miércoles, 29 de enero de 2014

Crónicas zombi, Orígenes: Capitulo 16, Maite



CAPÍTULO 16: MAITE


Si hubiera tenido que definir con una palabra cómo me sentía, ésta habría sido sin duda alguna “frustración”. Frustración por no haber sido capaz de transmitir al resto del grupo el peligro que representaba el unirnos a ese grupo de sectarios. Frustración por tener que volver a la base militar en un desesperado intento de hacer que entraran en razón, frustración porque Aitor hubiera decidido quedarse en ella, porque Raquel creyera que esa mujer tenía poderes divinos y porque Sergei estuviera empeñado en formar parte de ellos pasara lo que pasara… y sobre todo frustración por tener que dejar a mi hija a cargo de Luis una vez más para hacer el trabajo sucio del grupo.
En esos momentos, conduciendo de vuelta a la base junto a Judit, la única que estaba tan convencida como yo de que todo aquello era una farsa, me sentía más hastiada del liderazgo que nunca. De no ser porque de hacerlo acabaríamos obedeciendo las órdenes de Sergei, habría abandonado en ese mismo instante. Dirigir al grupo implicaba una presión que no necesitaba en mi vida.
—¿Se va por aquí a la base? —preguntó Judit mirando la carretera.
—Estoy dando un rodeo —le expliqué—. No quiero pasar cerca de donde nos encontraron los tipos esos, por si están vigilando la zona.
—Oh… ¡Espera! ¡Para ahí! —exclamó de repente señalando un grupo de coches abandonados junto al arcén de la carretera.
—Tenemos un poco de prisa… —le recordé. Nunca venía mal revisar lo que pudiera haber en los coches, pero no creía que fuera tan urgente como lo que estábamos haciendo.
—Será sólo un segundo. —me aseguró tan convencida que preferí hacerle caso y detener el vehículo.
Más que abandonados, lo que me pareció cuando paramos junto a ellos fue que esos tres coches se habían salido de la carretera y habían chocado contra un grupo de rocas. Uno de ellos, el único que seguía intacto pese al supuesto accidente, era de la guardia civil, y fue precisamente hacia él donde se dirigió Judit en cuanto bajó del vehículo.
—¡Espera! —la llamé bajando yo también con el rifle en la mano, asegurándome de que no había resucitados cerca—. Podría ser peligroso, ¿por qué hemos parado aquí?
—Quiero comprobar una cosa —respondió con mucho misterio agachándose junto al coche—. ¿Qué crees que pasó aquí?
—No lo sé —reconocí tras observar todo aquello con detenimiento y no llegar a ninguna conclusión interesante—. Parece que hubo un accidente, quizá la guardia civil se detuvo a ayudar… si hubo algún muerto, es posible que se transformara. Veo restos de sangre por el suelo.
Se me ocurrió mirar en el maletero mientras ella rebuscaba en los asientos delanteros, y allí encontré, además de un montón de cosas que no nos valían para nada, una escopeta y munición extra para ella.
—¡Premio! —exclamé un poco más contenta. Después de todo, no había sido una pérdida de tiempo detenernos allí—. He encontrado un arma, Judit.
—Yo el cadáver del conductor —anunció ella mostrándome una pistola dentro de su funda, la cual permanecía enganchada al cinturón que le había quitado al cuerpo—. Creo que ya podemos seguir. ¿Ves? No hemos perdido ni dos minutos.
—Vamos. —asentí cargando con la escopeta y los cartuchos de munición y metiéndolos dentro del coche antes de volver a ponernos en marcha.
—¿Me puedo quedar la pistola? —preguntó cuando ya estábamos acercándonos a la base militar—. Me sentiría más segura con ella. No niego que, aunque quiera desacreditar a la líder de esa secta más que nada, esto me asusta un poco.
—Quédatela —le permití—. Pero no la utilices a menos que sea imprescindible, no queremos llamar la atención de la gente del pueblo, ni de los resucitados que pueda haber por aquí.
—De todas maneras no sé utilizarla. —dejó caer mirando el arma con curiosidad.
—¿Entonces para qué…? ¿Sabes qué? Da igual, ya hemos llegado. —dije aparcando el tema al alcanzar la entrada a la base.
El coche con el que fuimos la primera vez estaba todavía allí, aparcado a poca distancia de la valla y con las llaves aún puestas. Quizá eso fuera una señal de que nadie más había ido a ese lugar desde que lo hicimos nosotros dos días atrás, pero no podía estar segura.
—Ahora cuidado, ¿vale? —advertí a Judit colgándome el rifle a la espalda.
—Vale, pero… ¿no queremos justamente lo contrario? —inquirió ella confundida—. Quiero decir, pretendemos que ese hombre nos encuentre, ¿no es eso?
—Sí, pero aquí podría haber todavía resucitados —le recordé—. No quiero caer en lo mismo dos veces seguidas. Tenemos un par de horas hasta el mediodía, tiempo más que de sobra para que nos vea si está por aquí. Vamos.
Nos pusimos en marcha. En principio no teníamos ningún lugar específico por dónde empezar a buscar, tan sólo dar vueltas para que él nos viera y estar atentas por si le encontrábamos nosotras antes, aunque se me ocurrió que quizá en los alrededores de la iglesia, el lugar donde me pareció que le había visto por primera vez, tuviéramos más posibilidades.
—No te lo he dicho antes, pero me sorprendió gratamente ver que no te dejaste embaucar por las percepciones que sí engañaron a Raquel y a Aitor en aquella ceremonia. —dejó caer Judit de repente.
—¿Qué quieres decir? —le pregunté sin saber a qué se refería.
—En la ceremonia… yo también sentí cosas cuando aquella cabeza cortada la mordió delante de todo el mundo —se explicó—. Y estoy segura de que tú también, pero no te dejaste engañar.
—Sí. —admití sin tenerlas todas conmigo.
Sí que lo había sentido, exactamente igual a lo que relataron tanto Raquel como Aitor: como si una poderosa presencia se hubiera introducido en la basílica. Pero a diferencia de ellos, no estaba tan dispuesta a darle credibilidad a aquella sensación, y no porque fuera una escéptica empedernida como Judit, sino porque el instinto me decía que detrás de aquello no había nada bueno. Nunca fui una mujer demasiado religiosa, y sin embargo dudaba que una manifestación del Todopoderoso pudiera despertar en mí tal desconfianza e inquietud. Se suponía que Dios era paz y amor, no confusión y suspicacia.
—Sospecho que ese sentimiento de religiosidad tan repentino tiene su origen… —comenzó a decir, pero no supe donde tenía su origen porque en ese mismo instante una persona armada con un fusil de asalto militar salió de detrás de la iglesia y nos apuntó con su arma.
Mi reacción fue inmediata, agarré el rifle y le apunté a él, que no era la persona que habíamos ido a buscar… o al menos no lo parecía. Vestido con una desgastada pero limpia chaqueta de cuero marrón, aquel hombre nos miró con desconfianza sin dejar de encañonarnos. Judit sacó torpemente la pistola de su funda, pero antes de que pudiera unirse a aquel duelo de armas, otro tipo apareció a nuestra espalda.
