CAPÍTULO 14:
AITOR
—Después
de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que
oí, como de ;trompeta, hablando conmigo, dijo: sube acá, y yo te mostraré las
cosas que sucederán después de éstas. Y al instante yo estaba en el Espíritu; y
he aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado. Y el
aspecto del que estaba sentado era semejante a piedra de jaspe y de cornalina;
y había alrededor del trono un arco iris, semejante en aspecto a la esmeralda… —recitaba
Mónica a sus fieles desde el púlpito de la basílica.
—Apocalipsis de
San Juan, capítulo cuarto. —murmuró Judit mirando con cierta condescendencia a
la multitud.
En el retablo
mayor se habían reunido todos y cada uno de los miembros de aquella cada vez
más inquietante comunidad, sentados en los bancos y bebiendo las palabras que
su líder, a la que consideraban una santa, les leía de las Sagradas Escrituras.
Como invitados de honor, Maite, Judit, Raquel y yo nos tuvimos que sentar en la
primera fila de los bancos, observando con cierta suspicacia el desarrollo de
la ceremonia. Después de que Maite regresara hecha un basilisco de su
entrevista con Santa Mónica estuvieron a punto de marcharse, y tenía que
admitir que yo también me lo planteé, porque lo que nos costó sobre la cabeza
de aquel reanimado resultaba cuando menos inquietante.
—Nadie dijo nada
de cabezas cortadas. —le juré a Maite una vez más en un susurro.
—Claro que no te
lo dijeron, ¿cómo van a decirte algo así? —gruñó ella cruzada de brazos—.
Todavía no sé cómo he accedido a esto, tendríamos que habernos largado en
cuanto descubrimos que toda esta gente no es más que una panda de locos.
Sólo
había consentido asistir a la misa después de que Óscar le insistiera mucho,
pero siendo sincero, me parecía que el único motivo por el que lo había hecho
en realidad era para no verse solas en medio del pueblo si se marchaban sin
más. Prometieron llevarnos de vuelta a la ermita después de que aquel extraño
rito terminara, y un viaje seguro en un furgón militar era algo que no se
rechaza, no cuando la alternativa suponía caminar por un pueblo que, si bien
había sido aligerado de muertos vivientes, seguía teniendo muchos de ellos en
sus calles.
—Entonces, ¿qué
vamos a hacer? —quiso saber Raquel—. Todo este asunto me da bastante mal rollo.
—Esperaremos a que
esto termine y nos largaremos de aquí —respondió Maite muy decidida—. No creo
que el resto tenga demasiado que pensarse cuando sepa que aquí juegan con
cabezas cortadas, así que propondré que nos vayamos a otro lugar, lejos de esta
secta. Si como dicen han saqueado a conciencia los alrededores no creo que encontremos
nada de comida para nosotros de todas formas.
—Estoy de acuerdo.
—asintió Judit con convicción.
—Entiendo que esto
pueda resultar un poco… —comencé a decir, pero no sabía cómo definirlo sin que
sonara demasiado mal.
—¿Siniestro? —completó
Maite.
—¿Terrorífico? ——añadió
Raquel.
—Vale, siniestro y
terrorífico —les concedí—. Pero estamos hablando de elegir entre esto y seguir
ahí fuera. Estar allí sí que es terrorífico. Óscar, Félix, Silvio, Agus,
Érica... ¿cuánta gente más tiene que morir mientras buscamos un lugar seguro
que podría no existir? Quizá este sitio no sea tan perfecto como creía al
principio, de acuerdo, pero sigue siendo mejor que estar pasando frío, hambre y
miedo sin saber si viviremos para ver el día siguiente, ¿no?
—Eso también es
verdad… —murmuró Raquel indecisa.
—No se trata sólo de
la cabeza cortada —objetó Maite—. No por sí misma al menos, es todo lo que eso
conlleva. ¿Qué será lo próximo? ¿Meter resucitados aquí dentro para hacer
sacrificios humanos? La gente que sigue una religión que la incita a jugar con
muertos vivientes no está muy bien de la cabeza, ¿de verdad creéis que viviendo
aquí no pasaríais miedo? La desesperación hace que aceptes cualquier cosa con
tal de alejarte de los muertos de fuera… hasta auténticas atrocidades.
—¿Qué quieres
decir? —le pregunté sin terminar de entender cuál era el punto de todo eso.
—Su historia con
los militares de la base no termina de convencerme —declaró frunciendo el ceño—.
Podría habérmela creído cuando pensaba que era una comunidad de pánfilos a los
que les gusta rezar seis veces al día y adoraban a una chica mona con complejo
de mesías, pero que no les importe que su “santa” tenga un báculo con una
cabeza cortada lanzando mordiscos al aire hace que no confíe en ellos.
—Tampoco es que
sea una persona viva —intenté justificarles—. Es sólo un reanimado, nosotros los
hemos ido matando sin dedicarles siquiera un pensamiento.
—No es lo mismo —me
contradijo—. Los matamos para defendernos, pero no nos divertimos clavándolos
en bastones y realizando ceremonias religiosas con ellos. Además, me dijo que
conocía a la persona a la que pertenecía esa cabeza, así que no era sólo un
resucitado más.
—¡Cuidado! —nos advirtió
Raquel cuando un hombre vestido con una túnica ceremonial se acercó empujando
de un carrito lleno de obleas, cuya función sin duda era hacer de hostias
consagradas.
—Ahora tomaremos
la eucaristía como signo de la unidad y el vínculo que une esta comunidad,
igual que Jesucristo está unido a nosotros, protegiéndonos y guiándonos en
estos tiempos difíciles —anunció Santa Mónica saliendo de detrás del altar—. Me
gustaría invitar a nuestros cuatro visitantes a ser los primeros en ser
partícipes del santísimo sacramento, pues la comunidad es importante, pero más
importante es aún a los ojos de nuestro Señor el acoger al extraño, el tratar
al prójimo con la misma consideración que le daríamos a alguien de nuestro
propio grupo.
—Será mejor que
vayamos antes de que nos quemen en la hoguera por herejía —murmuró Maite levantándose
a regañadientes de su asiento.
