viernes, 5 de abril de 2013

Crónicas zombi, Orígenes: Capitulo 3, Maite



CAPÍTULO 3: MAITE


Pese a que hacía un frío que pelaba, tuve que secarme el sudor de la frente cuando salí de la tienda de campaña de Silvio, donde el pobre hombre seguía en un estado lamentable debido a la sobredosis de droga en la que estaba sumido.
—¿Qué le pasa, mamá? —me preguntó Clara con una cara mezcla de preocupación y curiosidad intentando asomarse dentro.
La cogí de las manos y la aparté de allí con presteza, no me parecía que aquél fuera un espectáculo para una niña de su edad, y con Judit y Félix encargándose yo no les hacía falta.
—No te preocupes, cariño, sólo está enfermo porque… ha cogido frío. —le mentí mientras nos dirigíamos al bidón, donde las ascuas de la hoguera de la noche anterior todavía daban algo de calor.
—Sí, se le ha metido “frío” por la nariz —se mofó Jorge con una desagradable sonrisa en la cara—. Qué cabrito, ya podría haber compartido algo, seguro que colocado con esa mierda todo esto sería mucho más llevadero.
—¿Por qué no te callas? —le espeté fulminándole con la mirada.
—¿La niña puede ver cadáveres podridos descuartizar a gente viva pero no se puede hablar de drogas en su presencia? —bufó como respuesta frotándose las manos delante de las ascuas.
Sentí cómo Clara se agarraba con fuerza a mis pantalones, asustada porque aquel gilipollas le hubiera recordado todas las cosas que la pobre había tenido que ver.
—¡Cierra la boca de una vez! —exclamé hasta los ovarios de ese tipo—. ¿Por qué no haces algo útil y buscas un poco de leña para encender esto? Hoy va a hacer frío.
Jorge se encogió de hombros y se marchó. Le seguí con la mirada hasta que desapareció entre los arbustos, y apenas un minuto más tarde, de entre los mismos arbustos surgieron Érica y Toni. Cuando Judit se hizo cargo del estado de Silvio, mandé a Érica a buscarle porque pensaba que debía saber lo que estaba ocurriendo en el campamento, y Félix estaba demasiado ocupado para encargarse.
—Ya me lo ha contado, ¿cómo ha pasado? —quiso saber nada más llegar al bidón, lanzando miradas hacia la tienda de campaña donde seguían intentando reanimar a Silvio.
—Pues… no creo que necesite mucha explicación. —respondí sin querer profundizar demasiado en el tema cuando noté que Clara no se perdía una palabra de lo que decíamos.
—¿Cómo no nos dimos cuenta hasta ahora? —se preguntó sin apartar la vista de la tienda.
—No lo sé —dije para de inmediato cambiar de asunto—. ¿Cómo está la cosa? ¿Has visto algún resucitado cerca?
—No sabría decirte —confesó volviendo la mirada hacia mí—. Está todo despejado, pero por un momento me pareció ver a uno acechando al otro lado de la carretera, aunque para cuando pude fijarme mejor, ya no había nada.
—Los podridos no acechan —escupió Érica—. Sería un puto animal.
—Espero que los demás vuelvan pronto… Judit tiene buena intención, pero creo que sólo Luís puede ayudar a Silvio ahora mismo. —comenté justo en el mismo momento en que la susodicha se acercó corriendo hacia nosotros.
—¡Necesito agua! —pidió atropelladamente.
—Pues bebe. —replicó Toni señalándole la cantimplora, que se encontraba entre el batiburrillo de cosas almacenadas junto al bidón.
—¡No! Es para Silvio, se ha desmayado y no se despierta —nos explicó bastante nerviosa—. Tal vez, si le echamos agua por encima…
—¡Joder! No podemos desperdiciar el agua —protestó Toni agarrando él mismo la cantimplora—. Yo lo haré.
Aunque no quería hacerlo para no asustar a mi hija, cuando Érica, Judit y Toni fueron hacia la tienda de campaña les seguí. Tenía la sensación de que al menos debía estar cerca por si me necesitaban para algo, no quedarme indiferente junto al calor como había hecho Jorge.
Toni se arrodilló junto a Félix y roció la cara de Silvio con unas gotas de la cantimplora.
—¡Eh, tío, despierta! —dijo dándole golpecitos en la cara, que seguía tan pálida como un momento antes, lo cual no podía ser una buena señal—. Vamos, no seas capullo, despierta.
—Esto no tiene buena pinta —murmuró Félix agarrando al actor de la muñeca—. No sé si tiene pulso… sí, creo que sí, pero es muy débil.
—Eh… chicos… —escuché la voz de Jorge desde atrás, pero pendientes como estábamos de saber si Silvio seguía vivo o muerto ninguno le hicimos caso.
—Chicos… —insistió.
—¡Ahora no, esto es serio! —le reprendí girándome hacia él… y con lo que me encontré también podría haberlo calificado como algo serio sin riesgo de equivocarme demasiado.
Tres soldados, cargados con pesadas mochilas y pesados fusiles de asalto, se encontraban plantados detrás de Jorge, que nos miraba un poco apurado con las manos en alto. Clara se agarró más a mí y yo comencé a golpear a Félix en el brazo hasta que se giró también, y al final todos nos quedamos mirando a esos tres militares como pasmarotes.
—Me han seguido hasta aquí —exclamó Jorge—. ¿Nos los podemos quedar?
No eran como Aitor; aunque los tres eran jóvenes también, ninguno debía haber cumplido los treinta años todavía, y parecían soldados de verdad. Por el estado de sus uniformes, bien podrían haber salido de una guerra en curso: tenían manchas de sangre seca esparcidas por todas partes, las botas manchadas de barro y las caras llenas de mugre, aunque no sabía si era mugre de verdad o que se habían ensuciado a propósito como camuflaje.