—¿Quién coño…? —balbuceé alternando la mirada entre uno y otro, atenta a que ninguno intentara abrir fuego. El recién llegado también iba armado.
—¿Y vosotras de dónde cojones salís? —exclamó el primero de ellos.
—¿Quiénes sois vosotros? —les interrogué, poco dispuesta a responder a sus preguntas mientras nos estuvieran amenazando—. ¿Qué hacéis aquí?
—¿Ese cabrón tiene cómplices? —le preguntó el segundo hombre al primero.
—¿Yo qué coño se? —respondió éste.
Una tercera persona se acercó corriendo, aunque aquella resultó ser una mujer que también iba armada con un fusil de asalto. Su cara ya la había visto antes, y no fue hasta que se plantó a unos metros de nosotras y escupió al suelo cuando la reconocí del todo. Creía recordar que su nombre era Sara, y pertenecía a la secta. Evidentemente ella, que fue parte del grupo que nos llevó hasta su comunidad cuando nos encontramos, nos reconoció también.
—¿Qué cojones estáis haciendo aquí? —nos preguntó frunciendo el ceño y levantando su fusil hacia nosotras.
—¿Las conoces? —quiso saber uno de los hombres.
—Sí, estuvieron en la ceremonia de ayer, ¿no os acordáis? —les dijo ella escupiendo en el suelo otra vez—. Son del grupo de la ermita.
—¿Y qué hacen aquí? —masculló el otro.
—¿Qué hacéis vosotros? —intervine yo harta de que tres armas me estuvieran apuntando mientras yo sólo podía encañonar a uno de ellos—. Se supone que este lugar está vacío, ¿qué estáis buscando?
—Eso no es de tu incumbencia —replicó Sara no muy satisfecha de tener que responder a mis preguntas—. Tenemos asuntos que resolver aquí.
—¿Algún soldado superviviente que rematar? —inquirí.
—¿Qué coño dices? —escupió el de la chaqueta de cuero.
—A lo mejor no deberíamos provocarles. —me susurró Judit visiblemente asustada.
—¡Está ahí! —bramó de repente el otro señalando al tejado de la iglesia.
Sobre él, un hombre vestido con algo parecido a una capa negra con capucha se apoyaba en el campanario mientras nos vigilaba… o lo hacía hasta que todos giraron sus armas hacia él y abrieron fuego. Instintivamente arrastré a Judit al suelo cuando las balas comenzaron a volar, ya tenía experiencia con ese tipo de tiroteos y sabía que una bala perdida podía ser más peligrosa que un muerto viviente.
—¡Maldita sea! ¿Dónde se ha metido? —gruñó Sara al cesar los disparos. Cuando me atreví a alzar la mirada, descubrí que el tipo de la capa había desaparecido del tejado.
—¡Vamos! ¡Ya casi le tenemos! —exclamó uno de los hombres.
—¿Y qué hacemos con ellas? —preguntó Sara parándose frente a nosotras.
—Han visto demasiado. —sentenció él.
—Pero iban a ser parte de los nuestros… —objetó apuntándonos de nuevo con su arma.
Por haberme lanzado al suelo para cubrir a Judit me había quedado desarmada, no podría agarrar el rifle y disparar antes de que ellos nos acribillaran a balazos sólo por intentarlo.
—La pistola. —le susurré entre dientes. Al estar todavía sobre ella podía intentar cogerla sin que vieran.
—Pero no son de los nuestros. —replicó el hombre dedicándonos una dura mirada.
Judit me puso disimuladamente la pistola en la mano, pero de todas formas no creía que pudiera lograrlo, Sara ya estaba preparada para ejecutarnos allí mismo, y en lo único que podía pensar era en cómo se iba a sentir Clara cuando no regresara con ella…
—Lo siento. —dijo poniendo el dedo en el gatillo.
—¡Ahí está otra vez! —gritó alguien.
Sara abrió mucho los ojos, y un segundo más tarde, cuando en el aire volvían a llover las balas, cayó al suelo de boca con un puñal clavado en la espalda.
—¡Hijo de puta! —bramó el de la chaqueta de cuero en dirección al hombre de negro, que se movía como una flecha entre los edificios… no obstante, nadie podía ser más rápido que las balas eternamente, así que estaba segura de que le acabarían alcanzando si seguía exponiéndose tanto.
—¡Quédate en el suelo! —le indiqué a Judit incorporándome para poder disparar a uno de los agresores.
No era el primer hombre que mataba, pero quizá si al que mataba estando perfectamente lúcida y sabiendo lo que hacía. Sin embargo, cuando cayó con un balazo en el estómago no me sentí culpable. Esa gente había intentado matarnos sin ningún motivo.
Al girarse y ver lo que había hecho, el único superviviente sufrió un arrebato de ira y se lanzó a por mí con el fusil en la mano, más dispuesto a matarme a golpes que disparándome con él… pero el extraño hombre de negro apareció oportunamente y le hizo un placaje con el que ambos cayeron al suelo dando vueltas. Para cuando se libraron el uno del otro, el sectario tenía el cuello cortado y sangraba como un cerdo, mientras que su asesino agarraba en su mano derecha un cuchillo ensangrentado.
Intenté dar un paso y acercarme, pero inmediatamente estiró el brazo del cuchillo y me amenazó con él. Levanté las manos para hacerle ver que no pretendía atacarle… después de todo, habíamos ido hasta allí para hablar con él, para escuchar lo que tuviera que decir, que tras lo que acababa de ocurrir no dudaba que sería mucho.
—No somos parte de ellos —le aseguré—. No hemos venido a atacarte, sólo queremos respuestas.
El hombre giró la cabeza tan rápido hacia mí que temía que se hubiera quebrado el cuello. Bajo aquella capa negra había una densa melena negra, acompañada por una desaliñada barba que le cubría toda la cara. El único rasgo que se podía distinguir bajo esa mata de pelo eran unos desconfiados ojos azules que me miraban con un deje de locura para nada tranquilizador. Aunque la barba engañaba, no debía tener aún cuarenta años, y por lo que acababa de hacer estaba claro que se conservaba bien físicamente, así que cabía la posibilidad de que él mismo hubiera sido uno de los militares de la base.
El sectario degollado dejó de moverse, y los estertores cesaron mientras le sostenía la mirada a aquel extraño personaje.
—Se levantarán. —anunció con una voz ronca, producto de no haber hablado en mucho tiempo.
—Lo sé —asentí—. Nos has salvado la vida, gracias… me llamo Maite, ella es Judit, ¿tienes un nombre?
—¡Por supuesto que tengo un nombre! —replicó ofendido. Su reacción fue tan brusca que me hizo dar un paso atrás, hasta quedar al lado de Judit, que en ese momento se levantaba del suelo y observaba con aprensión los cadáveres del suelo—. No estoy loco.
—Nadie ha dicho que lo estés, sólo pensé que a lo mejor preferías permanecer en el anonimato —improvisé. Lo cierto era que sí me parecía que estuviera un poco loco, pero ya contaba con ello. ¿Qué otra explicación había si no para que alguien viviera solo en una base militar tomada por los muertos vivientes?
