CAPÍTULO 16:
MAITE
Si hubiera tenido que definir con una palabra cómo me sentía, ésta habría
sido sin duda alguna “frustración”. Frustración por no haber sido capaz de
transmitir al resto del grupo el peligro que representaba el unirnos a ese
grupo de sectarios. Frustración por tener que volver a la base militar en un
desesperado intento de hacer que entraran en razón, frustración porque Aitor
hubiera decidido quedarse en ella, porque Raquel creyera que esa mujer tenía
poderes divinos y porque Sergei estuviera empeñado en formar parte de ellos pasara
lo que pasara… y sobre todo frustración por tener que dejar a mi hija a cargo
de Luis una vez más para hacer el trabajo sucio del grupo.
En esos momentos, conduciendo de vuelta a la base junto a Judit, la única
que estaba tan convencida como yo de que todo aquello era una farsa, me sentía
más hastiada del liderazgo que nunca. De no ser porque de hacerlo acabaríamos
obedeciendo las órdenes de Sergei, habría abandonado en ese mismo instante. Dirigir
al grupo implicaba una presión que no necesitaba en mi vida.
—¿Se va por aquí a la base? —preguntó Judit mirando la carretera.
—Estoy dando un rodeo —le expliqué—. No quiero pasar cerca de donde nos
encontraron los tipos esos, por si están vigilando la zona.
—Oh… ¡Espera! ¡Para ahí! —exclamó de repente señalando un grupo de coches
abandonados junto al arcén de la carretera.
—Tenemos un poco de prisa… —le recordé. Nunca venía mal revisar lo que
pudiera haber en los coches, pero no creía que fuera tan urgente como lo que
estábamos haciendo.
—Será sólo un segundo. —me aseguró tan convencida que preferí hacerle caso
y detener el vehículo.
Más que abandonados, lo que me pareció cuando paramos junto a ellos fue que
esos tres coches se habían salido de la carretera y habían chocado contra un
grupo de rocas. Uno de ellos, el único que seguía intacto pese al supuesto
accidente, era de la guardia civil, y fue precisamente hacia él donde se
dirigió Judit en cuanto bajó del vehículo.
—¡Espera! —la llamé bajando yo también con el rifle en la mano,
asegurándome de que no había resucitados cerca—. Podría ser peligroso, ¿por qué
hemos parado aquí?
—Quiero comprobar una cosa —respondió con mucho misterio agachándose junto
al coche—. ¿Qué crees que pasó aquí?
—No lo sé —reconocí tras observar todo aquello con detenimiento y no llegar
a ninguna conclusión interesante—. Parece que hubo un accidente, quizá la
guardia civil se detuvo a ayudar… si hubo algún muerto, es posible que se
transformara. Veo restos de sangre por el suelo.
Se me ocurrió mirar en el maletero mientras ella rebuscaba en los asientos
delanteros, y allí encontré, además de un montón de cosas que no nos valían
para nada, una escopeta y munición extra para ella.
—¡Premio! —exclamé un poco más contenta. Después de todo, no había sido una
pérdida de tiempo detenernos allí—. He encontrado un arma, Judit.
—Yo el cadáver del conductor —anunció ella mostrándome una pistola dentro
de su funda, la cual permanecía enganchada al cinturón que le había quitado al
cuerpo—. Creo que ya podemos seguir. ¿Ves? No hemos perdido ni dos minutos.
—Vamos. —asentí cargando con la escopeta y los cartuchos de munición y
metiéndolos dentro del coche antes de volver a ponernos en marcha.
—¿Me puedo quedar la pistola? —preguntó cuando ya estábamos acercándonos a
la base militar—. Me sentiría más segura con ella. No niego que, aunque quiera
desacreditar a la líder de esa secta más que nada, esto me asusta un poco.
—Quédatela —le permití—. Pero no la utilices a menos que sea imprescindible,
no queremos llamar la atención de la gente del pueblo, ni de los resucitados
que pueda haber por aquí.
—De todas maneras no sé utilizarla. —dejó caer mirando el arma con
curiosidad.
—¿Entonces para qué…? ¿Sabes qué? Da igual, ya hemos llegado. —dije aparcando
el tema al alcanzar la entrada a la base.
El coche con el que fuimos la primera vez estaba todavía allí, aparcado a
poca distancia de la valla y con las llaves aún puestas. Quizá eso fuera una señal
de que nadie más había ido a ese lugar desde que lo hicimos nosotros dos días
atrás, pero no podía estar segura.
—Ahora cuidado, ¿vale? —advertí a Judit colgándome el rifle a la espalda.
—Vale, pero… ¿no queremos justamente lo contrario? —inquirió ella confundida—.
Quiero decir, pretendemos que ese hombre nos encuentre, ¿no es eso?
—Sí, pero aquí podría haber todavía resucitados —le recordé—. No quiero
caer en lo mismo dos veces seguidas. Tenemos un par de horas hasta el mediodía,
tiempo más que de sobra para que nos vea si está por aquí. Vamos.
Nos pusimos en marcha. En principio no teníamos ningún lugar específico por
dónde empezar a buscar, tan sólo dar vueltas para que él nos viera y estar
atentas por si le encontrábamos nosotras antes, aunque se me ocurrió que quizá
en los alrededores de la iglesia, el lugar donde me pareció que le había visto
por primera vez, tuviéramos más posibilidades.
—No te lo he dicho antes, pero me sorprendió gratamente ver que no te
dejaste embaucar por las percepciones que sí engañaron a Raquel y a Aitor en
aquella ceremonia. —dejó caer Judit de repente.
—¿Qué quieres decir? —le pregunté sin saber a qué se refería.
—En la ceremonia… yo también sentí cosas cuando aquella cabeza cortada la
mordió delante de todo el mundo —se explicó—. Y estoy segura de que tú también,
pero no te dejaste engañar.
—Sí. —admití sin tenerlas todas conmigo.
