miércoles, 15 de enero de 2014

Crónicas zombi, Orígenes: Capitulo 14, Aitor



CAPÍTULO 14: AITOR


Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que oí, como de ;trompeta, hablando conmigo, dijo: sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de éstas. Y al instante yo estaba en el Espíritu; y he aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado. Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a piedra de jaspe y de cornalina; y había alrededor del trono un arco iris, semejante en aspecto a la esmeralda… —recitaba Mónica a sus fieles desde el púlpito de la basílica.
—Apocalipsis de San Juan, capítulo cuarto. —murmuró Judit mirando con cierta condescendencia a la multitud.
En el retablo mayor se habían reunido todos y cada uno de los miembros de aquella cada vez más inquietante comunidad, sentados en los bancos y bebiendo las palabras que su líder, a la que consideraban una santa, les leía de las Sagradas Escrituras. Como invitados de honor, Maite, Judit, Raquel y yo nos tuvimos que sentar en la primera fila de los bancos, observando con cierta suspicacia el desarrollo de la ceremonia. Después de que Maite regresara hecha un basilisco de su entrevista con Santa Mónica estuvieron a punto de marcharse, y tenía que admitir que yo también me lo planteé, porque lo que nos costó sobre la cabeza de aquel reanimado resultaba cuando menos inquietante.
—Nadie dijo nada de cabezas cortadas. —le juré a Maite una vez más en un susurro.
—Claro que no te lo dijeron, ¿cómo van a decirte algo así? —gruñó ella cruzada de brazos—. Todavía no sé cómo he accedido a esto, tendríamos que habernos largado en cuanto descubrimos que toda esta gente no es más que una panda de locos.
Sólo había consentido asistir a la misa después de que Óscar le insistiera mucho, pero siendo sincero, me parecía que el único motivo por el que lo había hecho en realidad era para no verse solas en medio del pueblo si se marchaban sin más. Prometieron llevarnos de vuelta a la ermita después de que aquel extraño rito terminara, y un viaje seguro en un furgón militar era algo que no se rechaza, no cuando la alternativa suponía caminar por un pueblo que, si bien había sido aligerado de muertos vivientes, seguía teniendo muchos de ellos en sus calles.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —quiso saber Raquel—. Todo este asunto me da bastante mal rollo.
—Esperaremos a que esto termine y nos largaremos de aquí —respondió Maite muy decidida—. No creo que el resto tenga demasiado que pensarse cuando sepa que aquí juegan con cabezas cortadas, así que propondré que nos vayamos a otro lugar, lejos de esta secta. Si como dicen han saqueado a conciencia los alrededores no creo que encontremos nada de comida para nosotros de todas formas.
—Estoy de acuerdo. —asintió Judit con convicción.
—Entiendo que esto pueda resultar un poco… —comencé a decir, pero no sabía cómo definirlo sin que sonara demasiado mal.
—¿Siniestro? —completó Maite.
—¿Terrorífico? ——añadió Raquel.
—Vale, siniestro y terrorífico —les concedí—. Pero estamos hablando de elegir entre esto y seguir ahí fuera. Estar allí sí que es terrorífico. Óscar, Félix, Silvio, Agus, Érica... ¿cuánta gente más tiene que morir mientras buscamos un lugar seguro que podría no existir? Quizá este sitio no sea tan perfecto como creía al principio, de acuerdo, pero sigue siendo mejor que estar pasando frío, hambre y miedo sin saber si viviremos para ver el día siguiente, ¿no?
—Eso también es verdad… —murmuró Raquel indecisa.
—No se trata sólo de la cabeza cortada —objetó Maite—. No por sí misma al menos, es todo lo que eso conlleva. ¿Qué será lo próximo? ¿Meter resucitados aquí dentro para hacer sacrificios humanos? La gente que sigue una religión que la incita a jugar con muertos vivientes no está muy bien de la cabeza, ¿de verdad creéis que viviendo aquí no pasaríais miedo? La desesperación hace que aceptes cualquier cosa con tal de alejarte de los muertos de fuera… hasta auténticas atrocidades.
—¿Qué quieres decir? —le pregunté sin terminar de entender cuál era el punto de todo eso.
—Su historia con los militares de la base no termina de convencerme —declaró frunciendo el ceño—. Podría habérmela creído cuando pensaba que era una comunidad de pánfilos a los que les gusta rezar seis veces al día y adoraban a una chica mona con complejo de mesías, pero que no les importe que su “santa” tenga un báculo con una cabeza cortada lanzando mordiscos al aire hace que no confíe en ellos.
—Tampoco es que sea una persona viva —intenté justificarles—. Es sólo un reanimado, nosotros los hemos ido matando sin dedicarles siquiera un pensamiento.
—No es lo mismo —me contradijo—. Los matamos para defendernos, pero no nos divertimos clavándolos en bastones y realizando ceremonias religiosas con ellos. Además, me dijo que conocía a la persona a la que pertenecía esa cabeza, así que no era sólo un resucitado más.
—¡Cuidado! —nos advirtió Raquel cuando un hombre vestido con una túnica ceremonial se acercó empujando de un carrito lleno de obleas, cuya función sin duda era hacer de hostias consagradas.
—Ahora tomaremos la eucaristía como signo de la unidad y el vínculo que une esta comunidad, igual que Jesucristo está unido a nosotros, protegiéndonos y guiándonos en estos tiempos difíciles —anunció Santa Mónica saliendo de detrás del altar—. Me gustaría invitar a nuestros cuatro visitantes a ser los primeros en ser partícipes del santísimo sacramento, pues la comunidad es importante, pero más importante es aún a los ojos de nuestro Señor el acoger al extraño, el tratar al prójimo con la misma consideración que le daríamos a alguien de nuestro propio grupo.
—Será mejor que vayamos antes de que nos quemen en la hoguera por herejía —murmuró Maite levantándose a regañadientes de su asiento.