—Gonzalo —dijo—. Mi nombre es Gonzalo Medina, sargento Gonzalo Medina, en realidad.
—¿Eras militar? ¿Del ejército? ¿Por qué los de la secta querían matarte? —le pregunté entusiasmada al creer que por fin había encontrado lo que buscaba: alguien que supiera la verdad sobre qué había ocurrido en ese lugar.
—¿Conoces la secta? —exclamó perplejo.
—Creo que acaban de intentar matarnos también —observó acertadamente Judit—. Eso no ayuda a que quiera unirme a ellos, a decir verdad.
—¿Uniros a ellos? —musitó alzando el cuchillo un poco más.
—¡No! —dije interponiéndome entre ambos—. No queremos unirnos a ellos, sino todo lo contrario. Queremos saber lo que hicieron aquí, y a lo mejor tú puedes contárnoslo.
—¿Por qué queréis saberlo? —inquirió suspicaz—. Eso no le importa a nadie. ¡A nadie!
—A nosotras sí —le aseguré—. Somos parte de un grupo más grande, llegamos a esta zona hace sólo unos días y nos escondimos en la ermita que hay al norte, pero ayer nos topamos con la secta. Nos ofrecieron unirnos a ellos, aunque después de presenciar una de sus misas queremos disuadir al resto para que no lo hagan. Tal vez, si nos contaras…
—¿Visteis una de sus misas? —se interesó repentinamente—. ¿Visteis la cabeza?
—Sí. —aseveré, lo que hizo que se rascara la barba varias veces mientras pensaba.
—Será mejor que hablemos en un lugar más seguro. —nos indicó señalando a un par de muertos vivientes que se acercaban a lo lejos, sin duda atraídos por el ruido de los disparos de un momento antes.
Cuando se detuvo a rematar a los tres sectarios, y evitar así sus transformaciones, antes de llevarnos a ese lugar más seguro, no me pareció que sintiera ningún remordimiento por haber matado a dos de ellos. Tampoco me extrañó teniendo en cuenta que habían intentado matarle. Yo, por mi parte, recogí sus armas del suelo suponiendo que nos serían útiles en la ermita.
—Creo que está un poco ido de la cabeza. —murmuró Judit cuando comenzamos a seguirle a donde fuera que nos estuviera llevando.
—Un poco sí. —tuve que admitir.
Su refugio se encontraba dentro de la iglesia profanada, como ya me había imaginado. En una habitación contigua al altar tenía un saco de dormir militar, una mochila, un fusil del ejército sin balas y muchas raciones de comida vacías tiradas por todas partes. Judit y yo nos sentamos en una esquina limpia de porquería, mientras que él lo hizo sobre el saco de dormir. El olor a putrefacción que se colaba por la puerta era intenso, pero soportable, aunque no entendía cómo no había enfermado viviendo al lado de un montón de vísceras putrefactas e insectos necrófagos.
La visión del altar profanado afectó especialmente a Judit, que de los tres era la única que no había tenido la desgracia de visitarlo antes.
—Me parece que voy a vomitar. —gimió cubriéndose la nariz y la boca con la manga del jersey.
—No he limpiado este sitio porque el olor mantiene alejados a los reanimados —se disculpó él quitándose la capa negra, que apestaba a podrido casi igual que el altar, y echándola a un lado—. Tampoco recibo muchas visitas…
—No importa —dije yo—. Entonces, ¿qué fue lo que pasó aquí?
—Fue esa mujer —lamentó—. Ella lo empezó todo cuando comenzó a realizar sus… milagros.
—¿Milagros? —replicó Judit escéptica, pero inmediatamente volvió a cubrirse la boca asqueada.
—A falta de un nombre mejor —asintió él—. Recuerdo la noche en que se fueron como si hubiera pasado ayer. Su gente se rebeló, abrió las puertas y ella pasó entre los muertos vivientes sin que se volvieran a mirarla siquiera… después de eso, era imposible no creer en ella.
—¿Por qué no empiezas desde el principio? —le sugerí con la intención de obtener un relato más ordenado.
—Vale… vale —consintió respirando profundamente—. Al principio vinieron muchos civiles a refugiarse tras nuestras vallas, y acogimos a todos los que pudimos. Otros, sin embargo, no tuvieron tanta suerte… y eso cabreó a mucha gente como podéis imaginar, pero nuestros recursos eran limitados. Luego tuvimos que imponer obediencia militar, teníamos que hacer que este sitio funcionara, y eso gustó menos aún, pero no fue hasta que ella y su grupo comenzaron a rebelarse abiertamente cuando la cosa se puso fea. Sólo eran unos pocos al comienzo, no le dimos importancia, pero cuando pudieron imponerse, abrir las puertas y los muertos no la atacaron… fue la locura.
—¿Qué pasó? —pregunté interesada.
—Todos los de su grupo decían que debía ser ella la que mandara, porque esa era la voluntad de Dios. Sin embargo, como comprendéis, no estábamos dispuestos a dejar el control de la base en manos de una supuesta iluminada, por muchos milagros que realizara, así que decidieron irse. La siguieron, literalmente, por todo el pueblo hasta que llegaron a la basílica.
—¿Todos? —me extrañé.
—No, todos no, sólo sus seguidores, o los que creíamos que eran todos sus seguidores, mejor dicho —se corrigió—. Dejó a muchos dentro porque tenía un plan más perverso en mente. Por la noche, ese grupo se coló en el arsenal, robó las armas y se hizo con la base por la fuerza… nos superaron, creíamos que con esa gente fuera dentro estábamos a salvo, pero nos equivocamos, y lo pagamos muy caro…
—Entiendo que resulte doloroso. —quise parecer comprensiva al verle titubear.
—No sé si sobrevivió alguien además de mí mismo —continuó sin hacer caso a mis palabras—. Mataron a mis compañeros, a mis superiores, a mis subordinados… los ejecutaron. Luego robaron todo y formaron su zona segura alrededor de la basílica. Yo vi cómo clavaban la cabeza del comandante en un báculo y… y…
—¿Qué pasó con el resto de civiles, con los que no eran parte de la secta? —pregunté con aprensión. Cada vez veía con más claridad la clase de grupo que era la gente de la basílica: una pandilla de chalados religiosos, tal y como había dicho, pero además unos asesinos.
—Dijeron que quienes no estaban con ellos eran parte de este mundo condenado, y que por tanto no debían vivir —me explicó—. Los mataron, pero eso fue después, cuando los clavaron en estacas, primero…
—Les sacaron la piel, ¿verdad? —terminé la frase horrorizada. Cuando fuimos a esa capilla por primera vez, estaba todo lleno de piel humana.
—Su piel sigue aquí, en el altar que profanaron porque, según ellos, representaba la idolatría y la falsa religión que condenaron al mundo. —concluyó.
Judit y yo intercambiamos una mirada. Ya teníamos todo lo que necesitábamos, más incluso, así que me puse en pie tan bruscamente que Gonzalo se sobresaltó.
—Coge tus cosas, nos vamos —le espeté cargándome el rifle a la espalda—. Mi grupo tiene que saber esto antes de que, en su ignorancia, decidan unirse a esa gente.
—Y no te lleves esa capa —le pidió Judit casi suplicante—. Apesta casi tanto como este lugar.