Podía entender que
a ella le hacía mucho menos gracia que a mí tener que ser partícipes de
aquello, pero no veía ningún motivo para rechazar el gesto. Sólo era un
inocente sacramento.
Sentí las miradas
de todo el mundo clavadas en nosotros mientras tomábamos la oblea de manos de
la santa, lo que hizo que me sintiera un poco cohibido. Pero sin duda fue Judit
la que más se resistió a participar en todo aquello, y hasta que Maite no la
apremió con un gesto no accedió a someterse a aquel rito sagrado. Aun así, nada
más hacerlo se sacó la ostia de la boca con disimulo y se la guardó en un
bolsillo.
Aunque nosotros
fuimos los primeros, todos los asistentes se acercaron después a recibir
también el sacramento, de modo que llevó varios minutos más terminar con el
rito.
—No ha sido para
tanto, ¿no? —les dije aprovechando que los murmullos de la gente hacía que no
pudieran oírnos—. No ha sacado la cabeza cortada. Esto es sólo como ir a misa,
mi abuela iba todos los domingos y no le pasaba nada.
—Suponiendo que no
nos hayan envenenado. —argumentó Raquel con desdén.
—Están todos
bebiendo la misma agua —observó Maite—. A menos que hayamos llegado justo el
día en que la secta de pirados pensaba suicidarse en grupo, no creo que haya
problema con eso.
—O también podrían
ser gente completamente normal, pero religiosos —le espeté un poco harto de
tantas críticas hacia esas personas, que a mi juicio no parecían más que un
grupo que intentaba sobrevivir y mantener la ilusión en un mundo difícil—. Yo
creo que, si sus creencias les hacen tener un poco de fe e esperanza,
bienvenidas sean.
—¿Bienvenido sea
el tener un bastón con una cabeza cortada? —exclamó Maite levantando una ceja
con suspicacia—. ¿Te parece eso medianamente normal?
—La verdad es que
no sé cómo son los rituales religiosos habitualmente —intervino Judit—. Sé que
la muerte está muy presente en las doctrinas religiosas, todas predican de
alguna manera la continuidad de la existencia del individuo tras ella, así que
quizá el emplear un símbolo como la cabeza de un reanimado en ellos podría no
ser tan extraña, aunque lo cierto es que es la primera vez que acudo a un acto
religioso desde mi bautizo.
—¿No hiciste la
primera comunión de pequeña? —le preguntó Raquel.
—¿La comunión? No…
hasta ahora al menos —respondió ella—. Mi madre quería que la hiciera, claro,
pero estaba muy ocupada decidiendo qué rama de ciencias quería estudiar en el
instituto, si la científico-técnica o ciencias de la salud, como para perder el
tiempo con esas tonterías.
—¿A los nueve
años…? —exclamó Raquel estupefacta.
—Pues te puedo
asegurar que en las misas de antes no utilizaban cabezas de muertos, estuvieran
reanimados o no. —expuso Maite sin dar su brazo a torcer.
—Quizá en la
tradición católica no —admitió Judit—. Pero existen muchas otras doctrinas
religiosas: la santería, los cultos a la muerte, o incluso el vudú… y hablando
del vudú, hay una similitud muy graciosa entre los muertos vivientes y lo que
ellos llaman…
—¡Callad! —interrumpió
Raquel—. Creo que ya han terminado.
No podría explicar
por qué, pero al volver de nuevo la vista hacia el altar me pareció notar por
un momento como si los santos y vírgenes de los relieves de las paredes me
estuvieran mirando, y comencé a sentirme un poco agobiado.
—La fe es una
virtud de la que muchos carecen —comenzó a decir Santa Mónica con aquella voz
tan suave que la caracterizaba. Allí, frente a todos sus fieles, parecía más
una santa que nunca—. También es algo que muchos abandonaron cuando los
condenados pisaron la Tierra, a fin de cuentas, ¿qué clase de dios que se hace
llamar misericordioso mandaría semejante plaga contra nuestros padres, nuestros
hijos, nuestros hermanos y seres queridos? Sin embargo, bien es sabido que el
Todopoderoso no cierra una puerta sin abrir una ventana, y esa ventana somos
nosotros, es ésta comunidad. Todos hemos sufrido mucho para llegar aquí, pero
con esfuerzo, y con el Señor de nuestro lado, redimiremos esta tierra maldita,
salvaremos las almas condenadas de nuestros seres queridos y levantaremos un
nuevo Edén.
Maite se retorció
nerviosa cuando Jesús, el planificador comunitario, entró con un báculo dorado
cubierto por una sábana en las manos y se lo tendió a aquella mujer… quizá mis
sentidos me engañaran, pero casi podía ver cómo un halo celestial se formaba a
su alrededor al recogerlo.
—¡Recordad, hijos
míos, que los condenados sólo buscan las almas de los impuros! —anunció a sus
seguidores mientras Jesús colocaba una gran fuente llena de un líquido que no
logré ver sobre el altar—. ¡Un alma pura no tiene nada que temer de estos
seres!
La expectación de
toda la basílica aumentó hasta casi volverse palpable en el ambiente, y yo
comencé a sentirme muy raro… era como si una gran fuerza invisible se hubiera
introducido en la enorme estancia y flotara sobre nosotros, observándonos.
Santa Mónica
levantó la manta dejando ver que el báculo tenía la cabeza de un muerto
viviente clavada en él, tal y como Maite había dicho. Lo que no había dicho,
porque ni ella ni ninguno de nosotros cuatro tenía forma ni de imaginarlo, era
lo que hizo a continuación. Elegantemente se remangó la manga del brazo derecho
de su túnica ceremonial y dejó que la cabeza de aquel muerto viviente le
mordiera a la altura de la muñeca.
Todo se volvió demasiado
confuso a partir de ese momento. Maite se puso en pie de un salto y dijo algo
que no pude entender, porque de repente las imágenes religiosas de la basílica
me rodearon y comenzaron a dar vueltas alrededor de mi cabeza. Gritos de júbilo
se escucharon por todas partes mientras la sangre fluía del brazo de aquella
mujer hacia la fuente del altar.
