue una
forma excelente de descargar toda la frustración que sentía.
—¿Qué hacemos entonces? —quiso saber Raquel colgándose el fusil al hombro
mientras yo desincrustaba mi hacha, llena de sangre y sesos, de la cabeza de
aquel pobre desgraciado que por fin descansaba en paz—. ¿Seguimos buscando? A
lo mejor, si nos movemos un poco más…
—Es muy raro que no haya comida en ninguna parte —observó Judit—. Quiero
decir, ¿en ninguna parte? Por mucho que un grupo haya podido coger, aquí debe
haber toneladas de alimentos, es imposible que hayan vaciado todas las casas, no
podrían cargar con tanto… y eso sin contar las tiendas, que teniendo en cuenta
la densidad de población aproximada de este lugar debía haber por lo menos
unas…
—A lo mejor hay un grupo cerca asentado por aquí —teorizó Sebas
interrumpiéndola con aquella idea repentina—. Podían haber ido cogiendo la
comida según la necesitaron.
—Debía ser un grupo enorme entonces —calculó Judit—. Han vaciado hasta un
supermercado, y sólo hemos tenido que empezar a alimentarnos de saqueos hace
unas semanas, es imposible para un grupo pequeño consumir tanto.
—¿Qué importa eso? —gruñó Raquel resoplando con fastidio—. ¿Qué vamos a
hacer?
—Volver. —respondí con desazón.
—¿Volver? —repitió Sebas anonadado—. ¿Tan pronto? Podemos seguir buscando,
es imposible que, por muchos que fueran, se hayan llevado hasta la última lata
de comida.
—Técnicamente eso es cierto —asintió Judit—. Este lugar debía estar
perfectamente surtido hasta que todo empezó, y en el municipio vivían alrededor
de cuarenta mil personas.
—Alrededor de cuarenta mil motivos para no seguir —repliqué—. Se suponía
que la idea era inspeccionar las casas más externas, pero éstas están vacías.
No podemos adentrarnos más sin tener que vérnoslas con resucitados, y no pienso
arriesgarme con eso.
Después de lo que había pasado con Aitor, no podíamos permitirnos perder a
nadie más, y allí, pese a mi intención inicial, ni siquiera estábamos los más
capaces para tener un enfrentamiento con los muertos vivientes mayor que algún
solitario ocasional. Le di descanso a Sergei, más que nada porque no quería ni
verle, pero estando allí también Irene prefería dejar a Clara al cargo de Luis,
así que tampoco le llevé a él. Vino Sebas porque necesitaba a alguien con
experiencia en las armas de fuego, Raquel porque insistió en hacerlo al creer
que podíamos encontrar alguna pista de Aitor, y Judit porque decía que había
visitado el pueblo varias veces.
—Eso me parece muy sensato. —admitió ésta última asintiendo con la cabeza.
—Además, si hay otro grupo por aquí, deberíamos irnos antes de que nos vean.
Creo que ya hemos aprendido bastante bien que no todo el mundo es amistoso. —les
dije cargando con el hacha y comenzando a caminar de vuelta hacia el vehículo.
Abatidos, pero comprendiendo que aquello era lo mejor, me siguieron hasta
el todoterreno. No era cierto que nos fuéramos completamente de vacío, en una
de las casas encontramos algunas mantas y varias conservas inútiles, como
tallos de soja y tomate frito, que no se habían llevado. Teniendo comida de
verdad quizá a ellos no les sirvieran de nada, pero yo casi podía verme unos
días más tarde deseando tener unos tallos de soja mojados en tomate frito que
llevarme a la boca.
—Todavía podríamos buscar en alguna gasolinera de los alrededores. —sugirió
Sebas mientras se subía al asiento del conductor del vehículo.
—Quizá, pero no ahora, vamos —les arengué. Sin embargo Raquel se quedó unos
segundos mirando hacia el pueblo, donde un muerto viviente lejano comenzó a
caminar hacia nosotros—. Si te sirve de algo, yo tampoco creo que esté muerto.
—¿Quién ha dicho que no crea que esté muerto? —replicó ella con brusquedad
dirigiéndome una fría mirada—. Creía que aparecería en algún momento de la
noche, pero ha pasado todo un día, ¿qué posibilidades tiene?
Pocas, tenía muy pocas, y eso era algo que no creía que fuera a perdonarme
jamás. No obstante, había que seguir adelante, teníamos demasiados problemas
como para pararnos a pensar en los que se habían quedado atrás, por duro que
pudiera resultar.
—Venga volvamos. Tenemos que prepararnos por si al final decidimos
marcharnos. —le dije poniéndole una mano en el hombro.