—¡Lo de este tío debe ser una broma! ¿No? —bramó Sergei después de que, tras reunirnos todos dentro de la ermita, el sargento Gonzalo Medina, también conocido como “hombre de negro” por el color de la capa que al final, pese a los ruegos de Judit, sí había llevado consigo, volviera a contar la verdad sobre lo ocurrido en la base militar con los sectarios.
—No es ninguna broma —le increpé—. Esos chalados intentaron matarle, intentaron matarnos a Judit y a mí, además de que su historia encaja.
—La historia que según tú cuentan ellos también encaja —replicó el ruso—. ¿Por qué tenemos que creer a este chiflado apestoso?
—¡No estoy loco! —protestó Gonzalo—. Y la capa…
—Lo ha pasado mal precisamente por culpa de esa gente a la que quieres unirte —salí en su defensa—. Creo que está claro que esa no es la comunidad idílica que querían hacernos creer, se ha levantado a base de sangre por una líder que les hace creer que es una enviada de Dios.
—¿Qué pruebas tenemos de que eso último no es cierto? —intervino Raquel—. Él mismo ha dicho que fue un milagro que saliera fuera de la base y los resucitados no le mordieran.
—Si es una enviada, lo es de Lucifer y no de Dios —declaró Gonzalo sentándose en una esquina, lejos de todos—. El demonio domina las almas de los muertos y le ha otorgado ese don a su elegida para gobernar un mundo destruido…
—Genial, ya está delirando. —bufó Sergei con desprecio.
—¿Qué opináis los demás? —quiso saber Sebas, indeciso en los momentos críticos como siempre.
—Puede que este tío esté mal de la cabeza y su ropa no huela precisamente a rosas —apuntó Toni—. Pero yo siempre me he creído eso de “piensa mal y acertarás”, y entre creer que los vencedores son los buenos de la historia y creer lo que él dice, me quedo con esto. Sé que es doloroso, que todos nos habíamos hecho ilusiones de haber encontrado un lugar seguro, pero sabiendo esto paso. Puedo tolerar que sean unos fanáticos religiosos, pero no que sean unos asesinos.
—Me temo que yo también he de pronunciarme en contra —añadió Luis pausadamente—. Pienso que un grupo así es peligroso, si matan a los vivos y utilizan cabezas de muertos en su rituales, no son de fiar. No creo que sea la clase de comunidad que estamos buscando… de hecho, creo que deberíamos marcharnos de aquí cuanto antes ahora que saben dónde estamos. Podríamos correr peligro.
—Estoy de acuerdo. —asintió Sebas posicionándose con la mayoría.
—¡Por favor! —gruñó Sergei al ver que el grupo le iba abandonando—. Puede que hayan matado a gente, ¿y qué? ¿Quién tiene las manos limpias en estos tiempos? Lo importante es que tienen muros, armas, comida y nos han ofrecido ser parte de ellos.
—Unirse a esa gente es vender tu alma al diablo. —musitó Gonzalo.
—Creo que el chalado éste ya ha dicho suficiente tonterías por hoy —replicó el ruso—. ¿No podéis hacer que se calle?
—Pues yo creo que la mayoría ha hablado —declaré sin poder ocultar mi satisfacción—. Si alguien quiere marcharse con ellos está en su derecho, pero los demás nos vamos de aquí.
Sergei dio un manotazo en el aire, se giró y se marchó en dirección al exterior de la ermita. Katya me miró con aprensión antes de coger a Andrei de la mano y salir tras él… sabía lo que significaba esa mirada, era miedo. Ella ya estaba poco convencida de lo que a ese grupo se refería, pero después de escuchar la historia de Gonzalo, no le debía quedar ninguna duda. Sin embargo, Sergei se empeñaría en que los dos se fueran con él, y yo no iba a permitirlo a menos que esa fuera su voluntad. Ese ruso mafioso llevaba demasiado tiempo haciendo lo que a él le daba la gana, y allí él no era nadie para decidir por los demás, ni siquiera por su mujer.
—¿Y qué pasa con Aitor? —preguntó Raquel con preocupación—. Él no sabe nada de todo esto.
Era una pregunta difícil. No teníamos forma de hacerle llegar un mensaje, y aunque así fuera, quizá sólo le pusiéramos en apuros haciéndolo si esa comunidad le había acogido de buen grado. Tristemente lo único que podíamos hacer era desearle suerte y seguir sin él.
“Chiquillo idiota” pensé con fastidio… pero eso era lo que pasaba por tomar decisiones importantes por puro despecho en lugar de pensarlas a fondo antes.
—Me temo que ya no podemos hacer nada, Raquel —le dije con delicadeza—. Tomó su decisión y ahora no puede echarse atrás, con esa gente podríamos ponernos en peligro a nosotros y a él mismo si le contamos lo que sabemos. Tendremos que seguir adelante sin él.
Le costó asimilar el golpe, puede notarlo, aunque al final asintió un par de veces antes de tener que secarse un par de lágrimas que comenzaron a brotar de sus ojos. Me hubiera gustado poder consolarla, pero había otros asuntos que reclamaban mi atención. Mientras los demás se dispersaban me acerqué a Sebas, que tampoco parecía muy feliz por la decisión que habíamos tomado.
—¿Va todo bien? —pregunté al detenerme a su lado.
—Sí… bueno, un poco decepcionado, eso es todo. —contestó encogiéndose de hombros.
—Necesito que hagas una cosa —le pedí—. Estoy segura de que Sergei querrá irse, pero al hacerlo intentará llevarse también por la fuerza a Katya y Andrei. Quiero que le vigiles y me avises si intenta algo así, ¿de acuerdo?
—Eh… de acuerdo, vale —accedió un poco impresionado—. Pero Katya es su mujer y…
—Es su mujer, no su esclava —le sermoneé—. Puede tomar sus propias decisiones, no voy a dejar que se la lleve contra su voluntad, ¿entiendes?
—Entiendo. —asintió inmediatamente, asustándose de mi tono.
