CAPÍTULO 5: AITOR
—¿Ese no es Jorge?
—preguntó Sebas señalando a un hombrecillo que daba vueltas junto al arcén de
la carretera.
—Sí que parece él.
—respondí casi seguro de que lo era. Tenía los mismos andares y la misma
complexión; además, iba fumándose un puro, ¿quién fumaba puros después del fin
del mundo además de él?
—¡Joder! —exclamó
cuando detuvimos el coche a su lado en el arcén—. Que susto me habéis dado… sólo
faltaba más gente nueva. ¿Y esta furgoneta?
—Es una larga
historia. —respondió Sebas.
—¿Has dicho más
gente nueva? —inquirió Luís desde la parte trasera del vehículo, donde
transportábamos toda la comida y mantas que sacamos de la casa de Raquel, y
donde también viajaba la propia Raquel.
No podía ni
imaginar por lo que estaba pasando la pobre después de lo que tuvo que vivir en
su casa. Yo sabía de algún modo que mi familia también debía estar muerta, y no
era algo nada fácil de digerir, pero ella había tenido que verlos muertos,
convertidos en reanimados o devorados vivos… era demasiado, y no parecía estar
llevándolo nada bien. La miré a través del espejo retrovisor de la furgoneta. Ya
no lloraba, pero se la veía más triste y alicaída de lo que había estado nunca.
Tal vez fuera debido a eso por lo que me dijo lo que me dijo cuando estábamos a
solas en su habitación…
—Sí, gente nueva,
aunque ya da igual —replicó Jorge con una mueca—. No hay buenas noticias, me
temo: mientras no estabais, llegaron tres soldados que acababan de escapar de
la ciudad. Luego no sé qué pasó, pero hubo un tiroteo.
—¿Un tiroteo? —Repetí
sus palabras casi sin poder creerlas; lo último que habría esperado eran
problemas en el campamento durante nuestra ausencia, se suponía que los que
íbamos a buscar problemas éramos nosotros.
—No os voy a
engañar, el actor mariquita ese y Félix han muerto, la chiquilla psicópata está
en camino, y el negro y la pelirroja están heridos —dijo mirando su cigarro
como si hubiera algo interesante en él—. Deberíais ir ya, creo que van a
necesitar al doctor.
Hablaba con tal
parsimonia que tardé un momento en entender lo que estaba diciendo. A los demás
debió pasarles lo mismo, porque también les llevó unos segundos reaccionar.
—¿Félix ha muerto?
—exclamó Luís abriendo la puerta lateral de la furgoneta para salir.
—¿Toni está bien? —preguntó
Sebas, que apagó el motor.
—Sí y sí, pero la
chica tarada no durará mucho, he visto sus heridas —respondió frunciendo el
ceño—. ¿No erais más al salir?
—Óscar también ha
muerto. —le expliqué yo cuando bajé del vehículo.
—¿Sí? Pues eso es
una putada —afirmó mientras aprovechaba para asomarse dentro; pese a la
gravedad de todo lo que nos estaba diciendo, se rio por lo bajo—. ¿Habéis
traído una cortacésped? ¿Qué pasa, ya no os gustan los arbustos y les queréis
dar una poda?
Raquel, que
todavía se encontraba dentro de la furgoneta, le lanzó una mirada de desprecio
que tampoco le había visto nunca justo antes de salir de allí.
—Será mejor que me
adelante y vea qué ha ocurrido. —dijo Luís antes de echar a correr en dirección
al campamento.
—Pero, ¿qué ha
pasado? —quiso saber Sebas mientras descargaba de la parte trasera de la
furgoneta la mercancía que habíamos traído.
—Ya te lo he
dicho, llegaron tres soldados salidos de vete tú a saber dónde y me pillaron
por sorpresa —repitió Jorge con desgana—. Me preguntaron si estaba con alguien
más, y les conté lo del campamento, luego los llevé allí, pero empezaron con
mal pie.
—¿Qué quiere decir
eso? —inquirió Raquel.
Jorge la miró con
desdén, como si ella no fuera nadie como para hacerle una pregunta a alguien
como él, cosa que me cabreó bastante… pero esa era el don de Jorge en esta
vida, ser capaz de hacer enfadar a cualquiera y en cualquier situación.
—Silvio se metía
cocaína —dijo—. Se pasó de la raya, nunca mejor dicho, y sufrió una sobredosis…
fue sólo unos minutos después de que os fuerais. Estaba mal, y los soldados le
metieron un tiro, luego no sé qué pasó, creo que a la sociópata se le fue la
pinza del todo y atacó a uno de ellos, y entonces se formó la carnicería.
—¿Mataron a Silvio
a sangre fría? —balbuceó Sebas con la boca abierta al tiempo que cargaba con un
par de bolsas.
Yo también lo
hice, y al cogerlas, no pude evitar pensar durante un segundo en Cristian, que
las había llenado de la comida de la despensa de Raquel antes de salir a buscar
las llaves de la furgoneta. Yo mismo tuve que volarle la cabeza cuando los
reanimados le atraparon… no fue algo agradable o fácil de hacer, pero vi las
súplicas en su mirada cuando ya lo tenían atrapado y no dudé. No sentía pena
por ello, y eso me inquietaba un poco, ¿me habría acostumbrado ya a ver morir a
gente? Muchos compañeros del ejército lo hicieron delante de mí cuando aún
combatíamos a los muertos vivientes, sin embargo, nunca pensé que llegaría el
día en que dejara de afectarme. Hasta las muertes de Félix y Silvio me
sorprendían más que apenaban.