Como nadie se había imaginado ni remotamente una situación como esa, ninguno de nosotros supo qué decir, de modo que fue uno de ellos quien se adelantó y decidió dar el primer paso.
—Somos miembros del ejército —nos aseguró—. No sabíamos que quedara nadie vivo por aquí. ¿Lleváis mucho tiempo en este lugar?
—Un par de semanas, más o menos —respondió Félix animándose a hacer de portavoz—. Sois del ejército, ¿os ha enviado alguien?
—Somos lo que queda del ejército, creo —contestó en tono lúgubre—. Venimos de la zona segura. Cuando cayó tuvimos que huir, y creímos que fuera de la ciudad estaríamos a salvo de los reanimados.
—La zona segura cayó hace mucho. —observó Toni suspicaz.
—Nos llevó un tiempo poder salir de la ciudad —se explicó el soldado—.Ya no es tan fácil hacerlo como solía ser en el pasado.
—Bueno, sois militares —apuntilló Érica con muy poca delicadeza—. Lleváis armas, joder, seguro que venir hasta aquí fue un puto paseo para vosotros.
—¡Eh! Cuidado con lo que dices —intervino otro de los soldados con tono agresivo; era el más bajito de los tres, e incluso bajo la capa de mugre se le podía distinguir una cicatriz que llegaba desde la oreja hasta la comisura de la boca—. Hemos perdido a muchos amigos intentando salir de ese puto infierno.
—Ella no quería decir eso —afirmó Félix intentando matizar las palabras de Érica—. Nosotros escapamos desarmados y también perdimos gente por el camino, sabemos lo duro que es.
—Éramos siete cuando empezamos —añadió el tercer militar con un gruñido—. Nuestra unidad fue abatida casi por completo por esas criaturas, no fue un camino de rosas precisamente.
—Como puedes ver, no estamos bien armados —señaló Jorge—. No nos queda agua y la única comida que tenemos no da ni para un bocadillo. Si habéis venido a saquear a unos civiles indefensos, no os ha tocado la lotería.
—¡Cierra el pico, Jorge! —gruñó Félix, que al igual que yo ya se había dado cuenta que las palabras de Érica habían causado una mala impresión, y las suyas no estaban ayudando a corregirla—. Yo soy Félix, ellas son Maite, su hija Clara, Érica y Judit. A Jorge ya le conocéis, él es Toni, y el del coche, Agus, él… digamos que no habla mucho.
—A lo mejor podéis ayudarnos —solicitó Judit—. Nuestro compañero ha sufrido una sobredosis y necesita atención médica.
Los soldados se miraron entre sí durante un segundo dubitativos.
—Podéis quedaros con nosotros, si queréis —les ofreció Félix—. A vosotros os vendrá bien descansar, y no niego que todos nos sentiríamos más seguros con tres soldados aquí… a menos que tengáis otro lugar a donde ir.
—No hay lugares a donde ir —dijo el soldado de la cicatriz escupiendo en el suelo; después de hacerlo, nos miró a todos como evaluándonos… y cuando su parada se detuvo en mi un segundo más que en los demás me sentí un poco incómoda—. A la mierda, López, yo me quedo.
El soldado López, que era el que se había erigido como portador, dudó durante unos segundos.
—¡Venga, tío! Mejor aquí que en cualquier otra parte. —insistió el tercer soldado.
—Está bien, vale —accedió—. Veamos qué ocurre con vuestro compañero. Víctor, ¿por qué no te quedas vigilando la carretera? No me gusta la visibilidad que hay desde aquí.
El soldado de la cicatriz dio un gruñido, y con el fusil en la mano se alejó por el mismo lugar donde habían aparecido un momento antes.
—Estupendo, más militares por aquí, justo lo que hacía falta. Como nos defiendan igual de bien que la zona segura… —murmuró Jorge regresando al bidón, cuyas ascuas cada vez eran cada vez menos intensas al no haber traído la leña que le había pedido.
—Ignoradle, es que es un poco gilipollas. —les dijo Félix a los soldados mientras se acercaban a la tienda de Silvio; el pobre hombre seguía inconsciente y pálido… tan pálido que daba miedo.
Ambos se arrodillaron a su lado para comenzar a examinarle, y los demás nos reunimos a su alrededor para observar.
—Creemos que la sobredosis ha sido por cocaína —explicó Judit como si fuera una experta—. Escupía espuma y tenía espasmos hasta hace un momento, pero se ha desmayado y no sabemos…
—Creo que no tiene pulso. —afirmó López, y lo hizo tan convencido que consiguió que me echara a temblar.
“¡No, Dios, por favor… más muertos no!” supliqué a cualquier poder superior a mí que pudiera escucharme.
El otro militar le abrió la camisa y apoyó la cabeza sobre el pecho para confirmar el diagnóstico.
—Nada. —aseveró antes de comenzar una maniobra de reanimación, que se prolongó durante unos segundos que me parecieron horas.
—¿Mamá…? —me llamó Clara asustada.
—Tranquila, cariño, todo está bien —le dije para reconfortarla—. ¿Por qué no vas al fuego a entrar en calor?
—No reacciona. —anunció el soldado, que puso fin al masaje cardiorrespiratorio.
—¿Qué significa eso? —preguntó Félix. A diferencia de mí, él sí parecía capaz de mantener la compostura en ese momento de tensión.
Los dos militares se miraron, y entonces, para sorpresa de todos, López apunto con su fusil hacia la cabeza de Silvio.
—¡Eh! ¿Qué coño haces? —protestó Félix agarrándole del brazo para que no pudiera disparar.
—Vuestro amigo ha muerto, vamos a evitar que siga siendo un peligro. —respondió el otro con un tono cortante que no admitía discusión… pero aun así, discutimos.