Sí que lo había sentido, exactamente igual a lo que relataron tanto Raquel
como Aitor: como si una poderosa presencia se hubiera introducido en la
basílica. Pero a diferencia de ellos, no estaba tan dispuesta a darle
credibilidad a aquella sensación, y no porque fuera una escéptica empedernida
como Judit, sino porque el instinto me decía que detrás de aquello no había
nada bueno. Nunca fui una mujer demasiado religiosa, y sin embargo dudaba que
una manifestación del Todopoderoso pudiera despertar en mí tal desconfianza e
inquietud. Se suponía que Dios era paz y amor, no confusión y suspicacia.
—Sospecho que ese sentimiento de religiosidad tan repentino tiene su
origen… —comenzó a decir, pero no supe donde tenía su origen porque en ese
mismo instante una persona armada con un fusil de asalto militar salió de
detrás de la iglesia y nos apuntó con su arma.
Mi reacción fue inmediata, agarré el rifle y le apunté a él, que no era la
persona que habíamos ido a buscar… o al menos no lo parecía. Vestido con una
desgastada pero limpia chaqueta de cuero marrón, aquel hombre nos miró con
desconfianza sin dejar de encañonarnos. Judit sacó torpemente la pistola de su
funda, pero antes de que pudiera unirse a aquel duelo de armas, otro tipo
apareció a nuestra espalda.
—¿Quién coño…? —balbuceé alternando la mirada entre uno y otro, atenta a
que ninguno intentara abrir fuego. El recién llegado también iba armado.
—¿Y vosotras de dónde cojones salís? —exclamó el primero de ellos.
—¿Quiénes sois vosotros? —les interrogué, poco dispuesta a responder a sus
preguntas mientras nos estuvieran amenazando—. ¿Qué hacéis aquí?
—¿Ese cabrón tiene cómplices? —le preguntó el segundo hombre al primero.
—¿Yo qué coño se? —respondió éste.
Una tercera persona se acercó corriendo, aunque aquella resultó ser una
mujer que también iba armada con un fusil de asalto. Su cara ya la había visto
antes, y no fue hasta que se plantó a unos metros de nosotras y escupió al
suelo cuando la reconocí del todo. Creía recordar que su nombre era Sara, y
pertenecía a la secta. Evidentemente ella, que fue parte del grupo que nos
llevó hasta su comunidad cuando nos encontramos, nos reconoció también.
—¿Qué cojones estáis haciendo aquí? —nos preguntó frunciendo el ceño y
levantando su fusil hacia nosotras.
—¿Las conoces? —quiso saber uno de los hombres.
—Sí, estuvieron en la ceremonia de ayer, ¿no os acordáis? —les dijo ella
escupiendo en el suelo otra vez—. Son del grupo de la ermita.
—¿Y qué hacen aquí? —masculló el otro.
—¿Qué hacéis vosotros? —intervine yo harta de que tres armas me estuvieran
apuntando mientras yo sólo podía encañonar a uno de ellos—. Se supone que este
lugar está vacío, ¿qué estáis buscando?
—Eso no es de tu incumbencia —replicó Sara no muy satisfecha de tener que
responder a mis preguntas—. Tenemos asuntos que resolver aquí.
—¿Algún soldado superviviente que rematar? —inquirí.
—¿Qué coño dices? —escupió el de la chaqueta de cuero.
—A lo mejor no deberíamos provocarles. —me susurró Judit visiblemente
asustada.
—¡Está ahí! —bramó de repente el otro señalando al tejado de la iglesia.
Sobre él, un hombre vestido con algo parecido a una capa negra con capucha
se apoyaba en el campanario mientras nos vigilaba… o lo hacía hasta que todos
giraron sus armas hacia él y abrieron fuego. Instintivamente arrastré a Judit
al suelo cuando las balas comenzaron a volar, ya tenía experiencia con ese tipo
de tiroteos y sabía que una bala perdida podía ser más peligrosa que un muerto
viviente.
—¡Maldita sea! ¿Dónde se ha metido? —gruñó Sara al cesar los disparos. Cuando
me atreví a alzar la mirada, descubrí que el tipo de la capa había desaparecido
del tejado.
—¡Vamos! ¡Ya casi le tenemos! —exclamó uno de los hombres.
—¿Y qué hacemos con ellas? —preguntó Sara parándose frente a nosotras.
—Han visto demasiado. —sentenció él.
—Pero iban a ser parte de los nuestros… —objetó apuntándonos de nuevo con
su arma.
Por haberme lanzado al suelo para cubrir a Judit me había quedado
desarmada, no podría agarrar el rifle y disparar antes de que ellos nos
acribillaran a balazos sólo por intentarlo.
—La pistola. —le susurré entre dientes. Al estar todavía sobre ella podía
intentar cogerla sin que vieran.
—Pero no son de los nuestros. —replicó el hombre dedicándonos una dura
mirada.
Judit me puso disimuladamente la pistola en la mano, pero de todas formas no
creía que pudiera lograrlo, Sara ya estaba preparada para ejecutarnos allí
mismo, y en lo único que podía pensar era en cómo se iba a sentir Clara cuando
no regresara con ella…
—Lo siento. —dijo poniendo el dedo en el gatillo.
—¡Ahí está otra vez! —gritó alguien.
Sara abrió mucho los ojos, y un segundo más tarde, cuando en el aire
volvían a llover las balas, cayó al suelo de boca con un puñal clavado en la
espalda.
—¡Hijo de puta! —bramó el de la chaqueta de cuero en dirección al hombre de
negro, que se movía como una flecha entre los edificios… no obstante, nadie
podía ser más rápido que las balas eternamente, así que estaba segura de que le
acabarían alcanzando si seguía exponiéndose tanto.
—¡Quédate en el suelo! —le indiqué a Judit incorporándome para poder
disparar a uno de los agresores.
No era el primer hombre que mataba, pero quizá si al que mataba estando
perfectamente lúcida y sabiendo lo que hacía. Sin embargo, cuando cayó con un balazo
en el estómago no me sentí culpable. Esa gente había intentado matarnos sin
ningún motivo.