—Gracias. —dije antes de dejarle y salir en busca de Clara. Le había pedido que esperara en nuestra habitación mientras hablábamos porque no creía que el contenido de lo que se tenía que decir fuera adecuado para los oídos de una niña, pero antes de llegar allí, Luis me abordó.
—Irene no está. —anunció con preocupación.
—¿Cómo que no está? —repliqué sin comprender—. Estaba aquí hace un momento.
—Pero ahora ya no —insistió—. En cuando tu amigo de la base terminó su historia se levantó y salió de la sala. Pensaba que estaría en su dormitorio, pero no está, y sus cosas tampoco.
Durante los últimos días había tenido demasiadas cosas en la cabeza como para preocuparme por Irene. Seguía sin gustarme que estuviera con nosotros, y mis sospechas de que tuvo que ver con la muerte de Érica no se habían disipado, de modo que si había decidido marcharse me parecía estupendo. Mi único temor era que se echara atrás y decidiera volver antes de que nos hubiéramos ido nosotros también y la perdiéramos para siempre.
—No podemos salir a buscarla ahora —le contesté—. No sabemos a dónde ha ido… a lo mejor, al saber que ese lugar está lleno de asesinos, ha decidido unirse a ellos para estar entre los suyos.
—Ya, pero estoy hablando en serio —protestó Luis—. Deberíamos al menos fingir preocupación porque un miembro de nuestro grupo desaparezca.
—Y lo hago —le aseguré—. Pero no puedo hacer nada por Aitor, y tampoco puedo hacer nada por ella. Ahora, si me disculpas, quiero ver a mi hija.
El doctor se echó a un lado, aunque al ver la mirada de reproche que me dedicó supe que aquello no había acabado. Sin embargo, lo último que tenía en mente en ese momento era preocuparme por Irene con todo lo que tenía ya en la cabeza.
—¿Clara? —llamé a mi hija cuando la vi en la habitación mirando por la ventana, que daba al patio trasero de la ermita.
—¿Qué pasa, mamá? —preguntó girando la cabeza rápidamente. Parecía preocupada por algo.
—Ve recogiendo las cosas, nos vamos. —le dije.
—¿Vamos a ir al sitio ese donde fuiste ayer? —quiso saber volviéndose del todo.
—No cariño, nos vamos… —No sabía decirle a dónde íbamos a ir porque realmente no sabía hacia dónde podíamos dirigirnos. Sencillamente se me habían acabado las ideas—. Vamos a buscar otro sitio.
—¿Es por lo que ha dicho el tipo raro ese que has traído? —preguntó fingiendo inocencia, pero no me engañó ni por un segundo.
—¿Has escuchado lo que se ha dicho? —la interrogué.
—Bueno… un poco. —admitió poniéndose colorada.
Suspiré con resignación, pero a la vez me sentí muy tonta. ¿Qué sentido tenía intentar esconderle unos asesinatos cuando había visto morir a tanta gente y vivía rodeada de cadáveres revividos? Cuanto antes se diera cuenta de que la gente viva tampoco era de fiar, mejor le iría en el futuro.
—Sí, es por lo que ha dicho él —le confirmé—. Esa gente es peligrosa, ¿entiendes? Puede que más que los muertos vivientes, así que vamos a alejarnos todo lo posible de ellos.
—Vale —se resignó asintiendo con la cabeza—. Creía que íbamos a enterrar a papá aquí… es un sitio bonito.
Lo último que necesitaba en ese momento era que me recordara eso… pero quizá ella tuviera razón, era un sitio tan bueno como cualquier otro para darle el ya demasiado retrasado último adiós a su padre. A lo mejor cuando estuviera hecho pudiera empezar a pasar página, y puede que incluso lo consiguiera yo también.
—¿Sabes qué? Creo que aunque vayamos a irnos podemos hacerlo aquí —le dije agachándome a su lado y cogiéndola de las manos—. Es un lugar bonito, y así, aunque viajemos mucho, siempre sabremos dónde está. ¿Qué te parece?
—Vale. —consintió de buen grado.
—Pues venga, hacemos el equipaje rápido y luego lo hacemos, ¿de acuerdo?
Asintió, e inmediatamente se puso a recoger sus cosas, que tampoco eran demasiadas. Se me ocurrió que a lo mejor podíamos pasarnos por algún centro comercial de las afueras para abastecernos no sólo de comida, sino también de ropa limpia y todo lo que pudiéramos encontrar que nos resultara útil. Al menos eso no daría tiempo para seguir buscando.
—¡Maite! Deberías salir aquí fuera. —me llamó Luis entrando bruscamente por la puerta un cuarto de hora más tarde, cuando ya lo teníamos todo listo.
—¿Qué pasa? —le pregunté alarmada, ¿habría regresado Irene?
—Ven. —fue lo único que me dijo antes de darse la vuelta y marcharse.
—Espera un momento, hija. —le pedí a Clara saliendo detrás del doctor.
Casi todo el grupo, entre ellos Gonzalo, se había reunido junto al altar alrededor de Sebas, que sentado en el suelo luchaba por contener la sangre que le chorreaba por la nariz.
—¡Maite! —exclamó nada más verme llegar, antes de que pudiera decir nada—. Se ha ido, se los ha llevado. He intentado detenerle, pero…
No me quedé a escuchar nada más. Tenía que haberme dado cuenta de que Sergei estaba muy alterado, y que Sebas no era rival para él si quería hacer lo que acababa de ocurrir. Era culpa mía que se hubiera llevado a Katya y a Andrei contra su voluntad, así que a mí me correspondía solucionarlo. Rifle en mano salí al patio, allí faltaba el coche del ruso, pero seguía estando el todoterreno militar.
—¡Espera! —gritó Luis saliendo tras de mí—. ¿Qué pretendes hacer? Si se ha ido, está en su derecho a hacerlo.
—Él puede hacer lo que le dé la gana —exclamé subiéndome al vehículo y arrancándolo—. Pero no puede decidir por su mujer y su hijo.
Luis fue a decir algo más, pero no me quedé a escucharle… Clara tendría que esperar un rato más, no podía permitir que Sergei se saliera con la suya y metiera a Katya y Andrei en una secta de asesinos peligrosos.