Con el fracaso de aquellos dos días no me cabía duda de que nadie votaría
por quedarse en la ermita. Había tenido muchas esperanzas en ese lugar y todas
se habían esfumado, y eso era difícil de asimilar, sobre todo porque no veía
más posibilidades en nuestro futuro próximo. Pero quizá en el siguiente pueblo tuviéramos
más suerte…
En aquello iba pensando al tiempo que Raquel subía al todoterreno cuando vi
que por la carretera se acercaba otro vehículo. Era militar, sin ninguna duda,
y aunque todavía estaba lejos, en su interior pude ver por lo menos a tres
personas.
—¿Quién…? —fue a preguntar Sebas al percatarse de aquella repentina
aparición, pero no logró terminar la pregunta antes de que me subiera a toda
prisa al asiento del copiloto y le golpeara en el brazo para que se diera
prisa.
—No vamos a quedarnos para averiguarlo. ¡Arranca, venga! —le ordené. Sin
embargo, había un problema con el que no conté.
—¿Hacia dónde? Están en nuestra carretera —me señaló el guardia de
seguridad comenzando a ponerse nervioso—. ¿Quieres que me meta hacia el
interior del pueblo?
“¡Mierda!” maldije, pero sólo mentalmente, no quería que cundiera el pánico
aún.
No sabía si teníamos más posibilidades con los muertos que con los vivos,
pero mi primer instinto era alejarme de aquel grupo lo antes posible. Si
resultaban ser los que se habían llevado la comida, quizá no les hiciera
ninguna gracia que estuviéramos fisgando en su territorio. Sin embargo, tenía
que ser realista, con los humanos se podía negociar, si empezábamos a meternos
en territorio de los muertos quizá la cosa se pusiera peor.
—Quedaos dentro del coche y tened vuestras armas listas —les indiqué a los
demás volviendo a abrir la puerta—. Yo saldré a hablar con esa gente… ante la
duda, abrid fuego.
—¿De verdad vas a hacerlo? —preguntó Raquel espantada—. Deberíamos
largarnos ahora que aún podemos.
—No, ya no podemos, y no está el pueblo como para una persecución en coche.
—respondí cerrando la puerta tras bajar del todoterreno y poniéndome el rifle
en las manos, lista para disparar si era necesario. Fuera lo que fuera aquello,
tenía que ser yo quien diera la cara, era la parte mala del liderazgo… estaba
deseando empezar a conocer la parte buena.
Aquel vehículo se detuvo a diez metros del nuestro, y de él se bajaron dos
personas que, no sabía por qué, había esperado que fueran militares… quizá
porque el recuerdo de los tres soldados que nos atacaron en las afueras de
Madrid seguía demasiado vivo. No obstante, aquellos hombres, que en realidad
eran un hombre y una mujer, vestían por completo como civiles.
—¡Hola! —saludó él, un tipo grande y fornido que manejaba un fusil del
ejército—. Perdón, no queríamos asustaros, ¿es usted Maite Figueroa?
Que aquellos desconocidos supieran mi nombre me dejó tan atónita que no se
me ocurrió otra cosa que hacer además de apuntarles con el rifle, lo que provocó
que ambos me apuntaran a mí con los fusiles y que el tercer hombre del coche
saliera también armado.
—¿Quiénes sois vosotros? —les pregunté empezando a ponerme nerviosa, aunque
intentaba que no se me notara demasiado—. ¿Cómo sabéis mi nombre?
—¡Deja de apuntarnos con eso, tía! —exigió la mujer escupiendo en el suelo—.
No queremos empezar un tiroteo aquí, ¿verdad?
—No me llames “tía”, niñata, os he hecho una pregunta, ¿Quién coño sois y
cómo sabéis quien soy yo? —repetí teniendo el presentimiento de que aquello no
iba a acabar bien.
—¡Tranquilidad! —exclamó el otro hombre bajando su fusil—. Perdona a mi
compañera, no queríamos faltar al respeto. Nos envía Aitor.
“¿Aitor?”
—¿Aitor? —gimió Raquel, que lo había escuchado todo, sacando la cabeza por
la ventanilla.
—¡Vuelve dentro! —le ordené sin saber muy bien cómo reaccionar a todo
aquello… esos tipos sabían quién era yo, y sabían quién era Aitor.
—Sé que lo perdisteis mientras inspeccionabais la base militar —afirmó el
hombre—. No encontrasteis nada, es normal, cogimos todo lo que pudiera haber
útil allí hace tiempo, igual que tampoco encontrareis nada en esas casas. Mi
grupo las repasó de arriba abajo.
