CAPÍTULO 15: LUIS
—Espera,
espera, más despacio… ¿cómo es eso de que dejó que le mordiera un resucitado? —exclamó
Toni después de que Maite, Judit y Raquel nos contaran a todos lo que habían
visto y oído durante su estancia en la comunidad de Colmenar Viejo.
—La cabeza de un
resucitado. Y no olvides que la tenía clavada en un báculo —matizó Maite, que
no había salido de aquel lugar demasiado convencida de que fuera el lugar a
salvo que andábamos buscando.
Tenía que
reconocer que cuando Sebas regresó con la noticia de que Aitor no sólo estaba
vivo, sino que además había encontrado un grupo bien organizado y una zona segura
donde vivir, me hice ilusiones. Aquello podía ser el golpe de suerte que tanto
necesitábamos después de que nuestra situación no avanzara precisamente a mejor
valiéndonos simplemente de nuestros propios medios.
Sin embargo, cuando
Maite volvió empecé a temer que se produjera una verdadera escisión en el grupo.
Lo que había visto allí no le había gustado nada e intentaba convencernos de
que no nos uniéramos a aquella comunidad, trabajo que prometía ser harto
difícil para ella, porque la posibilidad de tener un lugar a salvo de los
muertos vivientes, con comida y muros que nos protegieran, no era fácil de
rechazar para nadie.
Tras observar la
forma de comportarse de la gente después de que los resucitados asolaran el
mundo, había aprendido a ser muy cauteloso, así que no podía decir que las
noticias que nos traían me parecieran alentadoras, pero por otra parte, la idea
de unirnos a esa gente resultaba muy tentadora.
—¿Entonces está
muerta? —quiso saber Toni, al que la historia se le hacía difícil de comprender
por lo bizarra que sonaba—. Si la mordió un muerto viviente es lo que pasa,
¿no? Que yo sepa nadie ha sobrevivido a algo así.
—Por lo que
sabemos hasta, ahora es imposible sobrevivir a un mordisco —confirmé yo, que
creía que dando mi opinión médica aclararía las cosas—. Si se ha dejado morder,
está muerta. Nadie sobrevivió a uno más de un par de días, y eso con un
mordisco pequeño en un cuerpo sano y robusto, al final la infección te mata
irremediablemente. El organismo no es capaz de combatirla… pero sólo por lo que
sabemos, que tampoco es mucho.
—¿Cuál es el
problema entonces? —intervino Sergei, a quien las revelaciones de Maite habían impresionado
mucho menos que a los demás—. Cuando esa zorra chiflada esté muerta, y ese
grupo de meapilas descabezados, se acabó toda esa estupidez de cabezas
cortadas.
—No se va a morir —afirmó
Raquel con seguridad—. Le vi el brazo, no era la primera vez que hacía algo así…
dejarse morder, digo. Ya lo ha hecho antes, y toda la congregación reaccionó
con júbilo al verlo. Aquello no era un suicidio, era sólo una parte más de la
ceremonia.
—Tampoco sería
descabellado pensar que pudiera haber gente inmune a la mordedura —añadí
intentando matizar un poco mis palabras anteriores—. Todas las enfermedades del
mundo han tenido grupos de gente que, por un motivo u otro, son capaces de
resistirla. Hasta el Ébola tiene una tasa de mortalidad de sólo el noventa y
ocho por ciento, o sea, que dos de cada cien infectados sobreviven.
—Pero no hay
registros de algo así —me contradijo Judit, que al igual que Maite no había
vuelto de la visita a aquel lugar con buenas sensaciones—. En la universidad,
cuando aún trabajábamos con el ejército, teníamos miles de historiales médicos
de pacientes que fueron infectados con los que trabajar, y en ninguno se
mencionaba nada parecido.
—Eso no significa
que no pudiera existir —insistí—. Dada la naturaleza de la enfermedad, es
posible que esos casos pasaran desapercibidos… no sirve de nada ser inmune a la
transformación si te está devorando una manda de esos muertos vivientes. Pero
no sería ninguna tontería pensar que alguien que descubrió por casualidad ser
inmune a la infección haya creado una especie de culto divino a su alrededor.
¿Quién iba a impedírselo?
—Eso podría ser —admitió
Judit—. O también que no hubiera mordisco en realidad. Un ilusionista podría
hacer cualquier tipo de truco o efecto visual para engañar los sentidos con
facilidad.
—Sí que hubo
mordico —insistió Raquel—. Todos lo vimos, tenía el brazo bien, luego la cabeza
le mordió y ella sangró… y además, repito que tenía en el brazo marcas de
mordiscos anteriores. No sé explicar cómo puede sobrevivir a eso, pero lo hace.
—Entonces es que
lo que le mordió no era un muerto viviente en realidad. —se empecinó la otra
chica cruzándose de brazos, poco dispuesta a admitir una explicación de
carácter sobrenatural a aquello, como sí estaba Raquel, a quien como todo ser
humano cuyas creencias se ven cuestionadas parecieron molestarle sus intentos de
desacreditar a esa mujer que se dejaba morder por los muertos.
—Sí que lo era —protestó
frunciéndonos el ceño a todos los presentes—. ¿Por qué os cuesta tanto
plantearos siquiera la posibilidad de que aquello fuera real?
—¿Por qué estás tú
tan dispuesta a creerlo? —le espetó Maite—. Esa mujer es sólo una embaucadora
que tiene engañado a un grupo de gente demasiado necesitada de esperanza como
para pensar por sí mismos y ver detrás de los embustes a los que están siendo
sometidos.
—Yo sé lo que
sentí en la ceremonia —se defendió agachando la cabeza, quizá un poco
avergonzada—. Eso no lo puede simular.