Podía entender que a ella le hacía mucho menos gracia que a mí tener que ser partícipes de aquello, pero no veía ningún motivo para rechazar el gesto. Sólo era un inocente sacramento.
Sentí las miradas de todo el mundo clavadas en nosotros mientras tomábamos la oblea de manos de la santa, lo que hizo que me sintiera un poco cohibido. Pero sin duda fue Judit la que más se resistió a participar en todo aquello, y hasta que Maite no la apremió con un gesto no accedió a someterse a aquel rito sagrado. Aun así, nada más hacerlo se sacó la ostia de la boca con disimulo y se la guardó en un bolsillo.
Aunque nosotros fuimos los primeros, todos los asistentes se acercaron después a recibir también el sacramento, de modo que llevó varios minutos más terminar con el rito.
—No ha sido para tanto, ¿no? —les dije aprovechando que los murmullos de la gente hacía que no pudieran oírnos—. No ha sacado la cabeza cortada. Esto es sólo como ir a misa, mi abuela iba todos los domingos y no le pasaba nada.
—Suponiendo que no nos hayan envenenado. —argumentó Raquel con desdén.
—Están todos bebiendo la misma agua —observó Maite—. A menos que hayamos llegado justo el día en que la secta de pirados pensaba suicidarse en grupo, no creo que haya problema con eso.
—O también podrían ser gente completamente normal, pero religiosos —le espeté un poco harto de tantas críticas hacia esas personas, que a mi juicio no parecían más que un grupo que intentaba sobrevivir y mantener la ilusión en un mundo difícil—. Yo creo que, si sus creencias les hacen tener un poco de fe e esperanza, bienvenidas sean.
—¿Bienvenido sea el tener un bastón con una cabeza cortada? —exclamó Maite levantando una ceja con suspicacia—. ¿Te parece eso medianamente normal?
—La verdad es que no sé cómo son los rituales religiosos habitualmente —intervino Judit—. Sé que la muerte está muy presente en las doctrinas religiosas, todas predican de alguna manera la continuidad de la existencia del individuo tras ella, así que quizá el emplear un símbolo como la cabeza de un reanimado en ellos podría no ser tan extraña, aunque lo cierto es que es la primera vez que acudo a un acto religioso desde mi bautizo.
—¿No hiciste la primera comunión de pequeña? —le preguntó Raquel.
—¿La comunión? No… hasta ahora al menos —respondió ella—. Mi madre quería que la hiciera, claro, pero estaba muy ocupada decidiendo qué rama de ciencias quería estudiar en el instituto, si la científico-técnica o ciencias de la salud, como para perder el tiempo con esas tonterías.
—¿A los nueve años…? —exclamó Raquel estupefacta.
—Pues te puedo asegurar que en las misas de antes no utilizaban cabezas de muertos, estuvieran reanimados o no. —expuso Maite sin dar su brazo a torcer.
—Quizá en la tradición católica no —admitió Judit—. Pero existen muchas otras doctrinas religiosas: la santería, los cultos a la muerte, o incluso el vudú… y hablando del vudú, hay una similitud muy graciosa entre los muertos vivientes y lo que ellos llaman…
—¡Callad! —interrumpió Raquel—. Creo que ya han terminado.
No podría explicar por qué, pero al volver de nuevo la vista hacia el altar me pareció notar por un momento como si los santos y vírgenes de los relieves de las paredes me estuvieran mirando, y comencé a sentirme un poco agobiado.
—La fe es una virtud de la que muchos carecen —comenzó a decir Santa Mónica con aquella voz tan suave que la caracterizaba. Allí, frente a todos sus fieles, parecía más una santa que nunca—. También es algo que muchos abandonaron cuando los condenados pisaron la Tierra, a fin de cuentas, ¿qué clase de dios que se hace llamar misericordioso mandaría semejante plaga contra nuestros padres, nuestros hijos, nuestros hermanos y seres queridos? Sin embargo, bien es sabido que el Todopoderoso no cierra una puerta sin abrir una ventana, y esa ventana somos nosotros, es ésta comunidad. Todos hemos sufrido mucho para llegar aquí, pero con esfuerzo, y con el Señor de nuestro lado, redimiremos esta tierra maldita, salvaremos las almas condenadas de nuestros seres queridos y levantaremos un nuevo Edén.
Maite se retorció nerviosa cuando Jesús, el planificador comunitario, entró con un báculo dorado cubierto por una sábana en las manos y se lo tendió a aquella mujer… quizá mis sentidos me engañaran, pero casi podía ver cómo un halo celestial se formaba a su alrededor al recogerlo.
—¡Recordad, hijos míos, que los condenados sólo buscan las almas de los impuros! —anunció a sus seguidores mientras Jesús colocaba una gran fuente llena de un líquido que no logré ver sobre el altar—. ¡Un alma pura no tiene nada que temer de estos seres!
La expectación de toda la basílica aumentó hasta casi volverse palpable en el ambiente, y yo comencé a sentirme muy raro… era como si una gran fuerza invisible se hubiera introducido en la enorme estancia y flotara sobre nosotros, observándonos.
Santa Mónica levantó la manta dejando ver que el báculo tenía la cabeza de un muerto viviente clavada en él, tal y como Maite había dicho. Lo que no había dicho, porque ni ella ni ninguno de nosotros cuatro tenía forma ni de imaginarlo, era lo que hizo a continuación. Elegantemente se remangó la manga del brazo derecho de su túnica ceremonial y dejó que la cabeza de aquel muerto viviente le mordiera a la altura de la muñeca.
Todo se volvió demasiado confuso a partir de ese momento. Maite se puso en pie de un salto y dijo algo que no pude entender, porque de repente las imágenes religiosas de la basílica me rodearon y comenzaron a dar vueltas alrededor de mi cabeza. Gritos de júbilo se escucharon por todas partes mientras la sangre fluía del brazo de aquella mujer hacia la fuente del altar.