Cuando cargados de
bolsas de comida llegamos al campamento, lo primero que pensé fue que en aquel
lugar se había producido una matanza. Dos cuerpos enrollados en tela de tienda
de campaña descansaban en el lugar donde al marcharnos se encontraba la tienda
de Silvio; la sangre había salpicado por todas partes, mezclándose con la arena
del suelo y formando un sangriento barro; Toni, con la pernera del pantalón
rota y vendada, refunfuñaba dolorido sentado junto al doctor, que atendía a
Érica, la cual yacía en el suelo cubierta de pies a cabeza de sangre; Judit
daba vueltas de un lado para otro hecha un manojo de nervios, y en la hoguera,
la hija de Maite trataba de entrar en calor y mantenerse ajena a todo. Fue su
madre quien se acercó a nosotros con el rifle de caza de Félix cargado en la
espalda, tenía un corte en un costado de la chaqueta, también manchas de sangre
seca, así como por algunas pequeñas salpicaduras restregadas en su cara…
Todo en conjuro
formaba una imagen auténticamente dantesca.
—¡Dios! ¿Qué...? —exclamó
Raquel sin poder terminar la frase debido a la impresión.
—¡Oh, tío! —dijo a
su vez Sebas de nuevo con la boca abierta.
—¿Habéis traído la
comida? —nos preguntó Maite con un tono que me recordó a mi difunto sargento.
—S… sí, aquí está —respondí
levantando un poco las bolsas, pero sin dejar de mirar horrorizado aquel campo
de batalla—. Jorge nos ha contado… pero no sabía que…
No tuve más
remedio que tragarme mis pensamientos anteriores, todavía podía sentirme mal
por la muerte de una persona. Quizá fuera por la sangre, o por lo grave de la
situación, pero lo estaba sintiendo en ese mismo momento.
—Ahora os pondré
al día —afirmó ella sin darle importancia—. ¿Y Óscar?
—No lo consiguió —contestó
Sebas alicaído—. Los dos cuerpos, ¿son Félix y Silvio?
—Sí, y hay tres
más, eran militares. —Cuando dijo eso, me miró de una manera que no supe cómo
interpretar—. Dejad la comida y lo que hayáis traído junto al fuego. Sé que
estaréis cansados pero hay cosas que tenemos que hacer y que hablar.
Como nos indicó,
dejamos las bolsas junto al bidón. Allí se encontraba Clara, la única que
mostró un poco de alegría por vernos volver.
—Hola, Raquel. —la
saludó con una sonrisa infantil.
—Hola. —respondió
ella escuetamente casi dejando caer las bolsas en el suelo y sin prestarle
mayor atención, lo cual desanimó a la pobre niña.
—Perdona, es que
estamos un poco cansados. —me disculpé con ella mientras Raquel se dirigía
hacia nuestra tienda de campaña.
—Cariño, necesito
que hagas una cosa —le pidió Maite a su hija agachándose a su lado—. ¿Ves las
bolsas? Quiero que pongas la comida a un lado y esas mantas en otro, y que
separes la comida: las latas en un montón y lo demás al otro, ¿vale?
La niña asintió, y
yo me sorprendí al darme cuenta de que era su madre quien estaba organizándolo
todo allí. No se podía decir que Maite fuera una persona participativa, había
perdido a su marido mientras huía de la ciudad y tenía a su cargo a una niña
pequeña, era normal que estuviera asustada… pero de repente parecía como si se
hubiera transformado.
Caminando hacia la
tienda detrás de Raquel, me dio por pensar que aquello era bueno. Nuestro grupo
había estado liderado por Óscar y por Félix, y los dos habían muerto, luego alguien
tenía que coger las riendas. Yo no tenía madera de líder, no se me daba bien
juzgar a las personas, y los demás… no me parecía que ninguno diera la talla
para ese papel tampoco.
Pasé junto a Érica,
que rodeada por Luís y por Agus, que por una vez no se encontraba subido a su
coche, seguía tumbada boca arriba sobre el suelo luchando por respirar con al
menos tres disparos en el pecho.
—No ha perforado
el pulmón, eso es bueno… —evaluó el doctor mientras ella escupía sangre a un
lado.
No quise quedarme
porque desde que hablamos en su dormitorio necesitaba tener una conversación
con Raquel en privado y aclarar algunas cosas. Cuando entré en la tienda me la
encontré sentada en el suelo, con los brazos rodeándose las rodillas y la
cabeza apoyada en ellas. Sentí ganas de abrazarla, pero eso ya no era posible.
Al verme llegar,
levantó la cabeza y dejó ver que había empezado a llorar otra vez.
—Puedes quedarte
con la tienda —dijo limpiándose una lágrima con el dorso de la mano—. Yo puedo
utilizar la de Félix, o el saco de Óscar.
—Creo que
deberíamos hablar de esto antes. —repliqué tras sentarme a su lado.
—No quiero pasar
por esto otra vez —exclamó negando con la cabeza—. ¿Por qué no podemos dejarlo
estar sin más?
—Porque aún no sé
por qué me has dejado, por eso. —solté sin poder contenerme más tiempo; había
guardado silencio mientras estuvimos en su casa porque no creía que fuera el
momento de hablar algo así, justo después de pasar el mal trago que tuvo que
pasar, pero no podía soportarlo más.
—Porque toda mi
familia está muerta, Aitor —afirmó lagrimeando de nuevo—. Todos mis seres
queridos han muerto… no quiero seguir teniendo seres queridos que perder, por
eso no puedo seguir queriéndote. Lo siento.
—Pero… —No supe
qué responder a eso, ¿qué podía argumentar ante una decisión así?— Anoche,
antes de dormir, dijiste que estabas dispuesta a… que querías que tú y yo…
—¡Anoche creía que
hoy estaría con mi familia, Aitor! —me espetó de malos modos—. ¿Es que no lo
entiendes? Todo ha cambiado, y lo siento, pero no puedo seguir con esto…
No sabía qué más
decir, no creía merecerme ser abandonado por una decisión en caliente después
de pasar por un hecho traumático como el que acababa de sufrir, pero además de
darle tiempo para que se lo pensara mejor, no sabía qué hacer.
—Déjame sola un
momento, por favor. —me pidió con la voz tomada… y la obedecí con todo el dolor
de mi corazón. Insistir no iba a hacer ningún bien a mi causa.
Pero al salir de
la tienda me di cuenta de que estaba cabreado con ella, tanto era así que me planteé
muy en serio que cuando se le pasara la rabieta y me pidiera volver, cosa que
estaba seguro que haría tarde o temprano, la mandaría a la mierda… así vería lo
que era sentirse abandonado como un perro por una decisión arbitraria.