—En realidad… —fue
a decir Judit, pero Sergei la interrumpió.
—¿Por qué no nos
centramos en lo práctico? —propuso alzando la voz para terminar con aquella
discusión, que sabía tan bien como yo que no nos llevaba a ninguna parte—. Si
aceptamos que no va a morirse por el mordisco, o lo que sea, todavía tenemos
una oferta de un grupo grande y bien defendido para unirnos a ellos en este
mismo momento. ¿Qué es lo que tenemos que pensar tanto? Si decís que nos van a esperar
en las afueras del pueblo, deberíamos recoger nuestras cosas y largarnos de
aquí. Podríamos volver dormir calientes y seguros, sin tener que preocuparnos
de que esos putos cadáveres revividos aparezcan. ¿No es eso lo que andábamos
buscando?
—En otras
condiciones te daría la razón sin dudarlo —admitió Maite—. Yo habría sido la
primera en cargar las cosas en el coche e ir allí hoy mismo. Pero dada la
naturaleza de la mujer que dirige ese lugar, creo que deberíamos pensarlo más a
fondo. Al ir allí estaríamos aceptando pasar a formar parte activa de una
especie de secta fatalista, que básicamente piensa que los reanimados están
aquí para purificar el mundo de pecadores, y que su líder es una especie de
santa a la que los muertos no pueden matar por la gracia de Dios.
—Eso es raro, vale
—declaró Sebas, que había permanecido callado y en un discreto segundo plano
hasta entonces—. Pero tendríamos nuestras propias casas, comida, camas… ¿cómo
vamos a rechazar algo así?
—Opino igual —apuntó
Sergei—. ¿Qué importa seguirle el rollo a una chalada con complejo de mesías?
Hacemos el paripé y listo, joder. ¿Es que ninguno ha ido a una celebración
religiosa sólo por compromiso? Sería más o menos lo mismo. Yo creo que a esa
tía le da igual lo que creamos en realidad, siempre que no le desmontemos el
chiringuito.
—¿Y qué
chiringuito es ese? —replicó Maite—. En un grupo que sigue ciegamente a una
líder, esa líder puede pedirnos cualquier cosa, y seguramente serán cosas poco
razonables. ¿Es que no habéis visto nunca lo que hacen en según qué sectas? Le
estaríamos dando a esa lunática completos poderes sobre nosotros para hacer lo
que le diera en gana.
—¿Y si fuera
verdad? —se empecinó Raquel—. ¿Y si lo que predica es cierto? ¿Y si realmente
es una especie de… enviada de Dios, como ella dice?
El silencio que
siguió a esas preguntas duró un par de segundos, hasta que Toni, cojeando, dio
dos pasos al frente y encontró las palabras para responder.
—Raquel, seamos
serios… lo que dices es imposible —dijo con suavidad—. ¿Cómo va a ser esa mujer
ninguna enviada…?
—¿Por qué no? —insistió
ella sin darse por vencida, y sin sentirse cohibida porque nadie más la apoyara—.
Estos seres, los muertos vivientes, no son naturales… la ciencia no puede
explicarlos, ¿y si realmente son seres sobrenaturales? ¿Y si todo lo de Dios y
la Biblia es cierto, tenemos la prueba delante y no queremos verla?
—La ciencia no
puede explicarlos… todavía —apuntó Judit—. Si a cada cosa que la ciencia no
puede explicar aún le otorgáramos naturaleza divina acabaríamos… no sé…
creyendo todo tipo de disparates.
—Como que
Jesucristo se ha reencarnado en Madrid. —se mofó Toni.
—Como dijo Mijaíl
Bakunin, no podemos poner nuestra ignorancia en un altar y llamarla “dios”. —añadió
Judit encogiéndose de hombros.
—Insisto en que
eso es un asunto completamente irrelevante —razonó Sergei—. Si es una enviada
de Dios bien por ella, felicidades, y si no lo es da igual, sólo queremos de
ellos esos muros, la comida y la protección del grupo, nada más.
—Sí que es
relevante —le contradijo Maite—. Si nos unimos a ese grupo, posiblemente
tengamos que vivir allí el resto de nuestra vida. ¿De verdad queréis hacerlo
bajo esas condiciones? Os recuerdo que esa mujer se deja morder por muertos
vivientes, se cree una especie de mesías y tiene una cabeza cortada clavada en
un bastón… y todos allí lo aplauden. Si nos unimos a ellos tendremos que
aplaudirlo con los demás, ¿eso os parece bien?
—Creo que ella
tiene razón. No pretenderás meter a Andrei en un sitio como ese, ¿verdad? —le
murmuró Katya a Sergei en voz lo suficientemente baja como para que nadie más
pudiera escucharlo, pero al encontrarme justo a su lado yo también, no me pasó
desapercibido el comentario, ni tampoco la respuesta del ruso.
—Tú cállate —le
espetó él con no muy buenos modos—. ¿No ves que ésta puede ser la mejor oportunidad
que tengamos?
—¿Y qué otra
opción nos queda? —preguntó Irene desde una esquina, consiguiendo que todos se
volvieran hacia ella, que no había abierto la boca desde que Maite y las demás
volvieran.
Dado que mató al
grupo de niños que cuidó el tiempo que estuvo encerrada en la escuela mientras
el mundo se hundía a su alrededor, pese a ser parte del grupo no contaba con
demasiadas simpatías. Maite no había intentado disimular la animadversión que
le despertaba en ningún momento, y Sergei tampoco… cosa que podía comprender cuando
ambos tenían hijos. El resto del grupo, salvo Aitor, que no se encontraba allí,
simplemente la tolerábamos. Era posible que, por pura humanidad, no quisiéramos
dejarla sola y abandonada a las afuera de Madrid cuando la conocimos, pero se
hacía difícil querer entablar amistad con alguien que había sido capaz de matar
a sangre fría a unos niños inocentes. Debido a aquello, no solía ser muy
participativa en ese tipo de debates, ella misma se daba cuenta de que no le
convenía meterse en polémicas que no la ayudarían a conseguir amigos.