—Hay que seguir intentando reanimarle. —dije sin que nadie me hiciera mucho caso.
—¿Siendo un peligro…? ¿Qué demonios quiere decir eso? —exclamó Félix exaltado.
—Quiere decir que vuestro amigo está muerto, y que pronto se acabará transformando —replicó López mientras se soltaba del agarre de Félix—. No vuelvas a tocarme, te aviso.
—Quizá aún podamos reanimarle. —insistí, pero nadie me prestaba atención, y por tanto, no tuve más remedio que agacharme yo misma y comenzar a golpearle en el pecho mientras los demás discutían.
—Ha sido una sobredosis, no se va a levantar de nuevo, no le han mordido. —exclamó Félix intentando que no pudieran acercarse de nuevo a Silvio.
—No es cosa del mordisco, ¡apártate! —le ordenó López—. Todos los que mueren se convierten en reanimados, no sólo los mordidos.
—¡Eso no tiene sentido! —escuché decir a Toni, que acabó por meterse también en la pelea.
“No te mueras” le supliqué mentalmente a Silvio al tiempo que intentaba que su corazón volviera a bombear sangre, “vamos, levántate, ¡levántate!”
Aunque no pronuncié ni una palabra en voz alta, de algún modo debió escucharme, porque me hizo caso y, tras un súbito espasmo, abrió los ojos y la boca como si acabara de despertar de una pesadilla.
—¡Silvio! —exclamé con alegría al ver que vivía de nuevo… ésta, sin embargo, no me duró mucho. Sus manos se aferraron con fuerza a mis brazos cuando intentó incorporarse, todavía aturdido por la experiencia que acababa de sufrir, y entonces se escuchó un disparo.
Durante unos segundos sólo pude escuchar los latidos de mi corazón, todos los demás sonidos del lugar me eran ajenos y distantes. Delante de mí había un charco de sangre, y en medio de ella, el cuerpo de Silvio con la cabeza hecha pedazos… veía figuras moviéndose como a cámara lenta a mi alrededor, pero ninguna tenía sentido para mí, que no me veía capaz de procesar información alguna todavía.
Me llevé una mano a la mejilla y noté un líquido pastoso en ella; cuando la retiré, tenía los dedos manchados de sangre… de la sangre de Silvio.
Sólo un grito me hizo volver al mundo real, el grito desgarrador de mi hija llamándome. “Mamá, mamá” decía, y tuve que salir de mi burbuja cuando empecé a escuchar esos gritos demasiado cerca.
—No te acerques. —balbuceé arrastrándome fuera de la tienda, que se había transformado en una carnicería, y echando la lona que cubría la entrada para esconder lo que había allí dentro.
En cuanto alcé la vista pude contemplar la mirada de pánico en los ojos de mi hija al verme cubierta de sangre. Era la misma mirada que puso cuando los muertos vivientes cogieron a su padre delante de las dos… una mirada a la que habían seguido semanas de pesadillas.
—¿Mamá? —preguntó dubitativa con un hilo de voz.
—Estoy bien —la tranquilicé limpiándome la cara con la manga de la chaqueta, que quedó cubierta de sangre—. No es mía, ¿lo ves? No pasa nada.
Donde sí pasaba algo era sólo a unos metros de nosotras. Ni Félix, ni Toni, ni Érica se habían tomado bien lo que acababa de ocurrir, e increpaban a los militares, mientras que Judit permanecía asustada al lado de la tienda y Jorge se escondía detrás del bidón. Hasta Agus bajó del coche y se acercó unos pasos, aunque su rostro indiferente no cambió la expresión ni cuando me vio completamente cubierta de sangre.
—¡Asesinos de mierda! ¿De qué cojones vais? —vociferaba Toni fuera de sí—. ¡Os lo habéis cargado a sangre fría, cabrones!
—¡Será mejor que te relajes! —le exigió López casi tan enfadado como él—. Sólo hemos hecho lo que había que hacerse.
—¿Lo que había que…? ¡Los cojones!
El tercer soldado, Víctor, llegó corriendo con el fusil en la mano alertado por el disparo y los gritos.
—¡Hijos de puta! ¡Maricones hijos de puta! —gritaba Érica, fiel a su estilo, agitando el hacha tan cerca de ellos que los dos le apuntaron con los fusiles, aunque fue Víctor quien se acercó y le puso el arma en la sien.
—Será mejor que te relajes, zorra, no quiero abrirte un agujero en la cabeza. —dijo como disfrutando cada palabra.
—¡Ya vale! —exclamo López—. Le disparamos porque se había transformado, vosotros mismos lo visteis. Ahora, por vuestro bien, será mejor que todos os tranquilicéis.
Con tres hombres armados con fusiles amenazándonos no teníamos otra opción que obedecer, aunque Toni y Érica todavía se permitieron fulminar a un par de ellos con la mirada.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Agus mientras los militares se dirigían hacia el bidón, detrás del cual Jorge salió disparado a buscar otro lugar en el que sentarse.
Félix apartó la lona que cubría la entrada a la tienda de Silvio y echó un vistazo dentro. Volvió a sacar la cabeza en tan sólo un segundo.
—¡Dios! —se lamentó antes de volver la vista hacia mí—. ¿Estás bien?
—Sí —mentí—. Sólo necesito algo para limpiarme.
Agus se sacó del bolsillo un pañuelo de tela y me lo tendió. Le miré a la cara, igual de ausente que siempre, antes de cogerlo y murmurar un “gracias”.
—¿Es verdad? —preguntó Judit en un susurro—. ¿Volvió como un resucitado?
