CAPÍTULO 6: “CHARLI”
—¡Dios! ¡Dios!
¡Joder! —exclamé en voz alta pese a que estaba sólo en el coche, ¿es que lo
putos muertos no se iban a acabar nunca?
Di un giro al
volante para esquivar a otro de esos putrefactos seres andantes que se
interpuso en mi camino, pero el coche derrapó y acabé lanzándole por los aires,
dispersando sus trozos por todas partes. El muy hijo de puta había reventado
como una piñata dejándome la parte delantera del vehículo bañada en sangre y
vísceras, sin embargo, frente a mí aún tenía a tres más que estiraban las manos
como idiotas hacia el coche intentando atraparme. ¿Por qué no se cansaban
nunca?
Bajé la ventanilla
hasta los cojones de aquello, saqué la pistola y disparé contra uno, un tipo
gordo y peludo que andaba por ahí en camiseta y babeando sangre.
—¡Que te jodan!
—le grité cuando la bala le atravesó el corazón.
“En la cabeza, en
la cabeza” me recordé con fastidio dejando caer el cargador ya vacío del arma y
cargándola con uno nuevo, el último que me quedaba.
Con el segundo
disparo le volé la tapa de los sesos, y el muerto cayó al suelo rebotando
contra el asfalto como la bola de carne que era… sin embargo, todavía había dos
cabrones más acercándose, y a ese ritmo iba a quedarme sin munición antes de
salir de la ciudad.
—¡Que os den!
—farfullé apretando el acelerador y girando el volante para dar la vuelta al
coche.
Con tanto desvío
para esquivar a los muertos vivientes ya no sabía ni dónde coño me encontraba,
y mucho menos si estaba cerca de salir de Madrid. Mi mayor temor era estar
dirigiéndome de nuevo al centro, lo cual sería una putada porque ese lugar era
una zona muerta tomada por ellos.
—¡Mierda! —grité;
no lo vi hasta el último momento, cuando ya lo tenía encima, así que no pude
esquivar a tiempo medio torso se movía ayudándose de las manos por la
carretera, con las tripas arrastrando por la calzada.
El muy idiota incluso
logró alargar una mano hacia mí antes de que me lo llevara por delante,
pringando aún más la parte delantera del coche con zumo de muerto, pero por
culpa de ese nuevo montón de carne y huesos enredados entre las ruedas, no pude
evitar perder el control del coche, que terminó chocando contra la esquina de
una calle.
El airbag saltó y
me aturdió durante unos segundos, durante los cuales perdí por completo la
noción del tiempo. En cuanto me recuperé, volví a blasfemar y arranqué el
airbag de un tirón; luego intenté poner en marcha el coche, pero éste ya no
respondía.
“¿Cómo coño va a
responder si medio motor está incrustado en la pared?” me dije fastidiado al
ver con más detenimiento en qué estado había quedado el vehículo tras la
colisión.
El sonido de unas
manos restregándose contra el cristal trasero me obligó a reaccionar deprisa.
Abrí la puerta de una patada y salí de él con la pistola por delante, junto a
la ventanilla había una mujer de piel grisácea y pelo castaño muy sucio dando
golpes al cristal, pero en cuanto me vio, dejó los golpes, giró su fea cara hacia
mí y comenzó a gruñir.
—¡No toques mi
coche, zorra! —le escupí antes de volarle la cabeza con un disparo.
Mientras aquella
puta desparramaba sus sesos contra la ventanilla, cuatro figuras tambaleantes
más se acercaron entre la oscuridad de la noche… ¿es que esos cabrones eran
infinitos? Cada vez que mataba uno aparecían dos más para sustituirlos.
Me planteé la
posibilidad de perder unos segundos en abrir el maletero y sacar la mercancía
para llevarla conmigo, pero luego pensé que no haría falta; los putos muertos
no iban a robarme, y en esa ciudad tampoco quedaba nadie vivo que pudiera
hacerlo en su lugar. Encontraría un sitio donde esconderme de ellos durante la
noche y por la mañana, cuando tuviera mejor visibilidad y se hubieran
dispersado, seguiría mi camino. No es que me hiciera mucha gracia pasar una
noche más en Madrid, pero tampoco tenía más opciones en ese momento.
Sin perder un
segundo más, empecé a correr alejándome del coche y de los muertos vivientes
que me perseguían, había visto al fondo de la calle una valla que podía saltar
para darles esquinazo, de modo que me dirigí hacia allí.
Aunque me prometí
no disparar más tras descubrir que el ruido de las balas atraía la atención de
esos seres del mismo modo que los dispersaba cuando estaban vivos, no tuve más
remedio que hacerlo de nuevo para terminar de cargarme a un hijo de puta que
apareció de repente entre dos coches aparcados, arrastrándose y gruñendo como
un borracho que se ha pasado de copas. Como cabía esperar, aquel disparo alertó
a todos los muertos vivientes de la calle, de modo que tuve que correr a toda
prisa y lanzarme contra la valla pistola en mano.
—¡Hijos de puta!
—dije con un gruñido tras resbalarme después de apoyar el pie en uno de los
huecos al comenzar a trepar… por algún motivo estaba húmedo, aunque hacía mucho
que no llovía.
Sólo cuando
alcancé la cima de aquel cercado me sentí por fin a salvo, estaba al menos una
cabeza por encima de los muertos que comenzaron a llegar hasta el pie de la
valla, de modo que no podían alcanzarme. Miré al interior y vi que me estaba
metiendo en el patio de un edificio de tres plantas, cuya silueta tan sólo podía
intuir a por lo menos cincuenta metros de donde me encontraba; en una noche
cerrada, sin farolas ni luces artificiales, la oscuridad era tan profunda que sólo
alcanzaba a ver lo que tenía delante de mis narices.