—Sí, ¿qué otra
cosa propones que hagamos en su lugar? —añadió algo sorprendida de que todos la
miráramos de aquella manera—. Si no nos unimos a ese grupo, ¿cuál es el plan
para seguir vivos a largo plazo?
Por supuesto,
aquello puso en un apuro de considerables dimensiones a Maite. Sabía de sobra
que no tenía ningún plan mejor, sólo su plan de siempre: buscar otro lugar...
pero eso no le iba a valer, no cuando ya nos estaban ofreciendo un lugar razonablemente
bueno.
—Este grupo puede
parecernos la salvación —declaró dando un paso al frente—. Y sin duda es lo que
pretenden que parezca a cualquiera con quien se crucen porque con eso añaden
más fieles a sus filas, y así a su vez se hacen más fuertes y más irresistibles.
Pero también son la prueba de que hay grupos organizados ahí fuera, de que
podemos encontrar alguno que no esté lleno de chiflados que juegan con cabezas cortadas
y que creen que su líder es una especie de divinidad.
—Sí, pero verás, esto
no es como ir al supermercado y elegir de entre todos el grupo que más nos
guste y unirnos a él —rebatió Sergei poniéndose en pie—. El próximo grupo que
encontremos podría ser hostil en lugar de amistoso, o quizá sean buena gente
pero no puedan permitirse más bocas que alimentar en lugar de ofrecernos un
lugar entre ellos. Es más, quizá no lleguemos vivos hasta el siguiente grupo, o
a lo mejor ni siquiera llegamos a encontrarlo nunca. Rechazar esta oferta ahora
es una locura, no hacéis más que llorar por toda la gente a la que habéis
perdido, ¿es que queréis seguir perdiendo gente? Porque eso es lo que va a
pasar si seguimos aquí, ayer mismo podríamos haber perdido a Aitor mientras
buscábamos uno de esos “sitios mejores”.
—¿Y lo de los
militares? —argumentó Maite, que se mantuvo razonablemente serena pese a la
mención a Aitor por parte de Sergei. Aunque todo se hubiera solucionado, ella
se seguía culpando por haberle dejado tirado… sin embargo culpaba todavía más
de ello a Sergei, y que utilizara esa casi desgracia a su favor debió parecerle
pueril como poco—. Su historia bien podría ser mentira, ¿y si mataron a toda
esa gente sólo para dirigir ellos al grupo y no estar bajo las órdenes de
ningún militar?
—También podría
ser completamente cierta —replicó él para acto seguido señalar la pierna herida
de Toni—. ¿Y desde cuándo confiáis en los militares? Que fueran del ejército ya
no significa que sean gente de fiar, y aquí todos tenemos las manos manchadas
de sangre. Yo tengo una familia y debo pensar en su futuro, así que voto por
darle una oportunidad a la comunidad.
—Esa mujer es un
fraude —sentenció Judit sin dejarse convencer por los argumentos del ruso—.
Estoy segura de eso, no quisiera vivir en un lugar dirigido por alguien así, de
modo que voto que no.
—No pienso meter a
mi hija en esa jaula de locos, yo también voto que no. —repuso Maite cruzándose
de brazos.
—O podría no serlo
—insistió Raquel una vez más—. Si todo lo que dice es cierto, unirnos a ese
grupo sería la decisión más acertada del mundo. Voto que sí.
—En resumen, que
tenemos cuatro posturas distintas —intervine yo para hacer síntesis de todo lo
debatido—. Por un lado los que votan que sí porque esa mujer que los dirige es
realmente una santa, y los que votan que sí porque nos ofrecen un lugar seguro
donde vivir. Por otro lado los que votan que no porque ese grupo es demasiado
parecido a una secta y no quieren vivir entre sectarios perturbados, y los que
votan que no porque la líder podría ser una farsante y no quieren vivir bajo
las reglas de una mentirosa.
—Más o menos esa
es la idea —asintió Toni—. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Votamos y lo que diga la
mayoría?
—¿Qué necesidad
hay de eso? —bufó Sergei—. Quien quiera ir que vaya. Los que no, que se las
apañen por su cuenta… yo pienso ir allí diga lo que diga vuestra “mayoría”. No
soy idiota y no pienso desaprovechar esa oportunidad, mi familia y yo vamos.
—Yo no quiero ir —protestó
Katya asustada—. Ese lugar es…
—¿Quieres que
Andrei acabe siendo devorado por un muerto? —le espetó él furioso—. ¿Quieres
ver a tu hijo convertido en uno, o es que quieres acabar tú así? Porque eso es
lo que terminará pasando si seguimos aquí fuera, así que cierra el pico.
Nosotros vamos.
—Tú no puedes
obligarla a ir si no quiere hacerlo —se interpuso Maite—. ¿Qué hay del “quien
quiera ir que vaya” de hace un segundo?
—No te metas en
los asuntos de mi familia —le advirtió Sergei lanzándole una mirada asesina—.
Preocúpate de la tuya propia.
—Propongo que nos
tomemos un tiempo para pensar en todo esto —me entrometí para detener aquello
antes de que fuera a más—. Mi opinión es que, por muy claro que creamos que lo
tenemos ahora mismo, deberíamos tomarnos un tiempo para pensarlo en
profundidad. Sugiero que lo dejemos por hoy, pensemos esta noche sobre ello y
mañana por la mañana nos volvamos a reunir para tomar una decisión en conjunto.