—¿Te vas a poner de su parte? —le recriminó Toni lanzando un vistazo desafiante hacia los soldados; Víctor se colgó el arma a la espalda y volvió a alejarse del grupo para seguir vigilando, pero antes de ello me dirigió una mirada que me hizo sentir un escalofrío.
—Yo… no… es decir, yo sólo quiero saber si ocurrió o no. —se defendió Judit.
—No lo sé —admití limpiándome la cara del pringue rojizo. No me había parecido así cuando lo vi levantarse, pero por otra parte, ¿y si lo que intentaba era atacarme? De haber sido así, lo más probable era que hubiera conseguido morderme, y si el soldado no hubiera disparado me podía considerar muerta—. No lo sé…
Me puse en pie, y con Clara agarrada a la cintura, volví hacia mi tienda de campaña. Estaba segura de que a continuación iban a discutir qué hacer con los tres hombres, si pedirles que se fueran, marcharnos nosotros o cualquier otra opción, pero no tenía cuerpo para eso.
—¿Por qué no te metes dentro y acabas de desayunar? —le dije a mi hija—. Aquí fuera vas a coger frío.
Sin decir ni mu, obedeció y regresó a la tienda. Mientras me limpiaba la sangre, que además de pringarme hasta las orejas me manchó en la chaqueta y la camisa, lamenté que todo lo ocurrido hubiera pasado precisamente ese día, el día que medio grupo estaba fuera y que Clara por fin había comenzado a dar muestras de estar mejor… después de aquello volvería a tener pesadillas, como yo iba a tenerlas con la imagen de la cabeza destrozada del pobre Silvio.
Se me escapó una lágrima pensando en él. Sentía en el alma no haber llegado a conocerle más en el tiempo que tuvimos… de hecho, ni siquiera sabía su apellido, si además de ser actor se dedicaba a otra cosa, ni nada de su vida antes de que fuera destrozada por los muertos vivientes; también sentía que hubiera pasado por el infierno de salir de Madrid con vida para acabar muriendo así, pero lo que me dolía más que cualquier otra cosa era el hecho en sí de que hubiera muerto. Cuando pensaba que todo aquel ciclo de muerte ya había acabado, resultaba que no, que todavía quedaban pérdidas que lamentar. Llegué a creer que saliendo de la ciudad estaríamos a salvo de todo eso, pero no era cierto.
Intenté serenarme cuando Félix se acercó y se sentó en suelo a mi lado. Toni y Agus comenzaron a desmontar la tienda de campaña de Silvio con él dentro, como si fuera una improvisada mortaja, Judit miraba nerviosa de un lado a otro sin saber qué hacer y Érica se dedicaba a dar hachazos contra el suelo. Los dos militarse seguían intentando calentarse junto al bidón, como si la duda de si habían matado a alguien vivo o rematado a un muerto viviente no les importase lo más mínimo.
—¿Estás bien? —volvió a preguntarme, pero esa vez decidí no mentir.
—No, qué va —admití intentando encontrar una esquina que aún no estuviera manchada de sangre en el pañuelo de Agus para acabar de limpiarme—. ¿Qué vamos a hacer?
—Esperar —contestó—. No podemos irnos hasta que lleguen los demás, y la verdad es que no hay huevos para decirles que se vayan. Esos tíos ya han matado a una persona.
—¿Crees de verdad que lo han matado? —inquirí—. A lo mejor tenían razón.
—¿Qué los muertos se levantan sin haber sido infectados? Judit no ha sabido responderme a esa duda, dice que muy poco de lo relacionado con esta enfermedad puede sorprenderla ya. Lo que sí ha dicho es que, de ser así, significaría que todos deberíamos estar infectados con lo que sea que hace que los muertos vuelvan de la muerte.
—Es una idea perturbadora —juzgué con algunas reservas sobre su verosimilitud—. ¿Qué crees que pasará cuando vuelvan los demás?
—Por lo pronto seremos más —contestó—. Con Aitor, Sebas y Óscar armados podemos someterlos si se resistieran a marcharse.
—¿Y si tenían razón? ¿Y si todos los muertos resucitan y me han salvado la vida? —insistí.
—Entonces no sé —confesó agachando la cabeza—. Pero esos tipos me dan mala espina.
No habría sabido explicar los motivos, pero yo tampoco confiaba en ellos. Tenían algo que me hacía dudar, más allá del hecho de que no estuviera claro si habían ejecutado a Silvio o no. Sin duda, lo habían pasado tan mal como nosotros saliendo de la ciudad, y más si hacerlo les había llevado tantos días como decían, y esas cosas marcan; la actitud autodestructiva de Silvio era la prueba.
—¿Puedes echarle un ojo a Clara? Necesito ir al baño. —le pedí a Félix dejando en el suelo el pañuelo de Agus; dudaba mucho que quisiera recuperarlo después de cómo lo había dejado, y más teniendo en cuenta que no había forma de lavarlo.
La ropa sucia iba a ser un problema más pronto que tarde, algunos llevábamos vestidos con las mismas prendas con la que salimos de Madrid hacía semanas… menos mal que era invierno.
—Claro —asintió Félix mirando de reojo la tienda de campaña—. No te preocupes.
Me levanté y fui hacia la letrina que habíamos excavado, por idea de Óscar, entre unos arbustos poco después de llegar, cuando necesitamos un lugar donde hacer nuestras necesidades. En realidad era la tercera letrina que teníamos, las otras dos las tuvimos que tapar cuando empezaron a llenarse; éramos demasiados utilizándolas durante demasiado tiempo.
Siempre que tenía que utilizar la letrina echaba de menos mi casa… aunque también la echaba cuando me dejaba la espalda sentada sobre una roca, cuando me helaba de frío en una tienda de campaña o cuando tenía que calentarme con un fuego dentro de un bidón viejo. El piso de protección oficial con un solo cuarto de baño donde había vivido durante quince años nunca me pareció más atractivo; era verdad eso de que no se valora lo que se tiene hasta que se pierde.