Como aquel patio parecía
libre de muertos, me dispuse a bajar y ver si encontraba algún lugar seguro
donde pasar la noche en ese lado, pero al ir a apoyar el pie de nuevo en la
valla la humedad volvió a hacerme resbalar, y por intentar no caer sobre el
grupillo de muertos que se estaba congregando en el lado de fuera me fui de
cabeza contra el suelo del interior.
La vista se me
nubló en cuanto recibí el doloroso impacto en la nuca, y sentí cómo mi
consciencia se desvanecía mientras los podridos se agachaban en el suelo y
metían sus putrefactas manos por debajo de la valla para intentar alcanzarme.
“Que os jodan” fue
lo último que pensé antes de que todo se volviera oscuridad.
No era una buena
persona, no fui una buena persona tampoco en el pasado… la verdad era que no
recordaba haber sido buena persona en ningún momento de mi vida. De hecho, se
podía decir sin riesgo de equivocarse que era un cabrón. Me había comportado
como un cabrón con mis padres, con mi hermana, con mis novias, con mi ex mujer…
había hecho daño a mucha gente: a los que vendí drogas, a los que me cargué
para que no vendieran su droga, a la gente que había robado, al idiota que di
pasaporte en la cárcel y a muchos otros. Y para rematar aquel currículo, más
recientemente me dediqué a saquear las casas de la gente que era evacuada por
los militares.
La idea fue del “Ruso”,
que era el doble de cabrón que yo. Cuando los militares iban a un barrio y
sacaban a la gente de sus casas, antes tenían que cargarse a todos los muertos
que había por las calles, lo que significaba que, una vez se habían marchado, éstas
quedaban relativamente limpias, y las casas, con todas las posesiones valiosas
de esa gente, en bandeja de plata para que el “Ruso”, el “Chino”, “Rodra” y yo
pudiéramos saquearlas a gusto. Calculamos que teníamos unas ocho horas después
de pasaran los militares antes de que los muertos volvieran a infectarlo todo,
y en sólo unos días logramos amasar una auténtica fortuna. Tanto era así que
tuvimos que buscar otro escondite cuando el nuestro estuvo lleno de los objetos
valiosos que la gente decente había adquirido con el sudor de su frente.
Así que sí, era un
cabrón, robaba las posesiones de la gente honrada aprovechándome de la
situación desesperada que se estaba viviendo. ¿Por qué era así? Porque en el
universo no había justicia, sólo por eso. La prueba era que, mientras todas
esas buenas personas se habían convertido en horrendos muertos vivientes, yo
seguía vivito y coleando.
Mi último gran golpe
fue fugarme con el dinero que almacenamos de nuestros saqueos, dejando a los
demás con un palmo de narices mientras yo huía con una fortuna en el maletero
del coche. En realidad “Rodra” ya nos había dejado antes de eso; mientras nos planteábamos
si robar un banco sería sensato sabiendo que ya no había policía que los
protegiera, decidió marcharse con su familia a la zona segura… peor para él,
aunque en realidad, si se hubiera quedado habría acabado como el “Ruso” y el “Chino”.
Ese mismo día, después de pasar dos semanas encerrados, decidieron acercarse al
banco más cercano a echar un vistazo, a asegurarse de que era seguro intentar
robarlo, y aprovechando su ausencia, me agencié el único coche que teníamos y
todo el dinero. Cuando el mundo se recuperara iba a ser un cabrón rico, y una
prueba más de que en el mundo no había justicia.
Durante un par de
segundos no supe dónde me encontraba. Una molesta luz me alcanzó en los ojos
mientras un terrible dolor de cabeza, concentrado en el lugar donde me golpeé
al caer de la valla, comenzó a hacerme recordar todo lo sucedido. Estaba en una
especie de pequeño despacho, tirado en el suelo entre una mesa con un ordenador
viejo y un archivador. Por la única ventana de aquel lugar entraba un radiante
sol que indicaba que ya había amanecido… tenía que haber pasado toda la noche
allí dentro.
Lo primero que hice fue preguntarme dónde
estaba mi pistola. Recordaba haberla llevado en las manos al trepar la valla,
pero no sabía qué había sido de ella después.
—¡Puta mierda! —murmuré
al no encontrármela encima.
Levanté una mano
para palpar el lugar del golpe y descubrí que alguien me había colocado una
venda alrededor de la cabeza, aunque allí no había nadie más.
Preguntándome dónde
me podía encontrar, me puse en pie con dificultad e intenté fijarme con atención
en todo lo que me rodeaba, tratando de encontrar alguna respuesta a mi pregunta
con ello. El despacho se veía bastante ordenado, pero sobre la mesa no había
nada interesante, salvo material de escritura y una placa donde ponía
"Señor director", y el archivador estaba cerrado con llave.
Antes de aventurarme al otro lado de la puerta
se me ocurrió mirar a través de la ventana, que tampoco era un lugar propicio
por el que salir de allí al estar protegida por unas rejas que impedían el
paso. Al otro lado había un pequeño patio pedregoso con algunas plantas, y unos
metros más atrás, una verja parecida, probablemente la misma, a por la que
trepé la noche pasada… y tras ella una docena de muertos vivientes golpeándola e
intentando atravesarla.
Perturbado por esa
imagen, me pilló de sorpresa que de repente la puerta se abriera a mi espalda y
por ella entrara una mujer alta, de veintipocos años y pelo moreno. Traía mi
pistola en las manos y me apuntaba con ella, pero el seguro seguía puesto, así
que deduje que era la primera vez que utilizaba un arma como esa.