Conduje casi sin prestar atención a la carretera en dirección a Colmenar Viejo. Sabía exactamente a dónde se dirigía él: al lugar donde se suponía que Óscar nos estaba esperando por si decidíamos unirnos a ellos. Les había dicho a todos cuál era el sitio en la primera reunión del grupo, así que sabían llegar… sólo deseaba poder interceptarles antes de que se marcharan de allí. No quería tener que aporrear la puerta de la basílica hasta que dejaran que Katya y Andrei se marcharan.
No sabía cómo iba a acabar aquello, pero sí sabía que el ruso no tenía escrúpulos, así que a lo mejor incluso se ponía violento. De lo que estaba segura era de que no iba a rendirse sin luchar, ese hombre tenía un extraño concepto del matrimonio, y parecía considerar que podía disponer de su mujer a su antojo. Si mi difunto marido, cuyo entierro había retrasado el ruso con su escapada, me hubiera tratado así, habría acabado de patitas en la calle con una patada en el culo.
Lo que no entendía era cómo Katya podía aguantarlo. Cuando el mundo tenía sentido quizá no tuviera otra opción, pero en la situación que estábamos viviendo no tenía ninguna razón de seguir sometida a él.
“Sí que hay una Maite” me corregí a mí misma, “una muy grande y muy poderosa: el miedo.”
¿Quién podía querer pasar por el fin del mundo sola? Con la pata quebrada bajo la sombra de Sergei, ella y su hijo se creían protegidos… igual que yo cuando eran otros quienes tomaban las decisiones, igual que los demás siendo yo quien las tomaba en ese momento, e igual que esos sectarios con los milagros de la mujer que les dirigía.
Pero toda esa falsa seguridad se iba a acabar pronto para el grupo. En cuanto volviera dimitiría de ser quien dirigiera el cotarro para siempre. Bastante tenía con cuidar de mi hija como para añadir a eso las preocupaciones de la toma de decisiones. No hacía otra cosa que jugarme la vida por ellos, y ya no podía más, al llegar a la ermita haría el funeral por mi marido que debí hacer semanas atrás y me centraría en ayudar a Clara a superar todo por lo que estábamos pasando. No más viajes para averiguar la verdad, no más rescates ni más críticas a mi forma de hacer las cosas… a partir de ese momento sería una más, y me limitaría a hacer mi parte.
Detuve el coche a escasos metros del de Sergei cuando llegué al lugar acordado. Se trataba de un pequeño chalet rodeado por un muro de metro y medio de alto, y una valla cubierta por una enredadera, cuya puerta principal estaba abierta. Armada con el rifle, me acerqué con precaución porque aunque la calle estaba limpia, me había metido en territorio de los resucitados, y tampoco sabía con cuánta violencia sería capaz el ruso de responder a mis exigencias.
Me los encontré allí a los tres, en el mismo patio. Andrei permanecía agarrado al pantalón de su madre, mientras ésta observaba a Sergei caminando arriba y abajo con evidente nerviosismo. Pese a que mi llegada en coche no debió ser precisamente discreta, ninguno de ellos parecía estar esperándome, de modo que se sorprendieron bastante de verme allí… o al menos lo hizo Katya, puesto que Sergei me recibió con una mirada asesina que consiguió asustarme.
—Se ha ido —masculló con rabia contenida—. Se ha debido cansar de esperar y se ha largado, aquí no hay nadie. ¿Ya estás contenta?
—¿No estaba aquí? —pregunté extrañada. Era el lugar exacto, y tampoco era tan tarde. Apenas había pasado el mediodía, y Óscar nos dijo que estaría todo el día… con el interés que tenían en captarnos, me parecía raro que no hubiera allí nadie.
—Ya lo has conseguido, era lo que querías, ¿no? —me acusó acercándose a mí—. Querías que nadie se uniera a ese grupo y lo has logrado, nos has entretenido tanto que nos han abandonado.
—Pues tanto mejor. —dije pensando que la situación se había resuelto sola.
La respuesta del ruso fue romper de una patada un macetero que había por allí.
—¿Mejor? —bramó—. ¡Mejor para ti, dirás! Ahora la oportunidad de tener un lugar mejor se ha esfumado para nosotros.
—¿Un lugar mejor? —exclamé sin poder creer lo que escuchaba—. ¿Es que no atendías mientras Gonzalo hablaba? Ese lugar es el territorio de una secta de asesinos.
—¡¿Y qué coño importa eso?! —replicó furioso—. ¿No te das cuenta en el mundo que vives? Lo único que nos tendría que preocupar es que la gente a la que mataron no éramos nosotros, y tampoco lo seremos si nos unimos a ellos… pero la culpa es mía por haceros caso, por intentar que fuéramos un grupo, debí mandaros a la mierda mucho antes.
“Y a ti no debimos traerte con nosotros nunca” me dije lamentando el día que se unió al grupo.
—Quizá todo eso valga para ti porque eres un puto cerdo sin escrúpulos —le espeté hasta las narices de él—. Si te da igual unirte a una panda de asesinos es sólo porque tú tienes tanta o más sangre en las manos que ellos. ¿Crees que somos tontos? Nada más entrar a tu burdel de mala muerte nos callamos porque las cosas habían cambiado, pero que no te quepa duda que todos supimos en cuanto te conocimos que allí tu mafia y tú prostituíais mujeres, empezando por la tuya.
Mis palabras le dejaron paralizado durante uno segundo, pero su reacción posterior fue aún más violenta quizá debido precisamente a eso.
—¡¿Quién coño te crees que eres tú para hablarme así?! —rugió acercándoseme tan bruscamente que tuve que apuntarle con el fusil por miedo a que se me echara encima—. ¿Me amenazas con un arma? ¿Pones a un idiota a vigilarme? ¿De qué coño vas, zorra?
—Te lo advierto… —le previne. Sin embargo, con un rápido movimiento apartó el cañón del rifle de un guantazo y el arma cayó al suelo, a sus pies.
—Tienes demasiados humos para no ser más que un ama de casa venida a más —farfulló abalanzándose sobre mí hasta hacernos caer a los dos—. ¿Con quién cojones te crees que estás hablando? ¿Sabes quién coño era yo antes de todo esto?