Mientras me desabrochaba el botón del pantalón, sólo podía pensar en que habría dado cualquier cosa por volver a discutir con mi marido por dinero, por horarios, por el desorden que siempre lograba imperar en la casa o cualquier otro problema similar a esos que, dada la situación, parecían tan poco importantes que llegaban a resultar risibles.
Cuando hube terminado me puse en pie, pero antes de poder volver a subirme del todo los pantalones, alguien apareció a mi espalda con tanto sigilo que no me di cuenta de que estaba allí hasta que me tapó la boca con su mano. Lo primero que pensé era que se trataba de un muerto viviente, aunque enseguida me di cuenta de que eso era imposible: los muertos vivientes no aparecen de repente, el sigilo no está entre sus habilidades y había tenido la precaución de mirar a mi alrededor y asegurarme de que no había nada antes de comenzar a utilizar la letrina… además, de haber sido un resucitado, me habría mordido sin más.
Con un golpe en la parte trasera de la rodilla, aquel asaltante me hizo doblar la pierna y caer al suelo con él encima tapándome la boca para que no pudiera gritar, que era lo que me pedía el cuerpo que hiciera. Ya tirada boca abajo con ese peso encima aplastándome las piernas e impidiéndome patalear, sentí algo frío y puntiagudo apoyarse en mi cuello.
—Tranquila, pelirroja —me susurró al oído la desagradable voz del soldado llamado Víctor—. Si te va a gustar, ya verás.
Aterrada por sus palabras, y por comprender lo que estaba ocurriendo, intenté forcejear para quitármelo de encima, sin embargo, aquel hombre era mucho más fuerte que yo, y no sirvió de nada. Moví la cabeza de un lado a otro queriendo librarme de su mano y poder gritar, pero tampoco lo conseguí.
—¡Estate quieta, zorra! —gruñó clavándome la rodilla en la espalda—. No me obligues a hacerte daño.
Intentó volver a bajarme los pantalones, pero entre que tenía que utilizar una mano para mantenerme callada, y que yo, muerta de miedo, no paraba de patalear, no tuvo mucho éxito, y eso sólo consiguió cabrearle.
—¡Me cago en la puta! —bufó levantándose y dándome un golpe en la cintura que hizo que me girara hasta quedar boca arriba.
No vi ni un atisbo de compasión en su mirada, sólo furia e ira porque le estaba dando más problemas de los que se esperaba para violarme. Durante un segundo tuvo que quitarme la mano de la boca, pero antes de que pudiera gritar nada recibí un puñetazo en el estómago que me cortó la respiración… y cuando quise darme cuenta ya volvía a tenerle encima, con un cuchillo en las manos apoyado en mi mejilla y la boca cubierta de nuevo.
—Escúchame bien, porque sólo voy a decirlo una vez —susurró entre dientes en tono amenazador—. Si no te estás quieta, te corto el cuello, ¿entiendes? Y será tu hija a la que me folle en tu lugar, porque me van las pelirrojas, pero no las muertas.
No sabía si cumpliría su amenaza o si, de querer hacerlo, habría podido, porque aún quedaba gente en el campamento que no lo permitiría… pero en ese momento tenía demasiado miedo para pensar, y lo que había en juego era demasiado importante para arriesgarme. Con lágrimas en los ojos, tuve que dejar que aquel sádico me bajara los pantalones del todo.
Cuando comenzó a quitarse el cinturón del uniforme volví la vista hacia otro lado, hacia los arbustos que el viento mecía en mitad de aquella llanura a las afueras de Madrid. ¿Por qué tenían que ocurrirme algo así a mí? ¿Acaso no había sufrido ya lo suficiente? Al echarse encima de mí y dirigir su mano libre hacia mi entrepierna intenté evadirme, escapar de mi cuerpo para no tener que sentir en mis propias carnes lo que ese cerdo iba a hacerme a continuación…
Sin embargo, lo único que hizo fue lanzar al aire un sobrecogedor grito de dolor. Aproveché el momento de confusión para escurrirme de debajo de él, y entonces descubrí por qué gritaba. Con un gesto muy poco cuidadoso, Érica desincrustó de la espalda del soldado su hacha, que goteaba sangre como si acabara de descuartizar un animal con ella.
Comencé a subirme los pantalones mientras mi agresor se giraba hasta quedar boca arriba, cara a cara con su atacante. Agarró su fusil, pero no tuvo tiempo de hacer nada más.
—¡Hijoputa! —bramó Érica tomando impulso desde su espalda y clavándole el hacha entre las piernas.
El siguiente grito fue tan fuerte que creí que las cuerdas vocales del soldado no lo soportarían, y tras él, quedó tirado en el suelo retorciéndose de dolor mientras a su alrededor la tierra se manchaba de rojo. El hachazo le había partido los genitales en dos de una manera tan asquerosa que casi me hizo vomitar, y cuando él mismo agachó la vista y vio lo que había gritó con más fuerza si cabía.
Érica, sin embargo, sonrió satisfecha por el resultado, tanto que fue a lanzarle otro hachazo, pero se interrumpió cuando el resto del campamento llegó hasta nosotros.
—¿Qué coño pasa aquí? —exigió saber López con tono autoritario.
No era difícil imaginárselo, sólo tenían que mirarme a mí, en el suelo, magullada y con los pantalones por las rodillas; a Érica con un hacha cubierta de sangre en las manos y aquel soldado desangrándose y retorciéndose de dolor.
—¡Oh, joder! —exclamó Félix llevándose las manos a la cabeza—. ¿Qué demonios…?
—¿Mamá? —gimió Clara con preocupación echando a correr hacia mí.