Al girarse y ver lo que había hecho, el único superviviente sufrió un
arrebato de ira y se lanzó a por mí con el fusil en la mano, más dispuesto a
matarme a golpes que disparándome con él… pero el extraño hombre de negro
apareció oportunamente y le hizo un placaje con el que ambos cayeron al suelo
dando vueltas. Para cuando se libraron el uno del otro, el sectario tenía el
cuello cortado y sangraba como un cerdo, mientras que su asesino agarraba en su
mano derecha un cuchillo ensangrentado.
Intenté dar un paso y acercarme, pero inmediatamente estiró el brazo del
cuchillo y me amenazó con él. Levanté las manos para hacerle ver que no
pretendía atacarle… después de todo, habíamos ido hasta allí para hablar con
él, para escuchar lo que tuviera que decir, que tras lo que acababa de ocurrir
no dudaba que sería mucho.
—No somos parte de ellos —le aseguré—. No hemos venido a atacarte, sólo queremos
respuestas.
El hombre giró la cabeza tan rápido hacia mí que temía que se hubiera
quebrado el cuello. Bajo aquella capa negra había una densa melena negra,
acompañada por una desaliñada barba que le cubría toda la cara. El único rasgo
que se podía distinguir bajo esa mata de pelo eran unos desconfiados ojos
azules que me miraban con un deje de locura para nada tranquilizador. Aunque la
barba engañaba, no debía tener aún cuarenta años, y por lo que acababa de hacer
estaba claro que se conservaba bien físicamente, así que cabía la posibilidad
de que él mismo hubiera sido uno de los militares de la base.
El sectario degollado dejó de moverse, y los estertores cesaron mientras le
sostenía la mirada a aquel extraño personaje.
—Se levantarán. —anunció con una voz ronca, producto de no haber hablado en
mucho tiempo.
—Lo sé —asentí—. Nos has salvado la vida, gracias… me llamo Maite, ella es
Judit, ¿tienes un nombre?
—¡Por supuesto que tengo un nombre! —replicó ofendido. Su reacción fue tan
brusca que me hizo dar un paso atrás, hasta quedar al lado de Judit, que en ese
momento se levantaba del suelo y observaba con aprensión los cadáveres del
suelo—. No estoy loco.
—Nadie ha dicho que lo estés, sólo pensé que a lo mejor preferías
permanecer en el anonimato —improvisé. Lo cierto era que sí me parecía que
estuviera un poco loco, pero ya contaba con ello. ¿Qué otra explicación había
si no para que alguien viviera solo en una base militar tomada por los muertos
vivientes?
—Gonzalo —dijo—. Mi nombre es Gonzalo Medina, sargento Gonzalo Medina, en
realidad.
—¿Eras militar? ¿Del ejército? ¿Por qué los de la secta querían matarte? —le
pregunté entusiasmada al creer que por fin había encontrado lo que buscaba:
alguien que supiera la verdad sobre qué había ocurrido en ese lugar.
—¿Conoces la secta? —exclamó perplejo.
—Creo que acaban de intentar matarnos también —observó acertadamente Judit—.
Eso no ayuda a que quiera unirme a ellos, a decir verdad.
—¿Uniros a ellos? —musitó alzando el cuchillo un poco más.
—¡No! —dije interponiéndome entre ambos—. No queremos unirnos a ellos, sino
todo lo contrario. Queremos saber lo que hicieron aquí, y a lo mejor tú puedes
contárnoslo.
—¿Por qué queréis saberlo? —inquirió suspicaz—. Eso no le importa a nadie.
¡A nadie!
—A nosotras sí —le aseguré—. Somos parte de un grupo más grande, llegamos a
esta zona hace sólo unos días y nos escondimos en la ermita que hay al norte,
pero ayer nos topamos con la secta. Nos ofrecieron unirnos a ellos, aunque
después de presenciar una de sus misas queremos disuadir al resto para que no
lo hagan. Tal vez, si nos contaras…
—¿Visteis una de sus misas? —se interesó repentinamente—. ¿Visteis la
cabeza?
—Sí. —aseveré, lo que hizo que se rascara la barba varias veces mientras
pensaba.
—Será mejor que hablemos en un lugar más seguro. —nos indicó señalando a un
par de muertos vivientes que se acercaban a lo lejos, sin duda atraídos por el
ruido de los disparos de un momento antes.
Cuando se detuvo a rematar a los tres sectarios, y evitar así sus
transformaciones, antes de llevarnos a ese lugar más seguro, no me pareció que
sintiera ningún remordimiento por haber matado a dos de ellos. Tampoco me
extrañó teniendo en cuenta que habían intentado matarle. Yo, por mi parte,
recogí sus armas del suelo suponiendo que nos serían útiles en la ermita.
—Creo que está un poco ido de la cabeza. —murmuró Judit cuando comenzamos a
seguirle a donde fuera que nos estuviera llevando.
—Un poco sí. —tuve que admitir.
Su refugio se encontraba dentro de la iglesia profanada, como ya me había
imaginado. En una habitación contigua al altar tenía un saco de dormir militar,
una mochila, un fusil del ejército sin balas y muchas raciones de comida vacías
tiradas por todas partes. Judit y yo nos sentamos en una esquina limpia de
porquería, mientras que él lo hizo sobre el saco de dormir. El olor a
putrefacción que se colaba por la puerta era intenso, pero soportable, aunque
no entendía cómo no había enfermado viviendo al lado de un montón de vísceras
putrefactas e insectos necrófagos.
La visión del altar profanado afectó especialmente a Judit, que de los tres
era la única que no había tenido la desgracia de visitarlo antes.
—Me parece que voy a vomitar. —gimió cubriéndose la nariz y la boca con la
manga del jersey.
—No he limpiado este sitio porque el olor mantiene alejados a los
reanimados —se disculpó él quitándose la capa negra, que apestaba a podrido
casi igual que el altar, y echándola a un lado—. Tampoco recibo muchas visitas…
—No importa —dije yo—. Entonces, ¿qué fue lo que pasó aquí?
—Fue esa mujer —lamentó—. Ella lo empezó todo cuando comenzó a realizar
sus… milagros.
—¿Milagros? —replicó Judit escéptica, pero inmediatamente volvió a cubrirse
la boca asqueada.