Estando inmovilizada en el suelo, no pude evitar que me agarrara del cuello y comenzara a apretar con rabia intentando asfixiarme. Él era mucho más fuerte que yo y no me veía capaz de soltarme.
—¿Sabes acaso las cosas que le he hecho a gente mejor que tú? —añadió apretando más las manos… aquel hombre me estaba estrangulando y lo único que alcanzaba a hacer eran infructuosos intentos de arañarle y patalear en el suelo. El aire comenzaba a faltarme y sentía cómo la sangre se me acumulaba en la cabeza.
—¡Se acabó esa mierda del “líder”! —bramó fuera de sí—. ¡A partir de ahora ese grupo de inútiles amigos tuyos hará lo que se le diga o acabarán como tú, empezando por tu mierda de hija, que sólo es un lastre que…!
De repente se escuchó un disparo, y la presión de su agarre se alivió de golpe. Un líquido cálido y pringoso me salpicó por toda la cara antes de que el resto del cuerpo de Sergei cayera sobre mí como un peso muerto. Escupiendo la sangre que me había entrado en la boca, y luchando por volver a respirar, eché el cuerpo del ruso a un lado. Katya estaba de pie junto a nosotros, con mi rifle en las manos humeando tras haber disparado la bala con la que atravesó la cabeza de su marido de lado a lado.
—Ahí tienes tu lugar mejor, capullo. —murmuró entre dientes.
Al levantarme del suelo, todavía tratando de procesar lo que acababa de ocurrir, Katya dejó caer el rifle al suelo y comenzó a patear el cadáver de Sergei con tanta furia como la que había empelado él en estrangularme. Empapada de sangre y todavía respirando con dificultad, la sujeté de los brazos para apartarla del cuerpo, pero ella se resistía a dejarlo.
—¡Andrei! —le recordé intentando contenerla—. ¡Acuérdate de Andrei!
Sólo mentando a su hijo logré que parara. El chiquillo se había escondido tras unas plantas y lloraba aterrorizado por lo que acababa de presenciar. Dándose cuenta de ello, su madre fue con él a tranquilizarle, momento que aproveché para volver a sentarme en el suelo y tratar de recuperar las fuerzas.
La sangre de Sergei me chorreaba por toda la cara y me había manchado la ropa hasta por debajo de la cintura. Saqué un pañuelo del bolsillo y comencé a limpiarme la que se me deslizaba rostro abajo al tiempo que contemplaba lo que quedaba del ruso… desde luego no iba a transformarse en un muerto viviente después de un disparo de rifle a bocajarro en la cabeza.
—Deberíamos irnos. —propuso Katya acercándose con Andrei en los brazos.
—Sí —le respondí con voz débil incorporándome de nuevo. Todavía estaba un poco aturdida por lo que acababa de pasar, era la segunda vez que le volaban la cabeza a una persona y terminaba completamente empapada en su sangre—. Por cierto, gracias.
—Llevaba años deseando hacerlo. —afirmó dirigiéndole una mirada de odio al cadáver.
—¿Andrei está bien? —le pregunté preocupada por el chiquillo. Acababan de matar a su padre, y yo ya sabía lo que era para un niño ver cómo un padre moría.
—Estará bien. —me aseguró ella.
En otras condiciones habría insistido en el tema, pero conociendo a Sergei cabía la posibilidad de que su hijo le tuviera más miedo que afecto, porque no lo veía precisamente del tipo de persona paternal, así que sin más preguntas salimos de aquel patio y nos dirigimos de vuelta al coche, antes de que los muertos vivientes hicieran acto de presencia atraídos por el disparo y los gritos.
Como ella no sabía conducir, cogimos el todoterreno, que era vehículo más adecuado para lo que nos esperaba en adelante. Katya sentó a su hijo en el asiento trasero mientras yo intentaba limpiarme la sangre de la cara con una toalla que había en el maletero.
—No era mi marido —dijo pasándose una mano por la frente—. Sólo era un tío de esa gente que se encaprichó conmigo y me folló hasta meterme un niño dentro.
—No tienes que darme explicaciones si no quieres. —contesté.
—Me trajeron engañada a este país con dieciséis años —continuó a pesar de todo—. Creía que sería mi gran oportunidad de salir de la miseria de mi país, pero sólo sirvió para pasarme diez años en ese burdel… consuela un poco saber que ahora todos esos cabrones están muertos, aunque me gustaría haber podido matarlos a todos con mis propias manos.
—Eso puedo entenderlo. —me solidaricé con ella. Sólo de pensar en el horror que debió vivir se me ponían los pelos de punta.
—Andrei estará bien —me aseguró de nuevo—. Sólo ha sido el susto. Ese cabrón muerto nunca fue un padre para él, le dio por empezar a ejercer como tal cuando quiso evitar que nos fuéramos a la zona segura… dijo “también es mi hijo y él se queda aquí” para evitar que me fuera yo. Creo que esa fue la primera vez que admitió que el niño era suyo.
—Ahora todo eso se acabó, y será mejor que volvamos antes de que los demás se preocupen —repliqué al no tener el cuerpo en ese momento para esa clase de historias—. Quiero marcharme de este maldito lugar antes de que…
—¡Oh, mierda! —gimió ella señalando la carretera.
Un pequeño grupo de tres personas, salidas de no sabía dónde, estaban allí plantadas, a escasos veinte metros de nosotros, mirándonos tan atónitos como nosotras los mirábamos a ellos. Eran dos hombres y una mujer. La mujer y uno de los hombres iban vestidos con un uniforme militar, y mientras que ella era delgada y esbelta, él parecía más un tremendo saco de músculos, y ambos tenían fusiles de asalto en las manos. El otro hombre, de mayor edad que los militares, vestía un chaleco verde con muchos bolsillos e iba armado con un rifle de caza parecido al mío.
—¡Hostia! Gente viva… —exclamó sorprendido el del rifle.