—¿Quién eres tú?
¿A qué has venido aquí? —me preguntó intentando parecer dura, sin embargo, no
se me escapó que en realidad lo que estaba era asustada; conocía muy bien el
miedo en las caras de los demás.
Decidí que era
mejor tratar con ella por las buenas, a fin de cuentas, aún no sabía si estaba
sola o había alguien más con ella que sí pudiera resultarme un problema.
—Tranquila, me llamo “Charli” —me presenté—. Llegué aquí huyendo de los
muertos… por cierto, ¿dónde estoy?
—Estás en el
colegio Virgen de Mirasierra —respondió mirándome con suspicacia y sin bajar el
arma—. Te vi, o más bien te oí llegar anoche… te diste un buen golpe. No parece
grave, pero yo que tú no haría movimientos bruscos, las heridas en la cabeza
son peligrosas. ¿De dónde vienes? No llevabas ni comida ni agua encima, sólo
esta pistola.
—Tuve que dejar mis cosas para escapar de los muertos vivientes. ¿Por qué
no bajas el arma y me dices quién eres tú? Al fin y al cabo, los vivos estamos
en el mismo bando, ¿no? —le dije sonriendo y en un tono amable.
Tras pensarlo unos
instantes, durante los cuales se limitó a observarme como evaluando el peligro
que podría llegar a ser, bajó un poco el arma.
—Sí, supongo que sí…
me llamo Irene, soy profesora de educación infantil en este colegio —se presentó ella también—. No tengo
noticias del exterior desde hace días. ¿Sabe qué está haciendo el gobierno para
solucionar esto?
—No lo sé, ni siquiera sé si sigue habiendo un gobierno —respondí con
completa sinceridad—. ¿Estás sola aquí?
—Bueno, no, no del
todo. —contestó terminando de bajar el arma.
En ese momento
entró por la puerta una pequeña niña, que no debía tener más de cinco o seis
años, vestida con un babi de guardería color azul claro.
—Señorita, quiero
desayunar... —le pidió a Irene, pero al darse cuenta de que yo estaba allí, se
agarró a los pantalones de su profesora y me miró un poco asustada.
—Está bien,
cariño, ahora voy, ve con los demás. —respondió ella acariciándole la cabeza.
La niña salió
corriendo del despacho mientras yo todavía mirada anonadado lo que acababa de
ver y de escuchar… había críos en ese colegio. ¿Cómo podía ser?
—Hay cuatro más —confesó
Irene un poco alicaída anticipándose a mi siguiente pregunta—. Sus padres…
nunca volvieron a recogerlos cuando cerraron las escuelas y, no sé, ¿qué podía
hacer? No podía dejarlos solos, ¿no?
—Supongo que no —dije
por mera cortesía. Si de mí hubiera dependido, les habrían dado mucho por culo,
pero yo tampoco era un modelo de conducta a imitar—. ¿Por qué no los sacó de
aquí la policía, el ejército o quien fuera?
—Lo intenté, pero
todo se desmadró muy rápido —me explicó—. No vino nadie, nos quedamos aquí sobreviviendo
con la comida del comedor… y así hasta hoy, ¿de verdad que no sabes nada de lo
que ocurre fuera?
—Sé que cada vez
hay más muertos —respondí—. No sé si el ejército está haciendo algo, pero si es
así, no están ni remotamente cerca de este lugar.
—En el comedor
todavía tenemos un poco de comida, aunque la mayoría se está pudriendo porque
no hay refrigeración —dijo—. Seguimos sin electricidad y sin teléfono, así que,
hasta que el gobierno no restablezca las comunicaciones, no podemos hablar con
nadie. Escribí un mensaje de ayuda en el tejado por si pasaba algún
helicóptero, para que sepa que hay gente viva aquí, pero hace mucho que nadie
se acerca por la zona… yo creo que podemos aguantar todavía una semana en este
lugar por nuestros medios.
—Pues tendrás que ir pensando otras opciones.
Sea lo que sea lo que pasa ahí fuera, no creo que se solucione en una semana
—le aconsejé rascándome la cabeza en el lugar donde me había golpeado—. ¿Conoces la zona? ¿Sabes lo que tenemos
alrededor?
—Llevo trabajando
aquí algo más de tres años, conozco bien el lugar, sí —respondió ella un poco a
la defensiva—. Por aquí son todo casas residenciales, no hay otro lugar del que
coger comida y agua. Puedes echar tú mismo un vistazo si quieres desde el tejado
del colegio, yo ahora tengo que dar de desayunar a los niños. No tenemos agua
corriente, pero si tienes sed…
Dejó un botellín
de agua mineral sobre la mesa antes de salir del despacho. Sonreí al mirar el
botellín medio vacío, ¿la pobre se había pensado que tenía previsto ayudarles?
Si le había preguntado qué había alrededor del colegio era para no seguir
moviéndome a ciegas, la noche anterior había descubierto que aquello era una
pésima idea.
Después de beberme
el contenido de la botella de agua, decidí hacer caso a su consejo y salí del
despacho para buscar las escaleras que llevaban hasta el tejado. Por el camino
me di cuenta de que ese no era un colegio normal y corriente, debía ser un
colegio de esos de pago, donde los ricos y pijos llevan a sus hijos tan ricos y
pijos como ellos… uno de esos lugares donde probablemente les darían educación
bilingüe y demás chorradas.