—A falta de un nombre mejor —asintió él—. Recuerdo la noche en que se
fueron como si hubiera pasado ayer. Su gente se rebeló, abrió las puertas y
ella pasó entre los muertos vivientes sin que se volvieran a mirarla siquiera…
después de eso, era imposible no creer en ella.
—¿Por qué no empiezas desde el principio? —le sugerí con la intención de
obtener un relato más ordenado.
—Vale… vale —consintió respirando profundamente—. Al principio vinieron
muchos civiles a refugiarse tras nuestras vallas, y acogimos a todos los que
pudimos. Otros, sin embargo, no tuvieron tanta suerte… y eso cabreó a mucha
gente como podéis imaginar, pero nuestros recursos eran limitados. Luego tuvimos
que imponer obediencia militar, teníamos que hacer que este sitio funcionara, y
eso gustó menos aún, pero no fue hasta que ella y su grupo comenzaron a
rebelarse abiertamente cuando la cosa se puso fea. Sólo eran unos pocos al
comienzo, no le dimos importancia, pero cuando pudieron imponerse, abrir las
puertas y los muertos no la atacaron… fue la locura.
—¿Qué pasó? —pregunté interesada.
—Todos los de su grupo decían que debía ser ella la que mandara, porque esa
era la voluntad de Dios. Sin embargo, como comprendéis, no estábamos dispuestos
a dejar el control de la base en manos de una supuesta iluminada, por muchos
milagros que realizara, así que decidieron irse. La siguieron, literalmente,
por todo el pueblo hasta que llegaron a la basílica.
—¿Todos? —me extrañé.
—No, todos no, sólo sus seguidores, o los que creíamos que eran todos sus
seguidores, mejor dicho —se corrigió—. Dejó a muchos dentro porque tenía un
plan más perverso en mente. Por la noche, ese grupo se coló en el arsenal, robó
las armas y se hizo con la base por la fuerza… nos superaron, creíamos que con
esa gente fuera dentro estábamos a salvo, pero nos equivocamos, y lo pagamos
muy caro…
—Entiendo que resulte doloroso. —quise parecer comprensiva al verle
titubear.
—No sé si sobrevivió alguien además de mí mismo —continuó sin hacer caso a
mis palabras—. Mataron a mis compañeros, a mis superiores, a mis subordinados…
los ejecutaron. Luego robaron todo y formaron su zona segura alrededor de la
basílica. Yo vi cómo clavaban la cabeza del comandante en un báculo y… y…
—¿Qué pasó con el resto de civiles, con los que no eran parte de la secta? —pregunté
con aprensión. Cada vez veía con más claridad la clase de grupo que era la
gente de la basílica: una pandilla de chalados religiosos, tal y como había
dicho, pero además unos asesinos.
—Dijeron que quienes no estaban con ellos eran parte de este mundo
condenado, y que por tanto no debían vivir —me explicó—. Los mataron, pero eso
fue después, cuando los clavaron en estacas, primero…
—Les sacaron la piel, ¿verdad? —terminé la frase horrorizada. Cuando fuimos
a esa capilla por primera vez, estaba todo lleno de piel humana.
—Su piel sigue aquí, en el altar que profanaron porque, según ellos,
representaba la idolatría y la falsa religión que condenaron al mundo.
—concluyó.
Judit y yo intercambiamos una mirada. Ya teníamos todo lo que
necesitábamos, más incluso, así que me puse en pie tan bruscamente que Gonzalo se
sobresaltó.
—Coge tus cosas, nos vamos —le espeté cargándome el rifle a la espalda—. Mi
grupo tiene que saber esto antes de que, en su ignorancia, decidan unirse a esa
gente.
—Y no te lleves esa capa —le pidió Judit casi suplicante—. Apesta casi
tanto como este lugar.
—¡Lo de este tío debe ser una broma! ¿No? —bramó Sergei después de que,
tras reunirnos todos dentro de la ermita, el sargento Gonzalo Medina, también
conocido como “hombre de negro” por el color de la capa que al final, pese a
los ruegos de Judit, sí había llevado consigo, volviera a contar la verdad
sobre lo ocurrido en la base militar con los sectarios.
—No es ninguna broma —le increpé—. Esos chalados intentaron matarle,
intentaron matarnos a Judit y a mí, además de que su historia encaja.
—La historia que según tú cuentan ellos también encaja —replicó el ruso—.
¿Por qué tenemos que creer a este chiflado apestoso?
—¡No estoy loco! —protestó Gonzalo—. Y la capa…
—Lo ha pasado mal precisamente por culpa de esa gente a la que quieres
unirte —salí en su defensa—. Creo que está claro que esa no es la comunidad
idílica que querían hacernos creer, se ha levantado a base de sangre por una
líder que les hace creer que es una enviada de Dios.
—¿Qué pruebas tenemos de que eso último no es cierto? —intervino Raquel—.
Él mismo ha dicho que fue un milagro que saliera fuera de la base y los
resucitados no le mordieran.
—Si es una enviada, lo es de Lucifer y no de Dios —declaró Gonzalo
sentándose en una esquina, lejos de todos—. El demonio domina las almas de los
muertos y le ha otorgado ese don a su elegida para gobernar un mundo destruido…
—Genial, ya está delirando. —bufó Sergei con desprecio.
—¿Qué opináis los demás? —quiso saber Sebas, indeciso en los momentos
críticos como siempre.
—Puede que este tío esté mal de la cabeza y su ropa no huela precisamente a
rosas —apuntó Toni—. Pero yo siempre me he creído eso de “piensa mal y
acertarás”, y entre creer que los vencedores son los buenos de la historia y
creer lo que él dice, me quedo con esto. Sé que es doloroso, que todos nos
habíamos hecho ilusiones de haber encontrado un lugar seguro, pero sabiendo
esto paso. Puedo tolerar que sean unos fanáticos religiosos, pero no que sean
unos asesinos.
—Me temo que yo también he de pronunciarme en contra —añadió Luis
pausadamente—. Pienso que un grupo así es peligroso, si matan a los vivos y
utilizan cabezas de muertos en su rituales, no son de fiar. No creo que sea la
clase de comunidad que estamos buscando… de hecho, creo que deberíamos
marcharnos de aquí cuanto antes ahora que saben dónde estamos. Podríamos correr
peligro.