Nadie dijo nada,
pero como todos comenzaron a levantarse y a marcharse cada uno por su lado,
supuse que aceptaban tácitamente mi propuesta.
—No me gusta nada
ese hombre. —murmuró Maite cuando me acerqué a ella mientras los demás se
dispersaban. Sergei levantó de un tirón del brazo a su mujer y casi la arrastró
fuera de la ermita, seguidos por un cohibido Andrei.
—Ya me lo habías
dicho. —Lo cierto era que a mí tampoco me gustaba nada. Me había fijado en
Katya y en el niño porque sospechaba que pudiera haber maltrato, pero no vi en
ellos ninguna marca que pudiera probarlo, aunque sin duda ella le tenía miedo.
No todos los malos tratos eran físicos, así que posiblemente Sergei fuera muy
bueno intimidándola, cosa que no me habría sorprendido—. No niego que tienes
motivos.
—También tengo
motivos para desconfiar de esa secta —me aseguró mirándome con dureza—. ¿Qué
piensas tú? Los demás puedo intuir lo que van a decidir antes de que hablen,
pero reconozco que tú siempre me terminas sorprendiendo a la hora de las
votaciones
Asimilé
estoicamente la puya porque no quería tener que volver a justificar mi voto a
favor de que Irene se incorporara a nuestro grupo de unos días atrás. Entendía
que le hubiera sentado mal, pero voté con la conciencia… que aquello hubiera
sido una buena o una mala idea estaba por ver.
—¿Y qué crees que
van a votar los demás? —le pregunté con curiosidad. Yo también tenía mis
cávalas, y quería ver cómo de similares eran a las suyas.
—Sergei no va a
cambiar de opinión, Judit tampoco porque nunca votaría por algo en lo que no
cree, ella es así. Raquel podría hacerlo, pero con Aitor allí lo dudo —enumeró—.
De entre los que no se han pronunciado creo que votarán a favor todos,
lamentablemente. No niego que mis objeciones no han sido demasiado escuchadas,
están demasiado emocionados por la posibilidad de dormir en una cama caliente
de nuevo como para hacer caso a lo que sólo son suposiciones por mi parte. Pero
eso no hace que ese lugar me dé menos mala espina.
—La verdad es que
intentar escandalizarles con cabezas cortadas impresiona poco. Admitámoslo, a
estas alturas todos hemos visto cosas mucho peores que eso —añadí asintiendo
con la cabeza. Estaba de acuerdo en todo lo que había dicho hasta entonces, e
incluso me sentía un poco orgulloso de que se hubiera dado cuenta de que sus
argumentos no eran tan buenos como le hubiera gustado—. Quizá Toni atienda a
razones, pero sólo porque no es lo bastante sumiso para aceptar la religión de
esa gente ciegamente, ni tan falso como Sergei para fingir que lo hace.
—Podría tener
buenas razones —exclamó con una idea repentina—. Y creo que sé dónde
encontrarlas: en la base militar.
—¿La base militar?
—repetí atónito—. ¿Y cómo ibas a encontrar ahí nada? Espera un momento, ¿no
estarás pensando…?
—En ir allí, sí —asintió
muy convencida—. Debería ir mañana y darme prisa, antes de que los demás
decidan nada, pero puede hacerse. Eso sí, necesitaré que te quedes con Clara
otra vez, si no te importa, y que intentes conseguirme tiempo.
—Esa chiquilla lo
pasa muy mal cuando no estás —intenté disuadirla para que no cometiera aquella
locura. Después de cómo había acabado su primera incursión, aquello no me
parecía una buena idea—. Y es normal, su padre murió y nosotros no somos más
que un grupo de desconocidos para ella. Necesita a su madre, ¿de verdad te
parece sensato marcharte otra vez? ¿Qué pretendes encontrar allí? Dijiste que
estaba completamente desierto.
—No me parece
sensato criar a mi hija en una secta —replicó apretando los dientes—. Pero la
mayoría va a votar que sí, ya lo sabes, ¿qué podremos hacer entonces? No
podemos quedarnos Clara, Judit y yo solas, así que, si todo el mundo va, no nos
quedará otro remedio que unirnos también, por eso es imprescindible que les
disuada de hacerlo. Me gusta tan poco seguir aquí fuera muriéndonos de hambre
como a los demás, pero hasta eso me parece mejor que formar parte de esa
extraña religión, ¿entiendes?
—Perfectamente —asentí—.
Pero aún no sé qué pretendes encontrar en la base militar que no vierais cuando
fuisteis ayer.
—Al tipo que tocó
las campanas. —declaró.
—¿Qué? —exclamé
sin entender nada—. ¿Buscas a un tipo, si es que no es algo que te imaginaste,
que intentó mataros?
—Tengo la
intuición de que si hizo aquello fue porque pensaba que éramos miembros de la
secta —aseveró ella con determinación—. Estoy segura de que él sabe más de todo
lo que ha pasado allí. Si consigo que me cuente la verdad, tendría un argumento
y las pruebas que convencerían a los demás para no unirse a ellos.
—Aunque fuera así,
¿qué te hace pensar que no se confundirá de nuevo y volverá a intentar matarte?
—inquirí cada vez menos convencido de aquel plan. Estaba claro que aquella idea
tan poco recomendable sólo podía ser fruto de la desesperación.
—Nada, pero lo que
no podemos hacer es meternos a ciegas allí dentro —se defendió—. Tendré que
arriesgarme a eso si quiero averiguar la verdad de todo este asunto.
—Yo iré contigo —se
ofreció Judit entrando de nuevo por la puerta. Al parecer lo había estado
escuchando todo desde el otro lado, y ese extraño idealismo intelectual
mezclado con inocencia de ella la había llevado a considerar aquella escapada
como una buena idea—. Nada me proporcionaría más placer que desacreditar a esa
farsante.