Tal enfado llevaba
encima que Clara me miró asustada cuando me dejé caer junto al bidón. No me
importó lo que pudiera pensar esa niña, no me importaba nada en ese momento;
acababan de dejarme, tenía derecho a estar molesto, y no me iban a arrebatar
eso.
—¡A ver, venid
todos aquí un momento, por favor! —nos llamó Maite, que se acercó al fuego
también.
Uno a uno, todos acabaron
aproximándose. Toni, que cojeaba, tuvo que apoyarse en Sebas, y Luís traía las
manos llenas de sangre de Érica, que fue la única que, por razones obvias, no
pudo acudir… ella y Raquel, que seguía encerrada en su tienda.
—Me han contado lo
que ocurrió en la casa —me dijo Maite cuando me puse en pie y miré de reojo la
tienda de campaña donde se encontraba mi ex novia—. ¿Estará bien?
—Sí, creo que sí, sólo
necesita tiempo. —respondí algo inseguro, pero deseando que fuera cierto.
—Sea lo que sea,
que sea deprisa —advirtió el doctor limpiándose el sudor de la frente—. Érica
está bastante mal, de hecho, no entiendo cómo sigue teniendo fuerzas para
mantenerse consciente, sólo con la sangre que ha perdido…
—Gracias —le
interrumpió Maite al ver que a su hija se le ponía la cara cada vez más
pálida—. Sólo será un momento, tenemos que decidir algunas cosas. Lo primero es
qué hacer con los… caídos.
—¿Los habéis
registrado? —pregunté yo—. Si eran soldados, tendrían cosas útiles encima.
—Hemos cogido las
armas y las mochilas, pero estaría bien que las revisaras, tú sabes mejor que
nadie qué puede ser útil de todo lo que lleven encima —sugirió ella, a lo que
yo asentí—. ¿Y con los cuerpos?
—Lo más higiénico
sería quemarlos —sugirió Luís—. Sobre todo si vamos a estar por aquí todavía un
tiempo.
—Deberíamos
enterrar a los nuestros —objetó Toni—. Se merecen un final digno. A los tres
soldados que les jodan, por mí los podemos tirar al cagadero y que se pudran
allí.
—Una hoguera
llamaría mucho la atención, ¿no? —opinó Sebas con timidez—. Lo último que
queremos es que vengan más resucitados hasta aquí.
—Doblaremos las
guardias —afirmó Maite—. Sólo por el tiroteo ya tienen un motivo para venir. De
todas formas, no deberíamos quedarnos mucho más tiempo aquí; no podemos
pasarnos el resto de nuestras vidas tirados a las afueras de Madrid y durmiendo
en tiendas de campaña.
—¿El resto de
nuestras vidas? —repitió Sebas sin comprender.
Maite señaló en
dirección a la ciudad, aunque desde nuestra posición no podíamos verla por
culpa de los arbustos.
—Mira a tu alrededor,
¿crees que esto se va a arreglar? Cuando la zona segura fue arrasada debimos
darnos cuenta de que ya no hay vuelta atrás. Ya no hay políticos, policías, ejército…
ya no hay nadie luchando contra los muertos vivientes, ellos han ganado, y no
van a desaparecer por mucho que esperemos. —nos hizo ver.
Era una verdad
difícil de asimilar, pero no por ello menos cierta. No quedaba nada, la
sociedad al completo había sido destruida por la invasión de los muertos, sólo
estábamos nosotros, luchando por seguir vivos un día más, y tampoco con
demasiado éxito.
—Quedarnos sin
hacer nada se ha vuelto peligroso —continuó su discurso—. Lo que ha pasado aquí
es la prueba de ello.
—Pero, ¿qué ha
pasado? —pregunté yo, que sólo conocía la historia según Jorge.
—Antes de eso, hay
algo que tenéis que saber y que quizá os cueste creer, sin embargo, he comprobado
personalmente que es así: resulta que no sólo la gente que muere mordida resucita
como muerta viviente, por lo visto, todo el que muere termina levantándose de
tal manera. —nos confesó… aunque aquello, además de no tener sentido, me
pareció una broma de mal gusto.
—¿Cómo que “todo
el que muere”? ¿Qué muere cómo? —inquirió Jorge de malos modos.
—Yo lo he visto
—intervino Judit mirando hacia el suelo—. Uno de los soldados muertos… no había
sido mordido por nadie y se reanimó.
—A lo mejor estaba
ya infectado —sugirió Sebas—. A veces, si la herida es pequeña, los síntomas
tardan…
—No, eso tiene
sentido —le cortó Luís, que miró de reojo a la tienda de campaña donde seguía
metida Raquel antes de volver a hablar—. Eso explica las muertes de la familia
de Raquel.
—Cariño, ¿por qué
no vas a la tienda mientras los mayores hablamos? —le pidió Maite a su hija La
niña, después de mirarnos a todos con algo de miedo se marchó corriendo
siguiendo las indicaciones de su madre.
—¿Qué quieres
decir con la familia de Raquel? —se interesó Toni.
—Por lo que pude
averiguar, todo apunta a que su hermana pequeña se cortó las venas —relató el
doctor—. Fue durante la noche, mientras todos dormían. Luego resucitó, atacó a
su hermano y mordió a su madre. Su padre se suicidó dentro del coche y también
resucitó. Es lo único que explica que todos fueran muertos vivientes cuando
llegamos… todos los que estaban en condiciones de resucitar, al menos.
El argumento era
bueno, y que Judit y el doctor estuvieran de acuerdo le daba más credibilidad, aunque
yo seguía teniendo mis dudas… sin embargo otros del grupo parecían también
convencidos.
—¡Joder, eso explicaría
muchas cosas! —gruñó Toni—. Que cayera la zona segura, por ejemplo. Había miles
de personas ahí dentro, si alguien murió por un accidente, o por muerte
natural, se verían con el enemigo en el interior.