—¿Cuántos sois en ese grupo tuyo? —le interrogué—. ¿Está Aitor allí? ¿Está
bien?
—Está mucho más que bien —nos aseguró—. Él nos pidió que fuéramos a
buscaros. Somos un grupo de unas cien personas, estamos refugiados alrededor de
la basílica y tenemos comida, agua y muros. No queremos haceros daño, todo lo
contrario, Aitor nos dijo dónde estabais porque queremos que vengáis con
nosotros. Íbamos de camino a la ermita, pero os vimos aquí y decidimos parar.
—¿Y cómo sabemos que no le habéis interrogado para sacarle mi nombre y el
lugar donde nos escondíamos? —pregunté sin terminar de fiarme todavía.
—¿Por qué clase de gente nos toma esta? —gruñó la mujer lanzándome una
mirada desafiante—. ¡Somos una comunidad cristiana, no hacemos daño a gente
inocente! ¡Salvamos la vida de vuestro amigo y ahora intentamos hacer lo mismo
con vosotros, idiotas!
No podía fiarme de ellos. Por mucho que dijeran, sencillamente no era capaz
de hacerlo… ¿un grupo grande y bien protegido aparecía de repente, cuando lo
creía todo perdido? Era demasiado bonito para poder aceptarlo así sin más.
—¿Qué es lo que queréis que hagamos entonces? —inquirí sin bajar el arma.
—Sólo acompañarnos, ver que vuestro amigo está bien y conocer aquello —respondió
él con mejores modales que su compañera—. Si os convence podéis llegar a
quedaros, si es lo que queréis. Siempre admitimos a gente nueva dispuesta.
—¿Así de fácil? —quise asegurarme.
—Así de fácil —asintió—. Sabemos que estáis en la ermita pasando frío, y
pronto hambre cuando os quedéis sin comida, tenemos mejores armas que vosotros
y, como ya ves, tenemos mujeres. Si fuéramos esa clase de gente, ¿qué podríamos
sacar de vosotros? Sólo intentamos ayudar.
Me permití apartar la vista de ellos y mirar hacia mis compañeros para ver
qué opinaban. Con sólo saber que Aitor estaba allí, Raquel estaba más que
dispuesta a ir a cualquier parte, Sebas parecía confundido y Judit
interrogativa.
—Lo haremos de la siguiente manera —exclamé bajando el rifle y volviéndome
hacia los recién llegados—. Uno de mis compañeros volverá a la ermita a
decirles a los demás lo que ha pasado, el resto iremos con vosotros en vuestro
vehículo y con nuestras armas. Eso es innegociable, no nos quedaremos
desarmados rodeados de desconocidos.
—De acuerdo. —accedió aquel hombre tras pensarlo durante unos segundos.
—¿Estás segura de esto? —me preguntó Sebas un instante más tarde, cuando
nos preparábamos para realizar el plan establecido—. A lo mejor debería ir yo
también con vosotras.
—No, tú vuelve la ermita y diles dónde estamos —le repetí—. Cargad el
todoterreno con la comida y nuestras cosas y permaneced vigilantes. Si se
acerca alguien que no seamos nosotras, o comienza a anochecer y todavía no
hemos vuelto, os largáis de allí, ¿entendido?
—Entendido —confirmó—. ¿Y qué le digo a…?
No hacía falta que terminara la frase, era evidente que se refería a mi
hija.
—Dile que no se preocupe, que sé lo que estoy haciendo y que volveré
enseguida.
—Vale… ¿y sabes en realidad lo que estás haciendo? —quiso saber.
—No —confesé—. Si todo esto es verdad, hemos tenido una suerte increíble,
si es una trampa, habremos muerto por idiotas y picar en ella. Ahora vete, y
asegúrate de que nadie te sigue.
—Muy bien, allá voy. —dijo antes de poner el vehículo en marcha y
marcharse, dejándonos a Raquel, Judit y a mí solas con aquellos tres
desconocidos.
—Bueno, ella es Sara, el conductor es Adrián y yo me llamo Óscar. —Presentó
a todo el mundo el grandullón—. ¿Estáis listas?
Asentí y nos subimos a la parte trasera de aquel vehículo, que
inmediatamente se puso en marcha llevándonos a un destino incierto.
—Además de poca comida, también habréis visto pocos resucitados, ¿verdad? —preguntó
Óscar al cabo de un par de minutos.
—No demasiados. —admití. Les había pedido a Raquel y a Judit que
permanecieran en silencio todo lo posible, no quería que accidentalmente
dijeran algo que les hiciera saber más sobre nosotros de lo que hubieran podido
sacarle a Aitor si resultaban ser mala gente.