Sabía que contando
con apoyo, aunque fuera el de Judit, no podría convencerla de lo contrario, así
que ni lo intenté… o quizá se debiera a que yo tampoco me fiaba de aquel grupo
de sectarios. La facilidad con la que habían convencido a Raquel del carácter
divino de esa mujer que jugaba con cabezas de muertos me daba un poco de miedo.
Eran tiempos muy desesperados, y la clase de gente que orquestaría una farsa
semejante precisamente era especialista en aprovecharse de la desesperación de
los demás para su propio beneficio.
—De acuerdo, me
quedaré con Clara y haré lo posible por daros tiempo —cedí finalmente, aunque no
sin algunas reticencias que preferí guardarme para mí—. Pero si no encontráis
nada, o si resulta que la historia con los militares es cierta…
—Entonces no nos
quedará más remedio que asumir que esa mujer será nuestra nueva líder, y que lo
que dice, sea verdad o mentira, va a misa —suspiró Maite—. Al final tendremos
que creernos que es una enviada del Todopoderoso.
—Eso lo dudo
mucho... —replicó Judit con un desdeñoso bufido.
Aunque el resto de
la tarde fue bastante tranquila, gracias a que sólo un par de muertos vivientes
se acercaron a la ermita que nos hacía de refugio, y entre Sebas y Sergei
dieron cuenta de ellos, en realidad el ambiente estaba bastante tenso. Pese a
que entre nosotros no volvió a haber ninguna discusión, las conversaciones
habituales para matar el tiempo se habían visto sustituidas por momentos de
reflexión. No podía decir que no lo entendiera, nos enfrentábamos a un dilema
que podía marcar nuestras vidas y, aunque muchos ya tenían clara su decisión,
habían tenido en cuenta mi consejo de meditar sobre ello antes de pronunciarse
definitivamente. Sólo Clara y Andrei parecían ajenos a todo aquello mientras
jugaban en la parte trasera de la ermita, bajo la atenta mirada de Katya, que
no parecía demasiado contenta, y Maite, que probablemente estuviera más
pendiente de su viaje del día siguiente que de lo que los niños hacían.
—¿Y tú qué opinas,
doc? —me preguntó Toni mientras le limpiaba la herida de la pierna. Aunque
estaba curando bien, la bala que le alcanzó era de un fusil de asalto, de modo
que el daño fue considerable, y pese a que no tenía motivos para pensar que no acabaría
recuperando toda la movilidad del miembro, sin duda aquello le llevaría todavía
una buena temporada.
—¿Qué opino de
qué? —repliqué distraído.
—Sobre lo de ese
sitio —me aclaró—. Fuiste el único que no dejó clara su postura, y no creo que
no vayas a decir nada al respecto mañana.
—Quizá porque mi
posición no está del todo clara —respondí comenzando a vendarle de nuevo. Por
suerte teníamos suministros médicos para una temporada gracias al sacrificio de
Agus.
—Eso no me gusta —refunfuñó
frunciendo el ceño—. Quería convencerme a mí mismo de que vuestras reticencias
se debían simplemente a una sana cautela, lo cual no me parece mal, pero
empiezo a pensar que debe haber algo más que eso cuando Maite está tan
convencida de que unirnos a esa comunidad no es buena idea, y ahora resulta que
tú también estás dudando.
—No son decisiones
que se deban tomar precipitadamente. —dije tratando de ser diplomático, o más
bien intentando no mojarme con una respuesta más concreta.
—Un lugar seguro
como el que describen es más de lo que me atrevía a pensar que encontraríamos —confesó—.
Sí, tienen sus cosas, como lo de la cabeza del muerto, pero en realidad tampoco
es para tanto. Sólo es un jodido muerto.
—Lo que dices
puedo entenderlo perfectamente —le aseguré—. Pero estamos hablando de una
comunidad de sectarios. Lucharan contra los militares de la base, como dicen ellos,
o los asesinaran, como cree Maite, no tienen las manos limpias, y utilizan
resucitados en sus rituales religiosos… creo que son motivos más que de sobra
para pararse a valorarlos antes de unirse a ellos, ¿no crees? En realidad no
sabemos mucho de sus creencias.
—Con la pierna así,
tampoco tengo mucha elección. No puedo correr delante de un muerto viviente, o
de un loco con un rifle —lamentó—. Sergei tiene mujer y un hijo, no me extraña
que no quiera arriesgarse tampoco a seguir aquí fuera. Lo que no entiendo es
cómo Maite puede rechazar esta oportunidad tan felizmente teniendo una cría.
—No creo que la
rechace felizmente —le contradije—. Maite siempre se ha preocupado de su hija,
y tiene buen instinto. Verla tan convencida de que ese lugar no nos conviene me
hace dudar todavía más sobre si de verdad no nos conviene. Dudo que se jugase
la seguridad de su hija sólo por idealismo u orgullo, ¿no te parece?
—Esa niña vio cómo
se comían a su padre, ha malvivido un mes en una tienda de campaña helándose de
frío y pasando hambre, estuvo presente cuando le volaron la cabeza a Silvio, a
Félix y herían a su madre después de intentar… bueno, ya sabes… y además lleva
viendo como todo el jodido mundo muere a su alrededor constantemente —enumeró
Toni—. Si fuera mía, la llevaría a cualquier secta de tarados que pudiera para
sacarla de todo eso sin pensarlo lo más mínimo. No sé cómo Maite puede tener la
sangre fría suficiente como para considerar que corre más peligro en ese grupo
que aquí fuera, con todos esos putos muertos vivientes.