—Y que la
infección se expandiera tan rápido una vez llegaba a algún lugar —añadió Sebas
también escandalizado—. ¿Cuánta gente muere por causas naturales al cabo del
día en una ciudad? Las zonas de cuarentena, los barrios limpiados y evacuados…
todo eso no serviría de nada.
—Pero, ¿cómo es
posible? —pregunté yo, que me estaba perdiendo—. La gente no resucitaba antes,
si no es la infección, ¿qué ha cambiado?
—Yo… no lo sé, el
gobierno no nos dijo nada de esto, no creo que lo supieran. —se excusó Judit.
—Cada vez tengo
más claro lo bien invertidos que estuvieron mis impuestos —replicó Jorge con
sarcasmo—. Y pensar que rechacé una cuenta en Suiza…
—Es posible que
todos estemos infectados y que la enfermedad permanezca latente hasta el
momento de la muerte. —continuó Judit no demasiado segura.
—¿Y el mordisco?
—inquirió Toni—. Porque todos sabíamos que los mordiscos eran letales.
—El mordisco te
mata debido a la infección incontrolable, pero lo que hace que resucites es el
haberte muerto. —dedujo Maite.
—Un mordisco
mortal seguido de una resurrección en forma de cadáver con ansias de morder a
otros vivos… parece todo muy bien preparado, ¿no? —dejó caer Jorge—. Parece
algo así como una enfermedad diseñada que se le ha ido de las manos a alguien,
o terrorismo biológico.
—Es una
posibilidad —admitió Judit—. Aunque ahora irrelevante.
—Aclarado este
punto, aunque no esté nada claro, ¿qué hacemos al final con los cuerpos? —dijo
Sebas para regresar al tema anterior.
—Enterraremos a
nuestra gente, los demás se quedarán donde están —determinó Maite—. Luego nos
marcharemos de aquí, tenemos comida para aguantar unos días, los suficientes
ahora que somos menos, hasta encontrar un lugar más seguro que éste.
—¿Entonces nos
vamos definitivamente? —quiso asegurarse Toni.
—En cuanto podamos
—asintió Maite—. Esta ciudad ya no tiene nada para nosotros.
—Eso puede ser
complicado ahora —replicó Luís—. Ya dije ayer que me parecía buena idea el
marcharnos a lugares más seguros, donde podamos conseguir comida con mayor
facilidad, pero con Érica así va a resultar difícil moverla.
—Podemos vaciar la
parte trasera del furgón y tumbarla allí, sería como una camilla. —sugirió
Sebas mirándonos a todos.
—No es sólo eso,
voy a intentar sacarle las balas… pero no nos engañemos, aunque sobreviva, va a
necesitar un tiempo de recuperación de meses, y necesitará calmantes,
antibióticos y demás cosas que yo no tengo —nos explicó—. Traje el botiquín de
la casa de Raquel, pero nunca pensé que se daría una situación así. Cuando
acabe con Érica no tendré ni hilo para suturas.
—¿Qué sugieres?
—le preguntó Maite sin andarse con rodeos.
—Una segunda
incursión en la ciudad —respondió el doctor—. No a buscar comida, pero sí para
buscar medicinas, vendas, calmantes y cualquier cosa que podamos necesitar.
—Eso suena
peligroso —objetó Sebas—. Mira cómo ha acabado esta visita a Madrid, Óscar ha
muerto, y aquí ha habido un tiroteo.
—Es verdad —le
apoyó Jorge—. Y seamos realistas, la chica no es probable que sobreviva de
todas formas; jugarse el cuello por una moribunda no merece la pena. Aunque
viva, ¿cómo va a correr si se acercan los putos muertos? A uno de mis
guardaespaldas le metieron un tiro una vez y tardó medio año en recuperarse,
ella tiene tres.
—¿Por qué no
cierras la boca, capullo? —le escupió Toni—. Yo también necesito algo para la
pierna.
—Si nos vamos a
alejar de las ciudades, es algo que necesitaremos tarde o temprano —concluyó
Luís—. No hay clínicas, hospitales o sanatorios, no podemos contar ni con que
nos encontremos con más médicos. Si no tenemos algo para curarnos nuestras
propias heridas…
—¿Y los botiquines
de los militares? —inquirió Maite.
—Allí había
algunas cosas útiles, pero no todas, y necesitamos más si pretendemos aguantar
con ello a largo plazo —explicó el doctor—. Puedo hacer una lista, deberíamos
poder encontrarlo en cualquier farmacia.
—¡Eh! El hospital
Ruber Internacional está aquí cerca —recordó Sebas entusiasmado—. Allí seguro
que tenemos todo lo que podamos necesitar.
—Los hospitales
fueron los primeros en caer —replicó Maite—. Ese lugar podría estar invadido.
—Lo está. —dijo
por sorpresa la voz de Raquel a mi espalda. Atento como estaba a la
conversación, no la había visto salir de la tienda, pero su aparición sólo
parecía haberme sorprendido a mí, que creía que estaría demasiado desanimada
para querer participar en esas cosas—. Lo escuché en las noticias de la radio
cuando estaba en mi casa, antes de que Aitor me recogiera. Le presté atención
precisamente porque estaba ocurriendo cerca. Los militares sellaron esa clínica
desde fuera, así que no quiero ni pensar lo que puede haber allí dentro.
—Pues menuda
mierda. —lamentó Sebas al ver su idea frustrada.
—Érica está
quejándose, creo que alguien debería echarle un vistazo. —señaló Raquel.
—Perdonad pero
debería volver con ella. —se disculpó Luís saliendo del corrillo.
—¿Sabes de alguna
farmacia cerca de aquí? —le preguntó Maite.
—La verdad es que
no sé —confesó—. Nunca me fijé, pero cerca de un hospital tiene que haber una
farmacia, ¿no?
—A ver, un momento
que me aclare, ¿estamos hablando de dividirnos de nuevo y de volver a la
ciudad? —intervino Toni—. No digo que no sea importante, ojo, pero Óscar, Félix
y Silvio están muertos, ni Érica ni yo estamos en nuestro mejor momento tampoco,
¿seguro que es sensato? Quizá haya otra forma.