—¡Baja esa hacha, puta tarada de mierda! —le ordenó el otro soldado apuntando a Érica con su fusil.
—¡Matad a esta puta rabiosa! —gritó Víctor de rodillas en el suelo intentando detener con las manos el sangrado de la carnicería que le habían hecho entre las piernas—. ¡Dios!
—¡Violador de mierda! —le escupió la chica antes de señalar a los otros dos con el dedo—. ¡Y vosotros sois unos putos asesinos hijos de puta!
Levantó el hacha y fue a descargar un tercer golpe, golpe que tenía intención de matar. Aparté la mirada e hice que Clara, que ya había llegado hasta mí y se arrodilló a mi lado, la apartara también. No obstante, el hachazo no llegó a caer, se escuchó un disparo y una bala hizo saltar la tierra a sólo unos centímetros del pie de Érica… uno de los soldados había disparado, y el único motivo por el que la chica no estaba muerta era porque Toni golpeó el fusil del soldado antes, desviando así su trayectoria.
Lo que sucedió entonces fue muy rápido: Jorge corrió de vuelta al campamento huyendo como un cobarde mientras Toni y el soldado forcejearon, pero éste acabó disparándole en una pierna y soltándose de su agarre; Agus y Judit se tiraron al suelo tras escuchar el disparo y se cubrieron la cabeza con las manos, y Clara gritó y se abrazó a mí muerta de miedo. El soldado quiso disparar otra vez a Toni, que desenfundó su pistola mientras reprimía el dolor del balazo que acababa de recibir, pero Félix se interpuso entre ambos.
—¡Espera! ¡Podemos…!
No llegó a pronunciar la frase completa, el militar disparó, y la bala le destrozó la cabeza de la misma forma que lo había hecho con la de Silvio. Toni no perdió el tiempo y disparó a su vez contra él, hiriéndole en un brazo. López fue a intervenir abriendo fuego con su fusil, pero se encontró con Érica, que se lanzó contra él hacha en mano y terminó hundiéndosela en el cuello. Mientras el hombre caía al suelo medio decapitado, logró disparar una ráfaga de balas que podían alcanzarnos a Clara y a mí, de modo que me eché sobre ella para cubrirla.
Sentí un lacerante dolor en un costado cuando una de esas balas terminó por alcanzarme, pero no me moví… no podía dejar que le dieran a mi hija también, aunque eso implicara convertirme en su escudo humano.
—¡Estáis todos muertos, cabrones! —bramó el soldado restante lanzando una nueva ráfaga de disparos, esa vez con más tino.
Vi a Toni y a Érica echarse al suelo, uno para esquivar las balas y la otra abatida por ellas… sin embargo, enseguida se escuchó un disparo, y de la cabeza del soldado saltaron sangre y sesos por todas partes. El rifle de caza de Félix humeaba cuando Agus lo dejó caer al suelo después de matar al militar y acabar con la amenaza por fin.
—¡Mamá, estas sangrando! —exclamó Clara alarmada al ver que del agujero que la bala me había hecho en la chaqueta brotaba sangre como si hubieran degollado a un cerdo.
—Estoy bien —dije llevándome una mano a la herida y poniéndome en pie—. No pasa nada.
Judit levantó la mirada, y al ver que el peligro había pasado, se incorporó también. Toni se agarraba la pierna dolorido en el suelo mientras que Érica luchaba por seguir respirando, y Félix ya no volvería a respirar jamás. A pocos metros de mí, Víctor se arrastraba por el suelo intentando escapar; el hachazo de su espalda tenía un aspecto horrible, como una enorme raja de la que fluía la sangre como de un manantial. Un reflejo del sol me indicó donde había caído su cuchillo, de modo que fui a recogerlo… era un cuchillo grande y pesado, con un filo de sierra tan afilado que parecía capaz de cortar la piedra.
Cuando le di la vuelta de una patada para ponerlo boca arriba parecía a punto de desmayarse, el amasijo de carne sanguinolenta en que se había convertido su entrepierna se había manchado de tierra por andar arrastrándose, y no tenía fuerzas para hacer otra cosa que no fuera gemir. Sentía tanta rabia, tanta ira y tantas ansias de venganza que no dudé ni un segundo cuando le clavé el cuchillo en un ojo; y tampoco cuando lo hice por segunda vez…
Sólo porque alguien me agarró de los hombros y tiró de mí para atrás, dándome un dolorosísimo tirón en la herida de bala, no seguí apuñalando a ese desgraciado, cuyo rostro, de seguir vivo, habría conseguido unas cuantas cicatrices más.
Cuando más calmada alcé la vista, sólo pude ver la cara de horror de Clara, que salió corriendo con lágrimas en los ojos en dirección al campamento. Levanté una mano hacia ella y quise llamarla para que volviera, pero no me salían las palabras. ¿Qué me había pasado? ¿Por qué había reaccionado de aquella manera?
—Te han herido, tienes que mirarte esa herida. —dijo la voz de Agus a mi espalda en la que probablemente fuera la frase más larga que pronunció desde que llegó con nosotros.
—¿Félix y Érica están…? —pregunté porque todavía no podía creerme lo que había pasado en tan sólo un segundo, pese a que los había visto caer con mis propios ojos.
—Félix está muerto, Érica… aguanta —respondió—. Mejor vamos con ellos.
Me puse en pie, sin embargo, antes de marcharme cogí el fusil que Víctor llevaba todavía encima. Agus me lanzó una extraña mirada al verme con él en la mano.
—Ahora son nuestros —dije señalando el cuerpo—. Coge su mochila, seguro que tiene cosas que nos pueden ser útiles.