—Tomad y bebed —exclamó
agarrándose la sangrante herida—. Pues ésta es mi sangre…
—¿Aitor? ¿Estás
bien? —me preguntó Raquel agarrándome del brazo y devolviéndome a la realidad.
Maite se había
levantado de su asiento y miraba horrorizada cómo Santa Mónica vertía su sangre
dentro de la fuente, pero no era la única. Toda la congregación se había alzado
también, aunque por un motivo muy distinto. Por las oraciones, las alabanzas y
los gestos de contrición de los fieles, cualquiera hubiera dicho que estábamos
presenciando un milagro.
—Sí, creo que sí —le
respondí para que se quedara tranquila—. ¿Y tú?
Tampoco ella tenía
buen aspecto. Parecía mareada, lo cual podía entender perfectamente… aquella
mujer se había dejado morder por un muerto viviente, ¿acaso se había vuelto
loca, o no sabía que eso era una condena a muerte? Cuando Óscar me dijo que
ella era inmune a los reanimados, lo último que me esperaba era que fuera a
dejarse morder a sí misma para demostrarlo.
—No —contestó
Raquel agarrándome del brazo—. Dame la mano, por favor.
Se la di, y por un
momento recordé lo agradable que era la sensación de tenerla conmigo, de estar
junto a ella. Era un sentimiento que compensaba con creces el malvivir dentro
de una tienda de campaña con frío y miedo durante semanas… pero tan sólo duró
unos segundos, hasta que Maite tiró de nosotros para sacarnos de la basílica
entre un mar de rezos y alabanzas de los fieles.
—Eso ha sido…
raro. —dijo Raquel media hora más tarde, cuando ya estuvimos los cuatro a solas
en la casa que me habían prestado.
—¿Raro? —replicó
Maite fuera de sí—. ¡Ha sido una locura! ¡Esa loca ha dejado que la muerda un
resucitado, por el amor de Dios! ¡Y todos parecían encantados con ello!
—Pero, ¿lo habéis
sentido? —les pregunté tímidamente. Aquello era algo que no podía quitarme de
la cabeza… en el momento no la había reconocido como tal, pero cuanto más lo
pensaba, más claro lo tenía: acababa de tener una experiencia mística.
—Judit desde luego
sí, todavía está vomitando. —afirmó Maite mirando de reojo hacia el baño.
Nada más llegar la
pobre empezó a sentir náuseas, y llevaba pegada a la taza diez minutos.
—Yo sí lo he
sentido —me aseguró Raquel—. Ha sido como… como si hubiera alguien o algo allí,
contemplando toda la ceremonia. No me había sentido tan abrumada en mi vida.
—¡Oh, por favor! —resopló
Maite poniendo los ojos en blanco—. Lo que sentisteis se llama sugestión.
—¿Sugestión de
qué? —replicó Raquel—. Yo no creía nada de eso, pero a esa mujer le ha mordido
un muerto viviente… ¡y luego todos bebieron de la fuente con su sangre!
Esa parte no
llegamos a verla del todo, pero cuando estábamos saliendo de la basílica los
fieles de la santa hacían cola para beber el líquido de la fuente donde ella
había derramado su sangre… sangre contaminada por la mordedura del muerto
viviente, que si todo lo que sabíamos sobre ellos era cierto, tendría que
infectarles y matarles.
—Lo que significa
que seguramente mañana estarán todos muertos —nos aseguró Maite—. Deberíamos
irnos de aquí mientras aún podemos. Fingiremos que ese numerito suicida nos ha
hecho pensar y que queremos… predicar la buena nueva al resto del grupo, o algo
así.
—No es un numerito
suicida —le dije tras recordar las palabras de Óscar—. Creo que ya lo ha hecho
antes, el dejar que le muerdan. Decían que era inmune a los muertos vivientes,
que éstos no podían matarla con sus mordiscos y que nos iban a dar pruebas,
¿no? Pues ahí está la prueba, mordida y todavía viva.
—Eso es imposible —sentenció
Judit regresando del baño todavía agarrándose el estómago y con el rostro verdoso—.
Imposible. Se comprobó, si de algo estábamos de acuerdo en la universidad con
los militares era en que lo que provoca esto es contagioso al cien por cien y
mortal al cien por cien. Es imposible no contagiarse si estás expuesto, y es
imposible no morir si has sido contagiado.
—Entonces, ¿cómo
explicas que se dejara morder? —inquirió Maite.
—Muy sencillo: si
no muere, es que no hubo mordisco en realidad. —afirmó con rotundidad.
—¡Pero todos vimos
cómo le mordían! —replicó Raquel exasperada—. Vimos las marcas, la sangre… y
Aitor tiene razón, creo que ya lo ha hecho antes porque me ha parecido ver
marcas en otras partes del brazo.
—Ahora también hay
marcas de otros mordiscos —bufó Maite con desdén—. Pronto estaréis contando que
mató a un grupo de muertos vivientes lanzando rayos por las manos por seguirle
el juego a una embaucadora, o a una niñata suicida… se acabó, ya hemos estado
aquí lo suficiente y hemos visto lo que querían que viéramos. Vamos a volver ya,
antes de que el grupo se preocupe demasiado por nosotros.
Dicho aquello,
cogió la puerta, tras la que ya no nos tenían encerrados, y salió de la casa.
Judit se volvió a sentir mal y se marchó corriendo de vuelta al baño,
dejándonos a Raquel y a mí a solas.
—Entonces… ¿crees
que lo que ha pasado podría ser cierto? —le pregunté.
—No lo sé Aitor,
te juro que no lo sé —contestó con pesar—. ¿Y tú? Dijiste que también sentiste
algo antes de lo del mordisco.
—Sí, exactamente
lo mismo que tú, como si hubiera allí una presencia —le confirmé—. ¿Y si esa
presencia fuera…?
—¿Dios? —terminó
por mí la frase—. Eso significaría que no es una farsante, que todo esto es
cierto y que lo correcto sería unirse a esta comunidad.