—Habrá que
arriesgarse, no tenemos otra opción. —afirmó Maite.
—¡Sí que hay otra
opción! —protestó Jorge—. No gastar lo que tenemos, marcharnos ya de aquí y
buscar lo que necesitemos en alguna clínica de pueblo abandonada, no en la
capital de zombilandia.
—¿Y dejar morir a
Érica en el proceso? —le recriminó Maite con cara de pocos amigos—. ¿A ti qué
coño te pasa? Si ella no hubiera estado ahí, ahora estaríamos todos muertos.
—No, solamente te
habrían foll…
Fue tan rápido que
no pude ni verlo. En un pestañeo, Maite cogió el rifle al revés y le estampó la
culata en la cara a Jorge, que cayó al suelo agarrándose la cara y sangrando.
Ninguno se esperaba una reacción tan agresiva por parte de ella, pero desde
luego tampoco nadie se molestó en salir a defender a semejante capullo.
—¿Sabes qué, tío?
Ya estoy harto de ti y de tu puta actitud —le espetó Maite dando un paso hacia
él, que acobardado se arrastró hacia atrás—. No haces más que quejarte como si
esto fuera culpa nuestra, pero no te he visto mojarte ni una sola vez… hasta mi
hija estuvo más cerca de los disparos que tú, y las dos veces que te quedaste
vigilando o casi nos comen los muertos o casi nos aniquilan unos soldados.
Jorge no dijo
nada, sólo la miró con ira contenida sin apartar la mano de su nariz, que
seguía sangrando.
—Enterraremos a
nuestros muertos y nos curaremos las heridas, luego moveremos el campamento. Mañana
por la mañana un grupo irá a Madrid a por medicinas que nos diga Luís, y en
cuanto las tengamos, nos largaremos de aquí para siempre —determinó ella
volviéndose hacia nosotros, luego señaló a Jorge—. Y quienes vayan a Madrid
tendrán que cargar con este imbécil.
—¿Qué? —protestó
él—. ¿Estás loca? ¡No pienso entrar ahí!
—Entrarás si
quieres seguir formando parte de este grupo —le amenazó Maite—. Ya es hora de
que empieces a colaborar un poco y dejes de vivir de la muerte de los demás.
—¿Y quién coño
murió y te nombró la jefa a ti? —bufó él poniéndose en pie sin dejarse
amedrentar.
Maite tan sólo
señalo el lugar donde reposaban los cuerpos de Félix y Silvio antes de darse la
vuelta y marcharse a su tienda de campaña.
—Me gusta —observó
Toni—. Al menos le echa huevos.
—Deberíamos
empezar con esas tumbas antes de que anochezca. —propuse cuando el grupo se
dispersó y dejó a Jorge al lado del fuego sujetándose la nariz y con pánico en
la mirada.
Los tres asaltantes
que provocaron la matanza tan sólo eran soldados rasos, morralla, carne de
cañón igual que yo… los restos dispersos de un ejército sobrepasado y
aniquilado por los muertos vivientes. Los cadáveres demostraban que no
exageraban cuando llamaron “carnicería” a lo que ocurrió allí: uno de ellos
tenía un corte que casi le había seccionado medio cuello además de un tiro en
la cabeza, el segundo fue apuñalado en la cara y recibió un espeluznante tajo
en las partes bajas que me hacía sentir nauseas sólo con verlo, y el ultimo perdió
media cabeza de un disparo a bocajarro. Cuando en la tele le disparan en la
cabeza a alguien tan sólo muestran un agujero del que sale un hilillo de sangre,
pero yo había visto lo que hacía un disparo de esos en la vida real, y no era
ni mucho menos bonito.
Los registré a
fondo buscando en los bolsillos de todo el uniforme, debajo del cinturón y
hasta dentro de las botas. Las botas las cogí, eran de buena calidad, como las
mías, y seguramente le servirían a alguien del grupo; al escapar de la ciudad
no habían tenido tiempo de elegir las prendas más adecuadas para lo que nos
esperaba, y agradecerían contar con un calzado mejor. También encontré un
paquete de cigarros a medio usar y un mechero, que guardé por si acaso. Ignoré
el anillo de uno y una pequeña cruz que llevaba otro como colgante… esas cosas
ya no tenían ningún valor. Sin embargo, aún conservaban una de las granadas de
mano.
—¿Has encontrado
algo útil? —preguntó Maite a mi espalda.
—Esto. —dije
enseñándole la granada.
—Ah, vale… será
mejor que la guardes tú, no quiero pensar en qué podría pasar si cae en manos
de alguien que no sepa utilizarla —dijo con la cara que hubiera puesto alguien que
acabara de darse cuenta de que la situación podría haberse complicado mucho más
si en lugar de liarse a tiros hubieran utilizado aquello—. ¿Algo más?
—Las botas —le
señalé enganchando la granada en mi cinturón, donde antaño hubo una también,
hasta que tuve que utilizarla para distraer a los resucitados mientras
intentaba llegar a casa de Raquel—. Cigarros, por si alguien fuma… ¿qué coño
pasó aquí?
—Ese —dijo
señalando al de la cara destrozada—. Intentó… propasarse conmigo, por hablar
finamente. Érica lo pilló y le dio un hachazo, los demás llegaron, y como el
ambiente ya estaba muy caliente tras dispararle a Silvio, la cosa acabó en lo
que ves.
—Lástima, estos
tres nos habrían sido muy útiles —exclamé con pesar—. Vi a muchos compañeros
caer, pero no pensé que los vería caer a manos de gente viva.
—Este mundo te
cambia —afirmó ella, que estaba demostrando ser un ejemplo vivo de eso—. Cuando
la gente está desesperada, hace cosas que nunca haría. Me alegra que tú no seas
como ellos, porque te necesitamos más de lo que crees.
—Bueno, gracias
—dije un poco cohibido por el elogio—. Al menos tenemos sus armas, nos serán de
ayuda.
—Hablando de eso —dijo
poniéndose a mi lado y tendiéndome el rifle de Félix—. Necesito que me enseñes
a utilizar esto… antes disparé una vez, pero no sé ni cómo se recarga.