—Tomad y bebed —exclamó agarrándose la sangrante herida—. Pues ésta es mi sangre…
—¿Aitor? ¿Estás bien? —me preguntó Raquel agarrándome del brazo y devolviéndome a la realidad.
Maite se había levantado de su asiento y miraba horrorizada cómo Santa Mónica vertía su sangre dentro de la fuente, pero no era la única. Toda la congregación se había alzado también, aunque por un motivo muy distinto. Por las oraciones, las alabanzas y los gestos de contrición de los fieles, cualquiera hubiera dicho que estábamos presenciando un milagro.
—Sí, creo que sí —le respondí para que se quedara tranquila—. ¿Y tú?
Tampoco ella tenía buen aspecto. Parecía mareada, lo cual podía entender perfectamente… aquella mujer se había dejado morder por un muerto viviente, ¿acaso se había vuelto loca, o no sabía que eso era una condena a muerte? Cuando Óscar me dijo que ella era inmune a los reanimados, lo último que me esperaba era que fuera a dejarse morder a sí misma para demostrarlo.
—No —contestó Raquel agarrándome del brazo—. Dame la mano, por favor.
Se la di, y por un momento recordé lo agradable que era la sensación de tenerla conmigo, de estar junto a ella. Era un sentimiento que compensaba con creces el malvivir dentro de una tienda de campaña con frío y miedo durante semanas… pero tan sólo duró unos segundos, hasta que Maite tiró de nosotros para sacarnos de la basílica entre un mar de rezos y alabanzas de los fieles.

—Eso ha sido… raro. —dijo Raquel media hora más tarde, cuando ya estuvimos los cuatro a solas en la casa que me habían prestado.
—¿Raro? —replicó Maite fuera de sí—. ¡Ha sido una locura! ¡Esa loca ha dejado que la muerda un resucitado, por el amor de Dios! ¡Y todos parecían encantados con ello!
—Pero, ¿lo habéis sentido? —les pregunté tímidamente. Aquello era algo que no podía quitarme de la cabeza… en el momento no la había reconocido como tal, pero cuanto más lo pensaba, más claro lo tenía: acababa de tener una experiencia mística.
—Judit desde luego sí, todavía está vomitando. —afirmó Maite mirando de reojo hacia el baño.
Nada más llegar la pobre empezó a sentir náuseas, y llevaba pegada a la taza diez minutos.
—Yo sí lo he sentido —me aseguró Raquel—. Ha sido como… como si hubiera alguien o algo allí, contemplando toda la ceremonia. No me había sentido tan abrumada en mi vida.
—¡Oh, por favor! —resopló Maite poniendo los ojos en blanco—. Lo que sentisteis se llama sugestión.
—¿Sugestión de qué? —replicó Raquel—. Yo no creía nada de eso, pero a esa mujer le ha mordido un muerto viviente… ¡y luego todos bebieron de la fuente con su sangre!
Esa parte no llegamos a verla del todo, pero cuando estábamos saliendo de la basílica los fieles de la santa hacían cola para beber el líquido de la fuente donde ella había derramado su sangre… sangre contaminada por la mordedura del muerto viviente, que si todo lo que sabíamos sobre ellos era cierto, tendría que infectarles y matarles.
—Lo que significa que seguramente mañana estarán todos muertos —nos aseguró Maite—. Deberíamos irnos de aquí mientras aún podemos. Fingiremos que ese numerito suicida nos ha hecho pensar y que queremos… predicar la buena nueva al resto del grupo, o algo así.
—No es un numerito suicida —le dije tras recordar las palabras de Óscar—. Creo que ya lo ha hecho antes, el dejar que le muerdan. Decían que era inmune a los muertos vivientes, que éstos no podían matarla con sus mordiscos y que nos iban a dar pruebas, ¿no? Pues ahí está la prueba, mordida y todavía viva.
—Eso es imposible —sentenció Judit regresando del baño todavía agarrándose el estómago y con el rostro verdoso—. Imposible. Se comprobó, si de algo estábamos de acuerdo en la universidad con los militares era en que lo que provoca esto es contagioso al cien por cien y mortal al cien por cien. Es imposible no contagiarse si estás expuesto, y es imposible no morir si has sido contagiado.
—Entonces, ¿cómo explicas que se dejara morder? —inquirió Maite.
—Muy sencillo: si no muere, es que no hubo mordisco en realidad. —afirmó con rotundidad.
—¡Pero todos vimos cómo le mordían! —replicó Raquel exasperada—. Vimos las marcas, la sangre… y Aitor tiene razón, creo que ya lo ha hecho antes porque me ha parecido ver marcas en otras partes del brazo.
—Ahora también hay marcas de otros mordiscos —bufó Maite con desdén—. Pronto estaréis contando que mató a un grupo de muertos vivientes lanzando rayos por las manos por seguirle el juego a una embaucadora, o a una niñata suicida… se acabó, ya hemos estado aquí lo suficiente y hemos visto lo que querían que viéramos. Vamos a volver ya, antes de que el grupo se preocupe demasiado por nosotros.
Dicho aquello, cogió la puerta, tras la que ya no nos tenían encerrados, y salió de la casa. Judit se volvió a sentir mal y se marchó corriendo de vuelta al baño, dejándonos a Raquel y a mí a solas.
—Entonces… ¿crees que lo que ha pasado podría ser cierto? —le pregunté.
—No lo sé Aitor, te juro que no lo sé —contestó con pesar—. ¿Y tú? Dijiste que también sentiste algo antes de lo del mordisco.
—Sí, exactamente lo mismo que tú, como si hubiera allí una presencia —le confirmé—. ¿Y si esa presencia fuera…?
—¿Dios? —terminó por mí la frase—. Eso significaría que no es una farsante, que todo esto es cierto y que lo correcto sería unirse a esta comunidad.