—Estoy de acuerdo. —asintió Sebas posicionándose con la mayoría.
—¡Por favor! —gruñó Sergei al ver que el grupo le iba abandonando—. Puede
que hayan matado a gente, ¿y qué? ¿Quién tiene las manos limpias en estos
tiempos? Lo importante es que tienen muros, armas, comida y nos han ofrecido
ser parte de ellos.
—Unirse a esa gente es vender tu alma al diablo. —musitó Gonzalo.
—Creo que el chalado éste ya ha dicho suficiente tonterías por hoy —replicó
el ruso—. ¿No podéis hacer que se calle?
—Pues yo creo que la mayoría ha hablado —declaré sin poder ocultar mi satisfacción—.
Si alguien quiere marcharse con ellos está en su derecho, pero los demás nos
vamos de aquí.
Sergei dio un manotazo en el aire, se giró y se marchó en dirección al
exterior de la ermita. Katya me miró con aprensión antes de coger a Andrei de
la mano y salir tras él… sabía lo que significaba esa mirada, era miedo. Ella
ya estaba poco convencida de lo que a ese grupo se refería, pero después de
escuchar la historia de Gonzalo, no le debía quedar ninguna duda. Sin embargo,
Sergei se empeñaría en que los dos se fueran con él, y yo no iba a permitirlo a
menos que esa fuera su voluntad. Ese ruso mafioso llevaba demasiado tiempo
haciendo lo que a él le daba la gana, y allí él no era nadie para decidir por
los demás, ni siquiera por su mujer.
—¿Y qué pasa con Aitor? —preguntó Raquel con preocupación—. Él no sabe nada
de todo esto.
Era una pregunta difícil. No teníamos forma de hacerle llegar un mensaje, y
aunque así fuera, quizá sólo le pusiéramos en apuros haciéndolo si esa comunidad
le había acogido de buen grado. Tristemente lo único que podíamos hacer era
desearle suerte y seguir sin él.
“Chiquillo idiota” pensé con fastidio… pero eso era lo que pasaba por tomar
decisiones importantes por puro despecho en lugar de pensarlas a fondo antes.
—Me temo que ya no podemos hacer nada, Raquel —le dije con delicadeza—.
Tomó su decisión y ahora no puede echarse atrás, con esa gente podríamos
ponernos en peligro a nosotros y a él mismo si le contamos lo que sabemos.
Tendremos que seguir adelante sin él.
Le costó asimilar el golpe, puede notarlo, aunque al final asintió un par
de veces antes de tener que secarse un par de lágrimas que comenzaron a brotar
de sus ojos. Me hubiera gustado poder consolarla, pero había otros asuntos que
reclamaban mi atención. Mientras los demás se dispersaban me acerqué a Sebas,
que tampoco parecía muy feliz por la decisión que habíamos tomado.
—¿Va todo bien? —pregunté al detenerme a su lado.
—Sí… bueno, un poco decepcionado, eso es todo. —contestó encogiéndose de
hombros.
—Necesito que hagas una cosa —le pedí—. Estoy segura de que Sergei querrá
irse, pero al hacerlo intentará llevarse también por la fuerza a Katya y
Andrei. Quiero que le vigiles y me avises si intenta algo así, ¿de acuerdo?
—Eh… de acuerdo, vale —accedió un poco impresionado—. Pero Katya es su
mujer y…
—Es su mujer, no su esclava —le sermoneé—. Puede tomar sus propias
decisiones, no voy a dejar que se la lleve contra su voluntad, ¿entiendes?
—Entiendo. —asintió inmediatamente, asustándose de mi tono.
—Gracias. —dije antes de dejarle y salir en busca de Clara. Le había pedido
que esperara en nuestra habitación mientras hablábamos porque no creía que el
contenido de lo que se tenía que decir fuera adecuado para los oídos de una
niña, pero antes de llegar allí, Luis me abordó.
—Irene no está. —anunció con preocupación.
—¿Cómo que no está? —repliqué sin comprender—. Estaba aquí hace un momento.
—Pero ahora ya no —insistió—. En cuando tu amigo de la base terminó su
historia se levantó y salió de la sala. Pensaba que estaría en su dormitorio,
pero no está, y sus cosas tampoco.
Durante los últimos días había tenido demasiadas cosas en la cabeza como
para preocuparme por Irene. Seguía sin gustarme que estuviera con nosotros, y
mis sospechas de que tuvo que ver con la muerte de Érica no se habían disipado,
de modo que si había decidido marcharse me parecía estupendo. Mi único temor
era que se echara atrás y decidiera volver antes de que nos hubiéramos ido
nosotros también y la perdiéramos para siempre.
—No podemos salir a buscarla ahora —le contesté—. No sabemos a dónde ha ido…
a lo mejor, al saber que ese lugar está lleno de asesinos, ha decidido unirse a
ellos para estar entre los suyos.
—Ya, pero estoy hablando en serio —protestó Luis—. Deberíamos al menos
fingir preocupación porque un miembro de nuestro grupo desaparezca.
—Y lo hago —le aseguré—. Pero no puedo hacer nada por Aitor, y tampoco
puedo hacer nada por ella. Ahora, si me disculpas, quiero ver a mi hija.
El doctor se echó a un lado, aunque al ver la mirada de reproche que me
dedicó supe que aquello no había acabado. Sin embargo, lo último que tenía en
mente en ese momento era preocuparme por Irene con todo lo que tenía ya en la
cabeza.
—¿Clara? —llamé a mi hija cuando la vi en la habitación mirando por la
ventana, que daba al patio trasero de la ermita.
—¿Qué pasa, mamá? —preguntó girando la cabeza rápidamente. Parecía
preocupada por algo.
—Ve recogiendo las cosas, nos vamos. —le dije.
—¿Vamos a ir al sitio ese donde fuiste ayer? —quiso saber volviéndose del
todo.
—No cariño, nos vamos… —No sabía decirle a dónde íbamos a ir porque
realmente no sabía hacia dónde podíamos dirigirnos. Sencillamente se me habían
acabado las ideas—. Vamos a buscar otro sitio.