Lo cogí y le eché
un vistazo. Hasta ese momento no me había fijado en aquel rifle porque Félix no
llegó a utilizarlo en ningún momento; normalmente era Óscar quien se encargaba
si aparecía algún reanimado debido a que la ballesta era más silenciosa… seguro
que por eso se la quedó él mismo y le dejó el arma de fuego a Félix.
—Es un rifle de
palanca… no es lo más habitual en caza, pero no me extraña que alguien como
Óscar lo utilizara —le expliqué—. Sólo le caben cuatro balas, aunque tiene una
buena pegada. Se utiliza para la caza mayor, así que creo que servirá de sobra para
matar reanimados.
Me pasé un buen
rato explicándole cómo se disparaba, y aunque no llegué a hacerle una
demostración práctica, sí que mostró mucho interés. Cuando mi hermano, que era
diez años mayor que yo y también se alistó en el ejército, me enseñó a disparar
aprendí mucho sobre armas, y resultaba satisfactorio que alguien quisiera ahora
aprender de mí. Me di cuenta de que, además de Sebas, que era guardia de
seguridad, y como mucho sabría algo de pistolas, nadie más en el grupo sabía disparar
de verdad, y por tanto los tres fusiles de asalto a lo mejor eran menos útiles
de lo que imaginé en un principio.
“Tengo que
enseñarles a utilizarlos” me propuse pensando que aquello nos ayudaría a la
larga; le di algunas nociones básicas a Raquel, pero los demás no podían permanecer
indefensos toda la vida, sobre todo porque, por culpa de eso, sus vidas podían
ser muy cortas.
—Siento lo de la
familia de Raquel —me dijo por sorpresa mientras le enseñaba la forma correcta
de sujetar el rifle—. Supongo que no se lo habrá tomado demasiado bien, ¿cómo
está?
—Raquel y yo hemos
roto —confesé intentando no parecer demasiado afectado por ello, aunque no era
lo mismo saberlo que decirlo en voz alta—. No sé cómo está porque no quiere
hablar conmigo.
—Oh, vaya, lo
siento —replicó ella—. ¿Puedo preguntar qué ha pasado?
—Después de lo que
vio en su casa, básicamente dice que no quiere seguir queriéndome por si yo
también muero. —le resumí en pocas palabras.
—Es una reacción
natural, me parece, pero no durará —afirmó ella tan segura que tuve que seguir
escuchándola… si había alguna esperanza quería saber cuál era—. Después de
perder a tanta gente, y con la inseguridad en la que vivimos, mi mayor temor
ahora mismo es que le pase algo a Clara, y es un temor constante y opresivo que
llega a sacarme de quicio. Si te ha dejado es porque si te quiere, y si te
pasara algo no podría soportarlo después de todo lo que ha sufrido ya.
—Me deja porque me
quiere, fantástico —refunfuñé—. Creo que ya le has pillado el tranquillo al
rifle, sólo te queda practicar puntería, o sea, el noventa por ciento de todo
esto.
Debió percibir que
prefería no hablar más del tema de Raquel y no insistió, cosa que le agradecí, de
modo que, con el arma de nuevo a la espalda y cargando las botas de los
soldados muertos, volvimos con los demás.
—Hay otra cosa que
te quería decir, y es que te necesito de mi lado —afirmó de repente a mitad de
camino—. Sin Óscar y sin Félix, estamos más perdidos que nunca, y eso no es
bueno, hace falta alguien que tome las decisiones, alguien a quien respetar.
—¿Quieres que sea
tu brazo armado? —le pregunté.
—Pues algo así. A
menos que quieras coger el mando del grupo tú mismo. —admitió sin rubor.
—Creo que no me
veo. —respondí; la mera idea de hacerme responsable de decisiones que podían
costarles la vida a los demás me hacía sentir mareos.
—¿Y ves a alguien
más? —inquirió ella.
Tuve que
pensármelo un momento. ¿Quién más podía dirigirnos? Sebas había demostrado
tenerlos bien puestos en el viaje a la ciudad, pero las situaciones difíciles
le podían, y la seguridad no era su fuerte; Judit, Raquel, Luís o Agus no
tenían madera de líderes; Toni estaba herido y nadie aceptaría una orden de
Érica o de Jorge… tampoco habría dicho que Maite era la más adecuada hasta el
día anterior, pero viendo cómo había cogido el toro por los cuernos en las
últimas horas, parecía la candidata más viable.
—No, la verdad es
que no —respondí—. Creo que todo esto es mi puta culpa. Ir a la casa de Raquel
fue una idea estúpida, en cualquier supermercado habríamos encontrado más
comida, y ella no habría tenido que ver lo que ha pasado con su familia, no
habríamos perdido a Óscar ni a Félix, y habríamos estado aquí a tiempo para
evitar que estos hijos de puta hicieran una matanza.
—No seas tan duro
contigo mismo —me disculpó—. No podías saber cómo iba a salir esto… era
imposible que supieras que iban a llegar tres militares asesinos justamente hoy.
No puedes hundirte porque ahora te necesitamos más que nunca.
—¡Eh, eh! Espero
que sepas lo que haces —se escuchó la voz de Toni al otro lado de los arbustos—.
¿En los cursos para ser segurata te enseñaron a...? ¡Me cago en tu puta madre!
Con unas pinzas,
Sebas intentaba extraer la bala que Toni tenia incrustada en la pierna; con el
doctor ocupado con Érica, apenas había tenido tiempo de echarle un vistazo a
él.
—¡Dios, para!
¡Casi prefiero quedarme con la bala dentro! —gimió dolorido.
—Ya casi la tengo,
deja de quejarte. —le decía Sebas sin hacer caso a sus protestas.
—¿Qué
posibilidades crees que tiene Érica? —le pregunté a Maite sin tapujos.
—No sabría
decirte, tres disparos son muchos, pero de momento aguanta —respondió ella
encogiéndose de hombros—. Recemos porque siga adelante, siento que me repito al
decir esto, pero ya hemos tenido demasiadas muertes.