—No va a aguantar. —declaró Judit unos minutos más tarde, con las manos y la frente cubiertas de sangre; le quitamos el jersey y la camiseta a Érica para examinar sus heridas y resultó que había recibido nada menos que tres disparos en torso y abdomen… si todavía seguía viva era sólo porque esa chica no era de este mundo.
—Algo podremos hacer, ¿no? —le preguntó Toni, que se encontraba a mi lado echándose agua oxigenada en el agujero que le habían abierto en la pierna.
Yo era la única que se había vendado ya la herida, pero sólo porque ésta tan sólo resultó no ser más que una rozadura, espectacular en cuanto al sangrado, pero no en cuanto a gravedad. En el momento en que la hemorragia se cortó y me la desinfecté no necesitó más atenciones, aunque por su situación me molestaba al doblarme.
—No lo sé —confesó Judit apurada—. La verdad es que no sé ni cómo sigue viva. Ya no sangra, pero las balas siguen ahí dentro, y si han dañado algún órgano interno… yo no soy doctora… es decir, sí lo soy, pero no de ese tipo, no sé por qué estoy haciendo esto, a lo mejor sólo lo empeora… a lo mejor…
—Está bien —la interrumpí yo para que se calmara—. ¿Puedes ayudar a Toni? Yo iré con Érica.
—Esto duele como si fuera de ácido —protestó él conteniendo un grito de dolor cuando un chorro de agua oxigenada entró en la herida—. ¡Mierda! ¿Desde cuándo el agua oxigenada escuece?
—Vale… yo… sólo me he visto un poco sobrepasada por los acontecimientos —admitió Judit sentándose en el lugar que yo dejaba libre—. Necesitamos a Luís aquí cuanto antes, ¿sabes?
—Lo sé. —admití antes de dirigirme hacia el bidón.
Por una vez Jorge había hecho algo bien, tal vez como intento de redimirse después de largarse corriendo con el asunto de los militares, y un fuego de pequeño tamaño ardía dentro del bidón. Había dejado a Clara sentada junto al fuego para que entrara en calor y no tuviera que ver más sangre, heridos y muertos, pero cuando pasé junto a Jorge ni me molesté en mirarle a la cara.
—No podemos dejar esto sin vigilancia, ve a hacer la guardia. —le dije con un tono tan frío que me sorprendió hasta a mí misma.
—¿Qué? ¡No me jodas! ¿Por qué tengo que hacerla yo? —protestó.
—¿A ti qué cojones te parece? —le espeté levantando la cabeza y fulminándole con la mirada… no sé qué debió ver en mis ojos ese imbécil, pero no tuvo que ser nada bueno, porque nunca antes le había visto abandonar una discusión tan rápido.
—Está bien, vale, ya voy. —exclamó como defendiéndose de un ataque.
Sin prestarle más atención me arrodillé al lado de mi hija, que seguía mirándome con temor. No sabía si tenía miedo de mí después de lo que me había visto hacer, de lo que me pudiera pasar por el disparo, o tan sólo sentía miedo en general.
—¿Estás bien, cariño? —le pregunté con toda la dulzura que pude encontrar en un momento como ese, en el que sentía muchas cosas y pocas de ellas eran buenas.
Se limitó a asentir antes de volver su vista hacia el fuego de nuevo.
—Voy a ver cómo está Érica, pero vengo enseguida —le prometí—. ¿No prefieres ir a la tienda?
Hubiera preferido que lo hiciera y no se quedara allí rodeada de gente herida o muerta, sin embargo, negó con la cabeza sin siquiera mirarme. Le di un beso en una mejilla e inmediatamente se la tuve que limpiar porque se la había manchado con una gotita de sangre que ya ni sabía de quién era.
Con el costado aún dolorido, me dirigí hacia el lugar donde habíamos dejado a Érica tumbada sobre su saco de dormir. Agus estaba con ella, haciéndole compañía por orden mía; no sabía si iba a sobrevivir, de modo que no quería que se quedara sola en ningún momento… no hay nada más triste que morirse estando solo. Respiraba con dificultad y parecía encontrarse en las últimas, pero al verme llegar a su lado sonrió. Sus encías estaban manchadas de sangre, y cuando escupió a un lado, lo que cayó en el suelo era una mezcla entre sangre y saliva poco prometedora.
—He matado a dos hijos de puta. —dijo con dificultad, aunque muy orgullosa.
En realidad, al otro lo había matado yo, no obstante, tal y como lo había dejado, permití que lo añadiera a su lista; tampoco tenía intención de llevar una cuenta de muertos.
—Lo has hecho muy bien, nos has salvado a todos —le agradecí agarrándola de la mano para reconfortarla—. Sobre todo a mí.
—Que se jodan —exclamó antes de comenzar a toser—. Esto duele de la hostia.
—Tú aguanta, cuando vuelva Luís te curará. —le aseguré.
No sabía si decía eso para animarla a ella o para animarme a mí misma, porque la verdad era que, de no ser por ella, no sabía cómo podía haber acabado la cosa. ¿Qué habría pasado de consumarse la violación? ¿Y si ella no hubiera matado a uno y malherido al otro? A lo mejor en ese momento estaríamos todos muertos.
—Qué cabrón ese tío —dijo—. Le partí la polla en dos, ¿lo viste?
—Sí, lo vi. —asentí; quiso reírse, pero al hacerlo sólo sintió más dolor y tuvo que dejarlo.
—No hagas esfuerzos, ahora vuelvo. —le prometí dándome la vuelta dispuesta a marcharme; sin embargo, Agus me cogió del brazo y me detuvo… después de lo que había pasado no me sentía nada cómoda siendo tocada por un hombre y el instinto me pedía que le apartara, pero me contuve.
—¿A dónde vas? —me preguntó como si le extrañara que me alejara de allí.