El colegio se
componía de tres pisos, en el piso inferior parecían encontrarse las clases de
los niños más pequeños, a juzgar por los diminutos pupitres y los colorines en
las paredes. Las clases situadas al lado derecho del pasillo tenían ventanas
que daban al patio, desde donde se podía ver al grupo de muertos todavía
luchando por entrar; aquellas aulas estaban como si nadie se hubiera molestado
en recogerlas… los últimos lápices, juguetes y material escolar que usaron
seguían por ahí desperdigados sin orden alguno. Las clases situados al lado
izquierdo tenían ventanas más pequeñas que daban al otro lado del patio; desde
allí no se podía ver a los muertos porque se encontraba el otro edificio que
componía el colegio bloqueando la vista, pero por lo demás, tenían más o menos
el mismo aspecto que las otras. Sin embargo, me encontré con que en una de
ellas había varias colchonetas en el suelo y un montón de abrigos en un rincón…
imaginé que esa debía ser la clase que utilizaban para dormir porque, a
diferencia de las demás, tenía pinta de estar siendo usada de manera habitual,
y la habían decorado con los dibujos que los niños debieron hacer para
entretenerse. Estar veinticuatro horas recluidos dentro del colegio tenía que
ser aburrido por cojones.
Sonreí al pensar
que el contenido de aquellos dibujos debía ser digno de evaluación por un
psicólogo infantil, aunque tal y como estaban las cosas, dibujar gente muerta
era más bien plasmar la realidad con bastante acierto.
En el segundo piso
se encontraban las aulas de los niños un poco más mayores, que necesitaban
pupitres más grandes y alborotaban menos. No parecía que nadie las hubiera
utilizado para nada en varios días, y a menos que necesitara tizas, borradores,
diagramas del sistema solar, posters con las aves autóctonas de la zona,
banderas de los países de la unión europea o todos los pupitres y sillas que
pudiera querer, no había nada de interés en ellas para mí, de modo que seguí
subiendo.
La mayoría de las
aulas de la tercera planta estaban cerradas, y como tampoco tenían el más
mínimo interés en ellas, tan sólo pasé de largo buscando la forma de subir al
tejado. Aquel lugar era enorme, pero tras unos minutos perdido acabé por salir
a una terraza tan amplia como todo el edificio del colegio. En el suelo se
encontraba dibujado con enormes letras de pintura roja sobre las baldosas
amarillentas el mensaje que Irene había mencionado antes, de forma que cualquiera
que pasara volando por encima de aquel lugar podría leer “Vivos dentro” sin
ninguna dificultad… si es que pasaba volando alguien, claro.
Desde ese tejado
no se podían ver más que las casas que rodeaban el colegio, lo cual me supuso
un fastidio. Esperaba estar lo bastante cerca del exterior de Madrid como para
que se pudieran al menos intuir las afueras, pero no era así, y eso sólo
significaba que aún tendría que recorrer un largo trayecto hasta escapar de esa
ciudad infernal.
Lo que sí puede
localizar fue mi coche, estrellado contra una esquina a pocos metros de allí;
si el mundo todavía funcionara con normalidad habría formado un gran atasco, porque
tal y como había quedado parado bloqueaba por completo la carretera.
La parte positiva
era que sólo tenía que volver a saltar la valla y sacar el dinero del maletero,
abrir otro coche y buscar la salida de Madrid si quería marcharme. La parte
negativa era que los muertos vivientes habían tomado las verjas del colegio… y peor
aún, cada vez eran más. Por lo visto, los que simplemente pasaban por allí, al
ver a los demás intentar atravesar la verja se unían al grupo pensando que había
algo que comer dentro. No obstante, la valla era fuerte, no cedería por el peso,
y su incapacidad para treparla hacía que dentro estuviera a salvo por el
momento, aunque atrapado con un montón de críos de mierda.
Bajando de vuelta al
despacho escuché el ruido de los susodichos criajos dando berridos en el
comedor, de modo que supuse que encontraría a Irene allí también.
No me equivocaba, la
profesora, con gesto ausente, comía los cereales de un tazón sentada en una de
las mesas del comedor con un aparato de radio a su lado. A su alrededor, los
cinco críos, dos de los cuales eran niñas, se peleaban y jugaban entre ellos
por toda la sala.
—¿Y eso? —le
pregunté llegando a su lado y sacándola de su ensoñación.
—¿La radio? —replicó
dirigiendo su mirada hacia ella—. El director tenía una en su despacho, pero
hace días que no se recibe ninguna emisora. La tengo aquí por si acaso dicen
algo, aunque además de algún mensaje de emergencia pregrabado nadie está
emitiendo.
Era tan triste
verla aferrarse a la remota posibilidad de un rescate que hasta comenzaba a
darme pena… y eso me cabreaba, nunca soporté a los lloricas.
—¿Has echado un vistazo ahí fuera? ¿Quién coño
crees que va a venir a rescataros? —le espeté—. No sé tú, pero yo me quedaría aquí esperando para ver cómo es morirse de
hambre.
—Puedo
ver perfectamente lo que ocurre fuera, gracias —respondió enfadada—. Y si tú
quieres pasear por unas calles llenas de muertos vivientes en dirección a
ningún lugar, te deseo suerte, pero por lo que a mí respecta, no veo ningún
motivo para pensar que el gobierno, el ejército o un equipo de salvamento no terminarán
llegando. Tras los muros de la escuela estamos seguros y tenemos un lugar donde
pueden encontrarnos… además, esos niños son responsabilidad mía ahora.
Frunció el ceño y
me fulminó con la mirada; me dio la impresión de que empezaba a caerle mal, cosa
que solía pasarme a menudo con las mujeres, aunque normalmente sólo después de
intentar meterles mano o querer comprar sus favores con dinero… deformación
profesional.