Escuchar aquellas palabras, unidas al hecho de que me cogiera de la mano en la ceremonia, hizo que despertara en mí una esperanza que creía casi muerta.
—Si al final nos quedamos aquí, a lo mejor podríamos… volver a intentarlo. —sugerí.
—¡Oh Aitor! —gimió—. No volvamos a eso otra vez, por favor.
—No escucha —le supliqué—. Entiendo tus motivos, ¿vale? Pero una vez aquí estaríamos completamente a salvo, no habría ninguna razón para que estuviéramos separados.
—Cortamos —me recordó—. Mi familia murió, tú los viste… y no podía con eso, aún no puedo creerlo del todo, y quizá sólo por eso me mantengo a flote, pero murieron. Corté contigo por miedo a perder a otro ser querido más, y ayer casi ocurre lo que tanto temía cuando te dimos por muerto. No puedo volver a quererte, Aitor, no después de todo eso. No creo que pueda volver a querer a nadie en este mundo. ¿Lo entiendes?
Habría sido tan estupendo que los dos tuviéramos nuestra propia casa en aquella comunidad, a salvo del mundo exterior, con un futuro los dos juntos… pero mi gozo había acabado en un pozo una vez más, conocía demasiado bien a Raquel y sabía que no lograría hacer que cambiara de opinión.
—Separarse de los seres queridos por miedo a perderlos no me parece una buena idea —le dije sin poder contenerme—. Los estás perdiendo de todas formas. Pero si es tu decisión, la respeto.
—Gracias. —respondió sonriéndome con tristeza.
Maite regresó unos minutos más tarde seguida de Óscar. Por sus rostros, pude deducir que él esperaba que la ceremonia la hubiera impresionado y convencido de la verdad de su fe, pero no había sido así. Maite traía cara de hastío y Óscar de decepción.
—Si queréis marcharos, ya tengo permiso para dejaros donde queráis —se ofreció—. Puedo llevaros hasta la ermita o dejaros donde os encontré, como prefiráis. Tenemos una casa preparada a las afueras, por si las emergencias. Mañana por la mañana estaré allí y me quedaré todo el día. Si al final decidís quedaros podréis encontrarme allí, os diré dónde está.
—Bien, gracias. —replicó Maite con sequedad, recogiendo su arma y preparándose para partir.
—Yo no voy. —anuncié después de tomar una decisión.
—¿Qué? —exclamó Raquel sorprendida.
—Yo no tengo nada más que pensarme, me quedo, seré parte de esta comunidad —les dije—. No quiero volver ahí fuera, en ese mundo ya no queda nada para mí.
—¿Ni siquiera vas a venir a recoger tus cosas? —me preguntó Maite, que apenas podía disimular lo decepcionada que se sentía—. Todavía siguen en la ermita.
—Si decidís venir también, podéis traérmelas. Si no, probablemente las necesitéis más que yo.
—Si esto es por lo que hemos hablado antes… —comenzó a decir Raquel, pero la detuve antes de que pudiera completar la frase.
—No es por eso. —le aseguré, a ella, y también a los demás.
—Ha visto la luz —exclamó Óscar con júbilo—. Estaremos encantados de que seas uno de los nuestros, Aitor. Espero que el resto de tu grupo acabe aceptando la verdad y uniéndose también.
Judit fue a replicar algo, pero Maite la detuvo.
—Es tu decisión —reconoció—. Espero que acertada, sobre todo si terminamos tomando la misma. Hasta la vista entonces.
—Adiós. —me despedí antes de que las tres salieran de la casa siguiendo a Óscar. Raquel se volvió un segundo para dirigirme una mirada triste, casi suplicante, pero me mantuve firme en mi decisión por mucho que pudiera conmoverme verla así, y dejé que se fuera.
Cuando el todoterreno se perdió de vista tras atravesar las puertas unos minutos más tarde me sentí completamente abatido. Sabía que no me equivocaba, creía sinceramente en que aquella era buena gente, pero quedarme significaba perder a Raquel para siempre si no decidían unirse también… y aunque lo hicieran, jamás volveríamos a estar juntos.
—Parece una buena chica, seguro que acaban entrando en razón y vuelven —me aseguró Sara, que junto con Óscar habían decidido hacerme una visita ya por la tarde para levantarme el ánimo—. No le cuentes a nadie que he dicho esto, pero creo que fue un poco fuerte empezar mostrándoos lo de esta mañana… a ver, es normal que se asustaran, es un shock muy grande.
—Aun así, seguro que deciden venir —declaró Óscar completamente convencido—. Cuando los dejé, me pareció que a ella esto le había gustado.
—¿Sabes ya en qué casa vas a instalarte? —preguntó Sara cambiando de tema.
—¿Otra casa? —repliqué dándome cuenta de que, por alguna razón, había dado por sentado que me quedaría a vivir en la que me encontraba.
—Esta es sólo para las visitas, hombre —me recordó ella—. Si vas a ser uno de los nuestros vivirás con nosotros. Hay muchas casas vacías, la mayoría más grandes que este piso.
—¿Para qué quiero más espacio si estoy solo? —exclamé con amargura—. La verdad es que la casa me da igual, me he pasado semanas en una tienda de campaña, con tener una cama y un techo doy gracias.
—Eso dices ahora, pero ya verás cuando te acostumbres a estar aquí cómo todas esas tonterías te empiezan a molestar —me garantizó Óscar—. La comida, por ejemplo. Eso es lo que más me molesta a mí. Echo de menos la comida fresca… ojalá tuviéramos espacio para cultivar, detesto las raciones de los militares y las latas de conservas.
—¿Y cuándo me tengo que trasladara esa nueva casa? —quise saber. Quería conocer cuál iba a ser mi nuevo hogar cuanto antes y comenzar a integrarme. Seguro que cuando tuviera allí unos cuantos amigos me sentiría mucho mejor.