Más tarde, todo el
grupo se reunió frente a tres túmulos de tierra para despedir a nuestros
compañeros caídos. Toni se apoyaba en una muleta improvisada fabricada con unas
ramas; Judit y Jorge permanecían en un discreto segundo plano, la primera
bastante triste y el segundo luchando por mantener su bocaza cerrada por un
rato al menos; Maite, su hija, Raquel, Sebas y Agus observaban las improvisadas
tumbas con cara de circunstancias, mientras que Luís, aunque había logrado
estabilizar a Érica, todavía estaba liado sacando las balas de su cuerpo… y por
supuesto, ella no estaba en condiciones de estar presente. A varios metros de
distancia, los cadáveres de los culpables de ese funeral fueron tirados de
cualquier manera en la letrina; nadie tenía la moral necesaria para cavarles
tumbas nuevas y quemarlos habría gastado una leña que no teníamos.
—Menuda desgracia
todo. —dijo Sebas expresando con palabras sencillas lo que todos sentíamos. Cavar
las tumbas y meter los cuerpos en ellas resultó ser una experiencia dura de
llevar a cabo, era como revivir la pesadilla de la gente muriendo en las calles
a manos de los reanimados cuando ya creíamos habernos librado de eso, y para
algunos era ya nuestro segundo funeral en un día.
Se adelantó y dejó
la ballesta en el túmulo que le dedicamos a Óscar. Por supuesto, su cadáver no
estaba allí, en esos momentos debía ser un esqueleto carbonizado dentro de un
furgón también carbonizado, pero con la tierra que sobró, y la mayor parte del
fertilizante que había en la furgoneta, que no necesitábamos para nada, pudimos
hacer un tercer montículo en su honor.
—Ellos no habrían
querido que estuviéramos tristes. —dije por decir algo. Estar allí todos
callados se me hacía incómodo.
—Los conocíamos
hace unas semanas —exclamó Jorge, que llevaba demasiado tiempo callado—. Creo
que les importaría una mierda cómo nos sintamos.
—Les debemos mucho…
en realidad, todo —declaró Maite con solemnidad plantada frente a la tumba de
Félix—. Ellos nos mantuvieron a salvo estos días, ahora nos toca seguir su ejemplo
y empezar a valernos por nosotros mismos.
—No entiendo que
queráis volver a la ciudad —expuso Raquel sin apartar la vista de las tumbas—.
Después de lo que ha pasado… de todos a los que hemos perdido, con los heridos…
—Sólo es cuestión
de organizarse mejor —intervine en mi nuevo papel de mano derecha—. Además,
ahora tenemos los fusiles de esos tres capullos, podemos defender el fuerte en
condiciones.
—Sigue siendo muy
arriesgado. —objetó de manera bastante irritante… o tal vez sólo me lo parecía
a mí.
—Sí, pero hay que
hacerlo —replicó Maite—. Lo que consigamos nos vendrá bien para mover el
campamento de una vez, aquí ya no podemos seguir, estamos demasiado cerca de
los muertos.
—Mira, yo creo que
entre Maite, Sebas, Agus y yo podemos defender el campamento en condiciones —argumentó
Toni—. Ya no vamos a fiarnos de nadie, y tenemos al doctor también.
—Yo sé manejar un
arma —dijo Raquel muy dispuesta a colaborar—. También puedo ayudar.
“Yo sé manejar un
arma” repetí en tono burlón para mí mismo; si sabía manejar un arma era porque
yo había sido su instructor… y eso de que sabía manejarla era cuestionable, las
lecciones que le había dado eran más o menos las mismas que recibió Maite.
Sin embargo, aunque
tampoco él parecía muy convencido, Toni asintió ante sus palabras y las utilizó
para reforzar su argumento.
—Yo voy a la
ciudad. —dijo Agus de repente, consiguiendo que todas las miradas se centraran
en él.
—¿Por qué? —le
preguntó Maite suspicaz.
—Necesitáis cosas
de una farmacia, yo sé dónde hay una cerca de aquí.
Creo que no que
equivocaba al pensar que todos nos quedamos sin saber qué decir en ese momento.
De acuerdo que sus traumas le habían hecho una persona reservada y poco
participativa, pero sabiendo que llevábamos toda la tarde hablando del tema, ya
podría haberlo mencionado antes.
—Eh, bien… perfecto
entonces. Entre Jorge, Agus y yo podemos encargarnos. —dije para romper el
silencio.
El poco tiempo que
tardamos en recoger nuestras cosas nos hizo darnos cuenta de lo poco que
teníamos en realidad. Además de la tienda de campaña y el equipo de la mochila,
no había nada más que sacar de allí.
—Lo que no sé es a
dónde vamos a dirigirnos al volver de la farmacia —comentó Sebas mientras él y
Toni cargaban sus cosas en el maletero del coche de Agus—. ¿Dónde vamos a meternos?
Sí, las ciudades son peligrosas, pero hay comida.
—Mejor que os deis
prisa con eso. —exclamó Agus, que había vuelto a subirse a su coche; como todas
sus pertenecías estaban allí dentro, no tenía nada que recoger.
—Vamos todo lo
deprisa que podemos. —replicó Toni molesto y cojeando de un lado a otro.
—Pues mejor que
seáis más rápidos —insistió—. Creo que una horda se acerca hacia aquí.
Entre Maite, Judit
y Luís improvisaron una especie de camilla empleando el saco de dormir de Óscar,
y con ella transportaron a la pobre Érica hasta la furgoneta. Una vez allí la acomodaron
en la parte trasera, y el doctor se quedó con ella, pero Maite, en cuanto
escuchó las palabras de Agus, corrió hasta el coche y se subió sobre él para
verificarlas por sí misma. Al subir, hizo un gesto de dolor y se llevó la mano
a un costado.
—Estoy bien —dijo
sin darle importancia cuando Agus se quedó mirándola—. ¿Dónde está esa horda?
Al final me subí
yo también para comprobarlo, y al mirar hacia donde señalaba Agus pude ver cómo
a lo lejos, con su origen en Madrid, un grupo de puntos negros avanzaban en
nuestra dirección con paso lento y errático. Debían ser más de veinte, y su
número no hacía sino aumentar conforme más de ellos iban saliendo desde las
calles que los edificios cubrían.