—Los resucitados
de la valla los has atraído tú al llegar anoche... pero se acabarán dispersando
cuando otra cosa llame su atención. —añadió.
—Entonces esperaré
en el despacho a que se dispersen. —dije con sequedad marchándome de allí; no
tenía ganas de recibir una reprimenda por cosas que no dependían de mí, y si
aquella zorrita no se andaba con cuidado iba a tener problemas conmigo… el
único motivo por el que la soportaba era porque no me resultaba molesta, pero
como eso cambiara se iba a enterar de quién era el “Charli”.
Entré al despacho
y me senté en la silla del director todavía de mala leche. Incliné el respaldo
hacia atrás todo lo posible porque descubrí que así tumbado la cabeza me dolía
menos, y cerré los ojos para descansar un poco. Todo saldría bien, en unas
horas los muertos se largarían, podría coger un coche, salir de la ciudad con
un pastón en las manos y refugiarme en la casa de campo de mi tía hasta que
todo pasara. Luego, cuando el mundo recuperara el sentido, la policía tendría
mejores cosas de qué ocuparse que de averiguar de dónde había salido todo mi
dinero.
Mientras dormitaba
y pensaba en mis cosas, alguien llamó con timidez a la puerta. Volví a poner
recto el respaldo sólo para adoptar una pose más respetable, aunque sentí un
pinchazo en la parte trasera de la cabeza debido al rápido movimiento.
—Soy yo —anunció
Irene entrando al despacho—. Mira, creo que te debo una disculpa, seguramente
te resbalaste al entrar porque yo puse aceite en la valla. Tenía miedo de que
los resucitados intentaran trepar por ellas. Por fortuna, no parecen capaces de
coordinar sus movimientos lo bastante bien como para eso, ¿no?
Aunque se quedó
esperando una respuesta por mi parte diciendo que la perdonaba, no le dije nada,
la verdad era que sus lamentos me resultaban cansinos… pero, por otra parte, caí
en la cuenta de que quizá ella fuera la última persona con la que hablaría en
mucho tiempo, así que a lo mejor no era una mala idea responder.
—No pasa nada, lo
hiciste para protegerte. —la perdoné.
—Mira, no pueden
tardar mucho en llegar —añadió ella—. Sé que la cosa pinta mal, pero los militares
evacuaron a la mayoría a las zonas seguras, ahora sólo es cuestión de esperar
lo que tarden en ir recuperando la ciudad. Estoy segura de que todo se habrá
solucionado pronto.
—Es posible.
—asentí por no discutir.
—Supongo que puedo
devolverte esto —dijo entregándome mi arma—. Te la quité por prevención, pero
no pareces un saqueador, esos suelen venir en grupos. ¿Es tuyo el coche ese que
hay ahí fuera estrellado? Ayer no estaba y anoche escuché ruidos, por eso salí
y te vi... ¿a dónde ibas? ¿A la zona segura?
—Gracias —respondí guardándome el arma… casi
me había olvidado de ella, ¿sería por el golpe en la cabeza?—. Sí, es mi coche,
iba buscando la zona segura cuando me rodearon y tuve que continuar a pie.
Ahora, si no te importa, voy a descansar un poco, todavía me duele la cabeza.
—Oh, sí, claro. —exclamó ella un poco apurada
retrocediendo hasta la puerta.
—Despiértame si llegan los buenos a
rescatarnos. —apuntillé sin poder evitar el sarcasmo mientras salía del
despacho.
Por lo visto, estar
inconsciente no es lo mismo que estar durmiendo, porque de repente me sentí agotado,
tanto que, cuando me volví a recostar, acabé cayendo rendido en seguida.
Al despertarme
apenas entraba luz por la ventana del despacho, tenía que haber dormido durante
todo el día. El dolor de cabeza había remitido bastante, y me encontraba mucho
mejor, más lúcido y sobre todo con mucha hambre… y es que no había comido nada
desde el día anterior.
Los buenos no
habían venido a rescatarnos en ese tiempo, aunque la horda de muertos vivientes
que forcejeaba por entrar en la escuela se calmó un poco. Seguía habiendo
muchos de ellos, pero ya no luchaban en vano por atravesar la valla, sólo daban
vueltas por la calle… supuse que algo debía haberles distraído y se olvidaron
de mí, lo cual era una buena señal. A lo mejor no esa misma noche, pero quizá
al día siguiente pudiera continuar con mi camino.
Más animado ante
esa perspectiva, me levanté y me dirigí al comedor, allí los niños ya estaban
cenando, e Irene les ayudaba a cortar unos nada desdeñables trozos de carne
asada.
—¡Vaya! Por fin
has despertado —exclamó la profesora al verme—. Empezaba a preocuparme… los
golpes en la cabeza no son un asunto de broma. He visto por la ventana que la
mayoría de los resucitados se han dispersado, algo debe haberles distraído,
¿qué piensas hacer?
—Si no te importa, me gustaría comer algo con vosotros —dije sentándome a
su lado dispuesto a seguir con el paripé—. Creo que también debería darte las
gracias por rescatarme y meterme aquí dentro, ahora me encuentro mucho mejor.
—No hace falta que
me des las gracias, técnicamente el golpe ha sido culpa mía. —respondió ella
con una sonrisa.
La cena no era muy
variada, tan sólo había unos correosos trozos de carne cocinados con más bien
poca gracia que no entendía cómo se habían conservado frescos después de tanto
tiempo sin refrigeración. De todas formas, con el hambre que arrastrabas casi
me parecieron un manjar.