—Supongo que después de la ceremonia —respondió Sara encogiéndose de hombros—. Cuando seas oficialmente uno de los nuestros.
—¿Ceremonia? —balbuceé alarmado. La idea de volver a presenciar un ritos de los suyos después de las cosas que había visto y sentido en el último no es que me entusiasmara demasiado.
—Tienes que ser bautizado en tu nueva fe. —me aclaró Óscar.
—Pero no será una ceremonia como la… otra, ¿no? —inquirí asustado.
—¡No hombre! —se carcajeó él dándome una palmadita en el hombro—. Tú tranquilo, en esa ceremonia solo estaréis ella, tú y tu conciencia, y tan sólo te rociará agua bendita por encima.
—Bien, porque no creo estar preparado para un despliegue como el de antes. —resoplé un poco más tranquilo.
—Puedes llevar invitados, algo así como tus padrinos —añadió Sara—. Bueno… si tuvieras alguien a quien llevar, claro.
—Podíais ser vosotros mis padrinos. —se me ocurrió de repente. Prefería enfrentarme a aquello acompañado, aunque fuera de dos personas que acababa de conocer, antes que hacerlo solo.
—Vaya, no sé qué decir, es un gran honor —afirmó Óscar adoptando un tono más serio—. Apenas nos conocemos, ¿no sería un poco…?
—¡Vamos Óscar, el chico no tiene a nadie más! —le contradijo Sara, que luego se volvió hacia mí—. No te preocupes, estaremos encantados de ser tus padrinos, Aitor.
—Bien, gracias —respondí aliviado—. ¿Cuándo será la ceremonia?
—Ahora que has tomado tu decisión no tiene sentido retrasarla, ¿no? —replicó ella.

La ceremonia se realizó aquella misma tarde, antes de que comenzara a anochecer. Joaquín Veltrán, a quien a partir de entonces tendría que llamar “señor Veltrán”, como hacían los demás, se encargó de llevarme a la basílica junto a Sara y Óscar. Volver a ver Santa Mónica me resultó un poco incómodo porque después de las cosas que sentí en la ceremonia anterior era posible que empezara a creer más en ella… por eso y porque, efectivamente, tenía un vendaje en el brazo en el lugar donde la había mordido el muerto viviente. Un poco de sangre se había filtrado a través de las vendas, prueba de que el mordisco había sucedido en realidad.
—¿Tienes miedo Aitor? —me preguntó confidencialmente cuando estuve arrodillado frente al altar, a sus pies. Los demás aguardaban sentados en los bancos, expectantes ante el momento en que el agua mojara mi cabeza y pasara a formar parte oficialmente de aquella comunidad.
—No. —respondí con firmeza, a lo que ella sonrió. No me pareció ni febril ni débil, y tampoco pude notar en ella ningún otro síntoma de alguien que ha sido mordido por un muerto viviente… ¿sería verdad que era inmune a ellos?
—¿Renuncias a Satanás y sus falsas promesas? —me preguntó, esa vez en voz alta para que todos pudieran escucharlo.
—Renuncio. —contesté también en voz alta.
—Entonces que el poder del Espíritu Santo descienda sobre esta agua y te permita renacer de ella. Aitor, yo te bautizo en la verdadera fe en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo —recitó vertiendo un poco de agua sobre mi cabeza tres veces—. A partir de este momento ya eres un miembro de esta congregación, que el Todopoderoso te guíe con sabiduría.
Todavía tuve que esperar unos minutos a que los presentes terminaran de murmurar sus oraciones, y aproveché para recordarme que tendría que aprendérmelas yo también. Si era parte de ellos, tendría que tomar parte en sus ritos y ceremonias.
—¡Bienvenido hermano! —bramó Óscar con alegría al darme un afectuoso apretón de manos cuando todo terminó y pude reunirme con los demás—. Ya sabía en el momento en que te vi que terminarías siendo uno de los nuestros.
—Sí, bienvenido —exclamó Sara abrazándome y besándome en las dos mejillas—. Esto hay que celebrarlo, deberíamos ir a la plaza para que empieces a conocer a todo el mundo…
—Creo que eso puede esperar hasta que nuestro nuevo hermano esté instalado. —intervino el señor Veltrán acercándose a nosotros, acompañado, como siempre, por Jesús.
—Por supuesto, señor Veltrán —asintió Óscar—. Vamos, Sara, nos reuniremos con Aitor luego… o quizá ya mañana por la tarde, porque me toca guardia en el muro hasta bien entrada la noche dentro de diez minutos, y por la mañana tengo que ver si el resto del grupo decide unirse también.
Veltrán esperó hasta que ambos salieron de la basílica para comenzar a darme instrucciones.
—Primero permíteme darte la enhorabuena por tu nuevo bautizo —recitó casi con desgana, como si en realidad aquello le diera igual o fuera algo completamente protocolario—. Por supuesto, como comprenderás todo esto es más que unos ritos y unas palabras, para que una comunidad funcione es necesario un orden y una logística.
—Lo entiendo. —le aseguré tratando de causarle una buena impresión. si él iba a ser uno de mis jefes, era mejor que nos lleváramos bien.
—Por tu pasado militar, y el tiempo que has estado ahí fuera, Jesús y yo creemos que podrías realizar una buena labor en las batidas al exterior en busca de suministros y provisiones —continuó como si no me hubiera escuchado—. ¿Alguna objeción a eso?
—No señor, no me da miedo el exterior, señor… al menos sabiendo que tengo un lugar seguro al que volver. —le aseguré adoptando inconscientemente la posición de firmes, quizá por reflejo de ese pasado militar al que se refería.
—Perfecto entonces. Por supuesto, no vamos a mandarte fuera todavía, acabas de llegar. Pasado mañana comenzarás montando guardia en el muro, quizá la semana que viene comencemos con las misiones fuera. —Se volvió hacia su compañero—. Jesús se encargará de informarte de tus turnos de guardia cuando corresponda.