—Trabajo nuestro —presumió con un deje de orgullo que no hizo nada por
intentar disimular—. Aún quedan cientos, posiblemente miles de ellos sueltos,
pero hemos matado a tantos que no puedo ni contarlos. Intentamos mantener el
pueblo limpio de esos seres condenados.
No lo dudaba teniendo en cuenta que los tres iban bien armados, pero eso no
hacía que confiara más en ellos. Ese armamento y aquel vehículo tenían que
haber salido de la base, y no me olvidaba de los militares asesinados que
encontramos allí. No obstante, por el momento no me pareció prudente tocar el
tema. Si realmente Aitor estaba con ellos quizá también se lo hubiera
preguntado, y una explicación muy buena debían tener para que, pese a todo, les
dijera dónde estábamos. Aunque también existía la preocupante posibilidad de
que no le hubieran dejado elección.
Todo me pareció normal en el camino hasta que atravesamos una zona llena de
muertos vivientes despellejados, empalados y clavados en el suelo. Aquellos
cuerpos putrefactos, todavía moviéndose e intentando salir de las estacas donde
estaban atravesados, era lo más repugnante que había visto desde que Érica
partió en dos la entrepierna de uno de los soldados del campamento de Madrid.
—Oh Dios… —murmuró Raquel asqueada al verlos también.
—Sí, es repugnante —reconoció Óscar—. Pero ayuda a mantenerlos lejos de
nuestro refugio.
—Habíais dicho que sois una comunidad cristiana —recordé—. Estabais en la
basílica, ¿no? ¿Sois algún tipo de cofradía, hermandad o algo así?
—No exactamente —respondió—. Nosotros somos los fieles devotos de Santa
Mónica. Santa Mónica es nuestra líder… es posible que por el momento no
entendáis esto, pero nosotros creemos que ella es una mensajera del Señor,
enviada para guiarnos en estos tiempos de tribulación.
—Oh… —exclamé estupefacta ante aquella revelación—. Así que sois una
especie de…
—¿De secta? —terminó por mí Sara frunciéndome el ceño, pero inmediatamente
se encogió de hombros—. Si quieres verlo así estás en tu derecho, por supuesto,
pero Santa Mónica nos ha dado pruebas irrefutables de su naturaleza divina.
—¿Pruebas irrefutables? —replicó Judit casi ofendida por aquella
afirmación.
—No estamos aquí para cuestionar o poner en duda las creencias de nadie —afirmé
tajantemente para evitar que nos buscara problemas—. ¿Falta mucho para llegar a
ese refugio vuestro?
—No, está ahí mismo —señaló Óscar haciendo un gesto hacia el final de la
calle—. Vuestra llegada ha sido casi providencial, precisamente hoy hemos
terminado la construcción del muro y por fin podemos afirmar que este lugar es
completamente seguro.
Rodeando varias calles, habían levantado un enorme muro de hormigón, y a
éste lo habían rodeado de alambre de espino, además de ser custodiado por
varios hombres armados. Las puertas, un par de grandes planchas metálicas que
formaban esquina, se abrieron cuando el todoterreno se acercó a ellas.
—¡Vaya! —exclamó Raquel asombrada cuando estuvimos dentro y el vehículo se
detuvo junto a la puerta. Un grupito de gente se acercó atraído por la
curiosidad—. Este lugar es tan…
—…normal. —terminé por ella.
Dentro de aquel muro era como si no hubiera llegado el fin del mundo. La
gente caminaba tranquilamente por unas calles limpias y cuidadas, tal y como
habrían hecho antes de la aparición de los resucitados. Era una escena que
creía que nunca volvería a contemplar.
—¡Raquel! ¡Maite! —nos llamó una voz conocida de entre el grupo que se
había acercado.
—¡Oh Dios, Aitor! —gimió Raquel.
Sin el uniforme militar no parecía él, pero lo era, tenía que serlo. Me dio
un vuelco al corazón cuando llegó hasta nosotras y se abrazó con Raquel… estaba
vivo, algo había salido bien por fin. Lo que era más, teniendo en cuenta que
vestía ropa limpia, y que parecía que se hubiera duchado y afeitado, yo diría
que no le habían torturado para sacarle información, de modo que cabía la
posibilidad que aquella comunidad fuera justamente lo que estábamos buscando.
—Cómo me alegro de veros —dijo el soldado sonriendo—. Pero… ¿dónde están
los demás? ¿Por qué no han venido también?