—¿Es por lo que ha dicho el tipo raro ese que has traído? —preguntó
fingiendo inocencia, pero no me engañó ni por un segundo.
—¿Has escuchado lo que se ha dicho? —la interrogué.
—Bueno… un poco. —admitió poniéndose colorada.
Suspiré con resignación, pero a la vez me sentí muy tonta. ¿Qué sentido
tenía intentar esconderle unos asesinatos cuando había visto morir a tanta
gente y vivía rodeada de cadáveres revividos? Cuanto antes se diera cuenta de
que la gente viva tampoco era de fiar, mejor le iría en el futuro.
—Sí, es por lo que ha dicho él —le confirmé—. Esa gente es peligrosa,
¿entiendes? Puede que más que los muertos vivientes, así que vamos a alejarnos
todo lo posible de ellos.
—Vale —se resignó asintiendo con la cabeza—. Creía que íbamos a enterrar a
papá aquí… es un sitio bonito.
Lo último que necesitaba en ese momento era que me recordara eso… pero
quizá ella tuviera razón, era un sitio tan bueno como cualquier otro para darle
el ya demasiado retrasado último adiós a su padre. A lo mejor cuando estuviera
hecho pudiera empezar a pasar página, y puede que incluso lo consiguiera yo
también.
—¿Sabes qué? Creo que aunque vayamos a irnos podemos hacerlo aquí —le dije
agachándome a su lado y cogiéndola de las manos—. Es un lugar bonito, y así,
aunque viajemos mucho, siempre sabremos dónde está. ¿Qué te parece?
—Vale. —consintió de buen grado.
—Pues venga, hacemos el equipaje rápido y luego lo hacemos, ¿de acuerdo?
Asintió, e inmediatamente se puso a recoger sus cosas, que tampoco eran
demasiadas. Se me ocurrió que a lo mejor podíamos pasarnos por algún centro
comercial de las afueras para abastecernos no sólo de comida, sino también de
ropa limpia y todo lo que pudiéramos encontrar que nos resultara útil. Al menos
eso no daría tiempo para seguir buscando.
—¡Maite! Deberías salir aquí fuera. —me llamó Luis entrando bruscamente por
la puerta un cuarto de hora más tarde, cuando ya lo teníamos todo listo.
—¿Qué pasa? —le pregunté alarmada, ¿habría regresado Irene?
—Ven. —fue lo único que me dijo antes de darse la vuelta y marcharse.
—Espera un momento, hija. —le pedí a Clara saliendo detrás del doctor.
Casi todo el grupo, entre ellos Gonzalo, se había reunido junto al altar
alrededor de Sebas, que sentado en el suelo luchaba por contener la sangre que
le chorreaba por la nariz.
—¡Maite! —exclamó nada más verme llegar, antes de que pudiera decir nada—.
Se ha ido, se los ha llevado. He intentado detenerle, pero…
No me quedé a escuchar nada más. Tenía que haberme dado cuenta de que
Sergei estaba muy alterado, y que Sebas no era rival para él si quería hacer lo
que acababa de ocurrir. Era culpa mía que se hubiera llevado a Katya y a Andrei
contra su voluntad, así que a mí me correspondía solucionarlo. Rifle en mano
salí al patio, allí faltaba el coche del ruso, pero seguía estando el
todoterreno militar.
—¡Espera! —gritó Luis saliendo tras de mí—. ¿Qué pretendes hacer? Si se ha
ido, está en su derecho a hacerlo.
—Él puede hacer lo que le dé la gana —exclamé subiéndome al vehículo y arrancándolo—.
Pero no puede decidir por su mujer y su hijo.
Luis fue a decir algo más, pero no me quedé a escucharle… Clara tendría que
esperar un rato más, no podía permitir que Sergei se saliera con la suya y
metiera a Katya y Andrei en una secta de asesinos peligrosos.
Conduje casi sin prestar atención a la carretera en dirección a Colmenar
Viejo. Sabía exactamente a dónde se dirigía él: al lugar donde se suponía que
Óscar nos estaba esperando por si decidíamos unirnos a ellos. Les había dicho a
todos cuál era el sitio en la primera reunión del grupo, así que sabían llegar…
sólo deseaba poder interceptarles antes de que se marcharan de allí. No quería
tener que aporrear la puerta de la basílica hasta que dejaran que Katya y
Andrei se marcharan.
No sabía cómo iba a acabar aquello, pero sí sabía que el ruso no tenía
escrúpulos, así que a lo mejor incluso se ponía violento. De lo que estaba
segura era de que no iba a rendirse sin luchar, ese hombre tenía un extraño
concepto del matrimonio, y parecía considerar que podía disponer de su mujer a
su antojo. Si mi difunto marido, cuyo entierro había retrasado el ruso con su
escapada, me hubiera tratado así, habría acabado de patitas en la calle con una
patada en el culo.
Lo que no entendía era cómo Katya podía aguantarlo. Cuando el mundo tenía
sentido quizá no tuviera otra opción, pero en la situación que estábamos
viviendo no tenía ninguna razón de seguir sometida a él.
“Sí que hay una Maite” me corregí a mí misma, “una muy grande y muy
poderosa: el miedo.”
¿Quién podía querer pasar por el fin del mundo sola? Con la pata quebrada
bajo la sombra de Sergei, ella y su hijo se creían protegidos… igual que yo
cuando eran otros quienes tomaban las decisiones, igual que los demás siendo yo
quien las tomaba en ese momento, e igual que esos sectarios con los milagros de
la mujer que les dirigía.
Pero toda esa falsa seguridad se iba a acabar pronto para el grupo. En
cuanto volviera dimitiría de ser quien dirigiera el cotarro para siempre. Bastante
tenía con cuidar de mi hija como para añadir a eso las preocupaciones de la
toma de decisiones. No hacía otra cosa que jugarme la vida por ellos, y ya no
podía más, al llegar a la ermita haría el funeral por mi marido que debí hacer
semanas atrás y me centraría en ayudar a Clara a superar todo por lo que
estábamos pasando. No más viajes para averiguar la verdad, no más rescates ni
más críticas a mi forma de hacer las cosas… a partir de ese momento sería una
más, y me limitaría a hacer mi parte.