—Es muy generoso por su parte, pero puedo empezar mañana mismo si quieren —me ofrecí—. Un par de comidas calientes y dos noches durmiendo adecuadamente son más que suficientes para mí, estoy listo para lo que quieran.
—No hay problema —exclamó con nerviosismo Jesús—. Puede… hacer la guardia de la mañana de Pérez, así podrá curarse del todo de esa gripe antes de volver a trabajar.
—Muy bien, que así sea —accedió el señor Veltrán asintiendo con la cabeza—. Ahora Jesús te llevará a tu nueva casa, luego te darán un arma en la armería. No creo que necesites entrenamiento, de hecho posiblemente pudieras darles tú clases a más de uno, así que trabajo que nos ahorramos. Discúlpame pero tengo que ocuparme de otros asuntos, buenos días.
—Buenos días, señor. —me despedí mientras él se marchaba dando largas zancadas, dejándome solo con Jesús.
—¿Vamos? —preguntó echando un vistazo al montón de papeles que llevaba encima.
—Vamos. —respondí dispuesta a emprender la marcha hacia mi nuevo hogar.
—Bueno… bienvenido a nuestra pequeña comunidad, por cierto —dijo el hombrecillo, al cual casi sacaba una cabeza de altura, cuando estuvimos ya en la calle—. Hacía tiempo que no se nos unía nadie de fuera. ¡No por nada! Sólo porque sencillamente no ha aparecido mucha gente, es como si todo el mundo ahí fuera estuviera…
—Muerto. —terminé por él.
—Muerto… sí. —Se estremeció—. ¿Puedo preguntarte qué fue lo que te convenció para quedarte? Aparte de estar en un lugar seguro, quiero decir.
Si era una pregunta con trampa para poner a prueba mi fe no iba a picar.
—En la ceremonia del mediodía sentí… algo, no sabría explicarlo, pero fue realmente intenso —contesté—. Y luego está lo del mordisco. He visto la herida, le mordió de verdad, pero parece encontrarse perfectamente. Es… un milagro.
—Sí, un milagro —asintió él acelerando la marcha—. ¿Y qué hay de tu gente? No parece que se marcharan de aquí demasiado satisfechos.
—No sabría decir —titubeé por no darle directamente la razón—. Supongo que todo esto les ha impresionado un poco, pero confío en que tomen la decisión correcta.
—Yo también… por su propio bien —afirmó aceleradamente—. Es… el mundo de ahí fuera es peligroso… pero qué te voy a contar a ti, ¿verdad? Bueno, ya hemos llegado, aquí está tu casa.
Mi futura casa se encontraba en un edificio de dos pisos, en cuya planta baja había un herbolario y una peluquería, aunque ambos negocios estaban cerrados, por supuesto. No era la calle más elegante de la zona, y se encontraba casi pegada al muro, pero al menos había gente paseando por allí dándole vidilla.
—Puedes elegir entre la casa del primer piso, la del aire acondicionado, o la de al lado en el segundo, con el toldo —me ofreció señalándolas desde la calle—. El toldo está roto y el aire acondicionado no funciona, pero ambas están listas para que alguien entre a vivir en ellas.
—Me quedo con la del toldo. —No sabía por qué, pero prefería un segundo piso… además, si lograba arreglar el toldo el aspecto exterior del edificio mejoraría, y quizá mis nuevos vecinos lo valoraran positivamente.
—Mañana por la mañana pásate por el almacén —dijo entregándome unas llaves—. No es un almacén de verdad, son unos garajes que hay detrás de la basílica, los utilizamos para guardar las cosas. Allí te darán un par de mudas limpias y te explicarán cómo funciona el racionamiento. Haré que Sara te de comida para esta noche.
—¿De dónde sacasteis las llaves? —le pregunté con curiosidad al recogerlas.
—Oh, tenemos un cerrajero —me explicó—. Cambiamos las cerraduras de las casas que vamos a utilizar. Todavía hay muchos edificios a los que no podemos entrar, pero vamos poco a poco.
—Vale… eh, ¿puedo preguntarte una cosa? —Había algo que tenía mucho interés en saber, porque aquel hombre no me parecía un devoto religioso como Óscar, y tampoco daba el perfil de la clase de persona que simplemente disfrutaría de una posición de poder.
—Eh… sí, supongo que sí. —respondió algo inseguro.
—¿Qué fue lo que te convenció a ti para quedarte?
—¿A mí? —replicó titubeante—. Ella… me convenció ella… bueno, hasta luego Aitor.
—Adiós. —me despedí antes de dirigirme a mi nuevo hogar.
Nunca había tenido una casa propia. Pasé de la casa de mis padres a un barracón del ejército, de modo que me resultó muy extraño subir las escaleras de aquel edificio y plantarme delante de la puerta sabiendo que aquel lugar era mío.
“Y sin tener que pagar una hipoteca” pensé metiendo la llave en la cerradura y abriéndola.
Al ser una construcción moderna, el piso era más amplio y el techo más bajo que en la otra donde me había alojado. Por el aspecto no creía que la gente que viviera allí originalmente fuera de clase alta precisamente, pero no estaba mal. Disponía de tres habitaciones y dos cuartos de baño, lo que significaba que, teniendo en cuenta que vivía solo, me sobraba casi medio piso… si Raquel hubiera accedido a lo que le propuse también nos habría sobrado la mitad, pero habría hecho esa misma observación con más alegría.
Solo en esa casa tan vacía la echaba tanto de menos como cuando llevaba días en las calles de Madrid con el resto de mi unidad, masacrando y, sobre todo, siendo masacrados por los muertos vivientes. Cuando ellos nos sobrepasaron y descubrimos que de toda la unidad sólo quedábamos dos con vida, me olvidé de cuál era mi deber y fui a por Raquel. Creía que tenía que sacarla de aquel infierno en el que se había convertido la ciudad a cualquier precio, así que no me importó plantarle cara a toda su familia y llevármela.