—Da gusto tener
otro adulto por aquí, con los críos no hay muchos temas de conversación… y los
muertos vivientes no creo que sea el más apropiado. Al principio fue bastante
duro, lloraban y echaban de menos a sus padres, pero son más fuertes de lo que
parecen. ¡No tiréis la comida!
Tras terminar de
cenar empezaron a tirarse trozos de carne entre ellos, lo cual no era muy
sensato dado que las reservas de comida no son eternas… pero los críos eran así
de irresponsables. No obstante, al grito de su profesora se detuvieron, y se
contentaron con hacerse muecas entre ellos.
—No puedes dejar
de prestarles atención un segundo... —lamentó Irene—. Entonces, ¿tan mal está
la cosa? En las últimas noticias que dieron antes de que se cortara la
electricidad decían que una vez reforzadas las zonas seguras los militares
irían limpiando las ciudades de esos resucitados, pero eso fue hace más de dos
semanas, y por aquí no ha pasado nadie aún. ¿Sabes si están intentando limpiar
alguna otra zona de la ciudad? Supongo que al estar la zona segura en la otra
punta estarán tardando más en llegar hasta aquí, ¿no?
—Si te soy sincero,
no tengo ni idea —le respondí un poco cansado del tema. Entendía que quisiera
hablar de ello, estar dos semanas rodeada de niños sin saber qué pasaba fuera
tenía que resultar difícil pero, ¿acaso no se daba cuenta de que yo no sabía
más que ella?
—Oh… oye, creo que
ya es hora de ir acostando a los críos. No sé si tendrás sueño después de haber
dormido todo el día, pero en el gimnasio tienes colchonetas de sobra para montarte
una cama donde quieras. —me sugirió antes de ponerse en pie.
Lo cierto era que
no tenía mucho sueño después del porrón de horas que había dormido ya pero,
¿qué otra cosa tenía que hacer allí salvo esperar?
—Los niños ya
parecen capaces de dormir tranquilos ellos solos. Puede que esta noche me
instale en el sofá de la secretaría, que es más cómodo que unas colchonetas. —dijo
esperanzada mientras se marchaba del comedor seguida de los enanos, dejándome
terminar la cena solo y en paz.
Me entretuve intentando
adivinar de qué era la carne que estaba comiendo hasta que, al cabo de unos
minutos, durante los cuales me di cuenta de que aquello me daba igual, regresó.
—Han caído
rendidos rápido, por suerte —resopló sentándose en una silla frente a mí—.
¿Sabes? El jefe de estudios tenía una botella de ginebra en uno de sus cajones…
—Vaya, eso sí que suena bien —afirmé muy interesado, un buen trago era lo
que estaba necesitando—. ¿Te parece que vayamos a buscarla?
Ella asintió y
cogió unos vasos antes de volver al despacho del director. Sentándose en la
silla donde yo había dormido hasta unos minutos antes, abrió uno de los cajones
de la mesa y sacó de ella una botella de ginebra medio vacía.
—Siempre creí que
el director y Sara, la de matemáticas, se montaban aquí sus fiestecitas después
de clase —bromeó sirviendo un buen chorro en cada vaso; luego agarró el suyo y
lo levantó para brindar—. Por la compañía con la que se puede hablar de algo
distinto de Bob Esponja y Dora la Exploradora.
—Por la compañía —brindé yo también bebiendo un largo trago de aquel
glorioso líquido, aunque al tragar ella hizo una mueca como si se abrasara—. Bueno ¿cómo te iba antes de todo esto?
—Pues... yo diría
que no muy bien, aunque tal y como están las cosas me parece un poco mal
quejarme —respondió sirviendo de nuevo bebida en los dos vasos—. Doy... o daba
clases de educación física en este colegio. Vivía de alquiler en el centro y no
me hablaba con mis padres. Ahora llevo semanas atrincherada aquí, haciendo de
madre de cinco niños que probablemente sean huérfanos a estas alturas.
Dio un largo trago
a su vaso, pero aquella vez no pareció afectarle tanto como antes.
—¿Y tú a qué te
dedicabas antes de que pasara todo esto? —me preguntó.
Di otro trago al vaso
mientras pensaba una mentira que resultara plausible; no me parecía prudente
contarle lo que hacía en realidad… ¿o qué diablos? ¿Por qué tenía que resultar
plausible? ¿Acaso tenía forma de averiguar la verdad? Por una noche, sería
quien quisiera ser.
—Tenía una sociedad de inversión, era algo así como un tiburón de las
finanzas, al menos hasta que empezó la crisis. Hace años que no sé nada de mi
familia, y nunca he tenido muchos amigos. Vaya vida, ¿eh?
—Sí, cuando parece
que no se puede poner peor: ¡Invasión de muertos vivientes caníbales! Como si
esto fuera una mala película de serie B. —Tras beberse otro vaso más de ginebra
empezó a achisparse—. Dios… ¿cuánta gente debe haber muerto? Oí que en China el
propio gobierno bombardeó sus ciudades cuando se vieron invadidos. Menos mal
que el ejército no ha hecho esto aquí, si no, estaríamos fritos.
—Pues sí, ¿qué crees que pasará ahora? —le pregunté rellenándome el vaso…
me estaba sentando de maravilla la ginebra, tanto para dolor de cabeza como
para levantar un poco el espíritu—. ¿De verdad crees que todo se arreglará?
Dio un profundo
suspiro y otro trago igual de profundo al vaso antes de contestar.
—Espero que sí. Se
supone que los militares irán recuperando terreno desde la zona segura hasta
limpiar toda la ciudad. Aunque no sé, escuché que algunas zonas seguras habían
caído… pero son militares, joder, seguro que saben lo que se hacen. Lo único
que puedo hacer yo es esperar a que nos rescaten; por suerte, esos seres no
pueden entrar aquí.