—Nos encontraron mientras buscábamos comida en la ciudad —le expliqué—. No
sabíamos si podíamos fiarnos de esta gente, así que vinimos sólo nosotras.
—Qué bonitos son los reencuentros —comentó Óscar satisfecho con todo
aquello—. Iré a avisar de que ya hemos llegado, querrán hablar con vosotros.
Ahora vuelvo.
—Me alegro de que salieras de aquello —le dije a Aitor cuando se soltó de
Raquel—. Siento que te dejáramos atrás, debimos intentar volver a por ti.
—Bueno, recuerda que todo eso fue idea mía. —me disculpó sin darle mayor
importancia.
—¿De qué va todo ese rollo religioso que nos han contado? —le pregunté
aprovechando que Óscar se había ido y que los otros dos estaban ocupados en el
vehículo.
—Al parecer esta gente cree fervientemente que su líder, a la que llaman
Santa Mónica, es una especie de santa —respondió en todo confidencial—. Están
todos convencidos de que es inmune a la mordedura de los reanimados, que éstos
no la atacan y que está aquí para construir un nuevo futuro para los verdaderos
creyentes y nosequé.
Judit no pudo disimular un bufido de desprecio.
—¿Has visto a esa Santa Mónica? —quise saber—. ¿Has hablado con ella?
—Hablé con ella —asintió—. Es… una persona interesante, aquí todos la
respetan muchísimo, y la verdad es que le acompaña un halo casi místico.
Pude sentir la tirria en la mirada de Raquel mientras Aitor nos contaba
aquello. Me gustaría haberle preguntado más por ella, pero en ese instante
llego nuestro comité de bienvenida y tuvimos que dejarlo.
Aquel pequeño grupito lo encabezaba un hombre de mi edad más o menos con
cara de no tener ninguna gana de estar allí haciendo eso. Nada más plantarse
delante de nosotros nos examinó de arriba abajo con la mirada. En otras
circunstancias habría pensado que lo hacía porque las tres éramos mujeres, pero
tenía la impresión de que aquel hombre estaba por encima de esas cosas.
—Seguís armadas mientras que aquí nadie os está amenazando con un arma,
espero que toméis eso como un gesto de confianza y de nuestra buena intención. —declaró
mirándome sobre todo a mí.
—Lo consideramos en ese sentido. —le respondí yo manteniéndole la mirada. Mostrar
debilidad en ese momento me parecía una muy mala idea, sobre todo porque ya nos
colocaba en una posición inferior el estar sucias y vestidas con ropa casi
harapienta, mientras que aquel hombre parecía un pincel.
—Mi nombre es Joaquín, Joaquín Veltrán, y me encargo de los asuntos,
digamos, mundanos de este lugar —se presentó con sequedad—. El de las gafas que
me sigue es Jesús Guillén, planificador comunitario, él es quien os asignará
unas casas, si es que decidís quedaros aquí.
—Supongo que ya sabe, porque Aitor se lo habrá dicho, que mi nombre es
Maite. Ellas son Judit y Raquel, y le agradecemos enormemente su ofrecimiento —le
dije con amabilidad, pero tratando de parecer tan seria como él—. No es común
en estos tiempos encontrarse con tanta generosidad, y ruego que nos perdonen si
pecamos de demasiado suspicaces por ese motivo. Supongo que comprenderá que me
gustaría hablar directamente con vuestra líder antes de tomar una decisión al
respecto que involucre al resto de mi grupo.
—Por supuesto que hablareis con ella —asintió él sin mutar su gesto—. Nadie
es aceptado aquí sin hablar antes con nuestra señora. A las dos de la tarde se
oficiará una misa especial, celebramos que hoy por fin, después de mucho
trabajo, el muro que nos protege ha sido terminado, y también que hace
justamente dos meses desde que el castigo divino sobre la Tierra comenzara.
—Si se refiere a la aparición de los muertos vivientes, todo comenzó pasado
mediados de diciembre —intervino Judit sin poder resistirse—. Las primeras
noticias son del veintiuno de diciembre… aún no han pasado dos meses.
—No han pasado aún dos meses desde las primeras noticias, jovencita —matizó
Joaquín sin perder la compostura ni por un segundo—. Pero sí desde que la plaga
fue desatada sobre los pecadores del mundo.
—¿Qué fuentes tienen para saber eso? —inquirió Judit.
—Santa Mónica lo dijo, a ella le fue revelada la verdad y por eso los que
la seguimos desde el principio escapamos de esto con vida. —le respondió.
Ella fue a replicar algo, pero la detuve antes de que alguno de los
curiosos que estaba por allí se sintiera ofendido. Cuestionar las creencias de
la gente no era la mejor forma de hacer amigos.