Escuchar aquellas
palabras, unidas al hecho de que me cogiera de la mano en la ceremonia, hizo
que despertara en mí una esperanza que creía casi muerta.
—Si al final nos
quedamos aquí, a lo mejor podríamos… volver a intentarlo. —sugerí.
—¡Oh Aitor! —gimió—.
No volvamos a eso otra vez, por favor.
—No escucha —le
supliqué—. Entiendo tus motivos, ¿vale? Pero una vez aquí estaríamos
completamente a salvo, no habría ninguna razón para que estuviéramos separados.
—Cortamos —me
recordó—. Mi familia murió, tú los viste… y no podía con eso, aún no puedo
creerlo del todo, y quizá sólo por eso me mantengo a flote, pero murieron.
Corté contigo por miedo a perder a otro ser querido más, y ayer casi ocurre lo
que tanto temía cuando te dimos por muerto. No puedo volver a quererte, Aitor,
no después de todo eso. No creo que pueda volver a querer a nadie en este
mundo. ¿Lo entiendes?
Habría sido tan
estupendo que los dos tuviéramos nuestra propia casa en aquella comunidad, a
salvo del mundo exterior, con un futuro los dos juntos… pero mi gozo había
acabado en un pozo una vez más, conocía demasiado bien a Raquel y sabía que no
lograría hacer que cambiara de opinión.
—Separarse de los
seres queridos por miedo a perderlos no me parece una buena idea —le dije sin
poder contenerme—. Los estás perdiendo de todas formas. Pero si es tu decisión,
la respeto.
—Gracias. —respondió
sonriéndome con tristeza.
Maite regresó unos
minutos más tarde seguida de Óscar. Por sus rostros, pude deducir que él
esperaba que la ceremonia la hubiera impresionado y convencido de la verdad de
su fe, pero no había sido así. Maite traía cara de hastío y Óscar de decepción.
—Si queréis
marcharos, ya tengo permiso para dejaros donde queráis —se ofreció—. Puedo
llevaros hasta la ermita o dejaros donde os encontré, como prefiráis. Tenemos
una casa preparada a las afueras, por si las emergencias. Mañana por la mañana
estaré allí y me quedaré todo el día. Si al final decidís quedaros podréis
encontrarme allí, os diré dónde está.
—Bien, gracias. —replicó
Maite con sequedad, recogiendo su arma y preparándose para partir.
—Yo no voy. —anuncié
después de tomar una decisión.
—¿Qué? —exclamó
Raquel sorprendida.
—Yo no tengo nada
más que pensarme, me quedo, seré parte de esta comunidad —les dije—. No quiero
volver ahí fuera, en ese mundo ya no queda nada para mí.
—¿Ni siquiera vas
a venir a recoger tus cosas? —me preguntó Maite, que apenas podía disimular lo
decepcionada que se sentía—. Todavía siguen en la ermita.
—Si decidís venir también,
podéis traérmelas. Si no, probablemente las necesitéis más que yo.
—Si esto es por lo
que hemos hablado antes… —comenzó a decir Raquel, pero la detuve antes de que
pudiera completar la frase.
—No es por eso. —le
aseguré, a ella, y también a los demás.
—Ha visto la luz —exclamó
Óscar con júbilo—. Estaremos encantados de que seas uno de los nuestros, Aitor.
Espero que el resto de tu grupo acabe aceptando la verdad y uniéndose también.
Judit fue a
replicar algo, pero Maite la detuvo.
—Es tu decisión —reconoció—.
Espero que acertada, sobre todo si terminamos tomando la misma. Hasta la vista
entonces.
—Adiós. —me
despedí antes de que las tres salieran de la casa siguiendo a Óscar. Raquel se
volvió un segundo para dirigirme una mirada triste, casi suplicante, pero me
mantuve firme en mi decisión por mucho que pudiera conmoverme verla así, y dejé
que se fuera.
Cuando el
todoterreno se perdió de vista tras atravesar las puertas unos minutos más
tarde me sentí completamente abatido. Sabía que no me equivocaba, creía
sinceramente en que aquella era buena gente, pero quedarme significaba perder a
Raquel para siempre si no decidían unirse también… y aunque lo hicieran, jamás
volveríamos a estar juntos.
—Parece una buena
chica, seguro que acaban entrando en razón y vuelven —me aseguró Sara, que
junto con Óscar habían decidido hacerme una visita ya por la tarde para
levantarme el ánimo—. No le cuentes a nadie que he dicho esto, pero creo que
fue un poco fuerte empezar mostrándoos lo de esta mañana… a ver, es normal que
se asustaran, es un shock muy grande.
—Aun así, seguro
que deciden venir —declaró Óscar completamente convencido—. Cuando los dejé, me
pareció que a ella esto le había gustado.
—¿Sabes ya en qué
casa vas a instalarte? —preguntó Sara cambiando de tema.
—¿Otra casa? —repliqué
dándome cuenta de que, por alguna razón, había dado por sentado que me quedaría
a vivir en la que me encontraba.
—Esta es sólo para
las visitas, hombre —me recordó ella—. Si vas a ser uno de los nuestros vivirás
con nosotros. Hay muchas casas vacías, la mayoría más grandes que este piso.
—¿Para qué quiero
más espacio si estoy solo? —exclamé con amargura—. La verdad es que la casa me
da igual, me he pasado semanas en una tienda de campaña, con tener una cama y
un techo doy gracias.
—Eso dices ahora,
pero ya verás cuando te acostumbres a estar aquí cómo todas esas tonterías te
empiezan a molestar —me garantizó Óscar—. La comida, por ejemplo. Eso es lo que
más me molesta a mí. Echo de menos la comida fresca… ojalá tuviéramos espacio
para cultivar, detesto las raciones de los militares y las latas de conservas.
—¿Y cuándo me
tengo que trasladara esa nueva casa? —quise saber. Quería conocer cuál iba a
ser mi nuevo hogar cuanto antes y comenzar a integrarme. Seguro que cuando
tuviera allí unos cuantos amigos me sentiría mucho mejor.