—No importa,
cuando lleguen aquí, ya no estaremos. ¡Cargad las cosas deprisa! ¡Nos vamos en
dos minutos! —ordenó Maite bajando al suelo de nuevo, donde volvió a agarrarse
el costado. Cuando separó la mano, vi que tenía una mancha de sangre.
—¿Estás bien? —le
pregunté aprovechando que nadie nos prestaba atención, ocupados como estaban
terminando de desmantelar el campamento antes de que la horda se nos echara
encima—. Eso es sangre.
—No es nada, una
rozadura. Al subir, la herida debe haberse abierto —me explicó cubriéndosela con
la ropa—. Asegúrate de que todos se dan prisa, tenemos que largarnos antes de
que ese grupo pueda perseguir a los vehículos.
Asentí y me dirigí
al bidón, donde todavía debían quedar un par de bolsas de comida por cargar.
Raquel se encontraba allí, aprovechando los últimos rescoldos del fuego.
—Hola. —la saludé
sin siquiera mirarla al pasar a su lado.
—Hola. ¿Ya tienes
todas tus cosas? —me preguntó.
—Sí, las he puesto
en el coche de Agus. —respondí al agacharme a recoger las bolsas… solamente
había una.
—Yo voy en la
furgoneta, con los demás… supongo que es lo mejor…
—Ya, oye, ¿alguien
ha cargado la otra bolsa? —le pregunté mirando el interior de la que quedaba,
por si alguien había decidido a última hora juntar sus contenidos, o algo así.
—No lo sé, yo
acabo de llegar —contestó ella preocupada—. ¿Falta una? La habrá puesto Maite
en la furgoneta.
—¿Alguien ha
cargado ya la bolsa que falta aquí? —clamé en voz alta para que los demás
pudieran oírme; todos se quedaron mirándome, pero nadie respondió.
—Aquí hay dos
—dijo Maite, que se acercó desde la furgoneta—. Las otras dos tenían que ir en
el coche. ¿Has mirado ahí?
—Venía precisamente
a cargarlas. —repliqué mostrándole la única que quedaba.
—Aquí no está.
—nos indicó Sebas tras comprobar en el maletero.
Maite miró a su
alrededor… y casi puede ver cómo la sospecha se iba formando en sus ojos.
—¿Dónde está
Jorge? —preguntó al final.
Era una buena
pregunta, porque resultó que no se encontraba entre nosotros, y en cuanto cayó
en la cuenta de que había desaparecido, dio un gruñido y se descolgó el rifle
de la espalda.
—¿Cuándo le
visteis por última vez? —volvió a preguntar, y nadie supo qué responder, lo
cual sólo sirvió para cabrearla más—. ¡Hijo de puta!
—Espera, ¿A dónde
vas? —le dije agarrándola de un brazo cuando parecía dispuesta a marcharse a
toda prisa.
—¡A buscar a ese
cobarde ladrón! —bramó enfadada—. ¡Sabía que le íbamos a hacer ir a Madrid y se
ha largado con una cuarta parte de nuestra comida! ¡Cuando lo coja se va a
enterar!
—No tenemos tiempo
para buscarle, la horda se acerca —le recordé—. Puede estar en cualquier parte,
hace un buen rato que nadie le ve.
—Debió escaquearse
después del funeral —dedujo Judit—. Cuando todos estábamos ocupados.
—Que le jodan,
tenemos que irnos de aquí si se acercan resucitados —apremió Toni—. Aún tenemos
mucha comida, y ahora él está solo, no durará.
Maite apretó los
nudillos contra el rifle y se quedó mirando al horizonte con cara de cabreo
durante por lo menos diez segundos.
—Muy bien, nos
vamos —cedió por fin, aunque a desgana—. Pero será mejor, por su propio bien,
que no nos lo volvamos a cruzar.
Un par de minutos
más tarde, a través de los retrovisores del coche de Agus se podían ver las
solitarias tumbas de nuestros compañeros caídos hacerse más y más pequeñas, hasta
desaparecer de nuestra vista probablemente para siempre. La horda de reanimados
seguía demasiado lejos para poder seguirnos, pero tampoco nosotros fuimos muy
lejos: sólo unos kilómetros más adelante, la carretera estaba bloqueada por una
buena cantidad de coches abandonados en mitad de la vía. Cogimos una salida
secundaria que transcurría por un camino de tierra, sin embargo, no llevábamos
ni dos minutos en ella cuando el furgón, que abría la marcha, se detuvo.
—Hay demasiados
baches, Érica apenas los aguanta —nos explicó Maite cuando nos bajamos de los
coches—. Luís dice que no es bueno para los puntos.
—¿Y qué vamos a hacer?
—preguntó Sebas nervioso—. Esa horda podría estar pisándonos los talones.
—No creo que
llegaran a vernos siquiera —le tranquilicé—. Estábamos muy lejos.
—No era lo que
había pensado, pero podemos acampar aquí mismo —propuso Maite—. Sin hogueras,
con vigilancia doble… sólo será una noche. Mañana por la mañana nos acercaremos
todos a la ciudad y esperaremos a que saqueéis la farmacia. Luego nos iremos de
Madrid para siempre.
—Sólo espero que
nadie se nos haya adelantado en el saqueo. —murmuré contemplando al sol ponerse
en el horizonte sobre un montón de coches abandonados.
“Por lo menos no vamos a
tener problemas de combustible” pensé al imaginarme que los depósitos de
aquellos vehículos todavía estarían llenos.
genial tio, me encanto. Se uniran mas al grupo?
ResponderEliminaresta chulisima la historia, esto esta a la altura de the walking dead
Gracias por comentar y me alegra que te guste.
EliminarRespondiendo a la pregunta, no puedo hacer spoilers, pero el jueves noche, cuando suba el capítulo 6, conoceremos a gente nueva.
Estoy de acuerdo, he leido libros publicados menos adictivos que esta historia.
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