—Tengo que hacer una cosa. —respondí crípticamente; había algo que necesitaba saber y que no podía esperar, en especial si Érica acababa muriendo.
—Los disparos atraerán a los resucitados cercanos. —me recordó… como si no lo supiera ya.
—En ese caso, aprende a usar las armas de los militares —le contesté antes de seguir con mi camino—. Es algo que vamos a tener que hacer de todos modos.
Caminé junto al fuego donde Clara seguía sentada, y pasé de largo lamentando no poder prestarle un poco más de atención, pero había un asunto importante que aclarar todavía.
—Necesito que vengas conmigo. —le pedí a Judit, que ayudaba a desinfectar la herida de Toni.
—¿A dónde? —preguntó confusa.
—Necesito comprobar una cosa, y te necesito a ti. —dije sin intención de dar más explicaciones por el momento.
—¿Ocurre algo? —intervino Toni suspicaz.
—Nada grave, luego os lo explicaré, sólo vamos a estar al lado de la letrina —Decir “al lado de la letrina” era mejor que decir “con los cadáveres”—. ¿Te importa echarle un ojo a Clara?
—Mientras no tenga que moverme mucho… —respondió mirándose la pierna con aprensión.
Judit me siguió hasta el lugar donde dejamos los cadáveres sin disimular su confusión. Debido a la urgencia de las heridas que recibimos, no tuvimos tiempo de hacer nada con ellos, y los cuerpos de Félix y los tres militares seguían allí tirados de cualquier manera.
—No sé si me gusta estar aquí. —confesó tras toparse de nuevo los cadáveres.
—¿Crees que a mí sí? —respondí con frialdad parándome delante del cadáver medio decapitado por Érica—. Pero es necesario.
Después de pasar por lo que había pasado me sentía muy insegura, y como si fuera una estadounidense, había decidido suplir esa inseguridad con un arma. Los fusiles de los militares resultaban un poco complicados de manejar, pero el rifle de caza de Félix, que ya no podría utilizar, me parecía un arma más adecuada, de modo que la recogí cuando Agus la dejó caer al suelo y en mi poder seguía en ese momento.
—Tú los estuviste estudiando, ¿verdad? —Señalé el cuerpo del soldado casi decapitado—. Necesito que me digas si, de haber sido mordido, podría haber resucitado, o si está demasiado dañado para eso.
Judit me miró y parpadeó dos veces. Para una chica tan lista como ella no debió ser difícil atar cabos y saber qué pretendía en realidad, de modo que se agachó y le echó un vistazo superficial al cuerpo.
—¡Dios…! El corte… no creo que haya afectado al cerebro, de estar infectado tendría que reanimarse con normalidad. Bueno, normalidad no, pero ya me entiendes. —diagnosticó.
Asentí, y con el rifle sobre las piernas, me senté en el suelo a esperar.
—¿De verdad crees que podría pasar? —me preguntó muy interesada—. ¿Reanimación sin mordedura?
—Eso quiero comprobar —confirmé—. En cuanto se mueva, le volaré la cabeza… si es que llega a moverse. Sólo te necesitaba para eso, puedes irte con los demás, no tienes por qué ver esto si no quieres.
Ella, sin embargo, negó con la cabeza.
—No, yo… en realidad sí que quiero verlo, es decir, ver si es verdad.
Se sentó a mi lado, y sin decirnos nada la una a la otra, tan sólo esperamos.
Mientras los minutos pasaban, sólo podía pensar en cómo había cambiado todo en un instante. Creía que las cosas habían ido mal todo este tiempo, y que no se podían poner peor… había sido una inocente lamentándome y compadeciéndome durante semanas, pensando que, como había logrado salir de la ciudad, sólo quedaba esperar a que todo se arreglara, y no era así ni mucho menos. El mundo estaba lejos de arreglarse, y los problemas no habían hecho sino empezar. Muchos lograron salir de Madrid, como yo, pero ninguno estaba a salvo por ello. Fui consciente de ello en el momento en que Silvio y Félix murieron, y decidí tomar una decisión, la decisión de que mi actitud iba a cambiar por completo, de que iba a dejar de esconderme e iba a plantarle cara al nuevo mundo, al mundo de los muertos, o más bien al mundo que los muertos habían dejado tras de sí.
Cuando el soldado abrió los ojos y comenzó a gimotear casi ni me inmuté, a diferencia de Judit, que dio un salto de sorpresa a mi lado y tuvo que ahogar un grito. Aquello no representaba un misterio para mí como lo era para ella… en su cerebro, quizá igual que en el mío antes, bullirían preguntas del estilo “¿cómo es posible?”, y tal vez un centenar de posibles hipótesis. En el mío sólo se procesaba la información: habíamos descubierto que los muertos también se levantan aún sin ser infectados por la mordedura de otro, y mi única preocupación eran las implicaciones prácticas de aquello, es decir, cómo nos iba a afectar, y no las teóricas.
Disparé el rifle contra la frente del soldado resucitado acabando con su existencia miserable para siempre. Habiendo averiguado eso, la siguiente prioridad era estar pendiente del regreso de Óscar, Aitor, Raquel y los demás… de lo que tardara en volver Luís dependía la vida de una miembro del grupo. Mientras les esperaba confiaba en tener un momento para tranquilizar a Clara y hablar con ella, explicarle que el mundo había cambiado y que tocaba adaptarse a él.
Judit se quedó mirando el cadáver del soldado cuando yo emprendí el camino de vuelta al campamento, había sido una mañana de infarto, y el día prometía ser largo.
—¿Vamos a dejar su cuerpo ahí? Es decir, el de Félix. —preguntó al ver que me marchaba.
—Luego le pediré a Agus que lo traiga, deberíamos darle un entierro digno. —respondí al tiempo que pensaba en todo lo que quedaba por hacer todavía.


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