—Supongo que
después de la ceremonia —respondió Sara encogiéndose de hombros—. Cuando seas
oficialmente uno de los nuestros.
—¿Ceremonia? —balbuceé
alarmado. La idea de volver a presenciar un ritos de los suyos después de las
cosas que había visto y sentido en el último no es que me entusiasmara
demasiado.
—Tienes que ser
bautizado en tu nueva fe. —me aclaró Óscar.
—Pero no será una
ceremonia como la… otra, ¿no? —inquirí asustado.
—¡No hombre! —se
carcajeó él dándome una palmadita en el hombro—. Tú tranquilo, en esa ceremonia
solo estaréis ella, tú y tu conciencia, y tan sólo te rociará agua bendita por
encima.
—Bien, porque no
creo estar preparado para un despliegue como el de antes. —resoplé un poco más
tranquilo.
—Puedes llevar
invitados, algo así como tus padrinos —añadió Sara—. Bueno… si tuvieras alguien
a quien llevar, claro.
—Podíais ser
vosotros mis padrinos. —se me ocurrió de repente. Prefería enfrentarme a
aquello acompañado, aunque fuera de dos personas que acababa de conocer, antes
que hacerlo solo.
—Vaya, no sé qué
decir, es un gran honor —afirmó Óscar adoptando un tono más serio—. Apenas nos
conocemos, ¿no sería un poco…?
—¡Vamos Óscar, el
chico no tiene a nadie más! —le contradijo Sara, que luego se volvió hacia mí—.
No te preocupes, estaremos encantados de ser tus padrinos, Aitor.
—Bien, gracias —respondí
aliviado—. ¿Cuándo será la ceremonia?
—Ahora que has
tomado tu decisión no tiene sentido retrasarla, ¿no? —replicó ella.
La ceremonia se
realizó aquella misma tarde, antes de que comenzara a anochecer. Joaquín
Veltrán, a quien a partir de entonces tendría que llamar “señor Veltrán”, como
hacían los demás, se encargó de llevarme a la basílica junto a Sara y Óscar.
Volver a ver Santa Mónica me resultó un poco incómodo porque después de las
cosas que sentí en la ceremonia anterior era posible que empezara a creer más
en ella… por eso y porque, efectivamente, tenía un vendaje en el brazo en el
lugar donde la había mordido el muerto viviente. Un poco de sangre se había
filtrado a través de las vendas, prueba de que el mordisco había sucedido en
realidad.
—¿Tienes miedo
Aitor? —me preguntó confidencialmente cuando estuve arrodillado frente al
altar, a sus pies. Los demás aguardaban sentados en los bancos, expectantes
ante el momento en que el agua mojara mi cabeza y pasara a formar parte
oficialmente de aquella comunidad.
—No. —respondí con
firmeza, a lo que ella sonrió. No me pareció ni febril ni débil, y tampoco pude
notar en ella ningún otro síntoma de alguien que ha sido mordido por un muerto
viviente… ¿sería verdad que era inmune a ellos?
—¿Renuncias a
Satanás y sus falsas promesas? —me preguntó, esa vez en voz alta para que todos
pudieran escucharlo.
—Renuncio. —contesté
también en voz alta.
—Entonces que el
poder del Espíritu Santo descienda sobre esta agua y te permita renacer de
ella. Aitor, yo te bautizo en la verdadera fe en nombre del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo —recitó vertiendo un poco de agua sobre mi cabeza tres veces—.
A partir de este momento ya eres un miembro de esta congregación, que el
Todopoderoso te guíe con sabiduría.
Todavía tuve que
esperar unos minutos a que los presentes terminaran de murmurar sus oraciones,
y aproveché para recordarme que tendría que aprendérmelas yo también. Si era
parte de ellos, tendría que tomar parte en sus ritos y ceremonias.
—¡Bienvenido
hermano! —bramó Óscar con alegría al darme un afectuoso apretón de manos cuando
todo terminó y pude reunirme con los demás—. Ya sabía en el momento en que te
vi que terminarías siendo uno de los nuestros.
—Sí, bienvenido —exclamó
Sara abrazándome y besándome en las dos mejillas—. Esto hay que celebrarlo,
deberíamos ir a la plaza para que empieces a conocer a todo el mundo…
—Creo que eso
puede esperar hasta que nuestro nuevo hermano esté instalado. —intervino el
señor Veltrán acercándose a nosotros, acompañado, como siempre, por Jesús.
—Por supuesto,
señor Veltrán —asintió Óscar—. Vamos, Sara, nos reuniremos con Aitor luego… o
quizá ya mañana por la tarde, porque me toca guardia en el muro hasta bien
entrada la noche dentro de diez minutos, y por la mañana tengo que ver si el
resto del grupo decide unirse también.
Veltrán esperó
hasta que ambos salieron de la basílica para comenzar a darme instrucciones.
—Primero permíteme
darte la enhorabuena por tu nuevo bautizo —recitó casi con desgana, como si en
realidad aquello le diera igual o fuera algo completamente protocolario—. Por
supuesto, como comprenderás todo esto es más que unos ritos y unas palabras,
para que una comunidad funcione es necesario un orden y una logística.
—Lo entiendo. —le
aseguré tratando de causarle una buena impresión. si él iba a ser uno de mis
jefes, era mejor que nos lleváramos bien.
—Por tu pasado
militar, y el tiempo que has estado ahí fuera, Jesús y yo creemos que podrías
realizar una buena labor en las batidas al exterior en busca de suministros y
provisiones —continuó como si no me hubiera escuchado—. ¿Alguna objeción a eso?
—No señor, no me
da miedo el exterior, señor… al menos sabiendo que tengo un lugar seguro al que
volver. —le aseguré adoptando inconscientemente la posición de firmes, quizá
por reflejo de ese pasado militar al que se refería.
—Perfecto
entonces. Por supuesto, no vamos a mandarte fuera todavía, acabas de llegar. Pasado
mañana comenzarás montando guardia en el muro, quizá la semana que viene
comencemos con las misiones fuera. —Se volvió hacia su compañero—. Jesús se
encargará de informarte de tus turnos de guardia cuando corresponda.