Dirigió su mirada
a la ventana del despacho, desde ella se podía ver un trozo de patio y los
firmes barrotes de la valla del colegio. Al otro lado, algunos muertos se
tambaleaban moviendo sus cuerpos putrefactos de un lado a otro, dando vueltas
como imbéciles drogados.
—Cuesta creer que
hasta hace unos días eran personas normales haciendo su vida, y ahora… —añadió,
sólo para quedarse después pensativa durante unos segundos y dejar el vaso sobe
la mesa—. Creo que ya he bebido
suficiente por hoy, mañana a las nueve de la mañana empezarán a
despertarse los críos, y seguir durmiendo es imposible con ellos armando jaleo.
—Muy bien, te
acompaño, creo que voy a montarme una cama en el gimnasio. —le dije
levantándome de mi asiento con dificultad debido al alcohol.
Ella también
estaba un poco achispada, porque al ponerse en pie se le resbaló la mano y tiró
el vaso al suelo. No llegó a romperse, pero tuvo que agacharse a recogerlo, y
cuando lo hizo, no desaproveché la oportunidad de mirarle el culo.
Era un trasero
pequeño, redondito, embutido en unos vaqueros que resultaba muy sexy… y la
chica no debía tener ni veinticinco años, el mejor momento. ¿Estaría lo
bastante borracha como para acostarse con un desconocido? ¿Importaba eso
realmente? En las circunstancias en las que nos encontrábamos podría habérmela
tirado contra su voluntad y nadie me lo habría impedido, después de todo, yo
tenía un arma, y hasta que el mundo se restaurara, mi dinero no atraería a culitos
como el suyo hacia mi puerta.
Sin embargo, fue
uno de los niños el que me cortó el rollo apareciendo de repente por la puerta
del despacho.
—Seño, tengo
pis... —dijo la niña que había ido a buscarla por el desayuno al comienzo del
día, pero con un aspecto más somnoliento.
—¡Oh, Jessica! —exclamó
Irene agotada agarrando a la niña de la mano—. Está bien, vamos. Dios, por
favor, que se acabe esto de una vez.
Con el rabo entre
las piernas, cogí la botella de ginebra y le di un profundo trago antes de taparla
y dejarla sobre la mesa, luego me fui del despacho y busqué el gimnasio, donde encontré
el famoso montón de colchonetas con el que construirme una cama en condiciones
para pasar la noche.
Aunque no tenía
mucho sueño, prefería intentar dormir para estar fresco durante la mañana al
día siguiente, cuando intentaría salir de la ciudad de una vez por todas; de
modo que, tras colocar unas colchonetas para dormir sobre ellas, me tumbé y
descubrí que, por desgracia, no iba a ser la noche más cómoda de mi vida debido
a que éstas eran muy finas y estaban algo duras… pero eran mejor que dormir en
el suelo o volver a la silla del director y terminar con una contractura de
cuello además de la herida de la cabeza.
Mientras intentaba
quedarte dormido pensando en lo que haría con mi pequeña fortuna una vez pudiera
darle uso, vi que la puerta del gimnasio se abrió con cuidado, y por ella entró
Irene vestida tan sólo con la camisa a modo de pijama y unos calcetines en los
pies, y con la botella de Ginebra en las manos. Sus delgadas piernas y el
imaginarme lo que habría debajo de esa camisa fueron suficientes para volver a
espabilarme.
Cuando se acercó a
mí, percibí cierto nerviosismo en ella, pero también deseo en su mirada… no el
deseo de las putas al ver el contenido de tu cartera cuando está llena después
de un buen golpe, sino del que sienta una mujer cuando te quiere por tu cuerpo.
—He pensado que
quizá no te apetecería… bueno, pasar la noche solo —murmuró; el efecto del alcohol
también era notable en ella, aunque parecía lo bastante lúcida como para saber
lo que quería.
—Y yo que pensaba
que te caía mal —susurré mostrándome interesado en su oferta e invitándola a
subirse a mi colchoneta. Cuando se sentó a mi lado, cruzó las piernas y pude
ver sus braguitas debajo de la camisa… pronto comencé a notar que los
pantalones me apretaban—. Así que profesora de gimnasia, ¿eh?
Por su
constitución, tenía claro que no mentía con su profesión como había hecho yo,
se notaba que ese cuerpo estaba ejercitado.
—No quiero
engañarte —dijo tendiéndome la botella, a la que di un profundo trago—. No eres
la pareja que escogería para esto en condiciones normales pero… ¡Joder! Llevo
casi un mes encerrada aquí dentro con un grupo de niños, necesito echar un
polvo.
—Completamente de
acuerdo —asentí acercándome a ella y poniendo una mano sobre su muslo—. Nadie
va a juzgarte por eso, eres una mujer adulta y tienes tus necesidades, como
todos.
Sacó del bolsillo
de la camisa un preservativo y me lo lanzó.
—Lo siento, pero
ya hay bastantes niños por aquí —afirmó, aunque para compensarme comenzó a
desabrocharse los botones de la camisa hasta dejar sus pechos al descubierto.
Di otro trago a la
ginebra antes de comenzar a bajarme los pantalones y ponerme en faena… aquella
prometía ser una noche memorable.
“Tal vez pueda
cambiar mis planes” pensé mientras la ayudaba a desnudarse del todo, “quizá
pueda convencerla de que se venga conmigo, que pase de estos críos de mierda…
podría acostumbrarme a esto.”