—Podemos esperar al final de la misa, no queremos importunar a nadie. —exclamé
dando por zanjada la ronda de preguntas.
—Os recibirá antes, y sin duda querrá que presenciéis la ceremonia —sentenció
él—. Mientras tanto podéis descansar, asearos y comer un poco en la casa de
invitados, con Aitor.
—Gracias. —le dije antes de que se diera la vuelta y se marchara, seguido
por el hombre de las gafas y su séquito. No era una experta en aquello, pero
tenía la impresión de que él era el verdadero poder en esa comunidad, mientras
que la “santa” tenía pinta de ser sólo el reclamo con el que mantenían unida a
tanta gente.
Nos llevaron hasta uno de los edificios del recinto, y allí nos metieron en
el pisos donde se suponía que Aitor pasó la noche anterior. Más tarde nos
subieron agua y algo de comer, y ni Raquel ni Judit, pese a que no parecía que
aquel lugar le terminara de gustar, desaprovecharon la ocasión para quitarse de
encima la mugre que llevábamos acumulada desde hacía tanto tiempo. Hasta yo
terminé cediendo y lavándome un poco la cara.
—Nosotros en la ermita muertos de preocupación por ti y mientras tanto tú
aquí, durmiendo en una cama de verdad. —le recriminé en broma a Aitor un
momento más tarde.
—Lo siento —se disculpó—. No quería decir nada sobre vosotros hasta sabe
que esta gente era de fiar. Habría esperado más, pero sabía cómo estabais allí
y me pareció que cuanto antes os trajeran mejor.
—Este lugar es impresionante —exclamó Raquel—. ¿Lo habéis visto? Es casi
como era el mundo antes de todo esto, ¿verdad?
—A mí no me gusta —refunfuñó Judit arrugando la nariz—. Quiero decir, todo
ese aire religioso me incomoda un poco… digamos que no es de mi estilo.
—A mí tampoco me gusta —les confesé—. Pero esperemos a que hable con esa
mujer. Después de todo, unas pocas misas y actos religiosos serían un precio
pequeño por un lugar seguro y bien surtido como este.
—¿Entonces crees que podríamos llegar a quedarnos aquí? —preguntó Raquel
esperanzada.
—La gente es maja, y muy amable —afirmó Aitor—. Sí, todos están
completamente convencidos de que Santa Mónica es algo así como la segunda
encarnación de Jesús, que ha venido a la Tierra a salvarles de los reanimados,
pero aparte de eso…
—Como ya he dicho, veremos cuando hable con ella. —dije por zanjar aquel
tema por lo sano. No tenía sentido conjeturar hasta que supiera de qué iba todo
ese rollo sectario.
Se tomaron su tiempo para recibirnos. Habíamos salido de buena mañana y
pronto sería mediodía, y aunque Sebas hubiera avisado en la ermita de lo que
ocurría posiblemente estarían empezando a preocuparse, sobre todo Clara.
En realidad era yo la que estaba preocupada por ella. No me gustó nada lo
que me dijo la tarde anterior, eso de que todo el mundo se moría, pero, ¿qué
podía esperar después de todo lo que había tenido que ver y del miedo que había
pasado? ¿Cómo iba una niña a canalizar todo aquel torrente emocional si yo, que
era una adulta, apenas lograba hacerlo?
Al final, quien vino a recogerme para llevarme ante esa tal “Santa Mónica”
fue Óscar, pero parecía tener una idea distinta de lo que aquella recepción iba
a ser.
—No —me negué en redondo—. Iré yo, desarmada si es lo que queréis, pero
ellas se quedan aquí, con Aitor.
—Santa Mónica gusta de hablar con todos los recién llegados. —insistió él con
tozudez.
—Cuando hayamos hablado ella, y yo y decida si somos unos “recién llegados”
o sólo gente de paso, podrá hablar con quien quiera, pero de momento tendrá que
hacerlo conmigo.
No quería llevar a Raquel y a Judit a aquella recepción por el momento.
Raquel me parecía demasiado entusiasmada para ser objetiva, y Judit podía
estropearlo todo diciendo algo inadecuado.
—Por favor, no tenemos todo el día —rezongó Óscar rascándose la cabeza—. La
misa comenzará en menos de una hora.
—Entonces será mejor que nos vayamos tú y yo ya. —dije yo sin ceder un
ápice.
—Está bien, como quieras —cedió finalmente… discutir no era el punto fuerte
de aquel hombre, había sido sólo cuestión de tiempo que se rindiera.