Detuve el coche a escasos metros del de Sergei cuando llegué al lugar
acordado. Se trataba de un pequeño chalet rodeado por un muro de metro y medio
de alto, y una valla cubierta por una enredadera, cuya puerta principal estaba
abierta. Armada con el rifle, me acerqué con precaución porque aunque la calle
estaba limpia, me había metido en territorio de los resucitados, y tampoco
sabía con cuánta violencia sería capaz el ruso de responder a mis exigencias.
Me los encontré allí a los tres, en el mismo patio. Andrei permanecía
agarrado al pantalón de su madre, mientras ésta observaba a Sergei caminando
arriba y abajo con evidente nerviosismo. Pese a que mi llegada en coche no
debió ser precisamente discreta, ninguno de ellos parecía estar esperándome, de
modo que se sorprendieron bastante de verme allí… o al menos lo hizo Katya,
puesto que Sergei me recibió con una mirada asesina que consiguió asustarme.
—Se ha ido —masculló con rabia contenida—. Se ha debido cansar de esperar y
se ha largado, aquí no hay nadie. ¿Ya estás contenta?
—¿No estaba aquí? —pregunté extrañada. Era el lugar exacto, y tampoco era
tan tarde. Apenas había pasado el mediodía, y Óscar nos dijo que estaría todo
el día… con el interés que tenían en captarnos, me parecía raro que no hubiera
allí nadie.
—Ya lo has conseguido, era lo que querías, ¿no? —me acusó acercándose a mí—.
Querías que nadie se uniera a ese grupo y lo has logrado, nos has entretenido
tanto que nos han abandonado.
—Pues tanto mejor. —dije pensando que la situación se había resuelto sola.
La respuesta del ruso fue romper de una patada un macetero que había por
allí.
—¿Mejor? —bramó—. ¡Mejor para ti, dirás! Ahora la oportunidad de tener un
lugar mejor se ha esfumado para nosotros.
—¿Un lugar mejor? —exclamé sin poder creer lo que escuchaba—. ¿Es que no
atendías mientras Gonzalo hablaba? Ese lugar es el territorio de una secta de
asesinos.
—¡¿Y qué coño importa eso?! —replicó furioso—. ¿No te das cuenta en el
mundo que vives? Lo único que nos tendría que preocupar es que la gente a la
que mataron no éramos nosotros, y tampoco lo seremos si nos unimos a ellos… pero
la culpa es mía por haceros caso, por intentar que fuéramos un grupo, debí
mandaros a la mierda mucho antes.
“Y a ti no debimos traerte con nosotros nunca” me dije lamentando el día
que se unió al grupo.
—Quizá todo eso valga para ti porque eres un puto cerdo sin escrúpulos —le
espeté hasta las narices de él—. Si te da igual unirte a una panda de asesinos
es sólo porque tú tienes tanta o más sangre en las manos que ellos. ¿Crees que
somos tontos? Nada más entrar a tu burdel de mala muerte nos callamos porque
las cosas habían cambiado, pero que no te quepa duda que todos supimos en
cuanto te conocimos que allí tu mafia y tú prostituíais mujeres, empezando por
la tuya.
Mis palabras le dejaron paralizado durante uno segundo, pero su reacción
posterior fue aún más violenta quizá debido precisamente a eso.
—¡¿Quién coño te crees que eres tú para hablarme así?! —rugió acercándoseme
tan bruscamente que tuve que apuntarle con el fusil por miedo a que se me
echara encima—. ¿Me amenazas con un arma? ¿Pones a un idiota a vigilarme? ¿De
qué coño vas, zorra?
—Te lo advierto… —le previne. Sin embargo, con un rápido movimiento apartó
el cañón del rifle de un guantazo y el arma cayó al suelo, a sus pies.
—Tienes demasiados humos para no ser más que un ama de casa venida a más —farfulló
abalanzándose sobre mí hasta hacernos caer a los dos—. ¿Con quién cojones te
crees que estás hablando? ¿Sabes quién coño era yo antes de todo esto?
Estando inmovilizada en el suelo, no pude evitar que me agarrara del cuello
y comenzara a apretar con rabia intentando asfixiarme. Él era mucho más fuerte
que yo y no me veía capaz de soltarme.
—¿Sabes acaso las cosas que le he hecho a gente mejor que tú? —añadió
apretando más las manos… aquel hombre me estaba estrangulando y lo único que
alcanzaba a hacer eran infructuosos intentos de arañarle y patalear en el suelo.
El aire comenzaba a faltarme y sentía cómo la sangre se me acumulaba en la
cabeza.
—¡Se acabó esa mierda del “líder”! —bramó fuera de sí—. ¡A partir de ahora
ese grupo de inútiles amigos tuyos hará lo que se le diga o acabarán como tú,
empezando por tu mierda de hija, que sólo es un lastre que…!
De repente se escuchó un disparo, y la presión de su agarre se alivió de
golpe. Un líquido cálido y pringoso me salpicó por toda la cara antes de que el
resto del cuerpo de Sergei cayera sobre mí como un peso muerto. Escupiendo la
sangre que me había entrado en la boca, y luchando por volver a respirar, eché
el cuerpo del ruso a un lado. Katya estaba de pie junto a nosotros, con mi
rifle en las manos humeando tras haber disparado la bala con la que atravesó la
cabeza de su marido de lado a lado.
—Ahí tienes tu lugar mejor, capullo. —murmuró entre dientes.
Al levantarme del suelo, todavía tratando de procesar lo que acababa de
ocurrir, Katya dejó caer el rifle al suelo y comenzó a patear el cadáver de Sergei
con tanta furia como la que había empelado él en estrangularme. Empapada de
sangre y todavía respirando con dificultad, la sujeté de los brazos para
apartarla del cuerpo, pero ella se resistía a dejarlo.
—¡Andrei! —le recordé intentando contenerla—. ¡Acuérdate de Andrei!
Sólo mentando a su hijo logré que parara. El chiquillo se había escondido
tras unas plantas y lloraba aterrorizado por lo que acababa de presenciar.