Me desperté
aturdido, mareado, con resaca y, por alguna razón, amordazado, lo cual no tenía
mucho sentido. Abrí los ojos y sólo vi oscuridad a mí alrededor; intenté
moverme pero estaba también atado de pies y manos. Seguía desnudo, tal y como
me encontraba cuando me dormí, sin embargo, en lugar de estarlo sobre las
colchonetas del gimnasio lo estaba sobre una tabla rígida que me pareció de
madera. Había un olor muy raro en el ambiente, como metálico, y se escuchaban
unos gorjeos de origen desconocido.
Asustado, intenté
soltarme por la fuerza, ya fuera rompiendo mis ligaduras o haciendo volcar la
mesa, pero no conseguí ninguna de las dos cosas. Quise gritar pidiendo ayuda,
pero la mordaza no me dejaba emitir más que un ahogado sonido apenas audible a
unos metros de distancia.
Sentí algo moverse
por los alrededores, lo que no hizo sino ponerme aún más nervioso, y de repente
una vela se encendió iluminando muy tenuemente la cara de Irene, que se
acercaba hacia mí con un gesto casi de pena en la cara, y que resultaba
bastante tétrico a la luz de la vela. Tenía manchas en la cara, como
salpicaduras, y aunque no podía distinguir color exacto, sí me di cuenta de que
eran más oscuras que su piel… lo que no pude ver hasta que dejo la vela en la
misma mesa en la que me tenía atado era que esas mismas salpicaduras le
manchaban por todo el cuerpo al encontrarse también desnuda.
No sabía qué
estaba pasando, pero todo aquello empezaba a darme mucho mal rollo…
—Antes que nada,
quiero que sepas que yo no soy así —dijo en un tono tan lastimoso que parecía a
punto de echarse a llorar—. Yo era una persona normal, con unos padres a los
que quería, aunque llevara tiempo sin hablar con ellos; un novio con el que
esperaba tener una vida juntos algún día; un trabajo que quizá no me encantara,
pero me permitía salir adelante, y costumbres normales: ir al gimnasio, al
cine, tomar café con mis amigas, salir a bailar los fines de semana, ir de compras…
No supe a qué
venía eso, y al estar amordazado, tampoco pude preguntar. Volví a intentar
soltarme, pero no hubo manera, estaba atrapado, y ese maldito gorjeo que no
cesaba comenzaba a sacarme de quicio.
—Lo que quiero que
entiendas es que no estoy loca, ¿vale? Si hago esto es sólo y únicamente por
necesidad —continuó—. No me gusta hacerlo, no disfruto haciéndolo y eso
demuestra no estoy loca, tan sólo… no tengo otra opción, los muertos vivientes
no me han dado otra opción… la culpa es suya, yo no creé esta situación… ¡yo no
quería esta situación!
Si antes había
tenido miedo, lo que sentía en ese momento era mucho peor. ¿Qué pretendería
hacer esa tarada? Por un momento me la imaginé cortándome la polla o algo así,
y por instinto intenté cruzar las piernas, aunque me fue imposible al seguir
atado.
—Ojalá pudiera
compensarte de alguna manera, lo digo de corazón —afirmó acercándose a mi cara
y acariciándomela con una mano llena de sangre.
Movió la mano y vi
que sujetaba un cuchillo, un cuchillo de carnicero de un tamaño considerable
que tenía manchas secas de sangre por todo el filo. Supongo que no es difícil
entender que mi reacción fuera chillar como una adolescente histérica al
imaginar lo que iba a hacerme.
—Si hubieras
venido unos días antes a lo mejor no tendría que hacerlo, pero lamentablemente el
otro está agotado —dijo señalando a un lado, a una mesa como en la que yo había
sido atado que no pude ver hasta que mis ojos se hicieron a la oscuridad.
En ella se
encontraba el cuerpo de otro tío empapado en sangre. Le faltaban los brazos y
las piernas, que fueron amputados con torpeza, y las heridas habían sido
cauterizadas con fuego. La boca de ese pobre desgraciado era la que emitía el
inquietante gorjeo, lo que significaba que todavía estaba vivo… esa zorra loca
le había mutilado salvajemente, pero seguía con vida.
De inmediato caí
en la cuenta de qué era la carne que cené la noche anterior… la misma carne que
les había dado de cenar a los niños. Imaginé que, a falta de refrigeración, la
mejor forma de mantener la carne en condiciones era con el individuo vivo todo
el tiempo posible.
Viendo lo que me
esperaba, sentí un sudor frío caerme por la frente. No podía ser, no podía
creer que me encontrara en esa situación, que todo fuera a acabar así. No podía
creer que una loca desquiciada de veinte años quisiera descuartizarme y
comerme… era de locos.
—Siento que tengas
que pasar por esto, pero los niños necesitan comer. —dijo agarrando el cuchillo
con la mano derecha y mi brazo con la izquierda.
Mientras el filo se
acercaba a mi carne sólo pude lanzar un grito que se quedaría enquistado en la
mordaza.
Inesperado... bastante inesperado xDD
ResponderEliminarLos niños necesitan comer... va a dar que hablar esta profesora, ya verás.
EliminarBuen giro sí señor! hasta me ha dado hambre...
ResponderEliminarA quien no le apetece un poco de brazo asado xD
EliminarBuen capitulo amigo !!! Sobre todo ese "romántico" final con Irene desnuda de la cabeza a los pies, echándole el aliento y acariciando con su fría y suave mano a Charli, que por cierto seguirá vivo a pesar de todo ? Un saludo !!!
ResponderEliminarIgual que en "los Simpson", ya era hora de lo que todos estaban esperando: desnudos pornográficos
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