—¿Por qué no quieres que vayamos ahora? —me preguntó Raquel cuando le
entregué el rifle para que me lo guardara mientras estaba fuera.
—Quiero saber todo lo posible sobre quienes dirigen esto antes de exponer a
nadie más —le respondí—. Confía en mí, es lo mejor por el momento.
—Los líderes de sectas tienen una gran facilidad para manipular a la gente —me
advirtió Judit—. ¿De verdad no prefieres que te acompañe?
—Gracias, pero iré sola. —dije luchando por contener una sonrisa. Judit era
muy inteligente, eso no podía negarlo nadie, pero las relaciones humanas no
eran precisamente su fuerte. Un líder de secta encontraría muy fácil engañarla,
quizá no poniéndole un hábito y haciéndola rezar, pero existían muchas otras
formas de manipular a la gente.
Óscar me escoltó personalmente hasta la basílica, y una vez allí hasta la
sacristía, donde me encontré con la mujer que se hacía llamar Santa Mónica.
Resultó no ser más que una cría, quizá sólo unos años mayor que Raquel, aunque
eso sí, muy guapa, y que desde luego sabía sacar partido a la parafernalia
religiosa. Vestida con un manto, como una virgen renacentista, sólo le faltaba
una corona dorada y un Jesús en los brazos… aunque en realidad a Jesús lo tenía
a un lado.
—Es el hombre que se encarga de que todo funcione aquí. —le presentó con
una sonrisa santurrona.
—Bueno… sólo soy el planificador de la comunidad. —respondió el hombrecillo
un poco cohibido.
—Ya nos han presentado antes —exclamé con la intención de ir al grano lo
antes posible—. Sé que tenéis una misa especial, y no querría haceros llegar
tarde, así que podemos empezar cuando queráis.
—Tengo la sensación de que Aitor ya te ha contado qué es este sitio —dijo
ella tomando asiento—. Antes que nada, debes saber que ha sido esa fe la que ha
hecho avanzar esa comunidad. Puede que no creas lo que hayas oído de mí, la
mayoría de los que comenzaron esto tampoco lo hacían al principio.
—No se les puede culpar —alegué—. Dicen que eres una enviada del
Todopoderoso para guiar a los verdaderos fieles en estos tiempos difíciles,
también que los muertos vivientes no te atacan y que su mordedura no puede
matarte. Son cuestiones difíciles de creer después de lo que hemos visto ahí
fuera.
—Sólo sigo el camino que el Señor ha marcado para mí, Maite —asintió sin
mutar lo más mínimo su gesto tranquilo—. Pero todo eso es cierto, aquí todos
han sido testigos de ello, y vosotros también lo seréis si es lo que necesitáis
para convenceros de la verdad.
—Reconozco que me impresiona un poco que estés dispuesta a darnos una
prueba —admití levantando la guardia. Quizá no fuera fácil engañarme, pero no
quería caer en el error de pensar que podía ser más lista que una charlatana
profesional—. No es algo habitual en una religión, la verdad.
—Las religiones murieron con el viejo mundo —aseveró cerrando y abriendo
los ojos muy lentamente—. No se trata de creencias, sino de conocimiento, de
saber lo que el Todopoderoso quiere de nosotros para poder salvar nuestras
almas y no ser consumidos por los condenados. Los muertos vivientes no van a
estar ahí para siempre, su función purgadora del mundo terminará y los salvos
sobreviviremos. De nosotros dependerá construir un nuevo futuro para la
humanidad, uno en armonía con Dios y con Cristo, no alejado de ellos.
—¿Es esa ruptura con la religión clásica por lo que la capilla de la base
militar ha sido profanada? —inquirí a traición, y la pregunta le pilló tan de
improviso a Jesús que la libreta que sujetaba en las manos se le cayó al suelo
y tuvo que agacharse a recogerla.
Sin embargo, la presunta santa se limitó a respirar con pesar.
—¿Conoces nuestra historia con los militares de la base? —me preguntó.
—Aitor me contó algo antes, sí —reconocí—. Sé que hubo una matanza cuando
os separasteis, también encontramos los cuerpos en el gimnasio de una de las
residencias.