—Es muy generoso
por su parte, pero puedo empezar mañana mismo si quieren —me ofrecí—. Un par de
comidas calientes y dos noches durmiendo adecuadamente son más que suficientes
para mí, estoy listo para lo que quieran.
—No hay problema —exclamó
con nerviosismo Jesús—. Puede… hacer la guardia de la mañana de Pérez, así
podrá curarse del todo de esa gripe antes de volver a trabajar.
—Muy bien, que así
sea —accedió el señor Veltrán asintiendo con la cabeza—. Ahora Jesús te llevará
a tu nueva casa, luego te darán un arma en la armería. No creo que necesites
entrenamiento, de hecho posiblemente pudieras darles tú clases a más de uno,
así que trabajo que nos ahorramos. Discúlpame pero tengo que ocuparme de otros
asuntos, buenos días.
—Buenos días,
señor. —me despedí mientras él se marchaba dando largas zancadas, dejándome solo
con Jesús.
—¿Vamos? —preguntó
echando un vistazo al montón de papeles que llevaba encima.
—Vamos. —respondí dispuesta
a emprender la marcha hacia mi nuevo hogar.
—Bueno… bienvenido
a nuestra pequeña comunidad, por cierto —dijo el hombrecillo, al cual casi
sacaba una cabeza de altura, cuando estuvimos ya en la calle—. Hacía tiempo que
no se nos unía nadie de fuera. ¡No por nada! Sólo porque sencillamente no ha
aparecido mucha gente, es como si todo el mundo ahí fuera estuviera…
—Muerto. —terminé
por él.
—Muerto… sí. —Se
estremeció—. ¿Puedo preguntarte qué fue lo que te convenció para quedarte?
Aparte de estar en un lugar seguro, quiero decir.
Si era una
pregunta con trampa para poner a prueba mi fe no iba a picar.
—En la ceremonia
del mediodía sentí… algo, no sabría explicarlo, pero fue realmente intenso —contesté—.
Y luego está lo del mordisco. He visto la herida, le mordió de verdad, pero parece
encontrarse perfectamente. Es… un milagro.
—Sí, un milagro —asintió
él acelerando la marcha—. ¿Y qué hay de tu gente? No parece que se marcharan de
aquí demasiado satisfechos.
—No sabría decir —titubeé
por no darle directamente la razón—. Supongo que todo esto les ha impresionado
un poco, pero confío en que tomen la decisión correcta.
—Yo también… por
su propio bien —afirmó aceleradamente—. Es… el mundo de ahí fuera es peligroso…
pero qué te voy a contar a ti, ¿verdad? Bueno, ya hemos llegado, aquí está tu
casa.
Mi futura casa se
encontraba en un edificio de dos pisos, en cuya planta baja había un herbolario
y una peluquería, aunque ambos negocios estaban cerrados, por supuesto. No era
la calle más elegante de la zona, y se encontraba casi pegada al muro, pero al
menos había gente paseando por allí dándole vidilla.
—Puedes elegir
entre la casa del primer piso, la del aire acondicionado, o la de al lado en el
segundo, con el toldo —me ofreció señalándolas desde la calle—. El toldo está
roto y el aire acondicionado no funciona, pero ambas están listas para que
alguien entre a vivir en ellas.
—Me quedo con la
del toldo. —No sabía por qué, pero prefería un segundo piso… además, si lograba
arreglar el toldo el aspecto exterior del edificio mejoraría, y quizá mis
nuevos vecinos lo valoraran positivamente.
—Mañana por la
mañana pásate por el almacén —dijo entregándome unas llaves—. No es un almacén
de verdad, son unos garajes que hay detrás de la basílica, los utilizamos para
guardar las cosas. Allí te darán un par de mudas limpias y te explicarán cómo
funciona el racionamiento. Haré que Sara te de comida para esta noche.
—¿De dónde
sacasteis las llaves? —le pregunté con curiosidad al recogerlas.
—Oh, tenemos un
cerrajero —me explicó—. Cambiamos las cerraduras de las casas que vamos a
utilizar. Todavía hay muchos edificios a los que no podemos entrar, pero vamos
poco a poco.
—Vale… eh, ¿puedo
preguntarte una cosa? —Había algo que tenía mucho interés en saber, porque aquel
hombre no me parecía un devoto religioso como Óscar, y tampoco daba el perfil
de la clase de persona que simplemente disfrutaría de una posición de poder.
—Eh… sí, supongo
que sí. —respondió algo inseguro.
—¿Qué fue lo que
te convenció a ti para quedarte?
—¿A mí? —replicó
titubeante—. Ella… me convenció ella… bueno, hasta luego Aitor.
—Adiós. —me
despedí antes de dirigirme a mi nuevo hogar.
Nunca había tenido
una casa propia. Pasé de la casa de mis padres a un barracón del ejército, de
modo que me resultó muy extraño subir las escaleras de aquel edificio y
plantarme delante de la puerta sabiendo que aquel lugar era mío.
“Y sin tener que
pagar una hipoteca” pensé metiendo la llave en la cerradura y abriéndola.
Al ser una
construcción moderna, el piso era más amplio y el techo más bajo que en la otra
donde me había alojado. Por el aspecto no creía que la gente que viviera allí
originalmente fuera de clase alta precisamente, pero no estaba mal. Disponía de
tres habitaciones y dos cuartos de baño, lo que significaba que, teniendo en
cuenta que vivía solo, me sobraba casi medio piso… si Raquel hubiera accedido a
lo que le propuse también nos habría sobrado la mitad, pero habría hecho esa
misma observación con más alegría.
Solo en esa casa
tan vacía la echaba tanto de menos como cuando llevaba días en las calles de
Madrid con el resto de mi unidad, masacrando y, sobre todo, siendo masacrados
por los muertos vivientes. Cuando ellos nos sobrepasaron y descubrimos que de
toda la unidad sólo quedábamos dos con vida, me olvidé de cuál era mi deber y
fui a por Raquel. Creía que tenía que sacarla de aquel infierno en el que se
había convertido la ciudad a cualquier precio, así que no me importó plantarle
cara a toda su familia y llevármela.