Dándose cuenta de ello, su madre fue con él a tranquilizarle, momento que
aproveché para volver a sentarme en el suelo y tratar de recuperar las fuerzas.
La sangre de Sergei me chorreaba por toda la cara y me había manchado la
ropa hasta por debajo de la cintura. Saqué un pañuelo del bolsillo y comencé a
limpiarme la que se me deslizaba rostro abajo al tiempo que contemplaba lo que
quedaba del ruso… desde luego no iba a transformarse en un muerto viviente
después de un disparo de rifle a bocajarro en la cabeza.
—Deberíamos irnos. —propuso Katya acercándose con Andrei en los brazos.
—Sí —le respondí con voz débil incorporándome de nuevo. Todavía estaba un
poco aturdida por lo que acababa de pasar, era la segunda vez que le volaban la
cabeza a una persona y terminaba completamente empapada en su sangre—. Por
cierto, gracias.
—Llevaba años deseando hacerlo. —afirmó dirigiéndole una mirada de odio al
cadáver.
—¿Andrei está bien? —le pregunté preocupada por el chiquillo. Acababan de
matar a su padre, y yo ya sabía lo que era para un niño ver cómo un padre
moría.
—Estará bien. —me aseguró ella.
En otras condiciones habría insistido en el tema, pero conociendo a Sergei
cabía la posibilidad de que su hijo le tuviera más miedo que afecto, porque no
lo veía precisamente del tipo de persona paternal, así que sin más preguntas salimos
de aquel patio y nos dirigimos de vuelta al coche, antes de que los muertos
vivientes hicieran acto de presencia atraídos por el disparo y los gritos.
Como ella no sabía conducir, cogimos el todoterreno, que era vehículo más
adecuado para lo que nos esperaba en adelante. Katya sentó a su hijo en el
asiento trasero mientras yo intentaba limpiarme la sangre de la cara con una
toalla que había en el maletero.
—No era mi marido —dijo pasándose una mano por la frente—. Sólo era un tío
de esa gente que se encaprichó conmigo y me folló hasta meterme un niño dentro.
—No tienes que darme explicaciones si no quieres. —contesté.
—Me trajeron engañada a este país con dieciséis años —continuó a pesar de
todo—. Creía que sería mi gran oportunidad de salir de la miseria de mi país,
pero sólo sirvió para pasarme diez años en ese burdel… consuela un poco saber
que ahora todos esos cabrones están muertos, aunque me gustaría haber podido
matarlos a todos con mis propias manos.
—Eso puedo entenderlo. —me solidaricé con ella. Sólo de pensar en el horror
que debió vivir se me ponían los pelos de punta.
—Andrei estará bien —me aseguró de nuevo—. Sólo ha sido el susto. Ese
cabrón muerto nunca fue un padre para él, le dio por empezar a ejercer como tal
cuando quiso evitar que nos fuéramos a la zona segura… dijo “también es mi hijo
y él se queda aquí” para evitar que me fuera yo. Creo que esa fue la primera
vez que admitió que el niño era suyo.
—Ahora todo eso se acabó, y será mejor que volvamos antes de que los demás
se preocupen —repliqué al no tener el cuerpo en ese momento para esa clase de
historias—. Quiero marcharme de este maldito lugar antes de que…
—¡Oh, mierda! —gimió ella señalando la carretera.
Un pequeño grupo de tres personas, salidas de no sabía dónde, estaban allí
plantadas, a escasos veinte metros de nosotros, mirándonos tan atónitos como
nosotras los mirábamos a ellos. Eran dos hombres y una mujer. La mujer y uno de
los hombres iban vestidos con un uniforme militar, y mientras que ella era
delgada y esbelta, él parecía más un tremendo saco de músculos, y ambos tenían
fusiles de asalto en las manos. El otro hombre, de mayor edad que los
militares, vestía un chaleco verde con muchos bolsillos e iba armado con un
rifle de caza parecido al mío.
—¡Hostia! Gente viva… —exclamó sorprendido el del rifle.
Genial, adictivo, no he parado de leer hasta terminar todos los capítulos de Preludios y Orígenes, pero... ¡no tengo kindle y no puedo leer los libros... !! La culpa la tiene mi hermana que me recomendó tu blog y estoy enganchada.
ResponderEliminarAlejandro xD dime como puedo comprarte los libros sin que sea a través de Amazon.
Hola, Alejandro. Soy la hermana....y si, confirmo el diagnóstico: Bea está totalmente "infectada" :-). Capítulo genial y esperando que subas ya el 17. También quería preguntarte si vas a continuar Preludios II (en tu entrada del 23 de Enero solo hablas de Orígenes). Me he quedado con ganas de saber que pasa con los personajes!. Un saludo.
ResponderEliminarMe alegra mucho que os enganche. El 17 estará el Miércoles (o más bien la noche del Martes a partir de las 12). Todavía me quedan dos o tres relatos de Preludios para completar Preludios II, y en ellos veremos como se cierran las tramillas que quedan abiertas.
ResponderEliminar¡Más quisiera yo que los libros estuvieran disponibles a la venta en otro formato! Pero a base de autoedición está dificil algo que no se lea en una tabletita. Aunque en Amazon hay una aplicación para leer el formato kindle en ordenador y que se descarga de forma completamente gratuita, por si os interesa: http://www.amazon.es/gp/feature.html/ref=dig_arl_box?ie=UTF8&docId=1000576363
Muchas gracia Alejandro. Probarė con lo que propones y ya te diré.
ResponderEliminar;-) Bea
Incluso hay una aplicación kindle para android, cuando hay mono se lee perfecto hasta en el movil, Incluso os sincronizará el avance entre la aplicación de pc , la de movil y si tuvieseis kinle tb.
ResponderEliminarUn saludo!
Gracias Alejandro! Al final me he creado una cuenta en Amazon, he descargado la app Kindle para iPad en la URL que me pasaste y he podido comprar, descargar y empezar con El lamento de los vivos. Estoy encantada!!!
ResponderEliminarPues bien está lo que bien acaba. Espero que te guste.
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