—Quizá porque ya
se ha dado cuenta de que los vivos son más peligrosos que los muertos. Creo que
eso se lo dijiste tú —le recordé terminando de colocarle el vendaje—. Listo, en
un par de días volveremos a cambiar las vendas… o lo harán los médicos que haya
allí, según acabe todo esto.
—Te escucho, Luis,
pero supongo que sabes que si ahora se produce una votación Sergei, su mujer,
Raquel, Irene, Sebas y yo votaremos a favor —me dijo mirándome a los ojos—.
Maite y Judit se quedarían solas, salvo que decidas apoyarlas. Veo bien lo de
pararse a pensarlo con detenimiento, pero esto ya está prácticamente decidido…
joder, hasta Aitor lo tenía tan claro que ni siquiera ha querido volver.
—Aitor es sólo un
chaval —le recordé—. Las decisiones precipitadas rara vez son las más
acertadas, y antes de dejarse seducir por los beneficios hay que examinar a
fondo los perjuicios. Maite pretende salir mañana por la mañana, y Judit va a
acompañarla.
—¿Salir? ¿A dónde?
—se extrañó.
—Van a la base
otra vez, creen que pueden encontrar pruebas de lo que ocurrió de verdad entre
esa gente y los militares de allí. —le expliqué.
—Eso podría ser
jodidamente peligroso. La última vez que fueron, casi no logran salir, y por
poco la palma Aitor. —señaló él.
—Sí, y lo sabe,
pero aun así va a arriesgarse —afirmé—. Y no lo hace por ella, ella ya sabe que
no quiere ir, lo hace por nosotros, para que sepamos de verdad dónde nos
estamos metiendo. Creo que, en consideración por ese gesto podemos esperar a
que regrese con lo que haya encontrado antes de decidir nada en un sentido u
otro, ¿no?
—¿Esperar? —repitió
con suspicacia—. ¿Cuánto?
—Van a salir
mañana a primera hora, así que deberían tenerlo resuelto esa misma mañana —respondí
confiando en que Maite y Judit se dieran cuenta de lo difícil que iba a ser
alargar aquello demasiado, sobre todo cuando la decisión ya parecían tenerla
tomada esa misma tarde.
—Supongo que por
esperar unas horas no pasará nada —cedió finalmente—. Pero no me gusta alargar
esto demasiado. Si esa gente se cansa de esperar, podríamos perder la mejor
oportunidad de volver a dormir sin preocupaciones que tenemos desde que toda
esta mierda empezó.
—Soy consciente de
ello. —asentí antes de que él se marchara del improvisado consultorio en el que
había transformado una de las habitaciones internas de la ermita. Además de
consultorio, también era el lugar donde dormía por las noches, aunque distaba
de ser un lugar cómodo. Sin embargo, eso era más culpa de que tuviera que
dormir en un saco que de la propia ermita.
Unos segundos más
tarde, cuando ya tenía todo el material médico de nuevo recogido, limpio y
ordenado, alguien llamó a la puerta con suavidad.
—Pasa. —dije
mientras guardaba el rollo de vendas en la bolsa, con el resto del material.
—Hola —saludó
Irene dando un par de pasos dentro de la habitación—. Me preguntaba… desde ayer
tengo un dolor entre el hombro y el cuello que no termina de irse, supongo que
se debe a la tensión o al estrés, pero como eres médico, he pensado…
—Siéntate, por
favor —la invité señalándole el taburete donde hasta un momento antes había
estado Toni—. Seguramente será lo que dices, pero echémosle un vistazo, ¿vale?
—Gracias —dijo
ella sentándose y apartándose la camisa para dejar expuesto el lugar donde
decía que le dolía—. He oído lo que hablabais Toni y tú antes.
—¿Ah, sí? —repliqué
con fingida indiferencia comenzando a examinarla—. ¿Te duele aquí?
—No, es más
arriba… ¿sabes? No sois los únicos que habéis hablado —afirmó—. Sé que no eres
idiota, así que iré al grano y sin rodeos: ese ruso hijo de puta está
convencido de que el grupo decidirá unirse a esos tarados, pero me ha dejado
muy claro hace un momento que no está dispuesto a permitir que les acompañe, ni
a que me acepten como a una de ellos.
—Me pregunto por
qué habrá dicho algo así. —repuse con cierta ironía, aunque no demasiado
pronunciada. Sin embargo, ella la captó perfectamente, y me lanzó una amarga
mirada.
—Ya, vale, quizá
me lo haya ganado, no quiero discutir sobre eso, pero como comprenderás, esa
actitud me preocupa un poco. Sé de sobra que hay división de opiniones sobre mi
pertenencia al grupo, y que aunque la mayoría dejasteis que me quedara, no se
puede decir que cuente con ningún ferviente admirador entre vosotros. Al menos
no tan ferviente como lo son mis detractores.
En eso tenía
razón. Si bien yo había votado que se quedara, no creía que nadie fuera a dar
la cara por ella… salvo quizá Aitor, pero Aitor ya había tomado su decisión, y
en esos momentos era parte de la secta.
—Veo cuál es el
problema, pero no sé por qué me lo cuentas a mí —le dije mientras le palpaba el
cuello—. No es como si yo pudiera hacer algo, ¿no?
—No, y no te estoy
pidiendo nada, sólo quiero que me respondas a una cosa: ¿crees que Maite puede
controlar a ese hombre? —preguntó sin darle más vueltas.
—Esa no es la
cuestión —respondí negando con la cabeza—. Aunque lograras que Maite se le
enfrentara por ti, cosa que dudo que hiciera porque tampoco te tiene en
demasiada estima, y aunque consiguiera que Sergei reculara, una vez estando en
la comunidad, la jerarquía del grupo quedaría disuelta por completo. Lo que Maite
quiera o no quiera que haga Sergei dará igual, el problema será que si cuenta a
esa gente lo que les hiciste a esos niños no es probable que te permitan ser
parte de ellos… pero ni Maite ni nadie pueden evitar que termine contándolo,
¿entiendes?