Me hubiera gustado
poder hacer lo mismo otra vez, pero igual que Raquel se había mostrado conforme
con huir de Madrid en su momento, también dejó clara nuestra ruptura, así que
lo único que me quedaba era esperar que decidieran unirse a la comunidad y que
con el tiempo se arrepintiera. Era una perspectiva un poco patética, pero si no
estábamos juntos, no veía ningún motivo para estar allí fuera malviviendo y
jugándome la vida… el grupo podía elegir vivir a salvo, igual que había hecho
yo.
Como no sabía qué
política tenían allí con respecto a los muebles y los adornos, y dudaba que
siguieran fabricando esas cosas en alguna parte, decidí no tocar nada por el
momento. Tampoco tenía cosas propias que querer colocar en alguna parte, ni
siquiera ropa que meter en el armario, así que me limité a sentarme en el sofá,
que no era tan cómodo como el de la otra casa, y esperé. En la estantería del
comedor había libros, pero no me apetecía leer nada… me sentía un poco
inquieto, y quizá hasta culpable de saber que yo estaba allí tan tranquilo
mientras Raquel, Maite y los demás seguían expuestos al peligro.
“Ellos decidirán
lo que quieran” me dije para intentar apartar esos pensamientos de una vez de
mi cabeza, “ahora éste es tu hogar, acostúmbrate.”
Sin embargo, no
era tan sencillo simplemente hacer borrón y cuenta nueva. Habían sido muchas
semanas con los nervios a flor de piel y bajo una tensión constante en las que
había visto y hecho cosas impensables, y todo eso acababa pasando factura.
Quizá la noche anterior lograr dormir debido al agotamiento generalizado, pero
dudaba que aquella lograra pegar ojo por culpa del estrés.
Agradecí
enormemente tener una excusa para levantarme de aquel sofá cuando llamaron a la
puerta, y me encontré con Sara al abrirla.
—Jesús me ha dicho
que estarías aquí —dijo dando un paso dentro—. ¡Ah sí! Recuerdo las casas de
este edificio. Cuando yo llegué a la comunidad, todavía estaban revisando las
casas para asegurarse de que no hubiera ningún muerto viviente en ellas. Al
admitirme me pusieron a inspeccionar casas… habría sido muy tonto levantar un
muro sólo para encontrarse con que los condenados estaban ya aquí dentro,
¿verdad?
—Verdad —asentí
cerrando tras ella cuando entró—. Como no hay problemas de espacio, no digo
nada, pero creo que esta casa es mucho para mí solo.
—Bueno, ya la irás
llenando —bromeó—. Mientras venía, una chica bastante mona y más o menos de tu
edad me ha preguntado quién eras, que se había fijado en ti al salir de la
basílica.
—No sé si tengo
cuerpo para esas cosas —repliqué torciendo el gesto—. Además, tampoco es que
pueda llevarla a ninguna parte o invitarla a algo.
—¡Ah! Ya empiezas
a ser uno de los nuestros —exclamó carcajeándose—. Nada más llegar das gracias
por tener una cama, pero mírate, llevas aquí dos días y ya te estás quejando de
que no hay nada que hacer en tu tiempo libre.
—Es muy fácil
acostumbrarse a lo bueno. —tuve que admitir, aunque desde luego que no hubiera
bares o cines no era mi mayor preocupación en esos momentos.
—A ella no podrás
llevarla a ninguna parte, pero yo tengo que llevarte a la armería —me dijo
hablando ya en serio—. Si quieres mi opinión, deberías haberte tomado el día de
descanso y haber empezado a conocer a la gente y familiarizarte con este sitio.
No sé por qué tanta prisa por trabajar.
—¿Qué mejor forma
de conocer a esta gente y este sitio que empezando cuanto antes? —le contradije—.
Además, prefiero mantenerme ocupado.
—Como quieras,
pero pronto estarás cansado de hacer guardias y desearás tener algún día libre,
ya lo verás —me aseguró—. ¿Vamos ya? Preferiría no tener que madrugar mañana
para darte un arma, pero como se haga de noche no quedará más remedio, recuerda
que no tenemos luz eléctrica.
—Entonces vamos. —asentí
agarrando las llaves y saliendo con ella de la casa… ese simple gesto, tan
cotidiano en el pasado, ya suponía una gran diferencia.
Como estaba
empezando a oscurecer, y además de la oscuridad hacía frío, la gente comenzaba
a abandonar la calle, así que no creía que fuera a cruzarme con la chica que
había dicho Sara. Realmente no tenía cuerpo para eso por el momento, pero
sentía curiosidad por conocer a la mujer que se había fijado en mí… por no
cerrarme puertas tontamente más que nada.
La armería se
encontraba dentro de la propia basílica, quizá porque ese era el lugar más
seguro dentro de aquel recinto lleno de casas residenciales, y un par de
hombres vigilaban la puerta, que era una de las entradas traseras de la iglesia.
A lo mejor estaba demasiado acostumbrado a los militares de los que había
estado rodeado en el pasado, pero aquellos dos tipos no me imponían demasiado,
y mucho menos lo hicieron cuando saludaron a Sara como si tal cosa y nos
dejaron pasar sin hacer ninguna pregunta.
—Aquí estamos. —anunció
ella una vez dentro.
—¡Vaya! —exclamé
yo al ver el magnífico arsenal del que disponían allí—. Impresionante.
Impresionante era
poco, no me había planteado qué podían tener guardado, pero jamás habría
imaginado que sería tanto. No sólo tenían docenas de fusiles de asalto almacenados
en un rincón y una gran colección de pistolas en una mesa, también había
decenas de cajas de munición de todos los calibres necesarios, cargadores,
cajones llenos de granadas, explosivos e incluso un par de lanzacohetes.
—Lo sacamos de la
base militar —afirmó Sara con orgullo—. No está mal, ¿eh?
—Nada mal. —reconocí.
Con aquello se podría armar a un ejército entero.