—Aquello ni lo empezamos nosotros ni nos fue grato hacerlo —confesó
agachando la mirada—. No nos dejaron otro remedio. Sin gobierno, sin mandos
superiores, no había nadie que les controlara, se autodenominaron amos y
señores de aquel lugar y sus abusos fueron demasiado lejos. La gente se levantó
contra ellos arengados por mí y por mi gente, que al principio éramos pocos, lo
reconozco. Acababa de recibir el Mensaje y todavía no sabía muy bien cómo llevar
a cabo el plan de Dios… pero no todos los militares murieron. No hicimos ningún
daño a los que se rindieron, ni siquiera les obligamos a abandonar aquel lugar
porque no pretendíamos quedarnos allí, sino fundar una nueva comunidad lejos de
tanta violencia. Sin embargo, los supervivientes estaban resentidos, siendo tan
pocos no podían defender la base y tuvieron que marcharse, y en su dolor
profanaron la iglesia como forma de atacarnos.
No tenía ningún motivo para creer o dejar de creer esa historia. Desde
luego le habría sido difícil improvisarla de repente, pero lo que me inquietaba
fue la figura que vi moviéndose por allí con una capa negra. Si como decía
Sergei había sido él quien tocó la campana y nos echó a los muertos encima,
¿podría haber sido uno de esos militares? No tenía forma de saber que no éramos
parte de la comunidad que tanto odiaban, y quizá por eso nos intentó matar.
—Yo estuve allí cuando los militares empezaron a abusar de su poder —añadió
Jesús tímidamente—. No fue algo agradable, mucha gente lo pasó mal… pero ahora
son felices, intentan reconstruir sus vidas.
—Ya casi es la hora, ¿por qué no vas a traerlo? —le pidió amablemente su
líder, a lo que Jesús asintió con nerviosismo, se levantó de su silla y salió
al trote por una puerta lateral del despacho.
—¿Qué tiene que traer? —quise saber.
—Los bártulos para la ceremonia —contestó ella entrelazando los dedos—. Me
gustaría que asistierais y vierais lo que allí va a ocurrir y se va a decir. Estoy
segura de que os convencerá de que no intento comeros el coco ni nada parecido.
La verdad es que sería estupendo que tu grupo y tú decidierais quedaros aquí,
Aitor es una persona capaz, y sé que tenéis dos niños. Si algo falta en esta
comunidad son niños que le den vida, y futuro.
—Nada nos gustaría más que encontrar un lugar seguro, lo hemos pasado mal
ahí fuera, hemos perdido a gente, a algunos muy recientemente —le confesé—.
Pero también debe entender que queremos saber dónde nos estaríamos metiendo.
—Lo vais a ver muy pronto. —me prometió poniéndose en pie al tiempo que
Jesús regresaba con un báculo dorado en las manos. La parte superior del mismo
estaba cubierta por una sábana, probablemente protegiendo un ornamento que
parecía tener el tamaño de una sandía por lo menos.
—Iré a preparar… lo demás. —exclamó él volviendo a marcharse después de
lanzarme una rápida mirada y entregar el báculo
—Reanimados los llamaban los militares —dijo la mujer observando casi con
deleite aquel resplandeciente bastón—, resucitados los llamaban en la
televisión, por muertos vivientes los conoce todo el mundo, e incluso conocí a
algunas personas que los denominaban “zombis”. Pero, ¿qué son en realidad? La
verdad que pocos saben es que son condenados, son aquellos que no superaron el
juicio de Dios y ahora vagan por la Tierra atormentando a los vivos… como ves,
todos, incluidos ellos, tienen un papel en el plan de Dios.
No sabía por qué, pero tuve un mal presentimiento al escucharla hablar con
tanta pasión.
—Había un hombre en la base, uno de los militares, que quizá sea una de las
personas más despreciables que he tenido la desgracia de conocer —comenzó a
contarme con un extraño brillo en la mirada—. Obligaba a las chicas jóvenes a
hacer cosas innombrables con él a cambio de su seguridad y la de sus familias,
y dos de ellas se suicidaron cuando no pudieron más con aquella situación, pero
antes de enterrar el cuerpo de la segunda ya estaba buscando a la tercera. Mis
fieles pensaban que alguien como él no tenía cabida en el plan de Dios, que un
pecador tan alejado de Su bondad no podía ser sino un incordio, una piedra en
el camino de los fieles de buen corazón.
De un tirón quitó la sábana que cubría el báculo, y del respingo que di al
ver lo que se escondía allí abajo casi me caí de espaldas al suelo. Clavada en
él como si fuera un adorno, la cabeza medio podrida de un hombre abría y
cerraba la boca chasqueando unos blancos dientes, mientras que sus pupilas se movían
de un lado a otro de la habitación buscando algo que morder.
—¡Joder! —gemí poniéndome en pie y dando un par de pasos hacia atrás.
—Pero pronto vieron que
hasta alguien tan alejado de Su bondad como ese hombre tenía su lugar en el
plan de Dios…Escucha la canción
Mierda!!! Esto cada vez se pone mejor
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