—Entonces estoy
jodida del todo —resumió con bastante tino—. Mañana podría acabar viéndome sola
y en la calle… Creía que muchos, entre ellos tú, habíais votado ya una vez en
contra de eso.
—No creo que
podamos hacer nada al respecto —le contesté—. Por mucho que votemos, no podemos
ocultar lo que hiciste, no mientras haya una sola persona dispuesta a contarlo.
Quizá apelando a su humanidad Maite se ablande, pero no creo que a Sergei le
quede mucho de eso, visto lo visto.
—Está claro que
no. —lamentó suspirando profundamente.
—Tu dolor
seguramente se deba a la tensión, como decías. Te daré un calmante —dije
buscando uno de la bolsa donde mismo había sacado los medicamentos para Toni—.
Mañana debería estar bien.
—No sé cómo, visto
que la tensión y el estrés no van a disminuir —me contradijo agarrando la
pastilla y llevándosela a la boca—. Pero gracias de todas formas.
—De nada. —le
respondí antes de que se levantara y se marchara por donde mismo había venido.
Me quedé con muy
mal sabor de boca al verla salir. Con alguien como Sergei sabiendo lo que sabía,
dudaba que a esa chica le esperara algo bueno en aquella comunidad, si es que
acabábamos formando parte de ella. Sus delitos eran demasiado graves para
ignorarlos, y dudaba que una secta religiosa fuera a ser comprensiva respecto
al asesinato de unos niños. Pero me parecía tan injusto ese trato hacia ella
como lo que hizo con esos niños, todos merecíamos una oportunidad de
sobrevivir, y dejándola abandonada a su suerte no tenía ninguna. ¿Estábamos
también condenando a muerte a esa mujer si votábamos que sí a unirnos a aquella
comunidad?
Sin embargo, ya
por la noche, mientras me disponía a coger el sueño, se me ocurrió pensar que
bien podía estar equivocado, como me solía pasar a veces al juzgar a la gente.
¿Y si Maite tenía razón e Irene había tenido algo que ver también con la muerte
de Érica? En un principio no me lo pareció, esa chica estaba muy malherida y
era propensa a los arrebatos de furia, una mezcla poco recomendable cuando tu
médico te ha recomendado reposo. Quizá ella misma se buscara su destino, pero
también cabía la posibilidad de que hubiera tachado demasiado radicalmente las
sospechas de Maite hacia Irene como prejuicios contra ella. Maite se equivocaba
a veces, pero solía tener buen instinto.
Claro que quizá únicamente
quería culpabilizar a Irene para no sentirme mal por ella si terminaba
quedándose sola, y así poder conciliar el sueño…
—Tengo que
preguntarlo una vez más, ¿estás completamente segura de hacer esto? —le dije a
Maite la mañana siguiente.
“Mañana” por decir
algo, porque apenas estaba saliendo el sol en el horizonte y el cielo aún seguía
oscuro. De hecho, la mayoría del grupo continuaba durmiendo, sólo Judit, que
iba a partir con ella, y Clara, que salía a despedir a su madre, habían
madrugado tanto como nosotros dos.
—Completamente —me
aseguró dejando el rifle junto al asiento del conductor antes de agacharse para
abrazar a su hija—. No te preocupes, cariño, estaré de vuelta enseguida, ya
verás, y luego ya no iré a ninguna parte. Te lo prometo.
La niña no
respondió, sólo se dejó abrazar y miró con una cara triste cómo su madre se
metía en el vehículo pintado de camuflaje y lo arrancaba. Judit se sentó en el
asiento del copiloto, quizá más convencida todavía que Maite de hacer aquello, cosa
que no sabía si me parecía buena o mala señal. Judit era una mujer lista, eso
era innegable, pero me parecía más lista en la teoría que en la práctica, y no
sabía si era del todo consciente del peligro que corría haciendo lo que iba a
hacer.
Aun así, no quise
decirles que tuvieran cuidado. En primer lugar porque ya lo sabían, y en
segundo porque no quería preocupar más a Clara. Su madre la había convencido de
que su ausencia sería corta y no tenía ningún riesgo, así que no quise darle la
impresión contraria diciendo algo inapropiado.
—Intentaré que
esperen a que volváis antes de tomar una decisión. —les prometí a las dos.
—Gracias, Luis —respondió
ella antes de que el vehículo comenzara a rodar carretera abajo y atravesara el
espacio entre los muros, perdiéndose de vista tras los árboles.
—¿Quieres que
vayamos a desayunar? —le pregunté Clara, que parecía como ausente.
—Vale —consintió
con desgana antes de ponernos en camino de vuelta al interior de la ermita—. Luis,
¿por qué mi mamá siempre tiene que irse?
La pregunta me
pilló un poco desprevenido, y como hacía muchos años que mi hijo no era un niño
pequeño, estaba un poco oxidado en el trato con críos. Aun así, traté de
explicárselo de forma sencilla.
—Tu mamá se está
asegurando de que el sitio donde nos han invitado a ir es lo bastante bueno
como para quedarnos a vivir allí —le expliqué—. Tú no te preocupes, cuando
regrese ya no volverá a irse, como te ha dicho antes, ya lo verás.
—¿Quién se ha ido?
—me sorprendió la voz de Raquel desde la puerta de la ermita—. He oído un
coche, ¿se ha ido alguien?
—Maite y Judit. —confirmé
asintiendo con la cabeza.
—¿Las dos solas? —se
extrañó—. ¿A dónde?
—A la base
militar. —confesé.