—También cogimos
algunas cosas de la comisaría —me explicó—. Los novatos con las armas se
sienten más cómodos llevando pistolas, escopetas y esas cosas… pero como tú
eres un profesional supongo que podemos darte algo de armamento de verdad para
tus guardias, ¿cierto?
—¿Cómo funciona
esto? —le pregunté mientras ella rebuscaba entre los fusiles de asalto—. ¿Tengo
que traer las armas aquí cuando termine mi guardia, o que llevarlas siempre
encima?
—Normalmente sólo vamos
armados cuando es necesario, pero los que sabemos utilizar armas de fuego de
forma profesional tenemos permiso para ir armados todo el tiempo, aunque nadie
te mirará bien si llevas uno de estos —respondió tendiéndome uno de los fusiles—.
Son para matar condenados desde lejos, aunque deberías coger una de estas
pistolas para llevarlas siempre encima. Los muros son seguros, pero nunca se
sabe.
—De acuerdo. —asentí
cogiendo el fusil, un par de cargadores extras, la pistola y un cargador de más
para ella. Todo eso, junto con un puñal nuevo, hacía que fuera mejor armado que
cuando el ejército me soltó a matar muertos vivientes en mitad de la ciudad…
salvo por la granada que sacamos de los soldados muertos del campamento, que se
había quedado en la ermita—. No soy un experto en esto pero, ¿estáis seguros de
que guardáis la munición y los explosivos de la forma adecuada? Si hubiera una
explosión aquí dentro, la basílica saltaría por los aires.
—Este sitio es un
lugar fresco y seco, no tienen ningún motivo para explotar —contestó ella—. De
todas formas, este lugar no puede derrumbarse, se sostiene en pie gracias la fe
de los que creemos en Santa Mónica, y mientras ella esté con nosotros estamos a
salvo.
—Sí —le concedí
mentalizándome de que tendría que acostumbrarme a ese tipo de comentarios en el
futuro—. Pero aun así, yo no fumaría aquí dentro.
Sara se limitó a
sonreír.
—Anda, vámonos —dijo
poniéndome una mano en el hombro—. Tengo tus provisiones en mi casa… venga, te
invito a cenar allí, así hablamos de esa chica a la que le gustas y te doy un
par de ideas sobre lo que podéis hacer los dos dentro de estos muros.
Acepté su
invitación y la seguí hacia su casa. Quizá fuera por estar de nuevo armado
pero, pese a las dudas iniciales y la depresión posterior, tenía la sensación
de que todo iba a ir bien a partir de entonces. Aquella gente me había acogido
de buen grado, y todos se estaban portando estupendamente conmigo, ¿qué más
podía pedir? Quizá todavía tuviera mis dudas con respecto a la mujer que lo
dirigía todo, pero un reanimado le había mordido y seguía viva, y esa presencia
en la basílica durante la misa me hacía plantearme en serio la posibilidad de
que todo aquello fuera cierto. Sólo podía esperar que Maite y el resto del
grupo entraran en razón, dejaran a un lado las dudas y se unieran también a la
comunidad.
En la casa de
Sara, mucho más bonita que la mía, descubrí que las provisiones de las que
disponían allí eran principalmente raciones militares sacadas de la base, de
modo que ya estaba familiarizado con su sabor, que no era el mejor del mundo.
—Más adelante,
cuando el pueblo esté más limpio de muertos vivientes, pretenden crear pasillos
de verdad entre las calles que lleven al exterior de forma segura, no como
ahora, que sólo hay unos cuantos coches bloqueando el paso a los muertos. Allí
podremos plantar cosas para tener una fuente de alimentación a largo plazo. —me
contó mientras cenábamos.
—Eso está bien, me
deja más tranquilo saber que están pensando en el futuro —respondí masticando
unas albóndigas que no sabían a nada—. De todas formas, con las raciones no
creo que haya problemas de alimentación. A menos que se lo llevaran todo a la
zona segura, debían guardar comida para un regimiento, literalmente.
—Oh si, había
mucha —asintió ella—. Cuando los militares se fueron se llevaron todo lo que
podían cargar, pero no eran muchos, así que sobró casi tanta comida como
armamento, y ya has visto que no estamos nada mal surtidos.
No sabría explicar
por qué, pero al mencionar a los militares y la base me acordé de la figura con
capa que se chocó conmigo mientras intentaba huir de la jauría de reanimados
que me persiguió hasta el pueblo. Estaba seguro de que ese tipo había hecho que
sonar las campanas, alertando a los muertos vivientes de nuestra presencia, y
se me ocurrió que quizá un militar resentido intentó matarnos al confundirnos
con miembros de la comunidad.
Pensé que tal vez
ella tuviera más idea del asunto, así que se lo comenté… lo que no podía
imaginarme era que aquello fuera preocuparla tanto.
—Había oído hablar
de él, pero creía que era sólo un cuento —exclamó mirándome con los ojos muy
abiertos—. Cuando yo llegué a esta comunidad, ya se hablaba de que un soldado,
uno incluso peor que el que Santa Mónica utiliza en sus sermones, decidió
esconderse en la base en lugar de marcharse con los demás, y que ronda por allí
como un alma en pena.
¿Podía ser ese el
motivo por el cual la capilla de la base había sido completamente profanada? No
era descabellado pensar que un soldado resentido con todo lo que había pasado
entre el ejército y la comunidad siguiera por allí tocando las narices.
—Tal vez
deberíamos informar de que le has visto —opinó algo preocupada—. Hacía tanto
que no se hablaba de ello que todos pensábamos que se había marchado, pero si
sigue por ahí, puede ser un peligro. Este muro puede mantener lejos a los
condenados, no a las personas vivas.
No veía ningún motivo
para no hacerlo. Aquella se había convertido en mi gente, y si ese tipo tenía
algo contra ellos, también lo tenía contra mí… pero en realidad tenía la
sensación de que más que un militar “malvado” era un pobre loco. ¿Qué persona
cuerda llenaría una iglesia de carne podrida, viviría en una base abandonada y
se dedicaría a corretear entre los reanimados para azuzarlos contra las
visitas?
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