Me hubiera gustado poder hacer lo mismo otra vez, pero igual que Raquel se había mostrado conforme con huir de Madrid en su momento, también dejó clara nuestra ruptura, así que lo único que me quedaba era esperar que decidieran unirse a la comunidad y que con el tiempo se arrepintiera. Era una perspectiva un poco patética, pero si no estábamos juntos, no veía ningún motivo para estar allí fuera malviviendo y jugándome la vida… el grupo podía elegir vivir a salvo, igual que había hecho yo.
Como no sabía qué política tenían allí con respecto a los muebles y los adornos, y dudaba que siguieran fabricando esas cosas en alguna parte, decidí no tocar nada por el momento. Tampoco tenía cosas propias que querer colocar en alguna parte, ni siquiera ropa que meter en el armario, así que me limité a sentarme en el sofá, que no era tan cómodo como el de la otra casa, y esperé. En la estantería del comedor había libros, pero no me apetecía leer nada… me sentía un poco inquieto, y quizá hasta culpable de saber que yo estaba allí tan tranquilo mientras Raquel, Maite y los demás seguían expuestos al peligro.
“Ellos decidirán lo que quieran” me dije para intentar apartar esos pensamientos de una vez de mi cabeza, “ahora éste es tu hogar, acostúmbrate.”
Sin embargo, no era tan sencillo simplemente hacer borrón y cuenta nueva. Habían sido muchas semanas con los nervios a flor de piel y bajo una tensión constante en las que había visto y hecho cosas impensables, y todo eso acababa pasando factura. Quizá la noche anterior lograr dormir debido al agotamiento generalizado, pero dudaba que aquella lograra pegar ojo por culpa del estrés.
Agradecí enormemente tener una excusa para levantarme de aquel sofá cuando llamaron a la puerta, y me encontré con Sara al abrirla.
—Jesús me ha dicho que estarías aquí —dijo dando un paso dentro—. ¡Ah sí! Recuerdo las casas de este edificio. Cuando yo llegué a la comunidad, todavía estaban revisando las casas para asegurarse de que no hubiera ningún muerto viviente en ellas. Al admitirme me pusieron a inspeccionar casas… habría sido muy tonto levantar un muro sólo para encontrarse con que los condenados estaban ya aquí dentro, ¿verdad?
—Verdad —asentí cerrando tras ella cuando entró—. Como no hay problemas de espacio, no digo nada, pero creo que esta casa es mucho para mí solo.
—Bueno, ya la irás llenando —bromeó—. Mientras venía, una chica bastante mona y más o menos de tu edad me ha preguntado quién eras, que se había fijado en ti al salir de la basílica.
—No sé si tengo cuerpo para esas cosas —repliqué torciendo el gesto—. Además, tampoco es que pueda llevarla a ninguna parte o invitarla a algo.
—¡Ah! Ya empiezas a ser uno de los nuestros —exclamó carcajeándose—. Nada más llegar das gracias por tener una cama, pero mírate, llevas aquí dos días y ya te estás quejando de que no hay nada que hacer en tu tiempo libre.
—Es muy fácil acostumbrarse a lo bueno. —tuve que admitir, aunque desde luego que no hubiera bares o cines no era mi mayor preocupación en esos momentos.
—A ella no podrás llevarla a ninguna parte, pero yo tengo que llevarte a la armería —me dijo hablando ya en serio—. Si quieres mi opinión, deberías haberte tomado el día de descanso y haber empezado a conocer a la gente y familiarizarte con este sitio. No sé por qué tanta prisa por trabajar.
—¿Qué mejor forma de conocer a esta gente y este sitio que empezando cuanto antes? —le contradije—. Además, prefiero mantenerme ocupado.
—Como quieras, pero pronto estarás cansado de hacer guardias y desearás tener algún día libre, ya lo verás —me aseguró—. ¿Vamos ya? Preferiría no tener que madrugar mañana para darte un arma, pero como se haga de noche no quedará más remedio, recuerda que no tenemos luz eléctrica.
—Entonces vamos. —asentí agarrando las llaves y saliendo con ella de la casa… ese simple gesto, tan cotidiano en el pasado, ya suponía una gran diferencia.
Como estaba empezando a oscurecer, y además de la oscuridad hacía frío, la gente comenzaba a abandonar la calle, así que no creía que fuera a cruzarme con la chica que había dicho Sara. Realmente no tenía cuerpo para eso por el momento, pero sentía curiosidad por conocer a la mujer que se había fijado en mí… por no cerrarme puertas tontamente más que nada.
La armería se encontraba dentro de la propia basílica, quizá porque ese era el lugar más seguro dentro de aquel recinto lleno de casas residenciales, y un par de hombres vigilaban la puerta, que era una de las entradas traseras de la iglesia. A lo mejor estaba demasiado acostumbrado a los militares de los que había estado rodeado en el pasado, pero aquellos dos tipos no me imponían demasiado, y mucho menos lo hicieron cuando saludaron a Sara como si tal cosa y nos dejaron pasar sin hacer ninguna pregunta.
—Aquí estamos. —anunció ella una vez dentro.
—¡Vaya! —exclamé yo al ver el magnífico arsenal del que disponían allí—. Impresionante.
Impresionante era poco, no me había planteado qué podían tener guardado, pero jamás habría imaginado que sería tanto. No sólo tenían docenas de fusiles de asalto almacenados en un rincón y una gran colección de pistolas en una mesa, también había decenas de cajas de munición de todos los calibres necesarios, cargadores, cajones llenos de granadas, explosivos e incluso un par de lanzacohetes.
—Lo sacamos de la base militar —afirmó Sara con orgullo—. No está mal, ¿eh?
—Nada mal. —reconocí. Con aquello se podría armar a un ejército entero.