—¿A la ba…? —replicó
ella atónita—. ¿Por qué? ¿Para qué?
—Quieren encontrar
alguna prueba de que esa gente no son lo que dicen ser —le aclaré—. Creen que
pueden encontrar algo allí que les incrimine en el asunto los militares
muertos.
—¡Oh Dios! —gimió,
pero se cortó cuando vio a Clara a mi lado—. ¿Y te han dejado sola, cariño?
—Sí. —admitió ella
agachando la cabeza.
—No te preocupes —le
dijo Raquel arrodillándose a su lado—. Seguro que mamá vuelve enseguida, como
siempre, ¿verdad?
—Verdad —respondí
yo al darme cuenta de que esa última pregunta iba dirigida hacia mí—. Y cuando
haya vuelto veremos que nos cuenta y votaremos si vamos a ese sitio o no.
¿Puedes llevarla a desayunar algo? Quiero hablar con los demás de esto cuanto
antes.
Raquel asintió,
pero no me quitó el ojo de encima cuando me encaminé al interior de la ermita.
Sebas o Irene no iban a ser ningún problema a la hora de convencerle de alargar
la espera, uno por sumiso y la otra porque le convenía, la prueba más difícil
iba a ser convencer a Sergei de que esperara a que ellas volvieran antes de
decidir nada.
Me imaginé que era
mejor que lo habláramos en privado, no delante de todo el mundo. Lo último que
quería era que aprovechara para soltar un sermón oportunista que hundiera mis
intentos de darle tiempo a Maite, así que para ello fui hasta la habitación que
él y su familia utilizaban como dormitorio y llamé a la puerta.
—¿Qué pasa? —gruñó
no de muy buen humor tras abrirme.
—¿Podemos hablar
un momento? En privado. —le pedí amablemente.
Como no había
nadie en el pasillo, se limitó a salir y cerrar la puerta de la habitación.
—¿Qué ocurre? —inquirió
frunciendo el ceño.
—Vamos a posponer
lo de decidir si vamos o no a ese sitio unas horas. —le dije con suavidad.
Esperaba que
estallara, pero lo único que hizo fue cruzarse de brazos y mirarme con
curiosidad.
—¿Y eso por qué? —exigió
saber.
—Vamos a esperar a
que Maite regrese. Ha salido con Judit hacia la base militar, creen que pueden
encontrar al tipo que hizo sonar las campanas y averiguar lo que pasó realmente
allí con los de la secta.
—¿Y eso quién coño
lo ha decidió? —exclamó conteniendo la ira—. ¿Ella misma por su cuenta?
—Sí —reconocí—. No
es una idea que me guste, por el peligro que representa, pero estoy de acuerdo
en saber todo lo posible de esa gente antes de unirnos a ellos.
—Y vienes a
contarme esto el último, después de haber convencido a todos los demás de
retrasar la decisión y que ella esté
fuera, ¿no? —observó sagazmente—. Muy listo, doctor. Ya me pareció que no
tenías un pelo de tonto, pero no sabía que estabas tan pegado al culo de Maite
como para ser su perrito faldero.
—Esto no es una
lucha de egos, Sergei —intenté hacerle comprender pasando por alto su ataque—.
No se trata de quien la tienes más larga, si tú o Maite, se trata de nuestro
futuro, del de todos, porque si os vais la mayoría los que no lo tenemos tan
claro tendremos que hacerlo también si queremos alguna posibilidad de
sobrevivir.
—No, doctor, de lo
que se trata es de que esa gente no va a esperarnos para siempre —me contradijo
él—. ¿Crees que no tienen nada mejor que hacer que quedarse ahí plantados hasta
que les digamos algo? Por lo que a mí respecta, esto es sólo un intento de
Maite para forzar la decisión. Como sabe que no puede ganar la votación, la
retrasa todo lo posible a ver si con un poco de suerte el tío que nos tiene que
esperar en el pueblo se ha largado.
—¿De verdad crees
que Maite sería tan retorcida? —afirmé espantado ante aquella acusación.
—¡Espabila! ¿En
qué mundo crees que vives? —repuso exasperado—. La cosa está jodida y la gente
hace lo que le conviene para sobrevivir, y vosotros, como idiotas, picáis
siempre el anzuelo. ¡Si hasta aceptasteis a una asesina de niños entre
vosotros! ¿Qué clase de líder permite algo así?
—Ella tenía tan
pocos motivos como tú para quererla entre nosotros…
—Eso no será más
un problema. Cuando estemos con nuestra nueva gente, esa tía será carne de
resucitado —dijo con total indiferencia—. Entiende una cosa, doc, si he
accedido a esto hasta ahora es por puro altruismo, porque sin mí seguro que
acabaríais desperdiciando esta oportunidad dejándoos convencer por ella. Pero
ninguna votación va a cambiar mi decisión, ya lo dije ayer y lo repito hoy:
decidáis lo que decidáis, mi familia y yo vamos a unirnos a esa comunidad,
estén lo tarados que estén y hayan hecho lo que hayan hecho… y no vamos a
esperaros eternamente. Si a mediodía no habéis tomado una decisión nosotros nos
largaremos sin más prórrogas ni dilaciones, ¿entiendes? Vuestra “líder” que os
maree lo que quiera a vosotros, pero a mí no.
“Si no quieres una
líder que te maree, no pretendes ir al lugar adecuado” pensé, pero me cuidé
mucho de comentarlo en voz alta. No creía que ese hombre apreciara ese tipo de
bromas.
—Vale. —accedí.
Le había conseguido a
Maite unas cuatro horas, lo cual no estaba mal. Pero sería mejor que eso fuera
suficiente, porque de lo contrario Sergei se marcharía, y probablemente con él
alguien más, forzando de igual manera la decisión para el resto.
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