7 comentarios:

  1. Genial, adictivo, no he parado de leer hasta terminar todos los capítulos de Preludios y Orígenes, pero... ¡no tengo kindle y no puedo leer los libros... !! La culpa la tiene mi hermana que me recomendó tu blog y estoy enganchada.

    Alejandro xD dime como puedo comprarte los libros sin que sea a través de Amazon.

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  2. Hola, Alejandro. Soy la hermana....y si, confirmo el diagnóstico: Bea está totalmente "infectada" :-). Capítulo genial y esperando que subas ya el 17. También quería preguntarte si vas a continuar Preludios II (en tu entrada del 23 de Enero solo hablas de Orígenes). Me he quedado con ganas de saber que pasa con los personajes!. Un saludo.

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  3. Me alegra mucho que os enganche. El 17 estará el Miércoles (o más bien la noche del Martes a partir de las 12). Todavía me quedan dos o tres relatos de Preludios para completar Preludios II, y en ellos veremos como se cierran las tramillas que quedan abiertas.
    ¡Más quisiera yo que los libros estuvieran disponibles a la venta en otro formato! Pero a base de autoedición está dificil algo que no se lea en una tabletita. Aunque en Amazon hay una aplicación para leer el formato kindle en ordenador y que se descarga de forma completamente gratuita, por si os interesa: http://www.amazon.es/gp/feature.html/ref=dig_arl_box?ie=UTF8&docId=1000576363

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  4. Muchas gracia Alejandro. Probarė con lo que propones y ya te diré.

    ;-) Bea

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  5. Incluso hay una aplicación kindle para android, cuando hay mono se lee perfecto hasta en el movil, Incluso os sincronizará el avance entre la aplicación de pc , la de movil y si tuvieseis kinle tb.

    Un saludo!

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  6. Gracias Alejandro! Al final me he creado una cuenta en Amazon, he descargado la app Kindle para iPad en la URL que me pasaste y he podido comprar, descargar y empezar con El lamento de los vivos. Estoy encantada!!!

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    1. Pues bien está lo que bien acaba. Espero que te guste.

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