—También cogimos algunas cosas de la comisaría —me explicó—. Los novatos con las armas se sienten más cómodos llevando pistolas, escopetas y esas cosas… pero como tú eres un profesional supongo que podemos darte algo de armamento de verdad para tus guardias, ¿cierto?
—¿Cómo funciona esto? —le pregunté mientras ella rebuscaba entre los fusiles de asalto—. ¿Tengo que traer las armas aquí cuando termine mi guardia, o que llevarlas siempre encima?
—Normalmente sólo vamos armados cuando es necesario, pero los que sabemos utilizar armas de fuego de forma profesional tenemos permiso para ir armados todo el tiempo, aunque nadie te mirará bien si llevas uno de estos —respondió tendiéndome uno de los fusiles—. Son para matar condenados desde lejos, aunque deberías coger una de estas pistolas para llevarlas siempre encima. Los muros son seguros, pero nunca se sabe.
—De acuerdo. —asentí cogiendo el fusil, un par de cargadores extras, la pistola y un cargador de más para ella. Todo eso, junto con un puñal nuevo, hacía que fuera mejor armado que cuando el ejército me soltó a matar muertos vivientes en mitad de la ciudad… salvo por la granada que sacamos de los soldados muertos del campamento, que se había quedado en la ermita—. No soy un experto en esto pero, ¿estáis seguros de que guardáis la munición y los explosivos de la forma adecuada? Si hubiera una explosión aquí dentro, la basílica saltaría por los aires.
—Este sitio es un lugar fresco y seco, no tienen ningún motivo para explotar —contestó ella—. De todas formas, este lugar no puede derrumbarse, se sostiene en pie gracias la fe de los que creemos en Santa Mónica, y mientras ella esté con nosotros estamos a salvo.
—Sí —le concedí mentalizándome de que tendría que acostumbrarme a ese tipo de comentarios en el futuro—. Pero aun así, yo no fumaría aquí dentro.
Sara se limitó a sonreír.
—Anda, vámonos —dijo poniéndome una mano en el hombro—. Tengo tus provisiones en mi casa… venga, te invito a cenar allí, así hablamos de esa chica a la que le gustas y te doy un par de ideas sobre lo que podéis hacer los dos dentro de estos muros.
Acepté su invitación y la seguí hacia su casa. Quizá fuera por estar de nuevo armado pero, pese a las dudas iniciales y la depresión posterior, tenía la sensación de que todo iba a ir bien a partir de entonces. Aquella gente me había acogido de buen grado, y todos se estaban portando estupendamente conmigo, ¿qué más podía pedir? Quizá todavía tuviera mis dudas con respecto a la mujer que lo dirigía todo, pero un reanimado le había mordido y seguía viva, y esa presencia en la basílica durante la misa me hacía plantearme en serio la posibilidad de que todo aquello fuera cierto. Sólo podía esperar que Maite y el resto del grupo entraran en razón, dejaran a un lado las dudas y se unieran también a la comunidad.
En la casa de Sara, mucho más bonita que la mía, descubrí que las provisiones de las que disponían allí eran principalmente raciones militares sacadas de la base, de modo que ya estaba familiarizado con su sabor, que no era el mejor del mundo.
—Más adelante, cuando el pueblo esté más limpio de muertos vivientes, pretenden crear pasillos de verdad entre las calles que lleven al exterior de forma segura, no como ahora, que sólo hay unos cuantos coches bloqueando el paso a los muertos. Allí podremos plantar cosas para tener una fuente de alimentación a largo plazo. —me contó mientras cenábamos.
—Eso está bien, me deja más tranquilo saber que están pensando en el futuro —respondí masticando unas albóndigas que no sabían a nada—. De todas formas, con las raciones no creo que haya problemas de alimentación. A menos que se lo llevaran todo a la zona segura, debían guardar comida para un regimiento, literalmente.
—Oh si, había mucha —asintió ella—. Cuando los militares se fueron se llevaron todo lo que podían cargar, pero no eran muchos, así que sobró casi tanta comida como armamento, y ya has visto que no estamos nada mal surtidos.
No sabría explicar por qué, pero al mencionar a los militares y la base me acordé de la figura con capa que se chocó conmigo mientras intentaba huir de la jauría de reanimados que me persiguió hasta el pueblo. Estaba seguro de que ese tipo había hecho que sonar las campanas, alertando a los muertos vivientes de nuestra presencia, y se me ocurrió que quizá un militar resentido intentó matarnos al confundirnos con miembros de la comunidad.
Pensé que tal vez ella tuviera más idea del asunto, así que se lo comenté… lo que no podía imaginarme era que aquello fuera preocuparla tanto.
—Había oído hablar de él, pero creía que era sólo un cuento —exclamó mirándome con los ojos muy abiertos—. Cuando yo llegué a esta comunidad, ya se hablaba de que un soldado, uno incluso peor que el que Santa Mónica utiliza en sus sermones, decidió esconderse en la base en lugar de marcharse con los demás, y que ronda por allí como un alma en pena.
¿Podía ser ese el motivo por el cual la capilla de la base había sido completamente profanada? No era descabellado pensar que un soldado resentido con todo lo que había pasado entre el ejército y la comunidad siguiera por allí tocando las narices.
—Tal vez deberíamos informar de que le has visto —opinó algo preocupada—. Hacía tanto que no se hablaba de ello que todos pensábamos que se había marchado, pero si sigue por ahí, puede ser un peligro. Este muro puede mantener lejos a los condenados, no a las personas vivas.
No veía ningún motivo para no hacerlo. Aquella se había convertido en mi gente, y si ese tipo tenía algo contra ellos, también lo tenía contra mí… pero en realidad tenía la sensación de que más que un militar “malvado” era un pobre loco. ¿Qué persona cuerda llenaría una iglesia de carne podrida, viviría en una base abandonada y se dedicaría a corretear entre los reanimados para azuzarlos contra las visitas?


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